DE 1930 A 2021: EN EL FALLECIMIENTO DE JULIA BALMES, HIJA DEL GENERAL AMADO BALMES

30 noviembre, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unas semanas me llegó la noticia del fallecimiento de la hija del general Amado Balmes. No pude reaccionar de inmediato porque este blog tiene una cadencia semanal y no es fácil alterar la secuencia prevista para él. Los posts suelo escribirlos con anticipación y los  últimos se han dedicado al programa que Netflix ha puesto en pantalla sobre Franco,  su dictadura y el recurrente aniversario de su fallecimiento. Confío en que los amables lectores excusarán tal retraso.

Doña Julia Balmes fue una persona fundamental en mi larga investigación sobre la conspiración del futuro Caudillo en Canarias para sublevarse contra la República en 1936. Allá por el año 2010, al estudiar el trasfondo del famoso vuelo del Dragon Rapide y sus conexiones, empecé a darme cuenta de que el relato clásico de Luis Bolín no cuadraba del todo. Había “casualidades” inexplicables. De hecho, el recuerdo del avión me ha perseguido hasta hace poco tiempo. Ahora conectado con la cuestión de la participación, y hasta qué punto, del ingeniero Juan de la Cierva en la trama golpista, negado por algún que otro colega.

En 2011 publiqué un primer ensayo titulado La conspiración del general Franco, recopilando todas las informaciones que pude y contando con la inapreciable ayuda de mi primo hermano Cecilio Yusta Viñas y del Dr. Miguel Ull. El primero era un piloto de larga experiencia y que había empezado su carrera en IBERIA destinado en Canarias. Conocía los aeropuertos canarios y los de los países de la región como la palma de su mano. Fue él quien me alertó sobre la sacrosanta idea de que el Dragon Rapide no podía aterrizar en Los Rodeos (Tenerife). Pura filfa. Naturalmente que podía hacerlo.  El segundo, anatomopatólogo de renombre, me llamó la atención sobre una carencia singular. No había autopsia que confirmara en buena y debida forma y con los requisitos de rigor que exigía la legislación vigente que el general Balmes hubiese fallecido a consecuencia del tiro que se le habría escapado al intentar desencasquillar la pistola con la que hacía prácticas. Varios expertos, que no quisieron que les identificara, me dijeron que era imposible que con aquel tipo de pistola sufriese tal percance.

El libro se publicó y causó cierto revuelo al aparecer su tesis en El País. Si el “accidente” no se produjo como tradicionalmente se había afirmado, alguien tuvo que disparar al general. Una compañera de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, la profesora Rosa Faes, pariente de la familia Balmes, me puso en contacto con su hija y nietas. Innecesario es decir que inmediatamente me desplacé a verlas, tras enviarles un ejemplar de mi libro. Así dio comienzo una buena amistad.

Cuando el general fue asesinado su hija Julia tenia seis años. Recordaba poco de aquellos días en Canarias pero tras el traslado de su madre a Oviedo, donde pasaron parte de la guerra, sí tenía presentes los apuros financieros por los que atravesaron, el súbito corte de relaciones con la familia Franco, con cuya hija había jugado en algunas ocasiones, y cómo, andando el tiempo, la situación económica mejoró. Doña Julia guardaba algunos recortes de periódicos, papeles, fotografías y, enmarcadas, las condecoraciones de su padre.

He de confesar un trauma.  En los años setenta del pasado siglo, uno de los emisarios de Franco a Hitler en julio de 1936 me contó su testimonio, algo más que pasivo, en la reunión en la que  el dictador alemán decidió acudir en ayuda de un general desconocido que apelaba a él desde  Marruecos. Los recuerdos de Johannes Bernhardt llenaban un hueco y no se veían contradichos por ninguna evidencia escrita. Los acepté, falto de otras referencias.

Afortunadamente estas aparecieron muchos años más tarde en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las encontró el profesor Carlos Collado Seidel. Demostraban, inequívocamente, que Bernhardt había exagerado y distorsionado su misión.  También que me había engañado como a un chino, valga la expresión. Ambos escribimos al alimón un artículo en inglés para poner en claro lo sucedido en base a aquella evidencia. Por supuesto, ignorada convenientemente hasta el momento en la literatura profranquista.

