Vuelven las brigadas

29 julio, 2014 at 8:00 am

Me refiero a las Brigadas Internacionales. En realidad, nunca se fueron. Como se pondrá de manifiesto en el número especial  de la revista STUDIA HISTORICA de la Universidad de Salamanca sobre la bibliografía reciente de guerra civil y que aparecerá este próximo otoño, una gran parte de la literatura no española ofrece un lugar de honor a aquellos voluntarios de medio mundo que lucharon en las filas republicanas. En este post, el último de antes de las vacaciones de verano, me hago eco de dos noticias.

La primera se refiere a la publicación de un folleto con el título de D´Spueniekämpfer. En luxemburgués. Se traduce por los luchadores de España y está dedicado a la memoria de los voluntarios que partieron del pequeño ducado de Luxemburgo en los años de la guerra civil. Me llegó hace unos meses. Está editado por los Amis des Brigades Internationales luxemburgueses y lleva un prólogo de Jean-Claude Juncker, primer ministro a la sazón del Grand Ducado y hoy presidente designado de la Comisión Europea.

A los lectores les sorprenderá saber que un primer ministro socialcristiano, no precisamente de izquierdas, prologue un folleto sobre tal temática. No soy de quienes ven a un presidente del Gobierno español lo haga con un libro sobre la guerra civil pero probablemente han tenido o tienen cosas más importantes en qué pensar.

Pues bien, un un prólogo emocionante, Juncker elevó un recuerdo muy sentido hacia aquellos voluntarios “que se batieron por la España auténtica, la del pueblo, y por una patria que se llama libertad”. Esta expresión, “la España auténtica”, sin duda hará rechinar los dientes a los evocadores de la sublevación contra la revolución inminente que todavía entrevén en la España de la época.

También para Juncker (no es necesario decirlo para muchos políticos e historiadores de izquierda) los “Spueniekämpfer” fueron igualmente “Fräiheetskämpfer”, combatientes por la libertad. Y Juncker, al escribir, se rebeló contra el olvido en el que parecen haber caído hoy el totalitarismo, el fascismo y la opresión. No creo que sean numerosos los políticos españoles de derechas que manejen este tipo de lenguaje. Aquí el “18 de julio” se ha visto rememorado por algunos como la ocasión en que se salvó a una patria en peligro, que ahora -según dicen- vuelve a estarlo.

Lo que es muy interesante del folleto es su orientación didáctica y divulgadora. Está profusamente ilustrado con fotografías de documentos de época y con las de 29 de los 87 voluntarios identificados con nombres y apellidos de entre un centenar. La mayoría eran luxemburgueses pero también hubo italianos y  alemanes amén de algún polaco, francés y sanmarinense. Sobre los orígenes profesionales de los brigadistas se ha discutido largo y tendido. En el caso luxemburgués se trataba de obreros (metalúrgicos, mineros, albañiles, herreros, pintores, carpinteros, panaderos) más algún que otro empleado y hasta un peluquero. Hubo varios legionarios (supongo que de la Legión Extranjera francesa) y un  ingeniero. Como se ve, la clase obrera antifascista no es que estuviera bien representada. Constituía la práctica totalidad.

En muchos casos se determina su destino: nueve o diez murieron en España, una docena fallecieron en el curso de la guerra aunque no necesariamente en ella (hay identificados casos de muertes en prisión o en campos de concentración alemanes). Una gran parte de los “Fräiheetskämpfer” pasó la segunda guerra mundial en cárceles o en algunos de los campos más infames (Dachau, Sachsenhausen, Auschwitz, Natzweiler).

Durante muchos años tampoco en Luxemburgo a los excombatientes se les agradeció su aportación a la lucha antifascista. Fueron excluidos de la ley de reconocimiento de la resistencia de 25 de febrero de 1967, limitada a los hechos que tuvieron lugar en la guerra mundial misma tras la invasión por los alemanes del Gran Ducado.

