POSIBILIDADES DEL «LIBRILLO»

29 septiembre, 2015 at 8:30 am

En los tres últimos posts he descrito y comentado brevemente los rasgos fundamentales de mi método de investigación. En todos y cada uno de ellos he subrayado que no pretendo en modo alguno ni haber inventado la pólvora ni sugerido que pudiera aplicarse con carácter general. En este y en el próximo post, abordaré algunas de las cuestiones relacionadas con su aplicación tal y como las he vivido y, en buena medida, ilustrado en alguno de mis libros. Quizá pueda lograr la sonrisa de más de un lector o, tal vez, las ganas de probarlo por su cuenta.

centro-documental-de-la-memoria-historica_4617931Tal y como lo veo el «librillo» es muy idóneo para abrir brechas, es decir, para explorar temas ignotos o escasamente trabajados. Cuanto más amplios sean, la necesidad de acopio de fuentes será mayor y, por consiguiente, el tiempo exigido para considerar más o menos terminada su primera fase será más prolongado. Hay, sin embargo, problemas en historia contemporánea que el método descrito no está en condiciones de resolver más o menos inequívocamente. Los más importantes son de naturaleza axiológica y a ellos me referiré en el próximo post.

La aplicación más reciente la he efectuado en mi libro aparecido la semana pasada. Ya he visto que ha generado comentarios en las redes que son mayoritariamente negativos y escritos por gente que no tenía la posibilidad material de haberlo leído. Dejando de lado los insultos, injurias e incluso calumnias (¡mira que escribir mal de Franco!) en dicha obra he demostrado cómo el «librillo» puede abrir nuevas puertas al conocimiento tanto en un tema muy circunscrito (el comportamiento financiero de SEJE) como en otro más general (el carácter de su dictadura).

En el primero, aparte de Javier Otero, pocos habían escrito anteriormente o lo habían hecho de forma distorsionadora (Stanley G. Payne y Jesús Palacios). En el segundo, la literatura es inmensa.

En ambos casos partí de las fuentes primarias y de algunas preguntas inocentes. En lo que se refiere al «paquete» del tan por algunos venerado general Otero reveló que Franco había salido de la guerra civil con 34,3 millones de pesetas en varias cuentas a su nombre o con títulos asignados (reconstrucción del Alcázar, huérfanos del conflicto, etc.). Las preguntas centrales son: ¿es creíble la documentación en que se consignó el importe de tal fortuna? y, si es creíble, ¿de qué métodos se sirvió para amasarla? Respondidas estas, surgen otras.

Sobre la primera no he visto, salvo error u omisión, que nadie haya dicho ni pío. A lo más, que no he visitado los archivos de la FNFF. Lo cual es cierto, como explico claramente en el libro. Me he basado en la documentación de la FNFF custodiada, ya digitalizada, en el Centro Documental de la Memoria Histórica. Archivo público y abierto a todo el mundo. Por si las moscas, la documentación ha sido reproducida en el libro con autorización explícita de la FNFF concedida a la editorial, no a mi. Los comentarios, pues, deberían centrarse sobre tales papeles, ignorados de manera cuidadosa por los autores a que he hecho referencia.

Cualquier documento debe contextualizarse y explicarse en su época y en sus implicaciones. Esta es la labor genuina del historiador. Es muy legítimo que otros autores puedan discrepar de ella. Según mi «librillo» se hace no con improperios o descalificaciones sino con más documentos o con una argumentación más fina y mejor fundamentada.

Salvo que fantaseemos, como hacen muchos autores y/o lectores no demasiado proclives al análisis empírico, no parece que existieran muchos canales por los cuales SEJE pudo «forrarse». Cuatro están identificados: ahorro del sueldo o emolumentos (descartable), transvase desde otras cuentas (el más verosímil) o aprovechamiento de las dotaciones de la Jefatura del Estado/Presidencia del Gobierno (no existe, que yo sepa, documentación contable de la época de la guerra y sí únicamente cifras globales en la Cuenta General del Estado, que fue una reconstrucción a posteriori, y solo lo menciono para no dejarlo de tener en cuenta). El cuarto y último canal tiene otro origen: la «operación CAFÉ». La ampliación de la fortuna personal de SEJE es otro asunto de menor relevancia histórica y ética.

