Dilemas internos y externos con el hambre como fondo

2 mayo, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Se comprenderá fácilmente que la situación descrita por el ministro consejero británico en Madrid en el post precedente era negrísima sin exageración alguna. Tenía dos posibles consecuencias de la máxima importancia. La primera es que, a pesar de la potencia disuasiva del aparato represivo de la dictadura, se produjeran algaradas que pudieran incitar a los militares a intervenir. Naturalmente, no es algo que preocupara en las alturas del régimen, pero a ello se añadía que la situación internacional era lábil. Franco tenía que proyectar una imagen de fortaleza hacia el exterior. Hacia el interior era menos necesaria.  La represión -y el combate contra la resistencia armada, los maquis- podían tergiversarse convenientemente. Actuar con violencia contra una población hambrienta era algo más difícil. La alternativa era recortar prerrogativas a Falange. El resultado, señaló Yencken, podría ser una situación de caos interno en la cual los nazis nadarían a su gusto.

Para hacer ver en Londres lo potencialmente grave de la coyuntura el ministro consejero citó un episodio. En la guarnición de Madrid cuando un oficial dio la orden de formar después de la cena, los soldados permanecieron sentados y dijeron que no habían comido lo suficiente. Evidentemente el oficial no era aquel Franco juvenil que, se dice, pegó un tiro a un legionario porque le echó a la cara la bazofia que le habían servido. Imagino, por lo demás, que el episodio no trascendió a la superaherrojada prensa de la época, con los periodistas convertidos en títeres o actores de un teatro de guiñol. Con todo, había otra consecuencia potencial. El impacto sobre la política exterior del régimen a tenor de la línea, muy subrayada por la propaganda nazi, de que el Reino Unido, con su política de bloqueo, llevaba a los españoles a la hambruna. En el bien entendido que los alemanes les esperaban, con los brazos abiertos, para acogerlos en el territorio de leche y miel que había creado el “Nuevo Orden” en Europa. No en vano en España abundaba la equiparación entre los hermanos siameses, como parecían ser Hitler y Franco.

Lo cierto, sin embargo, es que había mucha gente que se aprovechaba a su gusto de la situación y que, en general, se situaban entre los vencedores. Historiadores y economistas españoles han calculado que más de la mitad de trigo se vendía en el mercado negro. ¡Tres hurras por la eficacia de la Administración! A veces se llegaba incluso a casi el 65 por ciento. En el caso del aceite las cantidades comercializadas “de extranjis” tenían un volumen muy próximo a las que llegaban al mercado oficial. Es obvio que, en comparación con los precios de tasa, en ese mercado inmortalizado en la peli de Pedro Olea Pim, pam, fuego, se obtenían plusvalías muy sabrosas (utilizado este adjetivo con la máxima propiedad). Como consecuencia, y en esto la historiografía pro o metafranquista se ha cuidado mucho de entrar, ¡faltaría más!, nació una «nueva» burguesía, vinculada al régimen y con las necesarias conexiones políticas con la CAT, con Falange y con el Ejército.

¿De quién se extrajo la plusvalía? Como quiera que los precios de las subsistencias fueron los que experimentaron mayores subidas en los dos mercados, el oficial y el negro, quienes fueron estrujadas hasta la médula fueron las clases populares o sea los vencidos. Si no hubiera habido complicidad desde los escalones de la dictadura «hubiese sido imposible movilizar y vender en torno a la mitad de la producción agrícola española y buena parte de la industrial de forma ilegal en el mercado». Es lo que afirman dos estudiosos del tema como González Portilla y Garmendia Urdangarín, en un estudio que no ha tenido la difusión que merece.  Por supuesto que la depauperación, la subnutrición y las carencias de los «rojos» importaban un comino a los vencedores. ¿O acaso no era así?

