Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (V)

28 abril, 2015 at 8:30 am

Dado que la documentación directa franquista en torno a Gernika ha desaparecido, conviene señalar qué tipo de contactos existían entre el Alto Mando y la Legión Cóndor una vez que fueron perfeccionándose los mecanismos de coordinación desde que la aviación alemana empezó a actuar en España. Es decir, el tipo y carácter de la información institucionalizada que españoles y alemanes montaron de cara a la campaña de Vizcaya y que profundizaron en esta.

P1020177Obviamente, Salas no pierde en ello una sola palabra. Tampoco Payne y Palacios. No obstante en Villaviciosa de Odón existen unos cuantos legajos que permiten identificar el perfil de las grandes líneas de los mecanismos de información mutua. Se referían, entre otras, al envío de resúmenes de las operaciones de la Aviación; noticias sobre el adversario y procedimiento de coordinación. Entre las operaciones destacan, por ejemplo, las realizadas en el mes de marzo en otros teatros: Alcalá de Henares, Guadalajara, Aranjuez, presa de Tremps, Brihuega, Guadalajara, Alcázar de San Juan. Se detallaban los aviones que participaron, las cargas arrojadas, los efectos y cualesquiera incidencias de importancia. En el Norte se mencionó Santander, cuyo puerto bombardearon el 25 de marzo dos Heinkel 111 con 16 bombas de 50 kilos. Alcanzaron un barco. Seis días más tarde comenzó el ataque en el frente de Vizcaya. El primer parte decía: «Flanco izquierdo roto merced a los ataques en masa de todas las formaciones de la Legión Cóndor. Línea alcanzada: muy pegada a la cota 716 por el Este (2 kms al norte de Apozaga) – id. cota 686 al suoreste de Apozaga – Jarinto norte – Villarreal de Álava norte». Las informaciones se completaban posteriormente.

La coordinación implicaba siempre a la Jefatura del Aire. Era una tarea casi diaria. Digo «casi» porque a veces en el archivo faltan jornadas. Ignoro si los partes se han destruído. Se remitían bajo la autoridad del general Sperrle. Los conservados van acompañados de la traducción al castellano. Si en la Cóndor había dudas se resolvían preguntando a Kindelán. Por ejemplo: «¿existen objeciones al traslado a Palma de la escuadrilla de hidros de reconocimiento, que se reforzará hasta llegar a seis aparatos?». A veces surgían roces potenciales. Volvió el tema de la disgregación. El 6 de julio de 1937 Sperrle informó a Kindelán: «Una división de fuerzas de la Legión Cóndor es imposible». Es decir, los españoles seguían erre con erre. También en lo que se refería a bombardear ciudades. Sperrle dijo a Kindelán que no podía atacar el puerto de Santander. Se atenía a las instrucciones del Generalísimo. Pero Franco hizo caso a Kindelán. El 5 de julio de 1937 Sperle le comunicó: «bombardeo de represalia no se efectuó hoy por causa del mal tiempo. Para mañana espero nueva orden por telegrama. Confirmación por escrito». Kindelán contestó: «Ratifico orden de bombardeo represalia Santander en la misma forma que estaba acordada».

Es decir, han sobrevivido documentos que muestran la índole de la intelección nazi-franquista. ¿Falló en Gernika? La respuesta es no. Cuatro días antes de la destrucción de la villa foral, el Boletín de Información de la Jefatura del Aire constató: «se han llevado a cabo con pleno éxito todos los servicios ordenados por el Alto Mando de esta Jefatura. Hoy han sido derribados e incendiados en el frente de Vizcaya dos aviones de caza nuevo tipo muy rápido por nuestros Messerschmitt». Franco no disponía de estos aviones. La Cóndor sí. Quienes los derribaron fueron el teniente Günther Radusch y el sargento Franz Heilmayer. Los nombres no suenan muy españoles. Salvo que no sepa leer parece raro que la frase anterior tenga otra significación que la que aparece: era el Alto Mando español quien marcaba los servicios. Los alemanes ejecutaban. ¿Pueden demostrar Payne y Palacios que estos boletines no se enviaban al Cuartel General?

