Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (IV)

21 abril, 2015 at 8:30 am

Otra de las evidencias que los historiadores franquistas no han solido estudiar es la naturaleza y contenido de las comunicaciones entre la Legión Cóndor y la Jefatura del Aire al mando de Kindelán. Eran constantes. Debieron de generarse masas enormes. En los archivos españoles se encuentran muchas pero han sido objeto depredaciones a lo bestia. Hace muchos años un periodista, Vicente Talón, publicó una referida, ex post factum, al bombardeo de Gernika. Con ella apuntaló la tesis de que lo efectuó la Cóndor faltando a sus compromisos y a la palabra dada.

1 ---P1020181El telegrama de Talón ya lo contextualizamos Southworth y un servidor. Payne y Palacios no lo mencionan. Prefieren presentar el bombardeo como algo rutinario, similar a lo que había ocurrido en Durango sin que se levantara tanta polvareda. Se sorprenden de que se difundiera por todo el mundo «a modo de bombardeo de terror sobre una población sin objetivo militar alguno». Reduccionistas, la culpa del escándalo la colocan encima de los anchos hombros de un periodista británico que trabajaba para The Times. Afirman que «quiso dramatizar de forma exagerada para que el pueblo británico sintiera los pavorosos efectos de los bombardeos sobre las ciudades». Limpiamente, como historiadores «objetivos» que dicen que son, excluyen todo lo que hubo detrás y para explicar lo cual Southworth utilizó más de quinientas páginas.

En 2014 Payne y Palacios todavía no se habían enterado de que cuatro años antes la profesora Schüler-Springorum había identificado un informe de la Legión Cóndor fechado el 28 de mayo de 1937 con el interesante titulo «Efectos de los bombardeos sobre las ciudades españolas. Frente de Vizcaya«. ¿Cuántas fueron bombardeadas, se preguntaría el lector? Siguiendo el orden en el informe de las «visitas» de la aviación al servicio de Franco el autor señaló tres: Durango, Eibar y… ¡Gernika!. Es un informe que, vaya por Dios, no estudió Corum. Esto no es una crítica. Incluso un eminente historiador de la Luftwaffe probablemente no ha podido ver todos los documentos generados por ésta. Pero en el caso de la guerra civil en que hubo menos (no fueron muchos los que se salvaron del incendio en Berlín de los archivos de la Legión Cóndor) la prudencia no debería estar reñida con la ciencia.

Dicho informe lo firmó von Richthofen. Aclara lo que pasó, cómo pasó y porqué pasó. ¿Y cual es el resultado? Pues el normal. Al denunciar Steer la destrucción de Gernika como un bombardeo de terror dio absolutamente en el clavo. Lamento tener que corregir las fantasías pro-franquistas de Payne y Palacios. Tampoco las tergiversaciones de Salas o las estupideces de tantos historiadores «objetivos» al servicio de la memoria de Franco.

La idea que estuvo detrás de los bombardeos de las ciudades vizcaínas fue muy simple. La de «estudiar» los efectos que se produjeran sobre las casas e instalaciones porque su naturaleza guardaba una cierta similitud con las de las ciudades de países vecinos de Alemania. En claro y rotundo castellano: experimentemos en Vizcaya lo que podríamos hacer en Bélgica, Francia, Holanda o… Polonia. Y a tal efecto probemos con diferentes cargas de bombas, por peso y kilogramos, espoletas y demás adminículos.

Así ocurrió. En Durango los italianos experimentaron con proyectiles rompedores de 50 kilos que también utilizaban los nazis. La técnica de lanzamiento a mil metros de altura consiguió comparativamente muchos más blancos. ¡Era mejor que la alemana! El porcentaje de daños fue del 55 por ciento de los edificios. En Eibar las bombas italianas fueron ya de 100 kilos y se lanzaron entre 600 y 800 metros. Obviamente los daños fueron mayores, del orden del 60 por ciento. ¡Bravo! Pero no era suficiente.

La Legión Cóndor dio un paso al frente e innovó. Los proyectiles rompedores fueron ya de 250 kilos. La técnica fue de lanzamientos individuales y sucesivos. ¿Y qué pasó? Pues lo predecible. El coeficiente de destrucción fue muchísimo mayor: del 75 por ciento. Además se utilizaron incendiarias. Convenía, por cierto, emplear espoletas de retardo, como las italianas. Sin embargo, las bombas de 250 kilos eran demasiado destructoras. Lo mejor, recomendó von Richthofen, sería desarrollar bombas intermedias, de entre 100 y 150 kilos y adoptar la técnica de lanzamientos acoplados con tres bombas simultáneas.

¿Cómo se destruyó Gernika? El informe también lo dice: en el primer ataque se utilizaron ante todo bombas incendiarias que provocaron numerosos incendios en las cubiertas de los edificios. Esto resquebrajó su estructura. En los siguientes ataques se emplearon las bombas de 250 kilos que machacaron las conducciones de agua. Esto impidió las labores de extinción. ¡Qué alegría! Por ello el fuego pudo desparramarse libremente. Fenómeno. Si Payne y Palacios no quieren llamar a esto una operación rutinaria son muy libres de hacerlo pero me da en el magín de que se equivocan.

También obvian algunas cosillas. En la campaña de Vizcaya la compenetración entre la Aviación (alemana, italiana y franquista) fue muy estrecha y las tres se relacionaban íntimamente con la Jefatura del Aire que dirigía Kindelán. A su vez la Jefatura del Aire y la aviación del Norte estaban en contacto permanente con las tropas del Ejército de Tierra que mandaba Mola. Este, hombre retrógrado ya en la época, pretendía reruralizar el País Vasco porque entendía que la industrialización era un veneno que había corrompido a los vascos incitándoles a ponerse del lado de la República y, ¡cielos!, del separatismo. La Cóndor lanzó octavillas (se han conservado algunas) advirtiendo a los vascos de la inutilidad y perversidad de la resistencia. En lo que Sperrle y von Richthofen no estuvieron de acuerdo fue en lo de la reruralización. Sería una estupidez destruir la industria bilbaina. Hasta Franco se dio cuenta de ello.

¡Ah!, pero nos enseñan Payne y Palacios, «Franco había cancelado los ataques indiscriminados contra las ciudades, convencido de que los llamados (sic) «bombardeos del terror» podían ser contraproducentes» (p. 227). ¿Qué prueba aducen para ello? Ninguna. Se basan en una afirmación de Salas que reproduce una orden de Franco. Pero ¿qué decía esa orden? Algo que demuestra que ninguno de los tres historiadores «objetivos» quiere leer.

La orden de Franco, que Kindelán comunicó a Sperrle en enero de 1937, afirmó taxativamente según el profesor Payne y su coautor que «sin orden expresa no se bombardeará ninguna ciudad ni centro urbano. Cuando se bombardeen objetivos militares en las poblaciones o próximos a ellas, se cuidará de la precisión del tiro con objeto de evitar víctimas en la población no combatiente». Nos descubrimos ante la extremada solicitud del Generalísimo. Pero ni Salas, ni Payne ni Palacios han reparado que el segundo punto de las instrucciones preveía que sufriría «modificaciones parciales según las circunstancias y su vigencia terminará el 31 de enero». Es decir, dos meses y pico antes de los bombardeos de Durango, Eibar y Gernika. ¡Bravo por el análisis «científico»!

Otra cosa muy diferente es que el 10 de mayo, en plena escandalera por lo de Gernika, Franco comunicara a Sperrle que «no deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias similares sin orden expresa».

(Seguirá)