La Cóndor deja de ser el “bombero” de Franco
Ángel Viñas
En los posts anteriores he hecho hincapié en el papel táctico de la Cóndor. El apoyo a las fuerzas de tierra, el bombardeo de posiciones republicanas, el dog fighting con la aviación soviética etc, no eran acciones en las que la Legión pudiera desplegar su fuerza al completo. De nuevo la destrucción de su documentación no permite colmar todas las lagunas. Tenemos que movernos por indicios. Eso sí, son suficientes para derrumbar otro de los grandes mitos franquistas: el genial estratega que según dicen fue Franco decidió por fin el 21 de marzo llevar la guerra al Norte y cursó las órdenes oportunas a la Cóndor.
El profesor Joseba Agirreazkuenaga presentó en el reciente simposio sobre el bombardeo de Gernika un plano fotográfico alemán de Bilbao en el que se reseñaban toda una serie de objetivos militares. Lleva como fecha la del 20 de diciembre de 1936. Se compuso cuidadosamente gracias a numerosas fotografías aéreas. Sobre su significación puede debatirse. Como señala dicho autor, después de estudiar detenidamente la prensa de la época, “las autoridades limitaron la información sobre el impacto de los bombardeos y los muertos, en particular después del del 4 de enero, para impedir nuevos asaltos a la cárceles y para que no afectara a la moral de la población”. Este bombardeo es muy conocido pues causó una reacción de venganza que condujo, según Carmelo Landa Montenegro, al asesinato de 225 personas encarceladas en varios lugares. Una reacción, por lo demás, única.
Es posible que hubiese una relación entre las consecuencias y las órdenes de Franco de dos días más tarde sobre el no bombardeo de ciudades, salvo autorización previa. No lo sé, pero para mi argumentación no es relevante.
Lo que sí es relevante es otro aspecto: el interés por actuar en el Norte al filo del cambio de año. Si fue solamente alemán, quizá Franco -obsesionado por Madrid- les llamase la atención. Si fue un interés conjunto pudo haber otras motivaciones. En ambos casos una conclusión se impone: en la medida en que lo que más necesitaba era que la Cóndor actuase de apagafuegos, Franco no dejaba rienda suelta a sus aliados. Tampoco cabe concluir necesariamente que Franco dedicara una especial atención al frente Norte a finales de 1936, como señala Muñoz Bolaños en una obra todavía muy calentita (p. 134).
Lo que está fuera de toda duda es que algunos nazis sí habían empezado a pensar en una ofensiva en la zona norte a principios de enero. El mapa aludido no es un suficiente indicio. Schüler-Springorum (p. 186 de su libro en alemán de 2010) indica que en el informe de un militar del Tercer Reich que visitó España figuraban como posibles objetivos en el Norte: “fábricas de armas y de municiones, instalaciones portuaria, depósitos de víveres y eventualmente ataques terroristas para apoyar negociaciones”. Las itálicas son mías y probablemente significan que por parte de algunos alemanes se las tenía en mente (tras la experiencia de los bombardeos de Madrid) para aflojar la moral de la resistencia vasca. El general Salas, escribiendo años después de Schüler-Springorum, todavía no se había enterado. Muñoz Bolaños (pp. 134s), por su lado, transforma erróneamente dicho informe en supuestas prioridades de Sperrle para la actuación en Vizcaya. Pues no. No está firmado por el general en jefe de la Cóndor y sí por un militar que visitó España.
Más interesante es que Salas recuperase un proyecto de operaciones de Mola fechado el 26 de enero y un boceto de plan firmado, antes del 9 de febrero, por el general jefe de la 6ª división para actuar en el Norte. Ahora bien, tan ensalzado autor en ningún momento menciona (como tampoco lo ha hecho ningún historiador pro-franquista que servidor conozca) que en el diseño de la campaña del Norte la contribución nazi fue muy importante y, probablemente, decisiva. También a Salas se le olvidó señalar que tales documentos ya los había reproducido Martínez Bande en su monografía sobre la guerra en Vizcaya y que los había caracterizado, con razón, de “idea primitiva para la invasión” de lo que quedaba de Euzkadi.
¿Por qué aportaron los militares nazis su savoir faire a una redeficinión estratégica? Tradicionalmente se ha indicado que los alemanes tenían sumo interés en hacerse con el control de la minería del hierro de Vizcaya. Este era una materia prima que, como las piritas, el Tercer Reich deseaba ardientemente para su rearme. Yo mismo he escrito algún artículo al respecto. Fue una condición necesaria pero no suficiente.
La documentación alemana hace pensar que también tuvieron un papel otras razones de tipo estratégico, militar y sicológico. Entre las primeras, la posibilidad de utilizar la Legión Cóndor en bloque, que era para lo que se había creado, a manera de puño de hierro que horadase las defensas republicanas. Desde el punto de vista militar para conseguir la superioridad material con respecto al adversario, eludiendo nuevas confrontaciones en un frente bien defendido como era el central. Finalmente, en una perspectiva de agrietamiento de la moral enemiga para compensar dos circunstancias negativas: el Jarama no había sido una victoria clara y Guadalajara fue la derrota táctica de un ejército, el italiano, aliado al español.
Sperrle nunca pensó que la ofensiva en el Norte condujera a la rápida conclusión de la guerra, pero sí que favorecería “la recuperación del prestigio de las armas nacionales” y que, tarde o temprano, determinaría el resultado en el Centro. Esto nos parece bastante más realista, con independencia de que está inscrito en la reconstrucción alemana de la campaña. En cualquier caso, no cabe descartar motivos adicionales que aquí no interesan.
