Feliz verano, dentro de lo que cabe

27 julio, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Con el presente post me despido de todos los amables lectores para desearles un buen verano.  En todo lo posible. Lo hago con sentimientos encontrados. Comprendo la crispación que en la vida política se ha acumulado este año en razón del nonagésimo aniversario del establecimiento de la República. El próximo redondo será el del centenario y, por la fuerza de las cosas, es muy verosímil que no llegue a verlo. También entiendo que una parte de la crispación se haya incrustado en este blog, aunque me disguste. Lo que no cabe en mis entendederas son muchos de los comentarios, cansinos, aburridos, de intervinientes que, dale que te pego, siguen con los mismos argumentos, hinchando pecho y orgullosos -a lo que parece- de haber descubierto el Manzanares.

Pongo por caso: que si los socialistas se preparaban para la guerra, que si Largo Caballero enardecía a sus huestes, que si decía algo al respecto en sus incendiarios discursos, que si los “rojos” también mataron (menos mal que no se ha llegado a afirmarse que “muchos más”), que si la izquierda hizo tal, que si la derecha no hizo cual etc.

Servidor anunció hace ya nueve años más o menos mi intención de publicar un blog de historia en el que mis artículos o mis lecturas aclarasen algunos aspectos de la evolución española, preferentemente, pero también algo de la internacional, en la medida en que sé algo de ella.  Con un lema: “la historia no se escribe con mitos”. En el bien entendido que los mitos forman parte de la historia pero no son LA HISTORIA. Mi idea era cumplir una tarea de divulgación, empujado por Carmen Esteban y sus colaboradoras, de la editorial CRITICA.

Más tarde he ido subiendo al blog artículos que me parecían interesantes. Con los cuales puedo estar de acuerdo, o no, pero que desde luego no someto a un escrutinio como el que  impongo a  mis propios artículos. Sería absurdo y me distraería de mis trabajos de investigación que han sido constantes desde poco antes de dejar la Administración y volver a la Universidad  

Empiezo, sin embargo, a aburrirme. En este año he publicado un libro, EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA, que complementa el que apareció hace dos, ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL?. Me han llevado la friolera de casi tres años de preparación y, no tengo por qué ocultarlo, de sufrimiento. A pesar de ciertos achaques físicos o accidentales he trabajado con evidencias primarias de época extraídas de casi una veintena de archivos en cuatro o cinco países. He llegado a confirmar o descubrir ciertas nociones que antes no estaban demostradas empíricamente en la literatura. Creo que esta es la labor más genuina del historiador de archivo. No he copiado. También he desafíado a autores de renombre (aunque por lo general haya concentrado mis tiros en el profesor Stanley G. Payne, como representante de una cierta tradición y de una cierta manera de escribir historia).

Naturalmente, me he declarado, y continúo declarándome, dispuesto a aceptar mis errores, pero siempre que me lo demuestre alguien con evidencias que servidor no hubiera utilizado. Esta posibilidad es algo que tengo muy presente. Por mucho que se investigue, siempre, o casi siempre, queda algún retazo, algún legajo, algún papel fuera del análisis. A veces es importante, a veces no. Lo malo es que una vez publicado en un libro hay que esperar a la revisión y, por razones técnicas o comerciales, con frecuencia no es posible.

He sido asiduo al blog, salvo durante tres meses, en los que el peso de la investigación llegó a ser abrumador. Lo anuncié y en cuanto pude lo reanudé.

En este verano espero dar un empujón a un libro que ya tengo muy avanzado. Adelanto el tema: la República española y la URSS en los años treinta. No repetiré lo escrito en mi trilogía, que por lo que observo alguno de los intervinientes en las discusiones que han salpicado este blog no han leído. Esto no es una crítica. Simplemente una constatación. He comprobado que no han aportado al diálogo ninguna demostración empírica en contrario. A lo más alguna referencia a supuestas autoridades. Y, no lo oculto, a mis propios errores, que por lo que alcanzo a recordar no han sido mayúsculos.

Lo curioso es que cuando me he referido a temas sobre los que acababa de trabajar (por ejemplo, en lo que he escrito en los dos libros antes mencionados) las mismas circunstancias han aparecido. Yo respeto a todos los historiadores (también a Payne) pero me niego a aceptar ciegamente afirmaciones o tesis no respaldadoa por evidencias. La autoridad, real o supuesta, no basta. Tampoco la mía. Todos trabajamos sobre “representaciones”.

Por ello he buscado  EPRE desconocida que me permita abrir nuevos caminos, corregir fallos, revisar ideas, cantar a veces la palinodia y reirme (con mesura) de algún que otro autor de los que han pontificado sobre ciertos temas y que saben mucho menos que servidor.

Es decir, ya anuncio que volveré a la rentrée cansado y con pocas ganas de pelea. Veré si merece la pena seguir elevando artículos al blog o dejar de hacerlo en absoluto. Quizá me limite a mis posts semanales. O, si veo que no es posible mantener el ritmo, lo reduciré.

La razón es muy simple. Lo que queda de un historiador es su obra, buena, menos buena o mala. No los posts, porque estos simplifican demasiado las complejidades del pasado. Me han entretenido durante nueve años. Poco a poco he ido haciéndolos más largos. Me llevan más tiempo.  Ahora, al entrar en los ochenta, querría rematar algunos proyectos que he tenido entre manos desde hace tiempo.

Con Francisco Espinosa y Guillermo Portilla (catedrático de Derecho Penal) he participado en un libro sobre la “teología” de la represión franquista. Ya tiene el manuscrito la editorial. Cuando se publique, a ver si de una vez se avergüenzan quienes todavía defienden la naciente dictadura franquista, la excusan, la minusvaloran y enfatizan, en cambio, la represión republicana. Será un buen acompañante a la puesta en marcha de la Ley de Memoria Democrática, que la derecha española ya promete eliminar tan pronto llegue al poder.

Espero que tarde muchos años, pero eso no depende de mí. Dependerá de la voluntad de los ciudadanos y de los manejos para formar gobiernos de coalición porque tengo la impresión de que el pluripartidismo, que fue la regla durante los años republicanos, ha llegado de nuevo para quedarse. Habrá que reacostumbrarse. En democracias, el pueblo manda. Cuando no manda, no son democracias.

