El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (V)

26 noviembre, 2019 at 8:30 am

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

Espero que los lectores que sean militares juzguen con benevolencia las gotas de sarcasmo que puedan contener este post y los siguientes. No soy militar y, si aprendí algo en la IPS (Instrucción Premilitar Superior), hace ya decenas de años que lo olvidé. Nunca se me ocurrió reengancharme, como solían hacer en aquellos tiempos licenciados y doctores que después dieron el salto a la política. Servidor se puso a hacer oposiciones y mi carrera discurrió por otros andurriales. Una observación: los posts anteriores de esta pequeña serie se han basado, hasta ahora, en literatura secundaria fundamentalmente. En este abordamos por vez primera evidencias primarias, aunque publicadas. Para contextualizarlas hay que recordar algo muy conocido, porque de lo contrario no se comprendería el hilo de mi análisis.

 

Franco sobrevivió a su herida. También le ocurrió a Hitler en su intento de sublevación en Munich en 1923. En este caso la bala que podría haberlo alcanzado derribó al compañero que tenía al lado. En ambas ocasiones el futuro de España y de Alemania (y en este último por ende el de Europa) dependió de dos casualidades. Ese azar que tan poco papel desempeña en las construcciones lógicas de algunos historiadores marcadas por el signo de la inevitabilidad. Naturalmente, para otros, no se trató de casualidades sino de la intervención de “fuerzas superiores” o, en el caso de nazis descreídos, de la providencia (die Vorsehung).

En el caso de Franco fue su jefe accidental en la acción del Biutz, el también capitán Fernando Lías Pequeño, quien promovió la instancia para que se instruyera un expediente de cara a la concesión de la Laureada. Al parecer, le correspondía hacerlo como superior inmediato, en los términos del artículo 21 de la Ley que en aquellos momentos regulaba los estatutos de la Orden (Gaceta de Madrid, núm 142, 22 de mayo de 1862).  Daba un plazo perentorio. Era de tres días improrrogables. Es un misterio para mí, como para también lo ha sido para otros historiadores, cuáles habrían sido los méritos contraídos por Franco para merecerla.

No ignoro que en la hoja de servicios publicada por el coronel Carvallo de Cora se encuentra la referencia que de Franco hizo Lías Pequeño al coronel jefe de la columna: “figuró como muy distinguido por su incomparable valor, dotes de mando y energía desplegada”. Como veremos, el capitán Lías Pequeño no dudó en mentir a su superior, quizá porque no esperaba que Franco se recuperase de la herida [nota: soy prudente porque no me cuadra que Franco pudiera sobornarlo o ponerle bajo presión de alguna otra forma]. En los tres días siguientes a la acción el futuro del herido capitán no parece que estuviese asegurado. Más tarde, Lías Pequeño reincidió por motivos que siguen siendo oscuros.

Quien más y mejor, en mi modesta opinión, ha estudiado el tema, el coronel Carlos Blanco Escolá (ya le he dedicado un post en este blog con ocasión de su fallecimiento), tampoco encontró ninguna explicación documentada. ¿Eran los dos capitanes íntimos amigos? ¿Quiso dejar constancia de una solicitud más allá de la habitual entre compañeros del mismo empleo? Misterios.

El hecho es que, con su herida a cuestas y una campaña de publicidad, Franco acudió al rey Alfonso XIII y fue ascendido a comandante por méritos de guerra, ya que el Ministerio no había hecho caso de la petición iniciada por Lías Pequeño. Como afirma Blanco Escolá, logró el ascenso “tras un largo y complicado proceso que demostró que sus habilidades en el campo de batalla eran muy inferiores a las que exhibía en otros campos, en los que contaban, sobre todo, la capacidad para la intriga, la tenacidad para hacer reclamaciones y la falta de escrúpulos”.

Franco había dejado intuir algo de ello en su ascenso de primer teniente a capitán, sin que de la hoja de servicios se desprenda conclusivamente cuáles fueron, como veremos en un próximo post. El hecho es que en un año -que ha recorrido Blanco Escolá- pasó de primer teniente a comandante [nota: no cabe descartar que los ángeles custodios hubiesen velado ya desde entonces sobre quien estaba predestinado a alcanzar los más altos destinos, pero de su intervención no parece que haya quedado EPRE].

El doble ascenso representó un salto inmenso en el escalafón de la época, pero sin que en su tan mentada Hoja de Servicios (versión del coronel Carvallo de Cora) se identificasen cuáles hubieran sido los hechos de armas que justificaron tal promoción, excepto la acción del Biutz. Que yo sepa, tampoco ningún historiador, militar o no, ha comparado las idas y venidas de Franco por los campos de batalla con las de cualesquiera compañeros de aquella época y empleos.

Habitualmente se afirma, sin EPRE, que el Ministerio de la Guerra desechó la petición de Lías Pequeño. Franco insistió con ¿su amigo del alma?. Había que reabrir el expediente. Es decir, a toda costa quería que le concedieran la Laureada. No se contentaba con otra condecoración, la Cruz de María Cristina que ya le habían otorgado, ni con el ascenso. Una muestra de ambición no diremos desmedida pero sí ligeramente exagerada.

Hay que tener en cuenta que el estatuto de la Orden preveía dos tipos de actuaciones que podrían considerarse como meritorias para obtener la Laureada. Son muy detalladas. Para las acciones distinguidas, y en el caso de la Infantería, se enumeraban hasta once supuestos. El que podría aplicarse a Franco era el sexto: “El tomar una posición con fuerzas, a lo más iguales, perdiendo la tercera parte de las suyas, y acreditando valor e inteligencia”. Para las acciones heroicas el artículo 27 preveía, en el apartado séptimo, “en el ataque de una posición o en una carga al enemigo, marchar al frente de su tropa animándola con el ejemplo, después de haber sido de gravedad”.

