Un testimonio que desconocía de la barbarie nazi

10 septiembre, 2019 at 5:59 pm

Ángel Viñas

En la segunda semana de (cortas) vacaciones de este verano estuvimos en Trieste y Eslovenia. Desde hacía tiempo tenía gana de visitar la región. La primera y única vez que viajé a ella fue en 1968 (¡) acompañando al Profesor José Luis Sampedro y a Pedro Solbes para participar en un seminario internacional en Ljubljana organizado por los cuáqueros norteamericanos. Entonces Pedro y servidor éramos dos jovencísimos funcionarios que habíamos ganado las oposiciones en el mes de marzo anterior. Desde Ljubljana hice un largo recorrido por los que entonces se llamaban países del este (salvo la URSS y Albania) durante mes y medio. Por unos días no me sorprendió la invasión de Checoslovaquia. Por motivos profesionales había regresado varias veces a Croacia y Bosnia tras las guerras de la antigua Yugoslavia, pero no había vuelto ni a Trieste ni a Eslovenia.

 

En Trieste en la segunda mitad de los años setenta se ha recuperado el testimonio a que alude el título de este post y de lo que servidor no se había enterado. Se trata de un campo nazi de prisioneros un tanto especial. Fue establecido hacia 1943 para albergar a los soldados italianos tras la volte face del primer gobierno postmussoliniano. Se trata de unos edificios que habían sido primero una descascarilladora de arroz (de aquí el nombre de risiera), después un almacén del Regio Esercito y desde 1940 un cuartel. Estaba situado fuera de los estrechos confines de la ciudad, pero hoy se encuentra dentro del casco urbano.

En la jerga nazi fue un Polizeihaftlager (PHL), es decir, una serie de edificios en los que se encarcelaba a detenidos policiales (un eufemismo propio de la afición nazi-fascista -y franquista- a tender sobre la dura realidad el manto de la ambigüedad burocrática). Por él pasaron, aparte de soldados italianos que habían hecho armas contra los invasores, ciudadanos judíos desprovistos de sus derechos, partisanos contra el fascismo y el nazismo y resistentes de toda laya contra ambos regímenes, generalmente en tránsito hacia otros campos mucho más letales, pero con frecuencia también para ejecutarlos en Trieste.

Se trata, en realidad, del único PHL de los cuatro que existieron en territorio italiano. Los otros tres se encuentran en Fossoli (Emilia-Romagna), Borgo San Dalmazio (Piamonte) y Bolzano (Alto Adigio). Es también el único en haber contado con un crematorio. Naturalmente no por casualidad. A partir de 1949, remozado, sirvió de campo de alojamiento de refugiados procedentes de ciertos países del Este. En esta época dio acogida por término medio hasta 1.500 personas, pero el número de llegadas solía ascender a unas 8.000 al año. Fueron, en su mayor parte, yugoslavos y también rusos, búlgaros, rumanos y albaneses. Se mezclaron igualmente refugiados privados de su nacionalidad por los gobiernos respectivos. Muchos permanecieron en la Risiera hasta cinco años.

Según la historia oficial del campo lo que quedaba de sus edificios fue declarado monumento nacional en 1965. Lo hizo el presidente de la República, el socialista Giuseppe Saragat. Más adelante, se derribaron en su mayoría  (el crematorio lo habían hecho los propios nazis para ocultar sus crímenes) y se reconstruyeron como tal monumento con una estructura en la que la simbología desempeña un papel determinante. Hoy se conoce como Risiera di San Sabba y fue inaugurado oficialmente en abril de 1975. No extrañará que a mi no me sonara de nada durante mi primera corta visita siete años antes.

En la Risiera (arrocería) los detenidos no llevaban uniformes rayados, ni tampoco tenían un número tatuado en el antebrazo. No conocían los triángulos de colores (para judíos, políticos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, delincuentes de derecho común, etc.) que se usaban en otros campos. Como, oficialmente, no era un campo de “trabajo” propiamente dicho (Arbeitslager), los prisioneros solo estaban obligados a cortar leña, afanarse en talleres, hacer de carpinteros o mantener los edificios.

Se ha reconstruido en lo posible con los materiales originales toda una serie de micro-celdas (17) que en condiciones normales servirían para albergar a un prisionero pero en las que se metían hasta media docena e incluso a veces más. También se ha conservado la celda de los condenados a muerte, adonde iban a parar aquellos cuya estancia en el campo iba a ser muy corta. En el lugar del crematorio se elevan hacia el firmamento infinito tres largas flechas de hierro.

En mi “biblia” de los campos nazis, el conocido libro de Nikolaus Wachsmann (publicado por Crítica y ya en su tercera edición) la Risiera no figura. Tras larguísimas dilaciones en 1976 se realizó una investigación judicial en toda regla para determinar, entre otros aspectos, el número de víctimas y sus funciones en el mapa del universo concentracionario nazi a la vez que se buscaba depurar responsabilidades. Según la historia oficial, el juicio duró desde el 16 de febrero al 28 de abril y participaron casi doscientos testigos. De los dos grandes responsables, el llamado August Dietrich Allers falleció durante el procedimiento. El segundo, Josef Oberhauser, no compareció y, refugiado en la RFA, se quedó tan pancho.

En lo que se refiere a las víctimas las estimaciones varían entre un mínimo de dos mil y un máximo de cinco mil. Es evidente que en comparación con los “típicos” campos nazis la cifra es diminuta, pero no hay que olvidar que formaba parte del escalón (por así decir) más bajo en la escala de letalidad. En la Risiera se han identificado con nombre y apellidos tan solo unas 350 personas. No es de extrañar porque los nazis parece que destruyeron sus libros de “contabilidad”. Se trató, en su mayor parte, de elementos de la Resistencia (italianos, eslovenos y croatas esencialmente) aunque también civiles sospechosos de colaborar con los partisanos y, por supuesto, judíos, aunque de estos pocos porque la mayoría solo estuvieron en tránsito. Su destino eran los campos de exterminación, la gran “aportación” nazi a la barbarie y que ha manchado para siempre el nombre de Alemania.

Los encargados de las ejecuciones fueron miembros de las SS y sus auxiliares ucranianos. Se utilizaron todo tipo de procedimientos: piquetes, horca, gas y el palo limpio, en una mezcla de enfoques clásicos y modernos, pero siempre bárbaros. Se hacían generalmente de noche y al amparo de músicas marciales para ahogar los gritos de los prisioneros. La vecindad nunca supo muy bien lo que ocurría en aquellas sombrías construcciones, aunque la rumorología era abundante.

Más adelante, en 1944 se añadió a la guarnición del campo cerca de un centenar de soldados italianos que servían en las filas del ejército de la República mussoliniana de Salò. Dos de ellos se negaron a participar y fueron fusilados a la luz del día como ejemplo para los demás. En 1945 llegaron como prisioneros dos compañías de Alpini (montañeros).

Los prisioneros que quedaban en el campo fueron liberados el 29 de abril. Trieste fue ocupado por el Ejército Popular Yugoslavo el 1º de mayo. La guarnición nazi resistió hasta el día siguiente para rendirse a las fuerzas neozelandesas del Ejército británico, temiendo la cólera de los primeros ocupantes. No era de extrañar, habida cuenta de que Mussolini no sólo invadió Yugoslavia sino que, en busca de su ansiado Impero, se anexionó una parte de Eslovenia y Croacia, donde las exacciones y humillaciones de las poblaciones locales fueron continuas durante casi cuatro años.

Lo que más me impresionó fueron dos muestras. La primera, una gran sala de exposiciones en la que se exhibe la concepción subyacente a las leyes raciales italianas (un grotesco pero letal mejunje inspirado del nazismo). En los gráficos  los españoles aparecemos como ejemplos de la raza aria europea (los italianos constituían la raza aria mediterránea). No sorprenderá al amable lector que podría escribirse un artículo de lo más sugestivo en base a tales distinciones, pero a mi me falla la imaginación en que abundaban los académicos, antropólogos, genetistas y demás ralea que se prestaron a tales pantomimas (y hundieron la respetabilidad de la Universidad e investigación italianas). La persecución de los judíos se ilustra con ejemplos de la expulsión de los institutos oficiales de Enseñanza Media de los alumnos de “raza hebraica” y, en algunos casos, su destino ulterior (los crematorios, la emigración y, en ciertos ejemplos, su regreso a Trieste después de la guerra).

La segunda muestra es una colección de lápidas en recuerdo de los partisanos, soldados italianos, homosexuales u hombres y mujeres, con nombre y apellidos, que no lograron salir con vida del infierno nazi. La más emocionante es la que refiere el caso de un esloveno escrita en este idioma, en inglés y en italiano. Es una despedida fechada el 5 de abril de 1945 (poco más de veinte días antes de la liberación). Bajo el lema Dietro di noi una notte penosa. Davanti l´alba della libertà, figuran las palabras:

Cara Mamma,

Ti scribo per dirti che oggi

Verró fucilato.

Dunque addio per sempre

Cara mamma addio

Cara sorella addio

Caro papa addio

Un facsímil del original escrito a mano figura en la placa. Lo protege un cristal.

Quizá algunos lectores se sorprendan de este caso de un campo nazi ubicado en los alrededores de una ciudad. Sin embargo, la represión franquista -con harta frecuencia innovadora- había anticipado el caso. Como cualquier lector puede comprobar ojeando un libro reciente de gran éxito, Los campos de concentración de Franco, de Carlos Hernández de Miguel, campos similares (con celdas superabarrotadas pero sin crematorio) se habían instalado en la España “redimida del yugo marxista” en numerosas ciudades, pueblos y descampados. Por ejemplo, en Bilbao, Irún, León o Santander. En el primer caso incluso en los locales de la Universidad de Deusto. Las condiciones físicas de hacinación, mugre, miseria, sufrimientos, vejaciones y muertes por inanición no parece que fuesen muy disimilares. Anticipaban, evidentemente, el infierno sur terre.

En comparación, los jardines del castillo de San Justo, al lado de la catedral, son lugares de otra memoria. La de los caídos triestinos en la gran guerra (curiosamente denominada de liberación), la de los caídos en la aventura imperial mussoliniana del Africa oriental italiana, la de los caídos en la segunda guerra mundial y….. la de los caídos del “cuerpo de tropas voluntarias” en la guerra civil española.

Quienes deseen contemplar fotografías del campo de la Risiera di San Sabba pueden echar un vistazo al vínculo siguiente que he encontrado en tripadvisor.

https://www.tripadvisor.es/Attraction_Review-g187813-d592221-Reviews-Civico_Museo_della_Risiera_di_San_Sabba-Trieste_Province_of_Trieste_Friuli_Venezia.html

Condiciones para el empleo de la Legión Cóndor. Comentario.

6 junio, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Dado que el documento reproducido en el post anterior se conoce desde, por lo menos, 1950 cuando fue publicado en inglés, a los lectores no les extrañará que haya sido objeto de numerosas interpretaciones. Hay algunas, debidas a historiadores pro-nazis o pro-franquistas, realmente pintorescas. Aquí solo haré una exégesis interna, combinada con la adecuada contextualización del documento 113. Los lectores se darán pronto cuenta de que no se trata de un ejercicio vano y de que constituye la base para abordar uno de los aspectos más discutidos en relación con la destrucción de Gernika, seis meses y medio más tarde.

