UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (I)

23 marzo, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Cuando era joven licenciado estaba muy de moda una obra de Thomas Kuhn titulada La estructura de las revoluciones científicas. Se convirtió en una referencia obligada y era imposible no mencionarla. Recuerdo que años después me la “trabajé” para ver si podía extraer algunas ideas a la hora de elaborar el preceptivo trabajo sobre concepto, método, fuentes y programa de las oposiciones a cátedra de Universidad, siempre con la vista puesta en las “trincas” que pudieran hacer los rivales en el equivalente académico de las sangrientas corridas de toros. De vez en cuando me he preguntado si aquella noción de Kuhn era aplicable a la Historia, en el supuesto de que esta sea no solo una narrativa sino también un intento de explicar con pretensiones científicas por qué suceden los fenómenos que marcan la evolución de las sociedades en el tiempo. En su momento, la aplicación de la metodología marxista indudablemente conmovió los cimientos de la disciplina. Dudo de si su contrapartida, el estructuralismo de Lévi-Strauss, llegó a lograrlo aunque intentos no faltaron.

En los últimos años me he dedicado a abordar el origen de la guerra civil sin “chupar rueda” de lo que ya habían escrito muchos otros. Al contrario, he querido abrir brecha y destruir mitos, porque con mitos no se construye la historia (lema de este blog). He dedicado a tal tarea tres libros desde perspectivas ligadas a la acción y actuación de quienes la buscaron. La sociedad española en su conjunto no la quería ni se la encontró por azar. Para ello me he servido de la documentación, española y extranjera, que alumbra la actuación de los hombres (no hay apenas mujeres en el relato) que plantearon un conflicto armado como respuesta a los problemas, más o menos desgarradores, que atenazaban a la sociedad española y/o amenazaban el estatu quo económico, social y cultural de las élites tal y como había cristalizado en el largo período de la Restauración.

La dinámica que condujo a la guerra civil forma parte integrante, en mayor o menor medida, de todo relato historiográfico a esta dedicado. El último que conozco, en inglés, del año pasado, la despacha en cuatro o cinco páginas. ¿Dice algo nuevo? No. ¿Es correcto? Limitadamente. Se basa en literatura que no ha abierto brecha.

Sin negar, en modo alguno, el peso de los factores estructurales, de modificación difícil y que en general lleva tiempo, siempre pensé que incluso en circunstancias de crisis son los seres humanos quienes hacen, bien o mal, su propia historia. No la hacen como la quieren y sí en condiciones dadas, con resultados que pueden variar de sus intenciones. Ocurre con suma frecuencia. La interacción de los factores estructurales, las coyunturas y el haz de comportamientos colectivos e individuales ha dado origen a grandes debates y controversias apasionadas. Algo consustancial con el ser humano, ser histórico por excelencia. Los mejillones, es un decir, no tienen historia ni tampoco la hacen.

Quizá por formación y experiencia he tendido a priorizar comportamientos, sin por ello caer en -espero- excesos conductistas. Al fin y al cabo me inicié como historiador con un estudio empírico sobre los antecedentes de la intervención nazi en la guerra civil. Lo hice en Alemania cuando estaba muy influído por la cultura y la historiografía de dicho país, dividido en dos Estados opuestos entre sí. Como de estudiante había estado en Berlín y me había paseado por la Alemania oriental y los países de su entorno, huelga decir que conocía lo que en aquella parte del mundo se había publicado en idiomas que dominaba (es decir, no tuve acceso a la literatura escrita en los idiomas locales). Con francés, inglés, alemán e italiano procuré apañarme.

No fue fácil lidiar con el peso de una literatura ya  abundante. Según ciertos autores funcionó el azar, la casualidad. Para otros fue el resultado casi inexorable del funcionamiento del capitalismo monopolista de Estado alemán. Unos acentuaron lo coyuntural. Otros se refugieron en argumentos económicos (que ha hecho revivir algún autor hace pocos años). Yo me apañé acudiendo a las fuentes primarias. Desde entonces no he sentido ninguna necesidad de cambiar de enfoque, aunque sí he ido adaptándolo a las circunstancias y temas concretos.

La guerra civil tuvo, es la evidencia misma, un componente exterior y se generó y desarrolló en circunstancias internacionales muy tensas. Hacia 1975 la literatura estaba muy consolidada y no creo que mis colegas me echen a los perros si afirmo que las aportaciones españolas a la misma eran absolutamente insignificantes, por no decir inexistentes.

Bajo la dictadura franquista la presencia española en la historia que se escribía en el exterior solo la defendieron los exiliados.  En España, cuando echo un vistazo hacia atrás, solo encuentro a un nombre que aportara resultados procedentes de la investigación en archivos foráneos. Un diplomático: Fernando Schwartz. Espero que los amables lectores no crean que me adorno con plumas que no me corresponden si afirmo que fui el segundo.

