Lo que ya decía Franco sobre «El oro de Moscú» (III) – Una información para Vox y sus terminales mediáticas

27 octubre, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Es axiomático que una copia no vale, por lo común, tanto como el original. Este principio encuentra plena validez en las pálidas estulticias que ha desparramado por las redes el nuevo partido que quiere ir el primero en la cabalgata de la SUPER derecha española, dejando detrás y arrinconado al inolvidable notario Blas Piñar. Hoy he dedicado mi tiempo en ver en el ordenador la segunda parte del debate de investidura. Ciertamente, lo ha dejado atrás. Lo que no sé es  por qué VOX se fijó el mes pasado en el traslado a Cartagena del famoso oro del Banco de España, como si se hubiera tratado de un latrocinio ya no del Gobierno de la para él execrable República sino del PSOE.  Es posible que aprendieran del general Franco. Aquí me limitaré a exponer unas cuantas de las muy numerosas declaraciones del invicto Caudillo a lo largo de la guerra civil y de la postguerra.

SEJE hizo del “oro de Moscú” un arma muy poderosa en términos de propaganda y de lavado de cerebros para explicar unas cuantas ideas primarias: la más importante fue que los republicanos fueron unos ladrones; la segunda, que el “robo” del oro había privado a su España  de los recursos que necesitaba para promover el desarrollo económico de “su” país; la tercera, que, a pesar de todos los obstáculos que los malvados socialistas y comunistas habían interpuesto, él había derrotado tan ignominiosos propósitos con la fuerza de su acrisolada voluntad. Ergo, los españoles todos, pero en particular la derecha, deberían estarle eternamente agradecidos. (En este breve resumen confío no traicionar su pensamiento). Para ello dejó por el camino algunas perlas que brindo a los amables lectores, pero también a los genios publicísticos que idearon la campaña de VOX para que, si pueden, la completen y continúen repercutiéndola. Aniversarios no faltarán.

Franco empezó su matraca ya durante la guerra. Así, por ejemplo, en junio de 1937 proclamó:

“Al ver que aquí, en el solar de origen, se destruía todo lo que fundaron con esfuerzo nuestros mayores y con la material destrucción de las ciudades la ley civil quedaba hollada por los suelos, y todo era desorden y anarquía, el ejército español, sacando heroicos arrestos, desnudó su espada, y ya antes de que concluya esta guerra, al apurar las últimas etapas del triunfo, hemos plantado el árbol de la justicia para el pueblo; para un pueblo que, pese a las costosas necesidades bélicas, sin el oro robado y dilapidado por el enemigo, tiene abundancia de pan y exactitud de justicia, porque el Estado en armas vela por él”

No cabe duda de que la tortuosa dicción es del propio general. Que el pan abundara en la zona franquista no era de extrañar, dado que desde el primer momento las grandes extensiones cerealícolas habian caído bajo el yugo de los sublevados, que inmediatamente hicieron sentir su mortal abrazo sobre una población cautiva. Obsérvese la referencia al pan y a la justicia, uno de los lemas de la inolvidable Falange prostrada ante Franco. Era muy oportuna ya que el discursito que la contiene estuvo dirigido a las huestes falangistas en Argentina.

En unas declaraciones del mes siguiente al enviado especial de United Press, Franco le contó su versión favorita de la fábula de la lechera:

“ Lo mismo desde el punto de vista económico que desde el militar, España se basta a sí misma para continuar la guerra con sus recursos (…) Los billetes nuevos se hallan garantizados por el oro recogido por suscripción, que cada día se amontona en las cajas de los bancos (….) y por el oro rojo que, a no dudarlo, será repatriado en breve”.

¿Ayuda nazi? ¿Ayuda fascista? ¿Ayuda de bancos y empresas anglo-norteamericanos? Rien de rien. He subrayado lo de la repatriación, dado que se convertiría en una de las fábulas de la dictadura.  Franco estaba perfectamente enterado de que el oro se había exportado al extranjero pero ya, en 1937, daba entender que los receptores, amablemente, se lo devolverían. Así fue pero se refería a otro oro: al remanente de un depósito hecho en 1931 por Indalecio Prieto en la sucursal del Banco de Francia en Mont-de-Marsan. Y ahora ha llegado VOX y ultrajado su recuerdo.

Eso sí, de puertas adentro, el mismo mes de julio, el invicto Caudillo declaró al siempre servicial ABC sevillano:

“Contamos con la propaganda de los representantes diplomáticos que han sido en Madrid testigos de los crímenes y atrocidades realizados por los que muchos llaman todavía gubernamentales. Lo malo es que nos conocen los gobiernos, pero no los países, porque los rojos han derramado a manos llenas el oro robado al Estado y a los particulares para hacer por toda Europa una intensa propaganda de infamias y calumnias contra nosotros”.

Claro, ¡cómo no! Mientras tanto la pobre España eterna, la suya, lampaba en la opinión pública extranjera. Ahora bien, si el oro se había derramado en propaganda a raudales, ¿de quién iba a recuperarse la calderilla?

Veamos ahora unas declaraciones de SEJE al corresponsal del incomensurable The Times londinense (en la época de su comprensión de las dictaduras fascistas) en junio de 1938:

“Los asaltos a los bancos, la violación oficial de las cajas fuertes, la incautación y el envío al extranjero del oro que encontraron en toda la nación, realizado todo ello contra la Constitución, las leyes del Estado y el Derecho natural, caracterizan la personalidad de los (…) rojos”

Aquí Franco se erigía en exigente defensor de la Constitución (¿de 1931?) -la anterior estaba ya un poco trasnochada) y de las leyes del Estado que él mismo y sus mesnadas estaban arrasando. Además de un derecho natural del que se constituyó en intrépido exégeta. Ahora bien, si el oro se había enviado al extranjero ¿cómo se recuperaría? Con una pequeña sonrisa en los labios, hemos de reconocer que alguno de tales desvaríos figura en el tipo de “información” cara a VOX.

Podría pensarse que lo que antecede era propaganda de guerra. Demos, pues, un salto de tigre hasta 1944. Ante el Consejo Nacional del Movimiento exclamó, entre amiguetes,

“La verdad española (sic) tiene que abrirse paso a duras penas entre la serie de calumnias e insidias desencadenadas por los rojos expatriados con el propio oro español robado de los depósitos del Estado y de los tesoros de la Iglesia y de los particulares. No en vano constituían la escoria de la nación y como tal tenían que comportarse”.