  1. Como pone de relieve la comunicación al embajador alemán en Roma, la decisión de enviar refuerzos aéreos a España se adoptó formalmente el 30 de octubre, pero esto no significa que fuese como reacción a la incipiente ayuda soviética a la República.

Ciertamente, que los soviéticos habían ya enviado hombres y armamento al Gobierno español lo sabían los alemanes. Pero no solo los alemanes. En los Archivos Nacionales de Londres se encuentran numerosos telegramas que dan cuenta de los rumores sobre la eventual ayuda soviética, que Moscú por cierto había espejeado claramente ante el Comité de No Intervención, caso de no detenerse el apoyo nazi-fascista a Franco. El anuncio, sabemos hoy, lo redactó el propio Stalin. Nazis y no nazis pronto tuvieron una prueba contundente. El torpedero Luchs fotografió en Cartagena el desembarco de la carga del Komsomol el 15 de octubre. El representante en España del Alto Mando alemán, teniente coronel Walter Warlimont, ordenó inmediatamente que aviones de los ya enviados a Franco bombardeasen el puerto. Es obvio que no lo haría sin concertación con los sublevados. En Cartagena había otros barcos, de distintas nacionalidades, y en la ciudad actuaban agentes consulares (honorarios o no). No hay que ser un lince para pensar que transmitieron informaciones a las capitales.

También sabemos que Franco (¡oh, Franco!) afirmó ante el cónsul general italiano en Tánger, cuando se entrevistó con él secretamente en Sevilla el 20 de septiembre, que existía una gran posibilidad de que los rusos intervinieran en España. Afirmó que planificaría su avance hacia Madrid para evitar que le cayese encima el mal tiempo antes de ocupar la capital y de que la ayuda soviética se materializara. Los británicos interceptaron el telegrama italiano. Sería muy interesante examinar sus prisas porque no da la impresión de que acelerara los preparativos. ¿Por qué?

  1. La fecha en que los alemanes empezaron a planear la formación del futuro “cuerpo de aviación” que menciona el documento 113 está muy discutida en la literatura. Numerosos historiadores proclives a Franco la retrasan todo lo posible para presentarla como reacción a la ayuda soviética. Otros, entre los que me cuento, la interpretan como medida preventiva. La inmensa mayoría que yo sepa no se entrevistaron con Warlimont. Aparte de servidor lo hizo, y dejó constancia de ello, el expiloto norteamericano Raymond L. Proctor. Según Warlimont, Canaris se entrevistó con Franco el 30 de octubre, es decir, en la misma fecha en que se envió el documento 113. Proctor afirma, citando a Warlimont, que Franco se sorprendió mucho porque no había pedido nada y, en realidad, “no lo quería”.

Podemos dudar de esta afirmación. A mi no me dijo Warlimont que estuviera presente en la entrevista entre Canaris y Franco. Lo que es más que probable que  sorprendiera al ya Generalísimo fuesen las condiciones pero no se dice no a una perita en dulce. Si había pedido en julio aviones a diestro y siniestro (léase a Hitler y Mussolini) y los había recibido en mucha mayor cuantía sin que nadie haya documentado protesta alguna por su parte, ¿iba a hacerlo a finales de octubre?  Digamos, de paso, que las afirmaciones y leyendas (como las asumidas acríticamente por R. Hidalgo Salazar y que tantos autores pro-franquistas han propagado a la mayor gloria del futuro Caudillo) son en parte una invención. Al menos no se ha encontrado ninguna evidencia que las respalde en el sentido de que no se mostrara encantado. Supondremos que Canaris, perro viejo en lides españolas, presentaría las condiciones con toda la suavidad posible. Algo que, por otra parte, también haría cualquier diplomático avisado.

Proctor tuvo, además, la oportunidad de poder entrevistarse con el comandante Hermann Plocher y el relato que de ello hace es muy plausible. Plocher fue destinado al grupo de planificación del futuro “cuerpo aéreo” a mitad de octubre. Los historiadores pro-franquistas se olvidan del episodio. ¿ Por qué? Porque significa que, por lo menos, antes de la llegada de la ayuda soviética a la República ya se había autorizado el comienzo del ejercicio de planificación.

  1. La fijación anti-soviética y pro-franquista de tantos y tan reputados expertos ha llevado a muchos a menospreciar una de las apreciaciones del posterior general Erwin Jaenecke, que estuvo en el ajo de la creación de la Cóndor. Según este militar, Hitler no estaba demasiado interesado en aquellos momentos en que la Italia fascista se hiciera con una posición demasiado fuerte en el Mediterráneo. A pesar de todas las simpatías entre los dos dictadores el amor no generaba retornos. Que Jaenecke luego aludiera a la ayuda soviética no debe hacer olvidar ese vectorcillo italiano.
  2. Pocos son los historiadores pro-franquistas, si hay alguno, que hayan hecho hincapié en que las decisiones de apoyo a Franco (político, diplomático, militar) se tomaron siempre en las capitales del futuro Eje. No hubo negociaciones con el general rebelde. Roma y Berlín decidieron siempre en función de sus propios intereses y apreciaciones. A veces tuvieron en cuenta a sus representantes sobre el terreno. En otras, no. Franco, con frecuencia a través de sus subordinados, terminó implorando más y más ayuda y a veces se le concedió en todo o en parte. O se la negaron. O le sometieron a chantaje, que de todo hubo en la Viña del Señor.
  3. La condición más importante de las expuestas a Franco fue, sin duda, la primera. El comandante en jefe alemán era quien sería responsable del manejo de la Cóndor y respondería únicamente ante Franco. Los autores pro-franquistas, en general, no han ilustrado demasiado bién cómo se instrumentó la coordinación con las fuerzas españolas e italianas. La llegada a la España de Franco de un contingente aéreo alemán con sus estructuras verticales de mando planteaba un problema estratégico, operativo y táctico. Sperrle no podría hacer lo que quisiera. Tampoco podía imponer sus concepciones como si estuviera actuando en una colonia imperial de antes de la Gran Guerra. Los italianos y los españoles no carecían de Aviación. ¿Cómo coordinar el empleo? Es obvio que esto no podía hacerse al nivel de Franco. ¿Había otros escalones con los que interactuar? Plantear la pregunta equivale a responderla: claro que la había. Era la Jefatura del Aire, al mando de la cual se encontraba nada menos que el general Kindelán.
  4. Este caballero tenía varias cualidades sobresalientes. Era monárquico a machamartillo. Solía visitar en Roma a Alfonso XIII. Estuvo metido hasta los ojos en la conspiración del 18 de julio. Sus contactos previos con los fascistas italianos están todavía por descubrir. Personalmente, me parece imposible que las negociaciones entre los monárquicos (calvosotelistas, de Renovación Española) y los fascistas para la adquisición masiva de material aéreo italiano antes de la sublevación se hicieran sin que él las conociera. ¿Quién podía dar el visto bueno a la firma de los contratos con la SIAI el 1º de julio de 1936? Algo en que los historiadores pro-franquistas, siempre prudentes, siguen sin querer inmiscuirse. ¡Quelle horreur! Calvo Sotelo a pachas con el Duce.

Kindelán fue, además, uno de los generales que con mayor vigor defendió la candidatura de Franco a la jefatura suprema de los sublevados por mor de su supuesto monarquismo. Parece raro que el Generalísimo no consultara con él en temas de aviación.

  1. Es más, suponemos que Kindelán incluso tendría algo que ver con Warlimont. Antes de que finalizara octubre de 1936 el Tercer Reich había enviado a España, según unos entusiastas de la Cóndor (Karl Ries y Hans Ring), 20 aviones Heinkel 46; uno He 50; 24 Heinkel 51; 2 He 60; 2 He 70; 2 Henschel 123; 28 Junkers 50; 3 Me Bf 109 y 5 correos. A lo mejor hubo más. No es importante para nuestros propósitos. ¿Con quién hablaba Warlimont acerca de su empleo? Algunas veces, suponemos, con Franco, pero lo más verosímil es que hablara con Kindelán. Con la llegada de los nuevos refuerzos, que respondían ya a otros planteamientos, los interlocutores inmediatos habrían de ser Franco y Kindelán. ¿O no?

Por eso en el próximo post no reproduciré verbatim ningún documento sino que exploraré cómo empezó a hacerse la coordinación entre tres fuerzas aéreas. Algo, todo hay que decirlo, que no me parece que ningún historiador pro-franquista lo haya documentado. No es una casualidad. Como tampoco lo es que el gran manitú de las “espirituales” leyendas sobre Gernika, el general Jesús Salas Larrazábal, haya pasado como un relámpago por el tema abordado en este post y el precedente. Si alguien no me cree que consulte su opus publicado en la meritoria editorial Galland Books, página 41. [Supongo que el nombre es un homenaje a tan heroico as de la Luftwaffe] y confirmará lo que escribo. Son cosas que pasan…

Humor de combate

21 febrero, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

De un amigo mío, catedrático emérito de la Universidad de Aix-en-Provence, Eutimio Martín, el Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz acaba de sacar a la luz un edición facsimilar de dos manifestaciones, para mí desconocidas, del exilio español en Francia en contra de la dictadura franquista.

 
La primera apareció en el contexto de las que fueron controvertidas gestiones del gobierno Giral y de la expulsión del PSOE, bajo la férula prietista, del Dr. Juan Negrín junto con varias decenas de sus seguidores. No se les readmitió a la militancia sino a título póstumo a principios del presente siglo. Se trató de un modesto periódico, casi hoja volandera, titulada DON QUIJOTE. PUBLICACIÓN DE HUMOR Y DE COMBATE. El número uno data de junio de 1946 y solo llegó a siete, el último fechado en marzo de 1947. Cada ejemplar tenía cuatro páginas.

La segunda manifestación fue, esta vez sí,  una mera hoja volandera, titulada AQUELARRE. Data de 1954 y consta de dos romances antifranquistas. Un sarcástico remedo, titulado “Espantosa grandeza”, del conocido soneto de Cervantes “Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”, con la famosísima frase “voto a Dios que me espanta esta grandeza”. Y otro, “Romance del Peñón”,  que se refiere a la eterna obsesión francofalangista por Gibraltar y su recuperación por la fuerza. No hay que olvidar que el inmarcesible Caudillo fue el único dirigente español desde el siglo XVIII que se propuso tomar el Peñón manu militari. Con los gloriosos resultados de todos conocidos.

Eutimio Martín ha buceado en los fondos de la Biblioteca Nacional de Francia donde ha encontrado DON QUIJOTE y en los del Pabellón de la República en Barcelona para la hoja volandera. Ambos se han reproducido pulquérrimamente en una edición al cuidado de Antonieta Benítez Martín, directora de publicaciones de la Diputación de Badajoz.

