Segunda República: mitos e historia. Una reflexión. (II)

30 octubre, 2018 at 9:27 am

Ángel Viñas

En general los historiadores somos curiosos aunque también hay quienes no lo son y se dedican a regurgitar versiones y/o  mitos conocidos. Con frecuencia a sabiendas de ello. En este post voy a hacer una sugerencia que no conozco que se le haya ocurrido a ninguno. A pesar de que puedo identificar por lo menos un ejemplo parecido, no tengo esperanzas de que salga adelante, pero al menos quisiera dejar plantada la semilla. Existe un libro compendio de casi todos los mitos sobre la Segunda República del franquismo triunfante. Es curioso que sean muy pocos quienes a él acudan. Me ha servido de guía y lo he citado en todas las ocasiones en que ha venido a cuento  en función de mis propias investigaciones.

 

En efecto, si hubiera un solo texto en que todos ellos se dan cita, con autoridad y flema pero sin bibliografía, es el que aquí se cita. Hoy ya no suele consultarse. Se trata de una publicación oficial por los cuatro costados. Un producto del Servicio Histórico Militar (SHM), a su vez una dependencia entonces del Estado Mayor Central del Ejército. Más oficial, imposible. En alguno de los posts de mi blog he hecho referencia a tal obra. Se suponía que iba a ser el primer tomo de una historia oficial de la guerra. Obviamente se consideró que precedentes como los de Aznar, Arrarás o Lojendio, por mencionar unos solos cuantos ejemplos, no lo eran. Esta se basaría en la documentación acumulada por la dictadura, tanto propia como de los vencidos. Se guardaba, para colmo, en el mismo SHM. No había que recurrir a grandes desplazamientos ni a buscar papeles. Estaban en casa y en ella se encontraba un equipo de historiadores que, como militares, estarían en condiciones de enjuiciar los episodios bélicos.

El primer volumen de tan magna obra se publicó en 1945 bajo el título HISTORIA DE LA GUERRA DE LIBERACIÓN 1936-1939. Por desgracia inmensa para los historiadores del futuro, los siguientes volúmenes ya no salieron. Se preparó un borrador del segundo, que consulté en EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO para aclarar la interpretación oficial de ciertos temas en relación con la supermitificada conspiración que llevó a cabo Franco en la primavera de 1936. El volumen publicado versó sobre los antecedentes de la guerra y es muy interesante porque, lógicamente, no se refiere a episodios militares. Es una interpretación del proceso, esencialmente político, que condujo al 18 de julio.

Los episodios militares, despojados de connotaciones políticas, se dejaron para una serie, muy conocida, en la que bajo la dirección del coronel José Manuel Martínez Bande, un grupo de historiadores de uniforme utilizó a su manera la inmensa documentación  propia y del adversario para describir campañas y batallas, con arreglo a una concepción de la historia militar que era la predominante en su época. No es difícil encontrar ejemplares de aquella serie de monografías que siempre publicó una conocida editoria, la Librería San Martín. En mi juventud podían adquirirse fácilmente en una tienda asentada en la mismísima Puerta del Sol madrileña.

Pero volviendo al primer volumen publicado su tono general quedó ya reflejado en su segunda cubierta en la que en colores sobrios (kaki fundamentalmente) se reprodujo, resguardada por una página de papel cebolla, la ESPADA DE LA VICTORIA REGALADA POR ESPAÑA A SU CAUDILLO.

Ni que decir tiene que este primer volumen es algo más que interesante. Es absolutamente vital para comprender la concepción que de la Segunda República tuvo el régimen triunfante. Innecesario es decir que muy probablemente si no Franco al menos sí algunos miembros de su guardia pretoriana debieron de leer el manuscrito. En todo caso, a Franco se le consultaron diversas cuestiones. No sabemos cuántas aunque sí varias de ellos se referían a los últimos detalles del proceso. Su análisis y contextualización formarán parte de mi próximo libro.

Una exposición preliminar tomó como punto de partida una cita de Ortega y Gasset de su ensayo “Historia como sistema” y se plantea la cuestión que desde siempre ha sido un motivo de inquietud para muchos historiadores. ¿Para qué sirve la Historia? Con mayúscula. Le siguió otra que reflejaba la magnitud del tema: a saber, el porqué de la inquietud de los hombres y mujeres desde casi los albores de la humanidad en esforzarse por “reconstituir pacientemente los sucesos del pasado. Los historiadores militares dieron su respuesta: “porque en él esperamos descubrir la clave de nuestro futuro”. Precisaban que no porque la historia se repitiera, no,  “sino porque pasado, presente y porvenir no son más que secciones circunstanciales de una corriente universal de acontecimientos cuyo sentido interesa al hombre descubrir, ya que el enigma de su propio destino se halla incluido en ella”.

Esta formulación daría pie a numerosas reflexiones. Es tan buena o tan deficiente como otras parecidas. Añadían los militares, con buen tino, que la “Historia no debe limitarse a la narración escueta de los hechos; además de reconstituirlos con la mayor exactitud posible, ha de interpretarlos y comprenderlos, desentrañando su significado”. En principio, no tengo objeciones mayores a esta formulación, teniendo en cuenta el momento en que se escribió. Para entender ese significado convenía y conviene conocer y estudiar los antecedentes. A tal objetivo sirvió el primer volumen de la nunca concluida HISTORIA DE LA GUERRA DE LIBERACIÓN.

El porqué no siguió quizá se encuentre en los voluminosos legajos del SHM. Ahora que la Ministra de Defensa ha iniciado, con mano segura, la desclasificación de los archivos militares más allá de lo que  había concebido su antecesora Carme Chacón, es posible que algún investigador esté en condiciones de dar respuesta a tal cuestión. No podía ser una pretensión sin límites y los miembros del SHM declararon que su intención estribaba en llegar a alcanzar no exclusivamente “al público erudito, ni siquiera a los cultos o los semi-cultos, sino que aspira a obtener la mayor difusión posible, aun entre aquellos no conocen o conocen imperfectamente nuestro pasado; precisamente para inculcarles este conocimiento que les falta, tan necesario a todos los españoles”.

Un esfuerzo, pues, sumamente loable. Se trataba de construir un relato, un frame, algo que permitiera interpretar el cómo llegó a producirse un acontecimiento determinado –la “guerra de Liberación”. Una tarea gigantesca y a la cual han dedicado sus esfuerzos muchos de los historiadores de mi generación y que continúan en la actualidad muchos otros, más jóvenes.