Desde hace unos meses he iniciado con un amigo y colega, Guillem Martínez, un estudio sobre el papel del petróleo en la guerra de Franco. Un tema distorsionado con frecuencia y que Adam Hochschild solo arañó. Hay mucho más detrás. Si mi olfato no me engaña, creo que ratificaremos mi tesis de que la República tenía perdida la guerra casi desde el principio. Se ve hoy, claro. No en aquella época.

Finalmente, he prometido una serie de artículos, punzantes, sobre algunos de los rasgos ocultos en el comportamiento narcisista del inmarcesible Generalísimo. Tengo la impresión de que nos reiremos mucho.

Por consiguiente, para el próximo curso mi horizonte está plagado de proyectos, de los cuales no sé cuantos llevaré a buen término. No se extrañen, pues,  si en la temporada que viene verán un blog diferente.

Dicho lo que antecede, a todas y a todos les deseo un feliz verano dentro de los límites que marcarán, por desgracia, la evolución de la pandemia y la futura actuación del Tribunal Constitucional, que Dios guarde, siempre interesado en mantener los más altos estándares jurídicos en la democracia española.

Hasta el 7 de setiembre.

Bye!

CALVO SOTELO Y EL ORIGEN DE LA GUERRA CIVIL. UNA DISTORSIÓN QUE CONTINÚA

20 julio, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hoy ya no está de tono conmemorar los aniversarios del 18 de julio. Fue una fecha infausta. Terrible. A mí ya no se me ocurre mencionarlo ni siquiera en un aniversario relativamente redondo: este año se cumple, en efecto, el 85 o, para ser más exactos, el octogésimo quinto. Sin embargo, aprovechando que el Jarama pasa por Sevilla, un diario madrileño se ha apañado para adelantarse a recordar el mismo aniversario aunque relacionado con el asesinato de Don José Calvo Sotelo. Ha sacado a relucir los recuerdos de su hija, que ha llegado felizmente a la provecta edad de 101 años. Mi más cordial felicitación, con la expresión de mi más ferviente deseo de que siga cumpliendo muchos más.

La autora del reportaje, cuyo nombre no merece ni mencionarse, ha endilgado a sus lectores una versión, enriquecida con los recuerdos de la hija, del luctuoso acontecimiento. Por lo demás es totalmente tradicional y no deja de lado ningún detalle básico en su tradicionalidad. Ha acudido a dos historiadores en busca de respaldo. No me molestaré en buscar en sus dilatadas obras las citas que de ellos hace la periodista. Existen, en efecto, dos posibilidades. La primera que constituyan una distorsión de lo que hubiesen escrito, y en ese caso la responsabilidad recaería sobre la autora. La segunda, que fueran exactas. Esto me plantea un problema porque, de ser así, habría que preguntarse qué clase de historiadores son. Ciertamente no de los han explorado archivos a la búsqueda de EPRE que, si resulta contraria a sus preconcepciones o concepciones, hacen todo lo posible por no identificarla. (Una tercera alternativa es que no hayan sido cuidadosos -o que no lo haya sido la periodista a la hora de transcribir sus afirmaciones)

En todo caso, el ejemplo me sirve de colofón, antes de que empiecen las vacaciones veraniegas, para cerrar la serie de posts que había creído terminar con la invocación a los desvaríos históricos de todo un general de División sobre la primera parte de la guerra civil y que culminé con sus referencias a la destrucción (naturalmente, por los “rojos”) de la villa foral de Gernika.

La autora del reportaje hace varias afirmaciones que son, digamos, un tanto inexactas.

La primera que el diputado señor Calvo Sotelo “siempre se las apañaba para restar importancia al clima de violencia que se respiraba en aquellos días previos a la Guerra Civil”. No sé si interpretarla como manifestación de pura ignorancia o, simplemente, de distorsión. Solo hay que comparar los discusos en el Parlamento de dicho diputado en abril y junio de 1936 para comprobar no ya que fueron in crescendo sino que crisparon notablemente los ánimos. Acepto que sobre las intenciones del Sr. Calvo Sotelo pueda discutirse. Esa es, precisamente, la labor del historiador porque, que se sepa, él no dejó ningún cuaderno de notas, diarios o las reflexiones que fuera haciéndose sobre la marcha. Una pena.  Servidor tiene una interpretación basada en una reconstrucción -dentro de lo posible- del trasfondo en que ambas intervenciones se produjeron y la he plasmado en, por lo menos, cuatro libros, también in crescendo.

La segunda afirmación es que su asesinato “fue determinante en el estallido de la guerra civil cinco días espués”. Esto es una mezcla de profunda ignorancia y, hoy, también de distorsión. De ignorancia porque la revuelta militar estaba en marcha y ya se había fijado hasta la fecha de su estallido. Los comienzos de la misma hasta los franquistas más acérrimos suelen ubicarlos hacia marzo de 1936 aunque lo cierto es que cabe remontarla mucho más hacia atrás. De distorsión porque hace pivotar un acontecimiento que cambió para siempre la historia de España del asesinato de un hombre. 

La tercera afirmación es el alegato de que la calificación de Calvo Sotelo como “protomártir” revela una cierta sorna. No es cierto. Así fue calificado dentro de una línea interpretativa que siempre ligó la sublevación a su muerte violenta. Fue, por el contrario, de sumo aprecio. Presentó al diputado (declarado por Franco el 18 de julio de 1948 Duque con Grandeza de España) como el prólogo de los asesinatos que los “rojos” iban a cometer a mansalva a lo largo de una “Cruzada” salvadora, bendecida por la Iglesia católica española.

Ahora llegamos a un “viva la Virgen” de la desinformación. Se dice en el artículo: “No hay documentación que pruebe que Calvo Sotelo estuviese en la conspiración para el golpe de Estado que estaba organizando el general Emilio Mola”. Bueno, sin querer en modo alguno ponerme plumas en un sombrero tirolés, recomendaría a la autora que examinara algunos libros y, en particular, la carta que su héroe, junto con Don Antonio Goicoechea y el nunca olvidado  mártir de la “Cruzada” José Antonio Primo de Rivera, escribió poco antes de su intervención parlamentaria del mes de junio a un personaje de no escasa influencia en lo que estaba urdiéndose: Benito Mussolini. En la carta tan significado trío anunció el golpe y la necesidad de “untar” a ciertos generales para que se sumaran a él. Como se conoce desde hace más de cuarenta años (la publicó Ismael Saz) sorprende que la autora siga en Babia.