Encarezco a los amables lectores la expresión en negritas y en itálicas. Es la mejor definición que he encontrado hecha por Franco de sus vencidos enemigos, los malos, los malvados republicanos que merecían su desprecio más absoluto y la sangrienta represión que había emprendido contra los que no habían escapar a sus amantes garras.

¿Qué dijo SEJE en el discurso inaugural de la segunda etapa de sus sumisas Cortes, el 14 de mayo de 1946? Perlas inmortales de las que VOX podría extraer mucho provecho:

“Y el desgobierno de tantos años nos presentaba los problemas con caracteres de catástrofe. El despojo del oro y de las riquezas españolas por aquellos malvados que, tras saquear nuestras arcas, traicionaron a sus huestes, agravó la situación, disminuyendo las posibilidades adquisitivas de nuestra nación”.

Obsérvese el dardo mortal. Se habían escapado del alcance de su vengadora espada pero hay que suponer que Casado y Besteiro merecerían su elogio, aunque el primero se había dado el piro, por si las moscas. (El segundo había fallecido en la cárcel de Carmona).

El 19 de marzo de 1957 hizo unas declaraciones al corresponsal de The New York Times. Fueron palabras mayores.

“La situación que heredamos de una balanza de comercio exterior desfavorable, unida al despojo de nuestras reservas de oro transportadas a Rusia y a México, privó a España de los medios naturales de respaldar su moneda en el exterior, teniendo desde entonces que realizar sus compras en los mercados exteriores con divisas extranjeras”.

Estas declaraciones son muy importantes porque se produjeron en el año 1957. Veremos en el próximo post que se contradecían con la propaganda que, simultáneamente, declaraba que España estaba en condiciones de solicitar de Rusia la devolución del oro del Banco de España.  Quizá porque gracias a la divina providencia, el corazoncito de Don Juan Negrín se había ablandado de tal suerte que su hijo -debidamente engatusado-  había creído cumplir con una de sus últimas voluntades. Por ello había devuelto al Estado español el original del acta de constitución del depósito de oro en Moscú veinte años antes.

Por lo demás, después de otro tanto tiempo de estar en el machito, el victorioso e invencible general todavía no se había enterado de cómo había ido sorteando el comercio exterior español las consecuencias de la depresión económica internacional en los años republicanos (lo que no es de extrañar, ya que una parte de su tiempo se había dedicado a otras cosas) y después continuó haciéndolo en los años de la guerra mundial y posteriores. El había discutido mucho, según dijo, “con el glorioso Calvo Sotelo”, muy “influído por el mito del oro”, pero Franco creía que “la nación más rica [no es] la que más oro posea. La riqueza y la independencia de una nación dependen de las materias primas con que cuenta” (en declaraciones al “pelota” máximo de la época, Manuel Aznar, el 31 de diciembre de 1938). Por eso había permanecido impasible ante una política económica agresiva del Tercer Reich que desviaba materias primas  y alimentos desde una España hambrienta hacia una Alemania que armada hasta los dientes y dispuesta a salvar la civilización occidental (los judíos no formaban parte de ella) de la amenaza existencial que representaban los lobos de la estepa allá por tierras del Este europeo.

De tener en cuenta alguna de estas declaraciones (hay muchas más) los seudohistoriadores de VOX podrían esgrimir “argumentos” algo más sofisticados, y respaldados con mayor autoridad, que las lindezas que propagaron en el aniversario del comienzo del traslado del oro del Banco de España hacia los depósitos en los polvorines de La Algameca en el puerto de Cartagena.

En el próximo post veremos algo de lo que Franco no decía al público y de lo que VOX podría, quizá, aprender mucho más.

(continuará)  

El Oro de Moscú: respondiendo a Vox (II)

20 octubre, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unas semanas escribí, reteniéndome la risa, un post sobre la interpretación de VOX  sobre la evacuación el famoso “oro de Moscú”. Luego fui al hashtag #orodemoscú donde se encuentran auténticas maravillas de mala uva, mala milk y mala interpretación. Reproducidas por muchas personas. Alguna miles de veces. Es evidente que servidor no puede ni quiere oponer sino una pequeña puntualización histórica a una horterada que mezcla burradas y hechos innegables. No es negable, por ejemplo, que el Gobierno de Largo Caballero en octubre de 1936 enviase casi tres cuartas partes de las reservas de oro del Banco de España a Moscú. Es un hecho tan cierto como que los mendaces autores voxistas terminarán donde todos lo hacemos: en el cementerio. Pero mientras llega ese momento pueden hacer mucho daño a la conciencia histórica y política de los españoles con sus camelos trumpianos o, si prefieren que no los ligue con tal adalid del universo universal, me contentaré con dejarlos en abyectos.  

Sin embargo, nadie podría decir que los camelistas de VOX son equívocos en su mensaje. Ruego a los lectores que hagan una pequeña operación aritmética para calibrar la significación de la cifra de 141 años que figura en su tuit. Es el resultado que se obtiene tras restarla al año actual, 2020: 1.879. Sin duda los autores estiman en alto grado el coeficiente intelectual de sus lectores (aunque tal vez con reservas, como veremos seguidamente).

Si apelamos a Mr. Google en busca de socorro y ponemos en el “busca” 1879 + PSOE nos lleva a la página correspondiente de Wikipedia. Como es sabido no es siempre una fuente fiable sobre todo en temas históricos y políticos pero en este caso no falla: nos informa que fue en tal año cuando se fundó dicho partido en una pequeña taberna llamada Casa Labra que estaba (no sé si con la pandemia sigue en la misma dirección o ha cerrado sus puertas) en una calle pegada a la Puerta del Sol madrileña.

Es decir, para los lectores lo que el tuit transmite es la idea que, desde su misma fundación, el PSOE se dedicó con fruición a robar. ¿A quién?:  ¿Al Estado?, ¿Al Gobierno?, ¿Al Ayuntamiento?, ¿a las empresas municipales?, ¿a las cajas de ahorro?, ¿a las tiendas de empeño?. ¿En el Rastro? No se especifica: simplemente afirma con envidiable rotundidad pero paradójicamente con escasa concreción:  “a lo público”.

