Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (IV)

7 julio, 2020 at 8:35 am

Ángel Viñas 

Si alguien preguntara que identificase un rasgo, y solo uno, de la copiosa literatura que desde el mismo comienzo de la guerra civil empezaron a generar los periodistas, lacayos, pelotas y más tarde los autores proclives a los sublevados de julio de 1936 supongo que la respuesta de muchos historiadores hoy tendría una característica común: es bastante insostenible con lo que hemos ido aprendiendo a lo largo de estos últimos casi cincuenta años tras la desaparición de la censura. Esta formulación incluye una amplia gama de posibilidades y permite aceptar la existencia de una pluralidad de opiniones, al menos en los círculos académicos, con divergencias -a veces sustanciales- de modalidades interpretativas. Es lo normal y lo lógico. No hay historia única. Tampoco hay historia definitiva.

Las interpretaciones dominantes en los medios anti-republicanos suelen basarse en tres afirmaciones categóricas:

1ª La República consiguió desde el primer momento un gran apoyo material.

2ª Los sublevados contra la inminencia de la sublevación comunista (luego socialista, en la actualidad la necesidad de atajar la situación de caos, anarquía, asesinatos y destrozos que había tolerado, cuando no fomentado, el Frente Popular) se vieron  obligados a reaccionar.

3ª La manifestación más flagrante del refuerzo a la República se plasmó en el envío de una fuerza comunista, las Brigadas Internacionales.

Empezaré por este último. Tiene un largo recorrido en el que han intervenido historiadores de pro, militares de alta alcurnia, propagandistas de medio pelo y hasta distinguidos académicos. Entre ellos figuran, de forma imperecedera, Ricardo de la Cierva y el gurú de la historia militar de la guerra, el coronel de EM José Manuel Martínez Bande. De los periodistas y panfletarios de la misma cuerda, la relación es innumerable.

En 1974 la versión franquista y castiza recibió un refuerzo inesperado. Un excombatiente de las Brigadas (es sabido que poco a poco estas fueron reforzándose con elementos del Ejército Popular, en parte para compensar los desplomes en el reclutamiento de voluntarios extranjeros, aunque no solo por este motivo) llamado Andreu Castells publicó una obra convertida en clásica.

Ricardo de la Cierva, a la sazón responsable de la censura franquista, autorizó su publicación. Se enorguelleció de ello. No puedo decir que el libro de Castells fuese un caso único. También autorizó la publicación de mi primer libro, con la diferencia que este no ponía en cuestión ningún fundamental dogma franquista. Por el contrario, rebatía un dogma comunista. Lo cual a un servidor no le preocupó lo más mínimo, porque lo que los autores comunistas o pro-comunistas habían escrito sobre los antecedentes de la ayuda nazi a Franco en julio de 1936 solía estar teñido de pura ideología, no se apoyaba en documentos y exigía una modernización considerable.

Castells (pp. 56-57), a quien de la Cierva otorgó implícitamente la máxima autoridad en la materia (¿cómo iba a dudarse de lo que había escrito como exbrigadista?), afirmó que la decisión de crear las Brigadas empezó a gestarse en Moscú el 21 de julio y que se había adoptado formalmente en una reunión de la Profintern en Praga el 26 de julio de 1936. Hoy, a los lectores, esto les sonará a chino. La Profintern había sido establecida por la Komintern en 1921 como la respuesta a la Federación Sindical Internacional (FSI) de tendencia socialista/socialdemócrata y contrapartida de la Segunda Internacional. En la Profintern, el equivalente para la Tercera, trabajaron, entre muchos otros, Andreu Nin y Joaquín Maurín.

Hacia 1936 la Profintern tenía un perfil ya muy reducido (se disolvió al año siguiente, tras la adopción de una nueva estrategia materializada en el apoyo a Frentes Populares). Pensar que una decisión de calado tan profundo como crear una fuerza armada en julio de 1936 que acudiese a ayudar a la República a los pocos días de estallado el golpe daba muestras de una ignorancia profunda de las realidades internacionales del momento. Pero eso no ha sido óbice para que, autor profranquista tras autor profranquista, lo hayan repetido como papagallos. La última manifestación que conozco de su profunda ignorancia (o de la voluntad de tergiversación) data de 2006 por parte de un tal Fernando Ballesteros Castillo, con prólogo del general de Brigada y connotado historiador militar Miguel Alonso Baquer (me pongo en primer tiempo del saludo).

Pensando que Ricardo de la Cierva no podría ser tan ignorante como para desconocer lo que la dictadura a la que servía había escrito al respecto desde fechas lejanas me pregunto (y no sé de nadie que haya planteado esta cuestión) si no “sugirió” a Castells, que fechó el prólogo de su obra en Sabadell-Toss en 1972, que indicase en el libro esta doble vinculación. No tengo en mi biblioteca la Historia de la Cruzada de Arrarás (siempre me he negado a comprarla) y no puedo asegurar si algo al respecto se dijo en ella.

Cabe señalar que en su gestión de la censura en lo que serían sus últimas etapas Ricardo de la Cierva alternó medidas “liberales” con otras constrictivas. Tuñón de Lara, por ejemplo, vio recortadas algunas de sus afirmaciones en uno de sus libros. En lo que a mi respecta la editorial que publicó mi primer libro encargó a uno de sus lectores (un posterior catedrático muy digno de Historia Contemporánea) que revisara mi manuscrito y eliminara todo aquello que pudiera plantear problemas con el censor mayor del reino.

Pues bien, cuando comparo el libro finalizado por Castells en 1972 con el panfleto titulado Las Brigadas Internacionales. La ayuda extranjera a los rojos españoles que publicó la OID en 1948me echo a reir. Lo escrito por Castells coincide prácticamente con lo que aparece en las pp. 23 y 24 de tan estimable folletito.

