Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (y VII)

28 julio, 2020 at 8:30 am

Frente al chorro de ayudas a los sublevados a que he aludido en el post anterior y que se materializaron inmediatamente en el transporte masivo de hombres y material de guerra a la península  y la participación de pilotos y avianos extranjeros en operaciones de combate, ¿qué pudo oponer la República? Poco. ¿Cuál fue, pues, la orientación tomada desde el primer momento por los historiadores franquistas? En aplicación de la estrategia de proyección que había ido formulándose a lo largo de los años anteriores, se trató de invertir las tornas y de atribuir al enemigo los comportamientos propios.

De forma drástica este mecanismo se puso en marcha en dos direcciones fundamentales: la primera consistió en disminuir la importancia del apoyo material, político, material y propagandístico de los amigos nazis y fascistas. En paralelo, se cargaron las tintas en el tema opuesto: inflar la ayuda a la República. Esto se hizo desde el primer momento. Propaganda de guerra. Ya se sabe que, según la fórmula clásica, en una guerra la primera víctima es la verdad. Así que, para el historiador, esta propaganda es significativa como representativa de los tiempos de contienda, sangre y venganzas. Lo que es curioso, aunque tampoco demasiado sorprendente, es que ambas direcciones de los mitos caros a la dictadura se mantuvieran hasta los momentos actuales.

Sería interesante que algún joven historiador escribiera una tesis sobre la plasmación de estas dos direcciones de la propaganda de los vencedores, pero en este modesto post me permitiré subir a la cúspide: es decir, de aquel de quien emanaban todos los poderes del Estado y vencedor en las mil y una batallitas de la guerra civil. Me refiero al sumo sacerdote: Francisco Franco, es decir, con la debida pleitesía con que se le trataba, Su Excelencia el Jefe del Estado, para abreviar, SEJE. Ya me he referido a ello hace años en alguno otro post de este blog.

Con la experiencia que le dieron veinte o treinta años de estar sentado en el machito, no cabe olvidar que cuando  Franco se decidió a pergeñar unas cuantas notas sobre el pasado no olvidó incidir en las dos direcciones que hemos indicado. La ocasión la encontró a la hora de escribir sus recuerdos (sus fantasías o sus ilusiones) sobre los funestos años republicanos. Hay dudas razonables sobre cuál fue el momento en que lo hizo. Personalmente, por algunas referencias que en sus notas se encuentran, creo que debió de ser a principios o mitad de los años sesenta (hay en ellas una alusión al papel de los economistas del cual se congratuló recordando que había creado la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas en los años cuarenta). Esto me lleva a situar la redacción de sus notas una vez constatado ampliamente el éxito del plan de liberalización y estabilización de 1959.

Tras aludir a los años republicanos -que aquí no interesan- también rozó, mucho más brevemente, los momentos iniciales de la guerra.  Al hacerlo, no se le ocurrió otra cosa que evocar el apoyo del “ángel de la guarda” (sic) hacia  él y hacia sus mesnadas (cabe utilizar esta expresión arcaica, dada una situación en la que, gracias al cielo, se hicieron “milagros en el armamento”, porque “carecíamos de municiones”). [Todo lo que entrecomillo es copia del texto de SEJE]. Incluso el Señor, al parecer, intervino ya que de lo contrario no se comprende su afirmación sobre la “ayuda escandalosa de Dios”. [En mi opinión, casi blasfema].Ya se sabe, no obstante, que cuando escribió estas notas la Santa Madrie Iglesia Católica española poco menos que lo había acogido bajo su amplio manto y, sin duda, perdonado todos sus pecados.

Tampoco podría decirse que Franco elogió demasiado la benevolencia nazi (¿quién era aquel insensato de Hitler que había perdido la guerra?)  y al referirse al período preciso de julio/agosto de 1936 comprimió experiencias ulteriores: “exigencias alemanas: 50% divisas y 50% mercancías a pagar (poca capacidad de pago). Italia más generosa” (Apuntes, p. 41)

Si esta fue la primera dirección de la propaganda que tras referirse a tan elevadas autoridades plasmó Franco, su referencia a la segunda muestra la selección cognitiva que ya embargaba al ilustre dictador. No fue muy preciso en cuanto la ayuda francesa a la República (las exageraciones al respecto se las había dejado a sus turiferarios). A SEJE lo que siempre le “moló” fueron los malvados bolcheviques.  “2.000 comunistas voluntarios por la frontera catalana. Los tanques rusos (…) Ante [la] avalancha admisión de voluntarios más simbólicos (sic)” ¡Caramba! Unos 18.000 alemanes y casi 80.000 italianos, ¿simbólicos? Claro que, escribió contra toda evidencia, que “evitábamos a Italia y Alemania”, pero “demostrábamos al mundo que no estábamos solos” (Apuntes, p. 43). (En este año de gracia -o de desgracia- de 2020, periodistas avezados han escrito loores a la supuesta “necesidad” del 18 de Julio sin ocurrírseles mencionar la ayuda fascista contratada semanas antes).

Leyendo, tal vez, lo que sus  sumisos historiadores escribieron sobre las ayudas a los “rojos separatistas” probablemente a SEJE no se le habría  ocurrido pensar que, por ejemplo, los británicos interceptaban los telegramas de la Komintern y también los de los militares italianos y que los servicios de inteligencia de la rubia Albión, más los franceses, seguían muy de cerca la evolución de los acontecimientos españoles. El “mundo”, es decir, las potencias que se interesaban por lo que pasaba en España, tenía una idea bastante clara de lo que ocurría, aunque la defensa de los propios intereses y/o de la posición se recubriera con toneladas de argumentos marcados tanto por una interpretación sesgada de la Realpolitik. Ciertamente el Reino Unido y sobre todo Francia lo pagaron muy caro después.