No tengo idea de cómo se distribuirá esta obra, aunque me permitiré hacer una sugerencia al final de este post. Sería una pena que autores más conocedores que servidor del exilio español en Francia no la comentaran. La publicación aparece en la rutilante época de los “hechos alternativos”, tan caros a un sector de esos políticos y aficionados ante los que se descubren encantandos algunos de nuestros medios sociales. También viene a dar un pequeño aldabonazo a nuestras conciencias cuando muchos quieren olvidar la epopeya republicana ya que nuestro eficientísimo (es un decir) sistema de enseñanza mantiene un pudoroso velo no solo sobre la guerra civil y la dictadura subsiguiente, sino en particular sobre el exilio. En tales circunstancias el recuperar las muestras del ácido humor que surgió, un tanto sorprendentemente, en las filas del mismo no es una tarea intrascendente.

La mezcolanza de humor negro y combate político tiene una larga tradición. Cuando estudiaba en Alemania recuerdo que uno de los libros que más me impresionó se titulaba “Los chistes susurrados en el Tercer Reich” (Der Flüsterwitz im Dritten Reich). En nuestro país el siempre añorado militar y profesor Gabriel Cardona escribió una obra sobre los chistes contra Francoque a veces fueron desternillantes. También ha habido largas y sesudas disquisiciones sobre La Codorniz y otras publicaciones humorísticas.

He de confesar que no conocía muestras de ese humor negro en el exilio español. Nunca me pareció que fuese un entorno en el que pudiera florecer la vena satírica. Con ello revelo mi ignorancia y me ha hecho mucha ilusión poder limitarla ahora gracias a la edición que ha efectuado el profesor Eutimio Martin.

Su trabajo va precedido de una larga introducción histórica sobre dicho exilio en la que aborda su evolución (con el trato dado a casi el medio millón de personas que emigraron a Francia y de las que no tardaron en regresar tres cuartas partes), su aportación a la resistencia francesa contra el invasor y ocupante nazi, sus frustraciones ante la política chovinista de De Gaulle empeñado en  crear y mantener el mito de la “Francia resistente” de la que excluyó a los no franceses, la revisión a que le ha sido sometida con la recuperación de la “Nueve”, es decir, la compañía de la Segunda División Blindada del general Leclerc cuyos vehículos fueron los primeros en entrar en París en agosto de 1944. Sin olvidar el reconocimiento oficial de la República Francesa del sufrimiento y del heroismo derrochados por los exiliados españoles. Más vale tarde que nunca, porque también ellos pagaron el precio de la sangre y de las lágrimas y no solo los nazis, como reza la inmortal canción de los partisanos.

Lo más interesante de la larga introducción es, naturalmente, la contextualización de DON QUIJOTE. Se trata de un hueso duro de roer porque en los siete números no se identifica ni al editor ni a ninguno de los colaboradores. Todos utilizan nombre extraídos de la obra de Cervantes. Imagino que por exigencia de la legislación francesa se indicó una dirección y un responsable de los números (gerente o administrador) pero, aparte de que fuese un apellido español, que no dice nada, una tal “Mme. Saez”, la oscuridad más absoluta rodea el origen de la publicación.

Como siempre, es en la contextualización en donde mejor se percibe la maestría del historiador. Eutimio Martín no es un principiante. Ha escrito largo y tendido sobre vetas oscurecidas de García Lorca o de Miguel Hernández, sobre la represión franquista, sobre el exilio. Ha entrevistado a lo largo de su extensa carrera universitaria, siempre en Francia, a relevantes personajes de la resistencia española a los nazis e incluso a uno de los ejecutores de las decisiones del PCE de acometer el mitificado intento de invasión transpirenaica en 1944 por el Valle de Arán.

Martín considera que los colaboradores de DON QUIJOTE bien pudieran haber sido anarquistas descontentos con la expulsión política de Negrín del Gobierno en el exilio y que a la vez fuesen fervientes defensores de la unidad de todas las fuerzas republicanas fuera de España para levantar y mantener un frente común contra la dictadura de Franco. De ser así, fueron una excepción dentro de la tendencia política que representaban. Un dato que no conviene olvidar.

La edición de DON QUIJOTE está dedicada a la memoria de Eduardo Pons Prades, uno de los primeros autores en reivindicar la memoria y los hechos del exilio, y en particular de la resistencia anarquista a la ocupación nazi. En los años terminales del franquismo y durante la transición, Pons -a quien conocí personalmente- dio una batalla incansable, persistente, más allá de todo descorazonamiento por lo que más tarde se llamaría “recuperación de la memoria histórica”. Sus libros, basados en fuentes orales y escritas, y hasta entonces prácticamente desconocidas, son obras de referencia. Dice mucho a favor de la República francesa que Pons terminase condecorado con la Medalla Militar (una distinción nada pequeña) por su papel en la resistencia. Sería obvio señalar que,  mientras tanto, en España jamás se le hizo oficialmente, que yo sepa, objeto del menor homenaje. No en vano se califica a España de “madre amarga”.

Confío en que la Diputación de Badajoz envíe a la red de bibliotecas públicas de Extremadura, y también de fuera de esa comunidad autonóma, ejemplares de DON QUIJOTE. PUBLICACIÓN DE HUMOR Y DE COMBATE. Algo que le asegurará un más amplio reconocimiento. Quisiera reflejar aquí, en este modesto blog, mis felicitaciones a la institución y a su directora de publicaciones. El combate continúa en el tiempo, quizá floreciente, de los “hechos alternativos” y no conviene perder el humor. Desde luego no en 2017. Tampoco se perdió setenta años antes.

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (y IV)

14 febrero, 2017 at 10:17 am

Ángel Viñas

Cualquier estudioso del tema sabe que los fusilamientos de la posguerra, como los de la guerra misma, fueron solo una de las manifestaciones de la represión. Esta adoptó múltiples formas, de tal suerte que algunos autores han acuñado los términos de multi-represión o de represión multi-modal. Naturalmente los fusilamientos, por consejos de guerra espurios o no, fueron la manifestación más drástica pero no la única. A ella también habría que añadir los muertos por desnutrición (a veces con la hambruna auschwitziana a que fueron sometidos numerosos presos), los fallecimientos por falta de medicación adecuada o por enfermedades que nadie atendió o que no pudieron atenderse. Todos ellos deben computarse en cualquier balance del horror.

En este post, sin embargo, argumentaré basándome en un estudio demográfico relativamente reciente
pero que no ha despertado la atención que merece. Es uno que ha puesto de manifiesto que lo que cabría denominar  “bache demográfico” de la guerra civil es muchísimo más elevado de lo que habitualmente se había estimado. Muchos lectores de cierta edad recordarán el título del último volumen de la trilogía de José María Gironella sobre la guerra civil y que se hizo instantáneamente famoso: “Un millón de muertos”. Como eslogan, puede pasar. Como estimación,  francamente no. Pero es una cifra que no carece de cierto fundamento. Veamos cuál.

Hace algunos años dos demógrafos de la Universidad de Zaragoza, José Antonio Ortega y Javier Silvestre, abordaron el estudio de las consecuencias demográficas de la guerra. Si tenemos en cuenta que esta se produjo a consecuencia de una sublevación militar por parte de un sector del Ejército en connivencia con los medios de extrema derecha (monárquicos calvosotelistas, carlistas y luego falangistas) que más conspiró, desde 1932, contra la República, podríamos pensar que a tales elementos les corresponde un tanto muy elevado de responsabilidad por sus consecuencias, también demográficas. Y como los líderes militares fueron los generales Mola y, singularmente, Franco tan pronto fue exaltado al pedestal de la gloria del cual nunca se apeó podríamos poner en el debe de su recuerdo una gran parte de ese “bache demográfico”. [No voy a entrar aquí a abordar el tema de la violencia política anterior a la sublevación. Sobre esta en los últimos años han aparecido, como ya he señalado en repetidas ocasiones, notables estudios sociológicos, antropológicos, culturales y cuantitativos. A ella los pistoleros para los que el inolvidable, y en ocasiones todavía alabado, don Antonio Goiecoechea pidió dinero a los fascistas italianos, porque los financiadores indígenas decían que ya no querían poner más fondos, contribuyeron de lo lindo].

Pues bien, examinando con nuevas fórmulas el movimiento natural de la población de antes y de después de la guerra Ortega y Silvestre sometieron a un análisis crítico la evolución de la fecundidad, la nupcialidad, la mortalidad no infantil, los movimientos migratorios exteriores e interiores y llegaron a conclusiones, digamos, estremecedoras que la FNFF no se ha preocupado en difundir.

Por ejemplo, se produjo una sobremortalidad de 540.000 personas, es decir, muertes que no habrían ocurrido de no haber mediado la guerra, con en paralelo una caída de la natalidad de 576.000 nacimientos, es decir, niños/as que no llegaron a ser. ¿Resultado? Un bache demográfico de casi 1,2 millones de personas. El título de Gironella (supongo que antes que él se utilizaría con cierta frecuencia) fue muy exagerado en lo que a muertes se refiere, pero no tanto si se incluye el desplome de la natalidad, alg que evidentemente no fue en el sentido de los movimientos pro-vida endógenos y exógenos.

Los mencionados autores observan que en España no se produjo un baby boom tras la guerra civil. Esto no ocurrió en la mayor parte de los países combatientes después de la segunda guerra mundial. En España hubo solamente en 1940 un pequeño repunte de los nacimientos. ¿Por qué la inexistencia del baby boom? Pues principalmente porque la sobremortalidad se había cebado en los hombres. Así se explica que mientras la nupcialidad masculina fue muy intensa, la femenina lo fuera en mucha menor medida. Es decir, hubo un celibato femenino de enormes proporciones. Obligado. Inescapable. Generador de frustraciones profundas y duraderas que marcaron la sociedad española durante decenios. Eso sí, como el nacionalcatolicismo no se recató en afirmar, todo ello a la mayor gloria de Dios.

Desde el punto de vista de la comparación internacional (esa a que es tan aficionado se mostró  el señor vicepresidente de la FNFF en su entrevista en EL MUNDO) la sobremortalidad masculina también fue muy destacada en la posguerra. Lo fue en particular entre los jóvenes adultos hasta por lo menos el año 1950. Se trata de una evolución que no tiene paralelo en otros países afectados por la segunda guerra mundial y a los que dicho señor se refirió a efectos comparativos como fueron Italia y Francia.

Pueden aducirse varias causas que expliquen el fenómeno. Una, por ejemplo, fue el registro tardío de defunciones. Otra, las secuelas físicas de la guerra. Una tercera, el inmenso volumen de población en situación carcelaria. O los que murieron por enfermedad, etc.

De la misma manera cabe distinguir, en el curso de la guerra, entre los muertos en el frente, los fallecimientos ocurridos entre la población civil, los incrementos de la mortalidad “habitual” debidos a la canalización de recursos médicos y sanitarios hacia la confrontación bélica, la dificultad -con frecuencia, imposibilidad- de obtener medicinas, la saturación a que se vieron sometidos los hospitales, la aparición de epidemias (la hubo, por ejemplo, de tifus en Madrid en los años de la segunda guerra mundial). En cualquier caso, Ortega y Silvestre nos dicen que el patrón de sobremortalidad masculina fue mucho más intenso en la guerra civil española que en la segunda guerra mundial en Francia o en Italia. Solo lo ocurrido en el año 1941 en Francia fue de una magnitud comparable.

