¿Por qué se dejaron engañar los alemanes por Hitler? (y VII)
Termino esta pequeña serie de posts en el momento mismo en que julio se acaba y se abre la pausa veraniega. Por los posts anteriores se habrá visto que, en ciertas condiciones dadas, Hitler no ocultó a quienes quisieran oírle cuáles eran sus objetivos. Lo hizo públicamente a través de sus escritos y de sus discursos. Lo hizo, menos públicamente, a quienes podían oponerse a sus deseos, en particular a los mandos de la Reichswehr. En cuanto llegó a la Cancillería demostró que a sus palabras les seguirían acciones: la puesta fuera de la ley de los partidos politicos y de los sindicatos, las detenciones arbitrarias, la eliminación de las autonomías regionales, el acoso a los judíos y a todos quienes no comulgaran con el ideario nacional-socialista, etc.
De todo lo que antecede se desprenden dos cuestiones que han sido, y siguen siendo, muy polémicas: la primera es que Hitler no engañó a los alemanes; la segunda, que una gran proporción de ellos sí se autoengañaron al confiar en él. Esto, naturalmente, no hubiera sido posible si las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales dadas no hubiesen coincidido. El caso de Hitler no avala la tesis de que el futuro estaba predeterminado. Si las élites económicas, políticas y militares hubiesen encontrado alguna otra forma que no hubiera discurrido por la acentuación de las desigualdades y la depauperación de una parte de la población, diseñando otro tipo de actuación política antes del deterioro de la base constitucional, y la governance, de la República de Weimar, el futuro podría haber sido muy diferente. Es imposible, literalmente imposible, eximir de responsabilidad a Hindenburg y a las cliques militares, políticas, económicas y funcionariales que le rodeaban.
Dicho esto, la llegada de Hitler a la Cancillería supuso una ruptura. La supuso porque los nazis tenían una idea muy clara de lo que querían: derrumbar los cimientos del sistema democrático (por muy meramente formal que ya fuese) y sustituirlo por un régimen de nuevo cuño. Un régimen que aspiraba a disciplinar a todos los “camaradas” de la misma sangre en torno a un proyecto común que, por lo demás, tenia adherentes en los más diversos sectores de la sociedad alemana:
- Romper definitivamente lo que quedaba de las amarras de Versalles
- Devolver a los alemanes el orgullo de ser alemanes.
- Hacer de ellos “superhombres” por encima del bien y del mal y en contraposición absoluta a los “judíos” y a los bolcheviques (a su vez considerados como profundamente “judaizados”).
- Regimentar a los alemanes en todos los ámbitos de la vida colectiva e incluso individual.
- Crear una mitología alternativa que borrase definitivamente el recuerdo de pasadas derrotas.
- Y, no en último término, educar a los alemanes para la futura guerra de conquista y depredación en los amplios y abiertos territorios del Este.
La intimidación ante todo (véase, por ejemplo, el reciente libro de Las primeras víctimas de Hitler, de Timothy W. Ryback, Alianza) y la seducción (política típica de palo y zanahoria) vía el exitoso combate contra el paro, la creación de empleo y la mejora de las condiciones de vida, fueron los instrumentos de que los Nazis se sirvieron en los años iniciales de su dictadura.
Economistas, historiadores y politólogos seguirán discutiendo sobre la graduación e interacción de ambos enfoques. Lo que está fuera de toda duda, y tiene cierto interés en estos tiempos de crisis, es que Hitler y sus muchachos rompieron con la ortodoxia económica de Brüning y de la escuela neoclásica. Quizá sería ir demasiado lejos afirmar que Hitler puso en práctica una política keynesiana avant la lettre. No hay la menor duda, sin embargo, de que abandonó la teoría de que el Estado debía interferir lo menos posible en el libre funcionamiento del mercado. Simplemente, los nazis acentuaron la intervención estatal en la economía hasta tal punto que en pocos años tenía poco parecido con cualquier manifestación de lo que habitualmente se denomina una economía de mercado.
El embate que Hitler y los nazis lanzaron sobre la sociedad alemana encontró resistencia en numerosos sectores. Ante todo en la izquierda, comunista y socialista. Pero también en el centro y en la derecha. Esta última (incluida la de ciertos ámbitos eclesiales, protestantes y católicos) parece haber tenido más suerte que la primera. Probablemente gozaba de más posibilidades. La represión contra todo lo que oliera a izquierda fue dura, consistente y en ascensión progresiva. Contra la Iglesia y el Ejército era más difícil actuar y los medios conservadores y monárquicos en gran medida permanecieron inmóviles en los primeros años de la dictadura.
Eso sí, cuando vieron el camino que esta llevaba en política exterior y que Alemania se exponía a entrar en guerra sin objetivos políticos definidos, tras la reunificación en el Reich de los alemanes (de sangre) que habían quedado fuera de sus fronteras como consecuencia de la primera guerra mundial, las dudas empezaron a esparcirse en las fuerzas armadas e incluso en algunos círculos políticos y diplomáticos.
Sin embargo, para entonces la dictadura ya había conseguido un alto grado de adhesión popular, el miedo se había introducido por los intersticios de la vida social y la formación de una oposición organizada parecía prácticamente imposible.
La historiografía internacional ha hecho, en los últimos treinta años, progresos muy considerables en el desbrozamiento de todos estos ámbitos. De la historia política y militar se ha pasado a la social en sus más diversas manifestaciones, de estas a la cultural, a la de las mentalidades, de la vida cotidiana, etc. Hoy tenemos una imagen sumamente perfilada de lo que fue y representó el Tercer Reich. Que todavía aquella experiencia nefasta para la humanidad ejerza poder de atracción sobre algunos grupos hace desesperar de que cierta gente pueda o quiera aprender algo del pasado.
El Tercer Reich y las dictaduras estalinista y fascista), valgan los casos, siguen siendo una advertencia y una lección. Ya que la historia no es una ciencia exacta y que no tiene poder predictivo, quizá sirva para demostrar empíricamente cómo las sociedades y los hombres y mujeres que en ellas actuaron, se agitaron, sobrevivieron, murieron, supieron responder, de una u otra manera, a los retos de su tiempo. Bien y mal, que de todo hay en la viña del Señor.
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Con este post me despido de los amables lectores de este blog. Llega el tiempo del verano, de las vacaciones y del solaz bien ganado. No para los malvados historiadores. Estoy trabajando, con un grupo de colegas, en un nuevo proyecto que esperamos salga a la luz el año próximo. Y, personalmente, debo prepararme para la promoción, a partir de septiembre, del libro en el que he estado trabajando estos últimos tiempos, para ser exactos desde 2013.
A todos les deseo un feliz mes de agosto. Volveré a aparecer en la segunda semana de septiembre.