Franco hizo lo que pudo. No mucho, salvo entregarse de pies y manos a sus protectores. Esto parecerá un horror a sus turiferarios, pero como ya señaló en un diario privado su primer “ministro” de Asuntos Exteriores, Francisco Serrat, la política hacia el mundo circundante del “jefe” consistió en “pegarse” a las potencias fascistas y en poner a caldo a las democráticas. Ni que decir tiene que militares ilotas y “parvenus” falangistas, que tenían en sus manos la propaganda en la época, se dedicaron a ello con fruición. Sus ecos retumban todavía.

En consonancia con las direcciones que afloran brevemente en los Apuntes del Generalísimo  lo que los historiadores afines habían hecho hasta los años sesenta, y continuaron después, fue abultar todo lo posible la ayuda francesa y, como ya he indicado en un post anterior, presentar la italiana y la alemana como reacciones a la misma. ¿Por qué ninguno de los periodistas que ha escrito sobre el 18 de julio echa un vistazo a las publicaciones sobre los antecedentes publicados en 1945 y a finales de los años sesenta del Servicio Histórico Militar?

Obsérvese, con todo, la “trampa saducea” implícita. En julio y agosto de 1936 los sublevados eran una panda de fueras de la ley en términos del Derecho Internacional de la época. No representaban nada. Se trataba de rebeldes por antonomasia. El Gobierno republicano estaba reconocido por todos los Estados (incluso existían relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, aunque todavía no se habían intercambiado embajadas). Y, sin embargo, a iniciativa francesa -con el rechinado entre dientes de diversos sectores de la política y sociedad galas- se puso en marcha la propuesta que conduciría rápidamente a la adopción de una política de no intervención en los “asuntos de España”.

Es decir, Francia puso a rebeldes y gubernamentales a la misma altura. París ante todo y Londres después ni se molestaron en guardar las formas. La prohibición de exportación de armas a España entró en vigor casi desde el primer momento. El Gobierno de Frente Popular que encabezaba Léon Blum (y que, al decir de testigos fiables, había derramado abundantes lágrimas de cocodrilo) se había preocupado, eso sí,  de salvar antes la posibilidad de enviar  aviones (de destino aciago, sin armas, sin sincronización de armamento, sin combustible adecuado). En paralelo,  los portugueses, los italianos y los alemanes se pasaron la sugerencia de no intervención por el arco de triunfo desde antes del momento de su aceptación generalizada.

Esta divergencia esencial de actitud con la aplicación a España de un tipo de comportamiento agravado (muy agravado) en comparación con el que los países democráticos habían mostrado ya en los casos de China (¡cielos!, ¿dónde estaba China?) y Abisinia (“negros despreciables”), se utilizó con mayor contundencia hasta 1939.  Los análisis contables comparativos (de los se ha escrito mucho) pasan por alto la dinámica política, diplomática y de suministros que fue la fuente de tantas frustraciones para la República durante toda la guerra. Con relevantes excepciones en la literatura, como hace tiempo Gerald Howson. La revalidará con documentación española y extranjera, añadiendo una masa de información absolutamente desconocida hasta el momento (la EPRE de turno), Miguel I. Campos.  Cuando se reanude la próxima temporada, estos posts, picotazos sobre temas de historia, la iniciaré con la referencia a un libro, que se habrá puesto a la venta a finales de agosto. En él figuran, además de otros artículos muy interesantes, un anticipo de investigaciones en curso.  

Con este post concluyo “mi” curso 2019-2020. Ha sido muy especial para todos. La pandemia no ha dejado indemne ningún aspecto de nuestras vidas, en los planos personal, familiar y colectivo. Ha alterado nuestra existencia. Se ha llevado por delante (lo más doloroso) a millares de personas. Bélgica, donde vivo, ha sido uno de los que, en términos relativos y comparativos, más ha sufrido. De España no necesito hablar.

Por el momento me mantengo en un encierro escasamente aligerado. Desde hace un mes paseamos los fines de semana por los campos de cereales y los bosques de la periferia sur bruselense. Todas las noches, andamos media hora por calles prácticamente desiertas. Y no dejo de “dar” a la bicicleta estática.  He trabajado sin descanso. El año que viene se verán los resultados (espero verlos también). Quizá entonces los lectores comprendan por qué los posts de esta última parte han tenido ciertas fijaciones: Franco, la República, los inicios de la guerra civil. He procurado no revelar nada de lo que se avecina. El curso que viene trataré de ser menos monotemático, aunque no puedo prometer maravillas.

Para todas y todos los amables lectores mis mejores deseos de cara a las vacaciones. Volveré a estas páginas el 8 de septiembre. Laus Deo.  

FIN

Referencias

Francisco Franco: “Apuntes” personales del Generalísimo sobre la República y la guerra civil, Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid, 1987.

Francisco Serrat Bonastre: Salamanca. 1936, Barcelona, Crítica, 2016.

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (VI)

21 julio, 2020 at 9:20 am

A la República la salvó in extremis la intervención soviética a partir de octubre. Lo hizo con el guante que lanzó a la no intervención, con armas (viejas en un primer envío, modernas después), con asesores militares y de inteligencia, con petróleo y otros carburantes, con apoyo diplomático y, no en último término, con la posibilidad de utilizar la Banque Commerciale pour l´Europe du Nord para zafarla del sabotaje de la banca internacional. Nada fue inmediato. Tampoco gratuito. Se combinaron dos necesidades, la soviética y la española. Stalin no quería una revolución comunista en España.  Quería, en el marco de su política de disuasión, demostrar al fascismo que sus agresiones no quedarían sin oposición por la fuerza. No por amor a la República, sino por sentido de preservación. Un factor nada desdeñable. La necesidad española era más urgente y la describió, de manera insuperable, Julián Zugazagoitia.

