VA DE ESPÍAS (y II)

29 marzo, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

Gracias a Sorge y a su frenética actividad Stalin pudo jugar al póker con los japoneses y retirar potentes fuerzas armadas de Siberia. Con ellas trató de contrarrestar la ofensiva nazi en su frente occidental. Así, sin colmar de bendiciones a su espía alemán pudo incidir decisivamente en la marcha del ya declarado segundo conflicto mundial. En el curso de este, y por una serie de canales, los soviéticos llegaron a enterarse de que los anglo-norteamericanos estaban trabajando en lo que terminaría siendo un artefacto de nuevo tipo en el arte de la guerra: la bomba atómica. Con su empleo sobre Hiroshima y Nagasaki en el verano de 1945 se abrió una nueva etapa en las relaciones internacionales de seguridad y, de hecho, en la historia política, económica, social y cultural de nuestro planeta.

Lo que antecede es una trivialidad que no ningún lector ignorará. Pero detrás de ella hubo muchos esfuerzos, no siempre bien conocidos, y como en el caso de este post muchos espías. La palma se la ha llevado el matrimonio Julius y Ethel Rosenberg, ciudadanos norteamericanos, que en plena oleada de macartismo pagaron con su vida, en la silla eléctrica, su condena como espías al servicio de la URSS. Fueron encontrados culpables de haber pasado secretos al antiguo aliado y entonces ya adversario claro y nítido. La literatura sobre el caso es inmensa.

Son menos conocidos dos episodios. El primero es que fueron los propios norteamericanos quienes desde principios de los años treinta cayeron, como incautos que eran, en las redes tendidas por el espionaje soviético. En Moscú se necesitaba información sobre los progresos yankis en materia industrial por lo general y de comunicaciones y armamento en términos específicos. No es mi tema en este momento. No tengo tiempo de leer alguna de las obras que no se han traducido al castellano, a pesar de mis recomendaciones. Con razón, probablemente. No es un tema que, imagino, despertará pasiones aunque a mí me ha sido útil conocer algo de ello.

En el segundo episodio que abordo ahora en este blog intervino decisivamente una antigua amante de Sorge, también alemana, también comunista y también coronel del GRU: aunque su nombre es conocido de los especialistas e incluso de muchos historiadores de las relaciones internacionales me atrevo a asegurar que no lo era del gran público. Cuando yo era joven e inocente y pasaba a Berlín Oriental casi todos los fines de semana lleno de curiosidad acerca del mundillo de la entonces llamada República Democrática Alemana, compraba libros -muy baratos- a mansalva. Tampoco me perdía ninguna obra de Bertolt Brecht.

Los primeros recuerdos de la vida de la espía de que trata este post no los captaron mis vigilantes antenas. Los había escrito bajo el seudónimo con el que ya había empezado a destacar como escritora y el nombre (alias) de Ruth Werne tampoco me dijo nada. En aquella época solía leer entonces a autores que habían publicado antes de la llegada del Tercer Reich en 1933 y que eran furibundamente antinazis.

Ahora, CRITICA ha publicado una muy leíble e interesante biografía de quien se llamó, de soltera, Ursula Kuczynski, Ursula Hamburger y Ursula Beurton, tomando como era costumbre en la época el nombre de sus dos maridos, el primero alemán y el segundo  británico. La entrada que le dedica Wikipedia.es bajo su primer apellido retraza su vida a grandes rasgos y está escrita por alguien que no es español. Si es traducida de otro idioma, la verdad es que es pésima.

Para quienes estén interesados en saber cómo funcionaban los agentes del GRU, la biografía de Úrsula que ha escrito el conocido periodista británico Ben MacIntyre se lee como una novela. Y es que Úrsula, comunista desde sus jóvenes años y persistente en la fé hasta su último suspiro, fue una espía sorprendente.

‘Agente Sonya. Amante, madre, soldado, espía’, Crítica, 2021

Fue la espía que contribuyó a que los supersecretos de la fisión nuclear en los que participaba destacadamente un compatriota suyo, el eminente físico alemán nacionalizado británico Klaus Fuchs llegaran rápidamente a Moscú.

La operación era tan secreta que Fuchs no se arriesgó nunca a pasarlos directamente a los soviéticos. Los pasaba a Úrsula que los entrega tan pronto llegaban a sus manos a un agente incrustado en la propia embajada soviética en Londres. Desde aquí volaban o se se transmitían a Moscú donde el propio Stalin los ojeaba. De su oficina pasaban a los científicos. No es de extrañar que la URSS forzara luego la fabricación de su propia bomba atómica. Como en los años treinta y antes de la segunda guerra mundial ya ocurría a marchas forzadas con las patentes norteamericanas en materias industriales y de armamento. ¿Quién dijo que la historia no se repite nunca?

Cuando servidor se interesaba por el funcionamiento de las economías de dirección centralizada, según el modelo soviético, tuve incluso la humorada de leer algunos artículos del hermano de Ursula, un economista muy conocido llamado Jürgen Kuczynski. Incluso saltó a la prensa alemana occidental porque participó como experto en el primer proceso de Auschwitz, cuyos pormenores seguí con gran atención.

Pues bien, sentados estos recuerdos que me ha traído a la memoria la biografía de Macintyre, debo decir que me ha impresionado gratamente. En primer lugar, se lee casi como una novela. En segundo lugar, está muy descargada de referencias y de notas a pié de página y las pocas que hay van al final. Y, en tercer lugar, el autor sabe sostener el ritmo narrativo. No me ha gustado, sin embargo, la introducción de diálogos entre los personajes y de los que no sabemos si se los ha inventado el autor resumiendo sus lecturas o si figuran en los libros consultados. Claro que esto puede ser, simplemente, el reflejo de la minuciosidad del historiador académico. Siempre es necesario dar fuentes. Los lectores tienen que tener la posibilidad de, sin realizar esfuerzos supremos, comprobar las referencias en cuestión. Si, por un azar, como hacen algunos “despreocupados”, son falsas o inventadas, la maldición del lector sagaz caerá sobre ellos.