Desgraciadamente no sabemos las razones de la inicial reticencia de Franco. Se afirma en general que estaba obsesionado con la captura de Madrid. Que lo había estado parece indudable, pero servidor ha argumentado que hacia febrero de 1937 se había dado cuenta de que a él lo que le interesaba era una guerra larga manteniendo a la par su casi inmaculado prestigio de general invicto. Este es un tema que requeriría un tratamiento pormenorizado. Este no es el lugar.
El hecho es que Sperrle y von Richthofen, amén de Mola y otros generales franquistas, unieron fuerzas y consiguieron que Franco diera, efectivamente, la luz verde a la ofensiva en el Norte el 20 de marzo. Ya Klaus Maier indicó que lo que el Generalísimo aceptó fueron las propuestas alemanas y de sus propios militares. Ergo, no se habían establecido de forma puramente endógena (hispánica) y operando los mílites franquistas en el vacío sin relación con la Cóndor. Sería, por lo demás, algo totalmente impensable dado que se habían acostumbrado a acudir a ella para cualquier cosa. No en vano Ries y Ring, poco sospechosos de “anti-condorismo”, calificaron la actuación de la Legión en el período anterior como la propia de unos “bomberos” (Feuerwehr) de Franco. Por contraposición, en la futura campaña los planes de Sperrle eran que la Cóndor actuase tal y como se había previsto en el documento 113. Ni que decir tiene que con el beneplácito de Berlín.
El 24 de marzo von Richthofen se puso en marcha para discutir aceleradamente los detalles de la futura cooperación. Se multiplicaron las reuniones en Vitoria y Burgos. Naturalmente hubo un toma y daca. No en vano las culturas militares diferían. Las posibilidades de acción también. Por parte franquista participaron, amén de varios jefes y oficiales que no merece la pena detallar, los generales Kindelán, López Pinto y Solchaga y, como peón de brega, el coronel Juan Vigón. Este sería el hombre clave de la coordinación nazi-franquista.
Sobre el comienzo de la ofensiva ninguno sabía todavía nada, porque Franco se había reservado la determinación de la fecha. Para algo era el supreme commander. Lo que rápidamente quedó en claro es que, como ya señaló Maier, las fuerzas de tierra franquistas deseaban tener la máxima coordinación con la aviación. Los mandos subalternos españoles no eran particularmente tontos y comprendían, a nivel operativo, que sin los aviones nazi-fascistas el avance de la infantería se vería dificultado de manera considerable.
Cualquier historiador mínimamente competente puede acudir a la documentación alemana relevante en busca de mayores detalles. No es necesario que se desplace a Friburgo. No. Está depositada en copia en el Centro de Documentación sobre el bombardeo de Gernika en la villa foral. ¿Cuántos gacetilleros franquistas se han dado por allí un garbeo?
De lo que antecede, expuesto con toda brevedad, es prácticamente imposible no extraer dos conclusiones: la primera es la primacía absoluta de Franco y a cuyas decisiones se subordinó Sperrle, en cumplimiento de las instrucciones plasmadas en el documento 113. La segunda es que, de cara a la próxima campaña, españoles y alemanes empezaron a montar los pilares para una estrecha coordinación táctica y operativa y con participación algo más que directa de generales y jefes del Ejército del Norte. ¿Debemos suponer que Franco no se enteraba?
Salas, negacionista de la responsabilidad del mando franquista en la catástrofe de Gernika, se vio incluso obligado a reconocer, de forma indirecta, la primacía de Franco en la relación con los alemanes. Por ejemplo, al señalar que en enero se había negado a la supuesta petición de Sperrle de bombardear Bilbao en represalia por la ejecución de un aviador alemán derribado. Se trata de una información para la que no da fuente, salvo que se trata de un detalle que le transmitió verbalmente un amigo suyo que tampoco identifica, pero el episodio en sí es muy conocido. [Que Salas pida que le crean sur parole es el colmo]. O al indicar que fue el “mando nacional” el que decidió (sic) concentrar en los aeródromos de Burgos y Vitoria el grueso de la Cóndor. Si lo decidió, es obvio que los alemanes siguieron sus órdenes.
La ofensiva en Vizcaya dio comienzo, como es sobradamente conocido, el 31 de marzo de 1937. Le precedió una orden general de operaciones que Vigón firmó dos días antes, el 29, en nombre de Mola. En ella se incluyó un apartado muy sobrio: “El general en jefe de las fuerzas aéreas dispondrá la forma de cooperación durante la preparación y asalto a las posiciones”. ¿Y quién era el “general en jefe”? Alfredo Kindelán, receptor de la orden para su cumplimiento. Pero…
Muñoz Bolaños ha hecho mucho hincapié en que “Kindelán no iba a determinar los objetivos aéreos de la campaña” (p. 144). Esta es una afirmación que va, lo quiera dicho autor o no, en el mismo sentido que una de las tesis principales de Salas: fue la Legión Cóndor la que actuó en operaciones aéreas como “autoridad suprema” en el Norte. A mi me parece, sin embargo, que no fue así y que ambos autores han desarrollado una argumentación basada en conocimiento imperfecto. Probarlo exige un tratamiento específico. Es, en efecto, un punto central. A decir verdad, el central para dilucidar la cuestión de las responsabilidades en la destrucción de Gernika.