La necesidad soviética exigía fortalecer a un Gobierno republicano que fuese aceptable para las democracias occidentales y a las cuales Stalin siguió cortejando a su manera. Estamos a mil leguas de la historia que cuenta la inmensa mayoría de los autores antirrepublicanos, sobre todo españoles, o que justifican la no intervención. Fue una apuesta a favor del fortalecimiento de la propia seguridad frente al zarpazo amenazador del fascismo. Sin embargo, transcurrieron casi tres meses para que la variopinta ayuda soviética se pusiera en marcha. Stalin siempre fue muchísimo más cauteloso que los dictadores fascistas. Ya lo subrayó, hace muchos años, Adam Ulam.


Homenaje a la URSS en la Puerta de Alcalá durante la Guerra Civil
| Cordon Press

Claro que, en España, el tiempo también había pasado y en modo alguno pudo recuperarse. Los aviones italianos y alemanes se dedicaron inmediatamente a trasladar tropas a la península. Actuación aderezada de algunos mitos. El primero, que Göring no tardó en aceptar la idea porque sería la primera vez que se estableciera un puento aéreo entre dos continentes. La afirmación del orondo general no está documentada y si la hizo fue, probablemente, a posteriori. Lo que sí está documentado es que ya se les ocurrió a otros. Desde individuos sin nombre conocido que dejaron huella en algunos papeles italianos hasta el propio Franco que pidió aviones de transporte a Berlín y Roma a los pocos días de llegar a Tetuán. Incluso el cantamañanas de Bolín no encontró mejor argucia que autopresentarse en sus memorias como el generador de la idea ya el mismo 19 de julio. Se han escrito, y siguen escribiéndose, muchas estupideces al respecto pero hoy sabemos que a todos ellos se les habían adelantado los monárquicos alfonsinos. Lo que todavía sigue contándose sobre Franco y Mola pasa por alto tan “pequeño” detalle. Tampoco se destaca la importancia de los transportes de material de guerra al teatro de operaciones del sur de la península.

Cuando se examina cierta literatura ennoblecedora de la marcha victoriosa de las tropas de Regulares o, ¡cielos!, del glorioso e inmarcesible Tercio de Extranjeros parece como si su combate en dicho teatro hubiera sido contra hordas de trabajadores y campesinos armados hasta los dientes, enfervorizados por anarquistas y, sobre todo, comunistas para oponerse con miles de ametralladoras a la fuerza de las ideas que impulsaban tamaños defensores de la civilización “cristiana”.

Pero, lejos de la mitología, ¿eran suficientes los tiros a mauser limpio o el crepitar de las ametralladoras que los “africanos” llevaban a cuestas?  ¿O los que tenían quienes se sublevaron guarnición tras guarnición, debidamente “trabajadas” a lo largo de los meses precedentes? Si bien se reconoce, negarlo sería una estupidez, que el de África era el más fogueado del Ejército español de la época, suele quedar en segundo plano que también era en Marruecos donde se almacenaban armas pesadas, repuestos, municiones y otro material de combate que hacían de él un poderoso ariete integrado en comparación con lo que existía en la península. Si se echa un vistazo a los informes de los agregados militares alemanes, franceses, italianos, británicos o a los del Deuxième Bureau en el Marruecos francés tal es la imagen que se desprende.

El 19 de julio, si no ya en la noche anterior, comenzó el traslado por barquichuelos de las primeras unidades de Regulares a las costas gaditanas; no tardaron en unirse al paso, en esta ocasión por aire, los transportados por los pocos aviones militares y civiles allegados por los sublevado; a la par comenzó la recluta de “moros”, aunque no faltaran quienes años antes habían hecho desangrarse a las tropas españolas en la interminable guerra colonial; finalmente, la propaganda por radio y prensa empezó a distorsionar la realidad de cara al extranjero. ¡Había que salvar a España de la inminente amenaza roja!

Se trató de actuaciones imprescindibles a la espera de los aviones italianos apalabrados y los resultados de las gestiones de Franco a través del agregado militar nazi en París o los de la misión que, ¿heroicamente?, había enviado a Berlín.

Cuando fue arribando el refuerzo aéreo nazi-fascista en tres etapas (el Junker de la misión berlinesa, los Savoia Marchetti iniciales y los aviones que Hitler prometió) la situación empezó a sonreir a los sublevados.  En la primera semana de agosto (una eternidad para algunos, en realidad ocho o nueve días después del golpe) empezó a funcionar una división del trabajo: los italianos atendieron al transporte, inmediatamente a las primeras actuaciones bélicas necesarias y los Junkers se concentraron en el traslado de tropas, pero especialmente de material de guerra. Solo hacia mitad de agosto recibieron autorización de operar contra los republicanos.

La propaganda pro-franquista magnificó los ditirambos sobre la aportación (supuestamente más que vital) del denominado “convoy de la victoria”. Que fue una aportación, es innegable. Que palidece ante la que transportó la aviación extranjera, también. El tan, en aquella época, enaltecido Mussolini fue fiel a los contratos firmados con los monárquicos el 1º de julio. Tal y como había decidido, envió las expediciones para cumplimentar los tres que quedaban y, al igual que pasó con la de los alemanes, su ayuda creció casi automáticamente. ¿Por qué? Sobre esto siempre ha habido tesis y contratesis basadas en algunos mitos bien instalados en la literatura pro-franquista.

Es sabido que ya el 4 de agosto, dos viejos conocidos, los jefes de los servicios de inteligencia militar nazi y fascista, el almirante Canaris y el general Roatta, se reunieron en Bolzano, en el norte de Italia,  para intercambiar opiniones. Quizá convenga destacar que la solicitud procedió de la parte alemana unos días antes, es decir, después de que ya hubiera llegado a Tetuán la respuesta de Hitler a la petición de Franco.