Personalmente desafío a los grandes “historiadores” (entre comillas) que sin duda han  cavilado durante largas horas para lanzar este tipo de campañas (el hashtag da para mucho recorrido) a que den ejemplos, referencias, autores serios que la avalen. En primer lugar hay que tener en cuenta que las concomitancias del PSOE con lo “público” empiezan realmente en 1931, el año fundacional de una República a la que rápidamente empezaron a combatir los monárquicos, muchos conservadores, los beatos, los carlistas, los prefalangistas y falangistas con sus habituales armas, es decir, con la subversión, el engaño, la mentira, una propaganda anticipo de la actual y una conspiración apoyada ¡oh, cielos!, por la Italia fascista. En segundo lugar no conviene olvidar que durante ese período el PSOE estuvo en el gobierno únicamente desde la etapa del provisional (abril de 1931) hasta las elecciones de septiembre de 1933. ¿Podrían demostrar con evidencia primaria relevante de época los “gentlemen” de VOX que Largo Caballero, Prieto y De los Ríos metieron la mano en los caudales públicos? De lograrlo harían un gran favor a la historiografía. ¿Lo hicieron tal vez en lo que algunos dieron en llamar la “primavera trágica”, de febrero a julio de 1936? El PSOE no estuvo en el Gobierno. No llegó a él hasta septiembre del mismo año y, esto sí es cierto, no lo abandonó hasta el final de la guerra civil. ¿Podrían los historiadores de VOX demostrar cuándo los ministros socialistas se enriquecieron durante el conflicto?

Claro que entonces cabría pedir a tan ilustres tejedores de leyendas que tuvieran la amabilidad de explicar a los españoles que no vivimos aquellas circunstancias tan dramáticas cuál fue el comportamiento financiero, y cómo lo calificarían, que NO exhibió públicamente el héroe inmarcesible, la figura estelar, el superhombre que salvó a la PATRIA de los demonios del comunismo, del socialismo, del anarquismo, del liberalismo, de la masonería, de los rosacruces, de los ateos, de los librepensadores y otros productos del averno. Me refiero, claro está, a Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE), generalísimo de los Ejércitos, jefe del gobierno y, por añadidura, del partido único de longitud kilométrica que duró hasta poco después de la muerte de tan excelso y exaltado lider. Al fin y al cabo es posible demostrar con papeles que guarda celosamente la Fundación Nacional que lleva su nombre que mientras sus soldados morían en los frentes y se desangraban en los hospitales de la retaguardia él se había ocupado de conseguir una meta tan histórica como la de ganar la guerra: la de forrrse el riñón. Es más,  continuó después como demuestran papelines conservados en el Archivo de Palacio en plan de importador (no inscrito en el registro de comerciantes) de un producto como el café, casi inencontrable para el ¿99 por ciento? de los españoles de la época.

También tendrían que demostrar tales agitadores no de medio pelo sino de abundante tupé que que antes de la denostada Segunda República los gobiernos de la Monarquía (incluída su fase dictatorial primorriverista) habrían sido un dechado de virtudes y que no existió corrupción económica y financiera entre las filas de los esclarecidos gobernantes que España padeció durante tanto tiempo. Dado que la historiografía más solvente lo presenta como un tiempo en que tal fenómeno hizo estragos supongo que lo tendrán difícil.  

Volvamos al hashtag. Desde que el profesor Enrique Fuentes Quintana (qepd), a la sazón director del Instituto Fiscales del Ministerio de Hacienda y posterior vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía, me pidió en 1974 que explorase el temita del “oro de Moscú” me puse a la tarea. No creo que ninguno de los historiadores voxistas (si los hay, que den un paso al frente) se hayan dejado muchas pestañas consultando la documentación del archivo (hoy) del Banco de España, pero entonces también del Centro Oficial de Contratación de Moneda, del Instituto Español de Moneda Extranjera, del Ministerio de Hacienda y de algunos otros repositorios, públicos y privados, incluso en el extranjero para desentrañar lo que pasó con el dichoso oro.

Es muy simple. Se utilizó para pagar armas soviéticas con las cuales defenderse de una rebelión apoyada por personajes tan recomendables como Hitler y Mussolini e, indirectamente, por las democracias occidentales (Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Suecia, Suiza, Bélgica, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, etc.) que le negaron en coro el derecho a su legítima defensa a través de dos mecanismos:

  • Con el cortocircuito de la Sociedad de Naciones, única organización con capacidad para sancionar a los agresores contra uno de sus miembros
  • El Comité de No Intervención, sin carta ni tratado fundacional alguno y establecido para más inri en Londres, cerca de unos cuantos esforzados enterradores bien entrenados en China o Etiopía.

Ahora bien, con armas solo no era posible resistir. No sirven para comer ni para producir (excepto muertes, heridos y destrucciones). Hubo que financiar todo el esfuerzo de la economía no bélica. Es decir, pagar las importaciones de bienes de todo tipo (desde materias primas, productos semi y manufacturados, energéticos, alimenticios) y también el sector bélico del aparato productivo. Tales importaciones también  había que pagarlas. ¿Con qué? Con las divisas obtenidas por la venta del oro a la URSS. Este arreglo de concepción tan simple lo he ido desmenuzando en media docena de libros, concretando más cada vez, aunque todavía no he terminado. 

¿Y qué hizo Franco? Algo mucho más simple: endeudarse. Es decir, endeudarse hasta las cejas con Juan March, las potencias fascistas y otros suministradores occidentales. Los más importantes de entre estos últimos incluso pensaron que tras ganar la guerra, el Caudillo acudiría a ellos y a la sacrosanta City. ¡Error! ¡Error gravísimo! Franco, lógicamente, prefirió tornarse hacia sus aliados, hacia quienes le habían ayudado a ganar su guerra: es decir, a las potencias fascistas. Y no pagó su deuda del todo a quien más le apoyó: la Alemania hitleriana,. Lamentablemente, gracias al mayor genio militar de todos los tiempos (Hitler: Gröfaz, para los entendidos) el Tercer Reich fue perdiendo poco a poco su guerra mientras sus conciudadanos desparramaban su sangre a chorros (¡por das Vaterland!) y los más listos se dedicaban a masacrar judíos, resistentes y a todo el que se ponía por delante. Así que, a partir de cierto momento, el inefable y supervictorioso Caudillo, gran estratega, envió a su camarada de lucha anticomunista un sentido ¡auf Widersehen! Supongo que el Señor, en su infinita sabiduría, sabrá qué hacer con la memoria de ambos. El pueblo alemán ha ajustado cuentas con su exFührer. El español, todavía no con el suyo.

