Nuevo curso, nuevos libros (I)
Empieza este curso con presagios sombríos. Al menos, así me parece. Quizá porque vivo en un país que lleva más de un año sin gobierno efectivo y en el cual la pandemia puede desbordarse. Como también en España. En ambos, la vida económica, laboral, social, cultural y política ha sido afectada de forma contundente. Se ha abonado el terreno para los más negros análisis y/o los más abyectos negacionismos. Pero la vida sigue. En el terreno en el que en estos años siempre me he movido, que es el de la historia y de la literatura que trata de desentrañar el pasado más o menos parcialmente haré referencia en este y en los próximos posts a algunas de las obras que me han llegado en el verano y citaré las que me parecen más dignas de mención. Las he ojeado el mes pasado, a la vez que me he dedicado a leer novelas o a escucharlas en versión audiolibro mientras hacía mis ejercicios regulares en bicicleta estática. No ha sido un mes para deambular por las calles, sentarse en una terraza, ir a nuevos restaurantes o estar de charleta con los amigos. Sí para ir por senderos solitarios en los bosques y campos del sur de Bruselas. Empezaré por la obra que conozco mejor.
Acaba de ponerse a la venta el libro (530 páginas) en el que la primavera pasada sus tres coeditores trabajamos afanosamente para conseguir que estuviera impreso antes del comienzo del verano. Gracias a los desvelos de la editorial y, sobre todo, de la persona que se encargó de todos los preparativos técnicos, Mariana Salvador, quedó listo a mitad de junio. Mal momento para darlo a conocer al público. Mejor esperar a la rentrée.
En este blog me he hecho eco en varias ocasiones del simposio que, para recordar el LXXX aniversario del final de la guerra civil (al menos en su parte bélica), tuvo lugar en Zamora en mayo de 2019. Nos reunimos más de una veintena de historiadores de tres o cuatro generaciones. Se presentaron ponencias sobre los más variados temas. De reflexión, de anuncio de nuevas investigaciones, de síntesis y reinterpretación de otras.
En ese año del aniversario no hubo muchos congresos con vocación de dar a conocer las ponencias que en ellos se presentasen. La Universidad Rovira i Virgili se había adelantado en 2018 con una selección de las discutidas el año anterior por una amplia serie de historiadores españoles y extranjeros de tal suerte que la recopilación, coordinada por los profesores Alberto Reig Tapia y José Sánchez Cervelló, coincidió, exactamente con el aniversario mismo.
En este último, y que recuerde, solo hubo otro que se celebró en la Universidad Francisco de Vitoria, en noviembre gracias a los denodados esfuerzos del profesor Javier Cervera. Los resultados están aún por publicar. En ambos casos, sin embargo, las ponencias orales se colgaron en la red y allí pueden consultarse.
Creo que las tres obras muestran varias cosas. La primera, que la investigación sobre la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, sigue viva. La segunda, que el interés de los historiadores y de una parte del público no ha decaído. La tercera, que entre dichos historiadores el abanico de edades se ha ampliado desde los por desgracia más que jubilados (como quien estas líneas escribe) hasta los salidos de las aulas pocos años antes. Unos y otros, con ropajes diferentes, con trayectorias y ambiciones distintas, con metodologías y enfoques plurales, aportan sus granitos de arena a la historiografía y en la que no falta tampoco la aportación extranjera.
A la vista de tal número de ponencias, en ocasiones dispares, cabría afirmar que la historiografía en progreso va por un lado y que los debates políticos o periodísticos que nos azotan se encuentran en un universo que prácticamente poco tiene que ver con él. Releer hoy algunas de las intervenciones en los debates de la sesión de investidura de comienzos de este año es un ejercicio que recomiendo vivamente (están colgados en la red, como es lógico). Hay políticos en ejercicio que no saben nada, no han aprendido nada y no quieren separarse de los dogmas de un pasado que muchos creíamos superado.
El libro al que hoy aludo recoge todas las ponencias presentadas al congreso de Zamora, salvo dos. En un caso, por deseo del autor. En otro, por un despiste lamentable. Si hubiera una segunda edición, algo que en mi modesta opinión sería deseable, trataríamos de incorporar el que se nos olvidó. Sé que es un fallo imperdonable, pero ya se han presentado las más sinceras disculpas a la autora. Nadie es infalible.
