El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (VI)
Su primer y mitificado momento estelar
Ángel Viñas
Lamentamos profundamente que todavía no se hayan hechos públicos los pormenores del juicio contradictorio al que dio lugar la petición del capitán Lías Pequeño a los pocos días del combate del Biutz, con Franco agarrándose desesperadamente a la vida. Por fortuna, recuperado ya y ascendido a comandante, insistió en que merecía la Laureada. Por ello se examinó de nuevo el expediente incoado dos años antes y se completó. Así podemos enterarnos afortunadamente de su mitificada participación en la gesta del Biutz. En esta ocasión el Ejército no se anduvo con chiquitas. El fiscal del Consejo de Guerra y Marina revolvió los antecedentes del expediente abierto dos años antes, añadió más datos e hizo su exposición, denegatoria, a tal órgano superior. ¡Albricias! No todo está perdido y dejado al capricho o inventiva de sus múltiples panegiristas. En ellos comprendo también los que se han pronunciado con toda autoridad en estos años de democracia y libertad de expresión y publicación.
No olvido, en ningún momento, que en un rasgo de insólita honestidad el eminente genealogista del Caudillo y editor de su gloriosa hoja de servicios dio a la luz todo el documento del fiscal que hizo suyo el mencionado Consejo. Para mayor gloria de Dios (y menos de Franco) lo hizo en vida del Generalísimo. El por qué se nos escapa. Es posible que la publicación tuviese escaso recorrido. En ausencia de otros documentos vamos a servirnos de la forma en que dicho coronel republicó tales conclusiones elevadas al Consejo de Guerra y Marina, pero las complementaremos en un aspecto con lo que figura en el original firmado por dicho fiscal y que se encuentra, en letra manuscrita, en el AGMS.
Obviamente, ya en mayo de 1918 Franco se había hecho un nombrecito. En ese mes, el general en jefe del Ejército de África dio seguimiento a lo dispuesto en el artículo 23 de la Ley de 1862 que ya hemos indicado en el post anterior. Trasladó al Consejo el expediente de juicio contradictorio abierto años antes para determinar si Franco era merecedor o no de la altísima distinción. La Ley preveía que para concedérsela era preceptivo el informe de tal órgano, lo cual exigía que el fiscal del mismo hiciese la correspondiente propuesta. No he localizado el nombre de este militar, pero sí que echó mano de los antecedentes que tomó del primer instructor del expediente. En su exposición final al Consejo reprodujo, literalmente, lo siguiente en relación con la valerosa acción, tan distorsionada con nuevos aditamentos en el ordenador del profesor Stanley G. Payne. Transcribo de la tan poco citada hojita:
“El capitán Franco (…) recibió orden de ocupar con su compañía la loma inmediata a la de las trincheras [nota: obsérvese que las trincheras famosas no estaban encima de la loma] y al cumplimentarla se encontró con numerosísimo (sic) enemigo contra el que con su gente tuvo (sic) que llegar al cuerpo a cuerpo, siendo heridos sus dos oficiales y contuso el otro [nota: ¿a quién entregó Franco, pues, la fortunita que supuestamente llevaba encima?], perdiendo en bajas 56 individuos, casi la mitad de su compañía, compuesta de 113 hombres; fue también gravemente herido el capitán Franco, por lo que se le retiró del lugar de la lucha”.
Esta escueta relación que se limitaba a hechos esenciales era conocida desde 1916/17 por el Ejército. El fiscal añadió que “no se ha de repetir aquí cuanto ya se ha expuesto en los otros expedientes de esta índole incoados por el mismo hecho de armas, pues ese combate de vanguardia ya es de sobra conocido por el Consejo”. Esto implica una nota de alerta. El combate había generado varias propuestas de Laureadas (no solo para Franco y, suponemos, todas ellas habrían sido sometidas a juicios contradictorios, una con resultado más que halagüeño para el agraciado). El porqué se incluyó al entonces capitán Franco puede dárnosla la constatación de que “mandaba la tercera compañía de asalto, que también fue rechazada con grandes pérdidas, y aseguró la posición conquistada el batallón de Barbastro”. Es decir, la tercera compañía habría quedado tan exhausta que no pudo coronar la acción.