¡Ah! en su lugar acude a un nombre de excepción: el profesor Bullón de Mendoza. Es autor de una gran hagiografía de Calvo Sotelo de la que, en la medida en que se refiere al caso en cuestión, me permití señalar la omisión de  algunos aspectos esenciales. Si lo ha citado bien -y me atrevo a dudarlo- he de señalar, con todos los respetos, que estaría en un profundo y craso error. Los monárquicos alfonsinos habían declarado al Duce en octubre de 1935 por boca de Don Antonio Goicoechea que si las izquierdas llegaban al poder, aunque fuera por medio de elecciones, ellos y una parte del Ejército se sublevarían. Calvo Sotelo estaba en aquel momento, al igual que Goicoechea, en Roma y pensar que este último obró sin que lo supiera el primero es algo que me declaro incapaz de concebir. Hoy lo que escribo está documentado.

Por cierto, si es verdad que dicho historiador afirmó a la periodista que Renovación Española no aportaba nada a la conspiración es de nuevo una interpretación errónea de esta o porque todavía ignora que después del pacto de marzo de 1934 con los italianos, los monárquicos alfonsinos (con, a su frente, Calvo Sotelo) se dedicaron a crear una organización subversiva dentro del Ejército (la famosa UME). Era evidente que los civiles monárquicos y los pistoleros falangistas no iban a derribar ellos solitos al régimen republicano.

Tampoco me atrevo a creer que otro historiador, Jordi Canal, excelente conocedor del movimiento carlista, pudiera haber dicho a tan estimable periodista que “Calvo Sotelo no estaba implicado”. De haberlo hecho, me temo que, con dolor, debo corregirle públicamente. También en el punto en que solo la muerte del diputado gallego unió a carlistas, falangistas y al Ejército, porque cada uno iba por su lado.  Pues no. Calvo Sotelo no era el líder de la oposición conservadora en el Parlamento. Era el lider de los diputados de Renovación Española y andaba cogidito de la mano con los carlistas. La oposición “conservadora” (hoy diríamos de derechas) estaba dirigida por el Señor Gil Robles (que también conocía los preparativos del golpe) pero que iba a lo suyo de mala manera.

Entre las lagunas de que adolece el artículo me deja helado en que su autora ni siquiera haya mencionado la única reconstrucción potable del asesinato, debida ya hace muchos años a Ian Gibson. El que no la cite me parece una falta glamorosa de profesionalidad.

Y queda Franco. Tampoco la periodista le hace un buen servicio. Como un papagayo repite la tesis de que terminó convirtiéndose en doctrina: El futuro golpe “ni siquiera contaba con la adhesión decidida de Franco, que precisamente decidió sumarse oficialmente a la conspiración a raiz del asesinato”. Esto no es cierto y por mucho que se haya repetido no ha dejado de serlo. Hay que remontarse a un Franco en el pináculo de su en aquel momento incierta gloria para leer lo que ordenó que se escribiera al respecto: fue él quién había manejado los hilos de la conspiración desde casi el primer momento. Es decir, tras haber sido cesado como jefe del Estado Mayor Central en febrero de 1936. ¿Y Sanjurjo? Una mera figurativa decorativa. ¿Y Mola?, a sus órdenes a pesar de estar en las lejanas Canarias.

Franco, siempre mendaz, escribió esto en 1944 y así quedó incorporado a un libro que debería ser reeditado por el Servicio de Publicaciones del Ministerio de Defensa. Eso sí, debidamente presentado y anotado de forma crítica, como han hecho los alemanes con el Mein Kampf de Hitler.  Se trata del primer volumen de la Historia de la guerra de Liberación, publicado por el Servicio Histórico Militar del Estado Mayor Central del Ejército de Tierra en 1945.

¿No lo conoce nuestra estimada periodista? Está a la venta en internet a un precio módico. De seguro que si lo lee, seguirá deleitándonos con los agudos  comentarios que le sugiera. Pero quizá convendría que, a la par,  aprendiese a leer críticamente. Al fin y al cabo los periodistas son los pre-historiadores del presente que será historia mañana. Tienen una gran responsabilidad por lo que es preciso que no suplanten a quienes se dedican a descifrar, entender o interpretar un pasado más o menos remoto porque las dos profesiones tienen un ethos, una orientación y una metodología diferentes.

Repito lo dicho en la anterior serie: conviene pasar por la piedra de toque de las evidencias primarias las “representaciones” que se tengan del pasado, porque como ya demostré con el general de División Don Rafael Dávila Álvarez, no todas valen.

UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (y XIV)

13 julio, 2021 at 8:30 am

EL GENERAL DE DIVISIÓN DÁVILA ÁLVAREZ  Y SUS CUENTOS SOBRE LA

DESTRUCCIÓN DE GERNIKA

Ángel Viñas

En los tres posts anteriores he comentado algunas de las tesis del señor general de División. Creo que en lo que he leído no dice apenas nada interesante, salvo la descripción de la actuación de su distinguido abuelo en la unión de la dirección política del bando sublevado con la suprema jefatura militar. Algo limitado, a pesar de que lo haya, lógicamente, inflado todo lo posible.  Contiene notables errores (no merece la pena hacer el inventario), inmensas lagunas y una representación del pasado que no concuerda con la que se desprende de las evidencias primarias ya estudiadas por numerosos historiadores. Sin embargo, al llegar al capítulo 38 (“Vizcaya”: pp. 253-260) he terminado por aburrirme y no he podido, a pesar de mi mejor voluntad, tomármelo en serio. No he seguido leyendo. Esto no significa que no hubiese tenido que decir más cosas. Significa que tras la primera mitad de su obra prefiero pasar página y dedicarme a otros libros  mucho más interesantes por leer.  

