Hay que salvar la leyenda del accidente del general Balmes y también el honor de Franco (y V)

2 octubre, 2018 at 9:09 am

Ángel Viñas

Los posts anteriores pueden considerarse como un mero aperitivo, justificado no por ganas de comer sino porque la obra del Sr. Platón es de naturaleza a abrir el apetito. Evidentemente la escribió cuando todavía no se había publicado EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO. Sus ganas de, a última hora, insertar media página de bobadas son, por así decirlo, patéticas. Cualquiera que compare las dos obras observará que lo que la nuestra hace, anticipadamente, es arrojar muchas dudas sobre la versión mirífica hacia Franco que Don Miguel Platón ha lanzado al mercado. Según él, Franco estuvo por encima de todos a la hora de planear la conspiración. Por encima de Sanjurjo y de Mola. Un problema: se basa en un montón de supercherías inventadas por el propio Franco, cuando sus potenciales rivales estaban criando malvas desde hacía varios años. Y, encima, se apoderó de los papeles del segundo. De creer a Maíz, a quien el Sr. Platón cita mucho (pero en este caso no), en la misma mañana de su accidente ya desapareció el cuaderno de guerra de Mola. Un pillín, aquel Franco.

 

En la conexión británica es lamentable que nuestro estimado crítico no haya ni siquiera situado al capitán Pollard.  A él hace referencia en la página 122. Afirma que su información procede de “los archivos oficiales británicos” (los lectores observarán el grado de precisión que encierra tal referencia) y que Pollard había trabajado para el Servicio de Inteligencia Exterior, el afamado Secret Intelligence Service o SIS. No dice cómo obtuvo tal información, pero es cierto que tampoco pretende haber ido a los archivos oficiales británicos. Para eso hay que aspirar a nota, al reconocimiento de la grey de historiadores o a querer abrir algún caminito nuevo.

No extraña así que lo que afirma está plagado de errores. No está demostrado que antes de 1936 Pollard hubiese trabajado para el SIS. De aquí que la referencia a los archivos pretenda proporcionar un mero ropaje de “verdad” a sus afirmaciones. Servidor demostró que Pollard sí trabajó para el Intelligence Corps en la primera guerra mundial. Después se dedicó, lo que ya era conocido, a labores de inteligencia durante el conflicto irlandés. En el primer caso, servidor añadió que en una situación que plantea, cuando menos, interrogantes. Del segundo caso se sabe poco y, por si el Sr. Platón lo ignora, tampoco figura en ninguna de las historias estándard de la inteligencia británica en el mismo, escritas bien por historiadores británicos o irlandeses. Si no me cree, está invitado a rectificarme con mención de sus fuentes.

Es cierto que en Kew (que naturalmente no figura ni por asomo en la historia escrita por el Sr. Platón) hay un expediente sobre Pollard y también que se ha publicado un artículo del que se sirve mínimamente pero que tan estimable autor por supuesto no menciona, quizá porque en realidad le cueste algo de trabajo leer inglés. Servidor ha hecho en sus obras la debida referencia a los mismos. Señalaré a los lectores que tal expediente se refiere a su ingreso en el SOE en 1939, en una sección especial que más tarde se incorporó al SIS. Para el período anterior la única EPRE disponible es su hoja de servicios del War Office que me costó mucho trabajo conseguir porque tuve que presentar una copia del certificado de defunción con su fecha y no fue nada fácil averiguar qué oficina del registro civil inglés, muy descentralizado, lo había expedido. Por dicha hoja de servicios pude determinar que el grado al que había llegado en el Ejército no era, en realidad, el de comandante sino el de capitán. El Sr. Platón, que tanto me ha reprochado que me equivocara con el general Romerales y el coronel Saenz de Buruaga, debería haber estado atento a tales detalles. No es lo mismo ser jefe que mero oficial. Sin detenerme, como han hecho otros autores, en algunas de las sugerencias que Pollard hizo a la Superioridad y que le costaron el cese inmediato por lo que podríamos describir como incompetencia, si no imbecilidad, no he dejado nunca lugar a dudas de que Pollard está sobrevalorado en esa literatura que no maneja las fuentes adecuadas.

Al menos, el Sr. Platón debería haber leído a Day. Informó de algunas cosas a las que yo no había prestado atención pero que demostraron la temprana afición de Pollard por el trabajo clandestino. Ahora bien, fuera del SIS y de la Inteligencia Naval, lo que había entonces en el Reino Unido era la Inteligencia Militar (IM) y la Special Branch de Scotland Yard, que en este tema no contaría nada. Es muy verosímil que trabajara para la IM, pero no es seguro. Menos aún está demostrado que lo hiciera para el SIS en los años veinte. Mi creencia es que siguió con la IM. Es improbable que participara como agente en la operación del Dragon Rapide, pero no lo es que fuera como explorador por cuenta de la IM a ver qué diablos pasaba en Canarias, un punto sensible para ciertas inversiones británicas y para la Royal Navy. Todo esto lo expliqué en 2012 pero al Sr. Platón le da igual.

Es más, como las fuentes de información que no estén en el idioma patrio no son su fuerte es posible que haya recurrido solapadamente a la entrada de MI6 en la edición en castellano de Wikipedia con el fin de dorar blasones ante sus lectores.  Solo así puede entenderse que al servicio de inteligencia exterior lo llame Military Intelligence, Sexto Departamento. Error. El SIS no fue nunca un departamento de la IM. Debería haber leído no Wikipedia, si tal fue su fuente, sino la historia, aunque sea oficial, de MI6 debida al profesor Keith Jeffery. La dependencia fue exclusivamente nominal. Yo cito tal obra -y pongo de relieve sus lagunas en relación con España- en mi libro de 2012. Por cierto, los británicos no utilizaban el término Departamento sino el de Sección, como se hacía en España. Departamento se aplicaba al GRU (el servicio de inteligencia del Ejército rojo y su sucesor). No comprendo por qué lo utiliza para el SIS.

