Quien lo sigue, lo consigue (y II)
Ángel Viñas
Este es el último post de la temporada y en él me limitaré a reiterar dos ideas fundamentales: a) Como historiador empírico siempre he pensado que no hay historia definitiva. Nueva EPRE y nuevos enfoquen cambian nuestro conocimiento e incluso nuestra percepción del pasado. Ayudan, naturalmente, otros autores. La visión del mismo nunca es unívoca; b) La intuición del investigador cuenta. No todo el mundo percibe de la misma manera las implicaciones de la EPRE. Los papeles no las ofrecen. Hay que interrogarlos críticamente y contextualizarlos de forma no menos depurada. Muchos de los principios que ya hace años argumentó E. H. Carr, un maestro de la gente de mi generación, siguen teniendo validez. De aquí que, a diferencia de lo que ocurre con muchos historiadores, yo no tenga el menor resquemor porque me critiquen. Como tampoco me siento inhibido a criticar. NADIE ESCRIBE HISTORIA A PRUEBA DE BOMBAS. De lo que servidor se precia es, sin embargo, de llegar hasta donde he podido llegar. Otros, sin duda, irán mucho a más.
En el caso de la participación fascista en los prolegómenos del GMN (“Glorioso Movimiento Nacional”), según consta en numerosísimas hojas de servicio de los militares que en él participaron, y que tan enérgicamente rechazó el profesor y técnico de Información y Turismo Don Ricardo de la Cierva, la lectura del artículo contenido en el post precedente me ha producido cierta satisfacción matizada. Muestra que ya hace cuarenta años tenía algunas ideas que no eran necias. En mi último libro hice referencia en los agradecimientos a un amigo de Bruselas que me envió el enlace de un programa de RNE en el que Javier Tusell y servidor participamos con José María Gil Robles. Ahora no recuerdo si Gil Robles la negó o no. En cualquier caso, en mi libro no he expuesto que los monárquicos le hubieran informado. No he encontrado ningún documento que lo avale. Es también muy verosímil que no le informaran con demasiadas precisiones por dos motivos. Era casi un secreto de Estado para ellos y Calvo Sotelo no se llevaba bien con él. Sin embargo, Gil Robles no desconocía en absoluto la preparación de la sublevación. La eliminación que hizo de ciertos temitas en sus no siempre fiables memorias, por no decir con frecuencia infiables, apunta a ello.
El documento que ví a mitad de los años setenta del pasado siglo en los archivos del Servicio Histórico Militar me puso en alerta sobre la verosimilitud de que hubiese gato encerrado en lo que se refiere a la intervención fascista en los prolegómenos de la intervención italiana. No fue esta la actitud de John C. Coverdale, en su libro de 1975, posteriormente traducido al castellano. Así pues, cuando volví a abordar el tema tras encontrar los contratos romanos, que estudié en un libro publicado en 2013, no tuve mucha dificultad en ver reforzada la intuición que muestra el artículo en INTERVIÚ. Ni decir tiene que de él ya me había olvidado.
Naturalmente, después de publicado me impresionaron mucho las memorias de Pedro Sainz Rodríguez, aparecidas poco después. Alumbraban contactos previos. Recuerdo que insistí mucho en la vertiente fascista en una reseña que de ellas hice para un semanario de los muchos que existían por aquella época. Se llamaba LA CALLE (18 de abril de 1978). Me lo pidió César Alonso de los Ríos, en la época en la que coqueteaba con el PCE, si es que ya no era miembro del mismo. Incidentalmente, nunca logré enterarme de las razones de su copernicano giro ulterior.
El hecho evidente era que los italianos enviaron aviones a Franco muy pronto pero esto ya lo había anunciado la hagiografía José Gutiérrez-Ravé, jefe de relaciones públicas del Banco de España y al servicio de Antonio Goicoechea cuando era gobernador del mismo. Debió de conocer más cosas de las que escribió, no en vano habían coincidido en aquel nido de la conspiración monárquica contra la República que fue Renovación Española. En mi entrevista de INTERVIÚ hice una oculta alusión a él, pero en aquel momento estaba muy lejos de conocer el proceso al término del cual se llegó a la escritura de la “Historia de la gestión realizada en Roma para adquirir aviones”, que Sainz Rodríguez enfatizó tanto.
