Respondiendo a Vox sobre el mito del «Oro de Moscú»

29 septiembre, 2020 at 10:33 am

ÁNGEL VIÑAS

Este post interrumpe la serie que había comenzado a principios de este mes con la reanudación del curso académico y escolar, pero ya anuncié en el anterior que lo haría.

El 14 de septiembre de 1936 dio comienzo la evacuación de las reservas de oro y plata así como de billetes de curso legal de las cámaras acorazadas del Banco de España para su traslado a los polvorines de La Algameca en el puerto de Cartagena. De aquí la mayor parte del metal amarillo se transportó un mes más tarde en cuatro mercantes soviéticos a Odesa. Es la base del mítico “oro de Moscú”, una de las excusas, si no la más importante, que blandió la dictadura franquista para “explicar” la desastrosa situación de la que no salió la economía española durante los años cuarenta (añadió la segunda guerra mundial y, para colmo, el no menos mitificado “cerco internacional”).También sirvió para arrojar al más tenebroso pozo de la historia al régimen republicano y a sus dirigentes, primero y ante todo, a los comunistas y  socialistas. De los primeros ya no se habla mucho. De los segundos no se cesa.

En este año de desgracia pandémica VOX ha encontrado, por consiguiente, al principal “culpable”. Véase el twit que ha enviado a este blog un amable lector:

Si en el lapso de un día o dos ese twit se reprodujo 153.000 veces servidor no aspira a que unos cuantos posts que se ríe a carcajadas tengan tamaña difusión. Diré, en principio, que aducir que  milicianos socialistas, en plan de gánsteres armados de ametralladoras Thomson, hicieran un atraco al venerable establecimiento de la plaza de la Cibeles madrileña es un poco exagerado. Que se llevaran “más de 500 toneladas” no lo es menos.

También diré que, salvo por VOX y su aparato mediático, pocas son las voces que se han levantado para recordar y maldecir tal supuesta efemérides del 14 de septiembre. A mí ni se me había ocurrido pensar en la fecha, pero no puedo permanecer en silencio (“quien calla otorga”) ante la desfachatez de ese partido y de cierta prensa que se ha hecho eco de sus estupideces.

La realidad es muy diferente del supuesto “latrocinio”. La evacuación del oro respondió a una necesidad perentoria. Después de la caída de Irún y de Talavera de la Reina las tropas sublevadas habían conseguido dos cosas: la primera, cerrar la frontera con Francia; la segunda, acercarse peligrosamente a Madrid. Esto había ocurrido en poco más de mes y medio desde que estalló la planeada revuelta contra la República con, ¿debemos subrayarlo una vez más?, la ayuda de dos reconocidos  supergánsteres internacionales como fueron Mussolini (que ya venía ayudando a los conspiradores desde 1932) y de Hitler (que se decidió a la semana de producido el golpe).

La idea de poner a salvo las reservas había aflorado en el mes de agosto con los anarcosindicalistas como principales proponentes. Sus proyectos los rechazó el Gobierno Giral y la CNT/FAI no se atrevió, lógicamente, a hacerlo por su cuenta y riesgo.

Los historiadores de VOX no han dicho nada, que se sepa, acerca del “oro de París”. Tampoco lo dijo la dictadura que probablemente desean blanquear. Pero el hecho, que descubrió servidor en 1974/75 y publicó al año siguiente (el libro fue inmediatamente secuestrado), es que a los pocos días del golpe, el 21 de julio, el Gobierno Giral empezó a preparar la expedición y venta al Banco de Francia de pequeñas cantidades de oro para obtener divisas papel (francos, libras esterlinas, dólares norteamericanos). Se necesitaban para adquirir armamento en el extranjero. (Los sublevados no tuvieron problemas: fascistas y nazis, cogiditos de la mano, suministraron a crédito y los primeros aviones italianos contratados el 1º de julio de 1936 los pagó Juan March, siempre generoso).

Tampoco se les ha ocurrido a los propagandistas de VOX decir una palabra que los sublevados se enteraron inmediatamente de lo que pasaba con el mítico ORO. Hasta el despreciable general Cabanellas, jefecillo de la autodeclarada Junta de Defensa Nacional, puso el grito primero en el cielo escribiendo al gobernador del Banco central del país vecino el 3 de agosto oponiéndose de manera insolente a todas las operaciones que ordenara el Gobierno español (la JDN se consideraba ya como tal, aupada en hombros por el fervor popular, pero también por las bayonetas y un terror ciego). El 8 escribió también al ministro de Asuntos Exteriores francés (Yvan Delbos, antirepublicano de pro) y más tarde a través de la prensa francesa y por último ante el Banco de Pagos Internacionales de Basilea.

Para encontrar las cartas hay que leer, al menos, algún libro, pero si van al portal del BOE (que seguro conocen) y buscan en la serie histórica los boletines de la JDN el decreto de la misma de 14 de agosto comprobarán que los sublevados estaban bien enterados de lo que pasaba. Se declaró como “delito de traición el cometido con las exportaciones de oro del Banco de España”. Luego hubo otro del 25 que, prepotentemente, declaraba nulas las operaciones resultantes. A finales de setiembre, conocida ya la salida de Madrid, Cabanellas tuvo el tupé de apelar nada menos que a la Sociedad de Naciones. Al gobierno republicano (regalo esta perla a VOX para su futura propaganda) lo calificaba el general de la blanca barca como “el Soviet de Madrid” y cabeza de una “banda internacional”. ¿No es bonito? El lector ve que no es necesario acudir, de entrada, a Franco.

Naturalmente, ni en agosto ni en septiembre de 1936 ningún país civilizado, ayudara a la República o no, iba a considerar “legítima” a una banda de salteadores de uniforme que se arrogaban hablar en nombre del pueblo español, además de representantes de la Nación. Fascistas, nazis y salazaristas terminarían haciéndolo, pero todavía habría de pasar algún tiempo. No se les adelantaron ni siguieron muchos: solo un par de pequeñas repúblicas centroamericanas dirigidas, ¡cómo no!, por militares.