Veamos ahora un poco lo que afirman tales autores sobre la disminución de nacimientos en la dura posguerra. Aunque ya se detectó en 1936 (añadamos que es lógico) fue particularmente grave en 1939 (inolvidable año de la VICTORIA), con 200.000 nacimientos menos de lo que podría esperarse. ¿Es que los españoles no estuvieron encantados con el fin de la guerra, sobre todo los vencedores? Parece que no lo suficiente como para desquitarse de los padecimientos sufridos, aunque también hay que decir que el ritmo de desmovilizaciones en el Ejército no fue demasiado intenso (cortesía de la guerra exterior). El rebote de 1940 fue, en todo caso, inferior a lo esperado. La natalidad fue muy reducida en 1941 y 1942.
Púdicamente Ortega y Silvestre lo explican así: “Un hecho que sugiere que las difíciles condiciones de la posguerra y los efectos de las uniones rotas por la guerra no se vieron suficientemente compensados por el mayor número de matrimonios de 1939”.  Y añaden: “De este modo el número de nacimientos se redujo en casi 400.000 durante los años de la guerra, a los que habría que añadir otros 180.000 “perdidos” entre 1940 y 1942”.
Es decir, hay que considerar:

  • Muertos por fusilamientos, a lo bestia y tras “consejos de guerra”
  • Muertos por hambre
  • Muertos por enfermedades que no pudieron atenderse adecuadamente
  • Muertos en las prisiones
  • Muertos en los campos de concentración
  • Muertos en los campos de trabajos forzados.

En una palabra, a los desaparecidos y fusilados en la guerra debemos añadir la sobremortalidad y la subnatalidad de la posguerra.

Una sugerencia y una pregunta:

Sugerencia: ¿Por qué no destina fondos la FNFF para financiar investigaciones que traten de mejorar las estimaciones del “bache demográfico” de la guerra y de la posguerra? Naturalmente, mediante concurso competitivo. Es de esperar que acudiría algún interesado y serían muchos quienes se lo agradecerían. Vale más ocuparse de desentrañar la verdad de lo que pasó, en la medida de nuestras pobres y limitadas fuerzas, pues bien sabido es que la VERDAD solo la conoce el Señor, que no dar fondos a Ayuntamientos para que se opongan a leyes en vigor como es la 52/2007.

Pregunta: ¿En qué medida son comparables las 2629 víctimas de la violencia política en los años republicanos (de entre las cuales un alto porcentaje correspondió a las izquierdas) con la sobremortalidad que representan 540.000 personas derivada directamente de la guerra?

Todo lo que antecede, claro, sin entrar en ningún tipo de pseudoargumentos históricos, políticos, nacionalcatólicos, etc. Llegará un momento (salvo holocausto nuclear por medio) en que la guerra civil se contemple con el distanciamiento que hoy se mira la guerra de la independencia. ¿No convendría legar a las generaciones posteriores ideas o conocimientos de quienes todavía tienen algún recuerdo de los años del miedo, la desnutrición y el hambre? Porque, por desgracia, todavía no se ha inventado ningún instrumento que permita medir y comparar los pesos del dolor, de las lágrimas y de la sangre vertida.

En el interín, si el señor vicepresidente de la FNFF deseara responder con otros cálculos más o menos contrastables al estudio demográfico al que me he referido lo encontrará en el libro coeditado por los profesores Pablo Martín Aceña y Elena Martínez Ruiz, La economía de la guerra civil, Madrid, Marcial Pons Historia, 2006, pp. 53-105, en el que por cierto se mencionan los trabajos de ilustres precedentes desde el Dr. Villar Salinas al de quien fue buen amigo mío el general Ramón Salas Larrazábal.

 

 

 

 

 

 

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (III)

7 febrero, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

El señor vicepresidente de la FNFF, en las declaraciones al periódico EL MUNDO que comento mínimamente en estos modestos posts, demuestra haber sido un cuidadoso entrevistado. No fue más allá de dónde quiso llegar. Quizá un buen abogado podría defender que la afirmación de que “desde el 1 de octubre del 36 hasta el 75, [el que gana] no fusila a nadie que no sea en un consejo de guerra” debiera entenderse en sus propios términos y que, por consiguiente, de ella habría que excluir lo ocurrido antes de dicha fecha, que es cuando Franco fue “exaltado” a la Jefatura del Estado.

Sin embargo, históricamente hablando, la afirmación del señor vicepresidente de la FNFF no tiene sentido. En primer lugar, lo cierto es que siguió habiendo fusilamientos que no fueron autorizados por consejos de guerra. En segundo lugar, en el estado actual del conocimiento es difícil, cuando no imposible, pautar por períodos las muertes ocasionadas en consejos de guerra (de medio pelo y sin las menores garantías jurídicas) de aquéllas que no se decidieron en tales farsas. En tercer lugar, cabría dar la vuelta a dicha afirmación: ¿puede mostrar algún tipo de documentación que la apoye? Tal vez en los archivos que custodia celosamente exista abundante material primario a tal efecto, pero el hecho es que nadie lo ha utilizado. Al menos que servidor sepa.

Teniendo en cuenta el masivo estudio que sobre la represión en la guerra hizo ya años Paul Preston, para conocimiento del señor vicepresidente, y eventual información de sus ilustres colaboradores y expertos, quisiera traer a colación un reciente trabajado basado como es lógico en la coordinación de fuentes primarias, testimonios orales y una amplia bibliografía secundaria.

El estudio se refiere esencialmente al caso de Navarra. Es decir, la provincia sobre la cual se extendió casi inmediatamente el dominio del general Emilio Mola, “director” del “Glorioso Movimiento Nacional”. Sus restos se han exhumado hace unos cuantos meses de un mausoleo construido a su imperecedera memoria y a la de otros “mártires” de dicho “Movimiento”. Es un trabajo muy interesante porque en Navarra cabe analizar el impacto letal de la rebelión militar combinada también con la carlista, menor en otras provincias en la que tampoco hubo guerra. Los sublevados apenas si toparon con resistencia, aunque la que se produjo no pudo resistir a las flamígeras cohortes que se levantaron “por Dios y por España”.

Ya en 2003 un colectivo de memoria histórica (esa contra la cual el señor vicepresidente de la FNFF ha sugerido conceder auxilio jurídico a los ayuntamientos que se nieguen a poner en práctica la Ley 52/2007 de 26 de diciembre y que no quieren retirar de sus nombres el apelativo “del Caudillo”) llegó a la conclusión de que habían sido asesinados en total, entre 1936 y 1939, unas 2857 personas[1]. Confieso no haber leído dicho trabajo.

Ahora un investigador académico navarro, profesor titular de la Universidad de Zaragoza[2], ha aumentado la cifra a 3280. Esta incluye explícitamente los muertos de la posguerra durante el año 1939. Mikelarena no se ha limitado a establecer una cifra fría sino que ha penetrado profundamente en lo que hubo detrás. Aquí nos interesan unos cuantos datos comparativos. Así, por ejemplo, ha calculado la tasa de asesinados por cada mil habitantes, un indicador que sirve para señalar algo más que una mera constatación estadística. Ha determinado otro indicador que introduce “una ponderación relativa a la población en riesgo de ser asesinada”. Es decir, la tasa de asesinados por cada mil votos obtenidos en las elecciones de febrero de 1936 por la coalición del Frente Popular. Esto significa, por ejemplo, que cuando en Barcelona se mencionan 1716 muertos probablemente se incluyen en mayor o menor medida fusilamientos acaecidos tras la ocupación al final de las hostilidades.

El historiador navarro discrepa de una de las conclusiones del conocido y exhaustivo estudio de Stathis N. Kalyvas sobre la violencia en guerras civiles. A tenor de este supercitado autor “cuanto mayor sea el nivel de control de un actor, menos probable será que este actor recurra a la violencia, sea selectiva o indiscriminada”. Eso será tal vez cierto en muchas guerras civiles, pero no en el caso español. Ciertamente no es aplicable a Navarra (ni probablemente a otras regiones en las que también triunfó la sublevación, aunque este es un tema en el que no me atrevo a escribir con seguridad). En román paladino lo que significa es que Mola y los carlistas masacraron todo lo que pudieron, y quisieron, con independencia de que el nivel de oposición armada fuese reducido y limitado geográficamente a ciertas zonas y no por mucho tiempo.

Esto nos indica, después de los exhaustivos estudios realizados para la España del Sur (y aquí hay que traer a colación a autores como Francisco Espinosa y Francisco Cobo Romero, entre otros), que el “Glorioso Movimiento Nacional” se lanzó, siguiendo las instrucciones del propio Mola y secundado por inolvidables generales de la talla de Queipo de Llano o de Franco, con el fin de dar un sajo en el cuerpo social que destrozara los cuadros de organizaciones y partidos que no constituían “la verdadera España” y que profundizara en las masas de población. Podríamos afirmar que con el fin de amedrentarlas y de tomar venganza por las ofensas inferidas, en la calenturienta imaginación de los sublevados, a la PATRIA eterna e inmortal (más bien a un orden socioeconómico inaguantable en un país en el que una gran parte de la población había preferido aplicar reglas elementales de modernización política, económica, social y cultural).

¿Y cuál son los resultados a los que llega Mikelarena? Limitándose a las 36 provincias, más Ceuta y Melilla, para las cuales se dispone de cifras comprobadas -no figuran por ejemplo Galicia, País Vasco, Madrid, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Murcia, etc.-, su conclusión es que Navarra se lleva la palma. Es decir, allí donde tronaron Mola y los carlistas, la tasa de mortalidad fue de las más elevadas, a decir verdad la más elevada, de España. Es como si el caballo de Atila hubiera pasado por las verdes campañas y montes navarros. El número de víctimas superó a las de Paracuellos, sin necesidad de recurrir a principios ideológicos y experimentos soviéticos.

En el anexo 3 de su obra Mikelarena identifica con nombre, apellidos y lugares a 637 personas, fusilados o asesinados vilmente sin ser sometidos a procedimiento judicial alguno. La lectura de algunos de los detalles es estremecedora. También reproduce como anexo 4 una lista, establecida en París en 1946, en la cual figuran casi 2000 personas asesinadas. No me he molestado en cruzar ambos anexos.

La pregunta a la que el señor vicepresidente de la FNFF podría tener a bien responder es la siguiente: ¿cuántos de los 3280 casos de muerte navarros pasaron por consejos de guerra? Es una pregunta inocente, pues las comparaciones interprovinciales nos dicen que en numerosos casos, sobre todo en la segunda mitad del año 1936, el “terror blanco” se manifestó masivamente en forma de ejecuciones sumarias y que muchos de sus resultados (los famosos “desaparecidos”) no llegaron a identificarse con nombres y apellidos.

Sugerencia: ¿Por qué no lanza la FNFF un programa de investigación bien dotado de fondos que determine, sobre la base de evidencia primaria, cuántos ejecutados por consejos de guerra pueden determinarse? Así podría, o no, rebatir conclusiones ampliamente generalizadas en la historiografía. Seguro que si las destroza muchos de los abonados a su Boletín de noticias darán un respiro de alivio.

(Continuará)  

 

[1] Colectivo Altaffaylla, Navarra 1936. De la esperanza al terror, Altaffaylla, Tafalla.

[2] Fernando Mikelarena, Sin piedad. Limpieza política en Navarra, 1936. Responsables, colaboradores y ejecutores, Pamiela, Arre.