Tres días antes del bombardeo otro Boletín recogió: «En el frente de Vizcaya nuestra Aviación ha cooperado con grandísima brillantez y eficacia al avance victorioso de las fuerzas de tierra». Lógico. Pero ¿qué pasó después? El 26, el infausto día de Gernika, no hubo boletín. El del 27 se limitó a afirmar, cierto que rotundamente: «Se ha continuado prestando eficacísimamente la colaboración a las tropas de tierra en su arrollador empuje en el frente vasco«. Claro, la Legión Cóndor había arrasado la villa foral. El 29, día de la entrada de Mola en ella, la Jefatura del Aire proclamó: «Ha continuado la eficaz ayuda prestada a las fuerzas de tierra en su glorioso avance por el frente de Vizcaya».

Es decir, en el contexto más inmediato al bombardeo no hay nada que haga sospechar que la cooperación nazi-franquista aire-tierra sufriera el menor colapso. Lo que no hay es referencia a la destrucción efectuada. ¿Una casualidad? En el Boletín del 27 de abril apareció la noticia, fechada el 24 y proporcionada por un agente en la capital vizcaína, de que «en el último bombardeo nuestra Aviación sobre Bilbao quedó destruída la Factoria Naval y cayendo bombas en los Altos Hornos».

No hay que sorprenderse. Cuando comenzó la campaña del Norte las restricciones a los bombardeos de centros urbanos ya no estaban en vigor, digan lo que digan Salas, Payne y Palacios.

Ahora pregunto ingenuamente. ¿Dónde se encontraba la Jefatura del Aire, ausente en todas las reconstrucciones franquistas y neo-franquistas? Pues, evidentemente, en estrecho contacto con el Cuartel General. ¿O hemos de suponer que entre una y otro, y Kindelán y Franco, no había comunicaciones? ¿Que Franco solo se interesaba por las operaciones del Ejército de Tierra porque su corazoncito le latiera más del lado de la infantería? ¿Qué Franco no estaba al corriente de la coordinación tierra-aire en el frente Norte? ¿Qué dejaba a Mola que hiciera la guerra por su cuenta? ¿Que el jefe del Estado Mayor de Mola, coronel Juan Vigón, no tenía a su vez comunicación con el Cuartel General?. Estas son preguntas pertinentes que Payne y Palacios ni se plantean. Tampoco Salas.

Servidor es de los bobos que creen que la carga de la prueba no radica en demostrar que los mecanismos de coordinación establecidos entre nazis y franquistas se interrumpieron el 25 y el 26 de abril de 1937. Es a quienes afirman que Franco no se enteraba de nada, porque quizá estuviera en Babia, a quienes les corresponde probar que hubo ese fallo de comunicación. ¿Y cómo se demostraría? Se ha intentado. Lo hizo Vicente Talón con el famoso telegrama de la Legión Cóndor a Berlín. Como ya lo destrozó Southworth en su momento (y también un historiador alemán de quien Salas chupa rueda y tergiversa en todo lo posible, Klaus Maier), Payne y Palacios eluden el tema y se limitan a decir que Hitler se irritó ante el escándalo producido por el bombardeo «e insistió a Franco en que la Legión Cóndor debía ser exculpada de toda responsabilidad». Y añaden que este (probablemente indignado aunque no llegan a afirmarlo) ordenó que se comunicara a von Richthofen que no debería bombardearse ninguna población abierta… Ja, ja, ja. Ya sabemos lo que pasó después con Santander.

(seguirá)

Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (IV)

21 abril, 2015 at 8:30 am

Otra de las evidencias que los historiadores franquistas no han solido estudiar es la naturaleza y contenido de las comunicaciones entre la Legión Cóndor y la Jefatura del Aire al mando de Kindelán. Eran constantes. Debieron de generarse masas enormes. En los archivos españoles se encuentran muchas pero han sido objeto depredaciones a lo bestia. Hace muchos años un periodista, Vicente Talón, publicó una referida, ex post factum, al bombardeo de Gernika. Con ella apuntaló la tesis de que lo efectuó la Cóndor faltando a sus compromisos y a la palabra dada.