Como ocurre con frecuencia, fue la sociedad civil la que se puso en vanguardia, en particular a partir del LX aniversario del estallido de la sublevación militar en España. En 1997 se inauguró un monumento, erigido por suscripción popular, y se multiplicaron los actos de reconocimiento que desembocaron en la aprobación, tardía pero unánime, de la ley de 27 de julio de 2003 que derogó la de 10 de abril de 1937. Fue esta la que prohibió la participación de extranjeros en la guerra civil. Los brigadistas quedaron rehabilitados tras 66 años de espera.

¿Una gota de agua? Más vale tarde que nunca.

La segunda noticia es que el conocido historiador norteamericano Adam Hochschild (autor de, entre otras numerosas obras, un tremendo alegato contra la infame ´colonización´ del Congo como propiedad personal del soberano belga Leopoldo II que llevó a un holocausto que algunos cifran en diez millones de personas) está trabajando en un nuevo libro sobre los voluntarios norteamericanos en la guerra civil. Es un tema ya explorado pero Hochschild aportará una nueva visión y un nuevo encuadre.

De entrada, se está interesando por temas que no han figurado prominentemente en obras previas de otros autores. Como los lectores de este blog saben, quien esto escribe es de los que creen que no se hace historia definitiva. Nueva evidencia empírica, nuevas perspectivas de análisis y las preocupaciones de los autores de generaciones sucesivas conducen necesariamente a nuevos resultados, con otras técnicas, o a la confirmación/rechazo de afirmaciones pasadas.

Me he absorbido durante los últimos quince días en preparar el índice analítico de mi próximo libro, ya en segundas pruebas.  Un trabajo penoso y aburrido pero, espero, útil para los lectores. Como saldrá a finales de octubre o principios de noviembre, a la vuelta del verano me permitiré escribir algo sobre él. No tanto para hacer publicidad sino para demostrar otra faceta del trabajo del historiador. No versará sobre la República en guerra sino sobre su adversario.

Deseo a todos los lectores un feliz verano, dentro de lo que cabe, y prometo volver en septiembre. Y si en el interín me hacen llegar sugerencias respecto a los temas que deseen que trate, miel sobre hojuelas.

De nuevo el caso Balmes: carta abierta a un amigo lector

22 julio, 2014 at 8:00 am

Como he dicho en este blog, y he defendido en todos y cada uno de mis libros, no creo que exista historia definitiva. He estado siempre en las antípodas de algunos historiadores pro-franquistas como, por ejemplo, Ricardo de la Cierva. Los historiadores podemos equivocarnos como todo el mundo. Nadie es ajeno al error, como ya previene un adagio clásico. Ahora bien, hay una distancia sideral entre equivocarse y engañar. Un servidor no engaña.

El caso Balmes, que ya ha surgido en este blog, es algo paradigmático para aproximarse al comportamiento real de Franco. Lo que la prensa de la época, y toda la historiografía subsiguiente, presentó como un accidente, no me parece que lo fuera en modo alguno. Se trató de un asesinato en toda regla que, en los términos del código penal y del código de justicia militar imperantes el 16 de julio de 1936, hubiera debido poner al posterior Caudillo en el sillón de los justiciables.

El asesinato se produjo en tiempo de paz y sin que ni siquiera se hubiera proclamado el estado de guerra (de manera ilegal e ilegítima) que cubrió con su tenue velo todos los desmanes y barbaridades a que se entregaron inmediatamente los sublevados en Canarias, Marruecos y allí donde triunfó la rebelión en la Península.

El “régimen del 18 de julio” nunca reconoció su origen ilegal e ilegítimo. Fundó en él su propia legitimidad. Todavía hoy pagamos las consecuencias.

Algún historiador (por ejemplo, Stanley G. Payne) se ha limitado a decir que no he ofrecido pruebas de que Franco ordenase el asesinato de Balmes. Es una argumentación indigna de un historiador como él. Los asesinatos, en general, no suelen ordenarse por escrito. Hay excepciones, pero el de Balmes no figura entre ellas. Argumenté y argumento que, mientras no se desmantelen los indicios que presenté (y otros que cualquier historiador puede allegar, por ejemplo siguiendo las pistas que dí), mi investigación tiene un altísimo grado de probabilidad. Afortunadamente, ya hay gente que está explorando en esa dirección.