El segundo canal es el más obvio. Se refleja en varias órdenes de transferencias, afortunadamente no destruídas, y de la actuación del mecanismo financiero secreto creado en el Cuartel General y de cuyos resultados globales ha quedado constancia.

Respondidas las dos cuestiones centrales surgen otras. En primer lugar, la equivalencia en términos actuales. Me he servido de los factores de conversión expuestos por el profesor José Ángel Sánchez Asiaín en su monumental obra sobre la financiación de la guerra. Existen otras posibilidades, en mi opinión menos precisas o que requieren de argumentaciones estadísticas más complicadas. Salvo error u omisión, no me ha parecido identificar a nadie en las redes sociales que haya acudido a otros factores más sofisticados. La equivalencia que he expuesto, la mantengo.

Un lector atento observará que he intercalado en el texto diversas precauciones. A lo mejor Franco dilapidó su fortuna en donativos a los pobres. Bien: si hay listas, no se han cncontrado. Por la más relevante, referida a la fecha en que se estableció la relación de cuentas de nuestro inolvidable Jefe del Estado en agosto de 1940, no se aprecia que se tratara de cantidades muy elevadas.

La caracterización de la dictadura es el segundo tema y mucho más amplio. Me he basado en la curiosa y desconocida costumbre de Franco de dar disposiciones secretas desde los años de la guerra civil hasta 1957. Habrá más y menciono algunas que no he localizado. Adoptaron la forma de Leyes, Decretos-Ley, Decretos y Órdenes ministeriales, es decir, cubren toda la jerarquía normativa habitual en España. Con la característica común de que nunca fueron publicadas en el Boletín Oficial del Estado y, por consiguiente, que nadie las conoció excepto aquéllos privilegiados que se ocuparon de llevarlas a la práctica.

Sin perderme en disquisiciones que los lectores que hayan estudiado Derecho estarán en condiciones de hacer por sí mismos me he limitado a señalar que, naturalmente, todo esto iba en contra del Código Civil (que preveía y prevé la necesaria publicación de las normas jurídicas) y, en algunos casos, se oponía a Leyes venerables como la de Administración y Contabilidad del Estado o la de Hacienda Pública que no eran precisamente de origen republicano (y por consiguiente repulsivas para SEJE) sino que databan de principios del siglo XX.

Con ello he ilustrado una práctica (hasta ahora poco conocida e insuficientemente explorada) que debe figurar como parte integrante del corpus jurídico del franquismo. En ella se manifiesta el papel de Franco como fuente de Ley, fuente de Derecho y detentador de una voluntad soberana. Es decir, el Führerprinzip en pleno funcionamiento, desde 1936 y 1975.

De aquí la comparación con otro ejemplo de dictador, en este caso Hitler, y no con Stalin porque no me consta que en el sistema jurídico-positivo de la Unión Soviética estuviese consagrado a nivel constitucional que el secretario general del Partido y más tarde presidente del Consejo de Ministros (Sovnarkom), mariscal y único generalísimo de aquel país que su voluntad omnímoda fuera ley. Lo era pero no en términos constitucionales. Esto sí ocurrió en la España de Franco, como no dejó de reflejarse desde el principio (1936) hasta en la norma fundamental más elaborada que fue la Ley Orgánica del Estado de 1966.

A Stalin le costó un montón de años llegar a la absoluta preeminencia (no lo logró hasta finales de los años treinta) en tanto que Franco (Spain was- is- different) tardó en encaramarse a ella poco más de dos meses. Una velocidad solo comparable a la de Hitler quien tardó solo un pelín menos en lograr la aprobación (fraudulenta) de su Ley de Habilitación de marzo de 1933. Inducción más comparación en el tiempo y en el espacio no son malos conductores a la hora de abrir brechas.

