UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (XII)

29 junio, 2021 at 10:27 am

OTRA REPRESENTACIÓN, PERO DESFIGURADA

Ángel Viñas

Excepcionalmente, este post carece de introducción. Ha de verse como continuación del anterior que podría haber alcanzado unas dimensiones considerables. Sin embargo, no se trata de hacer aquí una valoración de la parte más sustantiva de la obra del señor general de División Don Rafael Dávila Álvarez referida a la campaña del Norte. Solo de señalar alguna de sus insuficiencias antes de ella. Dos son lamentables. 

En la tradición post-1937 Mola surge como “el verdadero y casi único impulsor del Alzamiento” (p. 72). Pero, ¿y Franco? ¿y Goded? ¿y los demás generales que participaron en la conspiración? ¿No ha leído nada al efecto? Lo más interesante de esta parte del libro es que el autor todavía no se ha enterado de cómo fue gestándose la del futuro Caudillo. Sorprende también que no se haya atrevido a basarse en los datos que ya figuraban en la primera “historia” de los antecedentes de la guerra del EMC del Ejército de Tierra que data de 1945. Él se limita al cubre-vergüenzas del SHM de 1968, mucho más discreto.  ¿Otras aportaciones? No.  Tampoco conecta los acuerdos con Mussolini el año anterior con la aparición de la UME. Al contrario, los banaliza hasta prácticamente negarles toda eficacia. No cabría afirmar que está al día en sus lecturas. 

Como supuesto alzatelón de la guerra no hay que perder de vista el capítulo 12: asesinato de Calvo Sotelo. En él no se dice absolutamente nada que no se haya escrito miles de veces, pero aporta una “fuente” reciente: un artículo delirante de un exalcalde de A Coruña (en ABC), con un documento absurdo, que califica de “importantísimo”. Hay que descubrirse, rendidos, ante tan ignorado historiador en un tema que  ha generado ríos de tinta y que, además, no fue el detonante de la sublevación.  

Obviamente no faltan en la obra las citas de un Largo Caballero con el cuchillo entre dientes. El general Dávila Álvarez sigue sin dar fuentes (a diferencia de lo que hace en alguna ocasión Andrés Trapiello aunque se las invente) y tampoco las contextualiza. Así que lo único que se me ocurre  pensar es que está plenamente al corriente en lo que se refiere a los refritos y distorsiones que vienen practicando en los últimos años los autores derechistas o parafranquistas más aguerridos. 

Lo realmente impactante de esta parte es la atención que dedica, salpicada de infundios, lecturas selectivas, contraverdades, errores y omisiones (en una mezcla propia de un alumno poco aventajado de segundo de grado) a los inicios de la intervención internacional. Es la retahila consabida de camelos que conviene mantener enhiestos en todo lo posible. También es un poco mi tema, así que me siento en la obligación de escribir, limpia y claramente, que no valen ni siquiera el papel en el que están escritos (página 113 y capítulo 22). 

Reconozco, con todo, UNA GRAN aportación. Yo no sabía (p. 122), y lo afirmo con toda humildad, que “con anterioridad al Alzamiento, Nicolás Franco Bahamonde (…) instaló una oficina comercial (sic) en Lisboa”. Según la costumbre el distinguido general tampoco da fuente, aunque aborda una cuestión de la máxima importancia. De aquí que reproduzca la cita en negritas. ¿Por qué lo haría Don Nicolás, oficial de Marina? ¿Con qué fines? ¿Con qué medios? ¿En qué contexto? Supongo que no fue para dedicarse a actividades de compra y venta de café brasileño como terminó haciendo su querido hermano al final de la guerra.

Entre las “perlas” que encuentro en esta parte no puedo resistirme al cosquilleo (o regocijo) que me produce leer a tan condecorado general afirmando, por ejemplo, con toda su autoridad que en Marsella el 24 de julio de 1936 “el vapor Ciudad de Cádiz fue cargado de armas y municiones para el gobierno de Madrid” (p. 129). Selecciono una sola barbaridad histórica de entre muchas otras simplemente porque es clásica. ¿La idea subyacente? Los malvados franceses (se sobreentiende que carcomidos hasta los tuétanos por su propio Frente Popular) suministraron inmediatamente armas al Gobierno de la República, que para él probablemente no era demasiado legítimo. Así, como “compensación”, nazis y fascistas (perdón, anticomunistas de pelo en pecho) lo hicieron a su vez con los futuros “nacionales” (los primeros envíos de tan solícitos camaradas no llegaron hasta después del 24: ergo, fueron la consecuencia de los anteriores).

El general Dávila Álvarez parece que hace, a veces, alguna que otra aportación sustantiva. Por ejemplo, en las pp. 141-145 reproduce un informe sobre elementos enviados a la Península en los casi tres años de guerra (las itálicas son mías). Figura al final del capítulo 23. Se titula NOTA DE LAS UNIDADES Y MATERIALES QUE HAN SIDO TRANSPORTADOS A ESPAÑA DURANTE LA CAMPAÑA. No quito ni pongo nada al título. Y, en efecto, se identifican las unidades de Infantería, Caballería, Artillería e Ingenieros con su impedimenta en equipamientos para la guerra, transmisiones, sanidad y vestuario. Se trata de una nota oficial “que la Junta de Defensa Nacional y que posteriormente el Ejército del Norte iba actualizando” (sic). Servidor entrecomilla lo que escribe el ilustre general sin detenerse en mucho análisis. Lo dice un documento y ya está. Cuestión zanjada.

¡Ay!. Se trata, sin embargo, de un documento no demasiado fiable.  Veamos por qué. La suma de hombres que en él figura asciende redondeando a 21.000. Se añaden 2.662 más para cubrir bajas. En total 23.662. En casi tres años. ¿Son muchos? ¿Son pocos?

El señor general no suele manejar mucho las relevantes monografías, extranjeras o españolas. Por eso desconoce que ya en 1989 (ha corrido mucha agua bajo los puentes del Manzanares) el historiador norteamericano Robert H. Whealey (incidentalmente, amigo mio)  publicó los resultados del “puente aéreo” que los nazis establecieron para trasladar a la Península a una parte sustancial del Ejército sublevado en Marruecos. Sus estimaciones ascendieron a unos 19.000 soldados. Que el general Dávila Álvarez (p. 134) se limite a decir que en 14 días Franco pudo, gracias a los “aviones de transporte puestos a su disposición por Alemania”, enviar tal número de soldados con todo el equipo, es una forma elegante de exagerar pour la bonne cause.  

Él prefiere concentrarse en el “convoy de la Victoria” que atravesó las turbulentas aguas del Estrecho con 2.500 hombres. Poca cosa, en verdad, en comparación con los que pasaron por el aire. Es decir, los nazi multiplicaron los del convoy por un factor de siete. Si el señor general hubiera ido a las fuentes que manejó Whealey se habría enterado de una cosa muy interesante: los nazis alternaron el transporte de los soldaditos con el de su impedimenta y municiones. No hubieran podido, a pesar de ser Übermenschen en acción, hacer mucho más. Me permitiré dar a conocimiento de los lectores algunos datos:

En los primeros veinte días los nazis transportaron 8 toneladas de equipamiento. En la semana del 17 al 23 de agosto 11 toneladas y media. En la siguiente, algo más de 35. Si pararon un pelín, fue por falta de combustible, pero en la primera semana de setiembre ya llevaron casi 37 toneladas; en la segunda alcanzaron un récord relativo de 46,8 y en la tercera  transportaron 39. En la cuarta y última el récord absoluto fue de 46,8. Servidor es un poco ingenuo, pero me parece que toda esta impedimenta trasladada por el aire, no en 14 días sino a lo largo de dos meses, tuvo que tener algún impacto en las operaciones de los generales Franco y Queipo de Llano. Cabe discutir acerca del grado de pericia y maestría con que  maniobraron. No tanto que las llevaron a cabo con un inmenso derramamiento de sangre frente a un ejército que andaba noqueado y contra grupos de campesinos que habían pasado de la azada y la guadaña al mosquetón (cuando lo tenían) sin solución de continuidad.