Pregunta a VOX: si los milicianos socialistas arramplaron con el 72 por ciento de las reservas metálicas del Banco de España, ¿adónde fue el 28 por ciento restante? ¿Lo rescató acaso el “Caudillo” a lo largo de sus cuarenta años de “magistratura”? ¿Se volatilizó en una atmósfera corrosiva que deshacía el metal amarillo como si fuera un disolvente venusiano? Misterio.

Pues no. No ocurrió nada de eso. Fue siempre una moda de los historiadores franquistas confundir al personal (quiero decir a sus lectores) la no recuperación del oro vendido al Banco de Francia con el oro remanente que quedó en el país vecino, a consecuencia de la devaluación del franco, del depósito que en sucursal del Banco emisor francés en Mont-de-Marsan la República hizo en 1931. Ese remanente pertenecía a España pero los tribunales franceses, siempre respetuosos con el honor de Marianne, hicieron todo lo posible por no retornarlo a los republicanos hasta que, ¡oh, milagro!, se reconoció a Franco en febrero de 1939 y poco más tarde se devolvió a este. Confundir churras con merinas es un artilugio muy querido de ciertos historiadores pero el oro de Mont-de-Marsan nunca fue el “oro de París”.

La salida del oro de Madrid fue una medida de prudencia. También salió de la capital el Gobierno republicano a principios de noviembre (algunos hablaron en la época de huida). Sin oro, no era posible mantener la resistencia. España apenas tenía divisas. Había acumulado oro amonedado (no como algunos autores norteamericanos o franceses dicen del tiempo de los aztecas) y sobre todo en lingotes y es cierto que, en términos de reservas metálicas, las españolas eran las cuartas del mundo (después de USA, Francia y Reino Unido, aunque excluyendo de la comparación las soviéticas). Así que el dilema era evidente (aunque tal vez no haya calado en los dirigentes de VOX): si caían en poder de los sublevados, adiós, bye-bye, a toda posibilidad de resistencia; si no caían, pero Madrid quedaba aislada o con comunicaciones cortadas, ¿cómo iban a utilizarse desde la Plaza de la Cibeles? Es muy verosímil que, de haber permanecido en la capital, Franco hubiese mostrado algo más de interés por tomarla a sangre fuego y no se hubiese demorado.

¿No saben los historiadores de dentro de VOX, si es que hay alguno, lo que hicieron varios países de cara al posterior conflicto europeo? Recordémoslo a ellos y también a los lectores. Por ejemplo, los franceses, que se suponía disponían del mejor ejército de la época (no era el caso del español),  empezaron en noviembre de 1939 (a los dos meses de estallar el conflicto) a enviar oro a Nueva York, Fort-de-France (capital de La Martinique) y Kayes (en la colonia que hoy es Mali). Los belgas enviaron las suyas a Francia (y cayeron en poder de los alemanes, ¡quelle douleur!, por lo cual les fueron restituidas después de la guerra gracias al oro depositado en Nueva York). Los expertos mencionarán otros ejemplos. Hay para toda una panoplia de gustos.

En definitiva, el Gobierno republicano fue prudente. Tuvo la autorización del presidente de la República merced a un decreto reservado (de la víspera) del presidente Azaña. En esto también se seguían precedentes. Las ventas de oro se legalizaron a posteriori, pero con la vista puesta en otras siguientes, por otro decreto de igual característica del 30 de agosto, es decir, bajo el Gobierno Giral. “En evitación de posibles alarmas en el interior y recelos en el exterior, interesa quede en suspenso su publicación hasta que el Gobierno lo considere oportuno”. Normal.

¿Piensan los propagandistas a sueldo de VOX que tales operaciones deberían haberse voceado por los mercadillos y pasado por las Cortes? Si es así serían un tanto ignorantes. Incluso el tan amado Caudillo se parapetó detrás de un artilugio fenomenal, su voluntad fue ley, trasunto aprovechado del Führerprinzip nazi para, entre otros resplandecientes actos, hacer legal sus apropiaciones de dineros que no le pertenecían ¿Han dicho algo al respecto? No me consta. Lo cual es sorprendente porque tal principio duró tanto como él en vida.

A mitad de septiembre las milicias socialistas (más comunistas, anarquistas, republicanas, etc) se dedicaban preferentemente a luchar como podían para contener a los sublevados. ¿Iban a hacerse cargo del traslado? En realidad todo apunta a que los del PSOE estuvieron en lugar secundario. El acondicionamiento de las cajas necesarias para el traslado se hizo por cuenta del Gobierno y con la vigilancia de números de los Carabineros (que dependían del Ministerio de Hacienda y se habían mostrado leales) mientras se entregaban a la labor los empleados correspondientes y, en particular, los miembros del sindicato de Banca y Bolsa. Hay varios testimonios al respecto. ¿No los conocen los expertos de VOX?

Finalmente, ¿qué tiene que ver esto con la “memoria histórica”? Nada. Lo que hay es historia. Documentada. Analizada. Expuesta al público (con toda modestia por un servidor en repetidas ocasiones pero ya desde 1976). Y sobre los 140 años de historia, en lo que se refiere a latrocinios, encomiendo encarecidamente a los panfletarios voxistas que empiecen a refutar, documentalmente, la extensa experiencia de depredación de las élites españolas durante la Restauración y la dictadura primorriverista, como ha efectuado hace pocos meses Paul Preston en su último libro.

Mientras  los trileros de VOX recargan pilas invito a los lectores que tengan la amabilidad de echar un vistazo a una antología de los ilustrados comentarios de quienes se han dejado embaucar por tan significado partido.