¿Quedan cosas por descubrir sobre “El oro de Moscú”? La respuesta es afirmativa pero son relativamente menores. ¿Han hecho, por ventura, algo al respecto los sin duda reputados, pero ampliamente desconocidos, historiadores de tan excelsos y patrióticos partidos como los que se han compinchado recientemente en el Excmo. Ayto de Madrid? La respuesta es no.  

Otros historiadores no han estado de acuerdo siempre con todas mis afirmaciones. Lo normal. Escribir historia es un tejer y destejer continuos. Pero algunos contribuimos a alumbrar el pasado y otros, en este caso el PP, C´s y VOX, lo dificultan todo lo que pueden. En lo que a mí respecta no me parece aceptable dejar pasar afirmaciones “trumpianas” ya que, al menos todavía, no “gozamos” de las bendiciones de un esclarido Trump español.

Pero es que, además, VOX o sus consejeros en materia de historia ignoran hasta lo que les favorece. ¿Por qué no publican, por ejemplo, un extracto con comentarios de algunos de los pronunciamientos magistrales, más o menos solemnes, de SEJE sobre “el oro de Moscú”? Enseñarían algo a sus votantes de la actualidad. Claro que hay un peligro: que pudiesen comprobar cómo el nuevo partido realmente no tiene demasiada imaginación en comparación con el invicto e inolvidable Caudillo.  Daré algún ejemplo en el próximo post y así todos tendremos oportunidad de seguir riendo. Es lo mejor que cabe hacer en tiempos de pandemia.

SOBRE LA DECISIÓN DEL EXCMO. AYTO. DE MADRID A INICIATIVA DE LOS PARTIDOS VOX, CIUDADANOS Y POPULAR EN TORNO A LARGO CABALLERO Y PRIETO, DE ULTRAJADA MEMORIA

19 octubre, 2020 at 1:37 pm

Ángel Viñas

Los amables lectores de este blog estarán, quizá, un poco hartos del hincapié que he hecho en la reciente decisión de los señores y señoras ediles del Ayuntamiento de la capital de España de quitar los nombres de dos calles de la ciudad a Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto. Posteriormente, unos cuantos albañiles han eliminado la placa que recordaba, en la Plaza de Chamberí, el lugar de nacimiento del primero. Algunos desalmados han descendido al nivel de las letrinas y han pintarrajeado en rojo (color muy apropiado para los vándalos) las estatuas de ambos políticos socialistas en los Nuevos Ministerios madrileños. El Excmo. Consistorio ha expresado, siempre amable, el deseo de que se las retire. Las estatuas. No las pintadas. Por desgracia el área en que están levantadas no es propiedad del Excmo. Ayuntamiento sino del Gobierno de la Nación.

Como es sabido, la decisión de los ediles miembros de VOX, Ciudadanos y el PP suscitó numerosos revuelos en los medios de comunicación y en las redes sociales. Inmediatamente se preparó un informe técnico sobre la actuación de Largo Caballero y Prieto en la historia que circuló por ambos conductos. A este informe técnico la respuesta de la grey de docentes e historiadores fue inmediata. Al viernes pasado lo habían suscrito más de trescientos hombres y mujeres conocedores del pasado español y, en especial, de los años de la denostada República y del exilio. La lista la publico separadamente. Espero que también aparecerá en otros blogs. Merece la pena.

¿Cuántos son quienes, con autoridad, han intentado contestar al informe-técnico? Que yo sepa, ninguno. Claro que entre los preclaros miembros del PP, Ciudadanos y VOX, el elenco parece limitado.  Es cierto que alguien, que no mencionaré, ha hecho algunos comentarios negativos sobre Largo Caballero. Pero, ¿puede reprochársele que azuzara al PSOE, vía supuestamente revolucionaria, a que se levantase en armas contra los Gobiernos de 1936? No. Es cierto que una facción socialista predicaba la revolución. Otra siempre se opuso. ¿Qué pasos dieron una u otra para poner en práctica su verbalismo? Que lo cuenten..

El PSOE siguió apoyando a los dos gobiernos que hubo tras las elecciones de febrero. Con desgarros, ciertamente, pero desgarros internos. ¿Movió Azaña un dedo para manipular al PSOE? Azaña prefirió, probablemente, que Prieto hubiese sido su sucesor y se ha dicho que Prieto hubiese impedido el golpe. Esto es mera especulación. Quizá sí, quizá no.

En mayo de 1936 el golpe, en mi opinión, era difícilmente parable. Ya lo había advertido a Mussolini en octubre de 1935 el exaltado Don Antonio Goicoechea, con toda su autoridad de celoso conspirador y pedigüeño de las dádivas fascistas,  en nombre de los monárquicos y de un sector del Ejército. ¿ES QUE LA DEMOSTRACIÓN DOCUMENTAL DE TAL FECHORIA NO HA CIRCULADO?

Ahora bien, yo nunca he especulado ni sobre Largo Caballero ni sobre Prieto y espero demostrar que el no especular conduce a otros resultados. Lo que es necesario es, con EPRE, modificar la perspectiva tradicional.

En todo caso, la responsabilidad de la guerra civil NO RECAE EN EL GOBIERNO AZAÑA O CASARES QUIROGA. RECAE EN LOS CONSPIRADORES Y EN SUS SOPORTES MEDIÁTICOS Y FASCISTAS. PORQUE PARECE EVIDENTE QUE LA DIRECCIÓN DEL ABC Y DE LA NACIÓN, POR CITAR DOS EJEMPLOS SEÑEROS,  ESTABAN AL TANTO Y LA FALANGE PRIMORRIVERISTA, QUE ALGUNOS QUIEREN TODAVÍA RESCATAR DE LA IGNOMINIA, TAMBIÉN. Y QUE EL SEÑOR GIL ROBLES SE DEJÓ ARRASTRAR, ESTUVIESE ENTERADO O NO DE LA CONEXIÓN FASCISTA.