Si el señor general desea conocer algo más sobre los vuelos del puente aéreo hay buena información. Según los datos que me ha facilitado un amigo entre el 21 de julio y el 1º de octubre tuvo lugar un total de 1.359. De ellos 567 fueron españoles, 78 italianos y 714 alemanes. En los primeros se cuentan incluso los de personajes importantes (entre ellos Franco). ¿Y cómo se ha enterado mi amigo de esto? Muy sencillo: ha ido a los archivos en busca de EPRE. 

 ¿Y dónde se encuentran otros datos, los alemanes, también al alcance de cada hijo de vecino? En el Centro Documental sobre el Bombardeo de Gernika. Donde existe también documentación que en un próximo post me permitirá señalar como un todo señor general escribe,  según ha dicho algún pelota,  en plan de historiador superdotado, acerca de cómo ha abordado la destrucción de la villa foral. La fuente que menciono en este post está, desgraciadamente, en alemán pero no tengo la menor duda de que le será fácil que se la lean. O a lo mejor la lee él mismo.  ¿Su título? Unternehmen Feuerzauber. Más conocida que la “Tana”.

Pero, ¿qué significan los datos numéricos que anteceden? Con 19.000 hombres del puente aéreo más 2.500 del convoy de la victoria, el general Dávila Álvarez parece querer indicar que el grueso de las fuerzas disponibles del Ejército de Marruecos se transportó a la Península durante el período de vida de la autodenominada Junta de Defensa Nacional. Por consiguiente desde octubre de 1936 hasta el final de la guerra ¿del Protectorado solo habrían salido rumbo a la península exactamente 2.162 hombres (23.662-21.500).? Quizás unos pocos más, pero no muchos. ¿Es creíble? 

La respuesta es un rotundo NO. María Rosa de Madariaga escribió hace casi veinte años una monografía (Los moros que trajo Franco. La intervención de tropas coloniales en la guerra civil), que nuestro eminente general ignora. Recogió estimaciones que varían entre un mínimo de 62.271 hombres (Gárate Córdoba) y un máximo razonable de 80.000 (Francisco de Caveda, interventor de Asuntos Indígenas, y la propia Delegación de igual nombre). Con lo cual la intervención de fuerzas extranjeras al lado de Franco y de su “Ejército Nacional” ascendería, al menos, a la suma de esta cifra, más 19.000 alemanes más unos 49.000  italianos y más un máximo de 8.000 portugueses. Grosso modo, unos 150.000 como mínimo, de los cuales los marroquíes (de los tabores preexistentes más los reclutados) fueron sin duda tropas de choque, a lo largo de casi tres años de conflicto. ¿Qué cálculos hace el general Dávila Álvarez para el Ejército Popular de la República? Ruego al lector que lea más abajo. 

A mi me da la impresión que es imposible escribir algo sobre la guerra, en el Norte, en el Sur, en el Centro o en Levante, al Este o al Oeste,  desde el lado franquista, sin mencionar la ayuda extranjera que recibió. Nuestro eminente general lo hace, para los alemanes, en las págs. 135 a 137. Añade, con razón, que “hoy está fuera de toda duda que fue Hitler el que personalmente decidió la intervención, o ayuda, en España sin que hubiera una relación preliminar entre los conspiradores y el régimen alemán”. Es cierto. ¿Lo ha leído en alguno de los eminentes historiadores del SHM de antes de 1974? Porque fue en ese año cuando lo demostró un servidor. No lo hizo ningún historiador militar franquista. Luego he ido matizándolo, pero de eso el general Dávila Álvarez ya no habla. Menos aún lo hace de la ayuda italiana que los conspiradores contractualizaron con la dictadura fascista y respecto a la cual, por desgracia, nos ha dejado con la pregunta en los labios de si su señor abuelo llegó a enterarse. 

El general nos ofrece, en cambio,  un manjar de dioses. A saborear detenida y pausadamente. Retoma una noticia aparecida en un periódico francés de agosto de 1936 y en el año en que nos encontramos, 2021, la presenta como fruto de sus largos años de inmersión en los papeles de su antepasado: la génesis de las Brigadas Internacionales. Afirma: “tienen su origen en la reunión celebrada el 26 de julio en Praga por el Komintern y el Profintern” (p. 241). Lo leo y no me lo creo. Ha revitalizado hoy una añejísima trola anticomunista de la extrema derecha francesa del mes de agosto de 1936 y lo hace hoy para explicar la aparición de aviones nazi-fascistas en los cielos de España. ¡La reacción! ¡Nada más que una reacción!. Ya desde antes del “Alzamiento” la propaganda subversiva que alimentaba a quienes iban a sublevarse andaba diciendo que los comunistas preparaban una revolución a la que era menester adelantarse. Es, pues, del todo congruente que, raudos cual centellas en la noche, los malvados comunistas se apresuraran en poner en pie todo un ejército. Lo curioso es que en su bibliografía nuestro autor cita una de las obras que, con documentación primaria extraída de los archivos soviéticos, más ha contribuido a desmantelar ese clásico camelo. Me refiero al trabajo de Rémi Skoutelsky. En cambio, también menciona una charranadita de Martínez Bande de 1965. Son mundos aparte, pero el señor general de División ni lo advierte.

La trayectoria de las Brigadas no es asunto de su obra, pero no por ello se inhibe de esparcir dardos venenosos en las páginas 240-241. Con datos de un historiador militar de los años cincuenta, el coronel de EM Juan Priego López (del SHM), llega hasta la un tanto abultada cifra de 45.000 efectivos. [Hubo historiadores franquistas que hablaron hasta de cien mil]. Por lo común, en la actualidad las estimaciones se sitúan en torno a los 38.000 contando a los extranjeros que no estuvieron en las Brigadas. Los lectores tendrían que consultar otras obras y a otros autores y no al escasamente distinguido historiador José María Gironella, como fuente (p. 242). 

Así, pues, se demuestra de nuevo que la “representación” del pasado que tiene el general Dávila Álvarez es algo más que objetable porque no refleja mínimamente las ancladas en evidencias primarias de época, con perdón a los manes de Heródoto y Tucídides. 