Tampoco extrañará que me haya mantenido al corriente de los avances que en la historiografía española y extranjera han tenido lugar en los últimos, digamos, cuarenta años en lo que se refiere a los orígenes de la intervención alemana. En general, he ido haciéndome eco de los mismos. Sin embargo, la tesis que presenté en 1974 en mi primer libro, La Alemania nazi y el 18 de julio, no ha variado sustancialmente. He mejorado el conocimiento de las tentativas de los conspiradores civiles y militares antirrepublicanos por alcanzar algún tipo de compromiso previo con el Tercer Reich para allegar armas o promesas previas de ayuda. No he conseguido encontrar nada definitivo. Ni la misión Sanjurjo/Beigbeder generó resultados tangibles, ni las conexiones establecidas probablemente con algunos elementos del partido nazi los suscitaron. Sé que mis afirmaciones las rechazan algunos. Sin EPRE y con tergiversaciones de la que no lo es.

Por el contrario, en este blog me he hecho eco en repetidas ocasiones de los conductos, todavía no conocidos, a los que se refirió el teniente coronel Barroso, agregado militar a la embajada en París, cuando fue a ver a un borroso y acaudalado norteamericano que vivía en la Île de la Cité, casado con una dama de proclividades ultraderechistas y carlistas, para que se desplazara  a Berlín a revivirlos. El interesado prefirió ir a ver las operaciones en la sierra madrileña. No explicó por qué de forma convincente.

El historiador es tributario de sus fuentes. Muchos se basan en la literatura ya conocida (aunque quizá poco circulada) y construyen sus aportaciones bien en forma de “estados de la cuestión”, siempre oportunos y necesarios, o acentúan sus propias valoraciones que pueden diferir de las tendencias consagradas. Son actividades respetables. Es frecuente que las generaciones que se suceden olviden parte, o mucho, de lo que las anteriores han aportado.

En general, no he seguido en esa línea. Trabajar sobre lo ya conocido no me interesa. El enfoque al que me atenido es el de acentuar la importancia fundamental de las fuentes primarias. He pasado meses y meses buscándolas en más de media docena de países. El énfasis en las mismas permite identificar nuevas vetas, aflorar nuevas percepciones. La actividad científica es, por definición, revisionista. Cada generación escribe una historia.

¿Por qué cuento esto? Por dos razones. La primera es que a lo largo de mi actividad investigadora pasé de los orígenes a la guerra civil y al franquismo. Abordé el “oro de Moscú” en varias etapas (me absorbieron mucho tiempo) y también hice alguna que otra incursión en la formación de la política económica exterior y la política de seguridad, interna y externa, de la dictadura. En 1974-75 ya empecé a brujulear por algunos archivos militares y civiles españoles y continué haciéndolo, más intensamente, en el período 1976-79. Todo ello me descubrió un mundo poco trabajado: el funcionamiento de ciertos rodajes esenciales en la inserción española en la economía y en la escena internacional. Después, avatares profesionales de diversa índole me mantuvieron alejado de los archivos. Hasta que volví a ellos hace unos veinte años con la sana intención de seguir abriendo brecha, fuera de los senderos trillados.

(continuará)

HISTORIA, NOVELA Y LA CONSPIRACIÓN DEL 36: el caso de Queipo de Llano

16 marzo, 2021 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

Retomando una de las ideas que expuse en el post anterior y, con todos mis respetos a los admirables y numerosos novelistas que se han acercado a la conspiración que llevó a la guerra civil o a los orígenes de ésta, me gustaría reiterar que una cosa es escribir una novela y otra un libro de historia. La primera, aun si se atiene grosso modo a los hechos históricos, no está forzada en virtud de ningún principio deontológico a aceptar lo que haya habido detrás de los mismos, es decir, al movimiento interno que los llevó a existir. Los hechos son conocidos. Es difícil negarlos. Hubo una conspiración. Tuvo éxito. Hubo una guerra con muchas batallas y sinnúmero de encontronazos. A partir de ahí, el entrelazamiento de los movimientos internos puede hacerse de muy diversas maneras. El libro de historia, sin embargo, no es libre de plasmar lo que plazca a su autor. Tiene que explicarlos de forma tal que no violente la EPRE, al menos la conocida.

Voy a ejemplificar estas afirmaciones echando mano de un caso que he expuesto en mi libro EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. Se refiere al general de división Gonzalo Queipo de Llano, a la sazón inspector general de Carabineros. Dejo de lado mucho de lo que tan connotado general había sido hasta entonces, enero de 1936, e iba a ser después: el carnicero de Sevilla y, en gran medida de Andalucía; virrey de la zona sur, sicópata empedernido y borracho de sangre. Sus restos mortales reposan desde hace tiempo en La Macarena bajo el signo de la Cruz. Algo absolutamente incomprensible y totalmente irracional.