Aquí va una muestra:

https://twitter.com/hashtag/OroDeMosc%C3%BA?src=hashtag_click

(continuará)

Nuevo curso, nuevos libros (III)

22 septiembre, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Desearía en este post señalar algunos rasgos de otras de las contribuciones que figuran en el libro que estoy comentando sobre ciertos aspectos de la guerra civil. Los estrictamente militares están bien estudiados, aunque siempre quedarán retazos y NADIE sabe lo que habrá en los miles de legajos sobre operaciones y similares que en los archivos no se han desclasificado todavía o que, si se han desclasificado el año pasado gracias a la actual ministra de Defensa, que ha prometido continuar, todavía no se han cribado y analizado para incorporar sus contenidos a lo que vamos escribiendo los historiadores. Por lo demás, cabe esperar mucho de la futura Ley de Memoria Democrática cuando entre en vigor.

En el libro que comento optamos por un doble enfoque, con la vista puesta en el interés del lector potencial. En primer lugar, pedimos a uno de los grandes historiadores militares, discípulo, amigo y coautor con el tan añorado Gabriel Cardona, que nos planteara una visión de conjunto sobre las estrategias seguidas en la guerra. En segundo lugar, dado el interés que en la actualidad suscitan las milicias republicanas y, en general, las variantes culturales, los dos coeditores del libro adicionales, se brindaron a poner en conocimiento del lector los avances alcanzados en dos temas que están un tanto interrelacionados. En tercer lugar, solo los más enrabietados historiadores franquistas, que los hay, minusvalorarán la vertiente internacional de la guerra. Dos jóvenes autores explican los efectos de la no intervención, tanto por el lado político y diplomático como en materia de dificultades de suministro para la República, que fue la más afectada y otro pasa revista al papel de la Iglesia. El lector observará que no hemos invitado a nadie que diga algo sobre los suministros al bando franquista. Es un tema mejor conocido, aunque por supuesto todavía quedan cosas por decir.

Juan Carlos Losada parte de la constatación de la que fue gran y permanente diferencia entre los dos contendientes. Por un lado, el sublevado consiguió en tiempo récord la unidad de mando y la amalgama, más o menos forzada, de todas las fuerzas políticas e ideológicas. Manu militari, como estaba predeterminado. En la República, que no aspiraba ni a crear ni mucho menos a mantener un sistema dictatorial, la dispersión de la autoridad fue generalizada. De entrada, y en los primeros meses, cabría hablar incluso de una cierta atomización. Hans Magnus Enzensberger se refirió al período como el “corto verano de la anarquía”. Sin embargo, todavía hoy hay gente que va por el mundo hablando de las tendencias dictatoriales (bajo la égida comunista, para algunos) de los gobiernos de Largo Caballero y, como horror insuperable, más aún de Negrín. Naturalmente todo esto es una pamema, una construcción ideológica ad hoc, en consonancia con lo que se había repetido hasta la saciedad mientras se forjaba la conspiración.

Losada de gran importancia a las consecuencias de la división del Ejército. Lo hace desde un punto de vista cualitativo más que cuantitativo, tan querido de algunos autores porque no abordar a fondo la primera dimensión tranquiliza las conciencias y lleva a la conclusión, para algunos, de que, en el fondo, las fuerzas estaban más o menos igualadas. Las primeras semanas pusieron de manifiesto que tal no fue el caso. Se conoce el desgarro que se produjo en la oficialidad. Losada da ejemplos patéticos. El que a pesar de una cierta lentitud de las operaciones en cuestión de mes y medio ya cayeran Irún y Talavera en manos de los sublevados ilustró la posibilidad de que el Gobierno perdiese la guerra. La gran cuestión es si las columnas de Franco no hubieran podido ir más de prisa. Como es notorio, en sus supuestas memorias Queipo de Llano se quejó de la lentitud de Franco. Digo supuestas porque, como tendré ocasión de mostrar en un próximo libro hay un par de hechos documentables que son un tanto inconvenientes para la leyenda que el yacente en La Macarena se autocreó y que ha sido aceptada como autoridad por todo el mundo.

Tras el fracaso de Madrid (sugiero a los lectores que echen un vistazo a las memorias de Francisco Serrat Bonastre para tener una idea de las altas esperanzas y la desazón que la resistencia de la capital produjo entre los sublevados), la suerte de la guerra se inclinó en una sola dirección tras la desviación y el avance en el Norte. A partir de ahí Losada pone el énfasis, como servidor, sobre la oportunidad que Franco quiso voluntariamente perder para acabar con un rápido avance sobre Barcelona tras la caída de Lleida (es muy  divertido leer las mil y una tergiversaciones de los grandes historiadores militares franquistas) y subraya, aparte del cainismo intra-republicano, cómo los factores políticos ligados a la “necesidad” de una guerra lenta para Franco no permitieron una conclusión mucho más rápida.

Reconozco haber leído con cierta trepidación las aportaciones de mis dos coeditores. No sé mucho de los azares de la formación de milicias, ni en el lado republicano ni en el franquista, y los diversos vectores que sobre ellas incidieron. Sin embargo, para los interesados en historia social y cultural son dos contribuciones de importancia. En un lado se observa el impacto que el enfrentamiento no solo militar sino social tuvo sobre los contendientes (no es de extrañar: la guerra civil fue también una guerra de clases, concepto del que hoy numerosos historiadores abominan). Por otro, a pesar de todos los huecos de que la investigación todavía adolece, quedan claras las insuficiencias del mencionado impulso, insuficiencias que en el lado republicano se vieron afectadas por factores materiales tan pedrestres como la disparidad de armamento, carencias de elementos fundamentales (software para fusiles o ametralladoras o piezas de artillería) y, no en último término, problemas de disciplina que en el bando franquista se liquidaron sumariamente.