(continuará)

UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (XI)

22 junio, 2021 at 8:30 am

OTRA REPRESENTACIÓN, PERO DESFIGURADA

Ángel Viñas

Empiezo ahora la segunda parte de la serie que me ha tenido ocupado en las últimas semanas. Confío en que el conjunto sea  útil a la hora de revelar cómo he enfocado y cabe enfocar el trabajo de historiador. Hay otras posibilidades, pero “cada maestrillo tiene su librillo”. Los amables lectores observarán que estos últimos posts tienen otro subtítulo. Se me ha ocurrido porque el 25 de mayo pasado me llegó un libro (aparecido tres semanas antes) que ha sido objeto desde su publicación de mucha alharaca y de notas en la prensa con frecuencia ditirámbicas. Al autor alguien (que no mencionaré) le ha atribuído tener alma de Heródoto o de Tucídides, afirmaciones realmente extraordinarias, como veremos. Si bien hay que felicitar a la editorial y a tan insigne historiador por la extensión e intensidad de tal campaña propagandística, me veo obligado a diferir radicalmente. Los temas que aborda el autor en cuestión  me son algo conocidos (aunque también entra en otros por los que no me he interesado particularmente). En lo que a mí se refiere el libro incorpora una “representación” un tanto, digamos, desfigurada (aunque otro calificativo más duro quizá sería más apropiado) de los antecedentes y comienzos de la guerra civil.

Se trata de la obra de un general de División retirado, exayudante de campo del rey Juan Carlos I, exgeneral jefe de una de las brigadas de la Legión, exjefe de tropas de Canarias y muchas otras cosas más. Probablemente camine algo inclinado cuando se vista de gala por tener que soportar el peso de las numerosas condecoraciones a las que se habrá hecho acreedor a lo largo de su dilatada y venturosa carrera. Es también nieto del general Fidel Dávila Arrondo, marqués de Dávila, que fue presidente de la Junta Técnica del Estado y general en jefe del Ejército del Norte en la guerra civil, entre muchas otras responsabilidades. Ha podido hacer uso en su libro de la documentación por él conservada. Debemos, pues, felicitarnos. En principio, si no recuerdo mal, no se había explorado.  El autor en cuestión se llama Rafael Dávila Álvarez.  

Así, vaya de entrada la expresión de mi agradecimiento  por haber dado a conocer a sus lectores y a los historiadores la existencia de esos papeles (aunque tengo la impresión de que quizá sean algo limitados, ¡ójala me equivoque!). Siempre he lamentado que todavía hoy tantos archivos privados permanezcan cerrados. ¡Cuánto mejor sería que se aireasen y pudieran consultarse en archivos públicos! En este caso permitirían una apreciación quizá algo diferente de la que hace el nieto.  

En el presente y en los próximos posts me limitaré a unas cuantas consideraciones esencialmente sobre los temas que han sido objeto de la presente serie, pero añadiré otro que ya ha surgido en el blog hace años. Se refiere a la destrucción de Gernika. Todos ellos reflejan la “representación” que el autor se hace de un pasado convulso. Adelanto ya que no escribe Historia. Simplemente, confunde “su” representación particular y lo que se desprende de lo investigado y sacado a la luz por multitud de historiadores, aunque no tengamos almas emulables con las de Heródoto o Tucídides.  

Ante todo,  un tirón de orejas a la editorial y al autor. Publicar hoy un libro sin índice de nombres (ya no hablo de índice analítico) es una muestra de falta de profesionalidad y de respeto a los lectores. Es también una trampa (saducea o no) porque dificulta considerablemente la lectura y un rápido abarcar del contenido del relato. Me siento en condiciones de dar tal tirón porque, que recuerde, ya desde mi primer libro, en 1974, todos los siguientes han contado con índices onomásticos y, hace ya muchos años, por lo general también analíticos.  Los hago yo mismo, con la vista puesta en los lectores.

El libro se descompone en cinco partes. Las tres primeras se titulan Rumbo a la tragedia, Verano épico y sangriento y Franco toma el mando. He leído hasta la página 145, de la 179 a la 194, de la 219 a la 225, de la 240 a la 246 y de la 253 a la 258. Me han bastado. Lo leído me suscita objeciones formales y de contenido. Entre las primeras, la idea (que quizá hayan insinuado al autor, pero que este habrá aceptado) de inventarse diálogos y conversaciones. Automáticamente devalúan la obra. No se necesitan.  Pueden reflejar (chi lo sà?) aspectos complejos. También pueden aligerar la lectura (para los menos aficionados a esta labor), pero no son sino un gimmick muy barato en un libro que pretende ser de historia. Huelen a periodismo de perra gorda.

Entre las objeciones de contenido es penoso (y explica el subtítulo) tener que leer en 2021 lo que el general Dávila Álvarez repite como un papagayo, sirviéndose de fuentes algo más que dudosas o totalmente desahuciadas, que tampoco contextualiza ni analiza en lo más mínimo:  un sinnúmero de mitos (o burradas, de ser algo inconvencional) sobre la República y la evolución que condujo a la guerra civil. Sin salirse de una tradición que remonta a los años oscuros del comienzo de la conspiración, de la propia guerra y de la dictadura de Franco.

Veamos algunos ejemplos de la “representación” en que se basa el autor. Ante todo, la reforma militar de Azaña. La literatura en pro o en contra, analítica o valorativa, es muy amplia. No llevó necesariamente a la guerra civil, pero sí incomodó a muchos generales, jefes y oficiales de un Ejército más que sobredimensionado (el autor ni se plantea la cuestión). Ha sido muy estudiada, pero él escribe al aire de una fácil tonadilla y alude, como principio explicativo, a “la mentalidad infantil de Azaña, su afición a las formaciones de soldaditos”. ¿Es esto serio? ¿Ha estudiado la trayectoria de un político complejo y revelado nuevas facetas? No me sonaba, al efecto, ninguna publicación histórica suya. Acudo a la ayuda de Mr. Google con ”Dávila Àlvarez + Azaña” por delante y lo que  salen son posts de su blog: he leído un par de ellos y lo he cerrado sin más.

Con todo, es de justicia reconocer que el autor tampoco exagera demasiado las consecuencias.  Lo hace de una forma muy particular al afirmar, tajantemente, que el “ataque a la Iglesia” hizo que más militares pasaran a la reserva que su propia reforma (p. 36). ¿En qué fuentes, estadísticas, testimonios fiables y contrastados se basa?  Que él indique específicamente, en ninguno.

En este contexto, que no es intrascendente, encontramos frases no fácilmente comprensibles. Una de ellas: “Para más inri jugó también [Azaña] a ser más papista que el Papa y pasó a ser monaguillo de la España católica, aunque fuese por costumbre, tradiciones ancestrales”. Me pregunto si el autor estaba pensando en el famoso discurso, tantas veces distorsionado, en el que el entonces presidente del Gobierno y ministro de la Guerra pronunció la frase (que siempre citan los ignorantes) de que España habría dejado de ser católica. Me limito, pues, a no ensalzar a los lectores de tan magna obra sus profundas reflexiones sobre la fé católica y la historia española (pp. 36s).

Para un militar que escribe sobre los militares y los primeros años de la República sorprende que no haya acudido a algunos de sus compañeros, historiadores de raza, al hablar del Ejército. Por ejemplo, al coronel Fernando Puell de la Villa que identificó hace años la mentalidad en la época de la mayor parte de los oficiales y jefes (también de algún que otro general): “intervencionista, acomplejada, victimista, escandalizada ante la República, hipnotizada por el supuesto peligro bolchevique”. ¿Amor a la religión católica? No solo lo tenían los militares. También los republicanos, pero no era la religión como tal lo que estaba en juego.