Las conversaciones con Doña Julia Balmes me obligaron a revisar mi libro en una nueva edición ampliada en la que mejoré la ubicación del “accidente” sufrido por su padre. Tras 2013 seguimos en contacto.  La prudencia, y el respeto que desde siempre le he tenido, me inducen a no dar cuenta de algunas informaciones que me contó, en presencia de una de sus hijas, relativas a la forma en que en ciertos sectores intentaron manipularla tras su aparición en público a través de mi libro.

Después de 2013 pasé a ocuparme de otros asuntos relacionados con la influencia de la trama civil en la conspiración. Documenté cómo los monárquicos alfonsinos contrataron con una empresa aeronáutica en la Italia fascista el suministro de aviones de combate, de transporte e incluso hidroaviones para inmediatamente después del golpe (lo que antes no hubiera sido posible, aunque algún descerebrado incluso lo pensó). Más tarde comprobé la aplicación del Francoprinzip (trasunto castizo del Führerprinzip nazi) y cómo Franco se hizo millonario mientras sus soldados morían o se desangraban en el frente o en los hospitales. La desclasificación, en 2013, de abundante documentación británica relacionada con lo que denominé OPERACIÓN SOBORNOS, la compra de voluntades de militares españoles próximos a Franco para que le convencieran de que no convenía a los supremos intereses de la PATRIA entrar en guerra al lado del Eje, me dio pie para una investigación que me entretuvo un par de años más.

En medio de todos estos ajetreos apareció un librito con la ignorada “autopsia” de Balmes y con una serie de declaraciones juradas de supuestos conocedores de lo que había ocurrido en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de julio de 1936. Desde Bruselas telefoneé a Miguel Ull y se la leí. Se echó a reir. Era infumable, grotesca, estúpida. En primer lugar no se trataba de una autopsia ni en segundo lugar los datos anatómicos registrados en el papelín coincidían con la tesis de un autodisparo en el vientre del general.

Ahí empezamos a escribir EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO. No fue difícil, pero sí llevó tiempo desenmascarar, documentalmente, la farsa con la que el posterior Jefe del Estado lo había disfrazado. Mi primo hermano Cecilio me contó que uno de sus compañeros de IBERIA, exmilitar, le había dicho y repetido que desde 1936 había corrido el rumor en los medios de Aviación de que Franco había hecho asesinar al general Balmes. Yo ya tenía la mosca tras la oreja porque el profesor Manuel Medina Ortega me había dicho que el cuñado de Balmes, muy conocido en la Universidad de la Laguna, se descomponía literalmente cuando se le preguntaba por el caso. Los rumores respondían a la realidad. Las hojas de servicio de algunos militares, desde el chófer testigo hasta los de algunos oficiales y jefes de la guarnición, habían sido alteradas, las declaraciones tomadas a supuestos “conocedores” de los hechos eran espurias, las memorias de uno de los principales implicados en el asesinato (disponibles, además, en la red) no respondían a los hechos.

La clave de lo sucedido se encontraba en el expediente de pensión concedida de entrada a la madre de Doña Julia, como si el general hubiese fallecido en acto de servicio previo a su incorporación a la sublevación. Su esposa había rogado a compañeros de su marido que intercedieran para que se revisara lo que los funcionarios encargados de tramitar el expediente habían afirmado y que era, simplemente, que no podría considerarse como tal la tamaña imprudencia en apoyarse la pistola en el vientre.

Por el hilo se saca el ovillo y la EPRE (evidencia primaria relevante de época) puede ser, cuando se encuentra y se analiza interna y contextualmente, implacable. Sugerimos los nombres de media docena de posibles asesinos, pero Franco encubrió bajo su manto protector solo a uno de entre ellos, a pesar de que en la guerra civil no destacó por nada “positivo”, antes al contrario. El general Varela, ministro del Ejército tras la VICTORIA, ordenó que cualquier acto de disposición referido a tal caballero y no distinguido militar tuviera que consultarse previamente con el Ministerio. Incluso las condecoraciones semiautomáticas de la campaña se le denegaron (aunque por razones no documentadas al cabo de un tiempo sí se le reconocieron; también se las habían otorgado sin ninguna dificultad al chófer, que jamás visitó un frente si su adulterada hoja de servicios es mínimamene fiable).