En consecuencia, el SHM no se arredró ante la idea de examinar los antecedentes de aquella GdL y, empezó, por los remotos (génesis, apogeo y decadencia de la Hispanidad), lo cual plantea problemas muy serios que no pretendo abordar en este blog porque ¿qué era la Hispanidad?. En todo caso, de un total de 457 páginas se dedicaron unas veinte, muy poco en verdad, teniendo en cuenta que las dos últimas cuestiones fueron las “luchas civiles” de siglo XIX.

Podría discutirse acerca de la elección como “antecedentes próximos”: abarcaron la Restauración y el reinado de Alfonso XIII. Se les dedicaron ya doscientas páginas. En puridad, y aunque  personalmente no esté de acuerdo, es un enfoque que tiene defensores. Sin ir más lejos, es el que aceptó Ricardo de la Cierva que también al escribir un supuesto primer tomo sobre los antecedentes de la guerra civil lo comenzó en el cambio de siglo. Por no hablar de otras obras menores, en mi opinión, pero que deberían no faltar en toda biblioteca que se precie de recoger los mitos franquistas y en general de la derecha española. Estoy pensando en la Historia política de las dos Españas, de José María García Escudero, en cuatro volúmenes, y que consiguió mucha difusión en los años del tardofranquismo.

Pero, a pesar de que ambos autores, aunque de origen y trayectoria diferentes, divulgaron los grandes mitos franquistas sobre la Segunda República, sus trabajos no tienen el carácter que la obra del SHM. Esta fue un producto oficial y basado sobre, en principio, un acervo documental al que aquellos superdotados autores (vistos los honores que se les concedieron) no podían  aspirar. Así que yo me quedo con el SHM y no en vano porque a los años de la Segunda República le dedicaron casi la mitad de la obra: desde la página 245 a la 457. No está nada mal.

En mi modesta opinión, a tal ejemplo de la sabiduría histórica de los guardianes de las esencias del régimen vencedor en la recién terminada contienda habría que elevarle un monumento y sugiero encarecidamente a los responsables de la apertura de los archivos militares que contemplen una posibilidad: esta es, ni más ni menos, que la reimpresión de la obra con el aparato crítico necesario que podrían abordar unos cuantos historiadores especializados, tanto en la Edad Moderna, como en el siglo XIX, en el reinado de Alfonso XIII y la Segunda República. Tal esfuerzo contribuiría a situar el origen genuinamente franquista de los mitos que sobre esta última aún pululan en ciertos sectores de la sociedad española.

¿Hay ejemplos de los que podría tomarse nota? El que más rápidamente me viene a la mente es el de la edición crítica de Mein Kampf por el Instituto de Historia Contemporánea de Munich. Pocos fueron los que leyeron el tocho original (yo solo leí de él en una biblioteca universitaria lo que me interesaba para mi trabajo), pero no cabe duda de que, deglutidas sus conclusiones para la comprensión de los más tiernos infantes en la Alemania nazi, probablemente ejerció una influencia muy considerable.

Cabría objetar que eso costaría mucho dinero y que en estos tiempos de grandes necesidades sociales los recursos monetarios deben dirigirse hacia otros fines más apremiantes. Por eso que no quede: alguien podría comprometerse a reunir a un grupo de historiadores (conjugando generaciones, tendencias y géneros) para demostrar cómo, a pesar de todas sus declaradas buenas intenciones, el franquismo optó por guardarse las espaldas y no dejó nada al azar. Tal edición crítica serviría para desenmascarar a los cantamañanas y regurge-mitos que han invadido el espacio público en términos de frame en los últimos veinte años. En cualquier  caso, en mi próximo libro haré una contribución individual a su desmontaje pero que, por definición, siempre se quedará corta.

El próximo post hará una referencia a bibliografía recomendable.

Segunda República: mitos e historia. Una reflexión. (I)

23 octubre, 2018 at 8:35 am

Ángel Viñas

Los posts anteriores, con los que he reanudado este blog tras la pausa veraniega, los escribí en julio/agosto, bajo el impacto de un accidente doméstico. Empezaron a publicarse en un período en que arreció la discusión pública sobre la exhumación de los restos mortales de Franco, la memoria histórica, los ataques al Gobierno, el tema catalán y el consiguiente enfurecimiento de las discusiones en las redes sociales. En el ínterin, liberado de tener que escribir un post cada semana, me dediqué a lo mío, a buscar EPRE sobre temas controvertidos de nuestra historia contemporánea (que para mí empieza en 1931)  en busca de nueva luz sobre alguno de ellos. Inevitablemente, tras la publicación de EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO, me he concentrado en ciertos aspectos de la conspiración anti-republicana.  

La  preocupación  que ahora tengo no data del verano.  En realidad, ya me daba la lata cuando  escribía dicha obra con mi primo hermano Cecilio Yusta y el  patólogo Dr. Miguel Ull. No sé todavía cuándo llegaré a su fin, aunque mi deseo sería que fuese el año próximo cuando se cumplirá el LXXX aniversario del final de la guerra civil. No de la campaña, como le gusta decir a Francisco Espinosa. Ya tengo el argumento perfilado y en el último mes me he pasado largo tiempo recogiendo EPRE de varios archivos. Ahora he recopilado demasiada.

A lo largo de este tiempo he ido reflexionado sobre las agrias discusiones que todavía levantan en el cuerpo social hispano la historia y la memoria (conceptos no  sinónimos) de la Segunda República. Tratar de dar una explicación razonada a las causas y motivos de tales discusiones requeriría un tratamiento pormenorizado que aquí no puedo hacer. De todas maneras, se ha escrito largo y tendido al respecto. Quien quiera saber algo tiene una abundante literatura a la que acudir. Recuerdo simplemente que en la red pueden encontrarse dos compilaciones bibliográficas en las que he participado. En ambas, expertos más avisados que servidor han desgranado sus ideas. Una de ellas, un número dedicado a la guerra civil de STUDIA HISTORICA. EDAD CONTEMPORÁNEA, de la Universidad de Salamanca, se elevó incluso a la página de mi blog.

