El segundo momento estelar de Francisco Franco (II)
Ángel Viñas
En el anterior post expresé mi sorpresa de que el coronel de Artillería Esteban Carvallo de Cora ni siquiera mencionase el texto que con mayor autoridad que ningún otro había ofrecido datos acerca del nombramiento de Franco como Jefe del Estado en 1936. Sin duda, la Providencia, los dioses greco-romanos o el Señor pudieron actuar en tal sentido, pero no se ha encontrado evidencia de su intervención. En tanto que los recuerdos, por muy personales que sean, no deben de entrada descartarse. Hoy sabemos que los de Kindelán tuvieron, cuando menos, un recorrido algo azaroso pero un militar que reemplazaba un libro titulado Hoja de Servicios del Caudillo de España por unos comentarios tan laudatorios debería haber integrado, al menos, una referencia a aquellas reminiscencias.
Estos recuerdos, como edición íntegra es decir incluyendo los pasajes suprimidos por la censura, los publicó Planeta en 1982, ya con Franco criando malvas, bajo el título Mis cuadernos de guerra. Es la edición que suele manejarse y que leí, en su momento, de cabo a rabo. En la medida en que los recuerdos de Kindelán se refieren a temas que me han interesado (esencialmente la actuación de la Legión Cóndor durante la guerra civil y algunos aspectos relativos a la conspiración que llevó al 18 de julio) puedo afirmar, con rotundidad, que los he encontrado despistantes, por no decir opuestos a la realidad de la EPRE. Quiero con ello señalar que, a pesar de su uso e incluso abuso por los historiadores, no los considero necesariamente como representativos de lo que su autor hizo, vivió y escribió. Kindelán, al igual que tantos otros militares sublevados, escribió del pasado lo que quiso y cómo quiso. Lo normal.
En la medida que interesa en esta serie de posts he comparado las dos versiones. En la segunda los añadidos suprimidos por la censura van marcados en itálicas. Sin embargo, por esas cuestiones que solo la sabiduría de los ángeles podría aclarar, en esta última ha desaparecido algo que sí figuraba en la primera. Se refiere a la primera actuación de Kindelán en Gibraltar, de carácter diplomático, como representante de Franco (¿por qué no de Mola o de la JDN?). En 1945 señaló que fue bien acogido por los británicos, “que accedieron en parte a nuestras propuestas”. Entonces, aprovechó “la oportunidad para dar cuenta oficial del Movimiento, por telégrafo, a varias naciones extranjeras y a D. Alfonso XIII”. Lo entrecomillado se distorsiona en la versión de 1982. El medio utilizado en esta fue el teléfono y se suprimió la mención a las naciones extranjeras. Pudo ser cierto lo primero. También lo segundo, pero la diferencia no es diminuta. En aquel año quizá se pensó (¿Franco?) que era dar demasiada cancha al protagonista. En cuanto a la sustitución del telégrafo (medio normal en la época) por el teléfono pertenece al nivel de lo incognoscible. Por lo demás, el lector debe saber que el exrey estaba perfectamente al día de lo que pasaba en España y, muy probablemente, de los altos y bajos en la etapa final de la conspiración.
Pero aquí nos referimos al nombramiento de Franco, uno de los núcleos centrales de la historiografía sobre la guerra civil y, sin la menor duda, su segundo momento estelar tras sus fulgurantes ascensos de primer teniente a comandante, que le permitió dar un salto de tigre alado en el escalafón militar. En este segundo momento, y casi sin excepción. los autores se refieren a Kindelán. En el olvido, relativo, queda Guillermo Cabanellas, hijo del presidente de la Junta de Defensa y que desarrolló toda una teoría sobre una supuesta conspiración de la que fue víctima su padre. Lo frecuente es que los historiadores suelan seguirles más o menos acríticamente. En este post no presentaré un elenco de opiniones.
Lo que parece fuera de toda duda es que el general Alfredo Kindelán se autoconsideró como el gran promotor del nombramiento de Franco (olvidemos en este aspecto a Millán-Astray) y afirmó (aunque no he comprobado que lo hiciera en su libro de 1945) que en una primera reunión de los generales el 21 de septiembre de 1936 (y cita a Cabanellas, Queipo, Orgaz, Gil Yuste, Franco, Mola, Saliquet, Dávila y los coroneles Montaner y Moreno Calderón) se discutió el tema del mando único. Salvo el primero, es decir Cabanellas, todos los demás acordaron que el más indicado sería Franco. Faltando la unanimidad por la intervención del presidente, el divisionario Cabanellas, la decisión no se hizo pública. Todo esto es conocido y ha sido repetido insistente y machaconamente.
Ahora bien, a diferencia de lo lo que sigue ignorando la mayor parte, por no decir casi la totalidad, de la historiografía, es que el proceso estaba ya tan adelantado que Franco tomó su nombramiento prácticamente por dado. Cabe demostrar con EPRE que creía que dentro de poco obtendría la tan ansiada jefatura por la que llevaba haciendo méritos desde poco después de la muerte de Sanjurjo el 21 de julio precedente. El hecho que había abierto a Franco, de par en par, una prometedora ventana de oportunidad.