1 ---P1020181El telegrama de Talón ya lo contextualizamos Southworth y un servidor. Payne y Palacios no lo mencionan. Prefieren presentar el bombardeo como algo rutinario, similar a lo que había ocurrido en Durango sin que se levantara tanta polvareda. Se sorprenden de que se difundiera por todo el mundo «a modo de bombardeo de terror sobre una población sin objetivo militar alguno». Reduccionistas, la culpa del escándalo la colocan encima de los anchos hombros de un periodista británico que trabajaba para The Times. Afirman que «quiso dramatizar de forma exagerada para que el pueblo británico sintiera los pavorosos efectos de los bombardeos sobre las ciudades». Limpiamente, como historiadores «objetivos» que dicen que son, excluyen todo lo que hubo detrás y para explicar lo cual Southworth utilizó más de quinientas páginas.

En 2014 Payne y Palacios todavía no se habían enterado de que cuatro años antes la profesora Schüler-Springorum había identificado un informe de la Legión Cóndor fechado el 28 de mayo de 1937 con el interesante titulo «Efectos de los bombardeos sobre las ciudades españolas. Frente de Vizcaya«. ¿Cuántas fueron bombardeadas, se preguntaría el lector? Siguiendo el orden en el informe de las «visitas» de la aviación al servicio de Franco el autor señaló tres: Durango, Eibar y… ¡Gernika!. Es un informe que, vaya por Dios, no estudió Corum. Esto no es una crítica. Incluso un eminente historiador de la Luftwaffe probablemente no ha podido ver todos los documentos generados por ésta. Pero en el caso de la guerra civil en que hubo menos (no fueron muchos los que se salvaron del incendio en Berlín de los archivos de la Legión Cóndor) la prudencia no debería estar reñida con la ciencia.

Dicho informe lo firmó von Richthofen. Aclara lo que pasó, cómo pasó y porqué pasó. ¿Y cual es el resultado? Pues el normal. Al denunciar Steer la destrucción de Gernika como un bombardeo de terror dio absolutamente en el clavo. Lamento tener que corregir las fantasías pro-franquistas de Payne y Palacios. Tampoco las tergiversaciones de Salas o las estupideces de tantos historiadores «objetivos» al servicio de la memoria de Franco.

La idea que estuvo detrás de los bombardeos de las ciudades vizcaínas fue muy simple. La de «estudiar» los efectos que se produjeran sobre las casas e instalaciones porque su naturaleza guardaba una cierta similitud con las de las ciudades de países vecinos de Alemania. En claro y rotundo castellano: experimentemos en Vizcaya lo que podríamos hacer en Bélgica, Francia, Holanda o… Polonia. Y a tal efecto probemos con diferentes cargas de bombas, por peso y kilogramos, espoletas y demás adminículos.

Así ocurrió. En Durango los italianos experimentaron con proyectiles rompedores de 50 kilos que también utilizaban los nazis. La técnica de lanzamiento a mil metros de altura consiguió comparativamente muchos más blancos. ¡Era mejor que la alemana! El porcentaje de daños fue del 55 por ciento de los edificios. En Eibar las bombas italianas fueron ya de 100 kilos y se lanzaron entre 600 y 800 metros. Obviamente los daños fueron mayores, del orden del 60 por ciento. ¡Bravo! Pero no era suficiente.

La Legión Cóndor dio un paso al frente e innovó. Los proyectiles rompedores fueron ya de 250 kilos. La técnica fue de lanzamientos individuales y sucesivos. ¿Y qué pasó? Pues lo predecible. El coeficiente de destrucción fue muchísimo mayor: del 75 por ciento. Además se utilizaron incendiarias. Convenía, por cierto, emplear espoletas de retardo, como las italianas. Sin embargo, las bombas de 250 kilos eran demasiado destructoras. Lo mejor, recomendó von Richthofen, sería desarrollar bombas intermedias, de entre 100 y 150 kilos y adoptar la técnica de lanzamientos acoplados con tres bombas simultáneas.

¿Cómo se destruyó Gernika? El informe también lo dice: en el primer ataque se utilizaron ante todo bombas incendiarias que provocaron numerosos incendios en las cubiertas de los edificios. Esto resquebrajó su estructura. En los siguientes ataques se emplearon las bombas de 250 kilos que machacaron las conducciones de agua. Esto impidió las labores de extinción. ¡Qué alegría! Por ello el fuego pudo desparramarse libremente. Fenómeno. Si Payne y Palacios no quieren llamar a esto una operación rutinaria son muy libres de hacerlo pero me da en el magín de que se equivocan.