En este expediente de 1916/17 se señaló que, entre los méritos aducidos en el parte de la acción, se había dicho que “por haberse quedado sin oficiales [Franco] hizo las veces de estos, hasta caer gravemente herido en el pecho, siendo merecedor con otros de que se le forme juicio de votación” [nota: nos asaltan dudas reforzadas de que Franco pudiera haber entregado las “pelas” a otro oficial si se había quedado sin ellos, así que el tema lo dejamos resuelto por la negativa, con perdón a todos los comentaristas y camelistas que lo han tratado en los términos ya reproducidos en estos posts]. Por lo demás, obsérvese que en la versión de Carvallo de Cora, pero también en la del original manuscrito del fiscal, la herida no fue en el vientre, en el abdomen o en el bajovientre, sino en el pecho. [Nota: ¿eran los servicios médicos y administrativos del Ejército de África equivalentes a los que tuvieran, si los tenían, los insurgentes marroquíes?, porque incluso el más ignaro no puede desconocer que pecho y abdomen están separados]
La respuesta a la pregunta anterior es negativa. Debemos recordar al lector que en aquella época los juicios contradictorios no eran una bagatela. Implicaban el examen de los hechos y el testimonio de numerosos testigos, que debían dar cuenta formal, ante un panel de jueces, de lo que habían presenciado o visto. Y así nos encontramos con la primera sorpresa, que destacó el coronel Blanco Escolá, tan ninguneado por muchos de sus compañeros aprendices de historiador. El capitán (ya comandante en la segunda tacada) Lías Pequeño se escurrió como una lagartija (es un decir) al declarar que “Franco fue muy gravemente herido y que coronó la loma, sin precisar el tiempo que medió desde la herida hasta ser recogido, ni las bajas que hasta ese momento había sufrido”. Un héroe administrativo el tal Lías Pequeño porque, como recordarán los amables lectores, de los requisitos exigidos por la Ley de 1862 ambos aspectos eran prioritarios. Tan entusiasta superior accidental de Franco se zapó de toda posible indicación precisa. Sin embargo, dice la hoja de servicios, “en el parte de la operación, dado por [Lías Pequeño] figuró como muy distinguido por su incomparable valor, dotes de mando y energía desplegada en dicho combate”. Es más, se añade que “en telegrama recibido por el general en jefe de fecha 30 de junio del ministro de la Guerra, y publicado en la Orden General del día 2 de julio en Tetuán, es felicitado por el Gobierno de S.M. y ambas Cámaras”.
Sin duda, cuando se enteró Franco de esto último, es decir, cuando recobrara su lucidez, se pondría muy contento pero lo que nos preguntamos es ¿POR QUÉ ENTONCES DIJO LÍAS PEQUEÑO LO QUE DIJO EN EL EXPEDIENTE Y REINCIDIÓ AL SOLICITAR, A PETICIÓN DE FRANCO, LA REAPERTURA DEL MISMO UNO O DOS AÑOS DESPUÉS? Misterio. ¿Faltan papeles?
Pensamos que en algún momento en 1916 o después Franco se había personado en el expediente, que por eso hemos caracterizado como de los años 1916/17. No sabemos si conocía los términos del testimonio de quien había sido su jefe accidental. El, Franco, dijo que con su compañía, de 113 hombres, sufrió “la baja de sus cuatro (sic) oficiales y 56 más [suponemos que simples regulares], casi todas antes de ser herido gravemente, cuando estaba a media ladera, y pasado un cuarto de hora fue retirado después de coronar la loma, siendo curado en la ambulancia”. Esto, repito, es lo que consta en el expediente incoado en 1916, según reprodujo el fiscal dos años más tarde. Cualquier lector observará que hay alguna contradicción entre Franco y Lías Pequeño. ¿Se quedó tendido a media ladera? ¿Subió trabajosamente [nota: ¿cómo? y ¿cuándo?] hasta la cresta de la loma a pesar de una herida gravísima? ¿Cómo se le curó en plena campaña?.