 © Ministerio de Defensa de España

En el mes indicado hizo un viaje a París, contando con las bendiciones del presidente del Consejo y de los ministros que tenían que autorizarlo directamente. Fueron los titulares de Hacienda (el cuerpo de Carabineros dependía de este Ministerio) y de Estado. Fue acompañado de su ayudante. Quería preguntar en París, y así lo dijo al embajador de España, acerca de unas importaciones sospechosas de café procedentes de la Somalia francesa. ¿Quién iba a negar el permiso a un general tan republicano? Sin embargo, en cuanto llegó se me plantean  interrogantes. No puedo olvidar que en una vida previa me tocó trabajar en una ocasión como agregado comercial en la embajada de Bonn.  En la de París, por supuesto, una de las más importantes para España, había una bien dotada Oficina Comercial. Su jefe, Vicente Taberna, era un hombre eficiente, tan eficiente que tras pasarse a los sublevados unos meses después siguió una carrera fulgurante. Hoy su nombre solo es conocido de los hiperespecialistas.  

Las gestiones que llevó a cabo la misión llegada de Madrid no las efectuó Queipo de Llano. Sorprendente. Las delegó en su ayudante a quien acompañó Taberna, que conocía bien los rodajes de la administración francesa. Ambos se dirigieron raudos cual centellas a plantear la cuestión en el ministerio correspondiente. Lo hicieron ante quien correspondía en el escalafón burocrático. Fue el jefe de sección que se ocupaba de España en el Ministerio de Comercio e Industria. Un punto de referencia inexcusable. Naturalmente, fueron bien acogidos (no había razón alguna para lo contrario) y tan distinguido funcionario los remitió al adecuado que era el jefe del servicio correspondiente en el Ministerio de Colonias. Este caballero les dio, encantado, todo tipo de explicaciones.

¿Resultado? En la Somalia francesa no se producía café. Lo que se exportaba procedía de Abisinia. No creía que ninguna colonia francesa encaminara café a Somalia de su  propia producción, porque el consumo de café en Francia era considerable (así que exportarían directamente a la metrópolis). Añadió que los franceses no estaban interesados en que en el comercio bilateral hispano-francés se reservaran a Francia contingentes de café para las importaciones desde Somalia. Este fue el resumen que Taberna hizo al embajador (hombre de derechas y monárquico de corazón: en julio le faltó tiempo para pasarse a los sublevados).

A tan extraña misión le dediqué no cuatro líneas sino varias páginas porque lo que me intrigó es que, para aclarar un asunto tan trivial, hubiera debido desplazarse a París el mismísimo inspector general de Carabineros. Y luego ni se molestó en ir a ver a ninguna autoridad francesa. Lógicamente, me hizo sospechar teniendo en cuenta que en toda conspiración, por muy de andar por casa que sea, se conspira.

Las posibilidades de explicación que manejé fueron varias (aunque probablemente hubo otras). Por ejemplo, el general Queipo de Llano pudo querer ir a hacer una o varias visitas a algún burdel de lujo (entre los parisinos había varios muy reputados); o encontrarse con alguna amiguita suya (en las memorias de Hidalgo de Cisneros se cuenta que se había encaprichado de una monada durante su temporal destierro en París antes de la llegada de la República); o a hablar con alguien de lo que desde hacía algún tiempo se tramaba en España. Al final, me incliné marginalmente en favor de esta última posibilidad porque “encajaba” en la lógica de los contactos entre los conspiradores del interior y los apoyos del exterior. Recalqué, sin embargo,  que se trataba de una mera especulación. Si en algún momento se encuentra documentación al respecto será posible resolver la cuestión o, al menos, avanzar en su solución.

Me atreví a pensar que la pamema de pedir autorizaciones de alto nivel para hacer un viaje oficial a París bajo un pretexto espurio podría indicar que Queipo de Llano le atribuía  importancia. Una escapada galante no la hubiese necesitado a menos que fuese de varios días, o algunas semanas, de duración. Sabemos que Mola iba a visitar a March a Biarritz desde Pamplona y no se ha encontrado constancia de que solicitase autorización alguna para desplazarse a Francia.

¿Con quién podría encontrarse Queipo de Llano en París? En principio, con el exembajador de la Monarquía, José María Quiñones de León, a quien recordaría de los primeros meses de 1931. Años después se había convertido en la cabeza de la conspiración monárquica en Francia. [De notar es, para aviso a novelistas, que el expediente personal de tan distinguido diplomático ha sido depurado concienzudamente]  O, quizá, incluso porque Queipo quisiera entrevistarse con el propio exrey, el destronado Alfonso XIII, que estaba lampando por recuperar el trono con la ayuda de sus fieles incrustados en la conspiración. O tal vez  el taimado general se desplazó de la ville lumière a otro lugar en busca de una mayor discreción. No lo sabemos y tampoco he encontrado ninguna prueba de nada. Por consiguiente, no seguí indagando.

Un novelista, en su caso, probablemente hubiese seguido la trama desenredando el ovillo como mejor hubiera pensado que iba a tener efecto en el ánimo de sus lectores. Y habría tenido toda la razón del mundo.