Partiré en estos posts, que no serán demasiado numerosos ni tampoco demasiado largos, de una premisa fundamental que descompondré en cuatro afirmaciones. Cada una podría dar lugar a disquisiciones más prolijas, pero eso lo dejo para otro momento.  Mi tesis es que la larga dictadura franquista creó un canon histórico muy bien trabado y trabajado para justificar su advenimiento y explicar, a su manera, el proceso por el cual se llegó a la guerra civil. Este canon

  1. Estableció como hecho irrefutable que su 18 de julio, fecha fundacional, fue absolutamente imprescindible para evitar que la PATRIA (siempre con mayúsculas) se despeñara por el precipicio de la revolución.
  2. En consecuencia, el 18 de julio fue el fin de una etapa desgraciada y el comienzo de una nueva en la ESPAÑA (también con mayúsculas) que fue capaz de exorcizar los demonios que la venían acechando.
  3. La guerra civil –“Cruzada” o “Guerra de Liberación”-, terminó siendo  absolutamente necesaria y estuvo ampliamente justificada, a pesar de todas las calamidades –innegables- que llevó consigo.

Sentadas estas tres premisas, las consecuencias son inevitables:

  • La República, desbordada, incapaz, turbulenta y en definitiva un desastre para España, no podía ni debía ser la fórmula del futuro.
  • Franco apareció como la figura capaz de emprender una nueva etapa al término de la cual se habrían superado los antagonismos de antaño.
  • El Caudillo por la Gracia de Dios, bendecido de la Iglesia y promotor del desarrollo de la PATRIA, resultó ser el hombre providencial para superar un riesgo absolutamente existencial.

Ninguna de estas premisas y ninguna de estas consecuencias responde a los hechos. Son mitos. Mitos, en su momento, movilizadores. Mitos que subsisten en determinados sectores de la sociedad española. ¿Y qué fue la República? En un documento de la época que glosaré en el próximo libro apareció como una anomalía en la historia de España. Como la primera República, solo que mucho más desgraciada.

El papel del mito (sobre lo cual se han escrito millares de volúmenes en las ciencias sociales) consiste para mí en este contexto:

  • Presentar deseos, anhelos o figuraciones como si se tratara de hechos reales.
  • Proyectar una determinada interpretación de tales hechos como si hubiera tenido existencia real.
  • Desvirtuar las acciones concretas de los hombres, en un tiempo concreto, que llevaron a la guerra civil y a la dictadura.

Todos ellos pueden reducirse a uno: la República fue un régimen de perdición. Este mito fundamental se declina hoy de otra manera: fue excluyente, no permitió el juego político democrático, no quiso dar cancha a la oposición, estranguló las conciencias, permitió el auge de los extremismos, amenazó con la descomposición de España. Mitos que surgen de una falaz interpretación del pasado, pero que tienen efectos movilizadores y que pretenden configurar una cierta vía hacia el futuro.

En este camino han dejado de ser efectivas, y no se recurre a ellas, algunas proposiciones en su tiempo absolutamente fundamentales. La más importante es la siguiente: la aviesa garra de Moscú se extendió, golosa, sobre la piel de toro para convertirla en un satélite comunista desde el cual fuera posible dar el salto a la Europa occidental (y por tanto a la civilización cristiana). Con su guerra civil la España católica prestó un servicio vital al mundo libre que, desgraciadamente, tardó demasiado en reconocérselo.

Ha sido sustituida por dos. La primera es que los socialistas, bolchevizados, desgarrados en querellas internas, se rindieron con armas y bagajes a los comunistas y consintieron en hacer el papel que desde Moscú se les asignó. La segunda que la izquierda continuó desempeñando en la guerra civil, muy aumentado, el papel terrorista y destructivo que ya había tenido en los años precedentes de supuesta paz. Y aquí se citan, siempre, el octubre de 1934, la violencia callejera, los asesinatos y, por supuesto, “Paracuellos”. Siempre en línea directa. Los eclesiásticos añaden su propia coda: la República empezó a perseguir a la Iglesia desde 1931, así que tras el 18 de julio lo único que hizo fue continuar su obra destructora.

Acepto que esta exposición, necesariamente limitada, no hace justicia a todas las posiciones anti-republicanas. Incluso en las mencionadas hay muchos más matices, pero los indicados están presentes, de una u otra manera, en la mayor parte de las discusiones, sobre todo en las redes sociales, en la actualidad.

Ignoran que sobre la República y la guerra civil el número de libros escritos es, literalmente, abrumador. Según Eduardo González Calleja sobre la primera podría cifrarse en torno a los 6.000 (sin contar los artículos). Según Sir Paul Preston, el número de libros referido a la guerra civil supera ya los 25.000 (es posible, claro, que entre las dos categorías se dé una cierta superposición).

En mi modesta opinión, para el historiador la situación se presenta como sigue:

  • Es imposible leer más o menos 30.000 volúmenes en una vida útil (digamos de 50 o 60 años) de investigador.
  • Es posible señalar que, en términos generales, todo lo que pueda decirse sobre la República y la guerra civil ya se haya dicho, por alguien, en algún momento, en algún lugar (dejando de lado las vertientes individuales no descollantes y las circunstancias locales).
  • Por consiguiente, uno de los desafíos que tiene el investigador es separar el trigo de la paja, comprobar si algún aspecto de lo dicho o escrito es contrastable, documentable, o no.
  • En este caso el progreso historiográfico depende críticamente de:
  • La disponibilidad de fuentes. Cuantas más, mejor.
  • La aplicabilidad de paradigmas (artilugios conceptuales a través de los cuales se analizan tales fuentes, muy diversas y de categorías múltiples)
  • Los paradigmas no son estáticos. Dependen de los avances en ciencias conexas con la historia y del momento concreto en que se aplican.
  • El resultado es, pues, que el conocimiento histórico, tributario de EPRE y

paradigmas, no puede estar desconectado de las realidades presentes. Una

forma de decir que los hombres (y mujeres) escriben la historia desde las coordenadas de su tiempo.

En resumen, ni hay historia definitiva ni puede haberla. No es solo que cada generación escribe su interpretación del pasado, es que por definición esta es siempre PROVISIONAL en mayor o en menor medida.

En el próximo post hablaré de la historia de la Segunda República.

Hay que machacar a Largo Caballero (y II)

16 octubre, 2018 at 9:26 am

Ángel Viñas

En el post anterior me he quejado de que el último periodista, por ahora, que se ha lanzado a la tarea de dar a conocer los “desmanes” socialistas en la Segunda República basara absurdamente en una fuente que no había consultado. En este pondré en evidencia que también distorsiona fuentes que dice haber leído y que es muy inventivo a la hora de aporrear a Largo Caballero. Con este post, advierto, dejo de ocuparme del Sr. Platón. Si como espero lee mi próximo libro se dará cuenta de que sus supuestas reflexiones, sin pizca de originalidad, pueden echarse abajo simplemente mirando desde otra perspectiva. A diferencia de lo que él hace, con EPRE.