No hace falta demasiada exégesis para comprender que el muy posterior relato de Arrarás, así como los de sus seguidores, mencionados aquí o no, trataron de ajustarse a lo preceptuado en la Ley de 1862.

Entre las lagunas documentales públicas que cabe lamentar figura también el papeleo que llevó a que se reabriera el expediente para la concesión a Franco de la Laureada.  Apoyo la interpretación de Preston de que el futuro Caudillo “se había creado, incluso en Palacio, fama de ser el oficial que con mayor desparpajo pedía ayuda o hacía reclamaciones sobre su carrera”. Lo cierto es que el documento nº 2 de la Hoja de Servicios de Franco (versión del coronel Carvallo de Cora) indica que la reapertura se inició formalmente el 29 de marzo de 1918, casi dos años después de los hechos. Es entonces cuando pudo verse lo que había pasado realmente en el combate del Biutz.

Como es un tema que requiere un tratamiento pormenorizado, lo dejamos para el próximo post. Aclarará, espero, varias de las dudas que tengan los amables lectores acerca de los motivos por los que al valeroso, heróico, suertudo comandante Franco no se le concedió la Laureada, a pesar de sus intentos que, por cierto, tampoco están demasiado documentados.

Se observa cómo en esta historia tan lejana (hablamos de hechos que sucedieron hace más de cien años) existen numerosas lagunas. ¿Por qué será?

 

 (Continuará)

El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (IV)

19 noviembre, 2019 at 8:30 am

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

Me toca volver a pedir un pelín de comprensión a los profesionales porque ahora he de abordar tres grandes historiadores que se han distinguido en las letras hispanas por su devoción a rescatar la memoria de SEJE, a veces exponiéndola en tonos algo más que amables. En primer lugar, abordaré el caso del general de Caballería Rafael Casas de la Vega, ya en los años noventa del pasado siglo. Su biografía de Franco, la primera estrictamente militar del primer soldado de España (nada menos), se publicó en la editorial Fénix, propiedad -si mis informaciones no son falsas- de Ricardo de la Cierva. Los historiadores segundo y tercero no necesitan presentación en este blog ya que por diversas razones me he visto obligado a mencionarlos en ocasiones. Hasta ahora nunca en conexión con el episodio del Biutz.

 

Como es lógico la presentación del combate fue, en el caso del general Casas de la Vega, mucho más técnica. Dejemos de lado que el autor fue un militar que hoy podríamos situar en la extrema derecha. Nos pegamos a lo que escribió en el tema que aquí nos interesa.  El ataque, escribió, se hizo a una loma en cuya cima había trincheras enemigas. El capitán Franco Bahamonde (obsérvese el cambio de grafía con respecto a la que entonces se utilizaba al mencionarlo, al menos en el único documento oficial de archivo que me sirve de guía) “se lanza con más éxito sobre el enemigo y ´a fuerza de valor se apodera de la primera línea de trincheras y en ella se mantiene´”.  Ruego a los amables lectores que retengan esta frase. No dice mucho más, pero la cosa está superclara. Franco ocupa, valeroso, terreno ocupado por el enemigo, que suponemos contraataca porque de lo contrario el mantener el ganado a pulso no tendría mérito alguno, y de él no se mueve.

Curiosamente para un militar profesional que actúa como historiador prefiere basarse para apuntalar la acción en la descripción de un embajador y novelista, Salvador García de Pruneda [nota: apunte que demuestra mi ignorancia: no he leído ni había oído nada de él]. Normalmente un historiador que trabaje sobre fuentes primarias utiliza estas y no descripciones noveladas. Novela no es igual a historia. Tampoco creo que tan distinguido embajador estuviera  presente en la acción.  Por su hoja de servicios en su carrera civil sé que ingresó en la escuela diplomática  en 1942. Nacido treinta años antes participó en lo que se denominó “Cruzada”. En ella fue herido (“caballero mutilado de guerra por la Patria”). En Wikipedia aparece como capitán de Ingenieros. Le dieron las condecoraciones cuasi automáticas. Salvo que estuviera en el Protectorado antes de 1936  (no hubiese sido imposible pues Wikipedia informa que regresó a España desde Inglaterra al estallar la sublevación; sin embargo debió ser antes si hubiera sido cierto que participó en la defensa del Cuartel de la Montaña) tan eminente autor es posible que no se estuviera en puesto en Marruecos hasta 1960. Su hojita de servicios afirma que lo hizo entonces como cónsul general en Tetuán. A lo mejor aprovechó para recoger datos, cuentos y leyendas. O tal vez se paseara antes por el Protectorado de vacaciones. Chi lo sà?

Pues bien, según la tan indirecta y no demasiado autoritativa fuente del embajador García de Pruneda, el fusil que recogió Franco pertenecía a un soldado indígena  que había muerto disparando medio arrodillado. Afirma que Franco llegó a hacer fuego; que una bala le alcanzó en el vientre y que lo tiró al suelo. Como observará el lector, Arrarás redivivo con la noción adicional de que, teniendo en cuenta que el embajador García de Pruneda no precisa demasiado, podríamos pensar que Franco disparó sobre la marcha. [ Nota: difícil sería que lo hiciera con mucha puntería y más aún que causara el menor daño al enemigo corriendo, valiente, hacia él].

Por supuesto, el general Casas de la Vega nos informa de que las 20.000 pesetas que Franco llevaba en la acción las había extraído de la caja del Cuerpo porque aquel día debía pagar a sus hombres. Esto explicaría que entrase en combate con aquella fortuna a cuestas. Ricardo de la Cierva, citado por tan puntilloso general, especula que Franco incluso habría pedido al oficial que se hizo cargo de ella tras su lamentable herida que le entregase un recibo firmado. Servidor, que jamás ha entrado en acción de guerra alguna, queda sobrecogido ante tal presencia de ánimo y, sobre todo, ante la fortaleza física del futuro Caudillo. Más sobrecogido aún, si cabe, al leer que, como afirma Casas de la Vega, eso fue “un buen ejemplo a seguir por los funcionarios, civiles o militares, que manejan fondos del Estado”.