También obvian algunas cosillas. En la campaña de Vizcaya la compenetración entre la Aviación (alemana, italiana y franquista) fue muy estrecha y las tres se relacionaban íntimamente con la Jefatura del Aire que dirigía Kindelán. A su vez la Jefatura del Aire y la aviación del Norte estaban en contacto permanente con las tropas del Ejército de Tierra que mandaba Mola. Este, hombre retrógrado ya en la época, pretendía reruralizar el País Vasco porque entendía que la industrialización era un veneno que había corrompido a los vascos incitándoles a ponerse del lado de la República y, ¡cielos!, del separatismo. La Cóndor lanzó octavillas (se han conservado algunas) advirtiendo a los vascos de la inutilidad y perversidad de la resistencia. En lo que Sperrle y von Richthofen no estuvieron de acuerdo fue en lo de la reruralización. Sería una estupidez destruir la industria bilbaina. Hasta Franco se dio cuenta de ello.

¡Ah!, pero nos enseñan Payne y Palacios, «Franco había cancelado los ataques indiscriminados contra las ciudades, convencido de que los llamados (sic) «bombardeos del terror» podían ser contraproducentes» (p. 227). ¿Qué prueba aducen para ello? Ninguna. Se basan en una afirmación de Salas que reproduce una orden de Franco. Pero ¿qué decía esa orden? Algo que demuestra que ninguno de los tres historiadores «objetivos» quiere leer.

La orden de Franco, que Kindelán comunicó a Sperrle en enero de 1937, afirmó taxativamente según el profesor Payne y su coautor que «sin orden expresa no se bombardeará ninguna ciudad ni centro urbano. Cuando se bombardeen objetivos militares en las poblaciones o próximos a ellas, se cuidará de la precisión del tiro con objeto de evitar víctimas en la población no combatiente». Nos descubrimos ante la extremada solicitud del Generalísimo. Pero ni Salas, ni Payne ni Palacios han reparado que el segundo punto de las instrucciones preveía que sufriría «modificaciones parciales según las circunstancias y su vigencia terminará el 31 de enero». Es decir, dos meses y pico antes de los bombardeos de Durango, Eibar y Gernika. ¡Bravo por el análisis «científico»!

Otra cosa muy diferente es que el 10 de mayo, en plena escandalera por lo de Gernika, Franco comunicara a Sperrle que «no deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias similares sin orden expresa».

(Seguirá)

 

 

Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (III)

14 abril, 2015 at 8:30 am

Las investigaciones realizadas en el Archivo Histórico del Aire (AHEA) en Villaviciosa de Odón y el General Militar de Ávila (AGMAV) ponen de relieve dos cosas. La primera es que el expediente sobre el bombardeo y destrucción de Gernika ha desaparecido. Solo un cretino podría pensar que se habrá tratado de una casualidad, o que, ¡milagro!, no se compilase uno. Aun así, varios historiadores, al frente Don Ricardo de la Cierva, han hecho mucho hincapié en que el documento más buscado por los historiadores «anti-españoles» no se ha encontrado. (Tampoco, por cierto, la orden de Hitler que puso en marcha la Shoah).

P1020180La desaparición en el caso español se explica por razones menos sofisticadas que en el alemán. En los archivos de la dictadura siempre han actuado sin compunción alguna bichitos fibrófagos que roen o destruyen papeles comprometedores, desde los años de la guerra civil hasta la Transición y, en mi opinión, incluso después.

Ahora bien, no siempre esos bichitos están bien dirigidos o teledirigidos. Con cierta frecuencia dejan restos. En el caso de Gernika muchos. De aquí que cualquier historiador que se precie trate de localizarlos. Un militar hiperfranquista, el general de Caballería ya fallecido Rafael Casas de la Vega (coautor de la infame reseña biográfica de Mola en el DBE, de la Real Academia de la Historia), escribió en un mamotreto sobre Franco publicado en 1995, para mayor dicha por la editorial que se decía propiedad de Ricardo de la Cierva, que había obtenido quinientas fotocopias de documentos conservados en Ávila y en los archivos militares alemanes. Quería ofrecer a los ávidos lectores interesados una amplia versión de lo ocurrido.