POR FIN, EXCLAMARÁN MUCHOS. ¡MENUDO ROLLO QUE NOS HA ENDILGADO EL PROFESOR VIÑAS!  

Es verdad, me disculpo. Hay que utilizar un pelín de ironía o una gruesa dosis de sarcasmo, según los gustos, para deglutir la sopa boba que algunos “historiadores” sirven. Pero se los lee, hacen caja y tranquilizan a los que necesitan ser tranquilizados frente a los “despropósitos” de las “hordas rojas” que siguen su marcha triunfal conquistando, para la KGB  decía Ricardo de la Cierva, los puestos y las cátedras de la Universidad.

Lamento, pues, comenzar en tonos negativos, muy negativos. Sobre la campaña de Vizcaya la literatura es inmensa. El general de División Dávila Álvarez, como militar profesional, podría haber hecho varias cosas: resumir los rasgos fundamentales de su planificación y desarrollo; enriquecerlos con comentarios más o menos profundos derivados de su propia experiencia e incluso con el análisis de los estudios técnicos e históricos que sobre la campaña haya efectuado o se hayan efectuado. Ofrecer, quizá, alguna interpretación o por lo menos dar a sus lectores insights que no están al alcance de quienes no somos militares.  

Él, sin embargo, ha optado de nuevo por la vía más fácil y menos seria posible: la de inventarse diálogos (pp. 253s). Este procedimiento devalúa radicalmente su tratamiento. A no ser que escriba para las masas populares, dispuestas a tributar un rendido homenaje a su audacia por salirse de los senderos por los que suelen transitar los historiadores. Ciertamente, se cubre las espaldas: “no vamos a recoger lo mucho escrito sobre el bombardeo de Guernica. Solo añadir lo recogido de las conversaciones mantenidas esos días entre el general Mola y el general Solchaga, que pueden esclarecer los hechos”. ¡Ja, ja, ja! Pero ya afirmo que si aquellas conversaciones tuvieron lugar con la orientación que él señala, Mola y Solchaga mintieron como bellacos y el señor general Dávila Álvarez es incapaz de detectarlo.

Señalado esto con la adecuada contundencia, tengo que recordar al señor consultor del Münchner Neueste Nachrichten que si le agradan las fuentes nacionalsocialistas las hay, con gran diferencia y valga la antonimia, muchísimo mejores.  De haberlas examinado hubiese evitado desempeñar el poco grato papel que ha elegido incluso en su “patriótico” esfuerzo para excluir en todo lo posible el vector Tercer Reich en el origen de la campaña del Norte.  Que ya es.

Me parece obvio, si bien puedo equivocarme, que la noción de que una de las campañas estratégicas y, según nuestro autor, más importantes de la guerra civil, tuviera en su concepción y lanzamiento un componente nazi sigue sin ser bien visto en algunos círculos. Si el señor  general no ha encontrado muestra de ello en los papeles de su abuelo quizá sea porque no los conservó. Pero para eso están otras fuentes primarias, cuya búsqueda es siempre labor primigenia de todo historiador que se precie. Sugiero, pues, que para la próxima edición de su magna obra eche un vistazo al estudio Die Kämpfe im Norden (DKN), muy conocido de los especialistas, y favorezca a sus lectores con una exposición de sus, sin duda, críticas  observaciones. De nuevo observo que si bien menciona en la bibliografía una obra de un notable historiador militar alemán, Klaus A. Maier, el uso que hace de ella es igual a cero.

Aquel relato oficial, de unos militares de quienes tal vez los gloriosos combatientes franquistas no tenían nada que aprender tras sus exitosas campañas contra las kabilas, sin duda más importantes que los cuatro grandes frentes de la primera guerra mundial, empieza afirmando que “el fracaso de los ataques de los nacionales contra Madrid y la ofensiva de Guadalajara en febrero y marzo de 1937 obligaron a adoptar nuevas decisiones operativas. Había que intentar compensar los indeseados efectos políticos de tales tortazos, mediante actuaciones en otros frentes y evitar que la iniciativa pasara al enemigo. En este sentido el comandante en jefe de la Legión Cóndor, general Sperrle, insistió cerca del Generalísimo para que se tomara una decisión”.

DKN se hizo eco, obviamente, de las presiones del nunca suficientemente denostado general Mola con sus notables ínfulas de carnicero del “rojerío” de la época. Las aplicó durante meses para obtener más recursos con los que reforzar sus brigadas con aviación y con artillería para  avanzar rápidamente hacia Bilbao. Quizá tuvo en cuenta que desde diciembre de 1936 o enero de 1937 los alemanes habían empezado a pensar en una ofensiva en el Norte. El Mola destructor (“hay que arrasar Euskadi”)  no les anduvo a la zaga. Sus concepciones militares las reflejó en un proyecto de fecha  26 de enero. Antes del 9 de febrero, Solchaga había preparado un boceto de plan de operaciones.

Sperrle no pensaba que la suerte de la guerra pudiera decidirse rápidamente en el Norte, pero sí que favorecería la superioridad moral y material franquista y la recuperación del prestigio de las armas “nacionales”. He aquí un tema en el que hubiera debido brillar la capacidad analítica de nuestro autor, caso de haberlo abordado. Además, existía el aliciente nada desedeñable de las reservas mineras y fabriles de Vizcaya. Franco,  genio estratégico por excelencia, fue difícil de convencer. Hasta el 20 de marzo no dio luz verde.

Entonces el jefe de EM de la Cóndor, coronel Wolfram von Richthofen, empezó a discutir detalles y detallitos en permanente contacto con el coronel Juan Vigón. En DKN quedan claras dos cuestiones: una, la primacía de Franco, que absolutamente nadie discutió. Otra, la necesidad de poner en práctica una estrecha coordinación operativa y táctica entre las fuerzas españolas, alemanas e italianas. Se mantuvo, con pleno conocimiento de todos los escalones de mando implicados. Iban desde la jefatura inmediata de las unidades de tierra, pasaban por Vigón y Mola y llegaban hasta Kindelán y Franco. Subsistían plenamente el 26 de abril de 1937, cuando Gernika fue destrozada por la aviación nazi-fascista.