Dado que su hagiografía data de 1995 cabría suponer que, para tal fecha, la Administración militar ya se serviría de cuentas bancarias para pagar a los soldados, pero a lo mejor seguía manteniendo el viejo sistema. Puedo asegurar al menos, a riesgo de contradecir a tan ilustre general, que en la Administración civil ya se utilizaban. En cualquier caso, su invocación al ejemplo que deberían seguir sus funcionarios es totalmente extemporánea. ¿Cuántos de ellos habrían estado en las trincheras con una fortunita encima?. [Nota: me cuesta trabajo manejar el ordenador, riendo como estoy a carcajada limpia].

Ahora nos toca otro de los grandes hagiógrafos del Caudillo: el profesor Luis Suárez Fernández. Según tan eminente historiador, Franco tomó el fusil de un herido que acababa de caer (reprimenda implícita al embajador-novelista); caló la bayoneta [nota: nuevo detalle:  a lo mejor lo hizo como un soldadito cualquiera, pero ¿con qué había estado armado hasta entonces?]; arrastró tras de sí a los suyos [nota: sin duda movidos por su espectacular heroismo]; coronó la loma; recibió en el vientre su primera herida de guerra; llamó al teniente que le seguía y le entregó las 20.000 “pelas”. Como se ve, el inmortal Arrarás sigue haciendo de las suyas de una u otra manera.

Finalmente nos detendremos en el profesor Payne, no sin señalar que en esta ocasión con el corazón palpitante de emoción.  ¿Con qué nos ha iluminado en fecha recientita?  En principio, con nada nuevo: los elementos del tenaz periodista y primer biógrafo de Franco siguen intactos, pero este autor (¡albricias le sean dadas!) nos aporta, para información de los ignaros, un nuevo e inédito testimonio, único, inapreciable. El de la excelentísima señora doña Carmen Franco Polo, duquesa de Franco.

A tenor de este testimonio, que no había visto en otras biografías (pero reconozco que no he recorrido todas las existentes), su querido y admirado papá habría dicho a un soldado moro que tomase un fusil y que encañonase a los sanitarios para que lo metieran en el camión con que se evacuaba a los heridos. Esto es, insisto, rigurosamente nuevo. Franco, quizá consciente de la gravedad de su herida y en posesión de todas sus facultades, hizo valer su grado. Al fin y al cabo era capitán y jefe de la compañía del tabor que había escalado la loma para domar a los aguerridos resistentes y no podía correr el riesgo de morir a la intemperie y sin cuidados.

La señora duquesa -no sabemos si se lo dijo su padre o si fue de su propia cosecha- añaduñi además una explicación “técnica”: “la bala la había recibido en inspiración, y si tú estabas aspirando la bala te entra y no te roza el intestino. A mi padre le rozó un poco el hígado, pero no le rozó el intestino…”

El  profesor Payne no comenta ni con una sola palabra, o en su lugar, una simple admiración tan vital episodio. Debo descubrirme ante su sagacidad y capacidad de rastreo ya que servidor no lo había visto escrito en letra impresa hasta que él, y su colaborador Jesús Palacios, un periodista exneonazi, escribieron su magna biografía de Franco (para analizar la cual reuní a un grupo de historiadores que publicamos nuestros resultados en la revista académica digital Hispania nova: https://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/issue/view/448 ).

A mi me pareció una explicación, ¿cómo decirlo?, un poco rarita. Que la trayectoria de una bala dependa, siquiera en parte, si el que la recibe en contra de su voluntad estuviese aspirando o espirando y que no se mencione para nada la energía cinética  que la propulsa resulta extraño hasta para alguien que, como servidor, no sabe de anatomía.  En esta ocasión, al tratarse de un tema médico, he recurrido a mi amigo, compañero y coautor en EL PRIMER ASESINATO DE BALMES, el Dr. Miguel Ull, eminente patólogo. No ha dudado en escribirme que el comentario de la hija de SEJE es una solemne estupidez (sic). La velocidad del proyectil predomina ante cualquier situación de la respiración. Da lo mismo a efectos lesionales que esté en aspiración o espiración. Lo de la lesión del hígado es igualmente de risa (sic).

En consecuencia, cualquier lector debe preguntarse de dónde se sacó la excelentísima señora duquesa que la bala rozó el hígado de su querido papá. Evidentemente a este no le hicieron la autopsia, pero ¿le hicieron al menos una radiografía? Y si se la hicieron, ¿dónde? Porque es evidente que no pudieron hacérsela ni en plena campaña, ni en una ambulancia de 1916, ni siquiera en el campamento hacia el cual fue evacuado. Sí hubieran podido hacérsela en un hospital debidamente equipado, pero si se la hicieron, por esas cosas que tiene la Providencia, ha desaparecido. En resumen: un proyectil que penetra por el abdomen (dirección antero-posterior o lateral) lesiona, sí o sí, el intestino delgado y/o grueso, amén de la posibilidad de que lesione otros órganos, pero todavía no sabemos cuáles hubieran sido estos últimos en el caso del capitán Franco.

No juego con ventaja. El profesor Payne vive en Estados Unidos y podría haber consultado a algún médico amigo. Si no allí, por lo menos en España. De su coautor no hablemos. NINGUNO LO HIZO. Y esto me lleva a la conclusión de que la manía de no analizar ni de contextualizar incluso las cosas más raritas no es buena fórmula para un historiador.  Por consiguiente, creo que el testimonio de la excelentísima señora duquesa debe ir, como tantos otros relacionados con su sin duda por ella idolatrado papá, al cesto de los papeles. Eso sí, con el debido respeto y, en esta ocasión, sin demasiadas risas.