No lo hizo. Ignoro las razones. A mí me sorprendió leer tal propósito porque lo que hay en Ávila no da para comerse muchas roscas. Sí las suficientes para empezar a echar por la borda las interpretaciones franquistas. Quizá tan ilustre militar retrocediese espantado. En realidad cruzar documentos de varios archivos es lo normal y lo que se enseña a los estudiantes de historia. Supongo que el profesor Payne también lo habrá hecho cuando daba clases en la Universidad norteamericana. No puedo suponer nada de Palacios al respecto.

Pues bien, los documentos de Ávila y de Villaviciosa de Odón permiten reconstruir el contexto en el que tuvo lugar el bombardeo de Gernika y arrojar luz sobre el tipo de cooperación que se había establecido entre la Legión Cóndor alemana (coautora principal del bombardeo), la Aviación italiana, la franquista y las fuerzas del Ejército de Tierra de Franco. Es un aperitivo que despierta el apetito.

También existen documentos adicionales hasta entonces desconocidos exhumados en Alemania por la profesora Schüler-Springorum y de gran relevancia para aclarar el bombardeo. Finalmente, combinando unos con otros es posible explicar el jueguecito al que se entregaron Franco y Kindelán. Este último era el Jefe de la Aviación franquista. Se ha escapado de rositas en los centenares de trabajos sobre el bombardeo concentrados en la autoría de la Legión Cóndor. Sin embargo el inmarcesible Caudillo y el general monárquico que más contribuyó a su «exaltación» a la Jefatura del Estado se conchabaron para encubrir lo ocurrido de cara a un Hitler indignado y a quien el bombardeo y el escándalo universal que despertó cogieron absolutamente desprevenido.

No tenga cuidado el lector. Ni Payne ni Palacios dicen una palabra al respecto. Tampoco Salas ni Corum. Para eso hay que tener una cierta curiosidad y, sobre todo, apelar a la base documental que se ha conservado.

Una parte de esta última es conocida desde hace muchos años. Se refiere a las condiciones exigidas por los alemanes a Franco para el envío, en octubre de 1936, de la Legión Cóndor. El recién nombrado Generalísimo las aceptó encantado. La más importante es que la Legión actuaría a las órdenes de su propio comandante en jefe, obviamente alemán. Este, el general Hugo Sperrle, solo respondería ante Franco y actuaría como su asesor inmediato para temas relacionados con el empleo de la misma.

Lo que no se conocía (ningún historiador pro-franquista ha mostrado interés en ello) fueron las condiciones estratégicas, tácticas y operativas en que desde el principio se plasmó la inetracción entre la Cóndor y las fuerzas franquistas. Estas no eran, técnicamente hablando, una maravilla. Tampoco una panda de aficionados, como ocurrió al principio en el Ejército Popular de la República. Así pues se hizo lo que era inevitable hacer: establecer los oportunos protocolos de cooperación. Los españoles fueron puntillosos. Había que evitar roces, malos entendidos, despistes, etc. Tales protocolos se establecieron de inmediato. Ya se los utilizaba en diciembre de 1936. Las operaciones de los aviones alemanes se discutían con la Jefatura del Aire (Kindelán). Se definían las modalidades de actuación. Los tipos y número de aparatos. La relación con otras fuerzas aéreas, a saber, la franquista y la italiana. Los objetivos tácticos. La carga de bombas. Se redactaban informes inmediatamente después de las operaciones. Se analizaban los efectos. Lo normal. (Pero lo normal no siempre es la norma en la historiografía pro-franquista de la guerra civil).

Cabe suponer que este modo de proceder, que implicaba una coordinación continua y que insistimos ya empezó a rodarse en diciembre de 1936, seguiría efectuándose en los meses ulteriores. Y, en particular, en la campaña del Norte en la que a la Aviación le correspondió un papel estratégico, táctico y operativo fundamental. Sin embargo, ahí aparecen de nuevo los bichitos fibrófagos. Los protocolos han desaparecido salvo para los primeros tiempos. Una casualidad.