Otras citas importantes,  p. 46, carecen igualmente de fuente: “se hizo una constitución que invita a la guerra civil” (afirma que fue de Alcalá-Zamora: ¿en qué contexto?, porque está demostrado que fiarse en algunos aspectos básicos de las memorias del expresidente es asomarse al vacío). Esta debió de ser post 36. Claro que escribir sobre el pasado es más fácil que anticiparlo, por ejemplo, en 1931. ¿La valoró así Don Niceto entonces?. ¿Dónde? ¿Cuándo?

De toda esta parte dedicada a la República destaco simplemente una nota que servidor ignoraba: la decisión de su abuelo (p. 42) de no aceptar la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra que le ofreció Azaña y preferir pasar a la reserva. Es una noción que le honra. Mejor estar fuera que ser “cómplice” desde dentro. ¿Significación histórica? Limitada.

Tampoco sabía, aunque no me extraña lo más mínimo, que algunas reuniones de la UME contaron con la presencia de su ilustre antepasado (p. 57). ¿Consecuencias que de ello extrae el nieto? Ninguna. Lo explicaré a los amable lectores: implican que el general Dávila Arrondo estuvo al corriente de lo que se tramaba y que fue otro conspirador más. No lo afirma servidor por mera aplicación de la lógica. Lo recoge el apunte biográfico hecho por otro príncipe de la milicia -para mí un historiador tampoco muy fiable- como fue el general José María Gárate Córdoba, en el DBE de la RHA.

Lo que el nieto no aclara, y esto sí habría sido potencialmente interesante en el plano histórico, es en qué consistió la participación del abuelo de cara al golpe. En un libro basado en sus papeles no sería un tema de escasa entidad.   ¿Carece de ellos? ¿Hay motivos, quizá,  para  sonrojarse? ¿O escribió como Mola, Franco, Cabanellas etc para defender sus actuaciones? En tal caso, ¿cómo?.

En esta serie de posts, no extrañará a los lectores que lo que más me haya interesado sean las referencias que el general Dávila Álvarez hace a la ayuda fascista antes del golpe (él utiliza un término con recias evocaciones: Alzamiento). Ya en 2013 empecé a documentarla y descubrí que su plasmación definitiva data del 1º de julio de 1936. ¿Se ha enterado siete u ocho años más tarde tan distinguido autor? NO (pp. 50s y 57). ¿Dice algo nuevo? NO. ¿Intenta refutarlo? NO. Lo históricamente interesante es si un general monárquico, su abuelo, en contacto con otros conspiradores militares también monárquicos, la ignoró o si participó del conocimiento.

El general Dávila Álvarez dedica, ¡cómo no!, un capítulo, el 8, a las reuniones en Italia de los futuros salvadores de la PATRIA. ¿Fuentes? Las clásicas, y hoy totalmente devaluadas, pero que toma como palabra de Evangelio. No sin acudir al apoyo de un compañero suyo que ya ha aparecido en esta serie: el también general Don Manuel Chamorro. ¿Resultado? Nuestro estimado autor no escribe historia. Revive cuentos o, mejor dicho, camelos que no pasan la prueba de fuego de la confrontación con las evidencias. Eso sí: Es tajante al afirmar “en la preparación del Alzamiento no se había contado con ninguna ayuda extranjera” (p. 127). (Las negritas son mías sustitutivas de una pequeña carcajada). Es decir, fue obra única y exclusiva de soldados españoles curtidos en mil batallas contra los enemigos de la PATRIA, sobre todo en el interior. También en el exterior, pero en las interminables campañas para dominar a unas cabilas en un territorio de más o menos la extensión de la provincia de Badajoz. La patraña, que he subrayado en negritas, se lanzó en 1936 y, como los amables lectores comprobarán, todavía subsiste.

El capítulo 9 se dedica a la revolución de octubre. Algo que se ha estudiado exhaustivamente, por activa y por pasiva, por perfecto, por imperfecto y por pluscuamperfecto. Para el autor fue una guerra preventiva acometida por el EJERCITO ROJO. Y se queda tan tranquilo.  Claro que entre sus fuentes figura uno de los grandes nombres del periodismo en la época franquista, entonces muy conocido y hoy con razón olvidado: Emilio Romero (p. 66).

¿Y la conspiración? Asunto de generales. ¿Los civiles? No aparecen. Eso sí, da un pequeño zarpazo, típico: el general Miaja y el comandante Vicente Rojo pertenecieron a la UME. Lo ocultaron después y destruyeron sus fichas. ¿De dónde se lo habrá sacado?, porque lo cierto es que los republicanos lo sabían, antes del golpe, y lo siguieron sabiendo después del mismo (p.  69).Al autor no se le ocurre pensar por qué razones permanecieron fieles a su honor militar y no como otros que lo pisotearon. [Mi crítica es limitada, porque el señor general no se ha molestado en consultar la relación parcial que de la UME figura en los archivos de Ávila y en donde se encuentran los nombres de ambos].

Tampoco parece que los haya visitado. Al parecer, como evidencias primarias solo ha visto los papeles del abuelo porque gran parte de la bibliografía que cita, muy selectiva, sirve simplemente de cobertura. Tampoco crea el lector que la ha absorbido. Además, los trabajos fundamentales de Eduardo González Calleja y colaboradores y Angel Luis López-Villaverde, por poner ejemplos recientes, brillan por su ausencia. Eso sí, no faltan las de una docena de propagandistas de la fé franquista.

En una palabra: la “representación” del pasado que tiene el general Dávila Álvarez es algo más que objetable porque no refleja mínimamente las  ancladas en evidencias primarias de época, dicho esto con perdón a los manes de Heródoto y Tucídides.

(continuará)

UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (X)

15 junio, 2021 at 9:17 am

EL CASO DE MONTAILLOU Y LAS REPRESENTACIONES

Ángel Viñas

Empecé esta serie de reflexiones aludiendo a Thomas Kuhn. Voy llegando al final de una primera parte general (en el próximo iniciaré una parte específica). Hoy debo mencionar  a otro autor que dejó en mí una huella profunda. Es conocido en España y al citarlo no me aventuro en terreno virgen. ¿Su nombre? Emmanuel Le Roy Ladurie. Francés. Ha escrito mucho y bien sobre los más variados temas. No soy un profundo conocedor de su obra ni tampoco lo pretendo, pero sí recuerdo uno de sus libros, que leí hace muchos años. Versaba sobre un mundo para mí desconocido, la Edad Media, y que tampoco me ha atraído demasiado desde entonces.

El libro se titula Montaillou. Se publicó en 1975, cuando  estaba todavía  tambaleándome de los azares  y peripecias de unas oposiciones a la cátedra que gané en la Universidad de Valencia. En ellas había desarrollado algunas ideas que, para la época, tampoco eran demasiado ortodoxas en aquellos tiempos. Lo leí en francés poco después de salir de aquel valle de lágrimas. Cualquier apelación a Mr Google hará ver a los lectores que Montaillou no se tradujo al castellano hasta 1981. Fue un éxito fulgurante (ha vuelto a reeditarse recientemente). Trataba de la reconstrucción de la vida económica y social y de las creencias, culturas y mentalidades de los escasos habitantes de una aldea entre los siglos XIII y XIV. La abordó el historiador francés en base a los testimonios acumulados por la (¿Santa?) Inquisición durante el proceso a que los lugareños fueron sometidos cuando se les acusó de seguir practicando la entonces todavía supernefanda herejía cátara. Como corresponde, fueron exterminados por el fuego.