La inmensa repercusión internacional, examinada por autores que van desde el Dr. Herbert R. Southworth al teniente coronel Maier, la profesora Stefanie Schüler Springorum, el profesor Xabier Irujo y, modestia aparte, un servidor, con las aportaciones de Raymond L. Proctor y Robert H. Whealey, entre muchos otros, han dejado en cueros vivos la interpretación del general Jesús Salas a quien sorprendentemente su compañero ni menciona. Servidor no es capaz de tal menosprecio, porque ya se sabe que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio.

Ha costado mucho sudor y mucha tinta aclarar lo que pasó antes, en aquel día y después, pero ahora llega el general de División Dávila Álvarez y afirma que el arrasador de Vizcaya que fue Mola habría advertido a Solchaga y a Vigón como sigue:  “tengan ustedes mucho cuidado con Guernica, que no entren ni moros ni soldados; la sala de Juntas que la ocupen fuerzas de requetés, vizcaínos a poder ser ” (p. 257). También lo comunicó a la Aviación. Innecesario es decir que no aduce la menor prueba ni de una cosa ni de la otra.  El distinguido general parece referirse al 27 de abril, es decir, a toro pasado porque Gernika había sido destruída la víspera. Lo achaco a una sintaxis defectuosa. Yo, personalmente, me estremezco ante la idea de que Mola pudiera ser tan correcto después de haber dicho (lo recogería von Richthofen) que convendría ruralizar Vizcaya.

Eso sí, también cita nuestro estimado general de unas desconocidas memorias de Solchaga una frase que me deja algo más que boquiabierto: “todos tenemos un disgusto grande con la destrucción de Gernica; no conducía a nada más que ayudar a la propaganda roja”.  De su propia cosecha añade el nieto del futuro sucesor de Mola que este  “mostraba su gran contrariedad. Estos italianos han venido a ayudarnos, pero ¡cuántos disgustos nos dan!”. Camelo trumpiano avant la lettre, aunque el general de División Dávila Álvarez añade que “le explican que ha sido la aviación (italiana y alemana) que sin orden la han bombardeado”. Pobre Mola, pero más pobre es históricamente que todo un señor general lo presente como engañado de los alemanes e italianos, es decir, de unos TRAIDORES.

Es para hacer llorar de indignación la idea de que un militar de altísimo grado y cargado de condecoraciones implique hoy que Mola no se había enterado todavía de los, para la época, sofisticados mecanismos de comunicaciones y de transmisión de órdenes con la aviación nazi que sus tropas habían puesto a punto antes de la campaña y perfeccionado durante las tres primeras semanas. Denuncio, pues, lo que a todas luces es una incapacidad absoluta de reflexionar sobre el acontecimiento, precedido como lo que fue toda una innovación en aquella guerra y resultado de estudios muy avanzados en el Tercer Reich en busca de una Luftwaffe lo más potente posible de cara a la próxima guerra.

El 29 de abril los franquistas entraron en Gernika. El general Dávila Álvarez parece que cita a Mola como sigue: “He hecho el ridículo. Nos han engañado. Ustedes son testigos de mi orden. Ya se pueden marchar a su casa, no sirven más que para darnos disgustos”. ¿Ha consultado algún papel en el que mínimamente algo de esto aparezca? Que nos lo dé a conocer, por favor, pero ante tamaño disparate hay que preguntarse para quién escribe tan distinguido militar.

Además, insiste: al entrar las tropas “nacionales”  los supervivientes les comentan “que después del bombardeo quedaban casi todos los edificios en pie, posteriormente empezaron los incendios y oyeron muchas explosiones. Indudablemente (…) fueron incendiando y robando, como en Irún, los propios rojos”.

Ni siquiera la más estúpida y grotesca propaganda franquista de la época, debidamente orquestada desde el Cuartel General hasta el último mono, llegó, con perdón, a tamaños dislates. Produce una inevitable sensación de vergüenza tener que leerlos. Tan distinguido militar metido a historiador sigue al pie de la letra la desintoxicación que ya propagó otro de los destructores, el coronel Juan Vigón, estrechamente conchabado con el mando nazi, y que dio a conocer el mitómano por excelencia que fue Félix Maiz. Claro que no llega a lo que, al parecer, dijo Vigón, a saber, que el escándalo había sido promovido por Moscú, de la mano de Vidali, a través de un grupo de dinamitardis (sic).

¿Y el resultado? Para nota (p. 258): “La 4ª Brigada ocupa Guernica, que es un montón de escombros. Hablan con los supervivientes, que coinciden en que después dl bombardeo quedaban casi todos los edificios en pie, posteriormente empezaron los incendios y se oyeron muchas explosiones. Indudablemente, comentan, fueron incendiando y robando, como en Irún, los propios rojos”.

Recomendación, pues, a los lectores de este blog: No se fíen en modo alguno del general de División Dávila Álvarez como historiador y ojeen  cualquiera de los siguientes libros:

Herbert R. Southworth: La destrucción de Gernika. Periodismo, diplomacia, propaganda e historia, Edición de Comares, Granada, 2013, con un prefacio y un epílogo de servidor “El fallido intento de exonerar al alto mando franquista. La agónica metodología de un general de división en el Ejército del Aire”.

Stefanie Schüler-Springorum: Krieg und Fliegen. Die Legion Condor im spanischen Bürgerkrieg, Schöningh, Paderborn, 2010 (la versión en castellano La guerra como aventura. La Legión Cóndor en la guerra civil española, Alianza, Madrid, 2014, está abreviada con autorización de la autora.

Xabier Irujo:  Gernika. 26 de abril de 1937, Crítica, Barcelona, 2017.

Pero si quieren tener una idea global y rápida sobre los camelos que, por lo que vemos  siguen circulando bajo el manto de la autoridad técnica de un general de División español, el libro a leer es también de Xabier Irujo, La verdad alternativa. 30 mentiras sobre el bombardeo de Gernika, Txertoa, San Sebastián, 2017.

Es más, si desean sumergirse en los abrevaderos de la historiografía franquista, echen por favor  un vistazo a la errada, pero interesante, obra del general de División en el Ejército del Aire Jesús Salas Larrazábal: Guernica: el bombardeo. La historia frente al mito, Galland Books, Valladolid, 2012, que no es en modo alguno de pura broma como la que aquí comento.