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (II)

31 enero, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

En este blog ya me hecho eco de los cálculos del profesor Eduardo González Calleja sobre los muertos por violencia política en el período que media desde la instauración de la República (14 de abril de 1931) hasta la sublevación militar de julio de 1936. Ascendieron por lo menos a 2629, más o menos identificadas[1].  No todas las muertes fueron iguales: unas fueron de derechas y otras (la mayoría) de izquierdas; unas sucedieron en actos individuales y otras en situaciones colectivas; unas víctimas iban armadas y otras no; unas fueron objeto de atentados y otras de reyertas. No puede decirse que las fuerzas del orden público se vieron desbordadas, salvo en casos muy particulares. 

Sin duda, 2629 fueron muchos muertos. Pero ¿se trató de un número exagerado en términos comparativos? Acudiré para el caso de Italia a un historiador de esta procedencia. Hay otros, pero Gentile tiene la ventaja de que su obra está traducida al castellano y que puede consultarse con toda facilidad. En su trabajo en torno a los antecedentes de la toma del poder por Mussolini en 1922[2], ha popularizado las estadísticas oficiales italianas de criminalidad en los años, infinitamente más tumultuosos que mediaron entre 1918 y 1921, un lapso de tiempo más corto y bastante más letal que el español. Los muertos por homicidio, nos dice, ascendieron a 8027[3]. La población italiana era muy superior a la española pero en Italia se montó una dictadura sin que le precediera una guerra civil abierta como en el caso de España (e internacionalizada, no hay que olvidarlo, desde antes de su estallido).

En el caso español siempre ha habido un baile de cifras sobre los asesinatos en la zona franquista y en territorio republicano durante la guerra civil. El señor vicepresidente de la FNFF no entra en esa contabilidad macabra. Hace bien, porque Francisco Franco, jefe del Gobierno y del Estado, Generalísimo de los Ejércitos, presidente de la Junta Política de FET y de las JONS, no sale bien parado. Prefiere centrarse en los “consejos de guerra”. No obstante se olvida, quizá por casualidad, de tres circunstancias perfectamente documentadas en la historiografía. La primera es que la mayor parte de las víctimas del “terror blanco” durante la segunda mitad de 1936 no pasaron por “consejos de guerra”[4]. La segunda es que los que se convocaron representaban una conculcación tal de la legalidad vigente que los rebeldes echaron mano de la vetusta, obsoleta y sobrepasada Ley Constitutiva del Ejército de 1878 que, por supuesto, tergiversaron arbitrariamente. Lo mismo hicieron con los Códigos Penal y de Justicia Militar, que que sobrevivieron a la guerra misma. Para matar acudieron a  los bandos que proclamaron los jefes de las fuerzas que se sublevaban y poco después al Bando de Guerra que proclamó a finales de julio de 1936 la cooptada Junta de Defensa Nacional de Burgos. Su única “legitimidad” y/o “legalidad” se sustentó, no hay que subrayarlo demasiado, en las bayonetas. La tercera circunstancia es que los consejos de guerra volvieron a brillar por su ausencia cuando en 1939 los vencedores ocuparon los territorios que hasta entonces se les habían resistido[5].

Moreno Gómez ha hecho un estudio exhaustivo de la sobremortalidad de la posguerra debida a una represión inmisericorde. Entre ella cifra el número de fusilamientos efectuados bajo Franco no en los 23000 del señor vicepresidente de la FNFF sino en torno a los 40000 (sin contar los realizados durante la guerra misma). Hay autores que aumentan esta cifra, pues como es fácil colegir los vencedores no siempre llevaron una contabilidad muy exacta y/o la base documental hoy disponible es endeble. Suele mencionarse la cifra de 50000.

Personalmente no olvidaré que uno de los comisarios europeos con quien trabajé y exministro de Asuntos Exteriores de Francia, Claude Cheysson, estuvo internado en un campo del norte como joven oficial huido tras la débâcle de 1940. Nunca visitó la España de Franco en silente homenaje a los ejecutados tras las sacas que casi diariamente se practicaban en el campo. Las hubo en muchos, probablemente después de pasar por Consejos de Guerra que, no hay que recordarlo, eran una farsa. Lo fueron desde el comienzo de la guerra civil, siguieron siéndolo en los años cuarenta (las memorias del profesor Nicolás Sánchez Albornoz, que se enfrentó a uno de ellos, describen el clima) y continuaron incluso en los años sesenta y setenta, como reflejan los abiertos a Julián Grimau y a Puig Antich, estudiados por Juan José de la Iglesia y Gutmaro Gómez Bravo respectivamente.

Una mera muestra para ilustrar el repunte de los paseos y de la ley de fugas tras el final de la guerra la da el ya mencionado Moreno Gómez. En Casas de Don Pedro hubo 70 paseados; en Orellana la Vieja, 63; en Don Benito, 61 (todos en Badajoz); en Pozoblanco constan 101. El responsable, a las órdenes de Franco y siguiendo instrucciones firmadas por él, fue el SIPM, encargado de llevar a cabo “el cumplimiento de misiones que no admiten demora”. En algún caso los papeles que aun se conservan establecen que 17 muertos fallecieron “después de la liberación de este pueblo (…) de hemorragia aguda por acción de agente traumático lanzado por las fuerzas de la Policía Militar”. Es decir, fueron asesinados por causas que solían enmascararse bajo las fórmulas de que se trataba de “destacadísimos elementos desafectos de la santa causa” o por supuestos “crímenes” cometidos durante “el Glorioso Movimiento Nacional”.

Afortunadamente, en otro de sus libros el mismo Moreno Gómez ha aportado toda una serie de datos cuantitativos, referidos a Córdoba, que permiten apreciar la magnitud de los fusilamientos en una sola provincia que no era precisamaente de las más pobladas. En Córdoba capital se registraron entre el 2 de junio de 1939 y el 21 de febrero de 1945 nada menos que 584. Si se sale de la capital, se alcanza un total de 1102 entre 1939 y 1941. Así, pues, en la totalidad de una sola provincia se han identificado casi 1700 fusilamientos después de la guerra[6]. Todos con nombres y apellidos. ¿Cuáles serán las magnitudes de las provincias ricas en población? Es obvio que quedaban muchas por “limpiar”.

Hoy es una banalidad señalar que la represión tras la guerra civil no se limitó a fusilamientos salvajes u ordenados por consejos de guerra sino que adoptó múltiples características entre las cuales las más letales fueron quienes murieron en campos de trabajo y en las cárceles. A ellos no se refiere el señor vicepresidente de la FNFF. ¿No ha leído, por ejemplo, los trabajos de Javier Rodrigo?

Desgraciadamente  los historiadores españoles y extranjeros no disponen de un asidero documental tan sólido como en otros países. Hace ya tiempo que unos y otros han denunciado que en los años del tardofranquismo empezó a producirse una destrucción masiva de la documentación relacionada con estos temas. Toneladas de papeles desaparecieron en las fauces de las trituradoras o, más carpetovetónicamente, en el fuego de las calderas o como montañas de basura[7]. Nunca fue por casualidad. De lo que se trataba era de eliminar pruebas. No obstante, a lo mejor quedan documentos que guarda como oro en paño la FNFF y que han permitido a su señor vicepresidente airear una cifra un tanto absurda. Todos le quedaríamos muy agradecidos si la sustanciara.

(Continuará)

 

[1]Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la segunda República Española, Granada, Comares, 2015, p. 75.

[2] El fascismo y la marcha sobre Roma. El nacimiento de un régimen, Barcelona, Edhasa, 2015, p. 23.

[3] Según R. J. B. Bosworth,  Mussolini´s Italy. Life Under the Dictatorship, Londres, Penguin, 2006, indica que en el camino hacia la implantación de la dictadura italiana el Duce liquidó entre 2.000 y 3.000 oponentes. En tiempos de paz, es decir, hasta 1939 incluido, el relevante tribunal especial solo impuso veintinueve sentencias de muerte según Mazower.

[4] El modus operandi de dichos consejos ha sido estudiado, entre otros, por Peter Anderson y Glicerio Gómez Recio recientemente. ¿No se han leído sus obras en la FNFF?.

[5] Es instructiva la lectura del artículo de Francisco Moreno Gómez, “La gran acción represiva de Franco que se quiere ocultar”, Hispania Nova, nº 1, Extraordinario (2015), pp. 183-210, en http:e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/issue/archive.

[6]  La victoria sangrienta, 1939-1945. Un estudio de la gran represión franqista para el Memorial Democrático de España, Madrid, Alpuerto, apéndices I y II.

[7] Una excelente visión de la temática española que tan ligeramente despacha el señor vicepresidente de la FNFF se encuentra en la obra de Michael Richards, After the Civil War. Making memory and re-making Spain since 1936, Cambridge, CUP, 2013, traducida al castellano  bajo el título Historias para después de una guerra. Memoria, política y cambio social en España desde 1936,  Barcelona, Pasado&Presente, 2015.

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (I)

24 enero, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Desde 1936 hasta, digamos, el comienzo de los años cincuenta se registra el período más sombrío de la historia de España. Como ya señaló el inolvidable Fernando Fernán Gómez (“Las bicicletas son para el verano”) no llegó la paz, sino la VICTORIA. Sin paliativos. Guerra y  victoria se vieron acompañadas por una áspera, duradera e implacable represión. El señor vicepresidente de la FNFF minimiza, sin embargo, los resultados de la larga y persistente investigación sobre el terror en la guerra y la posgguerra que constituye, precisamente, el capítulo más vibrante de la actual historiografía española y uno de los mejor estudiados por innumerables historiadores españoles y extranjeros.

Tal minimización se vislumbra en las siguientes palabras, inmortalizadas en Internet:

“El Régimen no fusilaba por capricho. A diferencia del otro régimen que se dice democrático, tenía unos consejos de guerra. Fusiló infinitamente menos que fusilaron en Italia, Francia o Alemania. España vivió el genocidio de la izquierda en esos tres años. No sólo en Paracuellos. El que gana, desde el 1 de octubre del 36 hasta el 75, no fusila a nadie que no sea en un consejo de guerra, un tribunal excepcional, igual que es ahora la Audiencia Nacional (…) De las 36.000 condenas a muerte sólo se fusila a 23.000, y es una cifra, entre comillas y salvando las distancias, ridícula comparando con lo que pasó en Italia, Francia o cualquier país afín al Eje”

Es del todo comprensible que en una entrevista de periódico se mezclen churras con merinas. Pero en el párrafo precedente se yuxtapone toda una serie de temas muy amplios y sin el menor orden ni concierto. Analíticamente hay que: a) distinguir los fusilamientos en la guerra civil y en la posguerra; b) identificar, al menos, algún criterio para comparar con otras realidades y c) no decir inexactitudes clamorosas (por ejemplo, en territorio gubernamental durante la guerra civil subsistió, bien que mal, una justicia reglada que fue poco a poco ampliándose y, desde luego, hubo consejos de guerra).

En este post abordaré exclusivamente el aspecto comparativo. Es decir, el aludido en la última línea y media de la entrevista. En otros sucesivos, trataré algunos temas de los varios que suscitan las anteriores declaraciones que, en mi modestísima opinión, habría que esculpir al láser.