Naturalmente antes de que Le Roy Ladurie examinara aquellos legajos (EPRE) no era mucho lo que se sabía de Montaillou. Es decir, el pueblo y sus habitantes NO EXISTÍAN para la historia. La exploración de una minúscula veta del pasado oculto iluminó todo un panel de aquel pasado hasta entonces absolutamente desconocido. El historiador hizo revivir a sus personajes, con sus creencias, sus odios, sus amores y sus batallitas por el poder en una estructura que compartía rasgos comunes con otras de la época, pero que a su vez mostraba singularidades particulares. Las de los hombres y mujeres de carne y hueso que en Montaillou habían vivido.  Sin volver a leer el libro (quizá por temor a tener que modificar  mis impresiones de antaño) he pensado muchas veces en él.

Los lectores se preguntarán: ¿qué tiene esto que ver con el tema objeto de esta serie? A responder a tal cuestión se destinan, como resumen, las siguientes líneas.

Los contratos firmados por Sainz Rodríguez el 1º de julio de 1936 con la Società Idrovolante Alta Italia en Roma tampoco existieron, para la historia, antes de que servidor indagara en ellos y publicara los resultados en 2013. Todo un panel del pasado (o una ventana sobre él) se había ignorado hasta aquel momento. Es decir, a la representación que los historiadores nos hacíamos de la conspiración (que se creía había organizado Mola y Franco o, para los franquistas, Franco y Mola) le faltaba un elemento fundamental.

 ¿Culpa de los historiadores? No. Mera ignorancia al no haberse alumbrado todavía una veta de aquel pasado que ya no existía, pero al que nos acercábamos, imaginativamente, en base a los conocimientos obtenidos por: a) la lectura de obras previas, con sus sesgos y limitaciones; b) las exploraciones más o menos intensas en las fuentes ya conocidas, reexaminadas o, lo más frecuentemente, que habían ido emergiendo; c) la aplicación de las concepciones existentes en aquel presente (el entonces), en particular la desconfianza de la “historia” acuñada en el franquismo; d) la defensa, por algunos autores que militaban en esta última. Es decir, la pugna entre dos relatos: uno, heredado; el otro, por descubrir; e) la confianza o desconfianza, según los casos, de los testimonios escritos -u orales- de uno u otro signo y transmitidos intergeneracionalmente.

En un plano general la exploración del concepto de “representaciones” y de la historia apoyada empíricamente me han dado para mucho. Servidor aplica ambos a un período relativamente corto (unos 45 años, entre 1931 y 1975), pero muy denso. A medida que van explorándose otras vetas de ese pasado, tanto sus contornos como, y sobre todo, su contenido van apareciendo con creciente nitidez.

Lo que digo no es novedad alguna. Lo mismo ocurre en la historia de la denominada edad antigua. Ya se han publicado libros que enmarcan, por ejemplo, la evolución del imperio romano en conexión con alteraciones climáticas. Hoy estas se han explorado con instrumentos científicos que los historiadores a lo Gibbon no hubieran podido ni siquiera imaginar. El clima influye, es una obviedad, en el recorrido de las sociedades humanas, pero hay que demostrarlo empiricamente.

Es decir, nuestra “representación” del pasado de la Roma clásica se ha enriquecido y complicado a la vez, ya que los hombres (y mujeres) hacen la historia en condiciones dadas, objetivas, que les vienen impuestas, y sobre las cuales con frecuencia poco o nada pueden hacer. No solo en el caso de cambios del clima, que al parecer también condujeron al derrumbamiento de la civilización maya. Fuertes modificaciones de las condiciones económicas o políticas por causas ajenas a determinadas sociedades pero impuestas por el entorno exterior también pueden producir efectos similares.  

Y ¿en los años treinta? Para la izquierda española un reto insoslayable fue la aparente expansión no contenida del fascismo. Los casos de Italia, Alemania, Portugal, Austria, en los que la izquierda obrera fue sometida y reeducada en moldes nacionalistas,  tuvieron obviamente su impacto en España. No solo en la izquierda. También en la derecha. Lo mismo ocurrió en aquel bastión (por algunos defendido, por otros denostado) del liberalismo británico.

A mí me impresionó mucho leer en una historia de la segunda mitad de los años treinta debida a una autora (desgraciadamente ya fallecida y con la que he discrepado en numerosas ocasiones: me refiero a Zara Steiner y su magna obra The Triumph of the Dark) la reacción que los acontecimientos de España produjeron en el ánimo del entonces secretario del Gobierno de SM: Lord Maurice Hankey. No fue una persona que me haya caído simpática. Su entrada en Wikipedia en inglés (https://en.wikipedia.org/wiki/Maurice_Hankey,_1st_Baron_Hankey) deja mucho que desear.

Al producirse el estallido en España, Hankey circuló a los miembros del Gobierno un memorándum muy notable que mencionó Steiner. Decía, p. 202,  entre otras perlas de valor inmenso: “en la actual situación europea, con Francia y España bajo la amenaza bolchevique, no es inconcebible que no tardando mucho tengamos que ponernos al lado de Alemania e Italia”.

Steiner no entró a discutir las implicaciones de tal recomendación (que fue seguida esencialmente en relación con la Italia de Mussolini). Yo me apresuré a mencionar el caso en Las armas y el oro (p. 253). El sugerido acercamiento británico a las potencias fascistas podía explicarse por razones de política de seguridad, pero también en otros términos: eran los países en los que la lucha de clases se había abolido por decreto y cuyos trabajadores habían sido obligados a ponerse al servicio de la dirección política nazi o fascista. Para una gran parte de las oligarquías occidentales, un chollo.

¿Qué deducir de ello? Algo bastante simple. Cuando se abre una rendija en una “representación” del pasado gracias al descubrimiento de algún material que puede parecer importante, es preciso contextualizarlo adecuadamente. Si tiene potencial explicativo suficiente, puede abrir brecha en la “representación” heredada y/o conocida. Si no se descubre tal rendija, dicha “representación” a lo mejor continúa haciendo autoridad.

Ahora bien, en ningún caso cambia el pasado, porque el pasado carece de existencia. Lo que existe son nuestras “representaciones” que son muy variadas. De aquí una recomendación metodológica que expresaré en lenguaje claro y nada académico. Por principio, no hay que fiarse de los historiadores que nos han precedido. Han trabajado con arreglo a sus propias “representaciones”. Nueva EPRE, nuevos intereses, el transcurso del tiempo y la toma de distancia, sin contar con la propia evolución de la disciplina, militan a favor de una reevaluación de los materiales tangibles, porque tienen existencia real, que son las evidencias en sus variadas acepciones: papeles, periódicos, escritos  y, en una guerra, armas, cementerios y fosas en la medida en que existen físicamente y hacen referencia a otras fuentes contrastables.

No hay, pues, historia definitiva y muchas de las controversias que hoy se dirimen en las redes sociales o en una prensa que pierde aceleradamente lectores, por parte de unos partidos políticos que tienen intereses propios y están a la búsqueda y captura de adeptos o, más prosaicamente, de votos, no son sino batallas para imponer una determinada representación sobre las demás. Lo estamos viviendo en España en la actualidad, en lo que se refiere al presento pero también en lo que respecta al pasado.  Lo que diferencia unas de otras es su mayor o menor respeto a representaciones contrastadas, porque lo normal es que las más bárbaras se apoyen en mitos. Uno de los papeles del historiador estriba en alancearlos. Ya sea en la historia de Roma, de la Edad Media en Francia o de la República, la guerra civil y el franquismo.