 

(Continuará)

El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (III)

12 noviembre, 2019 at 12:01 pm

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

En lo que se supone (solo se supone) fue una transcripción real y fidedigna de la hoja de servicios de Franco hasta principios de 1926 hay dos notas que me llaman la atención: la primera es que el segundo apellido aparece, en el único documento oficial de archivo que he consultado, como Baamonde. Sin embargo, el coronel y genealogista Carvallo de Cora utiliza siempre la grafía que prefirió su héroe, con una hache intercalada entre las dos vocales repetidas. Esto plantea la cuestión de si Franco no gestionaría -y cuándo- la modificación correspondiente de su certificado de nacimiento. O la alternativa: si los escribas del Ministerio de la Guerra no cometerían un error, imperdonable en aquellos años en que el nombre del titular era el que correspondía a un modesto capitán. En el documento de la época (en fotocopia) que tengo en casa la grafía no es esa. Es Baamonde.  Por lo demás, no hay que olvidar que uno de sus primos hermanos, el comandante de la Puente Baamonde, siempre la utilizó  hasta su amargo final, fusilado en agosto de 1936 por permanecer leal a su juramento de fidelidad a la República. El capricho de SEJE no tiene demasiada importancia y, a buen seguro, lo habrá explicado alguno de los historiadores y sicólogos que se han ocupado del personaje. La segunda nota es que en ese documento figuran unas líneas que, en su reproducción, omite el coronel Carvallo de Cora. El porqué es para mí un misterio.

 

El papelín en el que se produce esta omisión es muy significativo. Se trata del resumen del expediente instruido al entonces capitán Franco con motivo de la petición cursada por el general en jefe del Ejército de España en África, a instancias del superior inmediato del heroico capitán, para que Franco fuera sometido a juicio contradictorio. Era algo indispensable para determinar si se había hecho acreedor o no a la máxima distinción al valor, a saber, la Cruz Laureada de San Fernando. Como es público y notorio, no se le concedió.

Hay que pensar que ello tal vez pudo representar un permanente resquemor en quien llegó a ser la gloria suprema de las Fuerzas Armadas españolas y que vio cómo compañeros suyos -que ciertamente no llegaron a su altura y magnificencia posteriores- la habían obtenido y en al menos un caso, el de Enrique Varela, por partida doble. Un personaje que, por cierto, había ido ascendiendo desde las filas. Hay otras posibilidades a las que aludiré más adelante y en esta serie de posts añadiré un caso casi olvidado en la Historia.

El episodio que dio lugar a la instancia para abrir a Franco un expediente de San Fernando ha sido magnificado en la literatura de naturaleza hagiográfica. Se halla en prácticamente todas las biografías que de él se han escrito. Hoy muchas no se consultan habitualmente. Están superadas y se encuentran, cuando se encuentran, en librerías de lance o en bibliotecas. Tal vez, también, en Internet. Sin embargo un recorrido aleatorio por algunas da una idea clara de la intensidad de los vapores de incienso con que se le rodeó. Me refiero, claro está, al indomable, al único, al extremo valor del que el capitán Francisco Franco Baamonde hizo gala al subir cuesta arriba a la cima de una loma para arrebatársela a los moros el 26 de junio 1916. Es la GESTA del Biutz. Recomiendo a los lectores que deseen profundizar en ella (un combate algo insignificante) que lo busquen en Internet. Servidor lo ha hecho gracias a la amable cooperación de Mr. Google.

Dejo de lado que operaciones u operacioncitas de este tenor no escasearon en la denominada “guerra de Marruecos”, territorio de una extensión similar a la de la provincia de Badajoz y que al Ejército español costó someter casi veinte años de mucho sacrificio, mucha sangre, muchas condecoraciones y abundantes ascensos con su lubricante esencial: la corrupción. Esto último ya lo dejó señalado Arturo Barea entre otros.

Nuestra relación debe empezar, naturalmente, por el primer biógrafo y, quizá, el máximo de los “pelotas” máximos de Franco, Joaquín Arrarás, que ya es decir. Abrió camino y por él no tardaron en adentrarse audazmente multitud de seguidores. Nosotros solo necesitamos mencionar a unos cuantos muy seleccionados. No se trata de abrumar con citas al amable lector.

Parece claro que Franco, en su época de dicharachero, contó a Arrarás un montón de anécdotas y de cosas. Su fiel biógrafo señaló, por ejemplo, que en lo que se refiere a la gesta del Biutz al frente de sus soldados Franco subió hacia un parapeto (sic) detrás del cual se resguardaban los moros; que recogió en la subida un fusil abandonado; que lo cargó; que continuó hacia arriba impertérrito y que poco después que se desplomó herido en el vientre (sic) a consecuencia de un balazo; que [¿superhombre?] continuó dirigiendo el ataque; que conservó su lucidez hasta el extremo de llamar a un teniente para entregarle las 20.000 pesetas que llevaba consigo de la caja de la compañía. Ruego al lector se fije en tales detalles y no los olvide. Como la biografía de Arrarás la tengo en casa, en al menos dos versiones, puedo reproducir lo que él escribió de tal hecho de armas que, sin duda, Franco le relataría con todo detalle. ¿Quién, si no?

