El segundo momento estelar de Francisco Franco (y III)

3 marzo, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

El post anterior puso de relieve que, desde el punto de vista del comportamiento de Franco hacia sus protectores italianos, tras el 21 de septiembre dio ya por sentado que su nombramiento para el mando supremo era cuestión de días. Con solo Cabanellas opuesto  al mismo, superar su resistencia no duraría mucho. Fuese audacia, cara dura o farol, la forma en que Franco explicó en Sevilla al cónsul general italiano en Tánger lo que había pasado en la primera reunión de generales no deja entrever ninguna otra posibilidad. Que quisiera cargar la mano contra Cabanellas es algo que no puede reprochársele en modo alguno. ¿Quién no lo hubiera hecho estando en su lugar? Volvamos al único testimonio disponible hasta fecha reciente.

 

En sus Cuadernos de Guerra Kindelán, escribiendo en 1945 no lo olvidemos, se deshizo en elogios a Franco. También introdujo una referencia a los enemigos del mismo que le habían recriminado, a él, Kindelán, haber contribuido tanto a nombrarlo. Afirmó que no le cabía responsabilidad alguna por el decreto publicado en el Boletín Oficial de la Junta de Defensa el 30 de septiembre a tenor del cual Franco apareció en una nueva función: “Jefe del Gobierno del Estado español”.

Efectivamente, había una distancia sideral entre el proyecto de decreto que, con ayuda de Nicolás Franco, Kindelán pergeñó de cara a la segunda reunión de generales y el resultado final. Esta segunda reunión se celebró el 28 de septiembre. En su artículo tercero, establecía el nombramiento de Franco como jefe del Estado mientras durase la guerra. Tal acotación temporal desapareció en el decreto publicado. Todo esto es superconocido.

Ahora debemos dejar que entre en escena el hijo del general Cabanellas, Guillermo, ayudante suyo durante la guerra, abogado, exiliado a México, socialista y reivindicador de la figura de su padre en una historia de la guerra en dos versiones ligeramente diferentes. Una que publicó en México en 1973 y otra que apareció en España en 1977. En las dos ocasiones con títulos distintos. La guerra de los mil días. Nacimiento, vida y muerte de la II República española en el primer caso y Cuatro generales. La lucha por el poder en el segundo. A no ser que este título fuera impuesto por la editorial, con fines de estimular las ventas, podemos afirmar que fue erróneo, si bien el autor lo aceptó. No hubo nunca una lucha por el poder entre “cuatro” generales. Sanjurjo no participó porque había muerto. Mola no se opuso a Franco. Y a Cabanellas su hijo, como ya indicamos, lo que levantó fue un monumento de arcilla.

Este autor enmendó la plana a numerosos periodistas, propagandistas e historiadores previos y postuló la existencia de  una “conspiración para el caudillaje”, movida por Franco y en la que aparece en segundo plano el general Millán Astray, no mencionado por Kindelán, junto con otros militares como Yagüe. Aparte de afirmaciones no comprobadas como que su padre fue vetado por Mussolini (no identificó fuente alguna al respecto), Cabanellas hijo indicó que en la primera reunión de los generales (recordemos que el 21 de septiembre) se propuso que el futuro mando único llevara consigo la jefatura del Estado. Esto también lo afirma Kindelán pero en un formato distinto: él, Nicolás Franco, Yagüe y Millán Astray se vieron con Franco en fecha no determinada y le propusieron que los generales se reunieran otra vez  para discutir que el cargo de Generalísimo incluyera la jefatura. Puede ser cierto o no. Si se decidió continuar la primera reunión con una segunda, tal apaño a cuatro debió de hacerse en paralelo. No es imposible.

Sorprendentemente Cabanellas hijo, que reprodujo el texto dado a conocer por Kindelán, afirmó que “la propuesta referente a Franco fue como jefe de Gobierno”. Lo argumenta. No hubiera tenido sentido nombrarlo al frente del Estado mientras durase la guerra. Lo lógico era que lo fuera del Gobierno y que quedase libre “para proveer en su día el cargo de jefe del Estado”. Los amables lectores comprenderán que algo no cuadra.  O miente Kindelán o lo hace Cabanellas.

Es preciso en este momento traer a colación lo que dijeron al respecto los monárquicos en un informe secreto para el embajador británico en septiembre de 1941. Se basaron en unas memorias no publicadas (y luego quizás parcialmente desaparecidas) de Queipo de Llano. Según esta fuente Nicolás Franco y Sangróniz informaron por teléfono después de la primera reunión a cada uno de los generales en ella presentes que la ayuda de Alemania e Italia exigía como condición sine qua non que se constituyera un mando único. De ser así, llovió sobre mojado porque esto último ya se había suscitado. Lo nuevo era la referencia a que las potencias fascistas hubiesen transmitido el deseo del mando único. Era, en parte, cierto pero no demasiado relevante. Mola se había subordinado a Franco al aceptar en agosto que la ayuda nazi-fascista llegara a través de él o con su conocimiento. Es improbable que los demás generales lo ignoraran. A mayor abundamiento Queipo de Llano probablemente sabría de  la reunión con De Rossi si es que no estuvo presente en ella.