Lo hemos coeditado, cogiditos de la mano, los profesores Juan Andrés Blanco, Jesús M. Martinez y servidor. Los tres, amigos del siempre añorado Julio Aróstegui que nos dejó al poco de salir su espectacular biografía de Largo Caballero (que periodistas, escritores y políticos de medio pelo insisten en ignorar).
En el libro que año y medio después se ha puesto a la venta los capítulos tienen un enfoque distintivo. A nadie se le oculta que a lo largo de los últimos años ciertos medios de comunicación han devuelto a la palestra pública temas que, bien o menos bien, los historiadores habíamos encauzado. Ahora se los quiere desencauzar. La pugna política hace extraños compañeros de cama.
Por ello el título del libro, LUCES SOBRE UN PASADO DEFORMADO, conjuga dos ideas: por un lado la vocación del historiador de alumbrar cada vez mejor lo ocurrido y, por otro, la deformación de que esto es objeto. El pasado, en efecto, no puede cambiarse pero sí pueden cambiarse las interpretaciones que del mismo se hagan. Los historiadores, con su bagaje de conocimientos, habilidad y sentimientos se esfuerzan, al menos, en descubrir o reinterpretar las facetas de un pasado insondable y someter a contrastación y crítica intersubjetivas la forma y manera en que esas facetas se insertan, o no, en las ortodoxias dominantes. Es un tejer y destejer continuos. Una historia de nunca acabar.
El libro en cuestión se ha colocado bajo una larga referencia no a un historiador sino a un novelista, Javier Marías. Reproduzco una parte:
“Si yo fuera historiador, viviría desesperado, porque la labor de estos jamás había caído tanto en saco roto. El historiador investiga y se documenta, dedica años al estudio, cuenta honradamente lo que averigua (bueno, los que son honrados, porque también proliferan los deshonestos a sueldo de políticos sin escrúpulos, los que mienten a conciencia), matiza y sitúa los hechos en su contexto. Nada de esto sirve para la mayoría. Tienen mucha más difusión y eficacia unos cuantos tuits falaces y simplistas, y lo más grave es que casi todo el mundo se achanta ante los aluviones de falsedades…”
(Lo hemos tomado de un artículo suyo, “Nos complace esta ficción”, El País semanal, 2 de diciembre de 2018, que nos pasó un amigo mío).
A veces, claro, no se trata de tuits, sino de artículos e incluso de libros, en los que se cita mal, se manipula el pasado, se insertan unos cuantos insultos y se lanzan despropósitos a vuela pluma. En este blog ya me he hecho eco de algunos de los temas favoritos de la desinformación: una República “sovietizada”, una guerra civil entre las luces vencedoras y las tinieblas de los vencidos, (el Ángel y la Bestia pemanescos en versión algo edulcorada), el renacer de una España gloriosa bajo la clarividente dirección del “Caudillo” por antonomasia y blablá.
Los coeditores de este libro somos conscientes, claro, de que la sociedad española no es la única en las que se dan cita bulos, estereotipos y fake news, un inefable concepto que tan famosa hizo a una rubia colaboradora del presidente Trump (hace pocos días ha dejado de la Casa Blanca para dedicarse al cuidado de sus hijos, una tarea mucha más digna). La sociedad española es una de las pocas en Europa occidental que utiliza tales instrumentos como arma política arrojadiza para deformar el pasado y que los ha elevado al rango de una fake history desde instancias mediáticas y políticas.
Contra esa fake history que a veces se crea ante nuestros atónitos ojos (el episodio de la reciente Convención republicana en Estados Unidos es verosímil que quede como un ejemplo difícil de superar), no hay más remedio que volver al pasado con una perspectiva crítica. Trump será un producto de la sociedad norteamericana, pero nosotros hemos sufrido ejemplos, teñidos de sangre, de la creación de historias “alternativas” de tipo orwelliano: “quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”. (Sería deseable que tan famosa cita pudiera desgranarse en el futuro en términos de pretéritos perfectos)
En el próximo post haré comentarios más precisos sobre el libro en cuestión, publicado por Marcial Pons, Madrid, en su colección Historia.
(continuará)