En el expediente de 1916/17 uno de los valedores de Franco, un general llamado Milans, había incluido el caso del supuesto valor de aquel capitán llamado a más altos destinos en el supuesto sexto del artículo 25 de la Ley de 1862, que vimos en el post anterior. Añadió otro, el caso cuarto del 27 (“en momentos dudosos, o decisivos, cargar el primero y con buen éxito al enemigo, causándole la pérdida de un tercio de su fuerza”). Es evidente que exageró en ambos. Un coronel llamado Génova no había precisado las bajas causas pero añadió otra afirmación: Franco caía dentro del supuesto sexto del 27 (“rehacer instantáneamente una tropa desordenada por las pérdidas sufridas, y dispersar con ella al enemigo cuyas fuerzas no sean inferiores o tomar o recuperar en el acto una batería o posición”). Nos parece evidente que tan distinguido coronel se pasó de rosca.
En favor de Franco se habían pronunciado también el capitán Palacios y los tenientes Muñiz y Valcárcel, que dijeron haberlo visto y añadieron otro nuevo caso de concesión de la laureada, el segundo del artículo 27 (“defender el puesto que se le confía hasta perder entre muertos y heridos la mitad de su gente”). No obstante los dos primeros no habían precisado el número de bajas del enemigo y el tercero solo que “Franco fue uno de los primeros que retiraron, en el momento en que las bajas todavía eran menos de la mitad”. Las incongruencias y exageraciones saltan a la vista.
La palma se la llevaron otros dos oficiales cuyos nombres debemos inmortalizar en Internet. Uno, el capitán López de Haro, ignoraba muchos de los particulares que se le preguntaron. Otro, el teniente Martínez, sabía que Franco asistió al combate y que fue herido, “ignorando que realizase acto alguno digno de estar comprendido en la Orden de San Fernando”. Nos sorprende poderosamente el por qué y por quién fueron convocados. No conocemos el acta ni el papeleo que sin duda figuraron en el expediente de 1916/17.
Pero las cosas fueron de mal en peor para Franco. El comandante González Tablas, los capitanes Carreas y Monís y los tenientes Romero y Loma habían afirmado que el valeroso capitán no había hecho más “que auxiliar el avance de la caballería, sin ninguna cosa de particular en su actuación, pues todo lo ignoran, como que pueda estar dentro de la Ley del 18 de marzo de 1862, como asimismo el número de bajas que sufriera cuando fue retirado, las del enemigo y cuando fuera curado”. ¡Bravo! ¡Por fin un poco de luz!
En consecuencia, no podemos por menos de sospechar -siendo bondadosos- que Lías Pequeño y sus compañeros habían abultado el heroismo del entonces capitán.
Citemos ahora al médico, Señor Blasco [nota: Carvallo de Cora señala el nombre incorrecto de Blanco] que le curó. No había reproducido el pronóstico de la herida [nota: ¿se había enterado de que ya se había corrido la voz de que fue en el bajovientresalvo que fue gravísima?] pero añadió: “fue el primer oficial que curó en el puesto y de los diez primeros entre todos, añadiendo que fue imposible en absoluto, después de herido, que quedase en condiciones de mandar” [nota: ¿qué decir ahora de las “pelas”, del fusil de Regulares con el que habría hecho fuego, con la amenaza a los camilleros, etc?. Respuesta: camelos, invenciones, mitos].