TODO MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO (Sobre investigación en historia contemporánea, y III)

22 septiembre, 2015 at 8:30 am

Arrojarse inmediatamente a una primera redacción, como señalé la semana pasada, puede parecer suicida. Cualquier procedimiento ortodoxo lo desaconsejaría. El investigador debe familiarizarse, se afirma habitualmente, con el «estado de la cuestión». Debe saber primero lo que otros autores hayan escrito. A partir de ahí podrá empezar a ir construyendo su propio relato. No es lo que yo hago.

articles-8000_imagen_05Me di cuenta de que probablemente lo que antecede no sería un procedimiento adecuado en 1971/72.

1. Cuando entré en los archivos del Auswärtiges Amt en Bonn para indagar sobre la financiación nazi de la guerra civil española dominaba la segunda obra del profesor Manfred Merkes, aparecida en 1969. Un excelente libro sobre la intervención nazi en general. No se ha traducido. Merkes era, además, docente en la Universidad de aquella pequeña ciudad en Alemania (John Le Carré dixit). En mi ingenuidad e ignorancia pensé que si iba a hablar con él, dado su dominio del tema podría tal vez influir en mi propia investigación

2. Sin embargo, por mi todavía limitada experiencia funcionarial, yo había aprendido algo del funcionamiento de la administración y de sus procedimientos burocráticos, más o menos racionales. Preferí, pues, aplicar mi «sabiduría» de incipiente burócrata a la interpretación de la evidencia documental que iba amasando. En la tradición continental europea los trámites burocráticos de muchos países se parecen. Ciertamente era el caso de Alemania, Francia y España.

Así, pues, no hablé con Merkes. Muchos años más tarde, en una cena en Madrid en la residencia del embajador alemán con Habermas, ambos nos reímos del episodio. Para entonces ya estaba convencido del valor de mi enfoque. Por una razón.

3. Si se empieza a escribir sobre la base de evidencia primaria, con excepción de cualquier otra, el razonamiento sigue un curso determinado, no contaminado por lo que otros investigadores hayan escrito. Es más, si la masa de documentación es muy amplia y procede de diversos archivos es muy probable que, quizá, tampoco haya sido utilizada por historiadores precedentes. En cualquier caso, lo más normal es que la lectura que de ella se haga sea diferente. Esta etapa, fundamental, no debe liquidarse a la ligera. Lleva su tiempo y es susceptible de atravesar por diversas versiones.

En todo caso lo que surgirá de ese primer borrador, imperfecto, malejo incluso, es un boceto de cañamás sobre el cual habrá que bordar sucesivas capas de informaciones. Estas resultan, inevitablemente, de las lagunas del primer esbozo. Por muy extensa que sea la documentación consultada es evidente que, salvo casos muy contados, el investigador advertirá lagunas. Desgraciadamente no todo el pasado se refleja en lo que que se ha conservado en los archivos, por numerosos que estos sean. Además, algún otro autor habrá escrito sobre el tema o un tema conexo.

Es el momento de cambiar de tercio.

4. Si hasta ahora el método seguido ha sido esencialmente de naturaleza inductiva en la siguiente fase hay que aplicar sistemáticamente un enfoque iterativo. Es decir, enriquecer el boceto cruzándolo con la literatura secundaria para cerrar las lagunas advertidas o para recontextualizar informaciones suministradas por otros autores que no hayan consultado la misma documentación, lo hayan hecho imperfectamente o mal. Que de todo hay en la Viña del Señor.

La iteración debe repetirse tantas veces como sea necesario. Cumple dos funciones. La primera de complemento del esbozo de relato (la densificación del cañamazo) y la segunda de pasar por el ácido test del análisis las versiones de otros autores.

5. Estos pueden ser historiadores de buena fe (que es lo que ocurre en la mayoría de los casos) pero también los hay tergiversadores, manipuladores, mentirosos y tramposos. No porque sean técnicamente malos sino porque escriben en función de concepciones apriorísticas, prejuicios u otras motivaciones espúreas. Como un pequeño residuo de la aplicación de mi «librillo», ello permite fácilmente desenmascarar ese tipo de comportamientos. Yo no critico nunca por criticar. Lo hago cuando es necesario porque las tesis de un autor, insuficientemente sustentadas, se oponen a la base documental que he localizado.