La escena de la gesta del Biutz que he abreviado en este post es, desde luego, un tanto inverosímil y hay aspectos que no encajan bien. La gesta misma ha sido estudiada por muchos expertos e incluso puede encontrarse una entrada en Wikipedia que dice así:

CITA

La toma de El Biutz fue un enfrentamiento bélico de la guerra del Rif que tuvo lugar los días 28 y 29 de junio de 1916, en las proximidades de la ciudad de Ceuta, entre las tropas españolas y fuerzas rebeldes rifeñas. El ejército español realizó una operación para asegurar las comunicaciones entre Tetuán y Tánger, que se encontraban dificultadas por diferentes posiciones de la guerrilla rifeña, principalmente la situada en el pueblo de El Biutz, ubicada en una cima que dominaba la carretera entre Ceuta y Tetuán y bien defendida por trincheras y combatientes que disponían de ametralladoras y fusiles. El ataque resultaba dificultoso para las fuerzas españolas que debían avanzar por estrechos y espinados senderos muy expuestos al fuego enemigo. La estrategia general de la operación fue diseñada por el general Francisco Gómez Jordana, y consistió en avanzar simultáneamente desde cuatro puntos: Ceuta, Larache, Tetuán y Fondak. En el transcurso del asalto resultó herido en el abdomen el entonces capitán de 23 años Francisco Franco.

FIN DE LA CITA

No me parece mal. Pero esquiva todo lo que, en mi opinión, es importante desde el punto de vista del comportamiento del joven capitán objeto de este post. Añadiré, pues, unas consideraciones mínimas.

  • De niño, y como muchos de mi generación, solía ir a ver películas bélicas. Tres lanceros bengalíes (que se estrenó en España en 1935) y Beau Geste (lo fue en 1947) fueron dos de mis favoritas. Hubo, claro, muchas más que narraban las gestas de los bravos soldados británicos en lucha contra los rebeldes en la India del raj o los no menos bravos legionarios franceses en pugna contra las tribus marroquíes. En ellas y en otras se veía cómo los oficiales se lanzaban al ataque empuñando sus pistolas, atadas a unas correas para que no se les cayeran de la mano en medio de la lucha. A mi me sorprende que Franco no lo hiciera y que prefiriese ir cuesta arriba con un mosquetón de soldadito de Regulares. También me deja algo frío el que ni siquiera utilizase, al menos, un sable de oficial, pero tal vez ya no fuera costumbre entonces al atacar al frente de las tropas (se me ocurre que quizá desprendiera un cierto tufillo decimonónico). A lo mejor ambas carencias eran habituales, pero me cuesta trabajo creerlo. Pueden implicar dos cosas: a) que Franco inició la escalada desarmado (inverosímil); b) que, ya en acción, prefirió dejar de lado la pistola (quizá enfundándola cuidadosamente) y/o el sable y servirse de un arma que podría ser muy útil para hacer fuego en posición estacionaria pero no para disparar subiendo la loma. En la inescrutable mente del futuro héroe tal vez estas consideraciones no penetraron, envuelto como estaba en el fragor de la acción. Pero el lector debe planteárselas, so pena de pensar que Franco no pensaba.
  • La segunda consideración es más importante. Franco se adentró, desde luego impetuoso, en los azares del combate con una mochilita (supongo) que contenía la paga de sus soldados. 20.000 pesetas eran una auténtica fortuna en la época. No creo que las llevara en una cartera de mano. Ahora bien, recordando las películas de época (incluidas las de la primera guerra mundial) no me suena, ignorante que soy en temas de comportamiento bélico, que los oficiales llevaran mochila a cuesta y, mucho menos, que fuesen cargados con una fortuna. Si acaso llevarían granadas de mano u otros adminículos aptos para el ataque, pero de ser así probablemente sería en bolsas. ¿Ha descrito alguien que Franco la llevara?

Son consideraciones que, naturalmente, los expertos en las campañas marroquíes podrán cuestionar apelando, como solemos hacer los historiadores, a casos análogos documentados fehacientemente.

Ahora, demos un salto de tigre malayo hasta llegar a los años sesenta. Lo hacemos porque es cuando arriba a la literatura hagiográfica otro de los “pelotas” máximos del Caudillo. Esta vez, nada menos que un inglés: George Hills. De él cabría suponer que tuviese mayor experiencia o, al menos, una mayor exposición que servidor (historiador incrédulo) respecto a los usos y costumbres de los oficiales de su país cuando entraban en fuego. En un artículo sobre él en Wikipedia se afirma que sirvió en el ejército británico, en Artillería. Luego, en la segunda guerra mundial, que fue oficial de inteligencia en Europa y en el Lejano Oriente. No puedo ni siquiera pensar que ignorase que, al menos en campañas históricas británicas como en Francia, los oficiales iban al frente de sus hombres pistola en ristre y silbato al cuello.  Sin embargo, aparte de ciertos retoques que corrigen a Arrarás (el parapeto se convierte en trincheras moras y, hombre quizá más cultivado, utilizó el término técnico de abdomen), le sigue como corresponde a otro pelota máximo pero, eso sí, sin mencionarlo. Podríamos suponer que habló con Franco sobre el tema y que el dictador lo aleccionó debidamente (ocurrió en otras ocasiones)

El ataque de risa que causa el copión de Hills es pequeño si se compara con lo que eminentes historiadores, incluso militares y otros profesionales, escribieron después. Dejo algunos ejemplos para el próximo post. No desearía que los amables lectores continuasen riéndose a carcajada limpia.

(Continuará)

Gabriel Jackson en mi recuerdo

8 noviembre, 2019 at 4:01 pm

Ángel Viñas

La noticia del fallecimiento del profesor Gabriel Jackson me la dio por whatsap Carmen Esteban que lo conoció perfectamente en los largos años en que vivio en Barcelona. Fue hacia las diez de la noche del miércoles 6 de noviembre. No me sorprendió porque hace meses me  había escrito su hija de que no existía esperanza alguna de recuperación. En aquel momento ya había anunciado el óbito el corresponsal de EL PAIS en Washington, aprovechando la diferencia de horario. Por lo que he visto, la prensa española se ha hecho eco del luctuoso suceso y el mismo periódico publicó el jueves una sentida necrológica de Julián Casanova, felizmente de regreso entre nosotros. También lo ha hecho José Antonio Martínez Soler, un periodista gran amigo de ambos que lo conoció bien. Con él ha desaparecido el tercero de los mejores hispanistas que en los años sesenta del pasado siglo dieron a conocer a los españoles su propia historia frente a los mitos, camelos, medias verdades y distorsiones propagadas por los publicistas a sueldo de la dictadura. No este el lugar, creo, de hacer un repaso a la bibliografía jacksoniana. Sí lo es, en consonancia con la orientación de este blog, de plasmar un mero recuerdo personal.  

