HISTORIA, NOVELA Y LA CONSPIRACIÓN DEL 36: el caso de Queipo de Llano

16 marzo, 2021 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

Retomando una de las ideas que expuse en el post anterior y, con todos mis respetos a los admirables y numerosos novelistas que se han acercado a la conspiración que llevó a la guerra civil o a los orígenes de ésta, me gustaría reiterar que una cosa es escribir una novela y otra un libro de historia. La primera, aun si se atiene grosso modo a los hechos históricos, no está forzada en virtud de ningún principio deontológico a aceptar lo que haya habido detrás de los mismos, es decir, al movimiento interno que los llevó a existir. Los hechos son conocidos. Es difícil negarlos. Hubo una conspiración. Tuvo éxito. Hubo una guerra con muchas batallas y sinnúmero de encontronazos. A partir de ahí, el entrelazamiento de los movimientos internos puede hacerse de muy diversas maneras. El libro de historia, sin embargo, no es libre de plasmar lo que plazca a su autor. Tiene que explicarlos de forma tal que no violente la EPRE, al menos la conocida.

Voy a ejemplificar estas afirmaciones echando mano de un caso que he expuesto en mi libro EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. Se refiere al general de división Gonzalo Queipo de Llano, a la sazón inspector general de Carabineros. Dejo de lado mucho de lo que tan connotado general había sido hasta entonces, enero de 1936, e iba a ser después: el carnicero de Sevilla y, en gran medida de Andalucía; virrey de la zona sur, sicópata empedernido y borracho de sangre. Sus restos mortales reposan desde hace tiempo en La Macarena bajo el signo de la Cruz. Algo absolutamente incomprensible y totalmente irracional.

 © Ministerio de Defensa de España

En el mes indicado hizo un viaje a París, contando con las bendiciones del presidente del Consejo y de los ministros que tenían que autorizarlo directamente. Fueron los titulares de Hacienda (el cuerpo de Carabineros dependía de este Ministerio) y de Estado. Fue acompañado de su ayudante. Quería preguntar en París, y así lo dijo al embajador de España, acerca de unas importaciones sospechosas de café procedentes de la Somalia francesa. ¿Quién iba a negar el permiso a un general tan republicano? Sin embargo, en cuanto llegó se me plantean  interrogantes. No puedo olvidar que en una vida previa me tocó trabajar en una ocasión como agregado comercial en la embajada de Bonn.  En la de París, por supuesto, una de las más importantes para España, había una bien dotada Oficina Comercial. Su jefe, Vicente Taberna, era un hombre eficiente, tan eficiente que tras pasarse a los sublevados unos meses después siguió una carrera fulgurante. Hoy su nombre solo es conocido de los hiperespecialistas.  

Las gestiones que llevó a cabo la misión llegada de Madrid no las efectuó Queipo de Llano. Sorprendente. Las delegó en su ayudante a quien acompañó Taberna, que conocía bien los rodajes de la administración francesa. Ambos se dirigieron raudos cual centellas a plantear la cuestión en el ministerio correspondiente. Lo hicieron ante quien correspondía en el escalafón burocrático. Fue el jefe de sección que se ocupaba de España en el Ministerio de Comercio e Industria. Un punto de referencia inexcusable. Naturalmente, fueron bien acogidos (no había razón alguna para lo contrario) y tan distinguido funcionario los remitió al adecuado que era el jefe del servicio correspondiente en el Ministerio de Colonias. Este caballero les dio, encantado, todo tipo de explicaciones.

¿Resultado? En la Somalia francesa no se producía café. Lo que se exportaba procedía de Abisinia. No creía que ninguna colonia francesa encaminara café a Somalia de su  propia producción, porque el consumo de café en Francia era considerable (así que exportarían directamente a la metrópolis). Añadió que los franceses no estaban interesados en que en el comercio bilateral hispano-francés se reservaran a Francia contingentes de café para las importaciones desde Somalia. Este fue el resumen que Taberna hizo al embajador (hombre de derechas y monárquico de corazón: en julio le faltó tiempo para pasarse a los sublevados).

A tan extraña misión le dediqué no cuatro líneas sino varias páginas porque lo que me intrigó es que, para aclarar un asunto tan trivial, hubiera debido desplazarse a París el mismísimo inspector general de Carabineros. Y luego ni se molestó en ir a ver a ninguna autoridad francesa. Lógicamente, me hizo sospechar teniendo en cuenta que en toda conspiración, por muy de andar por casa que sea, se conspira.

Las posibilidades de explicación que manejé fueron varias (aunque probablemente hubo otras). Por ejemplo, el general Queipo de Llano pudo querer ir a hacer una o varias visitas a algún burdel de lujo (entre los parisinos había varios muy reputados); o encontrarse con alguna amiguita suya (en las memorias de Hidalgo de Cisneros se cuenta que se había encaprichado de una monada durante su temporal destierro en París antes de la llegada de la República); o a hablar con alguien de lo que desde hacía algún tiempo se tramaba en España. Al final, me incliné marginalmente en favor de esta última posibilidad porque “encajaba” en la lógica de los contactos entre los conspiradores del interior y los apoyos del exterior. Recalqué, sin embargo,  que se trataba de una mera especulación. Si en algún momento se encuentra documentación al respecto será posible resolver la cuestión o, al menos, avanzar en su solución.