Dos ejemplos: la conocida caracterización como «extravagante» de la decisión republicana en septiembre de 1936 de enviar a Moscú tres cuartas partes de las reservas del Banco de España. O la conocida aversión de algunos autores a no reconocer que la banca anglosajona y francesa saboteó a sabiendas las transferencias internacionales de divisas para que la República pudiera adquirir armas en el extranjero. Hay incluso un autor, que no mencionaré, que sigue empeñado en extender un certificado de virginidad al Midland Bank londinense.

6. Pero, en general, es necesario denunciar el engaño y la manipulación. Los lectores de este blog lo verán ejemplificado en una publicación digital que he coordinado y sobre la que me permitiré insistir en cuanto esté disponible en línea. También aceptar que uno puede haberse equivocado. La peculiar combinación de inducción e iteración es tal que siempre puede ocurrir, y de hecho ocurre, que la base documental de la cual he partido no sea lo suficientemente amplia. Otros pueden haber hecho más descubrimientos. En ese caso, no hay más remedio que examinar críticamente las nuevas aportaciones y ver si pasan por el ácido test de la contrastación y de la contextualización.

De lo mucho que he escrito hay cosas que hoy, tras el descubrimiento de nueva evidencia primaria complementaria, modificaría. En ocasiones para rectificar. En otras, para reafirmar lo escrito.

Un ejemplo: el todavía muy oscuro funcionamiento de la trama civil que amparó la preparación de la sublevación militar de 1936. He descubierto alguna documentación complementaria que me lleva no solo a reiterarme en mis tesis sino a fortalecerlas. Todavía no sé cómo sacarla a la luz, debidamente contextualizada.

8. Lo que queda es revisar, revisar, revisar. Iterar, inducir, iterar. Con ello no se llega a una obra perfecta. NO EXISTEN. Tampoco a escribir un texto definitivo. TAMPOCO EXISTEN. Pero sí el consuelo de haber hecho progresar, siquiera mínima y momentáneamente, el caudal de conocimientos que, por definición, son siempre inseguros, revisables, contingentes. Como la vida misma.

No sé si con ello habré conseguido explicar mi «librillo». Sin duda, insisto, hay otros. Pero el que he seguido desde 1971 me ha permitido desmontar algunos mitos consolidados en la historiografía. Ni que decir tiene que también me ha permitido reflexionar sobre la naturaleza humana y, por ende, sobre el gremio de historiadores. En lo que se refiere a la historia contemporánea española el pasado no siempre fue como se nos ha contado y algunos todavía nos cuentan. Todavía hoy subsiste lo que he denominado un «pasado de plastilina», moldeable a gusto del consumidor.

TODO MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO (Sobre investigación en historia contemporánea, II)

15 septiembre, 2015 at 8:30 am

Ante todo dos observaciones preliminares. No pretendo haber descubierto la pólvora. Tampoco merece la pena hacer referencia a las muchas dudas y a los más que numerosos recovecos que he ido recorriendo a lo largo de casi treinta años de investigación en archivo (salvo los que me dediqué a otras ocupaciones). Lo que haré es describir el estado actual de mi librillo.

26844-620-282Siempre he abordado los temas en los que he procurado abrir brecha por una razón primordial: una inmensa e insaciable curiosidad. Todavía no sé si innata o inducida. Soy de quienes creen que si no hay curiosidad, no se avanza. En este aspecto me considero un revisionista hecho y derecho, porque la metodología me impulsa siempre a revisar lo que he escrito. Tampoco he elegido sistemáticamente los temas que han sido objeto de mi investigación. A veces me los han sugerido. A veces han respondido a encargos o invitaciones. A veces los he elegido yo mismo (mi trilogía sobre la República en guerra).

En cualquier caso, ya se haya escrito antes mucho o poco o nada sobre tales temas, mi «librillo» exige los pasos siguientes.