Si servidor hubiese querido escribir una (sin duda mala o malísima) novela hubiera podido dejar rienda suelta a mi imaginación. Inventarme episodios más o menos verosímiles en los que Queipo de Llano habría podido aparecer con el encargo del exrey de sublevarse contra las izquierdas, si llegaban al poder, y de extinguir a sangre y fuego a todos los comunistas, socialistas, anarcosindicalistas, librepensadores, republicanos y demás gente de mal vivir. ¿Por qué? Porque todos ellos habían complotado llevar a cabo, por las buenas o por las malas, la reforma agraria que en el primer bienio se había aprobado. Una urgencia, ya que el horrible Frente Popular había anunciado o iba a anunciar que la continuaría, tras el parón sufrido (gracias a Dios) durante los gobiernos de derechas.

Y a partir de aquí habría podido inventarme varios planes sobre cómo hacerlo. Por ejemplo, anticipando los comportamientos de que hizo gala el general Queipo de Llano tras la sublevación, y jugando más o menos hábilmente, con su viaje y contactos en París también hubiera podido añadir  a estos los derivados de experiencias devastadoras o traumáticas para su hombría en alguna maison close. O, en plan más serio, hubiera podido afirmar  que  Alfonso XIII le habría prometido el oro y el morol Contando con la futura restauración monárquica, esto habría inflamado el corazón del corajudo general.

Ninguna de tales “posibilidades” hubiese tenido que ver con el relato que suele hacer un historiador, aunque la eventual novela podría anunciarse como contenedora de las claves para comprender y explicar el papel de Queipo de Llano de sumo sacerdote de la orgía de sangre y fuego que se abatió sobre la Andalucía occidental y parte de Extremadura a partir de la segunda mitad de julio de 1936. Y, a lo mejor, con visos de verosimilitud, porque hay que tener muchas agallas como “historiador” para exculpar al “libertador” del Sur y a sus hombres de mano. No debemos olvidar a quienes lo han intentado. Sin demasiado éxito. Pero, como los amables lectores comprenderán, tales y otras especulaciones no tienen que ver con la historia,

Cito el caso del viaje “oficial” de Queipo de Llano a París como uno de los muchos temas que pueden servir de patrón para escribir otras novelas sobre la conspiración, que no careció de momentos y personajes curiosos. Pero, para el historiador, en la medida en que tales aspectos no puedan documentarse, han de quedar como figmentos de la imaginación de los autores, con independencia de su mayor o peor calidad literaria. En realidad, se trata de dos oficios diferentes y cuyos estándares de enjuiciamiento han de ser diferentes ambién.

Y ahora tengo que entonar un “mea culpa, mea maxima culpa”.  Al releer el texto impreso he detectado casos de erratas, pleonasmos y hasta la milagrosa desaparición de varias palabras que cambian completamente de sentido una referencia a Casas Viejas. Ni que decir tiene que lo había revisado en ordenador varias veces. Pero se me pasaron. Se corregirán en otra tirada, si la hubiere. En el formato e-book ya se ha hecho. Mil perdones.

En respuesta a un amable comentarista

10 marzo, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Ayer se publicó en EL PAIS en red un artículo con una entrevista que me hizo uno de sus periodistas, Manuel  Morales, en relación con el libro que hoy sale a la venta. Reproduzco el vínculo:

https://elpais.com/cultura/2021-03-09/los-errores-de-azana-que-facilitaron-el-golpe-del-36.html

La editorial me avisa de que en los pocos comentarios que había suscitado ayer había uno que era el siguiente:

Angel Viñas tiene 80 tacos? Pero si parece un chavalín…

A mí eso de «en los archivos de Roma vi» me suena raro… si tiene pruebas, debería reproducirlas. Zanjaría muchos debates sobre las causas de la Guerra.

El lector lo firma con el seudónimo de “HigoChumbo de la Mata”, indudablemente muy gracioso, pero indescifrable.

Le agradezco ante todo sus buenas palabras hacia mi foto. Es verdad que no aparento los años que tengo. Será porque he llevado una vida relativamente virtuosa y, en lo posible, sana. Además, la pandemia no me ha dejado mucho margen para incrementar la magnitud de mis pecados. También le agradezco la pregunta que me hace en la segunda parte de su comentario.

Como no sé responder en la misma web de EL PAIS, y no me imagino ni por asomo, que dicho periódico, al que agradezco la entrevista muy encarecidamente, vaya a darme espacio para ilustrar a “HigoChumbo”, me permito hacerlo (un día señalado como es hoy para el autor del libro) por medio de este comentario.

Cualquier historiador que se precie, y más si es académico y se expone a las críticas -o elogios- de sus colegas, suele dar sus referencias. Además, si publica un libro con la esperanza, que es la mía, de que lo lea el mayor número posible de personas, se preocupa de ponerlas de relieve.

El resultado de mis pesquisas en los archivos de Roma (Ministerios de Asuntos Exteriores y de Defensa -Ejército de Tierra y Aeronáutica- y Archivo Central del Estado) lo expuse en mi libro de 2019 ¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración. En este abordo el tema desde el ángulo complementario de por qué la República no la paró.