En lo que sigue haré unos comentarios estrictamente personales a la acogida del informe técnico.  No busquen los amables lectores tres pies al gato. Solo quien esto escribe es responsable de tales comentarios.

  1. Llama en primer lugar la atención que en cuestión de un par de semanas un tan elevado número de firmantes se haya declarado dispuesto a apoyar dicho informe. A una gran parte de ellos los conozco personalmente o, con frecuencia, por sus obras. A otros, no. Están representadas varias generaciones de los historiadores que han trabajado o trabajan sobre la España contemporánea. Proceden de una gran variedad de tradiciones culturales y dominan, al lado de la española, la francesa, la británica y la latinoamericana.
  2. Sin duda se trata de mujeres y hombres con experiencias muy diversas y de edad muy varia. Unos son jubilados, otros estarán a punto de llegar a esta fase de sus carreras profesionales, muchos se encuentran en plena producción, otros ya han empezado la gran aventura de la docencia y de la investigación, hay quienes se hallan en períodos de formación, etc. La disparidad es muy amplia. Unos trabajan o han trabajado en Universidades, otros en los tramos de la segunda enseñanza. No faltan quienes están en centros de investigación. ¿Qué los ha unido?
  3. No es exagerado afirmar (pero estoy dispuesto a que se me corrija) que probablemente ha sido la desazón ante una decisión de unos, tal vez eminentes políticos municipales, pero que carecen de formación histórica o, lo que es más grave, de curiosidad histórica. Dado que la iniciativa ha procedido de un nuevo partido que solo cabe caracterizar de ultraderechista, es verosímil que algunos lectores se hayan hecho cruces ante la reacción de otros partidos que presumen de ser centristas o de centro derecha. Pero el que calla, otorga y el que vota a favor, debe cargar con la responsabilidad por sus actos. Bye-bye al “centrismo” que predican.
  4. Tal vez algunos, como quien esto escribe, se hayan preguntado qué tiene España de diferente, al no practicar una política de “cordón sanitario”, como se ha hecho y se hace en países de gran influencia sobre, o admirados en, nuestra sociedad (Francia y Alemania en primer lugar) y cuyos representantes en el Ayuntamiento de Madrid se han dejado llevar por las muy peculiares concepciones históricas proferidas por un partido como VOX.
  5.  Personalmente me pregunto, en tanto que mero firmante del informe técnico, ¿será capaz tan novedoso partido de suscitar una respuesta parecida de historiadores que le sean afines y que desmientan los argumentos que en él figuran? ¿Lo hará Ciudadanos? ¿Y qué decir del PP? No conozco a nadie que exhiba su pertenencia a VOX  y haya salido al ruedo (intelectual, por supuesto) y demolido con argumentos históricamente fundados las razones por las cuales la decisión del Excmo. Ayuntamiento de Madrid no es absurda y sí motivada por razones de política presentista y llena de resquemor. En todo caso, poco confesables, porque las que ha aducido VOX no son de recibo en términos de historiografía. Y, si no, que alguno de sus escuderos en la Universidad, en los Institutos o en los centros de investigación las defienda

 ¡Ah!, pero si se trata de política baja y rastrera (por parafrasear a W. H. Auden), entonces habrá que esperar y desear que otro consistorio, de signo diferente, revierta tal decisión y muestre que, al menos un sector de la población madrileña, es capaz de recordar algo de su historia auténtica en las antípodas de las mentiras que unos cuantos ediles, eso sí, en mayoría, se empeñan en hacer tragar, por las buenas o por las malas, a sus conciudadanos.

La batalla por los nombres de las calles de Madrid -o de otras ciudades españolas- no es sino la manifestación de que algo no se ha hecho bien en nuestro país. No conozco en Alemania ninguna Göringstrasse o ninguna Goebbelsplatz. No hay que referirse al innombrable caudillo austríaco de la época.  Tampoco en Francia conozco una Allée Maréchal Pétain o una rue Pierre Laval. Por no hablar de Bélgica con las impensables Avenues Léon Degrelle. Y cito estos casos por poner unos ejemplos mínimos.

Claro es que algunas sociedades aprenden y saben historia. Me temo que los políticos del PP, Ciudadanos y VOX, no. Porque, claro, no me atrevo a pensar que se trate de personajes ignorantes, de corto aliento, barriobajeros. No, eso no. ¡Por Dios! ¿Quién podría pensarlo?  

Nuevo curso, nuevos libros (V)

13 octubre, 2020 at 8:30 am

UN LIBRO ACADÉMICO SOBRE EL PCE TRAS LA GUERRA CIVIL

Ángel Viñas

Los libros académicos productos de tesis doctorales no suelen conseguir que los corazones de los eventuales lectores latan más deprisa. Sin embargo, son tales obras, que por supuesto muchos de los comentaristas que nos ahogan con su supuesta sapiencia jamás estarían en condiciones de escribir, las que suelen abrir camino. Incluso una parte de los señores y señoras concejales del Ayuntamiento de la capital de España hace poco que han autodeclarado erigirse en historiadores. Han creído las estupideces de uno de sus colegas de VOX y han desbarrado. Este nuevo partido está tratando de reconvertir la experiencia republicana de antes de y en la guerra civil en una pugna entre buenos (los vencedores) y malos (los vencidos). No parece que hayan leído ningún libro serio, aunque probablemente se han intoxicado, como si fuera una droga sicodélica, con la propaganda que esparcieron quienes sí quisieron -y ganaron- la guerra civil.  

En esta propaganda y en la de después Franco y sus secuaces presentaron siempre al PCE como el diablo encarnado. En las semanas de este siniestro verano ha habido un infame ejemplo de alguien, para mi innombrable, que ha lanzado improperios fulminantes contra las denominadas “Trece Rosas”, un grupo de chavalas vilmente asesinadas en 1939 bajo la acusación de que preparaban poco menos que una insurrección comunista. Pensar que el autor de tamaño disparate, o los ilustres concejales de Vox, PP y Ciudadanos, hubiesen echado un vistazo a lo escrito sobre el tema sería como pedir peras al olmo. Por mucho que lo pidan e imploren este tipo de árboles no las dejará caer.