1. Ante todo, y sobre todo, recopilar la más amplia base documental posible. Es irrelevante que se haya publicado o no. Hay que ir a las fuentes. Las citen otros autores o no. Son, por supuesto, de variadísima naturaleza y dependen del objeto de la investigación. Su análisis crítico y contextualizado exige verlas uno mismo. Esto era antes una tarea ímproba. ¿Quién no hay leído los recuerdos de Don Ramón Carande cuando transcribía, penosamente y a veces aterido de frío, los documentos del Archivo de Simancas? Hoy no lo es. En muchos archivos permiten hacer fotografías digitales. En otros los funcionarios hacen fotocopias de los documentos identificados. A veces, sin embargo, no hay más remedio que transcribir. Con el ordenador es fácil hacerlo, aunque lleve mucho tiempo. En cuanto a bibliotecas internet permite consultar los catálogos de las más importantes. Las funciones de búsqueda permiten unir conceptos y encontrar fuentes publicadas. No es un problema.

2. En ocasiones, por desgracia abundantes, encargar fotocopias o fotografías es costoso. Pero el primer mandamiento es que, por desgracia, la investigación, en general, lo es. Es necesario viajar, ir a varios -a veces, numerosos- archivos. Comprar libros. No es difícil gastar varios miles de euros. Hay becas y ayudas pero no siempre se consiguen. Yo he contado con apoyos financieros en cuatro ocasiones (mi investigación inicial en Alemania, la primera investigación sobre el oro de Moscú en Madrid, un estudio sobre la política comercial exterior de España de 1931 a 1975, también en Madrid, aunque con algunas excursiones a Londres, y la reconstrucción de la carrera diplomática republicana, de nuevo en Madrid). En todas las demás la financiación ha sido con mis propios recursos, haya indagado en Francia, España, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania o Rusia.

3. En la búsqueda de documentación pueden invertirse muchos, muchos meses. Sin garantía de éxito. Ahora bien, un archivo lleva a otros. Una consulta a fuentes mencionadas en la literatura secundaria impulsa a husmear en archivos no imaginados a primera vista. Las indicaciones de los colegas pueden ser preciosas. No me cansaré, sin embargo, de subrayar que cuanto más amplias sean las fuentes localizadas, tanto mejores serán las posibilidades de llegar a nuevos conocimientos, incluso aun cuando se utilicen fuentes consultadas por otros autores. La regla de oro a seguir es no fiarse absolutamente de nadie. Hay que ver la documentación uno mismo.

4. Ante un abanico y un volumen de fuentes muy amplios es casi inevitable que la sensación inicial sea de desconcierto, incluso de congoja a veces amarga. ¿Cómo dominar una masa de papel de, quizá, muchos metros de longitud?. Las preces no ayudan. En tales casos lo primero que hago es ordenarla cronológicamente. Por una razón simple. El pasado fluye en el tiempo. Lo que ocurrirá mañana no tuvo lugar ayer sino, que se produce, precisamente, al día siguiente de hoy. Los acontecimientos, las decisiones, se encadenan. Unos son consecuencia de otros o se ven antedatados por otros. Es preciso dejar de lado, en esta etapa, toda consideración en cuanto a la presentación literaria. Los flash backs, u otras fiorituras de presentación, vendrán después.

5. La ordenación cronológica, dependiendo del tema, puede ser muy amplia o muy estrecha. En algunos casos cabe hacerla por años, o por semestres, o por meses, o por semanas. En otros puede ser necesario a acudir a la distribución por días, incluso por horas. Hecha esta tarea tediosa llega el momento de la lectura. Exige también mucho tiempo. Para poder dominar la evidencia acumulada no es preciso leerse de golpe tres metros de documentación. Yo empiezo siempre por la primaria. Puede procederse por etapas. De lo que se trata es de tener un primer contacto con el pasado reflejado en la documentación amasada. Si, como es de esperar, en esta última conviven diversas temáticas, después de una primera lectura convendrá clasificarla según temas, pero siempre cronológicamente. Hay que ir distinguiendo de forma separada la naturaleza de los diversos procesos que han ido, conjuntamente, marcando el pasado.