 

En la página 165 de su libro SEGUNDA REPÚBLICA DE LA ESPERANZA AL FRACASO, el Sr. Platón se refiere a un famoso episodio que describe así: “el líder monárquico Antonio Goicoechea visitaba al embajador de Italia, Orazio Pedrazzi, y le informaba de los planes de sublevación”.  En poco más de una línea, cuatro errores: primero, Goicoechea no visitó al embajador; segundo, por consiguiente, tampoco pudo informarle de nada; tercero, lee mal su fuente, que indica correctamente en las notas (es un superconocido libro de mi buen amigo el profesor Ismael Saz); cuarto, lo que Goicoechea hizo fue enviar una carta a Mussolini a través de un mensajero italiano.

Todo ello puede leerse en la obra de este autor y cuyo sentido general el Sr. Platón se lo pasa por el arco de triunfo. Añade después: “Pedrazzi reaccionó ante esta confidencia con la misma incredulidad que el Gobierno de Casares Quiroga”. Bueno, es una explicación un tanto capciosa. Malamente pudo reaccionar si Goicoechea no lo visitó. Sí es cierto, ya lo escribió Saz y lo repite Platón, que Pedrazzi no se creyó los rumores y que el 30 de junio los desmintió en uno de sus despachos.  ¿Qué cabe extraer de ello? Pues que el nuevo historiador presenta de manera torticera el sentido de la carta, a pesar de que Saz lo explicara por activa y por pasiva. El porqué lo dejo al buen sentido de los lectores. Yo tengo una interpretación que no gustará al Sr. Platón.

Mi interpretación no coincide con las tesis del Sr. Platón que, quizá por casualidad, deja fuera de foco muchos datos de interés (“chicha”, en el viejo argot madrileño). Goicoechea no escribió solo en su nombre. Lo hizo también en nombre de Don José Calvo Sotelo y de José Antonio Primo de Rivera, personajes todavía un tanto intocables para la derecha. También, y esto es mi modesta opinión lo más importante, silenció el objetivo de la carta y que Saz detalló cuidadosamente. Estribaba en mendigar a Mussolini una limosna nada despreciable para financiar a los generales comprometidos en el golpe, por si este fallaba y tenían que huir al extranjero. Los dineros que Goicoechea, Calvo Sotelo y Primo de Rivera habían acumulado los habían gastado en financiar “grupos de acción”. Es decir, a sus pistoleros. Claro que podrían pensar que lo hacían por la “buena causa”.  Es decir, además de presentar erróneamente el episodio, el Sr. Platón se abstiene con sumo cuidado de contextualizarlo como cualquier “profe” exigiría a un estudiante de 4º del Grado de Historia.

Dejo aquí el tema, sin detenerme en más interioridades, porque lo que me interesa en este post es la curiosa referencia que hace el Sr. Platón al líder socialista. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valencia, donde fui catedrático un par de años, tan distinguido periodista, que da correctamente la fecha en que se produjo la supuesta visita, el 14 de junio de 1936, afirma que en ese mismo día “Largo Caballero propugnaba la formación de un Ejército Rojo -denominación oficial del Ejército de la URSS hasta 1947”. Lo reproduzco en negritas y lo que voy a argumentar es que, en otro renglón, otra barbaridad. Prudentemente el Sr. Platón no ofrece fuente. ¡Qué cosas! ¿De dónde habrá sacado tan importantísima información que, naturalmente, puede cambiar la interpretación de aquel período de la historia de España?

¿Qué haría un estudiante de 4º de Grado de Historia?  Imagino que, aprovechando -si es de una Universidad pública madrileña, aunque no necesariamente de la URJC, iría a la hemeroteca a husmear lo que dirían los periódicos de la época. Si fuera por nota sabría ya que los periódicos solían presentar, y todavía lo hacen hoy, un mismo episodio con diferentes colores y distintas perspectivas. Si las analizara convenientemente le daría para escribir un trabajo de curso (no de fin de curso, simplemente intermedio). Lanzo la idea por si las moscas.

En lo que a mí respecta no me molesté en ir a la hemeroteca municipal madrileña porque lo único que me interesaba era saber lo que había dicho Largo Caballero y compararlo con la versión del Sr. Platón. Así que en esta ocasión me he limitado a consultar las Obras Completas del político socialista en una primorosa y cuidada edición publicada por la fundación del mismo nombre y que tengo en casa. El volumen 6 contiene los escritos y discursos desde febrero de 1934 hasta el estallido de la sublevación.

A primera vista un recorrido muy superficial llevaría a subrayar que el mismo día 14 de junio de 1936 Largo Caballero habló ante el público. Lo hizo pronunciando no uno sino dos discursos en Oviedo. Ahora bien, para desgracia del Sr. Platón, en ninguno de ellos aparece mención alguna al Ejército rojo. ¡Una pena! para tan exigente pero no demasiado preciso autor.

Ilustrémosle. Fueron discursos con fines distintos. En el primero habló a un público general, en el sentido de que no estaba restringido. En el segundo lo hizo a militantes socialistas (unos trescientos). Por consiguiente, sus palabras se adaptaron a las circunstancias. Con un contenido más amplio en el primer caso. Más concretas y más dirigidas a la militancia en el segundo.

En este segundo discurso hay, sí, un párrafo referido al “ejército proletario del mañana”. Que yo sepa eso no es aludir al “Ejército rojo” soviético.  También hay que ver el contexto.  Una característica de la “historiografía” de derechas escrita por periodistas es que sacan, y a veces mal, una expresión fuera de su contexto y levantan el pollo correspondiente. Aquella mañana del 14 de junio había tenido lugar una manifestación de trabajadores. Largo Caballero los caracterizó como un ejército pacífico. Sí señaló que en un futuro ese ejército podría no ser tan pacífico. Al Ejército realmente existente lo caracterizó de burgués, pero añadió que sus componentes no tenían que temer que los socialistas fuesen contra el ejército. Iban contra un ejército que no estaba “al servicio de las clases trabajadoras y de sus ideas emancipadoras”. Esto era una fórmula estándar en la época. No hay que olvidar jamás que las clases dominantes españolas habían llevado a la sangría de Marruecos a trabajadores y campesinos durante casi veinte años, pero que hasta 1912 se habían servido de un sistema que permitía la sustitución de un llamado a filas por medio de la redención en metálico. Es decir, que cualquier hijo de papá tenía la posibilidad de escabullirse de la “mili” (http://www.belt.es/expertos/HOME2_experto.asp?id=2615).