El señor vicepresidente parece pasar por alto (o ignorar) que el caso español presenta diferencias cuantitativas y cualitativas importantes con los dos únicos, el francés y el italiano, a que alude. Como son evidentes, el que lo haga tan tranquilamente puede deberse a motivos varios sobre los que no me entretendré en especular. Sus lectores lo habrán hecho. Servidor se limitará a recoger algunas de tales diferencias. Hay que señalar que otros países aliados del Eje fueron Bulgaria, Hungría y Rumania, cada uno también con sus características especiales, y los dos “Estados” reconocidos únicamente por la coalición nazi-fascista, la Eslovaquia del clérigo católico (con la Iglesia hemos topado) monseñor Tiso y el croata, al frente del cual tronó un asesino patológico, el poglavnik Ante Pavelic que -lo que son las cosas- falleció en Madrid en 1959.

Entre Francia, Italia y Yugoslavia hay, ciertamente, similitudes. En los tres casos coincidieron una guerra externa e interna, ambas abiertas aunque en momentos diferentes del tiempo y consideradas como tales por la comunidad internacional, combatiente y no combatiente.  En el primer caso en 1939, en el segundo en 1943 y en el tercero en 1941. La guerra externa fue impuesta por el nazifascismo. La interna se dirimió entre colaboradores y tropas y sicarios fieles a los regímenes de Hitler, Mussolini, Pétain y Pavelic contra los movimientos de resistencia internos, apoyados en mayor o menor medida desde el exterior. En el italiano desde que el mariscal Badoglio operó el giro estratégico a favor de los aliados. En el yugoslavo los fascistas croatas tuvieron que enfrentarse a los movimientos titista y al monárquico, a su vez peleados a muerte entre sí. En todos ellos la situación fue infinitamente más compleja que en el español. Dejo de lado, naturalmente, los países ocupados en los que la resistencia interior no tuvo caracteres como en los anteriores, es decir, Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Albania, Checoslovaquia y Polonia. [No se me olvidan los casos, contrapuestos, de Finlandia y Grecia pero no los tomo en consideración aquí].

Ni que decir tiene que en los tres países que comparo (la razón por la que introduzco Yugoslavia aparecerá más adelante) los debates sobre las cifras de mortalidad y, en general, de la violencia política en conexión con unas guerras al lado de las cuales la española se queda chiquita han sido muy intensos. Existen, afortunadamente, obras comparativas entre las cuales la de Mark Mazower es referencia obligada. Las poblaciones de los tres países ascendían a finales de 1939 a 41,7 millones para Francia, 44,4 para Italia y 15,7 para Yugoslavia. En España podríamos hablar de unos 24 millones antes del estallido de la guerra civil.

Si, para el caso francés, se acude al grueso estudio-síntesis de Bourdrel, que tengo a mano, la depuración a las bravas (ejecuciones sumarias) parece haber oscilado entre 10.000 y 15.000 (colaboradores, gente de Vichy, ajustes de cuentas, etc.).  A ellas habría que añadir las condenas a muerte por tribunales debidamente constituidos. Ascendieron a 7037 y tan solo 791 se llevaron a cabo[1]. Observamos que están muy por debajo de los 23.000 fusilamientos derivados de consejos de guerra a que alude el señor vicepresidente de la FNFF.

Para el caso de Italia, que confieso tener peor estudiado, he de recurrir a la síntesis de Woller. No encuentro en mi desbaratada biblioteca otra más reciente. Con mayor imprecisión este autor cifra el número de víctimas por arreglos de cuentas en la guerra civil italiana contra el fascismo (1943-1945) entre 10.000 y 15.000. Añade que en los años 1945-1946 se pronunciaron entre 500 y 1.000 condenas a muerte, pero en los procesos de revisión se rebajaron drásticamente. A finales de 1945, por ejemplo, solo se habían ejecutado entre 40 y 50. De aquí el concepto de epurazione mancata[2]. También cabe aplicar la misma reflexión que en el caso anterior. Tengo la impresión que el señor vicepresidente de la FNFF no anda muy acertado al caracterizar la cifra de 23000 fusilamientos españoles de ridícula.

El caso yugoslavo fue, por el contrario, de una violencia extraordinaria, tanto en el número de víctimas de la violencia durante la segunda guerra mundial como en la posguerra, con el ajuste de cuentas que impuso el régimen de Tito. Mazower, por ejemplo, señala que pudo llegar a 60000 pero otros autores indican cifras mayores. A lo mejor, pues, con quien hay que comparar a Franco es con el dictador yugoslavo, algo que no he visto demasiado enfatizado. Ciertamente no cabe hacerlo con el caso húngaro en el que en los primeros tiempos de venganza, hasta agosto de 1945, de un total de 3893 condenas judiciales solo hubo 64 a la pena capital. Las cifras aumentaron posteriormente. Según datos oficiales al 1º de marzo de 1948 las condenas a muerte habían ascendido a 322, de las cuales se habían cumplido 146[3].

Es, naturalmente, muy probable que los especialistas discutan sobre las cifras mencionadas aquí a título de meros ejemplos. No creo que sea preciso profundizar en el tema. Los casos francés, italiano y húngaro  ponen de manifiesto que, a pesar de que sus regímenes hundieron a sus ciudadanos en el abismo de dos guerras, externa e interna, y en un abismo muchísimo más letal que el español, la represión en muertes fue muy por detrás de la minimizada que tuvo lugar bajo la batuta de Franco. ¿Por qué será?

(Continuará)

 

[1] Philippe Bourdrel, L´épuration sauvage, París, Perrin, 2008, pp. 649 y 655. Tiene importancia destacar la pequeña suma de ejecuciones. Es obvio que los vencedores, empezando por De Gaulle, fueron mucho más magnánimos que el inmarcesible Caudillo.

[2] Hans Woller, “Ausgebliebene Säuberung”? Die Abrechnung mit dem Faschismus in Italien, en Klaus-Dietmar Henke y Hans Woller (eds.), Politische Säuberung in Europa, Munich, DTV, 1991, pp. 183s y 188.

[3] Laszlo Karsai, The People´s Courts and Revolutionary Justice in Hungary, 1945-46, en Istvan Deak, Jan T. Gross y Tony Judt (eds.), The Politics of Retribution in Europe. World War II and Its Aftermath, Princeton, Princeton University Press, 2000, pp. 237 y 246. Para las cifras hasta 1948 me he basado en Margit Szöllösi-Janze, “Pfeilkreuzler”, Landesverräter und andere Volksfeinde. Generalabrechnung in Ungarn, en Henke/Woller.

Cuatro sugerencias para la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF)

17 enero, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Terminada la larga serie de posts sobre Serrano Suñer y los inicios de la construcción de su leyenda es el momento de introducir una pausa. Temas, por desgracia, no faltan. Un amable lector de Cantabria me ha enviado una relación de tópicos de historia contemporánea de España que le enseñan en el colegio a su hija de 14 años de edad. Le he prometido abordar algunos de ellos. También he visto, gracias a otro lector, algunos de los “piropos” que me han dedicado en el boletín de la FNFF, pero quien esto escribe es de los que se atienen al viejo adagio castellano del no hacer aprecio.

Como el tema objeto de este post no se refiere a servidor quisiera traer a colación en estos comienzos de un año que amenaza ser movidito un tema que el señor vicepresidente de la FNFF desgranó en una entrevista concedida al periódico El Mundo y que, en su día, levantó ampollas en las redes. Para comodidad de los amables lectores la referencia es http://www.elmundo.es/sociedad/2016/11/19/.

fusilar-lluis-companys-franco-trato-cambiar-curso-historia-catalunya-fracaso_6_2297822Se observará que dicho señor cifra el número de fusilamientos en la posguerra en 23.000 personas, apostillando que se trataba de “criminales” o de gente “que había cometido infinidad de crímenes”. Sin duda atento a las realidades del presente pone como ejemplo a Lluis Companys. (Dejo a algún colega catalán el oportuno comentario). También lanza un desafío a la profesión en relación con ese número de fusilamientos: “cualquier historiador puede ver las razones”, porque “está en los legajos”.

[No es extraño que El País del 4 de enero se haya hecho eco de la solicitud de En Marea para abrir un debate parlamentario sobre modificaciones a la Ley de Fundaciones que permita ilegalizar a la FNFF (http://politica.elpais.com/politica/2017/01/03/). Para la respuesta inmediata de la FNFF, que merecería alguna que otra cualificación, véase http://www.fnff.es/COMUNICADO_DE_LA_FNFFl]

En este post me limito a preguntarme si las razones que justificarían la minúscula cifra de 23000 fusilamientos podrían encontrarse en esos legajos que con tanto cuidado y mimo preserva la FNFF para la mayor gloria de quien lleva su nombre. No me suena que su señor vicepresidente haya publicado nada utilizando otras fuentes en relación con tan debatido aspecto. Con ello revelo mi propia ignorancia pero una primera toma de postura  debe ser constructiva y plena de sugerencias. Haré cuatro.

Hace muchos años que la FNFF dio comienzo a la ardua tarea de publicar una selección de los documentos inéditos (“para la historia del Generalísimo”) que conserva y que posiblemente consideró como los más importantes para mantener viva la admiración de los españoles por el antiguo Caudillo. Desgraciadamente, se detuvo al llegar a finales del año 1943 tras cuatro volúmenes en cinco tomos. Según malas lenguas no resultaba rentable, pero no puedo confirmar si fue cierto o no. Servidor los adquirió a medida que fueron saliendo.

Hoy, por supuesto, gracias a las tecnologías que no se conocían en los años de aquella aventura editorial, existen otras posibilidades que brindo graciosamente al mejor juicio de la dirección de la FNFF, ahora que ha caído bajo el fuego de algunos sectores de la política española.

¿Por qué no hacer, por ejemplo, dos cosas?

1ª ¿Poner en red esos documentos de tal forma que los lectores puedan comprobar si efectivamente apoyan las afirmaciones del señor vicepresidente?

2ª Es más, con objeto de facilitar la investigación sobre la inmarcesible figura del Caudillo, ¿por qué no poner también en red el catálogo de documentos que la FNFF guarda tan admirablemente?

Puedo asegurar al lector que no se trata de tareas inabordables. En el Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH) de Salamanca se dispone de una copia electrónica de todos los documentos de la FNFF que se digitalizaron. En él, por ejemplo, hace tres meses pude consultar algunos que creí podrían interesarme en el futuro y, en particular, para un libro que estoy terminando con unos colegas y que, ¡ay!, tal vez no haga las delicias de la Fundación. Aparecerá probablemente en octubre.

En cuanto a mis sugerencias debo señalar lo evidente. Una vez digitalizados los documentos y sus títulos es una tarea sencilla poner en línea estos últimos. Es lo que hacen, por ejemplo, los Archivos Nacionales del Reino Unido. Si la FNFF no puede competir en cuanto a la mejora de la consultabilidad de su archivo, tal vez encontraría un ejemplo en el Churchill Archives Centre de Cambridge y reforzar en consecuencia su actividad en materia de recaudación de fondos.