Uno de los lectores de este blog, rastreando por el internet, ha encontrado –escribe- informaciones que “debilitan” mis tesis. Aduce, por ejemplo, que el Dragon Rapide tenía justificado el no volar al aeródromo de Los Rodeos porque en él había dificultades de aterrizaje. Yo señalé, por el contrario, que ir a Los Rodeos era lo más simple si de lo que se trataba era de sacar a Franco de Tenerife y llevarlo a Marruecos para que se pusiera al frente de la sublevación. La argumentación sobre los riesgos de Los Rodeos había sido ya utilizada por algunos historiadores pro-franquistas. Gracias a la inapreciable ayuda de mi primo hermano, expiloto, que voló cientos de veces a Los Rodeos en los años sesenta, dejé claro que, en su autorizada opinión, no era válida. Pues bien, el amable lector a quien me refiero la ha impugnado refiriéndose a unas declaraciones del director de LAPE (Líneas Aéreas Postales Españolas) en las que, al parecer, afirmaba la “peligrosidad” del aeródromo. Tales declaraciones se hicieron a principios de junio (supongo que en Madrid) a un periodista de La Gaceta de Tenerife y, según dice el lector a quien me refiero, no se publicaron hasta pocos días antes de la sublevación militar. Silencia que se trataba de un periódico de tendencia clerical y, si se me permite la expresión, “meapilista”.

No se identifica al autor de tales declaraciones. Mi primo hermano me ha aclarado quién era. Se llamaba César Gómez Lucía y no ha encontrado evidencia documental de que hubiese volado al citado aeropuerto. Según informaciones de internet, fue retirado de la dirección de LAPE en abril de 1936 y sustituído por el comandante Carlos Núñez Mazas, quien desempeñó un papel descollante en las FARE durante la guerra civil. Después de ésta Gómez Lucía fue director gerente de IBERIA. No podía ser un “rojo” peligroso. No ya en internet sino en los Anuales Militares de España que tengo en casa, los de 1934 y 1936, Gómez Lucía no estaba ya en activo, como aparece en el de 1927, que también tengo. En cualquier caso, las presuntas declaraciones de Gómez Lucía no coinciden con la realidad.

Que Los Rodeos fuese un campo de tierra no era un problema para el aterrizaje o despegue del Dragon Rapide, un avión pequeño y muy versátil sin problemas para operar en Tenerife. Respecto a las condiciones meteorológicas, que examiné detalladamente en mi investigación, es cierto que a veces hay en Los Rodeos viento fuerte del norte (turbulencia) y que también se forman nubes bajas (efecto niebla), pero esto es bien conocido, sin problemas irresolubles para la operación, excepto los retrasos que puedan ocasionarse. Al piloto, que no está sólo para operar con sol, se le exigía ya en 1936 cierto grado de pericia y buen criterio. El capitán Webb era un buen profesional y podría haber volado a Los Rodeos. La calificación de que se tratase de un aeródromo peligroso es excesiva. Casos complicados son La Palma (antigüa), Funchal, Guatemala, Bilbao con viento sur (amén de un largo etcétera), pero siempre se ha operado en ellos con la precaución y las limitaciones necesarias.  Si lo hubiera requerido el «plan de ruta» el Dragon Rapide hubiese aterrizado en Tenerife pero siendo obligado, de acuerdo con el plan trazado, acudir adónde iba a producirse un futuro entierro, ¿qué objeto tenía ir a Los Rodeos?