 

En este sentido no olvidaré nunca el momento en que por primera vez lei la obra de Jackson que lo hizo instantáneamente famoso: La República española y la guerra civil. La publicó Princeton University Press en 1965. La compré en Glasgow en la primavera del año siguiente. La leí de un tirón mientras convalecía de una hepatitis que me dejó postrado y que me hizo abandonar el curso que allí seguía. Me encantó. Era algo diferente a lo que conocía hasta entonces.

Desde 1958, aproximadamente, había ido reuniendo una pequeña colección de libros sobre la guerra, casi todos prohibidos en España. Eran, en general, de autores alemanes, franceses y de europeos orientales que habían estado en las Brigadas. En mi mochilita había  también ensayos historiográficos. Entre ellos el primero fue, en 1961, el que surgió de la tesis doctoral de Manfred Merkes. El segundo el de Hugh Thomas en el mismo año y el tercero, dos años después, el mítico Mito de la Cruzada de Franco de Southworth. No era mucho, pero tampoco era nada. Yo era un jovenzuelo que quería especializarse en la historia y el funcionamiento de las economías de planificación central, algo que como el futuro se encargaría de demostrar no tenía demasido porvenir.

En aquella convalecencia el libro de Jackson fue una revelación. En él aparecía con mayor claridad que en el de Thomas el esfuerzo reformador de la Segunda República y el autor, comprometido con él, no disimulaba sus simpatías.

De nuevo en el extranjero, esta vez en Estados Unidos, fui posiblemente uno de los primeros lectores españoles en sumergirse en las páginas de otro libro de Jackson, aparecido en 1969, en el que narraba sus peripecias en España para conseguir documentación primaria con la cual  desentrañar el pasado. Este libro, Historian´s Quest, dibujó unas dificultades con las que no me topé años más tarde gracias al apoyo y los contactos del profesor Enrique Fuentes Quintana.

Lo que no recuerdo es cuándo me encontré con Jackson personalmente. Quizá fuese por mediación de Southworth. Tal vez en alguna de las reuniones de una sociedad de hispanistas norteamericanos. Cuando este presentó su Mito en Barcelona fueron Jackson y servidor quienes lo escoltamos y presentamos. Ambos eran muy amigos y cuando Jackson se trasladó a Barcelona no dejó de visitar a Southworth, que vivía en el pleno centro geogáfico de Francia. Al fallecer, en 2001, Jackson no faltó a su entierro. Yo no pude ir pero sí acudió mi mujer.

En España nos vimos con frecuencia. Venía a Madrid. A veces se quedó en mi casa. Otras se fue a la de alguna conocida. Siempre me “achuchó” (como también lo hizo Manuel Tuñón de Lara) para que no dejase de escribir sobre los años oscuros.

Aunque cambiamos cartas (no muchas, siempre he sido reacio a mantener larga correspondencia excepto con Southworth) la relación no se estableció sobre una base muy fluída hasta que dejé la Comisión Europea. Invitamos a Jackson a pasar con nosotros las fiestas de Navidad. Era un excelente flautista y solía indicar a mi hija los errores que cometia cuando aprendía a tocarla. En los fines de semana solíamos llevarlo a visitar algunas de las bellas ciudades próximas a Bruselas.

Cuando se planteó la posibilidad de hacer un curso sobre la guerra civil en torno al Centro Pablo Iglesias naturalmente eché mano de él (y de Gabriel Cardona, Paul Preston y algún otro) para que vinieran a enriquecerlo con sus experiencias y comentarios. Fue entonces cuando me contó que estaba pensando en solicitar la nacionalidad española. Le había animado el que ya se hubiese concedido a Ian Gibson. Él llevaba muchos años en Barcelona, se sentía muy a gusto en España pero no se decidía, pero me parece que incluso había consultado con algún abogado.

Acudí a un colega en la REPER, Luis Luengo, consejero para Asuntos de Interior y que espero se acuerde de este episodio mejor que servidor. Almorzamos con Gabriel y le animamos. Luis sorteó, si mi memoria no me es infiel, algunos escollos y el Consejo de Ministros terminó aprobando su solicitud. Creo que me dijo que el entonces ministro de Justicia, el profesor Juan Fernando López-Aguilar, aceleró el procedimiento. Con lo que ninguno contaba es con que el juez ante el cual Gabriel debía jurar o prometer la Constitución se eternizó en convocarlo. Al final, no tuvo más remedio que hacerlo. Siempre supuse, pero puedo equivocarme, que no le hacía mucha gracia que un ciudadano norteamericano, de izquierdas, pro-republicano y con claras simpatías por Azaña, pudiera contaminar más aún a los ciudadanos de pro al ponerse en igualdad de condiciones cívicas con ellos.

No escribiré mucho acerca de la obra de Gabriel. No es este el lugar. Sí un pequeño apunte. Jubilado en Barcelona, donde se sentía como el pez en el agua, no se durmió en los laureles, pero tampoco se sometió al ritmo trepidante del “publica o perece” tan en boga en las Universidades norteamericanas y, a lo que parece, hoy también en las nuestras. CRITICA, y en particular el duo Gonzalo Pontón/Carmen Esteban, lo acogieron siempre con inmenso cariño y le atendieron espléndidamente.  Pasó años escribiendo una obra de síntesis, Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX; se adentró por la novela; hizo obras de resumen sobre historia de España (no hay que olvidar el librito que escribió sobre la España medieval, ricamente ilustrado)  y sobre la propia República y la guerra civil;  escribió numerosas recensiones; colaboró con artículos en EL PAIS durante largos años. Siempre acudió adonde se le llamara.