Todo lo que antecede es lo que en 1916/17 había recogido el instructor del expediente. No fue un don nadie. Se trató del jefe de Estado Mayor de la columna. “Por ende, fue testigo presencial de los hechos”, dice el informe del fiscal. Evidente. Pues bien, dicho jefe del Estado Mayor se sumó a la mayoría de los testigos. Luego añadió que “el capitán Franco fue ya recompensado por este hecho de armas con la Cruz de María Cristina y mejorado después con el empleo de comandante y no lo encuentra comprendido en el Reglamento de San Fernando”.
Pero (siempre hay un pero), como hemos visto, en 1918 se amplió el expediente. La idea fue que depusieran los “testigos si inmediatamente al ser herido lo recogieron con conocimiento o sin él, para que declarase el médito sobre este extremo y para que se precisen las bajas propias habidas”.
En esta fase las deposiciones fueron letales para Franco. ¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
Transcribo literalmente:
“El brigada Farriols dice que cree recogió al capitán Franco inmediatamente que fue herido, que con ademanes, falto de fuerza, le indicó que aceptaba el que le llevaran a la ambulancia, que nada ha sabido de que realizara hecho alguno heroico o distinguido, que fue herido cuando estaba a media ladera y entonces habría unas treinta bajas, ocasionándose las restantes, hasta 58, una vez ocupada la posición”. [nota: esto podría indicar que el cuerpo a cuerpo tuvo lugar en las trincheras].
La puntilla la dio un soldado de Regulares, llamado Mohame Ducali (sic). Según sus declaraciones “el capitán Franco fue precisamente el primero de la compañía que cayó y que lo recogió en seguida, no habiendo perdido el conocimiento, pero no quedó en condiciones de mandar, pues no tenía energías para ello, transcurriendo un cuarto de hora desde el principio hasta que cayó herida, no teniendo por ello tiempo de realizar acto alguno distinguido o heroico, y que las 58 bajas fueron hechas después de herido el capitán”. Evidentemente, un indígena, soldado raso, no tenía por qué conocer de las intrigas, amistades, enemistades, odios y favores que podrían existir en las relaciones entre los oficiales y jefes españoles.
El insigne genealogista y coronel Carvallo de Cora, que puede haber sido un copista mediano (equivocarse dos veces en el nombre del médico no es asunto baladí), obvió también una de las conclusiones del fiscal que, lo que son las cosas, figura perfectamente expuesta en el original que elevó al Consejo Supremo de Guerra y Marina. Dice así:
“La ignorancia en que ha quedado para muchos de los testigos la verdadera actuación de Franco [nota: el rango ya no se indica] le ha restado esa pública notoriedad que deben revestir los hechos de San Fernando”.
Y después, fue rebatiendo uno tras otro los argumentos aducidos por un sector de los testigos para concluir que no se daban en modo alguno ninguno de los supuestos previstos en los artículos, ya mencionados, de la Ley de mayo de 1862.
En definitiva, si Franco contó las cosas a su manera a su “primer pelota máximo”, tal y como este las reprodujo, resulta evidente que contribuyó decisivamente a ayudar al ya Caudillo a desfigurar los hechos a su gusto y manera. Después, otros “pelotas” copiaron e incluso fueron más allá que Arrarás, el insigne. De su amada hijita mejor no hablar. Lo que queda como hipótesis mínima es que Franco utilizó a sus amiguetes para que le apoyaran en su petición. Lo hicieron en un primer momento, pero al llegar a la fase de instrucción empezaron a batirse en retirada aceleradamente. La puntilla vino después, cuando un sargento y un soldado raso pusieron las cosas en su exacto punto.
Desgraciadamente lo que pasó, que se sepa documentalmente, quedó oculto a la Historia. Solo el valor sobresaliente y los cuentos del Caudillo pasaron a ella. El primero hay que reducirlo drásticamente (en términos de la Ley de 1862) y los segundos tirarlos a la papelera, escriban lo que escriban los pelotas en el período democrático.
Espero que los amables lectores se hayan reído un poquito y empiecen a preguntarse acerca de los rasgos y perfil sicológicos del capitán/comandante Franco, ya general superinsigne cuando narró sus cuentos a Arrarás.
(Continuará)