 

Franco no podía airear su plan y la prensa, controlada suavemente por los militares (luego por la fuerza) no hizo el menor hincapié en la posibilidad de que no fuera un accidente. Sus versiones inmediatas solo tenían que cubrir 24 horas. Sí conoció el plan el asesino –a quien el inmarcesible Caudillo siempre dispensó después un trato de favor que nadie ha explicado. También es probable que lo supiera el general Orgaz, residenciado en Las Palmas por el Gobierno y con quien es posible que  Franco hablase de las posibilidades en su visita a la capital grancanaria a finales de mayo. Al fin y al cabo, alguien expuso públicamente durante su transcurso cómo el Ejército podría oponerse a una revuelta izquierdista.  Orgaz, no lo olvidemos, también había tratado de contratar un avión del servicio postal de la Lufthansa (matrícula D-APOK, bautizado con el nombre de “Max von Müller”), por si el Dragon Rapide no acudía a tiempo.

 

Puestos a jugar al ratón y al gato, algo de lo que siempre disfruto cuando se trata de abordar los mitos franquistas, ¿quién me puso sobre la pista del asesino?. Pues un historiador proclive a mantenerlos. La encontré leyendo uno de los numerosos libros del académico de la Historia e insigne medievalista profesor Luis Suárez Fernández al cotejar una de sus habituales, ¿cómo llamarlas?, distorsiones. Si a estas horas no lo ha identificado habrá dado prueba de escasa sagacidad. Un colega y amigo mío, a quien ya he citado en este blog, tardó exactamente diez minutos en hacerlo tras leer las informaciones que ofrecí en mi investigación.

 

Laus Deo. 

Historia: empujan las nuevas generaciones

15 julio, 2014 at 8:21 am

Son tres los fenómenos detectados, todos positivos y muy estimulantes. El primero es que la historiografía sobre la contemporaneidad española avanza con fuerza, adentrándose en nuevas temáticas y nuevos tiempos. La guerra civil, aunque siempre presente de alguna u otra manera, se ha convertido en un punto de partida, no de llegada.

El segundo es la absorción, por parte de una nueva generación, de un principio por el que algunos autores de la mía hemos pugnado durante muchos años. Es preciso disociar analíticamente República y guerra civil. Esta última, por el contrario, debe formar núcleo con el franquismo. Los libros y manuales que tratan en el mismo golpe República y guerra civil están desfasados.

El tercero fenómenos se deriva del enriquecimiento que supone la coexistencia de tres o cuatro generaciones de historiadores, como ocurre ahora en España, que trabajan sobre los períodos que definen nuestra contemporaneidad: República, guerra civil, franquismo, transición.

De entre las nuevas temáticas la que más me ha impactado en El Escorial es el estudio de los mecanismos de control social utilizados durante la larga dictadura. Que de los aplicados en la guerra civil se pasó a los que se emplearon sin solución de continuidad en la segunda es evidente. Lo mismo ocurrió en otras áreas de las políticas públicas: educativa, cultural, represiva y agraria, por no citar sino unas cuantas.

Un joven doctorando ha empezado a estudiar los mecanismos de control social en Madrid en la inmediata posguerra. El volumen de documentación que ha encontrado es, sencillamente, asombroso. Lo que escriba, que no conozco, es difícil que no esté en consonancia con mi insistencia de que sin EPRE no habrá avances historiográficos profundos. Para el caso en cuestión debe combinarse la de naturaleza militar, política, social y policial.

La disociación del tan abroquelado binomio guerra-República también promete avances interesantes. Plantea, entre otros temas, los fundamentales: la legitimidad o ilegitimidad del “régimen del 18 de julio” y la responsabilidad inmediata en el descenso a los infiernos que fue la guerra civil.  A los políticos y funcionarios (también historiadores) que se socializaron en la dictadura o que no han logrado evadirse del canon que tan visceralmente promovió, ambos temas les provocarán urticaria. No en vano apuntalan una conceptualización que se ha abordado, sin menos EPRE, en muchas obras modernas: el franquismo como régimen rupturista en la evolución “normal” de la historia de España. Las consecuencias son aterradoras para los historiadores de derechas, españoles y extranjeros (que de todo hay en la viña del Señor). No extraña que se hayan lanzado a combates de retardamiento.