Fuimos dando cuenta a Doña Julia de toda la basura que se había acumulado en los sucesivos actos burocráticos. Cecilio estudió pormenorizadamente el vuelo del Dragon Rapide que, por supuesto, podría haber aterrizado no en Telde (como lo hizo) sino en Los Rodeos, al ladito de Franco. Este, sin embargo, ya dijo anticipadamente que  lo quería en Las Palmas, aunque no explicó las razones. Miguel Ull y servidor pasamos tres meses reescribiendo, para la comprensión de los no médicos, la impugnación formal, técnica, de la supuesta autopsia. No era sino la mera copia de una supuesta transcripción de unas declaraciones orales de dos forenses civiles que, “auxiliados” por dos médicos militares de brillante ejecutoria profesional posterior, hicieron a un mero secretario del Juzgado de Instrucción del distrito de Triana, el día del entierro, 17 de julio. Eran completamente diferentes de una de las informaciones, correctas, que llegaron a aparecer en la prensa de la tarde de la vispera en Las Palmas. No se repitieron.

Dejamos en el aire varios interrogantes pero sobre todo uno muy chistoso. El juez militar encargado del caso, y naturalmente implicado en el asesinato, consignó en sus memorias (hoy disponibles en red) lo que el general Balmes habría hecho antes de dirigirse al campo de tiro. Visitó el varado cañonero Canalejas y los cuarteles de Ingenieros e Infanteria. A su entrada se le rindieron los honores como estaba mandado. Esto se ha tomado por unos y por otros como palabra de Evangelio. Después se fue a hacer prácticas de tiro.  

Sin embargo, al hacerse cargo del caso el dia del asesinato el mismo juez militar identificó las prendas que llevaba el general. Entre ellas figuraban la guerrera kaki, un pantalón corto del mismo color con grandes manchas de sangre en la parte posterior y de barro seco sin que presentase orificio alguno y  una camisa de seda listada con dos agujeros

Nos preguntamos, pues, al final del libro si era costumbre entre los oficiales generales españoles inspeccionar cuarteles en shorts, como los que solían llevar en los tórridos veranos sus equivalentes británicos en el Ejército de la India. Desgraciadamente nunca encontramos una respuesta. Tampoco lo lamentamos mucho. La entrada del disparo, su trayectoria, los daños internos reflejados en la copia de la transcripción de la información oral al secretario del juzgado civil dejaban ver que el disparo lo hizo alguien situado en la proximidad del general. Entró por el hipocondrio izquierdo hacia la derecha y discurrió de arriba abajo y ligeramente de adelante hacia atrás. Un disparo, pues, hecho a traición por una persona conocida del general. No sabemos si llegaron a hablar o no. El testimonio del chófer fue amañado adecuadamente y vale menos de una perra gorda de las de antes. Se le recompensó evitando que tuviera que exponerse a los azares de la guerra.

¡Ah! Durante dos años mi primo hermano Cecilio Yusta trató de acceder al archivo del Consejo Supremo de Justicia Militar, dependiente del poder judicial, en el que se  conserva documentación relativa al asesino. En su época fue un personaje conocido por diversas razones porque, tras hacer la pelota,  SEJE continuó mostrándole sus favores. A Cecilio durante dos años le dieron largas. La funcionaria encargada del expediente tenía que consultar, al parecer, a un señor juez para que autorizase la consulta. Tan egregio representante del respeto debido a la ley nunca tuvo tiempo para hacerlo. Siempre he lamentado no poder ofrecer a Doña Julia Balmes uno de los posiblemente últimos documentos que quizá todavía existan, si no se ha destruído, para redondear el perfil del muy verosímil asesino de su padre.

En mi último libro, El gran error de la República, he tocado marginalmente el caso. Uno de los militares que fue llamado a declarar en el expediente amañado para arreglar la pensión declaró que el general llevaba cuenta de los elementos izquierdistas en Gran Canaria y de ello concluyó que apoyaba al futuro Movimiento. Nadie ha visto el fichero. Yo lo expliqué porque  toda la documentación que había en su despacho desapareció misteriosamente. Pero al “testigo” se le olvidó un detalle que yo ignoraba: en Gran Canaria funcionaban los agentes del Servicio Especial como en todas las demás guarniciones con el fin de detectar elementos subversivos de cualquier tipo, de izquierdas y de derechas. En el Archivo General Militar de Ávila se encuentran ejemplos de su actividad en la guarnición de Las Palmas, pero solo para años anteriores a 1936. Todos los demás, al igual que en muchos otros casos, han desaparecido. Podemos pensar que algunos de los izquierdistas lo pasaron mal. Y los fascistas o parafascistas respirarían aliviados.

Descanse en paz Doña Julia Balmes. No la olvidaré.