El PSOE, la CNT y los sectores más disconformes de las clases medias continuaron pronunciándose en contra de una guerra colonial que, aparte de atender a las ambiciones carreristas de los “africanistas”, fue un pozo de corrupción insondable. Únase a ello que, por debajo de las encendidas proclamas de la gloria, de la dignidad, del papel en el mundo de España, a pocos se les ocultaban que la guerra encubría las ambiciones mucho más materiales de una oligarquía que olfateaba buenos negocios en el pedazo de tierra menos económicamente importante del Marruecos español, una vez que de la parte más rica se había apropiado el colonialismo francés. Es decir, que pedir a Largo Caballero que entonara una loa a un Ejército que entonces solo tenía, en la práctica, una misión cual era la de mantener el orden social interno, era como pedir una pera al clásico olmo.

En realidad, Largo Caballero -que conocía los rumores que mencionaban las tendencias sediciosas en el Ejército- lo que indicó es que “en el mundo no todos los países se harán solidarios de las revoluciones socialistas, y nosotros tenemos la obligación no por patriotería, como la clase burguesa, sino para defender nuestros principios con la fuerza material suficiente para defender nuestras ideas dentro y fuera, si es necesario”. La revolución socialista, tan cantada por unos y por otros, se dejaba para el futuro. También, incidentalmente, en el caso soviético. En este, en función de necesidades más apremiantes como era poner un valladar a la amenaza que suponía la expansión del fascismo.

Desde luego, si el Sr. Platón consulta el tomo VI de las Obras completas de Largo Caballero leerá que, desde el público, alguien vociferó algo así como “¡Viva el Ejército Rojo!”. Entusiastas del mismo siempre los hubo, en España y fuera de España, pero esa reacción no puede encasquetársele al conferenciante

Nada de lo que antecede significa que Largo Caballero pretendiese copiar el modelo militar de la Unión Soviética. Hay que deformar sustancialmente sus intenciones y en ninguno de los discursos que sostuvo en el mes y medio que precedió al estallido de la sublevación (en preparación) hizo  referencia al Ejército.

Otra cosa es, naturalmente, lo que pasó después del golpe. Como no triunfó, pero tampoco fracasó, la estructura del Estado se colapsó. Lo habían previsto los conspiradores golpistas. Lo que no previeron es que no se colapsaría del todo y que las masas, armadas e indignadas por la traición de una parte del Ejército, desataron entonces la temida revolución.

¿Y qué hicieron los socialistas, los republicanos burgueses y los comunistas? Pues tratar de crear un nuevo ejército, el Ejército Popular, que pudiera resistir a la fuerza bruta del fascismo, y eso porque en la segunda mitad de julio de 1936 intervinieron en el conflicto español las potencias fascistas. Una, la Alemania nazi, de forma sorpresiva. A pesar de lo que se dice y se escribe y se sigue repitiendo, los nazis no habían participado en los preparativos del golpe. Otra cosa fueron los italianos, pero el Sr. Platón no está demasiado interesado en decir algo acerca del contexto internacional en el que se movió la República y en el que terminó pereciendo.

En fin, al final de estos posts no puedo por menos de preguntar: ¿quién diablos es el Sr. Platón? En años pretéritos la respuesta hubiese exigido largas horas de búsqueda en las hemerotecas, las bibliotecas y las bibliografías al uso. Hoy, con internet y el nunca suficientemente agradecido Mr Google, es mucho más fácil. No cuesta nada encontrar muchas citas. Por ejemplo:

http://www.elmundo.es/elmundo/2004/03/15/comunicacion/1079377834.html

http://cadenaser.com/emisora/2015/12/07/radio_madrid/1449491035_453705.html

https://www.elplural.com/comunicacion/prensa/el-periodista-que-desde-efe-vinculo-eta-con-el-11-m-en-la-jornada-de-reflexion-saca-pecho_41358102

http://memoriahistorica.org.es/tag/miguel-platon/

Pues que bien.

(FIN)

Hay que machacar a Largo Caballero (I)

9 octubre, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

Los recientes dos libros del Sr. Platón, a quien he dedicado los posts anteriores relacionados con el asesinato del general Balmes, son representativos de una tendencia que poco a poco ha ido abriéndose en la publicística de derechas en los últimos años. Dando un salto en el vacío, resulta ahora que el golpe del 18 de julio se dirigió no ya contra los malvados comunistas -rompiendo así una tradición en la historiografía de tal carácter acuñada desde casi el momento mismo de la sublevación- sino contra los socialistas que preparaban una revolución o, en palabras de dicho autor, “un baño de sangre”. Ergo, la sublevación estaba más que justificada.

 

En un librito anterior al que me he referido en los posts precedentes y titulado SEGUNDA REPÚBLICA: DE LA ESPERANZA AL FRACASO, el Sr. Platón afirma, en un apartado titulado “Hacia la catástrofe”, que Largo Caballero, en visita en Londres, manifestó que un “baño de sangre” resolvería la lucha política en España. Un poco fuerte. Cita como fuente a Augusto Assía, seudónimo de un famoso periodista gallego llamado Felipe Fernández Armesto, que publicaba en La Vanguardia como corresponsal en Londres. Al parecer, así se expresó ante los representantes de la prensa española acreditados en la capital británica y nada menos que en la propia embajada española. El episodio parece poco verosímil y el Sr. Platón se cuida mucho de identificar de dónde ha tomado tan significativa afirmación. En un reciente viaje a Madrid, me preocupé de ver en la biblioteca de Historia de la UCM las memorias de Assía, pero el ejemplar que consulté se refiere a un período ulterior.

Claro que, bien informado como está, el Sr. Platón reitera de inmediato su tremenda acusación contra Largo Caballero. Cito literalmente:

En declaraciones al News Chronicle manifestó: “La solución para España, un baño de sangre”.