Ursula se cruzó con Sorge en lo que solía denominarse “la puta de Oriente”, es decir, el inmenso burdel que era Shangai en la primera mitad de los años treinta. En tanto que Sorge se desplazó al cabo de un par de años a Japón, Úrsula siguió en China, viajó por el norte del país ya como espía soviética, emparejada con otro. Pasaron innumerables peripecias, pero tuvo la suerte de que el GRU la llamase a capítulo para destinarla a Suiza. Aquí pasó una parte de la guerra, sirviendo de enlace de otros espías comunistas, hasta que se presentó la oportunidad de trasladarse a Inglaterra.  Fue posible gracias a su matrimonio con un inglés que había combatido en las Brigadas Internacionales en la guerra civil española.

En un pueblito de la Inglaterra profunda y lo más rural posible Úrsula siguió laborando por la causa hasta que recibió órdenes de servir de conducto por el cual pasaría a un compañero disfrazado de diplomático los informes que le pasó puntualmente Klaus Fuchs.

Macintyre despliega todo su sarcasmo -que es mucho- para burlarse de los servicios de contraespionaje británicos (MI5) que, si bien llegaron a sospechar de Úrsula, no lograron ponerle la mano encima. De sus críticas solo se salva otra mujer (una de las pocas que entonces trabajaban en el MI5). Nos informa de que John le Carré la inmortalizó como “Connie” en su trilogía sobre la pugna entre Smiley y Karla, su oponente soviético. Quizá la serie más interesante de la guerra entre espías de verdad que se libró en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo.

Conscientemente me atengo de revelar los detalles de una vida aventurera, tras el disfraz de ama de casa, buena madre y refugiada que rápidamente se adaptó a las circunstancias de su entorno.

Muy diferente de la obra de Matthews, el relato sobre la vida y milagros de Úrsula, que siempre utilizó el apodo de SONIA en su actividad de espionaje y que nunca renunció a sus convicciones comunistas, nos muestra otra faceta de los historiadores de espionaje. Con un toque humano a lo largo de todas y cada una de sus páginas.

Para leer en momentos de ansiedad y de búsqueda de calma, la calma que suele anteceder  a la tempestad, hoy materializada en la guerra de Ucrania.  

FIN

VA DE ESPÍAS (I)

22 marzo, 2022 at 10:24 am

ÁNGEL VIÑAS

Las novelas de espionaje son un género acreditado que concitan la atención de numerosos lectores (entre los cuales se encuentra servidor, aunque solo por períodos). Las historias de espías son posiblemente más antiguas, pero no solían formar parte de la Gran Historia. Con las dos guerras mundiales la situación cambió radicalmente. Todavía recuerdo cómo, cuando me estrenaba de modesto aprendiz de historiador, tuve que lidiar con un tema que sigue dando vueltas, ahora más bien por los meandros de la subhistoria.

Entonces, hablo de principios de los años setenta del pasado siglo, un norteamericano de origen húngaro (cuyo nombre era Ladislas Farago) ganó un montón de dinero con un librote (The Game of the Foxes  que, en lo que sé, solo se publicó traducido al castellano en México). En él anunciaba que iba a relatar la historia jamás contada del espionaje nazi en Reino Unido y Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. Consultó documentos de archivo (que entonces empezaban a desclasificarse, sobre todo en el segundo país) y se basó en numerosos libros, libritos y camelos previos a los que añadió los resultados del funcionamiento de su propia y desbordante  imaginación.

Me llamó la atención porque relanzó una afirmación que ya se había hecho en los años de la guerra civil española y continuó repitiéndose después: los nazis, y en especial el jefe de su servicio de inteligencia militar (Abwehr), el almirante Wilhelm Canaris, habían preparado la sublevación militar de Franco. Me pasé varios años investigando en archivos alemanes y a base de microfilms de difícil lectura en otra documentación conservada en los archivos norteamericanos y británicos. Llegué a la conclusión -que mantengo- de que no había la menor prueba de sus delirantes tesis en tal aspecto.

Después la desclasificación de archivos se acentuó. Sobre el tema en cuestión no salió nada porque nada se había conservado, pero ya metido en papeles que representaban la evidencia primaria de época continué interesado sobre muchos de los resultados de la desclasificación. Los libros que fui recopilando, y que ya no me hacen falta, los pasé a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM.

En el tiempo transcurrido la literatura sobre el espionaje en la segunda guerra mundial es inabarcable. Existen numerosas síntesis de síntesis de síntesis. Se cuentan por centenares los historiadores que no han resistido al clamor popular que sobre el tema se ha desbordado, en particular en Reino Unido. La banda de los cinco de Cambridge, espías soviéticos que actuaron en las entrañas del establishment británico, ha dado para mucho. En Estados Unidos hay un antes y un después, en relación con el mismo tipo de espionaje, cuando se desclasificaron los telegramas interceptados por los servicios de seguridad a los comunistas, norteamericanos o no, en una operación denominada VENONA. En ambos países el archivo Mitrokhin, con papeles de la KGB, añadió leña al fuego.

Reconozco, cierto es, que a los espías y sus actividades los había dejado un poco de lado tras escribir SOBORNOS, es decir, la operación que estuvo en la base de las operaciones clandestinas y no clandestinas que Londres puso en marcha en España para evitar la basculación de Franco hacia el Eje.

Podría seguir, pero lo que me interesa ahora es señalar que la editorial bajo cuyos auspicios mantengo este blog, CRITICA, es la que con mayor asiduidad ha acercado al público de lengua española, aquí y en América Latina, los productos de la investigación británica (más que la norteamericana) en cuanto a la conexión entre la segunda guerra mundial y las labores de espionaje.

Para un libro que estoy terminando y que saldrá el año que viene me ha interesado conocer algunas de las aportaciones de la literatura más reciente. Conviene que los lectores sepan que, si bien servidor se basa esencialmente en EPRE, nunca en ningún momento he dejado de lado la literatura secundaria. De aquí que en los últimos meses me haya deleitado con dos de los libros sobre espías soviéticos publicados en castellano el año pasado.

