El famoso vuelo del Dragon Rapide: su necesario encuadramiento

13 marzo, 2018 at 8:30 am

Hemos empezado nuestro libro EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO por su clave fundamental: la disponibilidad de un medio que permitiera al comandante general del archipiélago abandonarlo tan pronto tuvo lugar el entierro del general Balmes y desatara los perros de la guerra. Ese medio no fue una barquita velera, tampoco un vaporcillo de medio pelo. Debía ser raudo y veloz para llegar a Tetuán lo más pronto posible y ponerse al frente del Ejército de África. No hay que olvidar que, en sus instrucciones para Marruecos del 24 de junio, pero ya preparadas con antelación, Mola había indicado la necesidad de trasladar cuanto antes las tropas a la Península. Franco obró a su aire. Sin embargo, no se le podía escapar la importancia de ese requisito elemental para asegurar el triunfo de la sublevación.

 

Aquel medio para ir a Tetuán no fue una improvisación. Ya los conspiradores, suponemos que civiles, habían hablado al embajador británico en Madrid Sir Henry Chilton de la idea de transportar por aire a Franco o a Goded. Lo hicieron a mitad de abril, cuando el golpe previsto para ese mes acababa de abortarse. Hay que ser un poco duro de mollera para pensar que la idea hubiese desaparecido de la mente de los conjurados en los meses siguientes. Reverdeció hacia mitad de junio, que es el período cuando Franco empezó a dar pasos decisivos hacia la sublevación. Esta coincidencia no fue en modo alguno casual y la historiografía pro-franquista ha hecho todo lo posible por difuminarla.

Mayor énfasis ha puesto, sin embargo, en eludir estudiar adecuadamente el destino que hubiera sido el normal del avión: el aeródromo de Los Rodeos, a unos kilómetros de la Comandancia General de Canarias. Se han utilizado todo tipo de subterfugios, que siguen repitiéndose como verdades de evangelio una detrás de otra en la no santa iglesia del franquismo.  Jamás, que yo sepa, ha planteado la cuestión fundamental: si, como cuenta la leyenda, Balmes iba cogidito de la mano de Franco es obvio que este hubiera podido salir de Tenerife sin ningún problema porque la sublevación quedaba asegurada con el prestigio y autoridad combinados de Balmes y de Orgaz (residenciado en Las Palmas). ¿Quién iba a oponerse a dos generales en activo, uno al mando de la guarnición y el otro que hubiera podido ponerse al frente de la de Tenerife, debidamente preparada por el comandante general que se daba el piro?

Quizá fue este el escenario que en algún momento barajaron los conspiradores. Por las memorias de don Andrés de Arroyo y González de Chaves, prominente político de la época en Canarias, sabemos que en un primer momento, en la segunda mitad de junio, se contempló la posibilidad de enviar el avión directamente a Tenerife. No tardó en desecharse. ¿Por qué? Quizá porque a principios de julio Franco (como reconoció indirecta y crípticamente su primo y ayudante en sus indispensables, pero no siempre exactas, memorias) se entrevistó en secreto con Balmes y comprobó que este, por fin, no se decidía.

Item más. Sabemos que el Dragon Rapide llegó a Las Palmas el 14 de julio (la historiografía franquista, que no fue en este punto necesariamente idiota y se dio cuenta de su significado, solía jugar con la fecha y, con frecuencia, la retrasó al día siguiente). En Gando permaneció bien guardadito. El aeródromo estaba ya copado por quienes iban a sublevarse y lo sabían. Probablemente Balmes ni se enteró de su aterrizaje, pero Orgaz lo supo de inmediato y no tardó en contactar con el piloto. Todo esto está documentado. La pregunta es ¿cuándo lo supo Franco? No hay que ser un agudo detective para pensar que bien pudo enterarse sobre la marcha.

En Tenerife el aeródromo no tenía hangar y la llegada del avión no hubiera pasado desapercibida pero sí hubiera podido retrasarse aplicando una argucia que Bolín divulgó urbi et orbi al escribir sus hiperfalaces memorias: bastaba con dejar dos días, en vez de uno, al Dragon Rapide en Casablanca. Franco, de querer haber salido por Los Rodeos, hubiera incluso podido pedir que se quedara tres y que llegase el 17. Con Balmes asegurando la sublevación en Las Palmas y él haciendo lo propio el 18 en Santa Cruz, hubiera podido salir con su familia más o menos directamente a Tetuán, escala en Agadir incluida, y llegar al anochecer. El Gobierno de Madrid no hubiera podido tener ninguna posibilidad de actuar (en el supuesto de que hubiese querido) porque el avión hubiese llegado a Cabo Juby camino de Tenerife el 17 por la mañana y aún sin autorización no hubiera tenido mayores dificultades en proseguir el viaje. El piloto hubiera acudido a las mismas excusas que en realidad debió de utilizar y tanto Balmes (preparando ya supuestamente su revuelta) y Franco (como comandante general del archipiélago) habrían dado la autorización para proseguir el vuelo. No problem.

Todo esto hubiese podido ocurrir contando con la complicidad de Balmes. Este es uno de los escenarios que ningún historiador, gacetillero, periodista o tertuliano pro-franquista ha contemplado jamás.

Por eso Bolín inventó más cosas: dibujó Casablanca como ciudad llena de espías gubernamentales (que solo existían en su mente calenturienta) y que inquietantes sospechosos incluso le siguieron sus pasos. Tuvo que andar con pies de plomo y, sobre todo, no ir en el avión. ¿Por qué no? ¿Iba a detenerlo Balmes si estaba mezclado en la conspiración?