A raiz de dicha entrevista las dos potencias revisionistas, que ya se hallaban en proa a una aproximación estratégica y táctica con un futuro más que ominoso, se comprometieron a mantener intensos contactos al nivel de los dos jefes de inteligencia. Su resultado debió de reflejarse en incontables telegramas, hasta ahora no localicados que yo sepa. Por cierto que tal reunión tiene algunos antecedentes que, lo que son las cosas, ha pasado por alto  la historiografía pro-franquista que no ha salido de su letanía habitual, ya consagrada en plena guerra civil, sobre los contactos que antecedieron a la intervención nazi-fascista (léanse las memorias del superembustero marqués de Valdeigleisas), pero reconozco que se trata de  un terreno algo incómodo. Lo que  “mola” es la supuesta conspiración comunista y la “inevitable” intervención estalinista.

En el Centro Documental sobre el Bombardeo de Gernika se han recopilado datos sobre las operaciones de la aviación alemana durante los primeros meses de la guerra. Que yo sepa, pero puedo equivocarme, los guerreros de Franco no conservaron demasiadas estadísticas precisas sobre los envíos iniciales de hombres y material. De aquí que no convenga hacer abstracción de la documentación nazi (tampoco en otras dimensiones). Por ella se sabe que en los primeros veinte días los Junkers pasaron unos 2.850 hombres (no muchos, en realidad) con su material, municiones, repuestos y demás impedimenta (8.000 kilos) y que luego dieron prioridad a esta segunda parte (o se lo pidieron pero que, quizá por la manía de reducir tal “ayudita”, se subestima). En la semana del 17 al 23 de agosto se trasladaron 700 hombres con ya 11.650 kilos de material y en la siguiente 1.275 soldados con 35.300 kilos. Hubieran podido trasladar muchos más de no haber sido por la momentánea carencia de combustible, a pesar de que nazis y fascistas habían enviado desde el primer momento lo necesario para que sus aviones fuesen plenamente operativos desde el primer momento. En Bolzano se acordó que los italianos harían envíos por cuenta de Berlín, no en vano estaban más próximos a Marruecos. El combustible tenía que enviarse por vía marítima. Desde los puertos del norte de Alemania, llevaba más tiempo.  

Sustituir el análisis político por comparaciones contables no siempre es la mejor perspectiva, pero a veces estan resultan útiles. Por ejemplo, a finales de agosto de 1936 nazis y fascistas se intercambiaron resúmenes de los suministros efectuados. Los primeros habían enviado 26 Junkers de bombardeo con sus correspondientes tripulaciones; 15 Heinkel de caza sin ellas (suponemos que irían en barco o que los valientes pilotos sublevados estuvieron en condiciones de volarlos), 20 cañones y ametralladoras antiaéreos, 50 ametralladoras, 8.000 fusiles, 5.000 máscaras antigás más las correspondientes bombas y municiones. Por parte italiana se habían suministrado 12 cañones antiaéreos de 20mm con 96.000 proyectiles, 20.000 máscaras, 5 carros veloces con tripulación y armamento, 100.000 cartuchos para ametralladoras del 35, 50.000 bombas de mano, 12 bombarderos (tres más que a finales de julio), 27 cazas con radio, armamento y tripulaciones (todos llegados en agosto), 40 ametralladoras S. Etienne con 100.000 cartuchos, 2.000 bombas de dos kilos, 2.000 bombas de 50-100 y 250 kilos; 400 toneladas de gasolina y carburante; otras 300 por cuenta de Alemania y 11 toneladas de lubricantes. Naturalmente, pensar que unos y otros se confesaran tales datos a corazón abierto al comienzo de su amistad es debatible, pero no se trata de buscar la perfección.

No se trata porque, en todo caso, fueron inyecciones, todavía limitadas, a los stocks con que contaban los sublevados, si bien los elementos más importantes (aviones modernos o superiores a los existentes en España) no eran nada desdeñables. Y aquí es donde los traslados de material de guerra por los aviones alemanes debieron de quitar algunos dolores de cabeza a Franco, teniendo en cuenta que los nazis no eran como los fascistas que ya habían tanteado el terreno mucho antes del 18 de julio.

Por ejemplo, en la primera semana de septiembre los Junkers transportaron 1.200 hombres a la península con 36.850 kilos de material; en la segunda 1.400 y 46.800 respectivamente; en la tercera 1.120 y 39.0000 y en la cuarta 1.550 y 68.450. Sobre la importancia de estas cantidades puede discutirse, pero la presencia en suelo peninsular, en apenas dos meses y pico, de más de 5.000 fieros combatientes a los que gustaban el saqueo, la matanza  y las violaciones y su equipamiento adicional a los trasladados por vía marítima, tuvo que tener resultados óptimos frente a las depauperadas fuerzas gubernamentales en Andalucía y Extremadura y a los campesinos que dejaban sus hoces para empezar a manejar, como pudieran, armas algo más sofisticadas que las escopetas a las que, en el mejor de los casos, estarían acostumbrados.

Por lo demás, en octubre continuó la ayudita nazi sin la menor solución de continuidad. La prioridad siguió dándose al material (25.550 kilos y 1.600 hombres). Aunque las estadísticas alemanas no son necesariamente fiables, y el resumen final no es el que se obtiene de la suma de los suministros semanales, el total que los contables militares del Tercer Reich reseñaron fue de 13.520 hombres trasladados desde el 26 de julio hasta el 11 de octubre y 270 toneladas de material de guerra. La combinación entre unos y otros fue imbatible.  

La participación italiana, y luego nazi, en operaciones de bombardeo terrestre y marítimo es difícil que se hiciera en contra los deseos de Franco, a no ser que se encuentre documentación en la que este, virilmente, se pronunciara en contra. A servidor no se le ocurre pensar que obrasen sin contar con él. Es más, prontamente se reveló como un protegido muy exigente y, por ende, muy costoso. Satisfacerle planteó problemas operativos, en particular a los nazis. Italia tenía experiencia reciente en el envío a distancia de pertrechos bélicos y unidades de combate gracias a las campañas de Abisinia. El Tercer Reich, por el contario, se encontraba en proceso de expansión y de modernización de la Luftwaffe. Ni siquiera en la Gran Guerra la aviación del Kaiser se había visto inmersa en una actividad de tal volumen actual y potencial. Tampoco la Marina.