El primero ha sido, para mí, el más interesante. Es obra de un periodista, pero formado como historiador en Oxford (siempre una buena dirección en este campo). Se trata de Owen Matthews con Un espía impecable. Me ha impresionado. Este autor cuenta la trayectoria de uno de los pocos espías de quienes puede decirse que contribuyó al desenlace de la segunda guerra mundial de manera muy directa.

‘Un espía impecable’, Owen Matthews. Crítica, 2021

Se trató de un caballero (mujeriego, gran bebedor, charlatán cuando le convenía y que daba el pego a unos y a otros) que fue alemán, pero espía soviético y que después de trabajar para la Comintern, se incorporó al Servicio de Inteligencia Militar (el llamado Cuarto Departamento del Estado Mayor del Ejército Rojo o, más frecuentemente, GRU). Como tal actuó en China y, sobre todo, en Japón.

Sobre él la literatura es muy abundante, algo más de cien títulos, en diversos idiomas (inglés, alemán, ruso y japonés principalmente), pero Matthews que escribe muy bien tiene el sentido del suspense. Se mueve a diversos niveles para presentar, estudiar y descifrar al personaje, hombre con ambiciones académicas que se tradujeron en un doctorado y en varias obras de tal corte. ¿Su nombre?, Richard Sorge.Póstumamente fue declarado héroe de la Unión Soviética (el equivalente, por así decir, de la Victoria Cross británica, la Cruz de Caballero nazi o la Laureada de San Fernando).

Matthews está casado con una rusa, ha pasado años de corresponsal en Rusia y -no deseo descubrirlo- arranca su libro con una rememoración que corta el aliento. Trata de penetrar, en lo posible, en la sicología de su biografiado, tarea difícil pero mucho más en el caso de un hombre como Sorge que penetró en la embajada nazi en Tokio haciéndose íntimo amigo del agregado militar alemán (a la par que seducía a su esposa) y luego consejero del mismo, que llegó a ser el embajador nazi.

Sorge gozaba de una reputación como experto en temas chinos y  japoneses y de una fama bien ganada como periodista y corresponsal de uno de los más reputados periódicos alemanes de la época. Ha pasado a la gran historia por dos razones.

La primera porque fue uno de los agentes en un puesto hipersensible que advirtió a Stalin de la próxima invasión nazi de la Unión Soviética. Sus fuentes no eran solo las de la embajada del Tercer Reich en Tokio sino de los contactos que había anudado entre gente próxima al jefe del gobierno, la alta administración y el establecimiento militar japoneses. Era en este, en particular, en donde cocinaban y discutían las decisiones. El estamento político raras veces estuvo en condiciones de oponerse.

Dado que las relaciones entre Moscú y Tokio se habían visto marcadas en los años treinta por confrontaciones militares en el lejano oriente chino y soviético Stalin mantenía en Siberia un poderoso dispositivo de disuasión por lo que pudiera volver a pasar. Mientras tanto en los círculos de Tokio se debatía la orientación de la marcha imparable del Japón. El dilema era si debía hacerse hacia el oeste asiático, contra la URSS, u orientarse hacia el sur y sureste contra británicos, franceses, holandeses y, en último término, norteamericanos.

Sorge mantuvo un chorro de advertencias a Moscú sobre la dirección de la estrategia hitleriana contra la URSS y las oscilaciones de la japonesa en una situación marcada por la pertenencia de ambas potencias al pacto antikomintern. No revelaré aquí detalles sobre el funcionamiento interno de la red de espías comunistas en Japón. El hecho es que sus advertencias no las tuvo en cuenta Stalin (que hizo fusilar a los sucesivos jefes del GRU hasta llegar a uno que jamás se atrevió a llevarle la contraria). Los resultados son conocidos.

Sorge era ya entonces coronel del GRU. Falló en tal ocasión, aunque no por falta suya, pero no lo hizo en su segunda aportación que, esta sí, cambió el curso de la guerra mundial. Sus informaciones, recibidas con, al principio, cierto incomodo en Moscú, terminaron convenciendo a los próximos a Stalin en el otoño de 1941. Los japoneses no atacarían a la Unión Soviética y se dirigirían contra los norteamericanos.

Al aceptar esto, Stalin rebajó el nivel de presencia militar soviética en el lejano Oriente y desplazó una amplia gama de unidades hacia el Oeste. Estaban en condiciones de entrar inmediatamente en combate en el supergélido invierno de 1941-42. Las primeras llegaron a tiempo de prestar una contribución esencial para parar los ataques nazis a Moscú, enlodados, embarrrados y en unas condiciones climatológicas para las que la Wehrmacht no estaba en modo alguno preparada.

Después, el contraespionaje japonés, por una serie de casualidades que Owen narra con todo detalle, logró penetrar la red de Sorge. Todos cantaron. El superagente antinazi y varios de sus colaboradores fueron ejecutados en 1944. Sorge pasó al panteón soviético y a la inmortalidad.

Raras veces un espía ha podido influir en una decisión estratégica que cambió el curso de la guerra mundial y, por ende, de la historia.

Si les gustan los relatos de espías no se lo pierdan. Owen ha hecho un buen trabajo como muestran las referencias, publicadas y no, a las que alude a lo largo de la obra. Encima, aun conociendo el resultado, mantiene viva la atención del lector. No es moco de pavo.  

(continuará)

DE NUEVO SOBRE LAS “CHECAS”

15 marzo, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

El post sobre las “checas” en torno al libro de Fernando Jiménez Herrera tuvo una acogida que no me esperaba. Ha alcanzado, sin duda, a un número de lectores muy superior al habitual de este blog porque lo han reproducido varios portales que llegan a mucha más gente. Me alegro por Fernando, ya que lo merece. Como ya señalé, servidor no es un experto en el tema en tanto que él se ha pasado varios años buceando en archivos para derivar una tesis documentada que ha llamado la atención por su novedad.