Me atreví a pensar que la pamema de pedir autorizaciones de alto nivel para hacer un viaje oficial a París bajo un pretexto espurio podría indicar que Queipo de Llano le atribuía  importancia. Una escapada galante no la hubiese necesitado a menos que fuese de varios días, o algunas semanas, de duración. Sabemos que Mola iba a visitar a March a Biarritz desde Pamplona y no se ha encontrado constancia de que solicitase autorización alguna para desplazarse a Francia.

¿Con quién podría encontrarse Queipo de Llano en París? En principio, con el exembajador de la Monarquía, José María Quiñones de León, a quien recordaría de los primeros meses de 1931. Años después se había convertido en la cabeza de la conspiración monárquica en Francia. [De notar es, para aviso a novelistas, que el expediente personal de tan distinguido diplomático ha sido depurado concienzudamente]  O, quizá, incluso porque Queipo quisiera entrevistarse con el propio exrey, el destronado Alfonso XIII, que estaba lampando por recuperar el trono con la ayuda de sus fieles incrustados en la conspiración. O tal vez  el taimado general se desplazó de la ville lumière a otro lugar en busca de una mayor discreción. No lo sabemos y tampoco he encontrado ninguna prueba de nada. Por consiguiente, no seguí indagando.

Un novelista, en su caso, probablemente hubiese seguido la trama desenredando el ovillo como mejor hubiera pensado que iba a tener efecto en el ánimo de sus lectores. Y habría tenido toda la razón del mundo.

Si servidor hubiese querido escribir una (sin duda mala o malísima) novela hubiera podido dejar rienda suelta a mi imaginación. Inventarme episodios más o menos verosímiles en los que Queipo de Llano habría podido aparecer con el encargo del exrey de sublevarse contra las izquierdas, si llegaban al poder, y de extinguir a sangre y fuego a todos los comunistas, socialistas, anarcosindicalistas, librepensadores, republicanos y demás gente de mal vivir. ¿Por qué? Porque todos ellos habían complotado llevar a cabo, por las buenas o por las malas, la reforma agraria que en el primer bienio se había aprobado. Una urgencia, ya que el horrible Frente Popular había anunciado o iba a anunciar que la continuaría, tras el parón sufrido (gracias a Dios) durante los gobiernos de derechas.

Y a partir de aquí habría podido inventarme varios planes sobre cómo hacerlo. Por ejemplo, anticipando los comportamientos de que hizo gala el general Queipo de Llano tras la sublevación, y jugando más o menos hábilmente, con su viaje y contactos en París también hubiera podido añadir  a estos los derivados de experiencias devastadoras o traumáticas para su hombría en alguna maison close. O, en plan más serio, hubiera podido afirmar  que  Alfonso XIII le habría prometido el oro y el morol Contando con la futura restauración monárquica, esto habría inflamado el corazón del corajudo general.

Ninguna de tales “posibilidades” hubiese tenido que ver con el relato que suele hacer un historiador, aunque la eventual novela podría anunciarse como contenedora de las claves para comprender y explicar el papel de Queipo de Llano de sumo sacerdote de la orgía de sangre y fuego que se abatió sobre la Andalucía occidental y parte de Extremadura a partir de la segunda mitad de julio de 1936. Y, a lo mejor, con visos de verosimilitud, porque hay que tener muchas agallas como “historiador” para exculpar al “libertador” del Sur y a sus hombres de mano. No debemos olvidar a quienes lo han intentado. Sin demasiado éxito. Pero, como los amables lectores comprenderán, tales y otras especulaciones no tienen que ver con la historia,

Cito el caso del viaje “oficial” de Queipo de Llano a París como uno de los muchos temas que pueden servir de patrón para escribir otras novelas sobre la conspiración, que no careció de momentos y personajes curiosos. Pero, para el historiador, en la medida en que tales aspectos no puedan documentarse, han de quedar como figmentos de la imaginación de los autores, con independencia de su mayor o peor calidad literaria. En realidad, se trata de dos oficios diferentes y cuyos estándares de enjuiciamiento han de ser diferentes ambién.

Y ahora tengo que entonar un “mea culpa, mea maxima culpa”.  Al releer el texto impreso he detectado casos de erratas, pleonasmos y hasta la milagrosa desaparición de varias palabras que cambian completamente de sentido una referencia a Casas Viejas. Ni que decir tiene que lo había revisado en ordenador varias veces. Pero se me pasaron. Se corregirán en otra tirada, si la hubiere. En el formato e-book ya se ha hecho. Mil perdones.