También se sabe (pero no ha penetrado aún en numerosos historiadores pro-franquistas) que dado que a Sperrle se le había conferido la responsabilidad directa por el empleo de la aviación alemana, la ejerció en todo momento. Cuando a Franco, que de operaciones aéreas no tenía demasiada idea, se le ocurrió pedir a Sperrle que utilizara sus aviones en apoyos tácticos a la infantaría, el general alemán se negó a ello. La Legión era más efectiva cuando se la empleaba en bloque. Tenía toda la razón. Pero Franco no se conformó. Sperrle recurrió a Berlín. Y hete aquí que desde Berlín le dieron la razón. Una carta cortés, pero firme, del ministro de la guerra mariscal von Blomberg a Franco puso las cosas en su sitio. Sperrle estaba autorizado a actuar como lo hacía, si bien podía determinar cuándo y cómo, bajo su responsabilidad, optase por otro modo de proceder.

Este intercambio, del mes de abril de 1937, tiene importancia porque muestra inequívocamente que Sperrle no dudó en acudir a sus superiores cuando las peticiones españolas no le agradaban. Se salió con la suya. Es difícil que Sperrle o Franco o Kindelán no estuvieran bajo el efecto de este intercambio epistolar unas cuantas semanas después. Que le gustase a Franco o a Kindelán es otra cosa. Probablemente ello alimentó la malquerencia del primero hacia Sperrle, porque lo cierto es que después de Gernika Franco continuó insistiendo en la ocasional disgregación de la Legión y el alemán continuó negándose.

¿No saben Payne y Palacios nada de esto?

(seguirá)

Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (II)

7 abril, 2015 at 8:30 am

En este post continúo con el tratamiento que tan ilustres historiadores han dado a la destrucción de Gernika el 26 de abril de 1937 y abordo lo que parece ser su objetivo fundamental. La minusvaloración del bombardeo y, en consonancia con ello, la exoneración del Caudillo de toda responsabilidad. Los lectores me permitirán que adopte un tono menos solemne que el habitual porque un cierto grado de indignación debe dejar paso al sarcasmo.

P1020179c) Una característica esencial del tipo de literatura palaciega a que aludí en el post precedente consiste en disminuir el número de muertos en el bombardeo. De la Cierva incluso afirmó que no pereció ni siquiera una docena (Arriba, 30 de enero de 1970, artículo de Pedro Pascual, citado por Southworth, p. 522). Que se sepa no se le cayó la cara de vergüenza. ¡Incluso llegó a ser (efímero) ministro de ¡Cultura!. Fueron 126 afirman Payne y Palacios. Su fuente (no podría ser otra) es el ya mencionado general Salas. Lo que ocurre es que tienen una relación un tanto ambigua con la precisión numérica. Dos años antes de su biografía, Payne publicó su enésima versión (en general en plan de copy and paste) sobre la guerra civil. Lo hizo en una editorial muy distinguida. Cambridge University Press. En ella la cifra no fue 126 sino «en torno a 150». No explica el cambio. Imagino que en esta ocasión habrá leído mejor a Salas. Sin embargo tanto para Cambridge como para Espasa el ilustre profesor norteamericano no parece ser consciente de que el denodado historiador militar en quien se apoya ignora cosas elementales. Por ejemplo, que el mismo día de la ocupación de la villa, el 29 de abril, tres días después del bombardeo (Payne/Palacios afirman que fue el 27, una errata) Mola se personó en ella. No tardó un minuto. No se entretuvo, que sepamos, con otras distracciones propias de un guerrero sanguinario.

Algunas órdenes debió de dar aquel glorioso general en jefe del Ejército del Norte. No pudo ser por milagro ni por la intervención de potencias celestiales por lo que en el libro del cementerio se eliminara un asiento referido a los enterrados la víspera; tampoco que en el de Lumo se arrancaran, pura y simplemente, las páginas relevantes; que lo mismo ocurriese en el hospital de Basurto tras la ocupación de Bilbao y en el que las páginas 779 a 798 se arrancaron de cuajo del libro de entradas y salidas de hombres. Más tarde se retardaron las inscripciones de difuntos en el registro civil gernikés. La mecánica se inició a los seis meses del bombardeo y continuó nada menos que hasta el 29 de julio de 1948. En ciertos archivos eclesiásticos se registraron cadáveres en septiembre en vez de abril, etc. Algún lector podría pensar que tal vez todo ello ocurriese por azar pero es altamente improbable.

