Sobre Stalin y un nuevo libro pero no mío

7 febrero, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unas pocas semanas, al anunciar en las redes la futura presentación de mi último libro, ORO, GUERRA, DIPLOMACIA, un amable lector me escribió preguntándome si conocía una obra del profesor Geoffrey Roberts en la que había un capítulo sobre la guerra civil española. Respondí que no. Me dio los datos exactos y me faltó tiempo para encargarla. Me la entregaron en mano, cortesía de la librería Marcial Pons, en el mismo acto de la presentación de mi obra en el Ateneo el pasado 1º de febrero.

Se trata de un volumen de más de 600 páginas titulado LAS GUERRAS DE STALIN. DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL A LA GUERRA FRÍA, 1939-1953. En la contraportada se afirma que “contiene prólogo exclusivo del autor a la edición española”. Al parecer, según me dijo mi amable comunicante, se puso a la venta en noviembre del pasado año. Está publicado por Historia Rei Militaris SL, de Zaragoza (abreviadamente HRM). No es de extrañar que no me hubiese enterado, a pesar de que tengo cierto cuidado en mantenerme al día de lo que se publica en los asuntos que me interesan.

No conozco personalmente al profesor Roberts, aunque sí tengo en mi casa varias de sus obras. No la última, por cierto, dedicada a una aproximación a Stalin a través de los libros, muchos anotados y comentados, de su biblioteca. Este enfoque se ha puesto en práctica en otros casos (que recuerde ahora, en el de Hitler).  

Me interesa resaltar aquí que la obra del profesor Roberts contiene una impresionante relación de documentación soviética, procedente de los archivos soviéticos, publicada y no publicada, y también algo de archivos norteamericanos y británicos. Lógico. En la literatura secundaria, muy extensa, el predominio absoluto es de obras escritas en ruso y en inglés. Como excepciones figuran un par de artículos en francés más un libro (muy conocido) y un artículo sobre el mismo tema en alemán.

Yo no trataría con tal distanciamiento la producción de dos escuelas historiográficas tan importantes como la francesa y la alemana. Siquiera porque proceden de países que algo tuvieron que ver en las guerras de Stalin y porque en inglés ya se dispone de la masiva obra de origen alemán sobre el Tercer Reich y la segunda guerra mundial, cuyo episodio central es precisamente la ofensiva nazi contra la URSS y su derrota.

En el caso del capítulo introductorio a la edición española, páginas 23 a 40, el enfoque es similar: predominio de las publicaciones en ruso y en inglés y de autores de origen ruso (soviético) o angloamericanos. Solo se menciona la traducción de un libro ruso al castellano y a dos autores españoles (traducidos al inglés, uno de ellos servidor en el caso del oro y de hace más de cuarenta años). Por el contrario, el profesor Roberts sí conoce la colección documental soviética que me ha servido de base para mi último libro y también la que sobre España y el GRU está en vías de publicación y a la que me referí en el prólogo de mi propio libro. Roberts anuncia, por lo demás, la publicación de una futura obra de Michael Carley sobre la fallida gran alianza de Stalin en su pugna en favor de la seguridad colectiva y que contiene un capítulo sobre España.  Habrá que estar atentos. Yo lo estaré.

Por lo demás, queda muy lejos de mi ánimo hacer la menor crítica al profesor Roberts. Es un autor sumamente respetable y digno de todo encomio. Naturalmente hay otros historiadores que discrepan de él en puntos sustanciales. Esto es normal y lógico y constituye el pan y la sal de la historiografía académica.

Sí deseo subrayar que, en su corto capítulo introductorio y con énfasis en la vertiente diplomática, no he encontrado nada que me haya obligado a revisar mis afirmaciones. Ni las que hice en 1976 y1979 en torno a la cuestión del oro ni las que fui desgranando a partir de 2006 en mi trilogía sobre la República en guerra, ni en las que he desarrollado en Oro, guerra, diplomacia. Tampoco sobre lo que yo interpreté como un “deslizamiento” de Stalin en el proceso de decisión que le llevó a la ayuda activa a la República.

Es cierto que, al no hablar ruso, no estoy tan familiarizado como él con la literatura y las fuentes en este idioma (sí en las que se han vertido a otros idiomas más abordables para mí como francés, inglés, alemán o italiano), pero de lo que Roberts ha escrito en el capítulo introductorio no veo nada importante que merezca la pena reseñar aquí.

A tal autor, evidentemente, le pasa con España lo que a mí con Rusia. Monográficamente hablando servidor ha sido más incisivo en dos afirmaciones fundamentales que compartimos: uno de los factores de la intervención soviética en la guerra civil fueron “las limitaciones de la capacidad de defensa nacional” (Roberts) y que Stalin siguió muy de cerca la evolución de la contienda en España (“el catalizador más importante para la creciente atención de Stalin a los asuntos militares fue la guerra civil”). También destaca Roberts, como lo hizo servidor incluso con documentación diplomática republicana de antes de la guerra, la importancia de una amenaza creciente del Japón como factor inhibitorio en la ulterior ayuda soviética a la República.

Dicho esto, me parecería pueril destacar algunos puntos menores en los que mi tratamiento, mucho más pormenorizado, muestra algunas diferencias con Roberts. Por ejemplo, cuando se refiere a la fusión entre los partidos socialista y comunista españoles. La idea no fue originariamente de Stalin sino de Prieto (que no tardó en distanciarse de ella) y Roberts no examina, como es lógico, la reacción puesta en marcha por Negrín para aguarla, sin que sus resultados por cierto tuvieran efectos negativos.

Para las lecciones que la guerra de España extrajo Stalin, y a su rastra la Comintern, creo que Fernando Hernández y servidor podríamos ofrecer matizaciones al debatido tema de en qué medida la experiencia española sirvió de catalizador a la concepción del concepto político de una democracia popular de nuevo tipo. La gran diferencia estriba, naturalmente, en que Stalin en 1936-1938 se dio por satisfecho con ayudar a una República que pudiera ser aceptada por las democracias occidentales en tanto que después de 1945 la ocupación de vastas extensiones geográficas por el Ejército Rojo en la Europa Central y Oriental invitaba nuevas perspectivas. Esto es algo que ni Fernando ni yo elaboramos.

De todas maneras, la lectura de las casi veinte páginas del capítulo introductorio de Roberts de su nueva obra no me hace retroceder un ápice en mi propia interpretación de la conexión URSS-República española antes y en la guerra civil. Ya sé que algunas referencias de medios han despertado en lectores innominados burlas masivas contra mi (no me parece desproporcionado aprovechar este blog para ponerlos al descubierto).

Al contrario. Si un especialista de gran calado en historia soviética ha llegado a tal tipo de conclusiones me parece evidente que constituyen un nuevo clavo en el ataúd de las versiones franquistas, filofranquistas y simplemente conservadoras que todavía pululan por los escritos de autores españoles y extranjeros. Bolloten y sus seguidores no estaban, ni están, amparados por la documentación relevante de época tanto de origen español como soviético y la superestructura ideológica que montaron -y que en parte sobrevive, aunque mal- no es más que una lectura de base estrictamente ideológica y fundamentada en algo tan importante como el relato que esparcieron los enemigos (que no adversarios) de Negrín para explicar la derrota evacuando responsabilidades hacia él y sus soportes políticos, institucionales y militares.

Es como si el gobierno actual fuese juzgado en los años venideros por la basura que sobre él ha ido vertiéndose en una parte de las redes y en las publicaciones de derechas (a veces emparejada con VOX) como si toda ella fuese historia. ¡Ja, ja, ja!