La solución, en la medida en que estaba al alcance de los británicos, fue obvia: modular las medidas de guerra económica e intensificar la propaganda con el fin de responsabilizar de las carencias a los alemanes o, en ocasiones, a la mala gestión de las autoridades franquistas, según conviniera en función de la coyuntura. Al tiempo necesitaban hacer comprender a las huestes agrupadas férreamente en torno al Caudillo que no había mucho futuro en el estrechamiento de la alianza con el Tercer Reich. Era mejor, más conveniente y sobre todo más seguro para su porvenir mantener la no beligerancia. Se trataba de una tarea difícil pero no imposible en la medida en que Franco y Serrano actuasen con un mínimo de racionalidad y que los alemanes siguieran, erre que erre, por el camino del estrujamiento de la economía española. Nunca agradeció Franco, imaginamos, al tan admirado Führer lo mucho que contribuyó a salvarle.

En la información sobre las condiciones que reinaban en España terció una persona muy respetada, el profesor Walter Starkie, que asumía la función de director del Instituto Británico en Madrid y que había apoyado la autodenominada “causa nacional” durante la guerra civil. Starkie destacó la atmósfera de sufrimiento que dominaba en la capital, en gran medida ocasionada por el hambre. Una escena muy habitual era la de ver desplomarse en la calle a hombres, mujeres y niños, afirmó.  Era duro entrar en ciertos sitios donde abundaban pequeñines famélicos. Lo que había de “auxilio social” no se daba a quienes no habían sido depurados o exonerados de cualquier tipo de relación con los vencidos. Esto, no se le ocultará a los lectores, era venganza trapera en estado químicamente puro.

Las cartillas de racionamiento y sus cupones, aunque no suministraban lo suficiente para un adulto, tampoco eran garantía de conseguir algo. La picaresca entró en acción. Como señala Maluquer, a finales de 1950 (¡) el INE registró 29.480.935 cartillas individuales para una población censada de 28.086.052. ¡Había que sobrevivir! Y, naturalmente, los muertos ayudaban a los vivos.

Según Starkie las carencias se hacían sentir por doquier. Un día no se encontraba pan. En otro el aceite de oliva desaparecía. No se había visto cerveza desde julio (Starkie escribió esto en noviembre). Los garbanzos, parte integrante de la dieta española desde los fenicios, aparecían solo en pequeñísimas cantidades. La vida se movía en torno a la noria del estraperlo, como en los días del lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache o la pícara Justina. Recordemos que también fue en tiempos de Imperio. Franco podía pensar que los genes de la población no lo habían olvidado.

En las alturas del poder se conocía la situación. Había gente como, por ejemplo, Carrero Blanco que, en plan de economista genial, se descolgó en junio de 1941 con un largo estudio:  Consideraciones sobre el problema de los abastecimientos. Su tesis era que la intervención administrativa debía hacerse lo más absoluta posible, tasándose todos los productos. Aspiraba, nada menos, que a introducir un elemento de planificación tipo nazi (ya que no soviético) en un país cuya Administración era un auténtico desastre.

El amistoso tono de las relaciones políticas con el Tercer Reich coloreó las económicas y comerciales, si bien el estallido de la guerra europea perfiló el fin del estado de excepción que había reinado en las relaciones comerciales desde los primeros momentos de la sublevación. Varios acuerdos en diciembre de 1939 así lo preludiaron. En sus cartas a Serrano Suñer, Franco había llamado la atención sobre la necesidad de evitar que “España tenga que sufrir ninguna hipoteca en sus territorios ni en su economía” ni “enclaves dentro de nuestro territorio”. Es más, “si a un país se le despoja de la mayoría de sus centros de producción y de sus productos se convierte de hecho en una colonia del que los posee”.

¡Mi admiración más rendida ante tal muestra de sagacidad!  Los planes alemanes, transmitidos a Serrano, parecían a Franco “obra de administradores fríos y egoístas desprovistos de todo sentido político”. Sin duda, a él no le gustaría que “sus” funcionarios fuesen así pero, desgraciadamente, para los vencidos lo eran. ¡Qué importaba! El hambre purificaba los espíritus.

[He hecho todo lo posible para que precisamente este post aparezca en la presente fecha del 2 de mayo. Por ello de la heroicidad del pueblo. Se levantó contra los franceses. Sobrevivió al hambre, aunque muchos perecieron en uno y otro caso].