Sospecho que esta actividad múltiple debió de dejarle algo insatisfecho porque, ya entrado en años, empezó a pensar en escribir una biografía, aunque no al uso, de Juan Negrín, por quien sentía (como servidor) una gran admiración. Quizá recordando su experiencia de joven doctorando, ni corto ni perezoso entró en contacto con Carmen Negrín y consiguió permiso para bucear en los fondos negrinistas que ella conservaba. El resultado fue una biografía diferente de las demás al uso (como, por ejemplo, las excelentes de Ricardo Miralles y Enrique Moradiellos). Cuando se publicó en 2008, si no recuerdo mal, Gabriel había alcanzado la provecta edad de 87 añitos. Me pidió que la presentase en Barcelona. Había escrito una obra de extrema madurez. Había penetrado en la mente y en el corazón de un personaje nada fácil de comprender y lo había hecho con solo esa agudez que da -aunque a veces no- el paso de los años.

Han tenido que pasar otros diez y empezar yo mismo a acercarme peligrosamente a la edad en que Gabriel nadaba de nuevo en los remolinos de la República y de la guerra civil para comprender el inmenso esfuerzo que invirtió en su última obra. Y ahora, cuando vuelvo a pensar en la República que no pudo ser, de quien más me he acordado en estos dos últimos años ha sido de Gabriel Jackson y de Herbert Southworth.

Descansa, Gabriel, en paz en tu propio país. En España muchos amigos y dos generaciones de historiadores, jóvenes y menos jóvenes, te echaremos siempre de menos.

El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (II)

5 noviembre, 2019 at 8:30 am

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

Al caso del original de la hoja de servicios de Franco y de sus documentos colaterales, quizá “extraviados”,  no les es aplicable estrictamente el dicho aquel del “todo se ha perdido, menos el honor y la vida”. Y no lo es porque, en puridad, existe desde hace muchos años una publicación que dice contener la dichosa hojita. A ella nos referimos en EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO pero solo de forma somera, en otro contexto y con diferentes pretensiones. Me expreso, no obstante, con estudiada propiedad: quien la publicó no solo no lo hizo en su totalidad sino que, además, la “apañó” borrando unas líneas importantes como demostraré en un post ulterior. Pensar que esto pudiera hacerse en la España de Franco sin que SEJE lo supiera y/o diese su consentimiento me parece un desvarío. Es más, la dichosa hojita se detiene, ¡oh, cielos!, cuando todavía quedaba mucho por hacer al general Franco en términos de gloriosas e imperecederas victorias.

 

El autor de la extraordinaria hazaña de publicar en tiempos de dictadura una hoja de servicios de su venerado superior hizo una advertencia preliminar. Creo, para lo que vendrá en ulteriores posts, que lo más conveniente es dejarle la palabra. Los amables lectores verán que merece la pena. De antemano, me excuso por la molestia que pueda causarles el ojear un texto que no es mío. Considérenlo como EPRE, es decir, evidencia primaria relevante de época.

COMIENZO DEL TEXTO

“No es este un libro más sobre el Caudillo de España. No intentamos presentar aquí una obra literaria cuajada de opiniones más o menos acertadas sobre su destacada actuación. Nuestro propósito, guiado por una mano castrense, es más concreto y limitado. Y así empezamos por advertir que no somos nosotros los que vamos a hablar (sic), sino los hechos, narrados con estilo sencillo pero verídico, en la “Hoja de Servicios” del Caudillo. Vamos a tratar de una realidad ajena a toda complicación, pues el concepto “Hoja de Servicios” es familiar a todo militar que sabe se van anotando en ella –no por el propio interesado, sino por sus jefes respectivos- las peripecias de cada vida dedicada al ejercicio de las armas. Ahora bien: naturalmente no todas las “Hojas de Servicio” son iguales, sino por el contrario y precisamente muy distintas. Tanto como son también diversos los individuos de que proceden. Por ello es posible que haya muchas “Hojas” anodinas, vulgares; algunas, más o menos interesantes, destacadas; y otras, pocas, extraordinarias. La hoja de servicios que vamos a transcribir es extraordinaria por encima de toda ponderación. Puede decirse -sin temor a exagerar- que es única en la historia del Ejército español. Y como tal es capaz por sí sola de plantear cuestiones de gran envergadura, pues al leerla en su totalidad no podemos por menos de preguntarnos:

¿Cómo es posible que la biografía de un ser humano presente tal unidad de propósitos y realizaciones, que le lleven desde el simple empleo de Alférez de Infantería a alcanzar la máxima magistratura del Estado?

¿Cuál pudo ser la causa originaria y eficiente de ese continuado y rectilíneo proceso ascendente?

¿Es posible que haya sido la voluntad individual -por muy clara y enérgica que ésta haya sido- la que dirigió a priori el desarrollo de ese hecho histórico tan extraordinario? Debemos descartar esta última posibilidad, pues la voluntad de un ser humano por sí sola -aunque la suerte le acompañe- no parece pueda considerarse causa suficiente de tan singular acontecimiento. Por ello nos vemos obligados a pensar, a partir de la lectura de la “Hoja de Servicios” del Generalísimo, en el carácter trascendente de su vida, considerándola como un caso manifiesto de predestinación histórica. La lectura de este documento nos lleva como de la mano a pensar en ese tema abstruso y elevado, en ese problema de la máxima complicación teológica y filosófica. Pero son obvias las razones porque no vamos a ocuparnos de él aquí. Nos conformamos con presentar a la atención y estudio de los doctos, ese trampolín de la “Hoja de Servicios” para que, apoyándose en ella, puedan dedicarse a dilucidar las cuestiones de fondo que su lectura pueda sugerirles. Solo esclareciendo éstas y no reduciéndose a lo anecdótico, como hasta ahora se ha hecho, podrá llegarse a comprender el esencial significado de ese hecho histórico del Caudillaje que se produjo como algo absolutamente necesario en un momento de crisis de la Unidad de España.

