El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (V)
Su primer y mitificado momento estelar
Ángel Viñas
Espero que los lectores que sean militares juzguen con benevolencia las gotas de sarcasmo que puedan contener este post y los siguientes. No soy militar y, si aprendí algo en la IPS (Instrucción Premilitar Superior), hace ya decenas de años que lo olvidé. Nunca se me ocurrió reengancharme, como solían hacer en aquellos tiempos licenciados y doctores que después dieron el salto a la política. Servidor se puso a hacer oposiciones y mi carrera discurrió por otros andurriales. Una observación: los posts anteriores de esta pequeña serie se han basado, hasta ahora, en literatura secundaria fundamentalmente. En este abordamos por vez primera evidencias primarias, aunque publicadas. Para contextualizarlas hay que recordar algo muy conocido, porque de lo contrario no se comprendería el hilo de mi análisis.
Franco sobrevivió a su herida. También le ocurrió a Hitler en su intento de sublevación en Munich en 1923. En este caso la bala que podría haberlo alcanzado derribó al compañero que tenía al lado. En ambas ocasiones el futuro de España y de Alemania (y en este último por ende el de Europa) dependió de dos casualidades. Ese azar que tan poco papel desempeña en las construcciones lógicas de algunos historiadores marcadas por el signo de la inevitabilidad. Naturalmente, para otros, no se trató de casualidades sino de la intervención de “fuerzas superiores” o, en el caso de nazis descreídos, de la providencia (die Vorsehung).
En el caso de Franco fue su jefe accidental en la acción del Biutz, el también capitán Fernando Lías Pequeño, quien promovió la instancia para que se instruyera un expediente de cara a la concesión de la Laureada. Al parecer, le correspondía hacerlo como superior inmediato, en los términos del artículo 21 de la Ley que en aquellos momentos regulaba los estatutos de la Orden (Gaceta de Madrid, núm 142, 22 de mayo de 1862). Daba un plazo perentorio. Era de tres días improrrogables. Es un misterio para mí, como para también lo ha sido para otros historiadores, cuáles habrían sido los méritos contraídos por Franco para merecerla.
No ignoro que en la hoja de servicios publicada por el coronel Carvallo de Cora se encuentra la referencia que de Franco hizo Lías Pequeño al coronel jefe de la columna: “figuró como muy distinguido por su incomparable valor, dotes de mando y energía desplegada”. Como veremos, el capitán Lías Pequeño no dudó en mentir a su superior, quizá porque no esperaba que Franco se recuperase de la herida [nota: soy prudente porque no me cuadra que Franco pudiera sobornarlo o ponerle bajo presión de alguna otra forma]. En los tres días siguientes a la acción el futuro del herido capitán no parece que estuviese asegurado. Más tarde, Lías Pequeño reincidió por motivos que siguen siendo oscuros.
Quien más y mejor, en mi modesta opinión, ha estudiado el tema, el coronel Carlos Blanco Escolá (ya le he dedicado un post en este blog con ocasión de su fallecimiento), tampoco encontró ninguna explicación documentada. ¿Eran los dos capitanes íntimos amigos? ¿Quiso dejar constancia de una solicitud más allá de la habitual entre compañeros del mismo empleo? Misterios.
El hecho es que, con su herida a cuestas y una campaña de publicidad, Franco acudió al rey Alfonso XIII y fue ascendido a comandante por méritos de guerra, ya que el Ministerio no había hecho caso de la petición iniciada por Lías Pequeño. Como afirma Blanco Escolá, logró el ascenso “tras un largo y complicado proceso que demostró que sus habilidades en el campo de batalla eran muy inferiores a las que exhibía en otros campos, en los que contaban, sobre todo, la capacidad para la intriga, la tenacidad para hacer reclamaciones y la falta de escrúpulos”.
Franco había dejado intuir algo de ello en su ascenso de primer teniente a capitán, sin que de la hoja de servicios se desprenda conclusivamente cuáles fueron, como veremos en un próximo post. El hecho es que en un año -que ha recorrido Blanco Escolá- pasó de primer teniente a comandante [nota: no cabe descartar que los ángeles custodios hubiesen velado ya desde entonces sobre quien estaba predestinado a alcanzar los más altos destinos, pero de su intervención no parece que haya quedado EPRE].
El doble ascenso representó un salto inmenso en el escalafón de la época, pero sin que en su tan mentada Hoja de Servicios (versión del coronel Carvallo de Cora) se identificasen cuáles hubieran sido los hechos de armas que justificaron tal promoción, excepto la acción del Biutz. Que yo sepa, tampoco ningún historiador, militar o no, ha comparado las idas y venidas de Franco por los campos de batalla con las de cualesquiera compañeros de aquella época y empleos.
Habitualmente se afirma, sin EPRE, que el Ministerio de la Guerra desechó la petición de Lías Pequeño. Franco insistió con ¿su amigo del alma?. Había que reabrir el expediente. Es decir, a toda costa quería que le concedieran la Laureada. No se contentaba con otra condecoración, la Cruz de María Cristina que ya le habían otorgado, ni con el ascenso. Una muestra de ambición no diremos desmedida pero sí ligeramente exagerada.
Hay que tener en cuenta que el estatuto de la Orden preveía dos tipos de actuaciones que podrían considerarse como meritorias para obtener la Laureada. Son muy detalladas. Para las acciones distinguidas, y en el caso de la Infantería, se enumeraban hasta once supuestos. El que podría aplicarse a Franco era el sexto: “El tomar una posición con fuerzas, a lo más iguales, perdiendo la tercera parte de las suyas, y acreditando valor e inteligencia”. Para las acciones heroicas el artículo 27 preveía, en el apartado séptimo, “en el ataque de una posición o en una carga al enemigo, marchar al frente de su tropa animándola con el ejemplo, después de haber sido de gravedad”.
No hace falta demasiada exégesis para comprender que el muy posterior relato de Arrarás, así como los de sus seguidores, mencionados aquí o no, trataron de ajustarse a lo preceptuado en la Ley de 1862.
Entre las lagunas documentales públicas que cabe lamentar figura también el papeleo que llevó a que se reabriera el expediente para la concesión a Franco de la Laureada. Apoyo la interpretación de Preston de que el futuro Caudillo “se había creado, incluso en Palacio, fama de ser el oficial que con mayor desparpajo pedía ayuda o hacía reclamaciones sobre su carrera”. Lo cierto es que el documento nº 2 de la Hoja de Servicios de Franco (versión del coronel Carvallo de Cora) indica que la reapertura se inició formalmente el 29 de marzo de 1918, casi dos años después de los hechos. Es entonces cuando pudo verse lo que había pasado realmente en el combate del Biutz.
Como es un tema que requiere un tratamiento pormenorizado, lo dejamos para el próximo post. Aclarará, espero, varias de las dudas que tengan los amables lectores acerca de los motivos por los que al valeroso, heróico, suertudo comandante Franco no se le concedió la Laureada, a pesar de sus intentos que, por cierto, tampoco están demasiado documentados.
Se observa cómo en esta historia tan lejana (hablamos de hechos que sucedieron hace más de cien años) existen numerosas lagunas. ¿Por qué será?
(Continuará)