EL TERCER GRAN LEGADO DE FRANCO

21 julio, 2015 at 8:30 am

Echando un vistazo a la literatura neo o para-franquista no es difícil discernir que en ella ocupan un lugar preeminente tres «grandes» legados. El primero es haber derrotado a los «rojos» y a su cobertura, la Segunda República. El segundo haber preservado la neutralidad en la guerra mundial. El tercero presidir la época de mayor crecimiento de la economía española. Es el equivalente funcional del que, hasta 1939, se atribuía a Hitler: haberse encontrado con un país hundido económicamente y, en menos de seis años, eliminar el desempleo.

Franco y Carrero Blanco a bordo del AzorEn el caso alemán, claro, luego vino la guerra mundial, su larga serie de victorias y su final con el crepúsculo de los dioses nazis. La recuperación económica alemana de 1933 a 1939 se ha pasado por la lupa. Sus mecanismos se han explicado hasta la saciedad.

En el caso español también hemos hecho lo mismo historiadores y economistas. España disfrutó de una bonanza económica entre 1960 y 1970 pero ¿por qué?, ¿cómo?

Historiadores como Stanley G. Payne y Jesús Palacios no tienen ninguna duda en cuanto a las respuestas: la gran habilidad de Franco como «último regeneracionista», su deseo de hacer de España una potencia moderna y fuerte.

Esto no es sino una burda tergiversación de una historia que, formalente, se inició hoy hace 56 años, el 21 de julio de 1959. Aquel día Franco firmó el Decreto-ley de Ordenación Económica, base de la única operación estratégica de gran calado que la dictadura fue capaz de emprender en el plano económico y con consecuencias profundas.

Los lectores que tecleen en wikipedia «plan de estabilización de 1959» encontrarán una sucinta descripción ni particularmente mala ni particularmente buena (lamento que omita, además, el papel del profesor Manuel Varela, qepd, entonces secretario general técnico de Comercio).

Un apunte. Cuando el Banco Exterior de España (BEE) me encargó en 1976 que, con un equipo, preparase un estudio sobre la política comercial exterior desde 1931 a 1975 para conmemorar el L aniversario de su fundación, lo primero que hice fue pedir autorización para acceder a los archivos gubernamentales del franquismo.

Entre los puntos que pretendía aclarar era la génesis del plan de estabilización. El Decreto-ley de 1959 me pilló en Alemania y todavía recuerdo haber leído en el periódico de Hamburgo Die Welt la noticia. Poco después, lei también la referencia a una advertencia hecha por el Cardenal Primado y Arzobispo de Toledo a los peligros del baile agarrado. La España de la época era realmente diferente.

Gracias al entonces director general del BEE, profesor Rafael Martínez Cortiña (qepd) pude trabajar en los archivos de los Ministerios de Asuntos Exteriores, Comercio, Hacienda, Industria y Presidencia del Gobierno amén del Banco de España y del IEME (Instituto Español de Moneda Extranjera).

Los tres volúmenes que componen la obra, aparecida en 1979, abordaron documentalmente las etapas de la Segunda República, la guerra civil, la autarquía y la estabilización. La del crecimiento se hizo en plan analítico. Rastreamos, hasta donde fue posible, el proceso de formación de las políticas concernidas. Era algo que, hasta donde se me alcanza a recordar, no se había hecho todavía hasta entonces en España. No por falta de medios personales sino de facilidades institucionales.

Todos, salvo uno, de los compañeros que participamos en aquella aventura recordarán lo que sufrimos: el embajador Senén Florensa (jefe de fila para la Segunda República), el hoy secretario de Estado para la UE Fernando Eguidazu (transversalmente para la política contingentaria y de control de cambios), Carlos Fernández Pulgar (qepd) para el ambiente ideológico de la autarquía y Julio Viñuela (para el crecimiento tras la estabilización).

Hubo que sortear dificultades. Por ejemplo, la interpuesta por aquel genio de la política patria Leopoldo Calvo-Sotelo (qepd), a la sazón ministro para las relaciones con las Comunidades Europeas, que se enfureció porque el libro podría dar munición a los comunitarios en sus negociaciones con España. Revelaba, ciertamente, algunos de los mecanismos por los que la dictadura había introducido un alto nivel de protección encubierta contra las mercancías extranjeras. Muy a tono con los postulados en los que Franco siempre creyó.

Al Caudillo hubo que sacarle el plan con fórceps. Fue un parto duro, largo y difícil cuyos antecedentes se remontan, en ciertos círculos económicos ilustrados de la Administración, hasta por lo menos 1954. ¿Quiénes se opusieron a él con tenacidad? Franco y su escudero el almirante Luis Carrero Blanco, ministro subsecretario de la Presidencia del Gobierno.

De él encontré una «Introducción al estudio de un plan coordinado de aumento de la producción nacional» que redactó, o le ayudaron a redactar, en la primavera de 1957 y que constituye una sublime profesión de fé en las virtudes de lo que los economistas suelen denominar «crecimiento hacia adentro», una expresión edulcorada para lo que las potencias fascistas llamaban, pura y simplemente, autarquía. En sus virtudes creyó Franco, tras según él haber leído la tira sobre temas económicos, desde la guerra civil hasta que se vio obligado a tirar la toalla.

Carrero Blanco, que tanto ayudó al excelso Caudillo en sus maniobras políticas, también le había apoyado en sus curiosas estrategias económicas. Entre los dos se preocuparon cuidadosamente de que la economía española y la internacional se mantuviesen disociadas. Solo la amenaza de insolvencia en los pagos internacionales con unos débitos en divisas a corto, medio y largo plazos imposibles de satisfacer con las entradas en moneda extranjera indujo a ambos prohombres a dejar hacer a quienes sabían. El resultado fue el Decreto-ley de hace 56 años. Con ayuda del FMI y de otros técnicos extranjeros. Un francés, Gabriel Ferras, redactó incluso el borrador de justificación.

Años después de la publicación del libro tuve necesidad de bucear de nuevo en los archivos de la Presidencia del Gobierno. Encontré entonces en el acta de la primera o segunda reunión de la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos, probablemente en abril de 1957, un discurso anejo de Franco. Lo fotocopié y guardé como oro en paño hasta perderlo en alguno de mis mudanzas internacionales.

Gracias a una buena amiga, la profesora Paloma Villota, traté de localizarlo hacia 1998. Le dijeron que naranjas de la China. Volví a la carga hacia 2006. Era ya entonces secretario general de la Presidencia el embajador Nicolás Martínez-Fresno quien ordenó la búsqueda del famoso discurso. ¡Había desaparecido! Se encontraron, eso sí, varios saludas en los que López Rodó lo distribuyó a los ministros encareciéndoles su lectura. Se subrayaba la importancia de las manifestaciones de Su Excelencia el Jefe del Estado con respecto al guayule.

Consulten los lectores el diccionario: planta cauchífera que crecía (hoy ya no lo sé) en los arenales de Huelva. Fue la explotación industrial del guayule una de las brillantes ideas que SEJE introdujo en su discurso para remediar el problema de la falta de caucho. Y sin él, claro, los camiones y camionetas no podrían cumplir su esencial labor de «unir a todos los hombres y tierras de España».

No crea el lector que Payne/Palacios han perdido el tiempo leyendo la obra.