VA DE ESPÍAS (I)

22 marzo, 2022 at 10:24 am

ÁNGEL VIÑAS

Las novelas de espionaje son un género acreditado que concitan la atención de numerosos lectores (entre los cuales se encuentra servidor, aunque solo por períodos). Las historias de espías son posiblemente más antiguas, pero no solían formar parte de la Gran Historia. Con las dos guerras mundiales la situación cambió radicalmente. Todavía recuerdo cómo, cuando me estrenaba de modesto aprendiz de historiador, tuve que lidiar con un tema que sigue dando vueltas, ahora más bien por los meandros de la subhistoria.

Entonces, hablo de principios de los años setenta del pasado siglo, un norteamericano de origen húngaro (cuyo nombre era Ladislas Farago) ganó un montón de dinero con un librote (The Game of the Foxes  que, en lo que sé, solo se publicó traducido al castellano en México). En él anunciaba que iba a relatar la historia jamás contada del espionaje nazi en Reino Unido y Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. Consultó documentos de archivo (que entonces empezaban a desclasificarse, sobre todo en el segundo país) y se basó en numerosos libros, libritos y camelos previos a los que añadió los resultados del funcionamiento de su propia y desbordante  imaginación.

Me llamó la atención porque relanzó una afirmación que ya se había hecho en los años de la guerra civil española y continuó repitiéndose después: los nazis, y en especial el jefe de su servicio de inteligencia militar (Abwehr), el almirante Wilhelm Canaris, habían preparado la sublevación militar de Franco. Me pasé varios años investigando en archivos alemanes y a base de microfilms de difícil lectura en otra documentación conservada en los archivos norteamericanos y británicos. Llegué a la conclusión -que mantengo- de que no había la menor prueba de sus delirantes tesis en tal aspecto.

Después la desclasificación de archivos se acentuó. Sobre el tema en cuestión no salió nada porque nada se había conservado, pero ya metido en papeles que representaban la evidencia primaria de época continué interesado sobre muchos de los resultados de la desclasificación. Los libros que fui recopilando, y que ya no me hacen falta, los pasé a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM.

En el tiempo transcurrido la literatura sobre el espionaje en la segunda guerra mundial es inabarcable. Existen numerosas síntesis de síntesis de síntesis. Se cuentan por centenares los historiadores que no han resistido al clamor popular que sobre el tema se ha desbordado, en particular en Reino Unido. La banda de los cinco de Cambridge, espías soviéticos que actuaron en las entrañas del establishment británico, ha dado para mucho. En Estados Unidos hay un antes y un después, en relación con el mismo tipo de espionaje, cuando se desclasificaron los telegramas interceptados por los servicios de seguridad a los comunistas, norteamericanos o no, en una operación denominada VENONA. En ambos países el archivo Mitrokhin, con papeles de la KGB, añadió leña al fuego.

Reconozco, cierto es, que a los espías y sus actividades los había dejado un poco de lado tras escribir SOBORNOS, es decir, la operación que estuvo en la base de las operaciones clandestinas y no clandestinas que Londres puso en marcha en España para evitar la basculación de Franco hacia el Eje.

Podría seguir, pero lo que me interesa ahora es señalar que la editorial bajo cuyos auspicios mantengo este blog, CRITICA, es la que con mayor asiduidad ha acercado al público de lengua española, aquí y en América Latina, los productos de la investigación británica (más que la norteamericana) en cuanto a la conexión entre la segunda guerra mundial y las labores de espionaje.

Para un libro que estoy terminando y que saldrá el año que viene me ha interesado conocer algunas de las aportaciones de la literatura más reciente. Conviene que los lectores sepan que, si bien servidor se basa esencialmente en EPRE, nunca en ningún momento he dejado de lado la literatura secundaria. De aquí que en los últimos meses me haya deleitado con dos de los libros sobre espías soviéticos publicados en castellano el año pasado.

El primero ha sido, para mí, el más interesante. Es obra de un periodista, pero formado como historiador en Oxford (siempre una buena dirección en este campo). Se trata de Owen Matthews con Un espía impecable. Me ha impresionado. Este autor cuenta la trayectoria de uno de los pocos espías de quienes puede decirse que contribuyó al desenlace de la segunda guerra mundial de manera muy directa.

‘Un espía impecable’, Owen Matthews. Crítica, 2021

Se trató de un caballero (mujeriego, gran bebedor, charlatán cuando le convenía y que daba el pego a unos y a otros) que fue alemán, pero espía soviético y que después de trabajar para la Comintern, se incorporó al Servicio de Inteligencia Militar (el llamado Cuarto Departamento del Estado Mayor del Ejército Rojo o, más frecuentemente, GRU). Como tal actuó en China y, sobre todo, en Japón.