También indico en él las referencias (la evidencia primaria relevante de época) en que me baso. Cuando, en un momento, se me olvidó apuntarla, lo indico. En cualquier caso expongo el documento en que la encontré, a saber el expediente personal de un capitán de navío, agregado naval en la embajada en Roma, que figura en los archivos del Ministerio de Estado/Asuntos Exteriores que se hallan en el AGA. Cualquiera puede ir a ellos y verificar que no me inventé nada.

En ambos libros, en el 2019 y en este, he incorporado anexos (más gruesos en la presente ocasión) en los que he reproducido los documentos que me han parecido más importantes. En una segunda categoría, porque encajan con la narrativa, van en el texto mismo. En una tercera los comento, pero no los reproduzco por diversas razones (son largos, prefiero añadir mis observaciones al paso de la narrativa, intercalo cosas que no vienen en ellos, etc.).

De entre los centenares de documentos que he manejado dos son los más importantes: los contratos que Pedro Sainz Rodríguez firmó con los italianos el 1º de julio de 1936 sobre suministros de aviación y la minuta preparada por los funcionarios italianos de cara a la entrevista de Antonio Goicoechea con Mussolini en octubre de 1935. Los primeros los reproduje con todos sus anexos en un libro colectivo de 2013 y reimpreso el año pasado (Los mitos del 18 de julio) y sin los anexos en la historia de la conspiración. En el que hoy aparece no venía a cuento. Los republicanos no se enteraron de ellos.

En ambos casos he dado la referencia. Para los primeros cualquier hijo de vecino puede pasarse por la Fundación Universitaria Española, en la madrileña calle de Alcalá, casi enfrente de la estatua de Espartero a caballo. Allí encontrará la copia original. No hay que ir a Londres, París, Washington, Berlín, Roma o Moscú. Sin dichos contratos, la conspiración queda coja, pero la tesis la he reforzado en el último capítulo del libro que sale hoy. Pedir más a un humilde historiador es como pedírselo a la luna. Tal vez haya más evidencias, pero dejo a otros el honor de encontrarlas.

Para los segundos, hay que ir a Roma, a los archivos de La Farnesina, y consultar en la carpeta “Nominativi”, el expediente “Rivolta Spagnuola, Nominativi, Italiani e Spagnuoli”, en la busta 1109.  Naturalmente, puedo equivocarme. Ya lo cuenta la conocida locución latina  errare, humanum est (los lectores podrán aprender sobre la misma en  https://fr.wikipedia.org/wiki/Errare_humanum_est,_perseverare_diabolicum).

En la página 19 de mi nuevo libro no es difícil encontrar una explicación de mi norma de conducta: No existe historia definitiva. Porque si se trata de historia, no lo es por definición. Si es definitiva, no será historia. Es un principio heurístico al que siempre me he atenido. Y para quien se moleste, y probablemente habrá muchos a quienes el libro que hoy sale les moleste, les recuerdo la máxima de Oscar Wilde que lo preludia: Sarcasm is the lowest form of wit, but highest form of intelligence.

En el refranero castellano hay una expresión también muy apropiada: “quien se pica, ajos come”.

Hay que embaucar a jefes y oficiales

9 marzo, 2021 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Desde hace años vengo defendiendo una tesis muy precisa: la historiografía patria sobre la República y la guerra civil, tal y como se configuró durante la dictadura y cómo continúa perviviendo en algunos ámbitos castrenses y políticos de la actualidad, es esencialmente un caso de PROYECCIÓN: es decir, atribuye al adversario (o al enemigo, en la terminología de Carl Schmitt, siempre bienquisto de los intelectuales que hicieron pachas con los sublevados) comportamientos propios a la vez que los presenta como una aberración que era imprescindible estirpar. Llegué a tal conclusión hace varios años y me apresuré a indicarla en mi libro LA OTRA CARA DEL CAUDILLO, tras consultar con una médico siquietra de formación alemana y británica. Ciertamente, poco influenciada por las mores españolas.  Desde entonces, investigaciones posteriores no han hecho sino reforzarla. Claro que es posible que quizá ya no dé para más, pero lo cierto es que no he leído nada que me haya hecho cambiar de idea y eso que servidor, creyente firme en la inexistencia de las historias definitivas, está siempre dispuesto a modificar mi opinión, si se ofrece la EPRE adecuada.