6. Normalmente el investigador empezará en este momento a atisbar cosas que desconocía o en las que no había reparado. Llega el momento de tomar una decisión drástica y es en este momento en el que, tengo la impresión, mi «librillo» quizá se diferencie del de otros. Ojo: una vez más no pretendo dar una regla general. Lo único que pretendo es poner al descubierto mi forma de proceder. Me sirvió en Alemania en 1971. Me ha servido ahora, escribiendo tranquilamente en Bélgica, pero con fondos españoles, para redactar el libro que sale en este mismo mes.

7. Lo que hice entonces, he hecho desde entonces y aplicado es ponerme a escribir. ¡A la carga! A escribir, claro, sobre la base de la evidencia acumulada. Antes era materialmente bastante tedioso con las máquinas mecánicas o luego eléctricas (las famosas IBM). ¿Quién no se acuerda del recorte y del pegado físico sobre el papel de párrafos cuando había que rectificar? Hoy, con los ordenadores, es infinitamente más fácil.

8. Cuando he explicado a mis alumnos que mi primera reacción es la de escribir he visto siempre impresiones de incredulidad. ¡Pero si el investigador no sabe nada, o muy poco, del tema! ¿Y lo que se haya escrito al respecto? ¿Qué habrán dicho otros autores? Cabe hacer una docena de objeciones más a ese activismo que consiste en pasar a la acción inmediatamente. Sin embargo, no me cansaré de subrayar este aspecto que, al menos a quien esto escribe, le parece el más importante del «librillo» que utilizo. La continuación la semana que viene.

TODO MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO (Sobre investigación en historia contemporánea, I)

8 septiembre, 2015 at 8:30 am

Vuelvo a este blog después de las vacaciones de agosto. Más cansado que cuando las tomé. En el pasado mes he pasado por una experiencia investigadora que no es nueva para mí pero que me sorprende una y otra vez. Está relacionada con la forma de abordar los retos de la investigación en historia contemporánea. Para mí esta última no es como figura en los libros de texto españoles. Es la que arranca en los años treinta, con el declive de la dictadura de Primo de Rivera y la instauración de la República, y prosigue hasta, por lo menos, el comienzo de la transición hacia la democracia.

1024px-LOC_Main_Reading_Room_HighsmithEste es, por supuesto, un punto de vista discutible aunque con numerosos apoyos en la historiografía. En otros países podría datarse la contemporaneidad a partir de la segunda guerra mundial y, crecientemente, de la postguerra.

En todo caso los retos para los investigadores son similares si de lo que se trata es, como argumentaré en este y otros posts, de abrir brecha en historia, es decir, en el conocimiento de la acción humana en el pasado. Su reflejo o lo que queda de ella son, al fin y al cabo, el material con el que siempre se ha escrito historia. Hay otras interpretaciones pero a ellas no me referiré.

Naturalmente no todos los historiadores abren brecha. Muchos ni lo intentan. Se limitan a transmitir conocimientos adquiridos. Es una actividad honrosa. No todo el mundo está obligado a investigar.

Sin embargo si las ciencias avanzan siguiendo ciertas pautas metodológicas, esto es también hasta cierto punto el caso en historia contemporánea. Lo que las une es la necesidad de basar la argumentación no en prejuicios, creencias, mitos o valores sino en analizar críticamente la evidencia. Ni en unas ni en otras toda la evidencia posible es conocida en un momento determinado.

En el caso que aquí nos ocupa esta evidencia es potencialmente amplísima. ¿Cómo poner límites a la acción o interacción humanas? Sin embargo cabe acortarla en función de las necesidades u objetivos del investigador. No se necesita la misma evidencia para escribir historia social, o de género, o de la comunicación, o de las ideas, o política, o militar o internacional. El fin determina, hasta cierto punto, los medios.

La evidencia, sea la que sea, no está dada. Hay que descubrirla. Existen procedimientos metodológicos muy afinados para llegar a ella. A veces dan resultado, a veces no. A veces el investigador tiene suerte, a veces no. En cualquier caso, mi tesis es que para hacer avanzar el conocimiento son necesarios, al menos, dos enfoques: o bien se encuentra nueva evidencia o bien se aplican nuevos ángulos de análisis a evidencia ya disponible. Ambos son, por lo demás, perfectamente complementarios.