(continuará)

UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (IX)

8 junio, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Es comprensible de todo punto que haya lectores e incluso historiadores que se revuelvan enojados contra alguna tesis tan opuesta a lo que hasta ahora se ha escrito sobre los antecedentes de la guerra civil y sus condiciones necesarias y suficientes. Para muchos ya fue demasiado que unos amigos y compañeros, por desgracia fallecidos a causa del coronavirus, y servidor hubiéramos atribuido a Franco el asesinato de uno de sus colegas de uniforme antes  del golpe. Ahora resulta que el estallido del 17/18 de julio no había surgido de los corazones de militares entregados a la noble tarea de salvar España de los terrores del comunismo, sino que había sido engrasado con dinero y armas fascistas. Probablemente tendrá que pasar algún tiempo antes de que ambas cosas entren en la literatura. Hace poco, Don Andrés Trapiello y el profesor Stanley G. Payne, entre otros, han insistido en la tesis de que la “culpa” de la guerra civil la tenían los socialistas de Largo Caballero (como chivos expiatorios una vez que la leyenda del PCE es difícilmente sostenible, salvo quizá para VOX y sus muchachos/muchachas).

Lo que antecede no quiere decir que servidor haya pretendido escribir historia definitiva, a la manera de un Ricardo de la Cierva cualquiera. Esa idea es un simple figmento de la imaginación porque el pasado no existe y lo que solo existen son “representaciones” del mismo. Esas “representaciones” deben someterse al contraste con evidencias empíricas. En todos, o casi todos, mis libros me he pronunciado en favor de la búsqueda de nueva EPRE. Ahora, voy a recapitular la parte de esta serie de posts para abordar el tema, siempre fundamental, del ¿qué nos falta? Lo hago para que no se me acuse de creer que soy el único poseedor de la VERDAD, cuando es sabido que este plano inmarcesible es hollado únicamente por el Señor. También aspiro, con esta serie de posts, a inducir a los eventuales lectores a pensar un pelín en el método de trabajo de un historiador empírico, porque más adelante veremos que si bien hay gente que pretende serlo no lo es en absoluto.

En mi modesta opinión, un juicio más apoyado sobre las razones por las cuales la República no paró el golpe de Estado, del que los Gobiernos de la primavera de 1936 estaban más o menos informados, debería profundizar, cuando menos, en los siguientes extremos

  1. La documentación que los dispositivos de seguridad del Estado hubieran transmitido al Gobierno en dicho período de tiempo. Es decir, en primer lugar la generada por la Sección Servicio Especial (SSE) en el EMC y la recogida de los informes del SE procedentes de las guarniciones. En segundo lugar, la obtenida por la OIE y la DGS en el Ministerio de la Gobernación.
  2. En teoría, los organismos en cuestión hubieran debido elevar la documentación a los responsables tanto en Guerra (general Masquelet, Casares Quiroga) como en Gobernación (Salvador, Casares, Moles) y en Presidencia (Alcalá-Zamora, Azaña). Si no se elevó, ¿tampoco se solicitó desde las solitarias alturas del Mando político, policial y de seguridad?
  3. ¿Se siguieron, y cómo, las andanzas de los generales Franco, Goded y Cabanellas tras su intento de golpe blando al filo de las elecciones de febrero de 1936? ¿Cómo se indagó retrospectivamente acerca de las circunstancias en las cuales desde el Ministerio de la Guerra se había ordenado la declaración, pura y simple, del estado de guerra el mismo día de las elecciones de febrero de 1936?
  4.  ¿Dónde está la documentación de que se incautó la policía al filo del nonato golpe de Estado de 20 de abril de 1936? ¿Dónde la recopilada por el EMC o el gabinete del ministro de la Guerra en relación con el intento de intimidación del presidente de la República por parte de algunos generales y jefes y que dio origen a una ridícula puntualización en la prensa de la época? ¿Dijo algo Don Niceto Alcalá-Zamora a los servicios competentes?
  5. ¿Qué incitó al Gobierno a ordenar tres visitas de información sobre las andanzas del general Mola? ¿En qué se basó? ¿De qué noticias disponía el Servicio Especial de la División Orgánica correspondiente? ¿Qué habría dicho la rama del mismo en Pamplona acerca de los movimientos subversivos de la guarnición? ¿Adónde fueron a parar tales informaciones?
  6. ¿Qué pasó con las transcripciones de las escuchas que, según se afirma habitualmente, se organizaron para interceptar las comunicaciones de los conspiradores?
  7. ¿Dónde están las comunicaciones que los Ministerios de la Gobernación y de la Guerra solían hacer al presidente de la República?
  8. ¿Dónde han quedado los papeles de los gabinetes del ministro de la Guerra y presidente del Consejo, Santiago Casares Quiroga, y de los ministros de la Gobernación? ¿Cuál fue la circulación de la documentación emanada del Negociado de Control de Nóminas del Ministerio de la Guerra, ubicado en la DGS?
  9. ¿Cuál fue el paradero de la lista que se elaboró de militares poco fiables y que el presidente del Gobierno Juan Negrín remitió al de la República, Manuel Azaña, durante la guerra civil?
  10. ¿Por qué, al parecer, se cortó la paga del agente de la DGS en servicio en Roma en este período?

Naturalmente estos desiderata, que no son excluyentes, pueden parecer exagerados. Sin embargo, debemos partir de una premisa: la organización del Estado republicano, en 1936, no era la que correspondía a una tribu africana (el símil se lo debo a Herbert R. Southworth). Para otros  períodos, antes y después, se ha conservado abundante información. A veces el historiador se pregunta si los militares, en la guerra, tenían tiempo de dar batallas, porque la documentación que iban generando es tan abundante que tenía que absorber mucho tiempo y, sobre todo, muchos recursos de personal siempre escasos.

Admito que una gran parte de la documentación republicana se quemó o desapareció en el curso de las hostilidades, pero no es menos cierto que en lo que se refiere a algunos Departamentos (el Ministerio de Estado, sin ir más lejos) lo que sobrevivió daría para un número apreciable de artículos o incluso de tesis doctorales. Las catas realizadas hasta la fecha en los archivos del Ministerio de la Gobernación ofrecen, en ocasiones, chispazos muy sugestivos. Pero, como ocurre en otros casos foráneos (Francia, Italia, Reino Unido) la riqueza del detalle puede oscurecer el fondo. Son necesarias investigaciones más focalizadas en los momentos culminantes. ¿Podemos pensar que no quedó absolutamente nada con ellos relacionado?

Personalmente he hecho hincapié en el seguimiento de la UME en lo que he denominado operación MANRIQUE (las actividades de un espía de la OIE en la cúpula de la organización conspiradora), pero no conocemos mucho sobre sus antecedentes, sobre su valoración en la DGS y sobre su recepción por parte de las autoridades del Ministerio de la Guerra en la época: a saber, el ministro Gil Robles, tan alabado, tan profranquista primero y tan antifranquista después, y el jefe del EMC, el elevado a la gloria de la historia general Franco. En cualquier caso es sorprendente que tan ilustres figuras (mucho más el segundo, elevado a la gloria de los inmarcesibles, que el primero) no dijeran prácticamente nada al respecto en sus por un lado sesgadísimas memorias o por el segundo en sus apuntes de medio pelo y para andar por casa.