Los lectores de este blog quizá recuerden una serie de posts que hace algunos años publiqué bajo el título general “Sobre las justificaciones primarias del 18 de julio”. Entonces me basé esencialmente en una crítica acerada de lo que se había publicado sobre la supuesta “necesidad” de la sublevación y en autores que todavía hoy no sé por qué continúan haciendo “autoridad”. B. Félix Maiz fue uno de ellos. Ciertas historias oficiales, como la primera no ya oficial sino oficialísima de los orígenes de la guerra civil publicada por el Servicio Histórico Militar en 1945, reforzaron tal idea: los marxistas -diabólicos- iban a levantarse en armas y lo más granado del Glorioso Ejército Españolhubo de prevenirlo para impedir que España poco menos que se convirtiera en una nueva República soviética. No de otro tenor lo argumentó el Dictamen que aquella luminaria jurídica del “nuevo Estado” que fue Serrano Suñer se esforzó en que escribiera una mezcla de intelectuales, políticos, funcionarios, conspiradores de 1936 y JURISTAS adictos. Hoy ya no suele citárselo abiertamente, pero la tesis continúa haciendo estragos. A pesar de que los historiadores más avispados de derechas hayan desviado la atención desde los malvados comunistas a otros no menos malvados, pero más acordes con las necesidades políticas e ideológicas del presente. En general, los socialistas de izquierda. Ya hemos visto cómo los gerifaltes del Excelentísimo Ayto de Madrid han procedido simultáneamente contra Francisco Largo Caballero y su “oponente”, Indalecio Prieto, mezclándolos en la misma salsa ideológica. Que no se diga que los ilustres concejales que apoyaron la moción de un desconocido militante de VOX se anduvieron con remilgos. ¡Al pozo, los dos!

En esta perspectiva, no me llevé una gran sorpresa al hojear los nada polvorientos legajos en que se conserva una probablemente pequeña porción de la propaganda sediciosa que se difundió dentro del Ejército durante el período 1934-1936. Fue captada por las vigilantes antenas de la Sección Servicio Especial (SSE), del Estado Mayor Central, que disponía de  redes muy tupidas en todas y cada una de las guarniciones ubicadas a lo largo y a lo ancho de la geografía patria. Resultó que lo que el Dictamen y el SHM habían escribieron después en páginas inmortalizadas ya para todos los tiempos respondía a la misma lógica que imperó en los años 1934 a 1936.  

A la oficialidad potencialmente levantisca, a sus jefes y a algunos de sus generales se les inundó con una lluvia completamente ridícula. Prevenía de todos los males posibles que se derivarían de una revolución roja inminente, impulsada desde Moscú. Algunas de estas estupideces refulgen todavía hoy en Internet. No es de extrañar. En 1965, lo he escrito muchas veces, el tan alabado canciller de la dictadura, Fernando María Castiella, no tuvo el menor inconveniente en prologar, con su pluma y con su autoridad, las memorias de uno de los periodistas y conspiradores de la época, Luis A. Bolín, corresponsal del venerable ABC en Londres y muñidor, por encargo del señor marqués de Luca de Tena, del famoso vuelo del Dragon Rapide.  Algunas de sus páginas, en las que Bolín se refirió a  las barcazas llenas de armas soviéticas que remontaban el Guadalquivir para distribuirlas a las hordas rojas de los pueblos vecinos, merecen el equivalente de un premio Nóbel de la sandez y una mención muy honorable en el libro de los disparates de Guinness. Que yo sepa, Bolín -que también había hecho de las suyas en torno a la leyenda divulgada por la dictadura sobre la destrucción de Gernika- nunca fue desautorizado. Antes al contrario.

Con todo, mentiría si ocultase que no me he llevado sorpresa tras sorpresa. Es lo que ocurre cuando se bucea sin respiración asistida en las profundidades de la EPRE. Siempre creí, por ejemplo, que la leyenda de un Béla Kun sanguinario (siempre con las atrocidades de la República roja en Hungría a sus espaldas) espoleando a las huestes comunistas en España había sido una invención del maestro Goebbels, sin duda uno de los agitadores, propagandistas y cuentistas más hábiles de todos los tiempos. La difundió aquel compendio de “trolas” y pre-trumpismos que distribuía la Wilhelmstrasse bajo el título de Deutsche diplomatisch-politische Korrespondenz a la prensa internacional.

¡Me equivoqué! Los supuestos viajes de Béla Kun a España hicieron tilín-tilín a varios periódicos, casi todos de derechas, por no decir de la derecha más cerril, y llevaron a algún servicio de inteligencia a preocuparse por sus devaneos. Gracias a Fernando Hernández Sánchez me enteré de que hasta el augusto MI5 (el servicio de contraespionaje británico) había creado un dossier sobre Béla Kun. Está disponible para el público como ejemplo de lo que puede dar una política durable de apertura de documentos sobre sus actividades durante los años treinta y cuarenta y que se dirigieron contra agentes soviéticos y nazis principalmente. (Siempre he dicho que los españoles deberíamos aprender algo de los rectores de la política archivística británica y poner a disposición de la Administración correspondiente los medios necesarios para sostenerla).

Pues bien, en dicho dossier se recogieron noticias no solo de la prensa británica y otras sino también alguna comunicación con los colegas franceses del correspondiente servicio. El resultado está un poco embarullado pero al final, ¿qué resulta? Pues que la idea nació en Cataluña y, probablemente, de alguno de los conspiradores más enfebrecidos del lugar. De allí se extendió a toda Europa y no valió que Béla Kun lo negase a través de la prensa francesa, afirmando que él no se había movido de Moscú. Todavía no hace tanto tiempo, distinguidos autores españoles de la derecha más rancia se hacían eco del subterfugio e incluso alguno le dio toda su bendición.