Este panfleto, que debería reimprimirse para avergonzar a los historiadores que en él continán basándose, representó un avance propagandístico considerable, dejando de lado a Arrarás, con respecto a la basura publicada por un tal Adolfo Lizon Gadea de 1940. Está titulada Brigadas Internacionales en España y ya en su página inicial aseveró que “las primeras fuerzas extranjeras que, organizadas militarmente y agrupadas en unidades, tomaron parte en la guerra de España, lo hicieron en el frente que rodeaba a Madrid en noviembre de 1936”. Obviamente, tal estupidez era ya insuficiente en los años del supuesto “cerco internacional” a la inmortal España rescatada del Averno por el no menos inmortal Caudillo.  (En la breve biografía del Sr. Lizon Gadea que se encuentra en http://dbe.rah.es/biografias/73898/adolfo-lizon-gadea figura entre sus obras esta basurilla de 94 páginas).

Demos un salto hasta llegar a un escritor moderno: César Vidal. Es un genio de la naturaleza que deja chiquitos a los más prolíficos autores de todos los tiempos. De producción y productividad incontables. De ritmo trepidante con, a veces, tres o cuatro títulos en algún año (he dado detalles sobre él en mi libro El escudo de la República, que no repetiré aquí). En la segunda versión de su obra (2006) sobre las brigadas (los expertos que tengan tiempo establecerán las comparaciones que procedan con la de Castells), puso en duda el mito (que remontó a Arrarás). Eso sí, este “impecable” historiador, se inclinó a favor de que la “decisión de formar las BI” se tomó “a finales de 1936” y se apresuró a formalizar esta versión con referencia a dos obras de autores rusos. Hélàs!  Los supuestos, e innominados, ayudantes que pudieran haberle echado una mano en su más que magna obra hicieron figurar en la literatura consultada a un autor francés, Rémi Skoutelsky, con una obra publicada en París en 1998. Skoutelsky, tras la consulta de los archivos soviéticos a los que  a Vidal ni por asomo se le ocurrió ir, ya había dado con pelos y señales la fecha y las circunstancias de la decisión de formación de las Brigadas. Era diferente. Se adoptó en conexión con unos planes elaborados por el Estado Mayor del Ejército Rojo que se examinaron en el Kremlin en reuniones ad hoc alreedor del 18 de septiembre.

En mi libro La soledad de la República analicé el proceso de deslizamiento hacia la intervención por el que atravesó Stalin desde el momento del golpe. La decisión atravesó dos fases: la formación de las Brigadas y, una semana más tarde, el envío de material de guerra a España, sin que los republicanos fueran informados de ello. Dos meses después de que, ¡oh, cielos!, Hitler decidiera ayudar a Franco y una vez que los aviadores nazis y fascistas se ocupran en echar una manita en los frentes de batalla (más los segundos que los primeros, concentrados en el transporte a la península de batallón tras batallón del Ejército de Àfrica con, ¿cómo olvidarse?, tonelada tras tonelada de impedimenta).

Pero, y esta es la cuestión fundamental, ¿cuál fue la fuente de que se alimentaron los propagandistas franquistas? Que yo sepa pocos la han identificado con precisión aunque es notorio que,  en general, la prensa derechista francesa y opuesta por todos los medios al Frente Popular de su país hizo de la ayuda a los “rojos” una de sus más apasionadas denuncias que fueron repercutidas entonces y después por los genios de la propaganda franquista.


 I accuse France hace referencia obviamente al famoso articulo de Zola sobre el caso Dreyfus.

Buscar en la prensa francesa de aquellos días es una tarea que llevaría tiempo. Afortunadamente en los archivos británicos se encuentra un panfleto de tal tenor. Es muy conocido, pero poco utilizado. Yo lo fotografié y en su página 8 se encuentra la referencia a un periodista francés, que existió verdaderamente. Se llamaba Pierre Jacquier. De la creatividad de tal caballero se tradujo una información al inglés que, retraducida de este idioma, decía así:

“El 26 de julio, Le Bureau du Profintern (una organización que realmente dependía de la Komintern, pero bajo el paraguas de Internacional de los sindicatos rojos) decidió la concesión inmediata de un millón de francos a Madrid y también la creación de una Brigada Internacional de Voluntarios Trabajadores. El primer batallón lo compondrían 5.000 hombres y los lugares para reunirlos estuvieron, por una coincidencia singular, todas en Francia: Toulouse, Burdeos y Perpiñán. Podemos añadir y certificar que el primer grupo de voluntarios ya está camino de Francia y el PCF ha encontrado ya alojamiento para estos soldados de la Internacional en el cinturón rojo de París”.

Ahí se encuentra la madre del cordero. Desde entonces quedó inscrita la leyenda en letras de oro. ¿De qué se trataba? De anteponer el golpe “rojo” al “blanco”, de anticipar la ayuda soviética a la de los camaradas fascistas. Desde 1936, atravesando recovecos y divagaciones sin cuento, hasta la más rabiosa actualidad. Como diría Freud, pura proyección. Volveré al tema.

Referencias:

La soledad, notas al pie en las pp. 69-70.

El escudo, cap. 5: ¿Una esperanza por Oriente? y cap. 6: Cambios en Madrid, movimiento en Sochi.

 I accuse France hace referencia obviamente al famoso articulo de Zola sobre el caso Dreyfus. Es muy conocido y alguien debería traducirlo, porque no tiene mucho desperdicio. No tiene nombre de autor que aparece simplemente como A Barrister. Es decir un abogado capacitado para defender a sus clientes ante un tribunal. Fue una reimpresión de THE CATHOLIC HERALD, al asequible precio de seis peniques.