CASTIGAR A LOS ROJOS: OTRO ESLABÓN EN UNA CADENA (III)
ANGEL VIÑAS
Las sorpresas no terminan en lo recogido en el libro objeto de estos comentarios. En este post voy a atreverme a establecer una comparación que a muchos lectores puede parecer entre curiosa o inquietante. En el siguiente y último Guillermo Portilla abundará en algunas referencias que aquí solo dejo apuntadas a medias.
Los sublevados de 1936 copiaron en sus medidas punitivas más importantes no solo de los antecedentes hispanos (Santa Inquisición incluida) y nacionalsocialistas. En la búsqueda de un mecanismo simple que pudiera arrojar al averno a todos los españoles que no comulgaban con los principios que inspiraron la sublevación del 18 de julio, también remedaron, consciente o inconscientemente, a los malvados bolcheviques. ¡Los extremos se tocan!
Sorprendente, pero no tanto. En lo que sí puede haber controversia, faltos como estamos de otras obras o escritos de Acedo Colunga, es si los remedó consciente o inconscientemente. En todo caso, se trata de una cuestión hasta cierto punto objetivable.
No conozco a ningún autor que haya establecido esta posibilidad de comparación que, sin la menor duda, no es nada inocente. Si lo hay, presento mis disculpas de antemano. No he podido leer más sobre el tema ya que durante la pandemia he estado también ocupado en escribir un tocho de casi 600 páginas, ya en manos de CRITICA. Supongo que cuando salga el año que viene levantará también alguna que otra ampolla.
Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que uno de los componentes que entraron en la ideología del denominado “Glorioso Movimiento Nacional” fue la imitación más o menos encubierta de los regímenes fascistas (primero el italiano y poco después el alemán, deslumbrado Franco por el ejemplo que habían dado los duros guerreros de la Legión Cóndor).
Lo que no se ha elaborado en el terreno que nos ocupa es que, en la asunción de ciertas modalidades del derecho penal de autor, la anticomunista España de Franco también estuvo muy abierta a modalidades parecidas a las que practicaban los odiados bolcheviques. Por supuesto, esto no significa que Franco fuese un émulo de Lenin o de Stalin. Simplemente que sus asesores discurrían por vías en cierto modo paralelas.
Tal enfoque, poco trabajado en lo que sé y que no abordamos en nuestro libro porque nos concentramos en lo más sustancial, lleva a considerar lo que hizo el enemigo ideológico y de clase de los militares sublevados en España que fue el comunismo. Los bravísimos oficiales y jefes del Ejército de Franco, muy cristianos, muy tradicionalistas, muy españoles, en el fondo no hicieron demasiados ascos en el plano jurídico al abordar de forma parecida el elenco de “males” (o “pecados” para los defensores de la SMICAR)
Tan “cristianos” fueron que uno de los más feroces de entre ellos, el teniente general Don Gonzalo Queipo de Llano, se cobijó bajo el manto de Nuestra Señora de la Macarena para ser enterrado con todos los honores debidos a su acendrada muestra de religiosidad en la basílica correspondiente. Allí sigue, por cierto. Al igual que el jefe de su Asesoría jurídica, otro destacado asesino de uniforme.
Sin embargo, todos emularon a los odiados bolcheviques a pesar de que la lucha contra el comunismo se elevó al sintagma que reunía en sí todos los males, pensables e impensables.
Un librito que tenía olvidado en mi biblioteca (y que para mi propio horror reconozco haber desestimado hasta el momento) se titula, en efecto,
¡¡ESPAÑA!! Alzamiento de la Patria contra Moscú
Lo escribió un tal J. Mata. Se publicó en Zaragoza, en noviembre de 1936, en la Imprenta Editorial Gambón. Estaba dedicado “especialmente a los patriotas de las regiones “leales” “. Tenía como subtítulo “Apuntes histórico-críticos sobre el Alzamiento de la Patria contra la invasión masónica-bolchevique”.
Me parece más acertada que la denominación habitual de “judeo-masónica”. Como han estudiado tantos historiadores y politólogos, el adjetivo “judaico” terminó desapareciendo del lenguaje viperino habitual de los grandes teorizantes del franquismo, pero el bolchevique no lo hizo jamás.
El para mí desconocido señor Mata debió escribir su panfleto (en un tamaño algo inferior al de bolsillo y con la friolera de 176 páginas) en los meses del verano y principio de otoño, tras refugiarse en Francia. Cabe suponerlo porque el Imprimátur eclesiástico dató del 7 de noviembre de 1936 bajo la firma de Rigobertus, “archiepiscopus caesaraugustanus” En román paladino: Rigoberto Doménech Valls, nacido en Alcoi en 1870 y fallecido en Zaragoza en 1954.