A parte (sic) de nuestro intento de poner de relieve -como hemos dicho- el carácter trascendente que pueda resultar de un profundo estudio e interpretación de los documentos que presentamos, nuestro propósito y esperanza al hacerlo, estriba en que esa recopilación documental pueda servir de ejemplo, no solo a los militares jóvenes y futuros, sino también a todos los españoles, de cualquier clase que sean, al ver el éxito de una vida absolutamente dedicada, con fe y entusiasmo, a la profesión elegida, una conducta a imitar en el ejercicio de cualquier actividad estatal”.

FIN DE LA CITA

No haré exégesis del tono ampuloso del lenguaje. Tampoco me sumergiré en el análisis del texto echando mano de las técnicas correspondientes. Lo dejo para otros. He puesto en itálicas aquellas expresiones que me parecen más significativas para la mejor comprensión de lo que escribiré en los próximos posts. Me limitaré a señalar dos características: a) el realce, hasta alcanzar una altura inmarcesible, de la figura de Franco como ejemplo para los españoles todos, militares y no militares, es decir, queridos lectores, para ustedes y para mí; b) el aleteo no solo del destino, descendido desde las mencionadas alturas sobre el personaje, sino la “demostración” de la eficacia de una voluntad Superior que hizo de Franco una de las figuras más trascendentes de la historia de España. [Preguntas: ¿de quién sería tal voluntad superior?. ¿Osaremos pensar que se trataría del Altísimo?].

El autor de los largos párrafos transcritos anteriormente y de los comentarios y añadidos a la supuesta “Hoja de Servicios” del general Francisco Franco fue el coronel de Artillería Esteban Carvallo de Cora, marqués de San Juan de Carvallo. Gracias a Mr Google, puede saberse que falleció en Madrid el 18 de febrero de 1982. De no haber estado impedido, habría visto la evolución de la historia de España a lo largo de los cinco o seis años posteriores al óbito de su admiradísimo superior. No llegó a ver el 23-F.

El trabajo en cuestión se encuentra a la venta en diversas páginas de Internet a precios relativamente módicos. Desde 40 euros a cerca de 100 dólares. A mi me pareció un despilfarro adquirirlo y me contenté con una fotocopia que me hicieron unos buenos amigos. Se publicó en Madrid en 1967 y, al menos en mi fotocopia, no figura editorial o imprenta algunas. Lo adornan y expanden varios documentos al apoyo (el único que aquí me interesa fue cercenado un pelín, consciente o inconscientemente) y una extensa genealogía destinada a probar la nobleza y alta alcurnia de la familia Franco.

Como he indicado en la introducción a este post me parece absolutamente imposible que SEJE no conociera tal publicación. El autor afirma, en la relación de fuentes consultadas, que la hoja de servicios se encontraba en el archivo del Consejo Supremo de Justicia Militar. Ignoro si todavía continúa allí. Me han llegado rumores de que había sido trasladada a otro archivo en el que, por esas cosas que ocurren, dicen que ha desaparecido. InfoLibre, por su parte, ha afirmado que se desclasificó en 2001, pero ¿imagina el lector que una joya documental del Ejército y de un valor incalculable se encuentre en paradero no fácilmente identificable? En mi modesta opinión debería haber sido digitalizada y puesta en la red por el archivo correspondiente. Si la información del conocido diario digital no correspondiera a los hechos se explicaría mejor mi ignorancia -pero reconozco humildemente no ser un especialista- porque tampoco he visto muchos trabajos que hayan profundizado en las entrañas de los archivos de dicho Consejo.

De aquí una sugerencia, muy modestita, a la intención del Gobierno que se forme tras las próximas elecciones: después de la exhumación de SEJE, quizá deberían tomarse medidas para que tan preciado documento pueda divulgarse en la red. Así los historiadores y aficionados podrían contrastar, gracias una fuente absolutamente primaria, las hipótesis que contiene esta serie de posts. Por el momento, no son más que eso. Y añadir las que consideren pertinentes. No hay historia definitiva.

Reconozco con toda sinceridad que me cuesta trabajo pensar que tal joya documental haya podido sufrir algún percance y/o que alguien (siempre hay que tener en cuenta que en este mundo  existe la maldad e incluso la maldad absoluta) se la haya podido llevar a algún lugar ignoto. Sería lamentable que  se hubiera podido sustraer al conocimiento de los españoles y extranjeros interesados un papelín de una, al parecer, importancia absolutamente capital.

Ha sido preciso superar una larga batalla judicial para exhumar los restos mortales del general Francisco Franco, pero me aterra que el reflejo preciso y oficial de su excepcional carrera, sobre todo hasta junio de 1936, pudiera haberse extraviado.

En el interín, debemos contentarnos con la “hoja de servicios” reproducida por el marqués y coronel de Artillería Carvallo de Cora como una transcripción más o menos fidedigna, en el bien entendido que se detiene -por razones no explicadas- en el momento en que Franco, general de brigada nombrado por Real Decreto de 3 de febrero de 1926, se trasladó a Madrid. Todo lo que tan distinguido genealogista escribió después sobre la trayectoria de su admirado superior no es sino una mezcolanza de elogios y de comentarios respecto a la actitud de Franco en los años republicanos. La fuente podría ser cualquier periódico de la época, sobre todo si era de derechas. De “hoja de servicios” en sentido estricto, rien de rien.

(Continuará)