La FNFF también depararía, como muestran estos dos ejemplos, a sus seguidores y demás interesados urbi et orbe la posibilidad de identificar a distancia documentos que puedan llamar la atención de los historiadores, por mucho que se encuentren en Estocolmo, Honolulú, Stornoway o Kansas City. Todo ello contribuiría, probablemente, a incrementar el número de consultas y de peticiones de fotocopias. No es necesario hacer un análisis coste-beneficio demasiado preciso, pero subir el precio de las copias permitiría recaudar más ingresos. Si prefiere optar por mantenerlo en el nivel actual siempre acentuaría un rayonnement más amplio y lo garantizaría mejor. Al fin y al cabo, ¿tiene por ventura cosas que ocultar? ¿No convendría combatir con las mismas armas, es decir el recurso a la evidencia primaria de época, a los historiadores que ponen interrogantes a la excelsa figura de quien la FNFF toma su nombre?

También, ya puesto a sugerir, ¿por qué no logra la Fundación (aunque a lo mejor lo ha intentado) que se le traspase, y a través de ella al dominio público, la documentación del Caudillo que todavía se mantiene en la más absoluta oscuridad? No deja de ser lamentable que los papeles de sus protectores (Hitler, Mussolini) y de su adversario máximo (Stalin) puedan consultarse libremente y no los del inmortal Caudillo. [Claro que lo normal sería que tales documentos fuesen directamente a los archivos estatales].

En este sentido una de las cosas que más me han llamado la atención, cuando me he puesto a escribir sobre algunos aspectos pocos conocidos del comportamiento de Franco y que desgraciadamente no gustan a la FNFF, es que tampoco se haya difundido, como sería deseable, la hoja de servicios completa de Su Excelencia el Jefe del Estado. Indudablemente se compuso, aunque es de suponer que a partir de cierto momento bajo la supervisión más estricta.

Viene esto a cuento porque en 1967, en la resaca de aquella inolvidable campaña de los “Veinticinco años de paz”, un coronel de Caballería, Don Esteban Carvallo de Cora, publicó una parte de dicha hoja. No es fácil consultarla en la actualidad pero está catalogada en algunas bibliotecas, entre ellas la Nacional. Lamentablemente (son cosas que ocurren) tan distinguido jefe militar solo llegó en su  reproducción hasta final de los años veinte, precisamente cuando su titular comenzaba a esprintar en su ya veloz carrera hacia la Gloria.

Aun así, la parte publicada fue suficiente para que un historiador militar como el coronel Carlos Blanco Escolá, leyendo entre líneas,  generara un montón de interrogantes sobre las circunstancias por las cuales el joven teniente Francisco Franco, que jamás se había distinguido en la Academia Militar de Toledo, enlazara una serie de rápidos ascensos (supuestamente por méritos de guerra, pero en realidad por mecanismos bastante menos gloriosos) que lo llevaron al generalato. El primero que lo consiguió de su promoción. Incidentalmente, la obra de Blanco Escolá está agotada y quizá no fuese un error actualizarla y republicarla. Se titula La incompetencia militar de Franco.

De aquí una cuarta y última sugerencia para la FNFF, ¿por qué no poner también en red la hoja de servicios, completa, del Generalísimo? Y, por supuesto, mantener una copia del original certificada notarialmente a disposición de los investigadores.

Tal vez me equivoque pero pienso que, de aceptar cualquiera de estas sugerencias, o las cuatro a la vez, la FNFF rendiría un gran servicio a la memoria de la sinigual persona que es objeto de su devoción, el Caudillo de España por la gracia de Dios y solo responsable ante Él y la Historia (según inscribió para la eternidad FET y de las JONS en sus hoy  ya poco recordados estatutos).

Con todo, los comentarios del señor vicepresidente de la FNFF en El Mundo en relación con los 23.000 fusilamientos merecen un comentario más específico, algo que osaré abordar en los próximos posts a riesgo de que me fulmine la intensidad de sus rayos jupiterinos.

En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (X)

10 enero, 2017 at 1:02 pm

Ángel Viñas

A lo largo de los anteriores posts hemos visto que las declaraciones serranistas y los análisis a que dieron lugar en el Foreign Office contraponen dos formas de ver el pasado: la de un protagonista atento a dejar  huella en la historia, favorable a su imagen, y la de unos observadores que habían vivido aquellos años desde posiciones e intereses completamente opuestos a los del primero. En ambos casos se partió de un enfoque “a toro pasado”, es decir, conociendo lo que ya había ocurrido, a saber, la derrota del Eje y la no entrada en guerra de España. Para el historiador el problema es explicarlo.

 Es evidente que unos años antes ni Serrano ni los diplomáticos británicos sabían cómo iba a evolucionar lo que para todos era futuro. En esta perspectiva, sin embargo, y conocido el pasado como pasado, las dos preguntas inexcusables son: ¿cómo interpretarlo lo más correctamente posible? y ¿cómo desbaratar el uso espurio de tal pasado de cara a influir sobre lo todavía por venir?  En este sentido nos queda por abordar, siquiera someramente, un contexto nuevo.

Desde hacía tiempo la dictadura había iniciado una campaña para “despegar” a los norteamericanos de los británicos y buscar, por la vía del aprovechamiento de la situación geoestratégica española y el revitalizado anticomunismo, un pequeño lugar bajo el sol[1].  Para los analistas británicos la propaganda que a espuertas se producía en España con el fin de endulzar el pecado de haber querido ir de la mano del Eje, y singularmente del Tercer Reich, representó en sus comienzos un esfuerzo desdeñable. En unos cuantos meses, después de haber capturado los documentos diplomáticos alemanes (por no hablar de los militares), el Foreign Office detectó con bastante precisión los límites del período de la “gran tentación”, los altos y bajos de una política española bastante consistente, los enjeux por los que apostó y las razones por las cuales se vio obligada a no dar el paso al frente[2].

De todo lo que antecede no se extrajeron consecuencias operativas. En algún momento flotó la idea de comprimir y mejorar los análisis de Creswell con vistas a la preparación de un Cabinet paper, es decir, un documento que pudiera circularse a los ministros. Si se hizo, no lo he localizado. El resultado, no obstante, sirvió para afianzar la idea de que Franco no era un personaje fiable. Demostró con claridad que, en contra de los altos principios morales proclamados por la dictadura como guía de su acción internacional, lo que Franco había practicado había sido una política oportunista, cautelosa y sin otras miras que arriesgarse lo menos posible. Nunca con la idea de ayudar a los aliados.

Así, pues, de “hidalguía” franquista, nada; de respeto a los principios del derecho internacional, nada; de compromiso con Naciones Unidas, nada. Sí, por el contrario, demostración palmaria de la eficacia de la política del palo y de la zanahoria británica primero y anglo-norteamericana después. Y si Creswell no mencionó los sobornos es porque todavía se trataba de una acción cuyo conocimiento seguía estando reservado a tan solo unos cuantos altos funcionarios del Foreign Office y a sus ayudantes más próximos.

53176008Franco iba por las suyas. En el discurso que pronunció al inaugurar la segunda legislatura de las Cortes, el 14 de mayo de 1946, se distanció de los regímenes vencidos y no se amilanó ante las “arremetidas” exteriores:

Otros intentan presentarnos ante el mundo como nazifascistas y antidemócratas. Si un día pudo no importarnos la confusión por el prestigio (sic) de que gozaban las naciones de esta clase de régimen en el mundo, hoy cuando se han arrojado sobre los vencidos tantos baldones de crueldad y de ignominia es de justicia destacar las muy distintas características de nuestro Estado[3].

Con todo lo que antecede no extrañará que con su estrategia Serrano, y esto es algo que no se ha subrayado lo suficiente, hiciera un favor adicional a Franco a la vez que a sí mismo. En la perspectiva de hoy, es quizá el rasgo que más debe destacarse. La publicación de la primera versión de sus memorias fue el hito mayor. Serrano era consciente, naturalmente, de que en la opinión pública española y extranjera su nombre iba ligado de forma irremisible al proceso de fascistización de la dictadura. Así que entre los polvos de los que quiso desprenderse figura en lugar prominente su rechazo al mismo.

Para ello argumentó que España había experimentado con la República, “como nadie ignora, un desastre completo y vergonzoso”. Era obvio que no se la podía rescatar. Sin embargo, el eminente abogado del Estado se hizo momentáneamente defensor del diablo y reconoció:

Un hecho era fatal, sin embargo: que la democracia había pasado por España. Y de estas cosas no es posible volver del todo atrás. Cualquier régimen necesitaba ya absolutamente la asistencia de la opinión y la organización de las masas.

Esto le llevó a una conclusión, tras descartar las posibilidades alternativas de una “Monarquía autoritaria tradicional”, una “Monarquía liberal”[4] y la Dictadura (suponemos que un remedo de la primorriverista). Por consiguiente,

el único modelo de Estado moderno (sic) que en tales circunstancias parecía posible, el único que podía permitir una educación y una organización del pueblo español para la vida política era ese que se ha dado en llamar autoritario (sic).

Surge así en la prosa serranista el término mágico que, para muchos autores neo-franquistas ya no abandonará la identificación del régimen hasta nuestros días. Serrano lo circunscribió como sigue:

Sus características externas podrán ser semejantes a las de otros pueblos, pero cabalmente lo que varía en él de un pueblo a otro es precisamente el contenido dogmático, el pensamiento a cuyo servicio se pone. Este contenido dogmático podía ser en algún pueblo totalitario una completa aberración (Rusia), en otros podía ofrecer aspectos inmorales o erróneos (Alemania). Con tales aspectos nosotros nada teníamos que ver y nuestra dogmática nos venía dada por la tradición española y nuestra confesión religiosa.

¡Aleluya! ¡Aleluya! Es obvia, pues, la voluntad de distanciamiento  respecto a los regímenes nazi y soviético (calificados como los correspondientes a pueblos totalitarios, fueran estos lo que fuesen). El régimen de Franco estaba fundamentado en la tradición española y en la religión católica. Esto fue «plastilinización» del pasado en acción.  También algo que los plumillas a sueldo (amén de algunos prominentes intelectuales bien remunerados) llevaban algunos años pregonando incesantemente. Había que evitar que se viera al régimen como subproducto del nazismo[5].

Serrano no ocultó del todo sus pretensiones, pero sí dio una de cal y otra de arena:

Muchos tienen prisa por quitarse el sambenito de totalitarismo que al régimen presente le ha caído encima. Pues bien, para lograr eficazmente ese resultado nada es tan útil como hablar seriamente. Podemos asegurar que el régimen nunca se decidió a ser eso, aunque se mostrara revestido con sus más superficiales apariencias. A cada uno lo suyo: este régimen no ha sido totalitario como tampoco democrático o liberal. Lo que sin la guerra mundial habría sido solo Dios lo sabe. Lo que en definitiva sea aún está por ver[6].

El exministro conjugó hábilmente dos aspectos. Uno, innegable, que el régimen no era democrático ni liberal (tampoco los fascistas se consideraron como tales). Otro basado presuntamente en su experiencia como insider. Afirmó que el régimen no era totalitario como si hubiera que creérselo obligatoriamente. Juan José Linz se lo creyó de forma voluntaria. Tras él, una ristra de eminentes autores hasta nuestros días.