Entre las reacciones que me han llegado sobre tal post sobresale la de un historiador modernista que hizo su tesis doctoral en la Facultad de Geografía e Historia de la UCM pero que después, me dice, se ha dedicado a leer intensamente sobre la violencia política en Madrid en 1936. Me contó que estaba de acuerdo con Jiménez Herrera en cuanto a negar el origen soviético de los comités revolucionarios que surgieron en la capital tras la sublevación de julio porque respondían a un cierto hilo conductor de las algaradas populares españolas desde el siglo XIX.

A mí me pareció su argumentación muy convincente y le invité a que la pusiera por escrito. Si así lo hacía, le aseguré que la publicaría en mi blog. Es lo que hago ahora, en atención a la significación del tema. En los últimos años me he dedicado a desbaratar y contrastar las explicaciones y argumentos de los sublevados para justificar su infamia y veo en el tema de este post una continuación de tal tarea.

El mito de las checas. Historia y memoria de los comités revolucionarios (Madrid, 1936), de Fernando Jiménez Herrera. Comares Historia.

El fenómeno de las “checas” en el Madrid de 1936 tiene orígenes lejanos y escasamente soviéticos.

 Juan de Á. Gijón Granados.

Hace algo más de cien años surgieron en España unas juntas locales como reacción alternativa al gobierno de José I. Tuvieron unas milicias heterogéneas de nombres variopintos. Estas tropas (las partidas) con el tiempo fueron aglutinadas dentro del Ejército de los Patriotas apoyado por los británicos. (Algo parecido ocurrió con las milicias populares (también de nombres diversos) que fueron absorbidas por el Ejército Popular en la guerra civil). Aquellas juntas se encuadraron en Juntas Provinciales y a su vez en una Junta Suprema, gobierno paralelo al josefino. Tales organizaciones aparecieron ante la crisis de 1808. En 1936 se retomaron consignas de la Guerra de la Independencia.   

En 1854 se produjo un doble fenómeno: la Vicalvarada y el Manifiesto de Manzanares. Condujeron a una revolución que se llevaría por delante el gobierno. De nuevo surgieron “juntas” en aquel momento de crisis que acabó en un golpe de Estado.

Con la Revolución Gloriosa (1868) se crearon otras “juntas” que quedaron por debajo de un gobierno provisional a la espera de una monarquía parlamentaria bajo la Constitución de 1869.

La llegada de la actividad del movimiento obrero creó comités de huelga. A la altura de la crisis de 1917 las “juntas” quedaban para los militares desligándose de movimientos populares.

Esta tradición de crear “juntas” en momentos de crisis y la actividad huelguística de los comités obreros fueron antecedentes de los comités revolucionarios madrileños tan heterogéneos en 1936. Retomaron la vía de las juntas que aparecieron durante el siglo XIX en momentos de crisis con vacíos de poder o con la aparición de poderes alternativos.

En toda Europa la democracia empezó a caer bajo un manto de descrédito tras la primera guerra mundial. De manera alternativa a los cuerpos policiales públicos se crearon “comités de defensa” de partidos políticos de todos los colores. Se trataba de grupos para organizar mítines y otras actividades que pudieran actuar como seguridad privada. Por su juventud, de la defensa pasaron al ataque a otros partidos siendo protagonistas de atentados. Diferentes fórmulas del fascismo se adueñaron de países europeos que acabaron apoyando el mismo fenómeno en otros Estados. Sin la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler los militares africanistas y los civiles que les ayudaron en el baño de sangre de 1936 no habrían aguantado su posición tras su fracaso.

La España “triunfal” intentó justificar el golpe de Estado como una reacción a la violencia producida durante la Segunda República. El derrocamiento de la democracia debía justificarse como consecuencia de la violencia imperante en aquel sistema político, aunque no explicaron que ellos mismos formaban parte de esa violencia excepto para evitar una “revolución roja”.  De ahí que no hubiera mejor razonamiento que camuflar la reacción de la población convirtiendo a los comités de barrio madrileños, o los comités de los pueblos, en una mímesis de la policía política soviética y tras un supuesto complot comunista internacional resaltado en la propaganda.

Una de aquellas actividades de estos comités de barriada fue la “de investigación”. Se vigilaba el barrio y el orden público tanto de la supuesta llegada del enemigo como la actividad de los “pacos” y otros “fascistas” escondidos entre los vecinos. Fue frecuente la detención de un paisano de derechas con su consiguiente interrogatorio para localizar más “quintacolumnistas”. Las funciones no solamente consistían en abrir investigaciones sobre todos los vecinos sospechosos de apoyar al bando sublevado sino también juzgarlos y, en su caso, ejecutar las sentencias de muerte. Estas últimas se realizaban, según la fórmula habitual, en lugares apartados, de noche y sin testigos. Al día siguiente la DGS realizaba unas fotografías del cadáver para tratar de identificar al ejecutado por “la justicia del pueblo”.

La investigación de los vecinos se convirtió en una caza de brujas a la que se apuntaron muchos madrileños que tenían poco de valientes. En lugar de ir al frente se refugiaron en estas actividades. Aunque la mayoría iban a la sierra o a los Carabancheles para defender sus familias, sus casas y sus negocios, otros se escondían para no entrar en combate.  

¿Las “checas” se crearon por influencia soviética? Desde luego que no. Aunque en el Convento de Santa Úrsula de Valencia la presencia soviética fue sobresaliente. Pero las noticias que tenemos de los componentes de los comités de barriada es que fueron madrileños de sus barrios. El franquismo se inventó una historieta para justificar sus crímenes.

Fernando Jiménez Herrera señala la improvisación en el surgimiento de los comités revolucionarios ante el fracaso del golpe porque no había nada preparado. El caso es que surgieron como habían aparecido las tradicionales “juntas” en el pasado. De la nada, pero con la experiencia ya acumulada de las organizaciones sindicales y políticas del movimiento obrero. Nacieron por la voluntad de ser oposición al nuevo régimen rebelde surgido de la fracasada insurrección y de la implosión de la autoridad del Estado. 