La propaganda cumplió su papel, pero en el lado republicano no fue suficiente. Es importante destacar la aseveración del profesor Jesús Martínez de que en 1936 no había dos bloques (algo que chocará a los creyentes en la teoría de las dos o tres Españas) sino que había que configurarlos y en esto la propaganda fue no solo eficaz sino absolutamente fundamental.

Tengo especial interés en destacar las aportaciones de dos jóvenes historiadores en cuyas respectivas tesis doctorales tuve algo que ver. Una de ellas ya está publicada (Inseguridad colectiva, Tirant lo Blanc, 2016, de David Jorge). La segunda, muy revisada, aparecerá en 2022 (uno de los impactos colaterales de la pandemia actual que no deja títere con cabeza) y es de Miguel I. Campos. El primero ha renovado en gran medida la visión de los efectos del vector internacional para explicar la derrota republicana, tras explorar minuciosamente las consecuencias del apartamiento de la Sociedad de Naciones para tratar de la “cuestión española”. Fue una política querida, mantenida y sostenida desde el principio hasta el final por las dos potencias occidentales con mayor peso en las decisiones de la única organización internacional cualificada para hacer frente a los casos de agresión contra uno de sus estados miembros. Ni el Reino Unido ni Francia salen bien parados. Tampoco fue España el primer caso en que ello acaecía. Le precedieron China y Abisinia, pero a la República española le cupo el triste honor de ser el primero de los países europeos en ser entregados a las fauces de los tigres fascistas (el símil no es mío, es de F. D. Roosevelt), algo que naturalmente la historiografía franquista ha tratado de velar en todo lo posible (¿hemos de recordar a Ricardo de la Cierva?).

Remedando a lo que ya dijo Howson hace muchos años, si no hubiera habido una política de no intervención, ¿cuánto tiempo hubiera necesitado la República para abastecerse en los arsenales nacionales de las democracias o en el mercado internacional?. La atención de los historiadores pro-franquistas se ha centrado (y elevado a la enésima potencia) en los suministros (aparentemente apabullantes) que los franceses hicieron a la República a pesar de haber proclamado la no intervención (en puridad fueron quienes la sugirieron). Pero una cosa es la propaganda y otra la dura realidad que se encuentra reflejada en donde debe ser: en los archivos franceses y en los republicanos. La aportación de Campos es solo un aperitivo de lo que nos contará en su obra.

Sobre el final del conflicto, Paul Preston, en una intervención por medio de videoconferencia, reflexionó acerca del ambiente de los últimos días marcados por la debacle militar, el agotamiento físico, político y sicológico de amplias capas de la población, pero como no podría ser de otra manera también por las acciones de los hombres. Se centra en el triángulo Negrín, Casado, Besteiro y sus condicionantes. Los dos últimos, todo hay que decirlo, no salen bien parados. ¿Hubo alguna otra posibilidad? La respuesta es no, pero la cuestión siempre fue cómo gestionar la marcha imparable hacia la derrota. Casado, Besteiro, las fuerzas militares anarquistas comandadas por Cipriano Mera y, para colmo, la bochornosa huída de la Armada bajo el mando del almirante Miguel Buiza, llevaron a la peor situación posible e imaginable. La guerra empezó con una traición y terminó con otra de signo opuesto. Todavía hay algunos que tratan de rescatar a los protagonistas que hicieron posible esta última.

El profesor Rodríguez Lago cambia de tercio. Su contribución es un estado de la cuestión de lo que los historiadores han ido diciendo, y desdiciendo, sobre el papel de la SMIC y la “Cruzada”. Es uno de los grandes expertos en el estudio del vector religioso en la guerra civil y no me atrevo a resumir su aportación. La apertura de los archivos de la Iglesia (muy reducida en lo que se refiere a los de las diócesis españolas: ¡por algo será!) ha permitido realizar avances considerables en los últimos años. El desafío estriba no solo en encontrar nuevos documentos (aunque por fortuna ya se dispone de sólidas colecciones) sino en cruzar unos con otros y reinterpretarlos una vez despejada la hojarasca que recubre las interpretaciones dominantes y que bajo el pontificado de San Juan Pablo II (canonizado por vía ultra-rápida a los nueve años de su fallecimiento) se convirtieron en una apisonadora. ¡No en vano hubo tantos mártires en la supuesta Cruzada!

(continuará alternativamente con lo que señalo en el AVISO)

AVISO: Interrumpiré esta serie en los próximos posts porque un amable lector me ha sugerido que escriba algo sobre el “oro de Moscú” Como encima ha tenido la amabilidad de subir un twit que identifica como emisario a VOX, lo haré con el mayor gusto. Yo no suelo criticar a partidos políticos que, al fin y al cabo, son votados por un sector de la población, pero en este caso lo haré. No creo que tenga mucho éxito pero si sirve para que a los responsables de los temas de historia en VOX se les caiga la cara de vergüenza (si es que tienen alguna) el esfuerzo no habrá sido en vano. No espero que contesten, pero si lo hacen, podremos reirnos todavía más. Añadiré también algunas de las reflexiones que me inspiran las recientes declaraciones del señor presidente de la FNFF en el diario EL PAIS (16 de septiembre de 2020) y que ya he subido a Twitter y a mi página de FB.

Nuevo curso, nuevos libros (II)

15 septiembre, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Muchos libros resultantes de coloquios o congresos suelen ser bastante heterogéneos. Esto no es una crítica. Salvo que el acto esté conceptualmente muy circunscrito -lo que ocurre con frecuencia- y se trate de un tema muy acotable y acotado, los intervenientes que se decidan a participar en él lo hacen desde sus especialidades, sus preocupaciones o las investigaciones que más les han interesado. El libro que comento ahora en estos posts en modo alguno se ha escapado a esas contradicciones. La guerra civil española, hoy, no es susceptible de ser categorizada bajo un lema unitario. Quizá pudo hacerse en los años franquistas. Hoy es imposible. La variedad de enfoques, temas, perspectivas analíticas y campos del conocimiento que engloba ha derrumbado aquellas viejas ilusiones. Sin embargo, en el libro publicado por Marcial Pons se ha hecho un esfuerzo por situar los criterios elegidos para sus capítulos bajo un mismo, aunque ancho, paraguas.