Recién terminada la guerra mundial los diplomáticos británicos se rieron de los patéticos esfuerzos por poner de relieve la “hábil prudencia” del Caudillo. Probablemente no solo ellos. Hay una anécdota muy ilustrativa en el diario de Cadogan en el que las referencias a España no son precisamente muy abundantes. Terminada la guerra en Europa, y cuando el Foreign Office se  preparaba para la crucial conferencia de Potsdam, el subsecretario permanente se encontró con el todavía embajador de Franco, el duque de Alba. Este era uno de aquellos representantes del “viejo orden” de quienes Serrano Suñer despotricó siempre ante sus interlocutores fascistas y nazis. Quizá porque no se fiaba de que cumplieran sus consignas con el celo suficiente o porque, como profesionales o mejor enterados que él de las realidades de la escena internacional, no veían con demasiado buenos ojos el estrechamiento de las relaciones con el Eje.

Cadogan, como buen amigo, comunicó a Alba el 13 de julio que, a pesar de lo que dijera el Reino Unido sobre la propuesta mexicana de excluir a España de las Naciones Unidas, asunto que se debatía en aquellos momentos en la conferencia de San Francisco, él no daba una perra gorda por la admisión de Franco en la nueva organización[7]. Alba se mostró encantado y dijo que inmediatamente telegrafiaría a Franco[8]. A este último probablemente no le haría gracia la noticia pero ya tenía puesta en marcha un enfoque estratégico para lidiar con los embates, poco peligrosos, que procedían del entorno. Esta es otra historia.

No he terminado con Serrano Suñer, pero sí he llegado al fin de esta pequeña serie. Espero que  los lectores no se sientan defraudados.

FIN

 

[1] Lo cual no quita para que el período fuese de una gran complejidad. Cuando se iniciaron los juicios de Nuremberg a finales de 1945 las contorsiones por las que había atravesado la no beligerancia española también salieron al descubierto.

[2] Ante las Cortes Franco afirmó rotundamente en mayo de 1946: “una de las mayores sorpresas aliadas ha sido el encontrar en ese expurgo de papeles y documentos que se llevó a cabo en las Cancillerías del Eje la (…) conducta entera, caballerosa y firme con que sorteó y defendió su apartamiento de la guerra en todos los momentos de la gran contienda universal”.  ¿Y cómo lo sabía “el genial e invicto Caudillo”?

[3] También afirmó que “el primer error que se comete consiste en querer presentar a nuestro Régimen como un régimen de dictadura”.

[4] Con el más que peregrino argumento de que “los partidarios de la Corona no existían en España desde hacía muchos años”.

[5] Hay muchos otros ejemplos, con frecuencia sonrojantes, que los lectores pueden encontrar en la obra de Ferran Gallego El evangelio fascista, Crítica, Barcelona.

[6] Serrano, 1947, pp. 36s y 128s. Todas estas referencias y exculpaciones desaparecieron en la versión de 1977. Probablemente creyó que ya no eran tan necesarias.

[7] Como es notorio, hubo que esperar hasta 1955.

[8] Dilks, p. 761. La expresión utilizada por Cadogan, que he traducido un tanto castizamente, fue “Spain hadn´t a dog´s chance”.

En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (IX)

3 enero, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

En los posts anteriores he reproducido un análisis de urgencia hecho a los documentos alemanes capturados por uno de los diplomáticos del Foreign Office, anteriormente destinado en España y cuyo nombre no ha pasado a la historia. Sobre esta base previa, la evolución de la “cuestión española”, las declaraciones de Serrano Suñer, la nutrida contrapropaganda procedente de Madrid y la diversidad de opiniones en Londres y Washington se combinaron y obligaron a afinar algunos aspectos. 

El 4 de diciembre de 1945 un memorándum del mismo Creswell resumió los altos y bajos de la no beligerancia y las razones que los explicaban.

Junio de 1940 fue el momento en que (coincidiendo con la derrota francesa) Franco pasó a la acción con su oferta de entrar en guerra. El motivo por el cual no se llevó a cabo fue porque, en aquel momento, los alemanes se concentraban en la invasión de Inglaterra. Solo cuando estos planes fracasaron, Berlín se inclinó a favor de una estrategia mediterránea lo cual implicaba la toma de Gibraltar[1].

Septiembre de 1940 (tras el fracaso de dichos planes, algo que conocían los alemanes pero no tanto los españoles): conversaciones de Serrano Suñer en Berlín e intercambio de cartas entre Franco y Hitler. El resultado fue que los españoles rechazaron las condiciones marcadas por los alemanes. Los temas esenciales fueron la petición de que se les cediera territorio español y la insistencia alemana en los enclaves en torno a Agadir y Mogador.

Octubre de 1940: los españoles tomaron la iniciativa[2] y suscitaron la cuestión de que sus negociaciones en materia de suministros británicos de trigo no deberían verse perjudicadas. Era verosímil que para entonces se dieran cuenta de que los planes alemanes para la invasión de Inglaterra ya habían fracasado.

historia-francisco_franco-personajes_historicos-adolf_hitler-alemania-racismo-politica-nazismo-actualidad_78002350_154111_1706x1280Hendaya: los alemanes cambiaron de enfoque y retiraron las promesas sobre Marruecos y el Oranesado (a causa de la importancia que Hitler atribuyó a la necesidad de mantener a Francia dentro del bloque antibritánico). A pesar de ello, los alemanes parece que creyeron  que España no tardaría en entrar en guerra.

Diciembre de 1940: coincidiendo con el inicio de la  primera contraofensiva de Wawell en la batalla por Egipto, Franco confirmó a Canaris el rechazo a entrar en guerra el 10 de enero de 1941. Dio una serie de pretextos. El motivo real fue evidentemente que se asustó ante la posibilidad de verse involucrado en una guerra larga. Desde ese momento repitió su rechazo hasta que finalmente indicó en su carta del 26 de febrero que no podía entrar en guerra hasta que cayera Suez. Este aspecto fue sumamente importante.

Después de febrero de 1941 ya no había tropas alemanas para utilizarlas en España. Todos los efectivos disponibles tuvieron que enviarse primero a los Balcanes para lidiar con las complicaciones resultantes de la invasión de Grecia por los italianos (28 de octubre de 1940) y, en segundo lugar, para los movimientos preparatorios de cara al ataque contra Rusia. La decisión a este respecto probablemente se tomó a finales de noviembre de 1940[3].

El estudio subsiguiente de la estrategia alemana ulterior demostró, por otra parte, que los planes alemanes para operar en España en diciembre de 1942 y enero de 1943 fueron puramente defensivos para prevenir la situación que pudiera surgir si tropas británicas y norteamericanas desembarcaban en España y Portugal

No paró aquí la cosa. El 14 de diciembre de 1945 Creswell expuso nuevos resultados. En primer lugar señaló que el Gobierno español siguió una política coherente. Franco quiso entrar en guerra en 1940 cuando pensó que los alemanes habían zurrado a los británicos pero no tardó en tener dudas tan pronto como vio que existían grandes posibilidades de que España pudiera verse envuelta en una guerra de larga duración. La resistencia británica, que aseguró el canal de Suez, aun cuando pudiera producirse el cierre del Mediterráneo en Gibraltar, garantizaba que la Royal Navy seguiría en condiciones de actuar en el Mare Nostrum.

Creswell se negó a aceptar que el exministro tomase espontáneamente una postura firme en sus conversaciones en Berlín en 1940. Arguyó que Serrano quiso llegar hasta el punto máximo posible que contentase  a los alemanes. Ahora bien, fue a Alemania en calidad de emisario personal de Franco y estaba obligado a respetar las instrucciones que este le había dado. Esta explicación es totalmente plausible. Serrano carecía de experiencia política internacional. Sus panegiristas han abultado la significación de sus contactos en Italia en el período de entreguerras y él hizo demasiado hincapié en su gran amistad con Ciano.

En realidad, y en la perspectiva de 1940,  Serrano era un parvenu completo en la escena internacional, como insinuó von Stohrer. Estaba, ciertamente, muy pagado de sí mismo pero no lo suficiente como para tomar decisiones por su cuenta que pudiese repudiar Franco. De aquí su carteo constante con él y su cuidado en no dar a conocer las misivas que envió a Madrid. Solo las respuestas. De aquí también su tensión y sus arrebatos ciclotímicos en Berlín, de los que dejaron constancia algunos de sus acompañantes.

Para Creswell la carta de Serrano a von Ribbentrop del 10 de octubre reflejaba que los españoles no se sentían demasiado tentados a sacrificar la ayuda económica que estaban negociando con Londres hasta que no tuvieran una seguridad total, al cien por cien, de la victoria alemana.  

Cabía dudar, siguió afirmando Creswell, de si en la época de Hendaya y Montoire el mayor temor de Hitler era perder el Norte de África. Probablemente, añadió, pensaba entonces bastante poco en una estrategia mediterránea. Su interés político fundamental se centraba en mantener a Francia dentro del sistema continental anti-británico que quería forjar. Esto, se sabe hoy que es cierto aunque no excluye que, militarmente, Hitler ya pensara en arreglar cuentas con las URSS. En cualquier caso el dato de que la conferencia de Hendaya se produjese entre dos reuniones con los franceses no debía subestimarse[4]. Fueron los españoles a quienes les entró la preocupación con los asuntos norteafricanos, como se evidenció en las observaciones de Serrano Suñer el día después del ataque franco-británico, fracasado, a Dakar.

En lo que se refería al asalto a Gibraltar, la petición española de que se realizara por tropas propias y no alemanas probablemente se hizo antes de febrero de 1941, afirmó Creswell. Era cierto. Este tema siempre fue importante desde el punto de vista del prestigio militar. Quizá, señaló, lo planteó Franco a Canaris en diciembre de 1940 pero, en todo caso, lo suscitaron los generales opuestos a los planes de Serrano en aquel tiempo.

En definitiva, los intentos serranistas, a través de Malley, de “vender” a Londres su interpretación de los hechos no tuvieron demasiado éxito.

NOTA: Los lectores, y detractores, interesados en contrastar las afirmaciones relacionadas con los documentos reproducidos o contextualizados mínimamente pueden acudir al legajo FO371/49663, que se encuentra en los Archivos Nacionales británicos de Kew. Y, en el caso de la ampliación del informe de Malley, a los papeles de Lord Templewood en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge (BUC).

Servidor aplica la máxima de que toda afirmación en historia que abra brecha debe ir respaldada por la evidencia necesaria, contextualizada críticamente. Sin manipulación ni tergiversación.

(Continuará)

 

[1] Todas las itálicas del texto son mías. Creer esto era plausible en aquel momento, sobre todo desde el punto de vista británico. Sin embargo, hoy se sabe que, en realidad, la atención de Hitler, en una situación de vacilación en el plano estratégico, estaba ya orientada totalmente hacia la Unión Soviética y que no veía ninguna alternativa. La planeada operación contra Gibraltar respondió a una serie de medidas destinadas a tapar, con un coste asumible, el temporal hueco estratégico global.

[2] El análisis británico respondía a a realidad.

[3] En realidad, en julio. Luego vino la preparación estratégica.

[4] El 22 con Laval y el 24 de octubre con Pétain, ambas en Montoire. Laval era entonces el presidente del Consejo de Ministros de Vichy.