(continuará)

Referencias

  • Un análisis de la ayuda nazi-fascista inicial se encuentra en mi trabajo “Negociaciones sobre el apoyo nazi-fascista a Franco”, en Bombardeos en Euskadi (1936-1937), Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika, 2017, pp. 21-64,  y en La soledad de la República.  
  • Los lectores que tengan la bondad de leer algo de lo que escribo observarán que siempre que me refiero a Bolín utilizo un calificativo  (“cantamañanas” o similar). Es lo más suave que se me ocurre. Koestler lo inmortalizó en sus memorias con otro y Southworth  hizo algo similar en su obra sobre Gernika. No lo sospecharían quienes se contenten con leer las banalidades que de él escribe un colega suyo en una revista de divulgación en este mismo mes, aniversario del 18 de julio.

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (V)

14 julio, 2020 at 11:05 am

Ángel Viñas

En los posts anteriores he planteado la cuestión de si la República no tendría ya perdida la guerra en septiembre de 1936. Muchos lo pensaban. ¿Por qué? Las respuestas pueden clasificarse en dos grandes categorías: la primera tiene que ver con los avances de los sublevados sobre el terreno; la segunda, con el impacto de las decisiones adoptadas en el ámbito exterior, deletéreo para los republicanos y altamente positivo para sus adversarios. Añádase a ello el peso relativo que se atribuye (o que pueda atribuirse) a ambos elementos y se comprenderá que el debate quedó servido desde que los historiadores (en los años de la dictadura fueron principalmente extranjeros) empezaron a estudiar lo ocurrido con evidencias documentales. Dicho debate continúa hoy. ¿Es posible racionalizarlo? Si los historiadores no lo conseguimos, los periodistas y aficionados (dicho esto con todo respeto) no lo lograrán. ¿Cuántos de entre ellos van en busca de papeles? El marco general se conoce pero detrás de él y por debajo de él moran los diablillos.

Quien esto escribe es muy consciente de que, por un lado, la característica fundamental de la historia es que nunca es definitiva y , por otro, que la que se escribe se hace siempre desde las percepciones del presente. No puede ser de otra manera. Sobre lo segundo poco cabe hacer. Todo historiador vive en su época. No en la pasada y tampoco en la futura. Pero sí puede hacerse, y mucho, en relación con la primera característica.

Hubo una época en que los historiadores de derechas escribieron que el golpe del 18 de julio surgió como la respuesta, desesperada, de grandes sectores del Ejército y de la sociedad ante la inminencia de una revuelta comunista. En este blog ya he pasado por una pequeñita trituradora lo que denominé sus justificaciones primarias. Tal interpretación ha disminuído, aunque no desaparecido, porque no cuadraba con los hechos. Ahora se buscan otras: por ejemplo, el supuesto caos, la terrible carnicería que se abatio sobre la sociedad española, incluso la proliferación de insultos al Ejército, columna vertebral de la PATRIA. Desde parámetros opuestos otros historiadores escribieron que los conspiradores que preparaban el golpe contaban con el previo apoyo de las potencias fascistas. Tesis negada enfáticamente por los primeros.

Esta controversia ha tomado un nuevo cariz. Ahora los malos no son los comunistas, que no pintan nada (salvo quizá para los que divisan un nuevo “Frente Popular” en la España actual de nuestros pecados) sino los socialistas “comunistizados”. No hay, por ejemplo, sino seguir la trayectoria de un eminente historiador de la literatura que ha escrito un éxito editorial, grueso, asequible y actualizado con las adecuadas adaptaciones. Desde las primeras páginas el énfasis se pone en un par de afirmaciones, descontextualizadas, de Largo Caballero. Defiende, además,  un concepto vago y difuso, pero con mucho appeal, quizá porque responde a las sensibilidades del momento: las supuestas tres Españas. Como concepto analítico no vale demasiado. Ni siquiera lo es, en mi opinión, el que le precedió y que tanto acentuaron los historiadores franquistas: dos Españas. Notemos que, con menos énfasis, también se encuentra en la historiografía comparada,  por ejemplo, en Francia (desde las consecuencias de 1789) o en Italia (desde la unificación y el retraso secular del Mezzogiorno). Y no quiero entrar en la formación histórica del Reino Unido, que ahora ha vuelto a renacer en Escocia.

Como este tipo de cuestiones son difícilmente solubles porque tienen que ver con los mitos dominantes en una época u otra, lo que sí cabe hacer, en términos puramente operativos, es enfocarlas de forma sistemática desde las raíces de los comportamientos económicos, políticos y sociales en la medida en que se manifestaron en actuaciones que dejaron huellas reconstruibles.

Por lo menos, con los documentos de época puede avanzarse en el conocimiento de ciertas parcelas del pasado. En el caso español el apoyo exterior a los contendientes es uno de ellos.  ¿Quién de entre los que querían descuartizarse entre sí,  lo tenía más y mejor asegurado, y cómo, o también en mayor o menor medida? Dicho de otra manera: ¿cuáles eran los recursos foráneos a que podían echar mano las variopintas izquierdas (anarcosindicalistas, socialistas, comunistas y otras)?, ¿cuáles las no menos variopintas derechas (CEDA, monárquicos, carlistas, falangistas y otras)?, ¿hasta qué punto estaban involucrados los elementos de fuerza (Ejército, Marina, Guardia Civil, Guardias de Asalto)?. No en último término, ¿cómo se percibía desde el exterior al Gobierno?, ¿cómo a sus  opositores?, ¿quienes eran susceptibles de conectar mejor con las tendencias ideológicas de la época?