Por eso me ha interesado mucho la obra que, objeto de una tesis doctoral dirigida por un excelente historiador -y buen amigo mío-, el profesor Luis Enrique Otero Carvajal, exdecano de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, ha escrito Carlos Fernández Rodríguez.

Carlos Fernández Rodríguez: LOS OTROS CAMARADAS, Prensas de la Universidad de Zaragoza

Este muchacho se ha encerrado en una veintena de archivos durante años, ha mirado críticamente la prensa de la época, ha entrevistado a una treintena de personas en busca de testimonios orales directos e indirectos y, secundariamente, ha echado mano a una bibliografía impresionante. El resultado es un libro con el sugestivo título de LOS OTROS CAMARADAS pero que se acota inmediatamente en el subtítulo: El PCE en los orígenes del franquismo, es decir, en el período de la más cruenta represión contra la izquierda después de terminado el período bélico de la guerra civil: 1939-1945. Digo esto porque siempre tengo in mente la afirmación de un comandante de puesto de la Guardia Civil en 1939 y que inmortalizó Francisco Espinosa: “la guerra ha terminado; la campaña continúa”.

Carlos Fernández Rodríguez se propuso investigar los orígenes de la oposición antifranquista a través de la actuación del PCE en el interior entre 1939 y finales de 1944/ principios de 1945. En contra de lo gritado, vociferado y desbarrado por los meapilas de la nueva dictadura (“no se es nunca suficientemente anticomunista”) como los eminentes autores Mauricio Karl (seudónimo de Mauricio Carlavilla del Barrio) o Eduardo Comín Colomer, ambos policías y ya famosos antes de la guerra. Carlos parte de la tesis, que Fernando Hernández Sánchez y servidor ya habíamos apuntalado, que la reconstrucción del PCE se caracterizó por una falta de preparación para la clandestinidad. Un rasgo común de comunistas, libertarios, socialistas y demás organizaciones leales a la República. Fue un proceso en el que en todos los casos se repitieron constantemente reorganizaciones y delegaciones internas en una pugna llena de sobresaltos ante las fuerzas del orden, con multitud de caídas, detenciones, encarcelamientos, condenas, torturas y fusilamientos.

         En el caso del PCE (los del PSOE y de los anarquistas no se estudian en este libro) las reestructuraciones y las labores clandestinas las protagonizaron miles de militantes. Muchos fueron encarcelados y ejecutados. La resistencia estuvo, desde luego, marcada por la desunión entre las distintas organizaciones republicanas, la desorganización entre los militantes y la falta de medios. Todo ello se entremezcló con estrategias impuestas desde el exterior, subordinadas a las variaciones de la política internacional mientras el régimen no dejaba de esgrimir la “amenaza” que los vencidos, y singularmente los comunistas, representaban para la PAZ de Franco (es decir, la de los paredones).

            Se ha estudiado bastante bien la propaganda de la dictadura para hacer ver a los aliados occidentales el peligro comunista que acechaba a todos. Personalmente no puedo olvidar que, en el diario privado de uno de los ministros de Asuntos Exteriores de la época, el teniente general conde de Jordana, su prologuista (un afamado historiador ya fallecido, qepd) se las apañó para silenciar uno de esos encuentros que tuvo con el embajador norteamericano Carlton J. H. Hayes, historiador, catedrático de la Universidad de Columbia, católico devoto, y cuya gestión ha dado origen a una interesante literatura.  El eminente ministro (que ya había sido responsable del derrame de alguna sangre en la guerra civil) se preocupó de llevar al ánimo de su interlocutor que el conflicto mundial en curso era una arruguilla pasajera en el gran libro de la Historia. Un conflicto de chicha y nabo, en términos coloquiales que, naturalmente, él no se rebajó a utilizar. En su ilustrada opinión, el conflicto fetén, permanente, estructural, era el que contraponía a los regímenes católicos (el español, por ejemplo) contra los sin Dios, contra los que se atrevían a poner patas arriba el orden social, es decir, los comunistas. Lo mismo que se había dicho en los años veinte.

         Los protagonistas del libro de Carlos Fernández Rodríguez son los militantes de base que formaron parte de sectores y radios en los diferentes comités locales, provinciales y regionales. Con sus centenares de pequeñas historias entrelazadas de quienes no fueron la “dirección”. Una multitud de esfuerzos individuales y colectivos realizados por combatientes políticos y sociales de base, anónimos en su mayoría. El autor ha hecho todo lo posible para extraer de las sombras del pasado estas historias con el propósito de que sus lectores puedan comprender el papel de los comunistas en la lucha contra la dictadura; preparados y formados para un combate sacrificado a pesar de las detenciones, las torturas, los encarcelamientos y los fusilamientos.

         Personas comprometidas, luchadoras y combatientes contra la imposición totalitaria y dictatorial del Ejército, de la policía y, ¡cómo no!, de la Falange. Historias de personas sin historia, cuyas vidas clandestinas ven la luz en este libro. Un capital humano y un colectivo social importante que asumió una parte de la lucha clandestina en los años más duros del franquismo. El autor se esfuerza en dar a conocer al lector toda una serie de relatos humanizados de la cultura militante con los cierres de filas y los comportamientos ante las disputas internas y en las políticas del PCE.

         Destaca en ello una de las principales misiones de los comités directivos subterráneos para reclutar al mayor número de posibles combatientes en la sombra y abanderar la lucha clandestina. La captación y la movilización de afiliados y simpatizantes fue una de las labores más sacrificadas debido a la represión y por la elevada lealtad que se exigía a quienes participaban en tales tareas.

         Dentro de las reorganizaciones subterráneas se tuvo en cuenta cómo tenían que ser las rígidas normas y pautas de comportamiento y las instrucciones de seguridad para evitar las detenciones y sobrevivir en las sombras, una labor que, como Fernando Hernández Sánchez ha mostrado en varios libros, siempre tuvo que tener en cuenta las infiltraciones de la policía política. Carlos Fernández muestra en este libro que muchos de los miembros de los comités incumplieron esas normas de seguridad. El miedo y la desconfianza fueron factores permanentes al lado del acoso policial y la posibilidad de que alguno de los supuestos camaradas fuera un delator o confidente.