Los historiadores generalistas (incluso Payne/Palacios en su lamentable biografía de Franco) suelen ignorar que este se entrevistó en Sevilla, a bordo de un cazatorpedero italiano, con un emisario de Musolini, el cónsul general de Italia en Tánger, de Rossi, buen conocido suyo desde los albores de la sublevación y cuya relación he examinado en mi último libro.
En esta reunión supersecreta (su contenido lo captaron los británicos que interceptaban y descifraban los telegramas italianos y, en particular, los del consulado genetal italiano en la ciudad internacional) destacan dos notas. La primera que nadie del séquito de Franco estuvo al corriente ni supo de ella; la segunda, que Franco es posible que exceptuara a Queipo de Llano. Las razones podrían haber sido varias. Por ejemplo, mostrar un frente unido con el dictadorzuelo sevillano; contar con una referencia de autoridad; impresionar a su compañero, también general de División; mantener el apoyo del mismo para la próxima reunión de generales, etc. Lo que no se sabe es si Queipo estuvo presente en la reunión o no. He de confesar que cuando en los archivos británicos descubrí el telegrama interceptado pensé que sí estaría. Hoy no estoy tan seguro, conociendo mejor los antecedentes y pormenores del encuentro. También porque algún italiano nativo me ha dicho que, en este último idioma, la redacción elegida por de Rossi no permite ni asegurarlo ni negarlo.
Las cosas no tienen por qué cambiar sustancialmente. Si Queipo no estuvo presente, sí supo de la entrevista y es de suponer que él y Franco hablarían de ella. Lo que narrara Franco no ha quedado, que se sepa, transcrito en ningún papelín conocido. No eran, en aquel momento, adversarios si Queipo también se había pronunciado por Franco en la reunión del 21 de septiembre.
De Rossi tenía por misión convencer a Franco de la necesidad de inyectar un contenido social y moderno al “Movimiento”. Ningún lector podría sorprenderse de que Franco se apresuró a mostrarse de acuerdo con tal idea y que lo expresó con sumo entusiasmo. ¡Faltaría más! En el último “consejo de Ministros” (sic), afirmó, ya había expuesto a sus compañeros el programa. Como dicho “programa” no se ha encontrado, al igual que un acta de tal reunión ni hay otras referencias sobre su contenido, me abstendré de comentarios. Excepto para decir que, muy probablemente Franco no se mostraría en ella reticente, dando pruebas de extrema modestia. Franco añadió que se volvería a hablar en la semana siguiente. Parece obvio que Franco, adornándolo, explicó a su manera (ya casi augusta) la reunión del día 21 al diplomático italiano. Cualquier lector planteará las alternativas en juego. O bien Franco jugaba de farol o esperaba no tener ningún problema con su nombramiento que consideraba seguro.
Otro aspecto que ha escapado a la atención de los historiadores y que es MUCHO MÁS IMPORTANTE es que cuando de Rossi preguntó cómo iban las operaciones militares, Franco respondió que le parecía imprudente marchar sobre Madrid dada la escasez de fuerzas con que contaba. Algo absolutamente correcto. Lo dejaba para octubre, añadió, es decir cuando hubiese completado la preparación logística y estratégica necesaria. Es más, para entonces era pensable que hubiera continuado el proceso de descomposición del gobierno republicano con sus deletéreas consecuencias sobre la moral y la capacidad de resistencia.
Es obvio, añadió, que tal descomposición incrementaría la ineficacia de la defensa. Pero, por otra parte, no pensaba alargar las operaciones hasta después de octubre porque sus soldados carecían de uniformes contra el frío. Esto lo afirmón sabiendo -señaló- que la Unión Soviética preparaba el envío de grandes suministros de armas a los republicanos (lo cual era cierto y lo sugería la prensa internacional) [Nota: Franco tenía espías entre las filas gubernamentales pero podemos estar absolutamente seguros de que sus tentáculos no llegaban a penetrar en el Kremlin].
ASÍ, PUES, DE OTORGAR CREDIBILIDAD AL INFORME DEL CÓNSUL DE ROSSI, LAS TESIS HABITUALES DE QUE FRANCO PERDIÓ CONSCIENTEMENTE LA OCASIÓN DE TOMAR MADRID AL DESVIAR SUS TROPAS HACIA TOLEDO DESPUES DE LA REUNIÓN DEL 21 DE SEPTIEMBRE PIERDEN FUERZA. Salvo que mintiera al italiano -lo cual no cabe descartar- no pensaba empezar a preparar el dispositivo de ataque hasta el mes siguiente. Ya sé que esta tesis choca con las expuestas en favor y en contra de Franco. Puedo equivocarme, por supuesto, pero habría que demostrarlo con EPRE.
Lo que aquí me importa subrayar es que Franco obviamente se sentía seguro. Nada de dudas ni de vacilaciones. Tampoco hay que prestar demasiada atención a las elucubraciones de Guillermo Cabanellas de que su padre fue víctima de una conspiración monárquica. Entre los sublevados el presidente de la Junta de Defensa Nacional carecía de prestigio. Los apuntes que fue tomando sobre su comportamiento José María Iribarren, el secretario de Mola, también lo atestiguan. Otra cosa es que su hijo quisiera levantarle un monumento con su libro.
(continuará)