La solución ha estribado en dividirlo en cinco partes. Los dos primeros capítulos (de Matilde Eiroa, Alberto Reig) contienen reflexiones generales, pero complementarias, sobre el conflicto. La segunda parte engloba el resultado de análisis recientes sobre sus antecedentes (Ricardo Robledo, Eduardo González Calleja, servidor, Francisco Alía Miranda). La tercera se refiere a aspectos militares o con ellos relacionados (Juan Carlos Losada, Juan Andrés Blanco, Jesús M. Martínez, Paul Preston). La cuarta evoca aspectos internacionales (David Jorge, Miguel I. Campos, José Ramón Rodríguez Lago, Daniela Aronica) y la quinta aspectos múltiples de la represión en la guerra y la posguerra (Gutmaro Gómez Bravo, Francisco Espinosa, Enrique Berzal de la Rosa, Cándido Ruiz González y Eduardo Martín González, Julio Prada Rodríguez). Quedan descolgados un pelín tres capítulos que representan aportaciones sobre temas o muy nuevos (Carlos Píriz, Miriam Saqqa Carazo) o tan importantes que no pueden dejarse de lado bajo ningún concepto (José Luis Martín Ramos).

Desearía empezar por estos tres últimos. Sobre la Quinta Columna se ha escrito mucho. Raras veces con precisión y acopio documentales. Carlos Píriz se ha dedicado durante cuatro años a la tarea de descifrarla. Puedo afirmarlo con cierto énfasis porque en julio del año pasado me tocó presidir el tribunal de tesis doctoral en la Universidad de Salamanca que le dio sobresaliente por unanimidad (y que luego ganó el premio extraordinario del doctorado). El segundo examinador externo fue el profesor Morten Heiberg, catedrático de la Universidad de Copenhague y miembro de la Real Academia de Dinamarca, que había tocado el tema en un libro sobre los servicios secretos de Franco en la guerra civil, escrito a dos bandas con otro historiador español, Manuel Ros Agudo (a quien se deben importantes aportaciones sobre Franco en la segunda guerra mundial, no en vano fue el primer investigador en entrar en los entonces algo más que sacrosantos archivos del Alto Estado Mayor en los que a mí no se me permitió el acceso cuando lo necesitaba).

He de confesar que, para servidor, la tesis de Carlos Píriz fue toda una revelación. Lo que yo sabía de la quinta columna no pasaba de lo que recordaba tras haber leído los cuatro o cinco libros fundamentales sobre el tema, dos de los cuales datan de los años inmediatos de la posguerra, y las aportaciones de un “espiólogo” catalán ya fallecido.  La tesis abrió de par en par una ventana que, historiográficamente hablando, estaba casi cerrada (salvo por el libro de Heiberg/Ros). Espero que muy pronto se publique aunque sea en versión abreviada porque un tocho de casi 800 páginas con centenares de notas al pie y referencias documentales muy nutridas (como debe ser) no es una obra que se lleve para leer en la cama. Piríz ha dejado con doscientos palmos de narices a los aficionados que tanto y tan mal han escrito sobre el tema y no hablemos, por supuesto, de los historiadores franquistas. Como corresponde.

Miriam Saqqa ha hollado, para mí, terreno nuevo (pero con esto solo pongo al descubierto mi ignorancia). Su trabajo versa sobre las exhumaciones de los “caídos por Dios y por España” realizadas después de la guerra. Un tema un tanto fuerte, pero muy revelador sobre las concepciones que dominaban en la mente de los vencedores. Se ha basado en un material inédito pero tomado de ese universo que es la Causa General, no el adelanto publicado en los años cuarenta por el entonces esperpéntico ministro de “Justicia” (entre comillas) y reproducido hace unos años con uno o dos prólogos historiográficamente penosos por una editorial de color que no deseo comentar. De todo tiene que haber en la Viña del Señor. El “management of bodies” (la gestión de los cuerpos) entra así por la puerta grande en la  historia de la guerra civil.

En cuanto al tercer capítulo, del profesor José Luis Martín Ramos, no puedo sino exaltar su enfoque. Abordar (tras haber escrito dos gruesos tomos en catalán y un resumen actualizado en castellano en editorial CRÍTICA y que me hizo el honor de querer que prologase)  las fracturas políticas y sociales en Cataluña durante la guerra y, después de esta, la aparición del franquismo catalán en su variedad y destino diferenciados, así como la “descatalinzación” propulsada por el régimen es un auténtico desafío para recoger el cual hay pocos historiadores más cualificados. No deseo en modo alguno desvelar aquí los resultados.

Otros capítulos cumplen muy bien su cometido a la hora de dar a conocer al público en general aspectos territoriales de la represión que, bien por la abundantísima literatura que sobre ellos existe o porque la que ha ido generándose en los últimos veinte años ha tenido una proyección territorial limitada, no han alcanzado la difusión que merecen a escala global. En el primer aspecto, rompiendo el principio de que los árboles no dejan ver el bosque, Francisco Espinosa, uno de los más relevantes y más conocidos especialistas, aborda las peculiares características españolas a la hora de enfrentarse con el, sin duda, más turbio, más duro, más sangriento y más debatido tema de la represión sobre dos de las regiones más castigadas en la guerra civil. Lo manifiesta de nuevo sobre su reflexión  en torno a una multitud de monografías que han ido desmontando sistemáticamente las leyendas ocultadoras y tergiversadoras de los vencedores y, todo hay que decirlo, del silencio en que rodearon durante la transición y después. El caso andaluz (la región más ensangrentada) está, sin embargo, bien estudiado y las responsabilidades de Queipo de Llano, todavía enterrado en La Macarena debido a su abombada condición de antiguo cofrade).  La investigación en Extremadura tiene otra historia.  Leer sus resúmenes es desesperar, aunque quizá para menos en el futuro si llega a materializarse el volantazo que se anuncia con la futura ley de Memoria Democrática, a punto de aprobarla el Gobierno.