Sobre la utilización en tan preclara historiografía de fuentes tan sospechosas como Je suis partout o Action Française no me extenderé demasiado: los creadores de tales trumpismos avant la lettre pasaron en su  mayoría entusiasmados a la colaboración con el ocupante nazi en los años cuarenta, pero militares e historiadores españoles han seguido acudiendo a ellos. Que no se diga que los bulos no tienen larga vida. Banon y QAnon no han inventado nada. Simplemente han aplicado nuevas tecnologías y de la misma manera que hay idiotas que se las creen en USA también hay parecida gente que se las cree (o que hace que se las cree) en nuestro amable país.  No daré nombres.

Como no soy novelista tampoco he entrado a especular en lo que podría pasar por las cabezas de los inteligentes mandos de la SSE (en una época en que en el EMC tronaba el superglorificado general Francisco  Franco) al leer los opúsculos que se distribuían por los cuartos de banderas de las guarniciones de toda España. Cabe pensar en dos posibilidades: a) que se alegraran un montón; b) que no hicieran nada. No son incompatibles entre sí. En la primera alternativa, se sentirían llenos de alborozo. Al fin y al cabo Franco estaba abierto a todas las posibilidades. En la segunda, porque daría muestras de su proverbial sagacidad. Que se calentasen otros. Cuanto más, mejor.

También, si fuese novelista, especularía hasta qué punto habría estado enterado el entonces ministro de la Guerra y distinguido líder de la CEDA Don José María Gil Robles. ¿Sería posible que malvados militares izquierdistas evitaran que no se le tuviera al corriente de lo que circulaba por los cuarteles? Estaba rodeado de conspiradores de derechas, pero quizá la Masonería podría haberse infiltrado, insidiosa, entre sus fieles. La pluralidad de escenarios de novela barata que cabe diseñar es muy amplia.

Retengamos, pues, dos cosas: 1ª a los militares, temerosos del futuro de la PATRIA, se les suministraron dosis masivas de sopa boba y 2ª los jefes se callaron cuidadosamente dejando que el tiempo siguiera obrando su obra destructora. Malas cosas ambas pero, sobre todo, para la República. No, por supuesto, para quienes estaban decididos a ofrendar sus vidad (y las de los demás, preferentemente) para salvar a España.  

PS: Por cierto, mañana miércoles se pone a la venta mi último libro, EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. En el próximo post seguiré con la diferencia entre historia y novela.  

De nuevo, sobre la República

2 marzo, 2021 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

El pasado 1º de diciembre me despedí temporalmente de los lectores de este blog. Anuncié que no estaba en condiciones de mantenerlo cuando me caía encima un volumen de trabajo que no podía posponer. Tres meses más tarde lo reanudo. En este lapso de tiempo he hecho el índice onomástico y analítico del libro a punto de salir. Una tarea penosa y que no hay forma de delegar o subdelegar. Espero que sirva de orientación a los lectores. También he avanzado, hasta donde me ha sido posible hacerlo sin recurrir a material de archivo, con un futuro libro sobre capítulos oscuros de ciertas relaciones exteriores de la República en los años treinta. He tenido que pararlo porque para desentrañar algunos enigmas que aún subsisten necesito consultar nueva EPRE y, con las limitaciones que impone la pandemia, hoy por hoy es imposible hacerlo. Finalmente, he concluído de manera provisional otro trabajo que empecé hace algunos años, que dejé en reposo durante tiempo y que he llevado a una versión si no final, sí al menos para mí satisfactoria. Lo que queda es, según la editorial, darle la forma adecuada. Por vez primera en los últimos diez años, desde que me jubilé en la Universidad, me encuentro sin un proyecto definido. Tengo dos ideas, pero su realización no depende de mí. Depende de la EPRE necesaria y esa EPRE tampoco la tengo en mi poder.

Explico lo que antecede, hoy que es el día de mi cumple, con un fin determinado: que los amables lectores comprendan que no es por mero capricho por lo que en las próximas semanas me dedicaré a exponer los supuestos conceptuales que no explícita pero sí implícitamente han rodeado a lo largo del pasado año de pandemia la redacción del libro que ahora se publica. Como,  para mi desgracia, ya no soy un autor novel que no sabe cómo manejar la información, que se aturulla, que entra en senderos que luego abandona a medio camino, en EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA he sido consciente de que debía mantenerme dentro de los límites impuestos por la evidencia primaria de época que, antes de que golpease el maldito virus, había conseguido localizar. En un caso, casi un mes antes de que nos confinaran en Bélgica. Ya no pude regresar a los archivos en cuestión.

Mi preocupación ha sido, ante todo, no avanzar una pulgada que no esté cubierta por evidencia documental. Es decir, me he abstenido de, en lo posible, hacer elucubraciones vanas y de inventarme vínculos no corroborados. No hay un ápice inventado. A decir verdad, tampoco me he sentido tentado. Sobre la República se han escrito millares de libros. Es, probablemente, el período con mayor densidad bibliográfica de la historia de España, fuera de la guerra civil.