Para los historiadores de la generación más senior, es decir la de quien esto escribe, el futuro no tiene por qué ser preocupante. Sin ir más lejos, dos jóvenes historiadores (David Jorge y Miguel Íñiguez) están rastreando detenidamente los mil y uno escollos por los que hubo de atravesar la fenecida República a la hora de enfrentarse, sin el menor, con el cerco internacional que formó la política de no intervención. ¿Un tema manido? Quizá, pero nueva documentación pondrá en aprieto a quienes siguen, erre que erre, disminuyendo la eficacia de ese cerco entre los factores que condujeron a la derrota republicana. (Citar nombres equivaldría a darles una publicidad que, en mi opinión, no merecen. Quizá estén haciendo méritos para convertirse en los nuevos porta-estandartes extranjeros de una versión que no choca demasiado con las interpretaciones de la derecha autóctona).

Mi generación no está en la misma situación en que se encontraron los historiadores de la que nos precedió. Observen los lectores que no menciono a “nuestros maestros”. No lo fueron, por lo menos en los temas relevantes de la que para muchos de nosotros era entonces historia contemporánea (es decir la que se inicia tras la quiebra del sistema de la Restauración). Yo  nunca aprendí nada de ellos. ¿Qué podían enseñarnos si se habían estancado en las delicias, goces y honores académicos que les proporcionó la dictadura? En el mejor de los casos, prefirieron revisar algunos ámbitos del siglo XIX y de sus continuidades en la primera parte del XX. Siempre fue más seguro.

El decano de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, Luis Enrique Otero Carvajal, ha dirigido un equipo pluridisciplinar que se ha especializado en el estudio de las quiebras en las distintas ramas del quehacer científico en España. Un primer avance de su trabajo se publicó hace un par de años sobre la destrucción de la ciencia en España. Hace unos cuantos meses se ha publicado un masivo estudio por él coordinado sobre la Universidad nacional-católica. La perspectiva analítica escogida ha estribado en el desbrozamiento y contextualización de los expedientes de oposiciones a cátedras universitarias en el decenio de los años cuarenta. Nombres “gloriosos” de la Universidad española de la postguerra pasan por la trituradora de la confrontación con la EPRE en aquel momento culminante de su trayectoria que era el espaldarazo que suponía obtener una cátedra. He de confesar que en Historia el resultado confirma lo dicho. Salvo excepciones, como la de Vicens Vives, posteriormente un tanto exagerada, no hay grandes nombres. El franquismo nos descoyuntó de la evolución que la disciplina seguía en el exterior.

En el seminario de El Escorial las críticas a la llamada “Ley de Memoria Histórica” fueron constantes. No es de extrañar. Sus defectos son numerosos. Sus pretensiones nunca se tradujeron consistentemente en hechos. “Zapaterismo ligero en estado químicamente puro” fue una de las lindezas que se le soltaron. La pérdida de una oportunidad.

También salió a relucir el continuismo en las percepciones de algunos altos cargos del aparato judicial de nuestros días. Ya habían hecho sus primeras armas en la represión franquista. El tratamiento del caso Puig Antich que promete el profesor Gutmaro Gómez Bravo en un  libro a él dedicado será apasionante y sumamente revelador. Un crimen de Estado sin reparar.

En resumen: no hay nada que deba incitarnos a la tristeza. A pesar de todas las dificultades objetivas (en particular de las interpuestas por el actual Gobierno con su negativa a desclasificar nueva documentación y el cierre de un sector de la que ya se conocía), las generaciones que vienen empujando mantendrán a la historiografía española en el recto camino.

 

¿Quién mató a Dag Hammarskjöld? De las dificultades de clarificar un asesinato político

8 julio, 2014 at 7:26 am

En la noche del 17 al 18 de diciembre de 1961 el avión que llevaba a DH al aeropuerto de Ndola,  en lo que hoy es Zambia, se estrelló poco antes de aterrizar. Perecieron todos sus ocupantes, salvo uno que murió –aparentemente de complicaciones por las heridas sufridas- unos cuantos días más tarde. A diferencia de lo que ocurrió con el general Balmes, el accidente se investigó repetidamente. Lo hicieron en dos ocasiones las autoridades competentes de lo que entonces era la Rhodesia del Norte  (parte de una Federación en que también figuraban la Rhodesia del Sur, hoy Zimbabwe, y Nyassalandia, hoy Malawi, bajo dominio británico) y las propias Naciones Unidas.