Ingenuo de mí, pensé que tan distinguido autor habría consultado el News Chronicle, aunque por lo que dijo de Pollard, Dorothy Watson y el Dragon Rapide tuve mis dudas. Como voy con frecuencia a Londres, pensé en consultar el periódico yo mismo. Seguía extrañándome. Un punto en el que coinciden varios testimonios es que dirigentes y miembros del PSOE habían anunciado, incluso públicamente, que un sector del Ejército preparaba una sublevación. Por las vías adecuadas habían hecho llegar sus temores al presidente del Consejo y ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga. Pensar que los socialistas fueran a ser tan locos como para desencadenarla no encaja ni con lo que los historiadores sabemos ni con la situación reinante en la época.

En fin, como este verano he estado muy ocupado con mi próximo libro rogué a un amigo, el profesor Josep Puigsech, que se ha pasado un par de meses en Londres trabajando en archivos y en la British Library, que me fotocopiara la página del News Chronicle en que Largo Caballero, según Don Miguel Platón, habría hecho tan sanguinolenta declaración. Claro que tal periodista no pretende haber leído el News Chronicle (en el supuesto de que sus conocimientos de inglés se lo permitieran). Él cita como fuente la última edición (2010) de un libro de Andrés Trapiello, Las armas y las letras, p. 80.  Así que también la miré en la biblioteca de la Complutense. Y, ciertamente, es lo que escribe el Sr. Trapiello. Estamos, pues, en presencia de una cita basada en otra cita.

Este procedimiento no es de por sí criticable. Yo acudo a otros autores para apoyar mis afirmaciones, pero cuando estas afectan a asuntos graves prefiero ir a las fuentes. Así que he acudido a las fuentes gracias a la benevolencia del profesor Puigsech. ¿Y qué me he encontrado? Pues que es falso, falso de toda falsedad. Ni Trapiello ha leído el News Chronicle ni tampoco lo ha hecho Platón quien, por cierto, en la magra bibliografía en que basa su obra no menciona absolutamente títulos esenciales para la comprensión del proceso de radicalización de un sector del PSOE en la primavera de 1936 y sus antecedentes. Estoy pensando, de memoria, en los trabajos específicos de Marta Bizcarrondo y de Santos Juliá, pero hay más.

Así que, para mostrar cómo trabaja un historiador serio y no un trapisondista, me permitiré traducir los párrafos más relevantes del artículo de J. Langdon-Davies, “Caballero is Here”, publicado en aquel periódico el 9 de julio de 1936. Por cierto, no figura en las obras completas del líder socialista. Los lectores recordarán que el entrevistador fue un notable periodista que no tardó en acudir a España tan pronto como pudo tras el golpe y que dedicó numerosos artículos, recogidos luego en un libro, que ha reeditado con un primoroso prólogo el profesor Paul Preston. El original, Behind the Spanish Barricades, data de 1937, y se encuentra fácilmente en castellano y catalán en sendas ediciones de 2009.

Langdon-Davies presentó Largo Caballero a sus lectores (algo que omito aquí) y señaló que “España, al igual que Francia, se encuentra en la extraña situación de contar con un Gobierno democrático basado en las clases medias y amenazado por una revolución de las derechas y que para su vida misma depende de las izquierdas que no creen realmente en su capacidad de solucionar los problemas económicos y sociales”. Creo que la sucinta descripción es bastante exacta. Ahora traduzco el primer diálogo del artículo:

“Recordé a Largo Caballero el destino que ha tenido la socialdemocracia en Alemania y Austria. ¿No temía que los socialdemócratas españoles siguieran el mismo camino? No -respondió- porque son demasiado fuertes para los fascistas. ¿Por qué lo son? Porque estamos nosotros?, respondió”.

Aquí podemos observar un ejemplo de la hubris que acechó al PSOE y que no era muy diferente de la que acechaba a los militares que iban a sublevarse. Langdon-Davies señaló a sus lectores que el líder socialista era un gran admirador del primer ministro Casares Quiroga y que creía que era la persona adecuada para lidiar con la amenaza fascista. Puede ser una transcripción correcta o no. En general, los líderes socialistas ya no se fiaban demasiado de él, pero el hecho es que según el entrevistador Largo Caballero le alabó por la forma en que se había comportado.

Ahora llega un párrafo más interesante. Según el periodista Largo Caballero resumió su actitud hacia el Gobierno de la forma siguiente: “Estamos dispuestos a ayudarle en la realización de su programa. Lo hemos puesto donde está con nuestro sacrificio en sangre y libertades. No creemos que tendrá éxito. Cuando fracasen, será nuestro turno y será nuestro programa y no el suyo el que pondremos en práctica. Pero mientras ello no se produzca, seremos leales con el Frente Popular y con los republicanos de clase media”. Nada que reprochar a esta aseveración.

Langdon-Davies preguntó entonces cuál era la relación entre la UGT y otros sindicatos [léase CNT]. La respuesta fue que había un claro entendimiento en materia de huelgas. “Cuando se produce una vamos unidos. Tratamos de resolver las diferencias atrayendo a nosotros al común de los sindicalistas”. El lector recordará que la competencia intersindical, sobre la que se ha escrito mucho y bien, fue un factor que estaba detrás de las oleadas huelguísticas de la época y que, a principios de julio de 1936, parecían ir amainando. El periodista, sin embargo, inquirió si no era cierto que había habido una epidemia de huelgas. La respuesta fue que otras tantas habían tenido lugar en 1931 cuando él era ministro de Trabajo. El advenimiento del Frente Popular no cambiaba demasiado los términos de la lucha por obtener mejores condiciones de empleo en pugna con los patronos. Las huelgas eran económicas, no políticas. El éxito de la UGT había erosionado grandemente la capacidad de atracción de la CNT.

Largo Caballero añadió: “Existe, desde luego, un cierto nivel de confusión y de violencia, pero los socialistas nos oponemos a ello, ya sea en lo que se refiere a la quema de iglesias o al asesinato de contrarios. No podemos ser responsables de lo que hagan elementos criminales, ya sean de derechas o de izquierdas”. No hay que olvidar que la primavera de 1936 fue un período de acción-reacción ya que los conspiradores militares aspiraban a crear la sensación de que existía un estado de necesidad que había que cortar por lo sano.