La argucia a que los historiadores, gacetilleros y periodistas pro-franquistas recurrieron es que el avión podría encontrar dificultades para aterrizar en Los Rodeos. Una treta que se repite cansinamente día tras día desde tiempo inmemorial pero que, como hemos mostrado en nuestro libro, carece de todo fundamento.

Otra preguntita. Si Balmes estaba en el ajo, ¿qué impedía que los intrépidos turistas ingleses fuesen a ver a uno de sus ayudantes en Las Palmas para anunciarle la buena nueva de su llegada? El supuesto co-conspirador no les habría montado un arco de triunfo ni agasajado en la Comandancia, pero sí habría podido telefonear a su superior jerárquico de manera inocente para comunicárselo. O enviar a un propio.

Como es sabido lo que pasó fue algo muy diferente, ya que Pollard eludió acudir a la Comandancia de Gran Canaria. Esta circunstancia nos lleva a otra pista. La monárquica. Nosotros hemos hecho hincapié una y otra vez en que el 11 de julio el propietario del venerable diario ABC, don Juan Ignacio Luca de Tena, marqués de Luca de Tena, comunicó en Burdeos a su corresponsal en Londres, Bolín, que el Dragon Rapide debía dirigirse a Las Palmas. Bolín señala en sus memorias, sin embargo, que el destino previsto era Casablanca.

Evidentemente la contradicción es importante. Nosotros nos hemos inclinado por la versión del señor marqués. Aunque ya no era el director del diario (había renunciado en favor de aquella perla llamada Luis de Galinsoga), naturalmente seguiría ejerciendo alguna influencia en la línea editorial del periódico, siempre combativo contra la “revolucionaria República”. Monárquico era también uno de los más activos entre los conspiradores civiles. Me refiero al diputado a Cortes Pedro Sainz Rodríguez que acababa de regresar de Roma en donde el 1º de julio había firmado contratos que preveían el suministro inmediato de material de guerra aéreo para la inminente sublevación. Reitero que esto implicaba asumir la posibilidad de desencadenamiento de un conflicto que probablemente se preveía de corta duración.

La gestión del señor marqués solo puede explicarse en función de su papel de mensajero, metido hasta los codos en el núcleo central monárquico de la conspiración. Es imposible no pensar que alguien sugirió que “convenía” que el avión no se quedase en Casablanca sino que prosiguiera vuelo hacia Las Palmas. Y este alguien tuvo que recibir alguna indicación en tal sentido procedente de Canarias. ¿Y de quién, si no, de alguna persona que trabajaba junto a Franco?

Ahora bien, tampoco podemos descartar del todo la hipótesis, que lanzó con su habitual fanfarronería el ínclito hagiógrafo de Franco que fue siempre Joaquín Arrarás, que también se hubiera pensado en dejar el avión en Casablanca para tenerlo a punto tan pronto fuese necesario. No hubiera habido dificultades en hacerlo, ya que un grupo de excursionistas (ya se sabe lo “extravagantes” que solían ser en aquella época los ingleses) hubiese encontrado la forma y manera de pasar tres o cuatro o cinco días, incluso dos semanas, sin levantar la menor sospecha.

Pero no fue así y no fue así porque Franco necesitaba el avión un cierto día en Las Palmas. No llegaré a decir que cuanto antes mejor, pero sí con un margen imprescindible para pasar a la acción y poner en marcha su plan.

¿Y qué dicen los historiadores, gacetilleros, periodistas y tertulianos pro-franquistas de las gestiones de Orgaz, a quien casi ninguno cita, con el representante de Lufthansa en Las Palmas para ver si podría utilizarse uno de sus aviones del servicio postal para una operación? Porque esto se sabe desde que lo publiqué en 1974 gracias a documentación alemana, no española que, naturalmente, falta. Es cierto que entonces no supe apreciar del todo su significado por falta de la debida contextualización, pero algo significativo sí podrían haber escrito todos aquellos para quienes Franco y Balmes iban cogiditos de la mano. Prudentemente, lo han eludido.

Un criminal siempre trata de borrar las huellas de su crimen y esto es lo que ocurre con el asesinato de Balmes y, en particular, con el vuelo del Dragon Rapide. No creemos que sea meramente accidental que la documentación (telegramas, notas, hojas de servicio) de la base de Cabo Juby y de su personal haya desaparecido en su totalidad; que nunca se haya encontrado la menor comunicación desde la Comandancia general de Canarias con ella y con Marruecos; que la generada por los primos Franco se haya volatilizado; que poco o nada subsista de la que revelaría el funcionamiento de la Comandancia de Las Palmas en tiempos de Balmes; que se desconozca por completo la que hubiese conservado el general Orgaz y, por consiguiente, sus actuaciones. Porque hay que pensar en lo que habría hecho Orgaz durante más de mes y medio de “estudio” de la forma de mejorar supuestamente el sistema de artillado de las islas, cuando en estas había expertos en el tema. Sabemos, eso sí, que en junio estuvo en la península (quizá para juerguearse un poquito sin que se le notara) y que poco antes de hablar con los alemanes fue a ver a Franco. ¿Para hablar del buen tiempo?

En una conspiración se conspira, pero cuando triunfa, ¿por qué no deja apenas papeles? Misterio tan insondable como el de la Santísima Trinidad.

 

Próximo post: “Por qué Franco hizo matar a Balmes”