Sobre él la literatura es muy abundante, algo más de cien títulos, en diversos idiomas (inglés, alemán, ruso y japonés principalmente), pero Matthews que escribe muy bien tiene el sentido del suspense. Se mueve a diversos niveles para presentar, estudiar y descifrar al personaje, hombre con ambiciones académicas que se tradujeron en un doctorado y en varias obras de tal corte. ¿Su nombre?, Richard Sorge.Póstumamente fue declarado héroe de la Unión Soviética (el equivalente, por así decir, de la Victoria Cross británica, la Cruz de Caballero nazi o la Laureada de San Fernando).

Matthews está casado con una rusa, ha pasado años de corresponsal en Rusia y -no deseo descubrirlo- arranca su libro con una rememoración que corta el aliento. Trata de penetrar, en lo posible, en la sicología de su biografiado, tarea difícil pero mucho más en el caso de un hombre como Sorge que penetró en la embajada nazi en Tokio haciéndose íntimo amigo del agregado militar alemán (a la par que seducía a su esposa) y luego consejero del mismo, que llegó a ser el embajador nazi.

Sorge gozaba de una reputación como experto en temas chinos y  japoneses y de una fama bien ganada como periodista y corresponsal de uno de los más reputados periódicos alemanes de la época. Ha pasado a la gran historia por dos razones.

La primera porque fue uno de los agentes en un puesto hipersensible que advirtió a Stalin de la próxima invasión nazi de la Unión Soviética. Sus fuentes no eran solo las de la embajada del Tercer Reich en Tokio sino de los contactos que había anudado entre gente próxima al jefe del gobierno, la alta administración y el establecimiento militar japoneses. Era en este, en particular, en donde cocinaban y discutían las decisiones. El estamento político raras veces estuvo en condiciones de oponerse.

Dado que las relaciones entre Moscú y Tokio se habían visto marcadas en los años treinta por confrontaciones militares en el lejano oriente chino y soviético Stalin mantenía en Siberia un poderoso dispositivo de disuasión por lo que pudiera volver a pasar. Mientras tanto en los círculos de Tokio se debatía la orientación de la marcha imparable del Japón. El dilema era si debía hacerse hacia el oeste asiático, contra la URSS, u orientarse hacia el sur y sureste contra británicos, franceses, holandeses y, en último término, norteamericanos.

Sorge mantuvo un chorro de advertencias a Moscú sobre la dirección de la estrategia hitleriana contra la URSS y las oscilaciones de la japonesa en una situación marcada por la pertenencia de ambas potencias al pacto antikomintern. No revelaré aquí detalles sobre el funcionamiento interno de la red de espías comunistas en Japón. El hecho es que sus advertencias no las tuvo en cuenta Stalin (que hizo fusilar a los sucesivos jefes del GRU hasta llegar a uno que jamás se atrevió a llevarle la contraria). Los resultados son conocidos.

Sorge era ya entonces coronel del GRU. Falló en tal ocasión, aunque no por falta suya, pero no lo hizo en su segunda aportación que, esta sí, cambió el curso de la guerra mundial. Sus informaciones, recibidas con, al principio, cierto incomodo en Moscú, terminaron convenciendo a los próximos a Stalin en el otoño de 1941. Los japoneses no atacarían a la Unión Soviética y se dirigirían contra los norteamericanos.

Al aceptar esto, Stalin rebajó el nivel de presencia militar soviética en el lejano Oriente y desplazó una amplia gama de unidades hacia el Oeste. Estaban en condiciones de entrar inmediatamente en combate en el supergélido invierno de 1941-42. Las primeras llegaron a tiempo de prestar una contribución esencial para parar los ataques nazis a Moscú, enlodados, embarrrados y en unas condiciones climatológicas para las que la Wehrmacht no estaba en modo alguno preparada.

Después, el contraespionaje japonés, por una serie de casualidades que Owen narra con todo detalle, logró penetrar la red de Sorge. Todos cantaron. El superagente antinazi y varios de sus colaboradores fueron ejecutados en 1944. Sorge pasó al panteón soviético y a la inmortalidad.

Raras veces un espía ha podido influir en una decisión estratégica que cambió el curso de la guerra mundial y, por ende, de la historia.

Si les gustan los relatos de espías no se lo pierdan. Owen ha hecho un buen trabajo como muestran las referencias, publicadas y no, a las que alude a lo largo de la obra. Encima, aun conociendo el resultado, mantiene viva la atención del lector. No es moco de pavo.  

(continuará)