El diccionario biográfico español de la RAH (edición on line) afirma que fue catedrático (¡otro!), teólogo, obispo de Mallorca y finalmente arzobispo en la ciudad en la que había tronado el general Cabanellas, temprano conspirador contra la República. Fue uno de los varios que secundaron el intento de golpe de Estado “legal” de un tal Francisco Franco (no podía ser otro) desde el EMC del Ejército de Tierra en febrero de 1936 (esto no lo dice dicha monumental obra; lo afirma servidor). Lo que de tan “piadoso” eclesiástico se recoge en él puede encontrarse en https://dbe.rah.es/biografias/39805/rigoberto-domenech-valls.
Es lógico, pues, que el señor Mata no tuviese dificultad alguna en ver visado su panfletillo por la “autoridad militar”. Es decir, recibió todos los parabienes de las autoridades que iban a formar el dúo permanente que constituyó el basamento ideológico esencial de la dictadura de Franco (con perdón a los resabios falangistas que cumplieron, tras 1945, una función muy diferente).
De la basura intelectual e histórica que escribió tal autor dos cosas me han llamado la atención. La primera es que se adelantó en buena medida en varias décadas al Bolloten de la teoría de la “revolución camuflada”.
Al describir la acción del Gobierno republicano -que, según él, pregonaba a todo trapo mentiras por la radio- al Sr. Mata se le ocurrió mencionar a los comunistas. Lo hizo con estas palabras:
“Asombrados ante el peligro de tener que afrontar ellos la situación, se batieron en retirada, negando que fuesen a implantar su sistema, antes asegurando que solo intentaban, en unión de los demás, defender la República” (p. 27).
Lo cierto es que los comunistas no pretendían establecer una República soviética (no lo querían entonces ni lo quisieron después) pero…. ¿y los malvados bolcheviques? ¡Ah!, eso es otra cosa.
Ya el 25 de julio, precisó el Sr. Mata, “convocados por el Komintern de París aquellos jefes comunistas con los recién llegados de España, convenían en que Toulouse fuera el centro de la movilización de numerosas expediciones, en las que cada comunista español se mezclaría con los enviados de Francia, para establecer la república soviética de Barcelona” (p. 89). Con pocas variantes, esta burrada histórica llegó hasta finales del siglo XX o principios del presente.
Se comprenderá que, en estas supuestas condiciones, y luchando contra tan criminales elementos, el patriótico teniente coronel Acedo Colunga tampoco viese el menor inconveniente en importar de la URSS, a su vez, la concepción fundamental del enemigo ontológico. Es decir, del que lo es por el hecho de ser judío o comunista, etc. Había que aprovechar del adversario todo lo que pudiera servir para fortalecer el bando propio.
Ignoramos, en ausencia de papeles privados de Acedo Colunga que pudieran, tal vez, arrojar alguna luz, en qué medida el principio fundamental común a los derechos penales soviético y nacionalsocialista llegó a su conocimiento. Me extrañaría que no hubiese ocurrido porque un vistazo a la literatura de los años treinta en España muestra que entre los eminentes juristas patrios había alguno que se atrevió en profundizar, ignoro con qué alto grado de sabiduría, en los fundamentos del código penal de la URSS.
Me parece improbable que Acedo Colunga no hubiese oído hablar del catedrático Eugenio Cuello Calón, que ya había publicado algún trabajo sobre el mismo y una comparativa entre los correspondientes a tres dictaduras de la época: la nacionalsocialista, la fascista y la soviética. Aparecieron en 1931 y 1934.
Sobre dicho caballero, que no dudó en adherirse al GMN con gran entusiasmo, el lector curioso puede encontrar una reseña en https://humanidadesdigitales.uc3m.es/s/catedraticos/item/14535. No sé si el Señor lo tendrá en su gloria, pero su juicio como experto lo dejo al profesor Guillermo Portilla, al que debemos la glosa de la Memoria de Acedo Colunga.
También es impensable que un fiscal tan acreditado en Asturias como nuestro personaje no hubiese leído nada acerca de la persecución estalinista de destacados exdirigentes soviéticos caídos en desgracia. Además, se acentuó desde el otoño de 1936 hasta alcanzar su paroxismo en la segunda mitad de 1937 y la primera de 1938. En la medida en que el fiscal general Andrey Vishinsky fue ganando fama parecería extraño que el teniente coronel que redactaba entonces su inmortal Memoria no supiera nada de él.
Es decir, quedan cabos por atar. Para la aportación de servidor al libro que acabamos de publicar no son demasiado importantes. Las dictaduras tienen unas lógicas comunes que determinan su acción. Lo que hacen los juristas en ellas es recubrirla con el caparazón más adecuado. Y justificar los asesinatos “legales”, siempre por la Patria, española, nazi o soviética.
En el próximo y último post de esta pequeña glosa participará como protagonista el profesor Guillermo Portilla.
(continuará)