En el segundo aspecto nunca será suficiente dar a conocer los progresos hechos en la materia en regiones como Castilla la Vieja y León en donde, en puridad, NO HUBO GUERRA. Es decir, no se produjeros avances y retrocesos, ocupación del territorio frente a un enemigo armado, muy poco estructurado ciertamente, pero en la que los militares y civiles sublevados, borrachos de ideología y de venganza, sometieron amplias zonas geográficas en las que nunca tuvieron que enfrentarse ni a milicias improvisadas y desorganizadas ni a contingentes militares regulares. Elegir Castilla la Vieja y León era obligado, dado que el congreso se celebró en Zamora y los desparramados artículos y libros que de ella se han ocupado no han tenido la repercusión que merecen.

La represión no fue solo de muerte, asesinatos, juicios sumarísimos y desapariciones. También tuvo un importantísimo componente económico. A algunos fueron a parar los millones y millones de pesetas obtenidos por medio de una presión multimodal que expolió vilmente a quienes no se sumaron a la sublevación y se opusieron a ella o que fueron simplemente de izquierdas, masones, no católicos, republicanos, liberales, socialistas, comunistas, librepensadores, es decir, por definición la “Anti-España”. Un terreno difícil por carencias documentales, mala sistematización de datos, ocultaciones sin cuento. El profesor Julio Prada, a quien personalmente debo preciosas informaciones sobre el mundillo del gran conspirador que fue José Calvo Sotelo, lleva años avanzando en ese terreno que no cuenta con el reconocimiento que merece, aunque obviamente hay ya una literatura que ha emergido durante los últimos años que no es modo alguno desdeñable. De aquí el título de su trabajo sobre lo que ya se sabe de esta dimensión tan importante para los vencedores (empezando, todo hay que decirlo, por su Dux máximo).

Finalmente, pero no en último lugar porque en realidad es quien abre la parte relativa a la represión, el libro cuenta con la aportación del profesor Gutmaro Gómez Bravo, que se ha distinguido por la visión que puede arrojar sobre este tema alguien que no ha vivido los años del franquismo y que, como representante de esa generación que está llamada a tomar las riendas, si es que no lo ha hecho ya, de las nuevas formas de ver la guerra civil, se ha hecho un nombre por esfuerzo y derecho propios.

Insisto en que en esta obra hemos querido reunir a representantes de varias generacions porque, por el paso ineluctable del tiempo, es a las más jóvenes a las que corresponde ya tomar la antorcha. No de otra manera se portó Julio Aróstegui al acoger en su cátedra de la Universidad Complutense a varios de los nombres que aparecen en este libro.  En lo que a mi respecta jamás le agradeceré bastante su apoyo (con el del profesor Antonio Niño) para que volviera a la UCM y precisamente a la Facultad de Geografía e Historia.

(continuará)

A desinformar, que es lo bueno

14 septiembre, 2020 at 5:17 pm

VUELVE EL SEMPITERNO TEMA DEL “ORO DE MOSCÚ”

Pongo en conocimiento de los amables lectores la siguiente noticia, de la que no quito y a la que no pongo ni una coma:

“Hoy se cumplen 84 años del mayor atraco de la historia de la humanidad. ¡Como suena!. Sucedió en Madrid y aún así es desconocido en sus verdaderas dimensiones por lamayor parte de los españoles. Imagínate la de estudios, novelas históricas, películas, obras de teatro,  nada porque lo perpetraron gentes que tienen patente de corso aquí, allí y allá.

Veamos. En la madrugada del 14 de septiembre de 1936 un grupo de cerrajeros, sindicalistas y pistoleros de la motorizada (la guardia personal del líder del PSOE que menos de dos meses antes habían asesinado a Calvo Sotelo) asaltaron el Banco de España que estaba donde ahora, en la plaza de Cibeles. Los enviaba el ministro de Hacienda del PSOE, Juan Negrín. El gobierno lo presidía Francisco Largo Caballero, también del PSOE.

Arramplaron con la que era la cuarta reserva de oro del planeta. El cajero mayor se suicidó de un disparo en su despacho, abrumado por semejante expolio. El presidente Azaña no fue informado y tampoco las Cortes, lo que despeja cualquier duda: no fue, en absoluto, una operación digamos económico-política sino un atraco monstruoso.

El 25 de octubre los buques soviéticos Kine, Kursk, Neva y Volgoles zarparon de Cartagena con el oro, cientos y cientos de tenoleadas, una de las 3 mayores reservas mundiales de oro, rumbo a Odesa y donde Stalin se quedó con todo.

Posteriormente le siguió el asalto a las cajas de seguridad de los bancos de Madrid.

Los mandarines de la memoria histórica callan.

Pero es evidene que todo lo malo que hace la izquierda en este país no tiene importancia o carece de difusión necesaria. COMPARTE Y DIFUNDE!!. Esto también es MEMORIA HISTÓRICA”. 

[Se añaden tres banderas españolas y tres dedos pulgares en alto].

Pásalo todo lo que puedas ahora se puede de 5 en 5.

Este panfleto me ha llegado al móvil el sábado 12 el mensaje que, como se verá, no tiene ni padre, ni madre, ni perrito que les ladre. No es necesario ser un analista aventajado para comprender que los ignorantes que lo han circulado están encamados, como no podría ser de otra manera, en la derecha más asilvestrada.