“¿Cree Vd., preguntó el periodista, que el cambio de un gobierno republicano por uno socialista podrá hacerse mediante el voto en las urnas? Realmente no lo sé, -fue la respuesta- pero lo que sí sé es que sin nosotros no habría republicanos. Somos quienes les apoyan y sin nuestro apoyo se esfumarían”.  ¿Cuál es su actitud en temas exteriores? ¿Seguirá siendo España un neutral en las batallas futuras? Ya no hay, en realidad, neutrales. A un lado están los frentes populares de las democracias y Rusia y, del otro, las dictaduras de derechas”. Respecto a la Sociedad de Naciones, que el Gobierno conservador británico había ya debilitado, Largo Caballero afirmó que España continuaría siendo fiel a los principios de la misma. Si la SdN fracasaba, España no sería neutral. Los socialistas eran aliados de los enemigos del fascismo.

Una de las conclusiones del entrevistador fue que era muy de agradecer que hubiera grandes líderes populares y que, incluso en aquellos tiempos turbulentos, evitaran apelar a una emocionalidad desbordante.

Y ahora, mi pregunta a los Sres. Platón y Trapiello: ¿dónde encuentran en esta entrevista menciones a un “baño de sangre” o a la necesidad de la violencia?  Pues así, algunos escriben -dicen- historia. Se inventan fuentes, se inventan hechos y sobre ellos edifican invectivas y descalificaciones.

Y otra pregunta al Sr. Platón. Servidor ha confesado haberse equivocado en el empleo del general Romerales y haberle puesto al nivel de división cuando solo era de brigada. Para él, sin duda, el equivalente poco menos a un pecado nefando. Lo mismo hice con el general Gómez Morato que no fue ejecutado. Errores lamentables, producto del descuido y de no consultar el Anuario Militar o, en último término, Wikipedia. ¿Qué hará el Sr. Platón? No es el único renuncio.  El del próximo post es más sangrante.

(Continuará)

Hay que salvar la leyenda del accidente del general Balmes y también el honor de Franco (y V)

2 octubre, 2018 at 9:09 am

Ángel Viñas

Los posts anteriores pueden considerarse como un mero aperitivo, justificado no por ganas de comer sino porque la obra del Sr. Platón es de naturaleza a abrir el apetito. Evidentemente la escribió cuando todavía no se había publicado EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO. Sus ganas de, a última hora, insertar media página de bobadas son, por así decirlo, patéticas. Cualquiera que compare las dos obras observará que lo que la nuestra hace, anticipadamente, es arrojar muchas dudas sobre la versión mirífica hacia Franco que Don Miguel Platón ha lanzado al mercado. Según él, Franco estuvo por encima de todos a la hora de planear la conspiración. Por encima de Sanjurjo y de Mola. Un problema: se basa en un montón de supercherías inventadas por el propio Franco, cuando sus potenciales rivales estaban criando malvas desde hacía varios años. Y, encima, se apoderó de los papeles del segundo. De creer a Maíz, a quien el Sr. Platón cita mucho (pero en este caso no), en la misma mañana de su accidente ya desapareció el cuaderno de guerra de Mola. Un pillín, aquel Franco.

 

En la conexión británica es lamentable que nuestro estimado crítico no haya ni siquiera situado al capitán Pollard.  A él hace referencia en la página 122. Afirma que su información procede de “los archivos oficiales británicos” (los lectores observarán el grado de precisión que encierra tal referencia) y que Pollard había trabajado para el Servicio de Inteligencia Exterior, el afamado Secret Intelligence Service o SIS. No dice cómo obtuvo tal información, pero es cierto que tampoco pretende haber ido a los archivos oficiales británicos. Para eso hay que aspirar a nota, al reconocimiento de la grey de historiadores o a querer abrir algún caminito nuevo.

No extraña así que lo que afirma está plagado de errores. No está demostrado que antes de 1936 Pollard hubiese trabajado para el SIS. De aquí que la referencia a los archivos pretenda proporcionar un mero ropaje de “verdad” a sus afirmaciones. Servidor demostró que Pollard sí trabajó para el Intelligence Corps en la primera guerra mundial. Después se dedicó, lo que ya era conocido, a labores de inteligencia durante el conflicto irlandés. En el primer caso, servidor añadió que en una situación que plantea, cuando menos, interrogantes. Del segundo caso se sabe poco y, por si el Sr. Platón lo ignora, tampoco figura en ninguna de las historias estándard de la inteligencia británica en el mismo, escritas bien por historiadores británicos o irlandeses. Si no me cree, está invitado a rectificarme con mención de sus fuentes.

Es cierto que en Kew (que naturalmente no figura ni por asomo en la historia escrita por el Sr. Platón) hay un expediente sobre Pollard y también que se ha publicado un artículo del que se sirve mínimamente pero que tan estimable autor por supuesto no menciona, quizá porque en realidad le cueste algo de trabajo leer inglés. Servidor ha hecho en sus obras la debida referencia a los mismos. Señalaré a los lectores que tal expediente se refiere a su ingreso en el SOE en 1939, en una sección especial que más tarde se incorporó al SIS. Para el período anterior la única EPRE disponible es su hoja de servicios del War Office que me costó mucho trabajo conseguir porque tuve que presentar una copia del certificado de defunción con su fecha y no fue nada fácil averiguar qué oficina del registro civil inglés, muy descentralizado, lo había expedido. Por dicha hoja de servicios pude determinar que el grado al que había llegado en el Ejército no era, en realidad, el de comandante sino el de capitán. El Sr. Platón, que tanto me ha reprochado que me equivocara con el general Romerales y el coronel Saenz de Buruaga, debería haber estado atento a tales detalles. No es lo mismo ser jefe que mero oficial. Sin detenerme, como han hecho otros autores, en algunas de las sugerencias que Pollard hizo a la Superioridad y que le costaron el cese inmediato por lo que podríamos describir como incompetencia, si no imbecilidad, no he dejado nunca lugar a dudas de que Pollard está sobrevalorado en esa literatura que no maneja las fuentes adecuadas.

Al menos, el Sr. Platón debería haber leído a Day. Informó de algunas cosas a las que yo no había prestado atención pero que demostraron la temprana afición de Pollard por el trabajo clandestino. Ahora bien, fuera del SIS y de la Inteligencia Naval, lo que había entonces en el Reino Unido era la Inteligencia Militar (IM) y la Special Branch de Scotland Yard, que en este tema no contaría nada. Es muy verosímil que trabajara para la IM, pero no es seguro. Menos aún está demostrado que lo hiciera para el SIS en los años veinte. Mi creencia es que siguió con la IM. Es improbable que participara como agente en la operación del Dragon Rapide, pero no lo es que fuera como explorador por cuenta de la IM a ver qué diablos pasaba en Canarias, un punto sensible para ciertas inversiones británicas y para la Royal Navy. Todo esto lo expliqué en 2012 pero al Sr. Platón le da igual.