¿Un ejemplo? La nueva historia de la segunda guerra mundial de Andrew Roberts. Este autor ha hecho un uso masivo, pero selectivo, de la bibliografía disponible pero lo ha aderezado con incursiones, muy significativas o menos según los casos, en evidencia primaria, a veces ya muy utilizada por otros y a veces no tanto.

El equilibrio entre fuentes primarias y secundarias depende también del objeto de la investigación. En algunos casos han de predominar aquéllas. En otros, estas últimas. Pero lo que me atrevo a afirmar con carácter general es que nunca deben equipararse la divulgación (aunque sea de altura) y las aperturas de brechas. En mi modesta opinión, son estas las que conducen a un avance genuino del conocimiento.

Lo que antecede son generalidades. ¿Cómo llegar al caso concreto? Todo el que haya escrito una tesis doctoral o un libro innovador es consciente de que sin nueva evidencia no hay progreso. Este puede ser micrométrico o no pero el historiador, que no nace sino que se hace, se enfrenta tarde o temprano con dicho reto.

Quien esto escribe entró por primera vez en un archivo en marzo de 1971. No se me olvida porque coincidió más o menos con esa fecha en la vida de un ser humano en la que se pasa de los veinte a los treinta años. Hasta entonces había leído mucho sobre historia. Incluso había preparado un estudio, por sugerencia del profesor Enrique Fuentes Quintana, sobre la financiación alemana de la guerra civil. Me inicié en 1970 en la Biblioteca del Congreso en Washington que no carecía, ni carece, de libros que rozaban el tema. El resultado lo guardo como oro en paño pero desde el primer momento me dejó insatisfecho. ¡No aportaba nada nuevo! Obviamente me había enfrentado con lo que otros autores habían escrito. A veces los había criticado por falta de rigor o por llegar a conclusiones aventuradas. A veces había tenido que someterme a sus resultados.

En aquella época Fuentes Quintana (posteriormente vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía con Adolfo Suárez) perseguía un objetivo muy modesto: publicar un número extraordinario de la revista HACIENDA PÚBLICA ESPAÑOLA sobre la economía de la guerra civil, algo totalmente desconocido en el año de gracia de 1970.

De Washington me habían destinado a Bonn y sugerí a Don Enrique que la única forma de decir algo nuevo consistía en ir a los archivos. Me apoyó financiera y administrativamente y allí, en el período 1971-1973, aprendí sobre el tajo, empíricamente, by trial and error, cómo podía avanzarse en el conocimiento de un tema que hasta entonces solo se había tratado de manera superficial y marginal.

La metodología que fui identificando me sirvió entonces y sigue sirviéndome hoy. La apliqué a mi primer libro (La Alemania nazi y el 18 de julio, publicado en 1974) y la he continuado hasta el último (a punto de salir en el momento en que aparece este post).

Dos jóvenes doctorandos en la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, David Jorge y Miguel Íñiguez, la han aplicado en sus tesis y obtenido resultados que han hecho avanzar el nivel de nuestro conocimiento sobre los temas a los que las han dedicado.

Probablemente no dirá nada a los colegas experimentados. Tal vez diga algo a quienes quieren ser historiadores en el futuro. ¿Por qué no habría de dar resultados también para ellos?

Por supuesto no me hago la ilusión de haber descubierto la pólvora. De seguir el dicho tradicional que da título a este post, otros autores habrán aplicado o aplicarán su propio librillo. Por lo demás, enseñar a investigar no es algo que, en mi limitada experiencia, se haga con mucha frecuencia en la Universidad y, desde luego, conozco a mucha gente que no lo hace. No a todo el mundo le interesa.

¿Aburriré a los lectores si presento a la hora de reanudar este blog, y cuyo fin es el deseo de pasar en revista mitos que salpican la historia contemporánea, la forma en que he venido trabajando desde aquel mes de marzo de 1971?