Como varias de las novelas de Almudena Grandes han puesto de manifiesto a un público mucho más amplio, el temor de no pasar la prueba de la supervivencia estuvo muy presente entre los contrarios al régimen. Aquellos comités fueron desarticulándose rápidamente por la presión policial y la represión. A pesar de todo, las reestructuraciones fueron continuas para seguir con la lucha y la resistencia.  Los casos de las caídas con Heriberto Quiñones, Jesús Bayón, Jesús Carrera, Jesús Monzón, Agustín Zoroa,  etc no impidieron que la lucha antifranquista siguiera adelante con el continuo envío de cuadros procedentes de Francia y de América Latina.

         Los deseos y las aspiraciones de muchos militantes quedaron en el olvido. Carlos Hernández justifica la necesidad de reivindicar su pasado y su memoria. No en vano se trató de personas que estuvieron represaliadas y reprimidas social, política e ideológicamente, que supieron superar aquellas dificultades y contar las experiencias vividas con su propia conciencia política y con la idea de que no querían vivir bajo una opresión dictatorial. Narrar sus vivencias y los años de combate son elementos que no pueden faltar en la construcción de una mejor historia y, por ende, de una sociedad mejor.

Al fin y al cabo, ¿para qué sirve la Historia? Los concejales del Ayuntamiento de Madrid de VOX, PP y Ciudadanos han dado, vergonzosamente hay que decirlo, una respuesta. A los historiadores nos corresponde, en primera línea de fuego, la responsabilidad de desahuciarla y de dar otra. Será misión de las autoridades políticas actuales encauzar su desarrollo. La futura Ley de la Memoria Democrática podría sentar las bases para ayudarnos a mejorar lo que hasta ahora hemos construido en, desde luego, peores condiciones.

Carlos Fernández Rodríguez: LOS OTROS CAMARADAS, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2020, 1082 páginas

Nuevo curso, nuevos libros (IV)

6 octubre, 2020 at 8:30 am

Con un mensaje para el Excmo Ayto de Madrid

Ángel Viñas

Vuelvo a la serie con la que inicié este curso. Intercalaré en ella algunos sobre otros aspectos para no aburrir a los amables lectores. Desde que escribí, hace tiempo, los tres posts sobre la temática a la que ahora vuelvo han pasado varias cosas: en primer lugar, el alboroto generado en los medios, sobre todo de derechas, a causa de la  aprobación por el Gobierno del anteproyecto de ley de Memoria Democrática; en segundo lugar, los disparatados anuncios de VOX sobre el asalto al Banco de España y, por inferencia, el robo del “oro de Moscú” así como sobre el propio anteproyecto; la tercera, las decisiones del Ayuntamiento madrileño a propuesta de VOX y con la aprobación del PP y de C´s.  Las tres  se relacionan de forma directa o indirecta con el recuerdo (mejor dicho, la imagen) grabado a fuego en un sector de la sociedad española sobre los años de la Segunda República. ¡Fallo garrafal de información y de lecturas! Quienes han abrevado en las fuentes franquistas o para-franquistas tienen respecto a tales años una imagen fija: tiempos de desórdenes, violencia, asesinatos y amenazas comunistas o (ahora, para los más “entendidos”, socialisas). En todo caso, la antesala de la guerra civil. Siempre han ignorado a quienes la quisieron y por qué la iniciaron.

Para un historiador emperrado en construir un relato fundamentado empíricamente la continuada existencia de la anterior imagen es de lo más anormal, por no decir anómala. Sobre los cinco primeros años de la República se han escrito, según estimaciones de González Calleja, más de cinco mil libros, sin contar innumerables artículos. No parece que, en la historia de España, pueda fácilmente encontrarse un período tan corto que haya generado tantísima literatura. Leerla implica una inversión en tiempo y en paciencia que muy pocos tienen y, me atrevo a señalar, casi nadie que no sea historiador profesional. En el plano macrohistórico, que es más o menos en el que servidor se mueve, el número desciendo algo pero la literatura es, insisto, inabarcable.

Pues, bien, en el libro que hasta ahora he comentado en estos posts se han dedicado cuatro capítulos a los años republicanos y dos introductorios a visiones generales de la historia de la Rública, la guerra civil y ciertos ámbitos del franquismo, en la medida en que abordan visiones deformantes y deformadas de los períodos en cuestión.

De la mano de las reflexiones al cumplirse los cincuenta años de la aparición del libro de Edward Malefakis sobre los orígenes agrarios de la guerra civil se ha incorporado la interpretación que sobre las polémicas a que dio origen despierta hoy a uno de los grandes conocedores de la historia agraria española, el profesor Ricardo Robledo. Lo recomiendo de manera muy encarecida a los lectores. En primer lugar, porque fui amigo de Malefakis, un personaje fuera de lo común. Lo conocí en Madrid y me vi frecuentemente con él y con su esposa en mis años de Nueva York. El era asesor del Spanish Council, una institución norteamericana y financiada esencialmente por norteamericanos. Coincidimos con el rector o exrector de la New York University que había escrito sobre el anarquismo en España. Edward, por su parte, había montado un restaurante griego en el Upper West Side  y gracias a él mi mujer y servidor nos aficionamos a la gastronomía del país de origen de sus padres. Robledo ha pasado revista a las tesis de Malefakis teniendo en cuenta los avances en el conocimiento que sobre la reforma agraria republicana se han ido adquiriendo tras su aparición. El mejor elogio que puede hacerse, creo, a un historiador es diseccionar sus argumentos y ver cómo subsisten, o han de modificarse, con el paso del tiempo y la mejor disponibilidad de fuentes que él no pudo tener en cuenta. Muchas de las tesis de Malefakis han resistido. Otras, no. Pero el tema sigue siendo importante porque en los últimos años me da la impresión de que se ha desdibujado una de las características de la guerra civil. Desde el punto de vista de la lucha por la propiedad y cultivo de la tierra personalmente sigo creyendo que se trató de una guerra de clases. Este concepto hoy, para algunos, suena mal. Ha sido desdibujado en favor de interpretaciones «culturales”. Robledo argumenta que, en todo caso, sería paradójico responsabilizar del estallido de la guerra civil a una reforma que defraudó las expectativas del campesinado y se inclina por no sobreponderar la importancia de la desigualdad en la propiedad de la tierra si ello implica olvidar las variables ligadas a la conspiración, la provocación y el caos inducido por quienes deseaban derribar a la República.