Lo único que es cierto, en cuanto a hechos, de tamaño bodrio son cuatro:

  • El oro salió efectivamente de Cartagena
  • El presidente del Consejo era Largo Caballero y el ministro de Hacienda Negrín y ambos eran del PSOE. No es un descubrimiento.
  • Se forzaron las cajas de los establecimientos bancarios por razones que más adelante se expusieron, de forma un tanto sibilina, en la Gaceta de Madrid.

Dicen los expertos que la mejor mentira es la que contiene un grano de verdad. Esta contiene cuatro, con lo cual se potencia el mensaje. En todo lo demás, aparte de la interpretación, los supuestos hechos contienen errores de bulto. Incluso hasta en el nombre de dos de los barcos, ¡que ya es! Naturalmente falta cualquier tipo de contextualización. No se trata de atacar sino de atacar de la manera más burda posible y al alcance de gente que no tiene ni la más remota idea del tema.

Los autores de este grotesco mensaje ligan el suicidio del cajero del Banco de España con la salida del oro. SON UNOS IGNORANTES CENTUPLICADOS. Dicho señor se llamaba Tomás Sanz quien se suicidó en noviembre, dos meses después. Dejó escrito las razones. No se encontraba ya con resistencia física ni salud para continuar la intensa y penosa labor que llevaba realizando desde hacía cuatro meses. No podía abandonar su puesto. No tenía sustituto. Faltaba personal. Los servicios funcionaban con dificultad. Y entonces decidió cortar por lo sano.

Y, después de dar a conocer excepcionalmente en mi blog la anterior sarta de estupideces, pregunto a los imbéciles que la han circulado: Si fue así, como dicen, un expolio gigantesco, único en la HISTORIA,

  • ¿qué hizo el glorioso, el inmarcesible, el inmortal general Franco en cuarenta años de poder omnímodo para deshacer tal supuesto entuerto porque la OID (Oficina de Información Diplomática) en diciembre de 1956 anunció ciertas medidas que, naturalmente, se quedaron en el más denso de los olvidos?. Quizá algún partido o grupo de ciudadanos que estén detrás del bodrio que comento podrían hacer luz, tan indignados como se muestran.

Es más,

  • ¿qué hicieron los Gobiernos del PP que, sin duda, habrán conocido los hechos como fueron y no como cuenta la mente enfebrecida de los autores de dicho bodrio que se autoenvuelven, villanamente, en los colores de la bandera nacional?

¡Ah! Misterio. Quizá quienes estén detrás del bodrio en cuestión podrán explicarlo a través de las redes sociales aunque fuese refugiados en el más oscuro anonimato. También podrían aprovechar la ocasión para explicar el profundo misterio que envuelve el origen de la fortunita que se apañó el general Franco mientras sus soldados morían en los frentes de batalla o se desangraban en los hospitales de campaña. Tengo la sospecha de que muchos españoles se lo agradeceríamos. Ciertamente servidor.

ANGEL VIÑAS

14 DE SEPTIEMBRE DE 2020

Nuevo curso, nuevos libros (I)

14 septiembre, 2020 at 5:10 pm

Empieza este curso con presagios sombríos. Al menos, así me parece. Quizá porque vivo en un país que lleva más de un año sin gobierno efectivo y en el cual la pandemia puede desbordarse.  Como también en España. En ambos, la vida económica, laboral, social, cultural y política ha sido afectada de forma contundente. Se ha abonado el terreno para los más negros análisis y/o los más abyectos  negacionismos. Pero la vida sigue. En el terreno en el que en estos años siempre me he movido, que es el de la historia y de la literatura que trata de desentrañar el pasado más o menos parcialmente haré referencia en este y en los próximos posts a algunas de las obras que me han llegado en el verano y citaré  las que me parecen más dignas de mención. Las he ojeado el mes pasado, a la vez que me he dedicado a leer novelas o a escucharlas en versión audiolibro mientras hacía mis ejercicios regulares en bicicleta estática. No ha sido un mes para deambular por las calles, sentarse en una terraza, ir a nuevos restaurantes o estar de charleta con los amigos. Sí para ir por senderos solitarios en los bosques y campos del sur de Bruselas. Empezaré por la obra que conozco mejor.

Acaba de ponerse a la venta el libro (530 páginas) en el que la primavera pasada sus tres coeditores trabajamos afanosamente para conseguir que estuviera impreso antes del comienzo del verano. Gracias a los desvelos de la editorial y, sobre todo, de la persona que se encargó de todos los preparativos técnicos, Mariana Salvador, quedó listo a mitad de junio. Mal momento para darlo a conocer al público. Mejor esperar a la rentrée.

En este blog me he hecho eco en varias ocasiones del simposio que, para recordar el LXXX aniversario del final de la guerra civil (al menos en su parte bélica), tuvo lugar en Zamora en mayo de 2019. Nos reunimos más de una veintena de historiadores de tres o cuatro generaciones. Se presentaron ponencias sobre los más variados temas. De reflexión, de anuncio de nuevas investigaciones, de síntesis y reinterpretación de otras.

En ese año del aniversario no hubo muchos congresos con vocación de dar a conocer las ponencias que en ellos se presentasen. La Universidad Rovira i Virgili se había adelantado en 2018 con una selección de las discutidas el año anterior por una amplia serie de historiadores españoles y extranjeros de tal suerte que la recopilación, coordinada por los profesores Alberto Reig Tapia y José Sánchez Cervelló, coincidió, exactamente con el aniversario mismo.

En este último, y que recuerde, solo hubo otro que se celebró en la Universidad Francisco de Vitoria, en noviembre gracias a los denodados esfuerzos del profesor Javier Cervera. Los resultados están aún por publicar. En ambos casos, sin embargo, las ponencias orales se colgaron en la red y allí pueden consultarse.