Que yo sepa, todos los anteriores títulos están en el mercado, aunque evidentemente hay muchos más. Si ojean en mi blog, angelvinas.es, comprobarán que también he entrado en colisión en el tema de Gernika con algún que otro autor (quien, por cierto, da sopas con hondas al general Dávila Álvarez) en sendos posts de abril y mayo de 2015.

¿Significa lo antedicho que no hay nada válido en el libro que he comentado en los últimos posts?. Hay algunas cosas no conocidas o poco conocidas en lo que he leído. Pocas son interesantes. La mayoría no lo son en absoluto. Por ejemplo,  entre las primeras a servidor me  han llamado la atención las estadísticas de envíos de combustible por parte de la CEPSA desde Canarias a la península durante un par de meses iniciales. Ahora bien,  ¿extrae por ventura de ello el general de División Dávila Álvarez alguna consecuencia que no sea absolutamente pedestre? La respuesta es negativa. Tendré, pues, que volver al tema. Quizá en un libro futuro.

Una observación final. La bibliografía que dice el general haber manejado es amplia. Faltan títulos esenciales, pero cada uno elige lo que quiere. El problema es que, en lo que he leído de su libro, no parece que la haya consultado demasiado. Me recuerda ciertos trabajos escolares de un tipo con el que muchos estamos familiarizados. Abultar a todo coste e intentar engañar al “profe”.

 Es obvio que la “representación” que el autor tiene del período es algo más que muy objetable porque no refleja ni siquiera mínimamente la panoplia de representaciones ancladas en evidencias primarias de época.  En cualquier caso, no lamento haber desembolsado 27,90 euros más gastos de envío. Me han deparado el placer de ojear su magna obra. Me confirma en ciertas ideillas: las muchas estrellas y el mando durante tantos años nublan con frecuencia el entendimiento en lo que se refiere a aportar nuevos conocimientos en materia de guerra civil. Al contrario, lo que hacen es abrir la puerta a regresiones convenientemente disfrazadas y publicitadas por dóciles medios de comunicación. Son los que califican, como si fueran jurados del Michelín, con cinco estrellas obras como la presente que solo sirven para aumentar la confusión de ciertos lectores o fortalecerles en sus creencias a las que siguen adheridos con la fé del carbonero.  

Finalmente, me asombra que este tipo de libros pueda publicarlos una editorial seria sin proceder de antemano a un control de calidad mínimo. Aunque ya ocurrió algo similar con la obra magna sobre la guerra civil in totto, preliminares incluídos, de un profesor de una significada universidad privada. Así que quizá no hubiera debido asombrarme.

(FIN DE LA SERIE)

UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (XIII)

6 julio, 2021 at 8:30 am

OTRA REPRESENTACIÓN DE UN GENERAL DE DIVISIÓN, PERO

DESFIGURADA

Ángel Viñas

Con toda la razón el eminente general de División Don Rafael Dávila Álvarez ha rescatado de la oscuridad del pasado algunas cartas privadas que se cruzaron el general Luis Orgaz Yoldi y su señor abuelo. También ciertas notas que tomó  este último en torno al nombramiento del general Franco como Jefe del Estado naciente. La prensa, sin excepciones que servidor conozca, ha alabado tal descubrimiento como si no se hubiera sabido nada de lo ocurrido y la nueva aportación documental hubiese dejado todo meridianamente claro. ¿Hasta qué punto hay en tales cartas y notas aspectos que obliguen a una revisión sustancial de lo ya conocido? Es la pregunta del millón. ¿Cuán valiosa es una aportación historiográfica?

A riesgo de empezar a fatigar a los amables lectores, en este blog me siento obligado a hacer un comentario al respecto. El año pasado dediqué tres posts a la discusión correspondiente y en ellos pasé revista, con algunos datos adicionales, a las conocidas memorias del general Alfredo Kindelán, también monárquico de pro como lo fueron igualmente los generales Luis Orgaz y Fidel Dávila. Remito a los que se publicaron el 25 de febrero y el 3 de marzo. Pueden consultarse abriendo los enlaces correspondientes que figuran a la derecha de la página  (www.angelvinas.es).  

Desgraciada e incomprensiblemente el señor general Dávila Álvarez hace un recorrido imperfecto de las reuniones que se celebraron en Salamanca en aquel mes de septiembre de 1936. No se detiene en la primera, que tuvo lugar el día 21, y que fue sumamente importante. No por lo que dijese o hiciera su abuelo (sobre lo cual calla, quizá porque no se manifestara demasiado) sino por lo que tal reunión representó para Franco. El personaje central es, por supuesto, este último y no el abuelo. Como cualquier lector fácilmente coprenderá para abordar la cuestión conviene salir de los papeles que nuestro estimado autor ha conservado como oro en paño.

De entre tales papeles, y para ser justos y exactos, lo único que aporta es una carta de Orgaz a su compañero Dávila remitida desde Marruecos al día siguiente de la reunión. En ella Orgaz (que había estado conspirando con Franco desde el mes de abril, cuando lo trasladaron a Las Palmas de Gran Canaria, y gestionaba una común red de contactos en esta última isla en la que se preparaban el asesinato del general Balmes y la sublevación) se pronunció rotundamente a favor del mando único. Lo subrayó de cara a abordar el problema principal que tenían los sublevados que no era, ni más ni menos, que la toma de Madrid. Lo que el general Dávila Álvarez nos proporciona ahora respecto a las consecuencias de aquella reunión es la respuesta de su abuelo. En ella, sin desconocer las ventajas del mando único, recalcó que “la diversidad de objetivos” exigía “esfuerzos independientes y por ende aconsejan adecuadas autonomías” (pp. 183s). Lamentablemente el nieto, en su condición de historiador, no hace ningún comentario y nos quedamos sin saber qué idea le suscita, incluso como militar, tal intercambio epistolar. Yo prefiero silenciar lo que de ello pienso pero recuerdo que, como bien recogió Serrat en sus memorias, no destinadas a la publicación, eran muchos los que creían que, de caer Madrid, la guerra hubiese concluído rápidamente. La cuestión, que todo alevín de historiador se plantearía, es: ¿qué pensaba Franco?