De lo que Francisco Mata, el agente de policía incrustado en la embajada en París, dijera sobre la evolución de la primavera de 1936 tampoco sabemos nada. ¿Se calló como un muerto? Conocemos que continuó prestando servicio durante la guerra civil, pero ¿fue fiel al gobierno republicano?

Es decir, queda tela marinera por investigar. Cuando se hayan descubierto más papeles, ¿cuál será el destino de las aportaciones hasta ahora realizadas?

Teóricamente hay tres posibilidades: invalidarlas, corregirlas o confirmarlas. Lo primero me parece difícil (aunque no imposible, pues como es sobradamente sabido en la vida no hay nada que tenga tal cualidad, salvo que la parca termina visitando a todos los humanos y que para estos evitar pagar impuestos es cada día más difícil, aunque no imposible como lo demuestra la tibia recaudación fiscal en la inolvidable España de Franco). Lo tercero también me da la impresión de que es complicado porque cuando tropecientos documentos apuntan en una misma dirección la posibilidad de que surja alguna absolutamente contraria se me hace difícil. Personalmente optaría por la segunda posibilidad. Y ese es, precisamente, una de las direcciones en que conviene orientar los trabajos del investigador.

Llegará un momento en que el corazoncito de la sociedad española ya no lata al ritmo de los sobresaltos que todavía suscita la ruptura de los mitos de la “historietografía” pro o metafranquista en algunos partidos políticos, en ciertos medios de comunicación y en los frentes aún encrespados de las batallitas culturales e identitarias. Para llegar a tal extremo son necesarias tres condiciones: el paso del tiempo, la apertura de archivos y el sosiego de los espíritus. Por el momento, quien esto escribe se niega a aceptar la tesis de la que ya advirtiera Vázquez Montalbán sobre lo que en el futuro podría decir una enciclopedia sobre el general Franco y su régimen.  

Mientras tanto es de lamentar que uno de los eslóganes de la campaña electoral protagonizada por la renovada Excma. Sra. Presidenta de la Comunidad de Madrid focalizado en la supuesta contraposición entre “comunismo” y “libertad” haya tenido tal recorrido. La construcción de un determinado relato, manipulado, se ha impuesto al que poco a poco vamos creando los historiadores. No debería ser la norma.

En el próximo post abordaré el resumen de esta serie con un par de reflexiones sobre cómo he logrado llegar a mi idea personal acerca del trabajo de historiador. A lo mejor los lectores respiran aliviados, pero quería decir un par de cosas y ahora es el momento de hacerlo. Después vendrá la contrastación, empírica desde luego, con el hoy por hoy último título que contiene las últimas “paridas” del último autoproclamado historiador militar español. Nos reiremos.

(continuará)

UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (VIII)

1 junio, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Por muy gánster que fuese Mussolini -y lo demostró en grado sumo, tanto en la preparación de la conquista Etiopía como en España- era evidente que el envío de aviones de bombardeo modernos no podía hacerse ANTES de que estallara en esta última el golpe prometido. ¿Cómo se justificaría su llegada a los sublevados, fuese en algún aeródromo en las costas del Mediterráneo o en África? Incluso el Dragon Rapide hubo de disfrazar su vuelo. Ahora bien, DESPUÉS de que se iniciara la sublevación ya fue otra cosa. Los relatos de Arrarás y Bolín sirvieron para velar la realidad con decenas de distorsiones. Se encontró un subterfugio cómodo: los franceses habían empezado a ayudar a la República.

Que todavía se mantenga esta superchería es notable. Los Documenti Diplomatici Italiani, que cualquier hijo de vecino puede consultar on line, lo desmienten. Lo que el embajador fascista en París, Vittorio Cerruti,  afirmó, con razón, era que había rumores de que un ministro del Gobierno de París y el presidente Blum estaban considerando la ayuda. Se lo pongo fácil a quienes duden: que acudan,  en la p. 413 de mi último libro, a la referencia a los documentos números 589, 598 y 601 del 22 y 23 de julio. Algún “entendido” aludió incluso al cargamento de un barco en Marsella, el Ciudad de Tarragona. Se basó en otro telegrama de Cerruti, que lo enunciaba como posibilidad. Nadie de entre tales opinantes se ha paseado, a lo que parece, por los archivos franceses, empezando por el mejor acuñador de tal falacia, un general de División en el Ejército del Aire desgraciadamente ya fallecido.   

¿Cómo salir del atolladero? Para aclarar las dudas ningún historiador español (salvo uno), ni francés, ni alemán, ni italiano, ni inglés, ni norteamericano ni australiano ni canadiense, etc se ha molestado, que yo sepa, en darse un paseo por el Château de Vincennes, donde se guardan los fondos del equivalente francés del SHM. Servidor ya lo había hecho muchos años antes de 2020. A ellos volví. De los doce bombarderos Savoia Marchetti objeto del primer contrato uno se había hundido en aguas del Mediterráneo, otro se había estrellado junto a lo que entonces era un villorrio miserable y un tercero había planeado suavemente para posarse en las inmensas playas norteñas. Casi llegando a Nador. Les había faltado gasolina para  aterrizar en destino.  De haber volado de otra manera, pensaron los franceses, hubieran alcanzado su objetivo, como lo habían logrado los nueve aviones restantes.

Naturalmente, ya que sobre mi no ha descendido descendido jamás la blanca paloma, ni por asomo se me ocurrió obviar que en un libro de Jaime Martínez Parrilla, publicado para mayor INRI por el Ministerio del Ejército en 1987 (!!!!) (ha llovido algo desde entonces), se había hecho una referencia a la documentación francesa respecto a aquel incidente.

Evidentemente Martínez Parrilla no tenía entonces ni idea de los contratos del 1º de julio, pero la historiografía avanza con EPRE y con sucesivas reinterpretaciones de la anterior a la luz de otra posterior. No siguiendo los procedimientos metodológicos y heurísticos del alabado profesor Payne. En mi último libro he dedicado más de 20 páginas (de la 395 a la 416) a encuadrar el incidente del aterrizaje forzoso en el marco del acto de gansterismo fascista, de la política de Mussolini y de las reticencias francesas.

Los militares, gendarmes y políticos del país vecino no eran idiotas. Las declaraciones de los pilotos y tripulantes no fallecidos no se las creyeron en lo más mínimo. Los aviones eran de guerra, iban armados, tenían portabombas … y sus colores y signos de nacionalidad habían sido eliminados. De forma chapucera, todo hay que decirlo. Además, contaban con la documentación de bordo. Tampoco se habían dejado en tierra las pertenencias personales de algunos de los “viajeros de negocios” que volaban hacia Melilla. Se conservan los resúmenes de los interrogatorios y los resultados de la exploración de los dos bombarderos no desaparecidos en las cálidas aguas mediterráneas.