Al hilo de la política y del mercado surgen “estudios” con una idea preconcebida. Buscan propaganda para denigrar a partidos existentes en 1936. Meten en el mismo saco a Largo Caballero y a Negrín por una clara falta de lecturas. ¿Los ministros de Gobernación Ángel Galarza y Julián Zugazagoitia se comportaron igual ante la violencia en la retaguardia? Evidentemente no. Sin embargo, formaban parte del mismo partido, aunque con dos tendencias diferentes en aquellos tiempos. Unos más radicales que otros.   Galarza vivió emigrado hasta 1966 cuando murió. Solo recientemente han empezado a aflorar rasgos suyos característicos no muy recomendables. El pobre Zugazagoitia fue fusilado por “la justicia” franquista.

En la selva de “libros” sobre la guerra hay “estudios” que no distinguen churras de merinas y confunden la velocidad con el tocino. Calumnian a la República parlamentaria española como si fuera un Estado criminal. Cada gobierno es responsable de su política. Mientras que al ministro Galarza (PSOE) no le pondría una estatua en ningún parque público al ministro Zugazagoitia (PSOE) no me importaría asistir a un homenaje para recordar sus servicios a la democracia. 

La profundidad de muchos de los “estudios” sobre las checas deja bastante que desear. Se repiten una y otra vez fantasmas del pasado. Y es que las llamadas “checas”, los fusilamientos de los presos en los alrededores de Madrid o la presencia soviética en la España de la guerra fueron elementos aprovechados torticeramente por la propaganda franquista para justificar un golpe de Estado contra la democracia española.

La ventaja de algunos periodistas con sus magníficos canales de información provoca que los estudios académicos tengan un eco limitado en el mercado y en el imaginario colectivo (solamente llega a selectas bibliotecas de aficionados a nuestra guerra). La consecuencia es que siguen leyéndose algunas afirmaciones del pasado franquista haciendo caso omiso de nuevos estudios. Se repiten errores ya superados por la historiografía y es complejo pelear contra este fenómeno

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La argumentación anterior me parece plausible. No veo, por ejemplo, a la CNT/FAI o al PSOE de la primera mitad de los años treinta discutiendo sobre la conveniencia o no de adoptar mecanismos de represión siguiendo las formas soviéticas. No había necesidad de ello por varias razones. En primer lugar, porque bien o mal los Gobiernos republicanos de cualesquiera signo mantuvieron la ley y el orden. La forma en que lo hicieron se atuvo a la legislación vigente, que sufrió diversas transformaciones. En segundo lugar, porque la idea de sustituir los mecanismos policiales y judiciales republicanos no estuvo nunca sobre el tapete en aquel período. El caso del octubre asturiano, sin duda el más grave, no impidió que siguieran funcionando y que se acentuara la militarización del aparato judicial que ya había comenzado. Lo demostraremos Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor en nuestro próximo libro CASTIGAR A LOS ROJOS.

Finalmente, porque con las nuevas funciones de los comités revolucionarios reaparecieron otras formas de demostrar la voluntad de querer derribar símbolos representativos del “viejo orden”. Ya tenían una tradición bien consolidada desde los años treinta del siglo XIX, como por ejemplo los incendios de iglesias y los repulsivos desenterramientos de momias, algo realmente macabro.

El aprovisionamiento de armas para la República (y II)

8 marzo, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

El libro de Miguel I. Campos, ARMAS PARA LA REPÚBLICA, al que ya me he referido en el post anterior, no solo pone en un aprieto histórico e intelectual a todos aquellos que todavía niegan que la no intervención no tuvo mucho que ver en la explicación de su derrota. Suelen atribuirlo, ¡cómo no!, al superior genio de Franco, al mejor ejército, a la superior moral frente a los navajazos y querellas republicanas. Y, por supuesto, a que Dios no estaba con estos sino con los sublevados por Dios y por España. La mejor causa sobre la peor. Poco que ver con los suministros. Todos recibieron e incluso algunos se atreven a afirmar que los “rojos” recibieron más. Pasemos, pues, a otra cosa, mariposa.

Armas para la República. Contrabando y corrupción, julio 1936 – mayo 1937’, de Miguel Í. Campos. Crítica, 2022.

Sin embargo, mal historiador hubiera sido el autor de este libro de haber obrado de tal suerte. La “no intervención” (contra la República) y la “intervención descarada” (a favor de Franco) tuvieron consecuencias. Las que se produjeron en contra del único gobierno español contra el que se sublevaron las “fuerzas vivas” de la Nación y sus héroes suelen pasar a un segundo término.

Howson ya empezó a intuir que las cosas no fueron como parecen en la perspectiva filofranquista, pero tampoco profundizó demasiado en el desbarajuste que se creó en las filas republicanas en materia de adquisición de armamento. La única vía posible fue por los canales del contrabando, del mercado negro y de las redes de influencia con agentes extranjeros de todo tipo y condición. Identificó muchas, pero le faltó documentación.

La República no entrevió otra alternativa, salvo la soviética (pero esta también se exagera), no en vano la guerra civil fue una “cruzada” contra los “sin Dios”. Ya lo proclamó la Santa Madre Iglesia Católica española. Quien no creyera en tal aseveración de carácter casi dogmático tampoco tuvo muchas posibilidades de publicarlo, al menos en España hasta que se eliminó la censura (no por la gracia del Señor, sino por una actuación política una vez agotado el “dulce” encanto de la dictadura).

Los “rojos”, supuestamente volcados en una revolución para el mes de agosto de 1936, esperaban sin duda una buena acogida a sus abyectos planes. De otra manera no se explica que no tomaran precauciones, creyendo sin duda que en el mundo exterior todo el monte era orégano. Por eso, quizá, desde el Gobierno, no lograron prevenir el golpe que estaba preparando un sector del Ejército con la ayudita de los monárquicos y carlistas (y la promesa contractualizada de la ayuda fascista, siempre escamoteada) y, en particular, tampoco pensaron en algunas cositas. Por ejemplo, en la conveniencia de prepararse a contrarrestar la profunda desafección de la inmensa mayoría del cuerpo diplomático y consular. En definitiva, los “rojos” fueron unos pobres diablos, que no tenían otras perspectivas que la localista y la necesidad de dar todos los “paseos” posibles a sus enemigos.