Ignora nuestro estimado general, porque no parece haber leído la literatura que ha ido explorando bien que mal el tema en base a otras evidencias primarias, un aspecto fundamental: Franco ya se consideraba como futuro ganador de la partida. Algo nada desestimable porque cabe imaginar que sus razones tendría. El general, repito, no dice nada al respecto. Quizá no lo ha pensado. Servidor, que no es militar, se ha aventurado a hacerlo. Claro que para ello hay que buscar EPRE en el amplio mundo.

Franco lo había indicado, bien  la víspera o al día siguiente de la reunión, en Sevilla,  al cónsul general de Italia en Tánger. Este caballero, fascista de pro, se había desplazado para hablar con él siguiendo instrucciones muy explícitas del gobierno de Roma. Fueron, por lo demás, extremadamente interesantes y, en mi modesta opinión, históricamente muy relevantes.

La duda en cuanto a la fecha se debe a que los servicios de interceptación británicos calcularon que la entrevista tuvo lugar el día 20, habida cuenta de los movimientos del cazatorpederos que remontó el Guadalquivir y que habían rastreado. En la conversación misma con el cónsul general Franco se refirió a que sus “ministros” estaban de acuerdo con él. Esto podría sugerir que la reunión pudo haberse celebrado el 22. En cualquier caso, Queipo de Llano supo de ella o incluso estuvo presente (el texto en italiano no permite dilucidar con claridad la cuestión).

Como no se trata de ponerme plumas no me refiero a mis análisis, que al señor general evidentemente le importan un pepino, pero sí subrayaré la conveniencia de que tal vez no le habría venido mal echar un vistazo a los Documenti Diplomatici Italiani, octava serie, volumen V, documento nº 97. Está en la red y se puede descargar en cualquier ordenador.

En lo que no hay demasiadas dudas es que Franco consideraba que tenía todas las posibilidades de hacerse con el mando único y con la dirección política de lo que más tarde empezó a denominarse “Glorioso Movimiento Nacional” (GMN). La referencia a “sus” ministros no permite, en mi modesta opinión, una interpretación alternativa. ¿Dónde hay ministros? En un gobierno. ¿Quién tiene autoridad sobre ellos? Su presidente. Claro que no cabe eludir la posibilidad de que Franco fuera de farol (pero habría que documentarlo). El telegrama que recapituló la conversación lo envió el cónsul a Roma el 23 de septiembre.

Es decir ya antes o después de la primera reunión entre generales parece obvio que Franco salió superconvencido de que su “candidatura” triunfaría. En los dos supuestos que cabe considerar habló al cónsul como si ya fuera jefe del “gobierno” de los sublevados. Algo que no es nada desdeñable.

En las cuartillas del general Dávila Arrondo (escritas, por cierto, en una sintaxis penosa) y que ha publicado su nieto aparece subliminalmente el factor foráneo, al referirse a que la Junta de Defensa no estaba reconocida por ningún gobierno extranjero (aspecto que reflejaba nítidamente la realidad). Pero añadió: “por informaciones oficiosas que hasta nosotros habíanse deslizado, algunos de tales gobiernos deseaban desapareciese el cariz de pronunciamiento militar que significaba regir el país una junta de generales” (sic).

Si el general Fidel Dávila llegó a enterarse de que quienes “achuchaban” eran los italianos, no lo escribió (¿por pudor patriótico?). Lo cierto es que insistían y mucho. De aquí la misión del cónsul para con Franco. Me apresuro a señalar que no podía ser el gobierno nazi (ya que de ello no se ha encontrado, ¿todavía?, la menor indicación solvente). Sin embargo, en aquella época Mussolini y Ciano ya tenían un piano Spagna (otra cosa es que fuese narcisísticamente irrealista) y sus derivadas para la deseable era lo que tenía que comunicar al “pre-Duce”.

Años más tarde, según unas memorias desaparecidas en todo, o en esta parte, que escribió Queipo de Llano (al parecer sabía hacerlo sin rebuznar) el hermanito Nicolás y José Antonio Sangróniz (el diplomático que había entregado su pasaporte a Franco para que pudiera volar de Gran Canaria al Marruecos francés el 18 de julio) y que desde entonces le servía de factótum para cuestiones internacionales, se recogió que ambos caballeros empezaron a telefonear a los generales. Les hicieron saber que la ayuda de Alemania e Italia exigía como condición sine qua non el mando único. Así, pues, no tengo la impresión de que la resistencia que el verdugo de Sevilla pudiera oponer al correlato de la dirección política por parte de Franco fuese tremenda. Y no lo fue.

En qué medida el general Dávila Arrondo supo lo anterior no figura en las notas publicadas por su nieto, pero es improbable que no se diera cuenta de que cualquier oposición (él afirma que de Cabanellas y Queipo -¿jugando a dos barajas?- y otro general llamado Germán Gil Yuste) podría tener consecuencias desastrosas. De aquí se explica que pugnara por que se aceptara unir al mando militar el político. Como hicieron otros generales monárquicos, sin que servidor recuerde ahora muchas excepciones.

En definitiva, es muy de agradecer que el general Dávila Álvarez haya dado a conocer las notas de su abuelo (siempre serán EPRE) pero hay que analizarlas, como cualquier EPRE, y contextualizarlas. Por ello no hay que extraer la noción de que fue el general Dávila Arrondo quien arrumbó los obstáculos que se opusieron a la conjunción de la unidad de mando y la dirección política.

Que Franco no fue un mero espectador (algo que apareció en la película de Amenábar) podemos deducirlo de su comportamiento ante el cónsul general italiano. Todos los generales que pensaban que el GMN serviría para restaurar tarde o temprano la Monarquía sabían que no había alternativas. Mola no se opuso y ya se había puesto a las órdenes de Franco a finales de julio, como he demostrado en mi último libro y se enteraron de inmediato los republicanos. Nada hace pensar que aspirara al mando supremo. No lo había hecho durante la conspiración. Malamente podría querer encaramarse después. Incluso Sainz Rodríguez lo negó en sus memorias, aunque en ciertos temas hay que tomarlas con algún grano de sal.