Todo esto ha dejado huellas documentales. En archivos extranjeros y también en archivos españoles.  Y, claro, los historiadores se basan, entre otros, en papeles. ¿Cuáles son los aportados por los proclives a los vencedores hasta 1975, merced a las bondades de una censura de guerra y luego de Fraga? En el post anterior me he servido del ejemplo del origen de las Brigadas Internacionales. Toda una construcción pro-franquista desde la guerra misma hasta principios del presente siglo había dejado sin responder documentadamente a tal pregunta.

¿Cuáles son los documentos aportados por el mismo tipo de historiadores respecto a los suministros materiales que recibieron los “nacionales” (término que todavía algunos usan), según dicen tras el primer momento y como respuesta a los enviados a los defensores del Gobierno?

Hace años, todavía bajo la dictadura, pero casi a su final, algún que otro historiador de recias convicciones proclives a los vencedores, se satisfizo con los documentos diplomáticos franceses publicados, los alemanes también aparecidos aunque en versión francesa (una selección sobre los ya disponibles en inglés y alemán) y echó cuentas. La República se precipitó a solicitar la ayuda extranjera. ¡Qué falta de patriotismo!

Que el 19 de julio el nuevo presidente del Consejo José Giral apeló a su homónimo francés está fuera de toda duda. Se supo en el pasado. Se aireó en la prensa, sobre todo la extranjera. Los diplomáticos españoles pasados a los sublevados lo gritaron por todas las esquinas. Un eminente agregado militar, Antonio Barroso, posterior ministro del Ejército, destacó en sus gestiones para impedir los suministros.

Pero…. se pasó por alto que el Gobierno de Madrid estaba reconocido en el ámbito internacional y sostenía relaciones con casi todos los Estados existentes, que nada en el derecho internacional público de la época impedía a un Gobierno con tales características adquirir armas en el extranjero para su propia defensa. Se disminuyó la importancia -cuando salió a la superficie- de que los dos Gobiernos, el español y el francés, habían contraído compromisos en materia de tal orden de suministros mediante un intercambio de notas confidenciales anejas al acuerdo comercial de 1935 (concluido, por cierto, bajo una coalición gubernamental de derechas). Minucias, pero que no han evitado que la controversia prosiga (volveré al tema en el futuro al aludir a un libro reciente)

Por mi parte, en 1974 di a conocer el caso alemán basándome en fuentes primarias. Me opuse a una rancia tradición que alegaba que el funcionamiento del sistema de capitalismo monopolista de Estado imperante en la Alemania hitleriana había puesto sus codiciosos ojos en las materias primas españolas que servirían para empujar aún más y mejor el rearme nazi y que el Tercer Reich había prometido su apoyo a quienes iban a sublevarse. (Nadie ha encontrado hasta ahora la menor prueba de ello).

Al año siguiente, un investigador norteamericano, John C. Coverdale, publicó un libro sobre la intervención italiana en la guerra civil. Se pronunció taxativamente sobre la ineficacia de los compromisos plasmados en un acuerdo de 1934 entre los monárquicos alfonsinos, los carlistas y los máximos dirigentes del Estado fascista (se habían hecho públicos ya en 1937). En la derecha todos se pusieron muy contentos. Nadie revisó en profundidad la tesis de Coverdale, aceptada incluso por Renzo de Felice. En la izquierda el silencio o la aceptación fue lo normal.

Siempre quedó el comodín: los malvados bolcheviques (la expresión no es mía, es de un diplomático español del que aprendí mucho en temas de política de seguridad y que tenía un conocimiento enciclopédico de la internacional). En esto, los historiadores de derechas campaban por sus anchas porque tenían, desde 1936, consolidada una tradición, un montón de publicaciones, una doctrina. ¿No había escrito Bolín a mitad de los años sesenta que río arriba, por el Guadalquivir, en 1936 navegaban barcazas con armas rusas para preparar a las masas comunistas a la sublevación? ¿No había conseguido tan distinguido cantamañanas que el ministro de Asuntos Exteriores de la época, Fernando María Castiella, exdivisionario azul, Cruz de Hierro, le escribiera un encomiástico prólogo?

Y digo que campaban por sus anchas porque los archivos soviéticos estaban cerrados a cal y canto y porque apenas si circularon por España unos libros en castellano que publicaron las Ediciones del Progreso en Moscú con otra versión. El que no circularan fue algo que los historiadores defensores de la sacrosanta tradición franquista debieron de agradecer a los servicios de Aduanas y de seguridad de “su” Estado.

En aquellos momentos, con la historia de la guerra civil de Hugh Thomas prohibida, con la de Gabriel Jackson ignorada y con la carta blanca dada a un técnico de Información y Turismo el régimen se dispuso a capear el temporal que, a buen seguro, cocían fuera los “enemigos de España”.  Dicho técnico sabía mucho de teología, no tanto de historia, pero no en vano había dedicado un libro al generalísimo Franco en términos superbabosos. Incluso se apañaba en idiomas. Así, pues, le correspondió dar la respuesta mientras trepaba hacia las atalayas de la Editora Nacional. Donde, por lo demás, un viejo diplomático (que había servido lealmente a la República) y que por ello tenía que purgar tal pecado de juventud empezó con paso firme a poner al día, para beneficio de todos los españoles,  lo mucho que había aprendido sobre la política internacional en torno a la guerra civil y que, lo que son las cosas, coincidía con la versión dominante.

Es decir, de la dictadura se pasó a la Transición con conocimientos supuestamente a prueba de bomba sobre la carencia de compromisos exteriores previos por parte de los “nacionales” y con la imagen, grabada a fuego, de las aviesas garras de Moscú arrastrando a las hordas comunistas españolas. No en vano se llamó a lo que ocurrió despues “Guerra de Liberación”. Con mayúsculas.  