Esta desafección es un tema suficientemente conocido y al que, de forma modesta, servidor ha contribuido. En qué medida el conjunto de dichos funcionarios estaba minado por la conspiración no es fácil de determinar. Cuando se produjo el golpe de Estado se justificaron diciendo que no querían servir a un régimen “comunista”. Muy enterados y muy en consonancia con la retórica de la sublevación.

En consecuencia, el Gobierno de Madrid se quedó de pronto sin ojos y sin manos con que actuar en el exterior.  La primera llamada de atención se produjo en París. Mala cosa. Allí había estaTdo zascandileando el último embajador de la Monarquía, José María Quiñones de León, en contacto con los conspiradores monárquicos desde el principio (1931 y 1932). También allí estaba destinado como embajador uno de los traidores más quintaesenciados, Francisco José de Cárdenas. Tendría después una brillante carrera en Estados Unidos como agente oficioso y luego embajador. Terminó felizmente sus días de funcionario como director de la Escuela Diplomática. Igualmente en París estaban otros elementos de cuidado como su número dos, Cristóbal del Castillo, y el agregado militar, el futuro ministro del Ejército Antonio Barroso Sánchez-Guerra, que ya ha aparecido en este blog.

Tmpoco tuvo buen ojo el mal llamado gobierno del Frente Popular al escoger al embajador en Londres. Quizá por eso de que los dioses ciegan a quienes quieren (o merecen) perder. El escogido fue otro distinguido diplomático, Julio López Oliván, más sibilino. Ya al poco tiemp de llegar empezó a sabotear todo lo que pudo las órdenes de Madrid y despotricó en el Foreign Office contra el “régimen comunista” que se había instalado en España. El Gobierno republicano tardó en darse cuenta de su doble juego. Es cierto que lo sustituyó por uno de los mejores representantes que tenía a su alcance, el profesor Pablo de Azcárate, que dejó su cómodo puesto en la Sociedad de Naciones como secretario general adjunto para servir a su país. Londres era, naturalmente, un campo minado y cuando llegó, como fuente de aprovisionamientos de posibilidades iguales a cero.

Miguel I. Campos se concentra, pues, en las actuaciones de los embajadores nombrados por el Gobierno tras el golpe y, esencialmente, desde septiembre de 1936. No fueron muy afortunadas. En su libro una cara bastante más negativa que la habitual del que fue a París: Luis Araquistaín. Su papel en la historiografía se basa demasiado en sus papeles y, sobre todo, en sus memorias, que hay que tomar no con el clásico grano de sal sino con varias toneladas de dicho producto. Tampoco sale muy bien parado el profesor Fernando de los Ríos, nuevo embajador en Washington donde permaneció durante toda la guerra. Quizá hubiera sido muy adecuado en tiempos de paz. No lo fue en los que actuó.

De todos los nuevos nombramientos Campos destaca tres. El profesor Luis Jiménez de Asúa en Praga, el Dr. Marcelino Pascua (en Moscú primero y desde 1938 en París después) y el veterinario y exdiputado Félix Gordón Ordás en México. Las vicisitudes por las que atravesó Asúa darían para varias novelas. En el aprovisionamiento de armas y la búsqueda de vías para burlar la no intervención no fue muy afortunado. Sí lo fue a la hora de suministrar información política y político-militar. Campos amplía su aportación y también lo que ya se conocía de la gestión de Gordón Ordás. Esta la pone en paralelo con las aportaciones de la diplomacia mexicana en Europa, en particular desde París y de la mano de su representante, el coronel Adalberto de Tejeda. Aquí, la mano azteca se reveló insustituible cuando, después de numerosos desengaños con los líderes de lo que todavía no se conocía como “mundo libre”, los agentes republicanos se pasearon por Europa mendigando armas a precios de oro.

Con las embajadas desguazadas por quienes las servían, la República se vio privada de los contactos y del savoir-faire acumulados. Hubo, pues, que improvisar. Como también se improvisó en el montaje de un nuevo Ejército, una nueva policía, una nueva Administración. Los resultados fueron calamitosos en todas las dimensiones que no se observaban a primera vista.  

Lo que se hizo es sin duda explicable y Campos lo explica muy bien: improvisar. Improvisar con una característica muy especial. Sobre los traficantes y contrabandistas de armas cayó un pequeño ejército de “compradores”, enviados por los partidos, los sindicatos y las autoridades regionales, sin orden ni concierto y tan atentos a justificar sus viajes por Europa como, en ocasiones, a llenarse los bolsillos.

Se ha destacado el relativo colapso de la Administración central como fuente de barullo y se ha reconstruido el proceso de formación del nuevo Ejército Popular. Menos hincapié se ha hecho en el colapso de la presencia republicana en el exterior combinado con el efecto de la llegada de mensajeros de Cataluña, País Vasco, Asturias, Murcia y afiliaciones varias (CNT, PNV, ERC, etc.) que no tenían idea de lo que se necesitaba y de lo que no servía, se hacían la competencia entre sí, disparaban los precios al alza, se guardaban sabrosas tajadas cuando podían y no desdeñaban pegarse la buena vida a costa del erario público. Total, para muy poco.

Tampoco lo que quedaba de Administración central da la impresión que fue muy eficaz. Alguien tiene que asumir la responsabilidad, ante la Historia, por el desbarajuste creado. De la lectura del libro de Campos, y aunque él sea prudente, se desprenden dos líderes del PSOE: Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto. A ambos les une el intento de salvar sus responsabilidades endosándolas a otros en sus memorias o semi-memorias respectivamente.  Negrín es un caso especial. Su responsabilidad fue menor, pero como ministro de Hacienda y gestor del dinero público se limitó esencialmente a proveer de fondos a sus  compañeros de gabinete y a sentar las bases de una economía de guerra.