La primera y segunda investigación determinaron que la causa del accidente fue debida a un error del piloto. La tercera no se pronunció y dejó abierto el caso. Este ha generado varios libros, numerosos programas de televisión e incontables artículos de prensa. En ello se diferencia del caso Balmes, rápidamente olvidado. También se diferencia en que la muerte de DH ha dado origen a las más variadas teorías conspiratoriales en las que figuran como motores la CIA, el MI6, los belgas, varias multinacionales de la época, mercenarios contratados por el Gobierno secesionista de Katanga (una parte del Congo recién llegado a la independencia), los partidarios del apartheid sudafricano y los colonos británicos opuestos a la descolonización.

Dado que en este blog uno de sus amables lectores me ha regañado por mis presuntos fallos en la investigación del caso Balmes, he recordado que tenía sin leer un libro que me regaló mi mujer las últimas Navidades. Me he precipitado, pues, sobre él para contrastar técnicas de análisis en la investigación del “accidente” en el que pereció DH. No soy criminalista y entiendo que uno no cesa de aprender hasta que le visita la negra parca o le atrapan el Alzheimer o la demencia senil.

La autora del libro, Who Killed Hammarskjöld? The UN, the Cold War and White Supremacy in Africa, publicado en 2011, es Susan Williams, una investigadora senior en la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres y experta en temas de descolonización.

Williams ha escrito un libro fascinante. Conoce muy bien el marco estratégico general y los problemas económicos, políticos y militares conectados con la operación de mantenimiento de la paz que DH lanzó en el Congo con la preceptiva autorización del Consejo de Seguridad. Esta parte la resume de mano maestra pero los planteamientos generales solo sirven para encuadrar el “accidente”.

Durante años ha escudriñado los documentos generados por las dos investigaciones. Ha destacado en particular las incongruencias de la más sospechosa, la primera. Ha buscado datos complementarios en tres continentes. Ha tejido una red de complicidades con antiguos miembros de varios servicios de inteligencia. Ha visitado archivos oficiales (y a veces privados) en Bélgica, Estados Unidos, Inglaterra, Naciones Unidas,  Noruega, Portugal, Sudáfrica y Suecia. Ha interrogado a personas que tuvieron alguna conexión con el caso o con sus descendientes. Ha expurgado memorias y literatura secundaria. En definitiva, ha hecho obra de detective y sacado a la luz documentación o informaciones que no se conocían, que se habían desdeñado o que se habían distorsionado. Un lugar importante corresponde a los análisis comparativos de textos, debidamente contextualizados. Salvando las distancias, es más o menos lo que hice en relación con el caso Balmes. No extrañará, claro, que las claves no se encuentren en los artículos de prensa de la época, en parte porque muchos de ellos fueron sometidos a una campaña consciente de desinformación. Como con Balmes.

La conclusión de una monografía de casi trescientas páginas no lleva a poder determinar quién mató a DH. Demasiada documentación se ha destruído. Sí lleva a establecer que no se trató de un accidente. El avión sueco se vio obligado a descender de la altura en la que se había situado para aterrizar unos minutos después. Dos escenarios son verosímiles: bien otro avión le forzó a ello y le lanzó una bomba o bien se activó otro explosivo, oculto en el tren de aterrizaje.

El director del aeropuerto lo cerró sin indagar lo que hubiera podido ocurrir cuando el avión se retrasó; las comunicaciones con el avión no se grabaron o desaparecieron; se “pasó por alto” que en la torre de control probablemente hubo personas que no querían demasiado a DH; se retrasó todo lo posible la investigación sobre el terreno; se omitieron testimonios oculares (de nativos) que habían llegado al lugar del “accidente” mucho antes que las fuerzas de seguridad, etc.