Creo que las tres obras muestran varias cosas. La primera, que la investigación sobre la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, sigue viva. La segunda, que el interés de los historiadores y de una parte del público no ha decaído. La tercera, que entre dichos historiadores el abanico de edades se ha ampliado desde los por desgracia más que jubilados (como quien estas líneas escribe) hasta los salidos de las aulas pocos años antes. Unos y otros, con ropajes diferentes, con trayectorias y ambiciones distintas, con metodologías y enfoques plurales, aportan sus granitos de arena a la historiografía y en la que no falta tampoco la aportación extranjera.

A la vista de tal número de ponencias, en ocasiones dispares, cabría afirmar que la historiografía en progreso va por un lado y que los debates políticos o periodísticos que nos azotan se encuentran en un universo que prácticamente poco tiene que ver con él. Releer hoy algunas de las intervenciones en los debates de la sesión de investidura de comienzos de este año es un ejercicio que recomiendo vivamente (están colgados en la red, como es lógico). Hay políticos en ejercicio que no saben nada, no han aprendido nada y no quieren separarse de los dogmas de un pasado que muchos creíamos superado.  

El libro al que hoy aludo recoge todas las ponencias presentadas al congreso de Zamora, salvo dos. En un caso, por deseo del autor. En otro, por un despiste lamentable. Si hubiera una segunda edición, algo que en mi modesta opinión sería deseable, trataríamos de incorporar el que se nos olvidó. Sé que es un fallo imperdonable, pero ya  se han presentado las más sinceras disculpas a la autora. Nadie es infalible.

Lo hemos coeditado, cogiditos de la mano, los profesores Juan Andrés Blanco, Jesús M. Martinez y servidor. Los tres, amigos del siempre añorado Julio Aróstegui que nos dejó al poco de salir su espectacular biografía de Largo Caballero (que periodistas, escritores y políticos de medio pelo insisten en ignorar).

En el libro que año y medio después se ha puesto a la venta los capítulos tienen un enfoque distintivo. A nadie se le oculta que a lo largo de los últimos años ciertos medios de comunicación han devuelto a la palestra pública temas que, bien o menos bien, los historiadores habíamos encauzado. Ahora se los quiere desencauzar. La pugna política hace extraños compañeros de cama.

Luces sobre un pasado deformado (Marcial Pons)

Por ello el título del libro, LUCES SOBRE UN PASADO DEFORMADO, conjuga dos ideas: por un lado la vocación del historiador de alumbrar cada vez mejor lo ocurrido y, por otro, la deformación de que esto es objeto. El pasado, en efecto, no puede cambiarse pero sí pueden cambiarse las interpretaciones que del mismo se hagan. Los historiadores, con su bagaje de conocimientos, habilidad y sentimientos se esfuerzan, al menos, en descubrir o reinterpretar las facetas  de un pasado insondable y someter a contrastación y crítica intersubjetivas la forma y manera en que esas facetas se insertan, o no, en las ortodoxias dominantes. Es un tejer y destejer continuos. Una historia de nunca acabar.

El libro en cuestión se ha colocado bajo una larga referencia no a un historiador sino a un novelista, Javier Marías. Reproduzco una parte:

“Si yo fuera historiador, viviría desesperado, porque la labor de estos jamás había caído tanto en saco roto. El historiador investiga y se documenta, dedica años al estudio, cuenta honradamente lo que averigua (bueno, los que son honrados, porque también proliferan los deshonestos a sueldo de políticos sin escrúpulos, los que mienten a conciencia), matiza y sitúa los hechos en su contexto. Nada de esto sirve para la mayoría. Tienen mucha más difusión y eficacia unos cuantos tuits falaces y simplistas, y lo más grave es que casi todo el mundo se achanta ante los aluviones de falsedades…”

(Lo  hemos tomado de un artículo suyo, “Nos complace esta ficción”, El País semanal, 2 de diciembre de 2018, que nos pasó un amigo mío).

A veces, claro, no se trata de tuits, sino de artículos e incluso de libros, en los que se cita mal, se manipula el pasado, se insertan unos cuantos insultos y se lanzan despropósitos a vuela pluma. En este blog ya me he hecho eco de algunos de los temas favoritos de la desinformación: una República “sovietizada”, una guerra civil entre las luces vencedoras y las tinieblas de los vencidos, (el Ángel y la Bestia pemanescos en versión algo edulcorada), el renacer de una España gloriosa bajo la clarividente dirección del “Caudillo” por antonomasia y blablá.

Los coeditores de este libro somos conscientes, claro, de que la sociedad española no es la única en las que se dan cita bulos, estereotipos y fake news, un inefable concepto que tan famosa hizo a una rubia colaboradora del presidente Trump (hace pocos días  ha dejado de la Casa Blanca para dedicarse al cuidado de sus hijos, una tarea mucha más digna). La sociedad española es una de las pocas en Europa occidental que utiliza tales instrumentos como arma política arrojadiza para deformar el pasado y que los ha elevado al rango de una fake history desde instancias mediáticas y políticas.  

Contra esa fake history que a veces se crea ante nuestros atónitos ojos (el episodio de la reciente Convención republicana en Estados Unidos es verosímil que quede como un ejemplo difícil de superar), no hay más remedio que volver al pasado con una perspectiva crítica. Trump será un producto de la sociedad norteamericana, pero nosotros hemos sufrido ejemplos, teñidos de sangre, de la creación de historias “alternativas” de tipo orwelliano: “quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”. (Sería deseable que tan famosa cita pudiera desgranarse en el futuro en términos de pretéritos perfectos)

En el próximo post haré comentarios más precisos sobre el libro en cuestión, publicado por Marcial Pons, Madrid, en su colección Historia.

(continuará)