(continuará)

ERRATA

En el post anterior se deslizó una errata en las referencias.

Las notas del pié pags. 69-70 corresponden a «El escudo…»; y los capítulos 5 y 6 son de «La soledad…».

Presento mis excusas a los amables lectores.

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (IV)

7 julio, 2020 at 8:35 am

Ángel Viñas 

Si alguien preguntara que identificase un rasgo, y solo uno, de la copiosa literatura que desde el mismo comienzo de la guerra civil empezaron a generar los periodistas, lacayos, pelotas y más tarde los autores proclives a los sublevados de julio de 1936 supongo que la respuesta de muchos historiadores hoy tendría una característica común: es bastante insostenible con lo que hemos ido aprendiendo a lo largo de estos últimos casi cincuenta años tras la desaparición de la censura. Esta formulación incluye una amplia gama de posibilidades y permite aceptar la existencia de una pluralidad de opiniones, al menos en los círculos académicos, con divergencias -a veces sustanciales- de modalidades interpretativas. Es lo normal y lo lógico. No hay historia única. Tampoco hay historia definitiva.

Las interpretaciones dominantes en los medios anti-republicanos suelen basarse en tres afirmaciones categóricas:

1ª La República consiguió desde el primer momento un gran apoyo material.

2ª Los sublevados contra la inminencia de la sublevación comunista (luego socialista, en la actualidad la necesidad de atajar la situación de caos, anarquía, asesinatos y destrozos que había tolerado, cuando no fomentado, el Frente Popular) se vieron  obligados a reaccionar.

3ª La manifestación más flagrante del refuerzo a la República se plasmó en el envío de una fuerza comunista, las Brigadas Internacionales.

Empezaré por este último. Tiene un largo recorrido en el que han intervenido historiadores de pro, militares de alta alcurnia, propagandistas de medio pelo y hasta distinguidos académicos. Entre ellos figuran, de forma imperecedera, Ricardo de la Cierva y el gurú de la historia militar de la guerra, el coronel de EM José Manuel Martínez Bande. De los periodistas y panfletarios de la misma cuerda, la relación es innumerable.

En 1974 la versión franquista y castiza recibió un refuerzo inesperado. Un excombatiente de las Brigadas (es sabido que poco a poco estas fueron reforzándose con elementos del Ejército Popular, en parte para compensar los desplomes en el reclutamiento de voluntarios extranjeros, aunque no solo por este motivo) llamado Andreu Castells publicó una obra convertida en clásica.

Ricardo de la Cierva, a la sazón responsable de la censura franquista, autorizó su publicación. Se enorguelleció de ello. No puedo decir que el libro de Castells fuese un caso único. También autorizó la publicación de mi primer libro, con la diferencia que este no ponía en cuestión ningún fundamental dogma franquista. Por el contrario, rebatía un dogma comunista. Lo cual a un servidor no le preocupó lo más mínimo, porque lo que los autores comunistas o pro-comunistas habían escrito sobre los antecedentes de la ayuda nazi a Franco en julio de 1936 solía estar teñido de pura ideología, no se apoyaba en documentos y exigía una modernización considerable.

Castells (pp. 56-57), a quien de la Cierva otorgó implícitamente la máxima autoridad en la materia (¿cómo iba a dudarse de lo que había escrito como exbrigadista?), afirmó que la decisión de crear las Brigadas empezó a gestarse en Moscú el 21 de julio y que se había adoptado formalmente en una reunión de la Profintern en Praga el 26 de julio de 1936. Hoy, a los lectores, esto les sonará a chino. La Profintern había sido establecida por la Komintern en 1921 como la respuesta a la Federación Sindical Internacional (FSI) de tendencia socialista/socialdemócrata y contrapartida de la Segunda Internacional. En la Profintern, el equivalente para la Tercera, trabajaron, entre muchos otros, Andreu Nin y Joaquín Maurín.

Hacia 1936 la Profintern tenía un perfil ya muy reducido (se disolvió al año siguiente, tras la adopción de una nueva estrategia materializada en el apoyo a Frentes Populares). Pensar que una decisión de calado tan profundo como crear una fuerza armada en julio de 1936 que acudiese a ayudar a la República a los pocos días de estallado el golpe daba muestras de una ignorancia profunda de las realidades internacionales del momento. Pero eso no ha sido óbice para que, autor profranquista tras autor profranquista, lo hayan repetido como papagallos. La última manifestación que conozco de su profunda ignorancia (o de la voluntad de tergiversación) data de 2006 por parte de un tal Fernando Ballesteros Castillo, con prólogo del general de Brigada y connotado historiador militar Miguel Alonso Baquer (me pongo en primer tiempo del saludo).

Pensando que Ricardo de la Cierva no podría ser tan ignorante como para desconocer lo que la dictadura a la que servía había escrito al respecto desde fechas lejanas me pregunto (y no sé de nadie que haya planteado esta cuestión) si no “sugirió” a Castells, que fechó el prólogo de su obra en Sabadell-Toss en 1972, que indicase en el libro esta doble vinculación. No tengo en mi biblioteca la Historia de la Cruzada de Arrarás (siempre me he negado a comprarla) y no puedo asegurar si algo al respecto se dijo en ella.

Cabe señalar que en su gestión de la censura en lo que serían sus últimas etapas Ricardo de la Cierva alternó medidas “liberales” con otras constrictivas. Tuñón de Lara, por ejemplo, vio recortadas algunas de sus afirmaciones en uno de sus libros. En lo que a mi respecta la editorial que publicó mi primer libro encargó a uno de sus lectores (un posterior catedrático muy digno de Historia Contemporánea) que revisara mi manuscrito y eliminara todo aquello que pudiera plantear problemas con el censor mayor del reino.