En realidad DH se había convertido en una persona cuyo compromiso con la integridad territorial del Congo molestaba a los Gobiernos británico, belga y sudafricano, a poderosas multinacionales que se las prometían muy felices ante la posibilidad de explotar los inmensos recursos minerales de una Katanga independiente y, no en último término, a las autoridades de la Federación de las dos Rhodesias y Nyassaland. Los archivos de su presidente (Sir Roy Welensky) y del alto comisario (Lord Alport) no han desaparecido pero sí se han “peinado”. También los de la CIA y, probablemente, los de la NSA, uno de cuyos funcionarios captó en una estación de escucha de Chipre conversaciones de un segundo avión que no se registraron. Mutatis mutandis, es lo que ha ocurrido con ciertos papeles de la Presidencia del Gobierno y de las autoridades militares españolas o de los fondos del Foreign Office y de los archivos del MI6, todavía cerrados a piedra y lodo.

Personalmente, me siento muy satisfecho de que, con las naturales diferencias, las técnicas de investigación y análisis que utilicé en mi estudio acerca del “accidente” del general Balmes sean, en el plano metodológico, muy parecidas a las que Susan Williams ha seguido en su fascinante estudio. Con una diferencia. El caso DH fue muchísimo más complejo y plantea las responsabilidades de importantísimas personas en la esfera política y económica de varios países. De aquí que no haya podido determinar con total exactitud quiénes fueron los causantes.  En el caso Balmes puedo reafirmar que, con un 99 por ciento de probabilidad, el nombre de su asesino es identificable.

Para los interesados: la entrada de DH en la edición en español de Wikipedia es paupérrima y admite la teoría del accidente; la de la versión en inglés es más completa pero no menciona el estudio de Williams. Tampoco cree en un asesinato aunque expone las teorías que discrepan del accidente.

Lo que cuesta averiguar ciertos hechos…

Por la religión y por la patria. La iglesia y el golpe militar de julio de 1936

1 julio, 2014 at 8:36 am

Utilizo conscientemente la fórmula con el “quizá” porque dicho libro lo singularizan tres rasgos: a) aborda una tema que se ha querido oscurecer por la amplitud de la campaña mediática de la Iglesia para recordar el martirio de los religiosos, del clero secular y regular, durante la guerra civil y que se ha materializado en los últimos años de involución eclesial en masivas operaciones de beatificación; b) presenta la “otra cara” de la moneda: la participación activa, indecorosa, vil, de numerosos clérigos en el asesinato y persecución que efectuaron los militares, la guardia civil, la policía, la falange y las demás fuerzas “cívicas” en una operación destinada a sembrar el terror en los territorios bajo control de los sublevados y a liquidar físicamente a la “anti-España”; c) acumula casos probados, bien documentalmente bien por referencias de historia oral verificadas en lo posible, que permiten, por un proceso inductivo, establecer hipótesis generales contrarias a las versiones eclesiales que, ciertamente en mi generación, se nos impusieron a golpes de propaganda que subrayaban las malísimas artes de todos los demonios enemigos de “Dios y de la Patria”.

Se trata de un libro relativamente corto. No tiene mucho más de 150 páginas de texto y una veintena para notas. Son las suficientes para leerlo en unas cuantas horas. La brevedad refuerza un mensaje que no es nuevo pero que ahora queda abrumadamente probado. Lo expuso ya, en plena guerra civil, el prominente político católico vasco Manuel de Irujo cuando profetizó que la Iglesia  española aparecería en el futuro como víctima (lo cual es indudable) pero también como verdugo (papel siempre aminorado cuando no silenciado).