Guillermo Cabanellas tuvo verosímilmente informaciones de su padre y, de ser así, debieron de ser amargas. Entre las dos versiones de su obra, la mexicana y la española, hay diferencias. Por ejemplo, en la segunda recoge que como argumento decisivo para apoyar su candidatura Franco exhibió una carta que sobre la ayuda hitleriana le había proporcionado el almirante Canaris. La fuente en que se basa es Ramón Garriga, periodista falangista que supo muchos chismes y publicó una obra, en al menos dos versiones,  sobre las relaciones secretas entre Franco y Hitler. No es creíble en absoluto. El jefe del Estado Mayor W, Hellmuth Willberg, que se ocupaba en Berlín de la organización de la ayuda nazi, había viajado a España en agosto amén de uno de los emisarios de Franco a Hitler, Johannes E. F. Bernhardt, ya le habían comunicado que la ayuda se destinaba a él. A diferencia de Mussolini, Hitler, que no se había interesado por España lo más mínimo hasta aquel momento, no quería entrometerse en la política interna de los sublevados.

En mi último libro he señalado algo que no se conocía hasta el momento y es que Canaris estuvo, efectivamente, en Sevilla, procedente de Lisboa, el 24 de septiembre, es decir, después de la primera reunión; que se entrevistó al día siguiente con Queipo y que se desplazó a Cáceres para ver a Franco. Volvió inmediatamente a Sevilla, donde lo despidió el teniente coronel Emilio Faldella, que actuaba por cuenta de Mussolini. Me parece altamente inverosímil que Canaris diera a Franco un escrito del tenor expuesto por Garriga.  No era necesario en absoluto. Mientras no se demuestre lo contrario, el periodista se inventó un camelo, con independencia de que sean muchos los autores que le sigan ciegamente.

En las rondas telefónicas  que hicieron Nicolás Franco y Sangróniz se preguntó a cada uno de los generales si aprobaba el nombre de Franco que, dijeron en cada caso, ya había parecido conveniente a los demás tras consultarles individualmente. Por medio de tales llamadas por separado los generales dieron su acuerdo (salvo Cabanellas, por supuesto) a la designación de Franco como jefe del Gobierno del Estado, tal y como apareció en el Boletín Oficial. En realidad, el informe monárquico no dice cuándo tuvo lugar la ronda de llamadas. Podría haber sido antes de la primera reunión, porque no hubiese sido tan necesaria después de ella.

Cabanellas afirma que la redacción del decreto final corrió a cargo de otro monárquico, José de Yanguas Messía. Sabemos que se trataba de uno de los más importantes conspiradores contra la República desde el año 1931 y que estaba al tanto de los contactos previos a la sublevación con la Italia fascista. Evidentemente, no pondría muchas dificultades a Franco, pero el decreto aprobado contenía la precisión que su nombramiento era como jefe del Gobierno del Estado y no pura y simplemente del Estado. Es decir, suponía una reducción de nivel con respecto al proyecto de Kindelán, aunque de él ya se había eliminado la referencia temporal. No conocemos ningún pormenor de por qué el conspirador civil y monárquico aceptó la bajada de nivel, pero no es difícil pensar que: a) estaba un poco sobrecogido por tantos uniformes en torno suyo; b) no desconfiaba de Franco, general monárquico de pro.

La afirmación de Cabanellas hijo de que Franco expuso a su padre que no aceptaba la limitación del mandato al período de guerra puede ser cierta o no. Hay cierta resignación en sus líneas cuando señala que “palabra más, palabra menos, a Cabanellas le era indiferente; así puso su firma en el decreto por el cual Franco se convertía en jefe del Gobierno, sin figurar carácter provisional”. Es decir, el presidente de la Junta de Defensa Nacional tiró la toalla. No veo la lucha por ninguna parte.

En definitiva, de creer -con cautela- a Kindelán, fue él quien lanzó la idea de que la jefatura del Estado fuese en favor de Franco mientras durase la guerra. Queda por documentar cuándo se decidió la eliminación de la limitación temporal. Franco afirmó que se negó a aceptarla. Es verosímil y con ello puso a Cabanellas entre la espada y la pared, pero no hay que olvidar que no se conocen, si es que existen en alguna parte, los papeles de Franco, Queipo, Mola, Cabanellas y de algunos otros actores en aquellos días de septiembre. En cualquier caso, en la prensa controlada por los sublevados no tardó en aparecer el nombramiento de Franco como “Jefe del Estado” sin más.

Nada de ello limpia el borrón de que dicho nombramiento procedió de una clique de generales que se auto-otorgaron la capacidad y el derecho de hablar en nombre de la parte sublevada del Ejército español y, a mayor abundamiento, en nombre de toda la Nación. El sector más numeroso de dicha clique se auto-erigió, además, en fuente de “legitimidad” para a escoger como Jefe del Estado a uno de los suyos, tras el cual se agitaban las sombras alargadas de los dictadores fascistas.

Sin embargo, Francisco Franco auto-elevó su segundo momento estelar como si su destino se le hubiera garantizado desde lo más alto. La Iglesia católica española lo apoyó hasta las últimas consecuencias y los últimos tiempos. En cuanto al futuro Caudillo es improbable que no pensara en lo mucho que había recorrido hasta entonces, siempre protegido por la mano de Dios desde sus ya lejanos ascensos a capitán y a comandante, fuentes de su posterior carrera. Pero, como Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo, de los papeles que dejara Cabanellas, de los de la Junta de Defensa Nacional y de los de Mola nunca más se supo. Se han conservado muchos de Kindelán pero, ¡qué casualidad!, ninguno de esta época.

No es ninguna casualidad. De los de otro de los generales monárquicos que más apoyaron a Franco para luego distanciarse de él, cuando advirtió que de Monarquía rien de rien, familiares suyos me dijeron que los destruyó cuando sus relaciones con el omnipotente Caudillo se tensaron de tal manera que le aterrorizó la idea de que pudieran caer en manos de su policía. TODO POR LA PATRIA.

Fin