Una presentación de credenciales a Franco

11 marzo, 2014 at 2:47 pm

Como el Gobierno del PP en general y su ministro de Asuntos Exteriores, Don José Manuel García-Margallo, en particular se han empeñado en mantener cerrados a cal y canto los archivos diplomáticos españoles, los historiadores habremos de volver a los extranjeros para enterarnos de lo que ocultaron el general Franco y su régimen. No podremos estudiar, con su documentación, los motivos de las argumentaciones esgrimidas ni escudriñar sus desiderata. Volveremos a los tiempos de la dictadura en la que solo unos cuantos paniaguados, singularmente el jefe de la censura, Ricardo de la Cierva, se preciaba de tener acceso a algún que otro archivo (no crean los lectores que a demasiados). Aunque luego en sus escritos, siempre repetidos, se abstuviera de dejar constancia de sus fuentes, si en verdad las había consultado, ni tampoco facilitase la posibilidad de contrastación de sus afirmaciones, muchas de las cuales no han resistido el paso del tiempo.

Franco recibió credenciales de, digamos, cerca de un millar de embajadores en los casi cuarenta años de su “caudillaje”.  La mayoría, de trámite. Algunas, difíciles. Aparte de varias sostenidas con el embajador británico sir Samuel Hoare en los años de la segunda guerra mundial, destaca la presentación de las de su sucesor, sir Victor Mallet, el 27 de julio de 1945, que llegó a España procedente de otro país neutral, Suecia. Aunque no hemos examinado las razones que impulsaron al Gobierno de Londres a nombrarle para Madrid, suponemos que se pensó que la experiencia en Estocolmo le serviría para lidiar con un régimen excesivamente proclive a las derrotadas dictaduras fascistas pero que no había participado en las hostilidades.

En una ceremonia generalmente ritualizada, Franco se esforzó en dar a Mallet la mejor impresión posible. La entrevista duró tres cuartos de hora. Hablaron a través de un intérprete. El embajador, como es lógico, afirmó que el pueblo británico deseaba tener las relaciones más amistosas posibles con el español. Sin embargo, y aquí la ceremonia se salió de los canales habituales, señaló que en su visita a Londres se había dado cuenta del general sentimiento de desconfianza que existía hacia el régimen. En la mente británica a Franco se le tenía como amigo de nazis y fascistas. Sus actuaciones y discursos durante la guerra no se habían olvidado. Costaría trabajo superar el recuerdo de las esperanzas que Franco había depositado en una victoria alemana. El inmarcesible Caudillo le interrumpió, algo tampoco muy habitual,  y se lanzó a una larga disertación: la orientación pro-alemana era algo que se había exagerado notablemente. Él nunca había tenido la menor intención, incluso en 1940, de aliarse con los enemigos de Inglaterra. (Una mentira podrida). Mallet aludió a la “División Azul”. Franco respondió que había sido una “mera gota de agua”.

Franco se afanó en convencer a Mallet de que su programa educativo y de reforma social era más próximo a los ideales del partido laborista que a los de los conservadores. No aludió en lo más mínimo al resultado de las recientes elecciones que habían ganado los primeros. Significativa omisión. Afirmó, eso sí, que España no deseaba vivir aislada de sus vecinos y amigos (sic). El embajador replicó que ya estaba muy aislada y que cabía imaginar que tal vez se sintiera todavía más aislada en el futuro. Una afirmación bastante dura pero en aquel momento en Madrid, con él, solo había seis embajadores incluído el nuncio y de ellos dos estaban a punto de partir. El resto de las embajadas no estaba acreditado al nivel de embajador (informe del 8 de noviembre).

Los británicos informaron a los Gobiernos de la Commonwealth el 11 de agosto. Señalaron que Franco no había podido contener su inquietud. Martín Artajo, novísimo ministro de Asuntos Exteriores, parecía comprender mejor la situación. La declaración de Potsdam, en la que los “tres grandes” (Estados Unidos, la URSS y el Reino Unido) condenaron al régimen, incrementó el nerviosismo entre las filas franquistas. Por razones demasiado largas para explicar aquí, los británicos no estaban dispuestos a hacer mucho más. Mallet recibió instrucciones explícitas. Correspondía a los españoles decidir bajo qué tipo de régimen querían vivir. Un régimen aceptable debía, sin embargo, basarse en principios democráticos: libertad de expresión, elecciones libres, libertad de prensa y una justicia imparcial. Valía más pedir la luna.

Es obvio que el franquismo no los aceptó jamás. Los países democráticos aceptaron, hasta cierto punto, al franquismo. ¿Un éxito? La política exterior del régimen desde 1945 es la historia de un largo intento por encontrar acomodo en el mundo occidental. Ganó batallas. Nunca logró ganar la guerra. La aceptación del exterior fue siempre limitada. A las democracias occidentales nunca les gustó demasiado Franco. Sí les gustaron la situación geoestratégica española y sus posibilidades económicas y comerciales, sobre todo después de la apertura de 1959.

Explorar los recovecos, las acciones, las contra-reacciones, las limitaciones y los descalabros de una política destinada a obtener la absolución es precisamente lo que no parece que guste hoy al Gobierno del PP. Un historiador normal, al abordar la entrevista con sir Victor Mallet, buscaría el dossier que el Ministerio de Exteriores hubiese preparado, la minuta que se redactara, las consideraciones efectuadas de cara a vender a los británicos la “marca España” de entonces. Ya no es posible. Habrá que alumbrar el pasado con la documentación extranjera y con la española que, afortunadamente, ha logrado exhumarse de la oscuridad de los archivos antes de que sobre ellos cayera el manto del secreto.  ¡Cómo para sentirse orgullosos!

¡Ah!, las referencias se encuentran en los National Archives, legajo FO371/49617.