El ilustre general Dávila Álvarez sugiere que la guerra comenzó realmente el 1º de octubre. Hay que someterse a una fuerte dosis de kif para aceptarlo. La contienda, tal y como estaba planteada en septiembre, tanto en sus aspectos internos como internacionales, ya la tenía perdida la República. Con un ejército en primerísima fase de formación,  cortada de los suministros que hubieran debido de haber emanado de los arsenales de las democracias (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y luego del resto de las europeas) y con el aparato del Estado descoyuntado en los territorios a los que se extendía su capacidad normativa (y escasamente la coactiva), con un mando único en el plano político o sin él entre los sublevados el futuro no se le presentaba nada halagüeño.

Personajes tan dispares como el presidente de la República, Manuel Azaña, o el nuevo agregado militar francés y jefe en España del Deuxième Bureau, el teniente coronel Henri Morel, así lo advirtieron. Ciertamente el primero lo consignó a la privacidad de sus apuntes tras intercambiar opiniones con algunos políticos republicanos y socialistas. Unos le dieron razón. Otros, no. Pero la impresión quedó escrita en su testimonio de aquellos días.

¿También lo desconoce el general Dávila Álvarez quien toma a Azaña por el pito del sereno? Por su parte Morel no dudó en absoluto de que, con la ayuda de las potencias fascistas, los sublevados se alzarían con la victoria.

Ninguno tuvo en cuenta el nuevo factor que cambiaría el panorama interno e internacional: la ayuda soviética. Es notable que el general Dávila Álvarez se limite a escribir cuatro banalidades (soy generoso) al respecto. La literatura existente es ya notable. Los primeros barcos con material soviético (aparte de un envío de fortuna en el buque-cisterna Campeche) empezaron a llegar a los puertos del Mediterráneo a mitad de octubre. Más o menos cuando también comenzó a hacer acto de presencia la que llegó a ser 11ª Brigada Internacional.

La prensa extranjera llevaba semanas haciéndose eco de la posibilidad de una intervención soviética. Los diplomáticos nazis y fascistas adelantaban su llegada en telegramas a veces delirantes (adjetivo utilizable hoy: en su momento hacían bien en enviar a Berlín y a Roma los rumores que oían). Es de imaginar que aunque la Junta de Defensa fuera un organismo embrionario extremadamente kaki también supiera de las noticias de prensa que pululaban por el exterior. Incluso Franco había dicho al cónsul general italiano que quería acelerar la ofensiva antes de que entrase en acción la ayuda soviética y también porque no quería alargar las hostilidades ya que sus tropas carecían de ropa de invierno. ¡Muy previsor!

En este contexto no sé si hay que felicitar efusivamente al general Dávila Álvarez por citar (p. 243) como fuente digna de todo crédito al Münchner Neueste Nachrichten del 12 de noviembre de 1936 (yo no lo he leído, de aquí mis parabienes, ya que supongo que habrá ido a la fuente y que no lo habrá copiado sin más de alguno de los libros que dice haber manejado o quizá tomado de la traducción de los recortes de prensa que llegaran a la Junta Técnica del Estado, de la que su abuelo acababa de ser nombrado presidente). El caso es importante porque demuestra la capacidad analítica, o de émulo de Herodóto/Tucídides, de nuestro distinguido autor, tal y como ha afirmado otro no menos distinguido comentarista.

Sin embargo, para cualquier historiador genuino habría generado algún tipo de comentario la noticia de tal periódico:  el 12 de noviembre combatían “al servicio del gobierno rojo de Madrid” la friolera de 9.000 rusos, con otros 4.000 belgas y franceses y 300 ingleses. O que en la aviación había 120 aviadores rusos (pregunta al señor general: puesto que cita a Howson, ¿sabe cuántos aviones soviéticos ya habían arribado a puertos españoles?).  

Claro que el general Dávila Álvarez no ha creído oportuno informar a sus lectores (un despiste lo tiene cualquiera, también servidor) de que tal periódico habia pasado en diciembre de 1935 a manos de la editorial del partido nazi, Franz Eher Nachf. GmbH, que naturalmente lo puso al servicio inmediato de la dictadura hitleriana. Así, pues, una fuente muy fidedigna, aunque solo para cumplimentar los designios del maestro Goebbels.

Por lo demás, caso de haber acudido a alguno de los numerosos libros que han estudiado la presencia soviética en España, nuestro distinguido general se habría, quizá, enterado de que los asesores militares no pasaron de 600 en ningún momento amén de los 1.300 que combatieron directamente, de un total de entre 2.000 y 2.150 de todos los niveles (los datos los tiene en Rybalkin, p. 96)

En realidad, tan poco preciso general tampoco ha leído la obra, que cita en la bibliografía, de Skoutelsky. De haberlo hecho se habría dado cuenta de que en Madrid (“rompeolas de todas las Españas”) en aquella fecha de noviembre solo estaba la 11ª BI (unos 2.100 hombres armados de fusiles Remington, sin bayonetas, sin granadas, sin fusiles ametralladores, sin cascos, sin máscaras de gas y sin víveres de reserva) y que acababa de formarse a toda velocidad la 12ª BI con 1.600 voluntarios.

Ya no me detendré en la exposición que el distinguido general, vestido de historiador, hace de la ayuda soviética y, en particular, de la operación de venta del oro a Francia y a la URSS (cap. 34, pp. 219-225). Es una amalgama de datos desfigurados, expuestos sin ton ni son, deshauciados y, si se me permite la comparación, no daría para el aprobado en un examen de grado en cualquiera de sus cuatro cursos de hoy en día.  Los lectores pueden enterarse leyendo algunas obras que hayan tratado del tema.  

Eso sí, el general Dávila Álvarez (sin duda políglota) tiene la brillante idea de referirse a la obra de Rybalkin en ruso (p. 219) aunque lo cita mal e ignora que fue publicada en recio castellano en 2007.

Desde el punto de vista de análisis del pasado y de deshacer entuertos mi valoración es, de nuevo, que la “representación” que de él propaga tan distinguido  general de División es algo más que objetable porque no refleja ni siquiera mínimamente las  ancladas en evidencias primarias de época ni las analizadas por otros autores, que sí las utilizan.

(continuará)