De aquí se pasa al profesor Eduardo González Calleja, uno de los autores que más han contribuido a despejar lo que hay detrás de las interpretaciones catastrofistas que siguen teniendo curso (léanse las recientes declaraciones, por ejemplo, en EL PAÍS, del eminente especialista de la historia española de nuestro siglo que es el presidente de la Fundación Nacional Francisco Franco y exgeneral de brigada de Infantería de Marina). González Calleja, con una serie de obras a sus espaldas que hacen autoridad sobre el orden público en la Monarquía alfonsina declinante, en los años republicanos y en la guerra civil, ha indagado como pocos en lo que hoy sigue presentándose como el “mal” ínsito republicano: su incapacidad de prevenir, cuando no de controlar, una situación de desorden, vulgo de anarquía, que hizo millares de víctimas y cuya responsabilidad esencialmente se hace recaer sobre las izquierdas. Y, claro, para cortar a rajatabla tal situación solo hubo una solución: que la parte más patriótica, más “española”, de las fuerzas armadas se levantara como un solo hombre para cortar de raiz los desmanes que llevaban a la destrucción de la PATRIA. (Añadamos que también para cortar las derivas moscovitas, como se decía en los “tranquilos tiempos” del franquismo. Hoy los culpables esenciales eran, ¡cómo no!, los socialistas. Ahí están los genios de la investigación histórica agrupados en torno a VOX). Su texto cobra relevancia inusitada en estos tiempos en que los ediles madrileños se han convertido en historiadores de la mano del partido de la más rancia ultraderecha franquista.

El profesor Francisco Alía Miranda hace un resumen sobre lo que los historiadores hemos aprendido y escrito  a lo largo de los últimos años sobre los éxitos y fracasos de la conspiración que llevó al 18 de julio, sobre la que ha escrito un libro notable. No hay que olvidar que el golpe de Estado fue, esencialmente, obra de los militares, como no podía ser de otra manera, aunque nadie discute que tuvo una componente civil, que se acentúa más o menos según los autores. Alía pasa revista a lo que han escrito en tiempos recientes – entre 2006 y 2019- catorce nombres, incluido servidor, y aporta dos cuadros (págs. 148 y 149) en los que los autores que comenta se clasifican por las referencias efectuadas a otros. Es un enfoque necesario. La historiografía de la preparación del golpe ha sufrido en los últimos años una cierta crispación. A medida que las patrañas explicativas de los sublevados han ido deshaciéndose, tengo la impresión de que autores consagrados (Stanley G. Payne) o advenedizos (Miguel Platón) han ido tirado por los aires su pretensión “de contar las cosas como fueron” y  recurrido a dos trucos habituales. En ocasiones sin el menor esfuerzo de buscar nueva documentación sino simplemente haciendo libros de libros que es siempre, más o menos, el mismo libro (caso del primero). En otras (caso del segundo) forzando hasta límites inverosímiles, una documentación magra y trucada, sin el menor análisis crítico pero con el intento de subrayar las perspectivas que más convienen al supuesto protagonismo de Franco. En cualquier caso, orillando o desconociendo el significado de las investigaciones que no concuerdan con sus preconcepciones.

En ese apartado servidor ha resumido la tesis que he venido defendiendo y demostrando documentalmente hasta lo posible en el momento en que escribí: es un error mayúsculo despreciar o minusvalorar el papel de la conspiración monárquico/carlista, pero en especial la de los monárquicos alfonsinos (de los carlistas ya se ha ocupado una extensa bibliografía de carácter hagiográfico). Ha sido otro error fundamental no seguir el curso de la conspiración dirigida por José Calvo Sotelo, Antonio Goicoechea y Pedro Sáinz Rodríguez. Si no se da credibilidad a mis argumentos (Payne, Salas Larrazábal, Muñoz Bolaños) la respuesta consistiría en demostrar que me he basado en falsos documentos o que los he distorsionado. Ninguno lo ha hecho. Lo han tenido difícil y me atrevo a asegurar que lo tendrán aún más el año que viene.

He dejado para el final las dos contribuciones que abren el libro que comento.  Hemos elegido como primer capítulo la contribución de la profesora Matilde Eiroa que viene dedicándose desde hace años al estudio de las distorsiones historiográficas en el espacio cibernético. Evidentemente, la capacidad de propagar los resultados de investigaciones que antaño debía hacerse por medio de libros y artículos científicos o divulgatorios ha pasado a un segundo, si no décimo octavo, lugar ante los avances en materia de comunicación vía las redes sociales. Los historiadores ya no somos los protagonistas del estudio del pasado con arreglo a una metodología exigente. Hoy cualquier hijo de vecino puede verter sus estupideces en Twitter, Facebook, Instagram o similares y hacerlas pasar como “historia”. Esto plantea problemas a los historiadores y demuestra que el “combate por la Historia” no ha perdido nada de su importancia. Por último la contribución del profesor Alberto Reig Tapia se centra en la “guerra de palabras” que subsiste en algunos temas que siguen siendo repulsivos para los sectores de la sociedad española, y sus soportes mediáticos, que continúan desgañitándose sobre los horrores de la represión republicana (no querida, sino sobrevenida tras el medio fracaso y medio triunfo del golpe de Estado y la desarticulación de la autoridad gubernamental sustituída por una proliferación de autoridades locales). En contrapartida, no dejan de aguar en lo posible  las características de la represión calculada y premeditada de los conspiradores y que, como tantos autores han puesto de manifiesto, inauguró un tiempo de genocidios.

Si este libro contribuye a echar luz sobre un pasado que muchos no cesan en presentar de mala manera todos los que en él hemos colaborado nos daremos con un canto en los dientes y, sobre todo, ahora. Si hago propaganda de él puedo asegurar a los lectores que no es por interés crematístico. No creo que ninguno de los más de veinte coautores cobremos un euro. Lo hacemos por amor a la HISTORIA, que la semana pasada ha pisoteado el Ayuntamiento de la capital de España.