Pues bien, cuando comparo el libro finalizado por Castells en 1972 con el panfleto titulado Las Brigadas Internacionales. La ayuda extranjera a los rojos españoles que publicó la OID en 1948me echo a reir. Lo escrito por Castells coincide prácticamente con lo que aparece en las pp. 23 y 24 de tan estimable folletito.

Este panfleto, que debería reimprimirse para avergonzar a los historiadores que en él continán basándose, representó un avance propagandístico considerable, dejando de lado a Arrarás, con respecto a la basura publicada por un tal Adolfo Lizon Gadea de 1940. Está titulada Brigadas Internacionales en España y ya en su página inicial aseveró que “las primeras fuerzas extranjeras que, organizadas militarmente y agrupadas en unidades, tomaron parte en la guerra de España, lo hicieron en el frente que rodeaba a Madrid en noviembre de 1936”. Obviamente, tal estupidez era ya insuficiente en los años del supuesto “cerco internacional” a la inmortal España rescatada del Averno por el no menos inmortal Caudillo.  (En la breve biografía del Sr. Lizon Gadea que se encuentra en http://dbe.rah.es/biografias/73898/adolfo-lizon-gadea figura entre sus obras esta basurilla de 94 páginas).

Demos un salto hasta llegar a un escritor moderno: César Vidal. Es un genio de la naturaleza que deja chiquitos a los más prolíficos autores de todos los tiempos. De producción y productividad incontables. De ritmo trepidante con, a veces, tres o cuatro títulos en algún año (he dado detalles sobre él en mi libro El escudo de la República, que no repetiré aquí). En la segunda versión de su obra (2006) sobre las brigadas (los expertos que tengan tiempo establecerán las comparaciones que procedan con la de Castells), puso en duda el mito (que remontó a Arrarás). Eso sí, este “impecable” historiador, se inclinó a favor de que la “decisión de formar las BI” se tomó “a finales de 1936” y se apresuró a formalizar esta versión con referencia a dos obras de autores rusos. Hélàs!  Los supuestos, e innominados, ayudantes que pudieran haberle echado una mano en su más que magna obra hicieron figurar en la literatura consultada a un autor francés, Rémi Skoutelsky, con una obra publicada en París en 1998. Skoutelsky, tras la consulta de los archivos soviéticos a los que  a Vidal ni por asomo se le ocurrió ir, ya había dado con pelos y señales la fecha y las circunstancias de la decisión de formación de las Brigadas. Era diferente. Se adoptó en conexión con unos planes elaborados por el Estado Mayor del Ejército Rojo que se examinaron en el Kremlin en reuniones ad hoc alreedor del 18 de septiembre.

En mi libro La soledad de la República analicé el proceso de deslizamiento hacia la intervención por el que atravesó Stalin desde el momento del golpe. La decisión atravesó dos fases: la formación de las Brigadas y, una semana más tarde, el envío de material de guerra a España, sin que los republicanos fueran informados de ello. Dos meses después de que, ¡oh, cielos!, Hitler decidiera ayudar a Franco y una vez que los aviadores nazis y fascistas se ocupran en echar una manita en los frentes de batalla (más los segundos que los primeros, concentrados en el transporte a la península de batallón tras batallón del Ejército de Àfrica con, ¿cómo olvidarse?, tonelada tras tonelada de impedimenta).

Pero, y esta es la cuestión fundamental, ¿cuál fue la fuente de que se alimentaron los propagandistas franquistas? Que yo sepa pocos la han identificado con precisión aunque es notorio que,  en general, la prensa derechista francesa y opuesta por todos los medios al Frente Popular de su país hizo de la ayuda a los “rojos” una de sus más apasionadas denuncias que fueron repercutidas entonces y después por los genios de la propaganda franquista.


 I accuse France hace referencia obviamente al famoso articulo de Zola sobre el caso Dreyfus.

Buscar en la prensa francesa de aquellos días es una tarea que llevaría tiempo. Afortunadamente en los archivos británicos se encuentra un panfleto de tal tenor. Es muy conocido, pero poco utilizado. Yo lo fotografié y en su página 8 se encuentra la referencia a un periodista francés, que existió verdaderamente. Se llamaba Pierre Jacquier. De la creatividad de tal caballero se tradujo una información al inglés que, retraducida de este idioma, decía así:

“El 26 de julio, Le Bureau du Profintern (una organización que realmente dependía de la Komintern, pero bajo el paraguas de Internacional de los sindicatos rojos) decidió la concesión inmediata de un millón de francos a Madrid y también la creación de una Brigada Internacional de Voluntarios Trabajadores. El primer batallón lo compondrían 5.000 hombres y los lugares para reunirlos estuvieron, por una coincidencia singular, todas en Francia: Toulouse, Burdeos y Perpiñán. Podemos añadir y certificar que el primer grupo de voluntarios ya está camino de Francia y el PCF ha encontrado ya alojamiento para estos soldados de la Internacional en el cinturón rojo de París”.

Ahí se encuentra la madre del cordero. Desde entonces quedó inscrita la leyenda en letras de oro. ¿De qué se trataba? De anteponer el golpe “rojo” al “blanco”, de anticipar la ayuda soviética a la de los camaradas fascistas. Desde 1936, atravesando recovecos y divagaciones sin cuento, hasta la más rabiosa actualidad. Como diría Freud, pura proyección. Volveré al tema.

Referencias:

La soledad, notas al pie en las pp. 69-70.

El escudo, cap. 5: ¿Una esperanza por Oriente? y cap. 6: Cambios en Madrid, movimiento en Sochi.

 I accuse France hace referencia obviamente al famoso articulo de Zola sobre el caso Dreyfus. Es muy conocido y alguien debería traducirlo, porque no tiene mucho desperdicio. No tiene nombre de autor que aparece simplemente como A Barrister. Es decir un abogado capacitado para defender a sus clientes ante un tribunal. Fue una reimpresión de THE CATHOLIC HERALD, al asequible precio de seis peniques.