Ahora bien, quizá recordarán los amables lectores que en ¿Quién quiso la guerra civil? servidor había anotado, como he indicado en un post precedente, el nombre de los pilotos. Uno de ellos, que pereció, se llamaba Baldi. Era un oficial en activo de la Regia Aeronautica, las fuerzas aéreas fascistas. ¿Qué dijo uno de los supervivientes del forzoso aterrizaje en Saidía, amablemente interrogado por los franceses? Se trató del que llevaba documentación a nombre de Furio Giliberti, de profesión periodista, en una ciudad (Rovigo) del Véneto, cuando le tocó cantar la palinodia ante un, suponemos, experimentado comisario de policía. El amigo Giliberti declaró lo siguiente: a) que lo había reclutado a principios de julio un piloto de la empresa Savoia-Marchetti (sic); y b) que tal piloto le había pedido que, a su vez, tratase de reclutar a otro más para realizar una expedición al extranjero. Desgraciadamente a Giliberti no le dio explicaciones adicionales. Lógico. En un Estado policial fascista se viajaba fuera de Italia como la cosa más natural del mundo.

Sin embargo el apellidado Giliberti “se pasó”, probablemente para hacerse simpático a su interrogador y, como dicen que suele ocurrir en tales casos, dio más detalles. Nadie, que se desprenda de la documentación recogida por los franceses, le obligó a ello. Así informó del nombre del piloto de la empresa (que no tenía como nombre el de Savoia-Marchetti sino el de Società Idrovolante Alta Italia, según reconoció más tarde Ciano ante el embajador de Francia). El comisario en cuestión, puntilloso, lo  anotó. Se trató de un tal “Bardi” (al menos  así lo transcribió).

Pero ¿quién era “Bardi”? Los franceses no podían saberlo en Marruecos. Servidor sí lo supo al leerlo.  No era ni más ni menos que el apellido de un piloto en activo de las fuerzas aéreas fascistas (y no de la empresa) llamado Baldi.

¿Por qué considero importante este detalle que al amable lector puede parecerle absolutamente nimio? Por una razón muy simple.  Ttrabajando en 2018 en la documentación del archivo de la Aeronáutica en Roma descubrí los nombres de los pilotos y copilotos de aquella primera expedición. En mi libro de 2019 los había indicado. Entre ellos figuraba el mencionado Baldi. No hay que tener un elevado coeficiente intelectual para establecer la conexión entre los contratos, la SIAI, la Regia Aeronautica, Baldi, los preparativos antes del 18 de julio para poner en marcha la expedición (nueva documentación, camuflaje de medio pelo), el imprevisto accidente…. y desprender, sin heroicos esfuerzos mentales, la línea de continuación entre la firma de los contratos y que poco después la maquinaria bélica italiana se pusiera en marcha de cara a apoyar, vía el primero de ellos, el auténtico asalto a la República (no el que se achacó al pobre Alcalá-Zamora) de quienes llevaban meses y meses al frente de la conspiración. Lo que David Jorge había descubierto en los archivos de la SdN no fue un camelo. Respondía a una realidad.

Quedan huecos. Sabemos que quien preparó el operativo fue el subsecretario de Aeronáutica, el general Giuseppe Valle. El ministro del ramo, Benito Mussolini, no iba a  molestarse en descender a tales detalles. Que su “subse” obrara por cuenta propia sin informar al Duce es totalmente descartable. Que la SIAI, empresa vigilada por el Estado como todas las demás del sector, pudiera comprar a otros proveedores hidroaviones amén de cazas Fiat CR 32 así como así, sin que las autoridades se enteraran, es una hipótesis que podemos echar a la papelera. Desgraciadamente el general Valle no consideró oportuno legar a los archivos de la Aeronática italiana la colección de documentos que hubiera, tal vez, podido conservar. Les dejó, eso sí, un volumen impresionante de fotografías. Desgraciadamente, para nosotros poco significativas.

Cabe establecer, pues, una cadena de relación causal entre los contratos del 1º de julio, el comienzo de los preparativos, la aparición en el horizonte documental de un piloto en activo, el reclutamiento (en servicios especiales) de toda una serie de oficiales de la Regia Aeronautica, el paulatino desplazamiento de aviones tomados a diversas unidades de la misma desde los aeródromos del norte al que se encontraba más al sur de la isla de Cerdeña y, por consiguiente, también el más cercano a las costas de África…

En esa cadena falló el eslabón más débil. Con un poco más de gasolina, estimaron los franceses, los tres bombarderos hubiesen podido llegar a Melilla, donde se les esperaba ansiosamente.  No en vano, mientras se hacían los interrogatorios en el villorrio, en torno al aparato posado en las playas habían ocurrido dos significativos hechos. El primero que un cabo de la guardia civil había pasado la frontera, desarmado, con la sana intención de informarse acerca de las posibilidades de repostado. El segundo que una avioneta había sobrevolado el aparato y arrojado un paquete con uniformes del Tercio y un papelín en italiano para que dijeran que eran soldaditos de la guarnición de Nador. “Esperen a que les hagamos llegar dos bidones de gasolina… No se metan en la boca del lobo”.

Claro que quedan enigmas. Si subsiste alguna EPRE, habrá historiadores que avancen más. Establezco como puntos de partida los siguientes:

  • Ni Mussolini, ni nadie entre los dirigentes monárquicos o militares de la conspiración, pudo sospechar que Calvo Sotelo y Sanjurjo perecerían en el corto lapso de una semana, el 13 y el 20 de julio respectivamente.
  • Tampoco pudo sospecharlo Franco, dispuesto a dar el salto del tigre (es un decir, porque los tigres no vuelan) de Canarias a Marruecos desde, por lo menos, la mitad de junio si no, como sugerimos en un libro anterior, tres semanas antes.
  • Los italianos, en contra de lo que se ha dicho y repetido hasta la saciedad, no pensaban que con su intervención inicial vía 12 bombarderos darían una ayuda sustancial al golpe.
  • Los monárquicos les habían dado a entender, a través de Sainz Rodríguez, que lo que podía ocurrir era que se produjese un conflicto corto. Por eso se contrataron más aparatos.
  • Mussolini, en vías de aproximación al Tercer Reich, debió de creer que una intervención en España, limitada pero dotada con armamento modernísimo, podría rápidamente inclinar el fiel de la balanza del lado de los sublevados.

Y, como la fortuna suele sonreir a los audaces, ¿qué hicieron los franceses? En contra de los posibles, aunque no demostrados, temores mussolinianos, se inhibieron. Al tiempo que los militares y policías en Marruecos protocolizaban la fechoría fascista,  en París se optaba por sugerir la “no intervención”. Políticos educados en la tradición racionalista de las escuelas primarias, liceos y escuelas superiores de Francia no quisieron en modo alguno quedarse descolgados de la nanny británica. Si no se habían movido ante la remilitarización de Renania en el mes de marzo, ¿cómo correr el riesgo de enfrentarse con el Tercer Reich y la Italia fascista?

Desde antes del primer momento el destino de la República española quedó inserto en el campo de juego definido por las grandes y medianas potencias en la escena europa.  No ha terminado de reconstruirse del todo, pero en cualquier caso es imposible no pensar que la historiografía continuará separándose de las leyendas y mitos metafranquistas o parafranquistas. No parará el proceso de actualización de las “representaciones” que será menester llevar al ánimo, al conocimiento y a la conciencia de futuras generaciones de ciudadanos españoles. Y seguir clamando, mientras tanto, por la mayor disponibilidad de EPRE en archivos públicos y, sobre todo, privados. ¿Dónde están los de Alfonso XIII, Juan de Borbón, Orgaz, Mola y Franco como comienzos de una larga serie?Al menos en lo que se refiere a los dos primeros, la Corona debería dar, en mi humilde opinión, alguna respuesta. ¿O tiene miedo?

(continuará)