Después, en su libro de 1986 Ismael Saz demolió el informe. Que dejaba flecos al aire los aventó al titular su libro Mussolini contra la II República. Fue un título perfecto, aunque ni Saz, viejo amigo mío, ni servidor supimos descifrar que el informe Goicoechea, como buena ruse de guerre, contenía aspectos ciertos pero presentados de tal forma que eludía toda referencia a la historia previa de la asociación fascista con el golpe del 18 de Julio desde mucho antes de que se produjera. Mis perplejidades aumentaron al aparecer mucho después el libro de Morten Heiberg, Emperadores del Mediterráneo. Era obvio que había tela marinera, pero que no se conocía.
Lo que antecede demuesta que la intuición no es suficiente para hacer una contextualización apropiada de un determinado documento. Lo que más cuenta es el conocimiento del, ¿habré de decirlo?, contexto mismo en que dicho documento deba insertarse. Southworth, entre otros, me enseñó a poner en práctica el enfoque consistente en que siempre hay que mirar detrás de los hechos y es a eso a lo que he dedicado los últimos años al ocuparme de facetas ocultas en la conspiración de Franco. No todas, desde luego, pero sí las que me parecieron operativamente las más importantes.
Tras bucear en los archivos italianos el año pasado encontré los elementos de complementariedad imprescindibles pero no para un contexto limitado al mes de julio sino otro que tuviera en cuenta la dinámica precedente. Hoy reconozco que estuve demasiado tiempo obnubilado por la noción de que Mussolini podría haber seguido unos pasos más o menos en paralelo a los de Hitler en su ayuda a Franco. A ello contribuyeron lo que aparecen como relatos inexactos contenidos en la literatura de la época. No puedo olvidar el libro, tan primitivo como falaz, del entonces creo que coronel o teniente coronel Jesús Salas Larrazábal sobre la intervención extranjera. Lo publicó en 1974 una empresa tan por encima de toda sospecha que por fuerza resulta sospechosa: Editora Nacional. La había dirigido hasta 1973 nada menos que Ricardo de la Cierva y a quien sucedió José Antonio López de Letona, hombre de su máxima confianza, según EL PAÍS (28 de septiembre de 1976). No en vano ambos eran funcionarios del mismo Cuerpo de (entonces) Técnicos de Información y Turismo. Tampoco sabía, ni podía intuirlo, de lo que mucho más tarde Gregorio Morán revelaría en su obra El cura y los mandarines sobre alguno de los momentos estelares en la gestión por parte del primero en defensa de sus propios intereses materiales. ¡Como para olvidarse hoy!.
Sería muy interesante poder demostrar lo que pretendió Antonio Goicoechea, monárquico de flexible cervil, en particular con respecto al “Caudillo de España”, al permitir que Gutiérrez-Ravé publicara sus recuerdos. Desgraciadamente todos mis esfuerzos por saber dónde puedan estar los papeles del exconspirador han sido en vano. No se encuentran en un archivo público o privado de acceso reconocido. Hay referencias mismo en otros, pero no los he consultado. Tampoco sé de autores que hayan indagado demasiado en los puntos oscuros de su vida política durante la República. Eso sí, fue altamente condecorado por el régimen franquista a quien sirvió lo mejor que pudo.
Si se une la financiación fascista a Falange, que no he abordado en mi último libro, con lo que en él he descubierto gracias a varios archivos privados cabe pensar qué podría haber habido en los papeles de Calvo Sotelo, el marqués de Luca de Tena y algunos otros que tan afanosamente laboraron por laminar al régimen republicano, aparte de los inencontrables papeles de Franco y Mola. Como ya he señalado en los últimos años, a las dificultades de acceso a documentación que debiera ser pública, aunque en el fondo no lo sea, se une la poca estima de que en España goza la conservación de los papeles de los personajes y personajillos del pasado. Aun así, es deber del historiador poner de su parte todo lo que pueda para contribuir al despeje del mismo.
Una reflexión algo melancólica, muy apropiada quizá al cerrar de un curso. Felices vacaciones de verano a todos, dentro de lo posible.