Además, todo el mundo (o casi todo el mundo) tiene una idea formada de ella. ¿Cómo contribuir, pues, a mejorar o a situar en coordenadas debidamente documentadas la respuesta a una pregunta fundamental? ¿Por qué los gobiernos de la primavera de 1936 no pararon el golpe que se avecinaba? En lo que yo he podido colegir, de pasada, unos y otros historiadores, desde posturas muy dispares, han dado una respuesta a tal cuestión pero, en general, con trazos bastante gruesos.

Inmodestia aparte, a mi me ha llevado casi seiscientas páginas (con anexos) dar una respuesta que sigo considerando provisional. Es verosímil que, si la documentación que he echado en falta, no ha desaparecido, algún día se encuentre. Y si tal es el caso, otra respuesta ulterior mostrará en qué medida mis conclusiones deben ser matizadas o, ¿por qué no?, descartadas. NO HAY HISTORIA DEFINITIVA.

Naturalmente podría argumentarse que, a la hora de intentar dar respuesta a cuestiones existenciales del ser o no ser, insistir en la carencia de documentación es un tanto absurda. Desearía discrepar de esta tesis.

La literatura apologética, proyectista, narcisista y blanquinegra, que el franquismo apoyó para explicar los orígenes de la guerra civil (y que no difiere en lo sustancial de las afirmaciones contenidas en el Dictamen sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936), ha dejado huellas permanentes, ha condicionado los términos de la discusión hasta la más rabiosa actualidad y sigue teniendo una influencia nefasta sobre grandes sectores de la sociedad española.

Un ejemplo: a lo largo de los últimos años la oposición al Gobierno actual ha puesto de moda su caracterización como “social-comunista”. Es una adjetivación meramente política, que sirve exclusivamente a los intereses de quienes la promueven. Claro que cabría argumentar que también representa un epifenómeno. En el sentido de que, por vía interpuesta, representantes del PCE se sientan hoy en el Consejo de Ministros. ¿Y qué?

¿Significa esto que el Consejo de Ministros vaya a ser impulsado en una dirección acorde con los principios que dominaron los regímenes comunistas? ¿Se han visto por ventura en el programa de gobierno? La respuesta a ambas preguntas es, pura y simplemente, un no rotundo. Un país europeo, integrado en la Unión Europea y en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, no puede desarrollar las bases institucionales y materiales para derivar hacia un sistema comunista. Es literalmente imposible. Uno de los pilares fundamentales característicos de los regímenes comunistas fue el monopolio estatal del comercio exterior y su utilización como arma para la reestructuración interna y el impulso para su industrialización y  mantenimiento del nivel alcanzado. Que me expliquen, por favor, cómo esto sería compatible con la UE.

Los lectores de mi libro quizá vean que la antedicha caracterización, exclusivamente política e ideológica, no es si no la aplicación a la situación actual del tipo más fuerte y duradero de ataques lanzados contra los gobiernos de la primavera de 1936: su inventada disposición a abrir las compuertas a un régimen comunista. ¿Podríamos entender tal caracterización como la emanación de una estrategia destinada a:

  • Subvertir el orden político y constitucional (¿cómo?)
  • Activar un aparato de agit-prop en las vías utilizadas por el franquismo para explicar la necesidad de una guerra civil (seguro)
  • Despertar la conciencia de unas masas derechistas supuestamente sensibles a los cantos de sirena patrioteros?

Innecesario es decir que el libro explicita tales coordenadas en su propio contexto. Pero ya era difícil argumentar, con documentos al apoyo, que en 1936 la posibilidad de una revolución comunista estaba en el próximo horizonte; también que otras fuerzas de izquierda (socialistas, anarcosindicalistas) coadyuvaban a su preparación; que la Patria estaba en peligro de desintegración inminente; que a la Iglesia Católica la amenazaba el fuego sagrado heredado de la revolución a la francesa y, por último, que uno de los objetivos de los dirigentes republicanos estribaba en triturar al Ejército, guardián de las esencias fundamentales de ESPAÑA.  A pesar de eso, fueron argumentos esgrimidos, salvando el factor religioso, que no he encontrado que desempeñara ningún papel.

Casi todos incidieron en las actividades subversivas, tal y como llegaron a conocimiento de los mecanismos de seguridad interior y exterior republicanos como manifestación de lo que fue una manipulación consciente de las Fuerzas Armadas para encaminarlas hacia la sublevación.

Pregunta: ¿será un reflejo de este martilleo ancestral el que ha llevado a unos militares, jubilados, a volver hace unos meses a las estupideces de antaño? Precisamente por el riesgo de caer en la tentación de escribir historia desde las preocupaciones del presente he hecho un esfuerzo, no sé si exitoso o no, para atenerme estrictamente a un análisis lo más pegado posible a la documentación primaria relevante de época. No sin pena, porque la tentación al berrinche ha estado presente desde el principio al fin. Espero no haber caído en ella.