Además, minuciosos cálculos y comprobaciones sobre el terreno realizados por historiadores guernikeses han elevado la cifra de Salas a 336. De ellos se han identificado 276. Podemos, pues, afirmar que ni Salas, ni Payne, ni Palacios están al día. Ninguno, por cierto, reconoce la importancia del descombramiento, hecho tardíamente y sin el menor cuidado, ni que la reconstrucción de Gernika se efectuó sobre las casas destruídas, quemadas por el fuego (los cadáveres solo dejan huesos como mucho si es que no los calcina) o derribadas posteriormente. El lector que quiera saber más sobre la cuestión de las víctimas, insisto en que siempre ninguneada en lo posible por los historiadores «objetivos» de talante franquista, encontrará un amplio tratamiento en la obra de Irujo.

d) La minimización del bombardeo, que ya condenó Southworth hasta la extenuación, va en la pluma de Payne y de Palacios de par con la exoneración de la responsabilidad de Franco. ESTA ES EL MITO FUNDAMENTAL que defendieron en la dictadura primero y en la transición y post-transición después innumerables autores «objetivos». Desde un académico de la Historia hasta el penúltimo periodista de turno, pasando por algún que otro historiador académico. En este tema, y en ese surco que se remonta hasta los años más oscuros del régimen dictatorial, nuestros tan enaltecidos autores afirman que «el propio Franco no tuvo conocimiento previo del ataque, dado que los detalles de las operaciones diarias de la campaña del Norte no llegaban necesariamente a su Cuartel General» (p. 229).

Esta es, no se le ocultará al lector, una declaración rotunda. No permite errores de interpretación. Cierto es que no señalan de dónde la extraen en tales términos si es que la han tomado de algún sitio. Hay que entender por ello que es una conclusión a la que habrán llegado después de leer la literatura que citan. ¿Y cuál es esta? Reconocen que es muy numerosa. Tienen razón. Ningún acontecimiento singular de la guerra civil ha generado tanta literatura como Gernika. Pero ellos, aparte del libro de Salas, se contentan con una biografía del general von Richthofen (a la sazón jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor) debida a un experto norteamericano en historia de la Luftwaffe, James S. Corum. No está traducida pero, naturalmente, la compré de inmediato tan pronto como me puse a redactar mi destrucción sistemática, y sin concesión alguna, de las tesis y argumentaciones del general Salas. Si se escribe sobre algo conviene, en la medida de lo posible, conocer la literatura.

Ni Salas ni Corum destacan por haber buceado en la evidencia primaria relevante de época. El primero no ha hecho grandes esfuerzos por ponerse al día en la alemana y la que cita de lecturas la tergiversa a placer. El segundo no ha entrado jamás en un archivo español y padece de una especie de lo que parece ser cierto hero worship por von Richthofen. Ni Salas, ni Corum, ni Palacios, ni Payne han combinado la EPRE alemana relevante y la EPRE española.

Dado que ya avancé en fecha tan alejada como 1977 que el general Franco no podía ser exonerado de responsabilidad, lo primero que hice en aquel tiempo fue achuchar, junto con otros colegas, a las autoridades gernikesas para que solicitaran la creación de una comisión de historiadores hispano-alemanes que pusiera en claro lo ocurrido y lo que hubiera detrás. Personalmente también me puse en contacto con la embajada de la República Federal en Madrid (y mire el lector por dónde un joven historiador, Antonio Muñoz, me proporcionó algunos de los despachos que entonces envió la embajada a Bonn). Igualmente achuché al ministro de Información y Turismo de la época, Pio Cabanillas, para que se abrieran los archivos militares. Sin éxito. Escribí varios artículos en plano académico y divulgativo. Se difundieron ampliamente. También a veces algún que otro editorial de periódico. Me siento, pues, con alguna autoridad para criticar el comportamiento de Salas y, por ende, de Payne y Palacios.

(Seguirá)