El libro establece una tipología de las formas de participación de los clérigos en la violencia. La más desaforada y vomitiva fue la directa. Fue la que ejercieron el “cura de Zafra”, Juan Galán Bermejo; el bravo Padre Vicente, capellán castrense de la Legión; el jesuita Bernabé Copado, capellán militar de la columna Redondo; otro capellán legionario, el también jesuita José Caballero; el coadjutor de la parroquia de la Concepción de Huelva, Luis Calderón Tejero; el párroco de Rociana, de la misma provincia, Eduardo Martínez Laorden; el párroco superfascista de Encinasola, Eugenio López Martín; un excapellán de la cárcel de Huelva, Pablo Rodríguez González, etc. Nombres todos que deben formar parte de la historia mundial de la infamia. (No he verificado por cierto si han encontrado acogida en las páginas del Diccionario biográfico español de la RAH). Se trata de una selección tan solo de un frondoso ramillete. Otra forma de participación fue más sutil: consistió en dar testimonios falsos sobre el comportamiento de izquierdas y malvados de toda laya de tal forma que su ejecución o su condena a largos años prisión se hacían inevitables. Fue la más rastrera, si es que cabe hacer distinciones en terreno tan resbaladizo, pues aquellos (¡oh!) santos varones solían ocultar con  frecuencia que a ellos debían su propia salvación. Ejemplos  poco en consonancia con las tan ensalzadas virtudes de verdad, prudencia y templanza.

El libro, para escándalo de eventuales píos lectores, no exonera a la propia jerarquía que demostró un tipo de comportamiento alentado por los señores obispos (a quienes Dios, en su infinita bondad, quizá haya abierto las puertas de su gloria porque el historiador debe cerrárselas). Dejemos la palabra a una de las lumbreras de la Iglesia española, monseñor Eijo Garay, duro entre los duros, fascistizado entre los fascistizados: “Dios está entre nosotros. Dios está con Falange. Y la Falange, que ayuda en los frentes a ganar la guerra y prodiga en la retaguardia la caridad cristiana, salvará a España”. ¿Exabruptos de la época? No extrañará que hubiese sacerdotes como Miguel Franco Olivares a quienes le agradara la consoladora tarea de dar tiros de gracia a los ejecutados. Para que llegasen más rápidamente al juicio divino.

Se ha hablado mucho de las charlas radiofónicas de Queipo. Menos de los curas que participaron en tan modernas actividades tan resaltadas en la entrada de dicho general en el Diccionario de la RAH. Se conservan, por ejemplo, los alocados deseos de fray Jacinto de Chucena: “Es preciso, de toda precisión, que a esta degenerada y venenosa semilla del marxismo se la quebrante y desarraigue del patrio suelo, hasta que no queda ni rastro de ella”. Emitida el 14 de agosto de 1936. Pour encourager les autres.

Un capítulo entero se dedica a una actividad algo más sofisticada. Fue la fabricación de informes político-sociales en base a los cuales se fundamentó ulteriormente la represión militar y fascista. Estuvieran basadas en hechos, rumores, inventos o incitaciones militares y policiales que de todo hubo en la Viña del Señor. Un ejemplo: “no puedo precisar si cometió desmanes pero es de suponer por haber sido detenido”. Tan tranquilo. Es un argumento que solía utilizarse también en los consejos de guerra. ¡Algo habrían hecho y no habría sido nada nuevo!

La purga del magisterio republicano, que tanta atención ha despertado con toda razón en los últimos años, y bajo la responsabilidad última de aquel genio de la literatura patriótica que se llamó don José María Pemán, contó siempre con el apoyo entusiasta de la Iglesia y de sus huestes negras, no en vano jamás perdonaron a la República los intentos de sustraer la enseñanza a su histórico dogal.  Finalmente, los autores también abordan el mito del “cura bueno”, de la mano del de Mérida, César Lozano,  aunque “bueno solo por un día”, a la vez que enfatizan los casos de religiosos que permanecieron fieles a su ministerio y no dudaron en ayudar a su grey, situándose del lado de la República. Ni que decir tiene que muchos de ellos lo pagaron con la vida.

Un libro abarrotado, pues, de datos, fuentes y testimonios que cuenta otra historia, en contraposición a las miríficas visiones que siguen hoy propagando la Iglesia y sus plumillas y a  las que tan buena acogida ha dado la RAH.  Si hay que ganar la batalla por la Historia, libros como este son más que necesarios. Son imprescindibles. Gusten o no gusten. Al escrutinio del historiador no puede quedar vedado ningún ámbito de la acción humana en el pasado. Tampoco la de la Iglesia con toda su espiritualidad.