Lo que Negrín consiguió, aparte de cargar con las infamias filofranquistas de expedir el oro del Banco de España a Moscú (siempre han sido menos beligerantes en el enviado a París), fue liquidar una auténtica barbaridad política, administrativa y jurídica. Su responsable había sido el sucesor de Cárdenas como embajador en París.  La Société Européenne d´Études et d´Entreprises. No es que fuera hasta ahora desconocida. Empezando con Howson, casi todos los que nos hemos ocupado del tema hemos dicho algo sobre ella (con la notable excepción, probablemente querida, del general de División en el Ejército del Aire, ya fallecido, Jesús Salas Larrazábal).

Campos ha ido al fondo del asunto. Ha removido Roma con Santiago y desmenuzado la “brillante” idea del embajador Álvaro de Albornoz, eminente jurista, pero un lelo manifiesto fuera de los confines de la piel de toro. Aceptó nada menos que conceder el monopolio de aprovisionamientos de la República que se realizaran en Francia y otros países europeos. Como suena. Hizo millonarios a sus propietarios y a la turbamulta de gánsteres de mayor o de menor entidad que pulularon en torno a ella. Costó dios y ayuda zafarse de sus garras.

El autor es también implacable a la hora de poner al descubierto corruptelas en la medida en que son más o menos documentables. Destacan dos. El ministro de la Gobernación Ángel Galarza y el exministro de Hacienda, Gabriel Franco. No es que tampoco se salven las piezas de menor cuantía. Algunos de los casos son conocidos. Otros no. Campos llega hasta donde lo permite la evidencia documental.  Correspondió al dúo Negrín-Prieto poner un poco de orden tras el desbarajuste de los primeros diez meses de guerra. Nadie lo ha investigado a fondo todavía. Es una tarea (dolorosa y aburrida pero menos excitante) que queda por abordar. ¿Quién mejor que el propio Campos para hacerlo?

Desprendo una conclusión: la historia se escribe con documentos en la mayor medida posible o no se escribe. Si los que se manejan apuntan en una dirección hay que desbrozarla. Porque de no hacerlo, no se escribe historia. Se escribe otra cosa. Quizá muy necesaria, pero esta es otra cuestión. No en vano alguien dijo que “la verdad os hará libres” y la verdad no puede prescindir de lo documentable, contextualizable, analizable y criticable. No hay historia definitiva.

¿Mi consejo? Lean el libro de Miguel I. Campos y después juzguen por sí mismos. No se fíen de quienes no dan, en asuntos poco trabajados, referencias de archivo. E incluso, en algún caso, cuando las dan, porque también sirven para encubrir el gato con la piel de la liebre.

El aprovisionamiento de armas para la República (I)

1 marzo, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

Vengo repitiendo desde hace años que, en materia de historia, lo que la Universidad española produce nos está poniendo a la altura de otros países europeos. Tiene la singularidad de que, como no podía ocurrir de otra manera después de casi cuarenta años de dominación “nacional-católica” y con ribetes más o menos falangistoides, la obsesión por nuestro pasado relativamente reciente es dominante.

La República, la guerra civil y el franquismo han sido temas destacadísimos en la investigación universitaria. En particular el estudio de la represión que ocupa  una plaza de honor en ella. Es lo normal en los países europeos de nuestro entorno en los que su propia contemporaneidad suscita un interés especial. Nada impide, por cierto, que fuera de la universidad periodistas arriesgados y otros interesados aporten sus averiguaciones, aunque los buenos no sean demasiados en comparación con otras culturas. Desde luego, aquí, y en tales espacios, bienvenidos sean.

Sin embargo, yo me pregunto ¿quién se tira tres, cuatro, cinco años trabajando en archivos, yendo de un lado para, incluso viajando al extranjero, para producir una obra que cumpla los objetivos deseables en, por ejemplo, una tesis doctoral? En el bien entendido de que se presente en una sobre los comités revolucionarios madrileños (que los sublevados y la historiografía universidad normal y no en alguno de los numerosos chiringuitos que han surgido en los últimos veinte o treinta años en nuestro país.  

Hace pocas semanas me ocupé de una de esas tesis. Versó posterior denominaron habitualmente como “checas”).  Inevitable y sugerente para algunos especímenes de la literatura filofranquista. Estos no olvidarán, sin duda, que su mentor máximo, Ricardo de la Cierva, ya denunció en repetidas ocasiones una siniestra maniobra oculta de la KGB (no se rían, por favor); ocupar el mayor número de cátedras posibles de Historia contemporánea con comunistas o demás compañeros de viaje.

Hoy vuelvo al subproducto de otra tesis doctoral. Miguel I. Campos, que la aprobó hace años en la UCM con las más altas notas posibles, acaba de publicar una versión muy retocada de la misma bajo el título ARMAS PARA LA REPÚBLICA.

‘Armas para la República. Contrabando y corrupción, julio 1936 – mayo 1937’, de Miguel Í. Campos. Crítica, 2022.

Debo confesar, y confieso, que tengo interés en el tema. Al autor le despertó el interés por la guerra civil el añorado Julio Aróstegui y le conozco desde sus tiempos de postgrado en la UCM. Co-dirigí su tesis y me he mantenido a lo largo de los años al corriente de sus investigaciones.

El tema de la misma fue surgiendo de manera inductiva, impulsado por dos constataciones. La primera, que el libro de Gerald Howson, ARMAS PARA ESPAÑA, aparecido en 1998 y poco después en castellano, ya tocó el tema. Howson era muy amigo mío. Raras eran las veces que iba a Londres y no charlábamos. Fue un investigador minucioso, entregado, gran conocedor de temas aeronáuticos (nunca olvidó la batalla de Inglaterra que le tocó vivir de chaval).  Su trabajo representó un avance considerable sobre las rotundas afirmaciones del entonces teniente coronel Jesús Salas Larrazábal, que había publicado su primera obra poco antes de que muriera Franco y hecho un notable ejercicio en materia de bean-counting, más bien descontextualizado.