Lo he dicho muchas veces, pero lo repito de nuevo. LOS ARCHIVOS DEL SIS ESTÁN CERRADOS A CAL Y CANTO. SALVO LO QUE HA ESCRITO JEFFERY Y ALGUNOS DOCUMENTOS DESPERDIGADOS QUE SE ENCUENTREN N EN OTROS ARCHIVOS, NADA DE LO QUE CONTENGAN ES CONOCIDO. NO SE HA DESCLASIFICADO NINGUN PAPEL EN RELACIÓN CON LA MONARQUÍA, LA REPUBLICA, LA GUERRA CIVIL Y EL FRANQUISMO. SÍ ALGO, CON LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y ESPAÑA, PERO POCO.

El Sr. Platón juega con sus fuentes (que, ciertamente, no son muy amplias) según le da la gana. Como tampoco parece que sepa mucho de aviación, no repara en que el camelo que divulgó Bolín acerca de un radiotelegrafista a bordo del aparato ofrece demasiados agujeros. El Dragon Rapide no tenía espacio para una estación de radiotelegrafía. Incluso, probablemente, ni siquiera un asiento adicional que pudiera acomodar a quien lo manejase y que no necesitaba.

Esto viene a cuento de que las escasas fuentes utilizadas por nuestro crítico no añaden ni una miserable molécula de conocimiento a lo que ya se había escrito. Fiarse de Víctor Zurita, de Arrarás el hagiógrafo sin límites o del embustero Bolín es limitarse a hacer historia-ficción. Los tres fueron unos mitógrafos compulsivos y, probablemente, bien remunerados. A Bolín, no lo oculto, lo tengo entre ceja y ceja y demostraré en otro caso -en mi próximo libro- cómo no hay que tomarle muy en serio.

Nosotros hemos utilizado críticamente un amplio abanico de fuentes disponibles (hay una a la que no hemos tenido acceso y lo hemos indicado). También hemos señalado que, probablemente, existirán otras. Hemos dado varios nombres como posibles autores del asesinato, pero de entre ellos solo uno tuvo una carrera ulterior protegido por la benevolencia sin límites de Franco. Nadie ha explicado por qué. Y como el asesinato tuvo lugar echamos marcha atrás y subrayamos que Franco ya pensaba en la eventual necesidad de eliminar a Balmes en el mes de mayo de 1936, si no antes. Que, de no haber sido así, al comandante general de Canarias un militar de medio pelo osara decirle que estaba dispuesto a prescindir de sus superiores y que el futuro Caudillo, supuesto ejemplo de las más excelsas virtudes militares, no reaccionara como hubiera hecho cualquier otro en su lugar es desconocer que el deber de Franco (ojo, hablamos de deber) hubiera sido mandarlo callar inmediatamente y arrestarlo en el acto. Pero no, Franco se regocijó como un “padrone” cualquiera y se lo contó a su primo hermano y ayudante que, un poco obtuso como era, lo dejó grabado en sus memorias.

Los historiadores, en general, no cuentan cuentos. Aplican técnicas de análisis riguroso a las fuentes. El Sr. Platón las ignora. Cree ingenuamente que los episodios que difundió la propaganda franquista solo tienen una explicación, la que los sublevados y sus acólitos dieron y mantuvieron durante la dictadura.

Mientras tanto, tal vez podría explicar a sus lectores una curiosa circunstancia. Hubiera sido pedir peras al olmo que la identificase su fuente: entre los efectos entregados a la jurisdicción militar que llevaba el general Balmes en el momento de su “accidente” figuraron unos shorts y una camisa de seda rayada. Estoy seguro de que, con su simpar conocimiento de los asuntos militares, el Sr. Platón conservará en su poder documentación que demuestre que el general Balmes tenía la curiosa costumbre de visitar los cuarteles de su guarnición y pasar revista a las guardias que se formaban en su honor vistiendo un uniforme un tanto imaginativo. Nosotros lo hemos resaltado en varias ocasiones. Suponemos (lo he escrito en este blog) que poco de lo que se cuenta del comportamiento del general en la mañana del 16 de julio de 1936 realmente ocurrió, pero el historiador no puede inventar. Debe atenerse a los documentos.  Pero, por favor, que no insista en que el general Balmes era monárquico para explicar que por ello iba a seguir a Franco ciegamente. También lo habían sido muchos de los militares que los sublevados ejecutaron y metieron en la “trena” tras el 18 de julio. Todos habían ganado sus estrellas en la Monarquía. Lo que en una fecha límite contó fue otro aspecto: quienes estaban dispuestos a demostrar que se tomaban en serio su juramento de fidelidad y quienes estuvieron encantados en romperlo y encima se refocilaron en su supuesto honor durante varias décadas de dictadura.

(No ignoro, en este comienzo de otoño, que un historiador canario, Ramiro Rivas García, publicó el pasado mes de mayo un libro titulado …Y Franco salió de Tenerife, editorial Laertes. Su capítulo XXI, pp. 248-281, “La muerte del general Balmes, ¿accidente, suicidio o asesinato?”, se decanta por la primera tesis. No tuvo, lógicamente, tiempo de conocer EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO, pero no se le ocurrió hacer lo que hizo el Sr. Platón. El libro no nos induce a modificar nuestra argumentación, aunque sí podríamos hacer unos retoques marginales en relación con un asunto estrictamente colateral).

FIN