Es más, como las fuentes de información que no estén en el idioma patrio no son su fuerte es posible que haya recurrido solapadamente a la entrada de MI6 en la edición en castellano de Wikipedia con el fin de dorar blasones ante sus lectores.  Solo así puede entenderse que al servicio de inteligencia exterior lo llame Military Intelligence, Sexto Departamento. Error. El SIS no fue nunca un departamento de la IM. Debería haber leído no Wikipedia, si tal fue su fuente, sino la historia, aunque sea oficial, de MI6 debida al profesor Keith Jeffery. La dependencia fue exclusivamente nominal. Yo cito tal obra -y pongo de relieve sus lagunas en relación con España- en mi libro de 2012. Por cierto, los británicos no utilizaban el término Departamento sino el de Sección, como se hacía en España. Departamento se aplicaba al GRU (el servicio de inteligencia del Ejército rojo y su sucesor). No comprendo por qué lo utiliza para el SIS.

Lo he dicho muchas veces, pero lo repito de nuevo. LOS ARCHIVOS DEL SIS ESTÁN CERRADOS A CAL Y CANTO. SALVO LO QUE HA ESCRITO JEFFERY Y ALGUNOS DOCUMENTOS DESPERDIGADOS QUE SE ENCUENTREN N EN OTROS ARCHIVOS, NADA DE LO QUE CONTENGAN ES CONOCIDO. NO SE HA DESCLASIFICADO NINGUN PAPEL EN RELACIÓN CON LA MONARQUÍA, LA REPUBLICA, LA GUERRA CIVIL Y EL FRANQUISMO. SÍ ALGO, CON LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y ESPAÑA, PERO POCO.

El Sr. Platón juega con sus fuentes (que, ciertamente, no son muy amplias) según le da la gana. Como tampoco parece que sepa mucho de aviación, no repara en que el camelo que divulgó Bolín acerca de un radiotelegrafista a bordo del aparato ofrece demasiados agujeros. El Dragon Rapide no tenía espacio para una estación de radiotelegrafía. Incluso, probablemente, ni siquiera un asiento adicional que pudiera acomodar a quien lo manejase y que no necesitaba.

Esto viene a cuento de que las escasas fuentes utilizadas por nuestro crítico no añaden ni una miserable molécula de conocimiento a lo que ya se había escrito. Fiarse de Víctor Zurita, de Arrarás el hagiógrafo sin límites o del embustero Bolín es limitarse a hacer historia-ficción. Los tres fueron unos mitógrafos compulsivos y, probablemente, bien remunerados. A Bolín, no lo oculto, lo tengo entre ceja y ceja y demostraré en otro caso -en mi próximo libro- cómo no hay que tomarle muy en serio.

Nosotros hemos utilizado críticamente un amplio abanico de fuentes disponibles (hay una a la que no hemos tenido acceso y lo hemos indicado). También hemos señalado que, probablemente, existirán otras. Hemos dado varios nombres como posibles autores del asesinato, pero de entre ellos solo uno tuvo una carrera ulterior protegido por la benevolencia sin límites de Franco. Nadie ha explicado por qué. Y como el asesinato tuvo lugar echamos marcha atrás y subrayamos que Franco ya pensaba en la eventual necesidad de eliminar a Balmes en el mes de mayo de 1936, si no antes. Que, de no haber sido así, al comandante general de Canarias un militar de medio pelo osara decirle que estaba dispuesto a prescindir de sus superiores y que el futuro Caudillo, supuesto ejemplo de las más excelsas virtudes militares, no reaccionara como hubiera hecho cualquier otro en su lugar es desconocer que el deber de Franco (ojo, hablamos de deber) hubiera sido mandarlo callar inmediatamente y arrestarlo en el acto. Pero no, Franco se regocijó como un “padrone” cualquiera y se lo contó a su primo hermano y ayudante que, un poco obtuso como era, lo dejó grabado en sus memorias.

Los historiadores, en general, no cuentan cuentos. Aplican técnicas de análisis riguroso a las fuentes. El Sr. Platón las ignora. Cree ingenuamente que los episodios que difundió la propaganda franquista solo tienen una explicación, la que los sublevados y sus acólitos dieron y mantuvieron durante la dictadura.

Mientras tanto, tal vez podría explicar a sus lectores una curiosa circunstancia. Hubiera sido pedir peras al olmo que la identificase su fuente: entre los efectos entregados a la jurisdicción militar que llevaba el general Balmes en el momento de su “accidente” figuraron unos shorts y una camisa de seda rayada. Estoy seguro de que, con su simpar conocimiento de los asuntos militares, el Sr. Platón conservará en su poder documentación que demuestre que el general Balmes tenía la curiosa costumbre de visitar los cuarteles de su guarnición y pasar revista a las guardias que se formaban en su honor vistiendo un uniforme un tanto imaginativo. Nosotros lo hemos resaltado en varias ocasiones. Suponemos (lo he escrito en este blog) que poco de lo que se cuenta del comportamiento del general en la mañana del 16 de julio de 1936 realmente ocurrió, pero el historiador no puede inventar. Debe atenerse a los documentos.  Pero, por favor, que no insista en que el general Balmes era monárquico para explicar que por ello iba a seguir a Franco ciegamente. También lo habían sido muchos de los militares que los sublevados ejecutaron y metieron en la “trena” tras el 18 de julio. Todos habían ganado sus estrellas en la Monarquía. Lo que en una fecha límite contó fue otro aspecto: quienes estaban dispuestos a demostrar que se tomaban en serio su juramento de fidelidad y quienes estuvieron encantados en romperlo y encima se refocilaron en su supuesto honor durante varias décadas de dictadura.

(No ignoro, en este comienzo de otoño, que un historiador canario, Ramiro Rivas García, publicó el pasado mes de mayo un libro titulado …Y Franco salió de Tenerife, editorial Laertes. Su capítulo XXI, pp. 248-281, “La muerte del general Balmes, ¿accidente, suicidio o asesinato?”, se decanta por la primera tesis. No tuvo, lógicamente, tiempo de conocer EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO, pero no se le ocurrió hacer lo que hizo el Sr. Platón. El libro no nos induce a modificar nuestra argumentación, aunque sí podríamos hacer unos retoques marginales en relación con un asunto estrictamente colateral).

FIN