Howson no quedó contento con su obra porque sabía que le quedaba mucho por explorar. Y siguió con él, reconociendo (una verdad de Perogrullo) que NO HAY HISTORIA DEFINITIVA. En mi trilogía sobre la República en guerra (que tampoco lo es) me dediqué marginalmente al beancounting, la contabilidad de suministros, pero procuré insertarla en el cuadro general de la no intervención y de la movilización del oro del Banco de España, tema al que ya había dedicado dos libros (que no expandí porque también era consciente de que me faltaba documentación).  Aunque avancé bastante (algunos no aportaron nada nuevo, pero proclamaron sus tesis como si fueran extraídas de las sagradas escrituras) tampoco quedé satisfecho en varios temas. Entre ellos el del aprovisionamiento en armas fuera de la Unión Soviética de la época.

El caso es que Miguel I Campos se pasó varios años escudriñando los voluminosos fondos del Ministerio de Estado (que Howson no pudo consultar intensamente) y luego pasó a los franceses (que Salas Larrazábal ni olió).  Terminó examinando fondos mexicanos de los que poco se sabía.

Siguiendo un enfoque esencialmente inductivo puso su atención en los complicados vericuetos por los que hubieron de introducirse las autoridades republicanas, un tema sobre el que un historiador aficionado anarquista había despotricado contra los “despreciables” políticos que no eran de la CNT o de la FAI.

Personalmente aconsejé a Miguel I. Campos que dejara de lado el caso de la URSS. Lo hubiera distraído, creo, de la necesidad imperiosa de esclarecer en toda la medida posible cómo las democracias occidentales contribuyeron a “cargarse” al régimen republicano. Que a un gobierno reconocido internacionalmente le cerraran la puerta de sus arsenales para hacer frente a una insurrección de parte del propio Ejército podría ser, hasta cierto punto, comprensible. Pero que, encima, le impidieran también abastecerse de armas en el mercado internacional fue la segunda de las grandes puñaladas -y, en este caso, casi mortal- que asestaron a la República y de la que nunca pudo recuperarse.

Otro alumno mío, David Jorge, escribió su tesis doctoral sobre la política que flanqueó la no intervención: orillar, de mala manera, la puesta en funcionamiento de los mecanismos previstos en el tratado fundacional de la Sociedad de Naciones. Así despojaron a la República de toda posibilidad de recurso a la misma. Lo hicieron de manera más aguda, más retorcida, más consistente y más implacable que en el caso de la invasión italiana de Etiopía. Con lo cual se cargaron también a la propia organización, que no fueron solo los japoneses imperialistas, los nazis y los fascistas.

Siempre creí que los libros que salieran de ambas tesis tendrían la virtud, para cualquier lector mínimamente desprejuzgado, de ponerle de relieve cómo el gobierno legítimo de España se encontró de golpe y porrazo ante una situación imposible. LA REPÚBLICA TUVO PERDIDA LA GUERRA CASI DESDE EL PRIMER MOMENTO.

La gran aportación de Miguel I. Campos en ARMAS PARA LA REPÚBLICA estriba en describir y analizar con gran lujo de evidencias primarias relevantes de época, republicanas, francesas y mexicanas dos aspectos esenciales: el primero, cómo y de qué manera la situación creada por la no-intervención estranguló al gobierno español; el segundo, todos los mecanismos, buenos, regulares y penosos, que los republicanos utilizaron para sortearla durante el primer año de guerra.

Campos, naturalmente, se apoya en una multitud de literatura secundaria que le permite situar su aportación en coordenadas más amplias. Hasta dónde se me alcanza a ver, no ha dejado de lado ninguna obra conocida. Desde los autores franquistas, pasando por los anarquistas, hasta los pro-republicanos, el plantel de trabajos consultados es muy considerable. Está muy lejos de un nuevo ejercicio de bean-counting.

Se detiene, no sin atisbar un pelín lo que tenía que venir después, en el momento en el que se produjo el fundamental cambio de gobierno de mayo de 1937. Entonces Largo Caballero (presidente del Consejo y ministro de la Guerra) fue sustituido por Juan Negrín (esa persona sobre la cual un notable periodista de ABC ha volcado duros dicterios dejando al descubierto su profunda ignorancia y su carencia de probidad intelectual) y por Indalecio Prieto en una nueva cartera de Defensa Nacional.

Personalmente le aconsejé que, en su tesis, se detuviera en aquel momento. De lo contrario, y de proceder con similar atención al detalle para el período negrinista-prietista, la tesis hubiera resultado prácticamente impublicable.

Incluso en Francia, país donde los historiadores de pro que querían fundar su carrera universitaria sobre las tesis de un doctorado de Estado, terminaron por abolirse estas. Uno de mis amigos, el profesor Jean-Marc Delaunay, fue uno de los últimos en seguir el viejo sistema. Su tesis ocupó siete u ocho volúmenes. Formé parte del tribunal que la juzgó en la Sorbona y recuerdo que a los pocos meses le ofrecieron, directamente, una cátedra. Se había tirado otros tantos años escribiéndola.

A Gerald Howson le hubiera gustado, estoy seguro de ello, conocer el libro de Campos. Falleció en plena tarea de investigación para ampliar y poner al día su libro. Gracias a la amabilidad de Sir Paul Preston he estado ojeado los preparativos que había comenzado. Lo cual quiere decir que estoy complementando, a mi manera, el libro de Campos, pero en el ámbito que él se ha abstenido de abordar. En este año terminaré la labor y, como siempre en mi caso, con nueva EPRE. Ríe mejor quien ríe el último.

Lean ARMAS PARA LA REPÚBLICA. Luego juzguen y comparen. Supongo que a muchos de Vdes les pasará lo que a mí: hay que tirar a la papelera gran parte de la producción historiográfica pro o filofranquista. Lo cual no impide que sigan saliendo obras “deslumbrantes” para cierto público, como ha ocurrido con los camelos que han firmado algunos ilustres soldados que ya he comentado en este blog. En el ínterin, ojeen una de las primeras reacciones en

https://www.elespanol.com/el-cultural/historia/20220223/odisea-republica-conseguir-armas-franco-negocio-nazis/652184930_0.html

(continuará)

Redacto este post al día siguiente de la invasión rusa de Ucrania. Quizá abra un nuevo capítulo en el atormentado curso de la Historia.