En todas casas cuecen habas (I)
Ángel Viñas
Por los todavía escasos posts que llevo escritos en esta nueva temporada académica se me ocurre pensar lo que puede ser que se nos eche encima a lo largo de la misma: al lado de un ejemplo brillantísimo de investigación rompedora sobre ciertos aspectos muy manipulados de la guerra civil, como el de Carlos Píriz, no faltará algún intento de descalificarlo. También es un curso en el que, ya lo advierto, aparecerá un libro para el cual he ido recopilando documentación, cual ratoncito hacendoso, desde por lo menos 2013. La maldita pandemia me ha permitido terminarlo.
Ese trabajo se inserta en la línea que he ido abordando en los últimos años: el intento, confío que no del todo malogrado, de continuar dando una respuesta documentada (con “papeles” de archivos españoles y extranjeros) a las grandes preguntas de nuestra historia contemporánea: ¿por qué hubo una guerra civil?, ¿quién la quiso?, ¿con qué pretextos?, ¿quién la preparó cuidadosamente?, ¿cuáles fueron, de entre los factores esenciales que determinaron su éxito para los vencedores, la derrota para los vencidos, aquéllos que más controversias han despertado?; ¿qué argumentos se esgrimieron? Son preguntas que se han planteado también otros historiadores de mi generación y muchos más jóvenes. Cada uno ha contribuido a su manera.
No pretendo haber hallado todas las respuestas, simplemente porque NO HAY HISTORIA DEFINITIVA. Sin embargo, al leer el artículo de Natalia Junquera en EL PAÍS sobre las lagunas y barbaridades de que adolecen los conocimientos de los jóvenes españoles sobre memoria democrática, pienso que la labor vale la pena. No porque crea que esos jóvenes, y sus sucesores, vayan a leer mi libro. Lo creo porque pienso que, con otros muchos de otros autores, tal vez ayudará a los profesores de Enseñanza Media e incluso a algunos de la Universidad a presentar una contraimagen, fundamentada empíricamente, a las leyendas franquistas, postfranquistas o simplemente de derechas que pululan a sus anchas por los medios y conductos de la red.
No lo hago, como a veces lo he hecho, dándome golpes de pecho. En todos los países cuecen habas y en algunos, incluso, calderadas.
Espero que no se me tome a mal si en la primera categoría encuadro, a efectos de comparación, ciertas actividades del país que, para muchos, es el que mejor ha tratado de superar una historia horrible y terrible: la República Federal de Alemania. Su palmarés es, pasada la época de la reconstrucción tras la liberación en 1945 de la tiranía nacionalsocialista, bastante brillante. Esto no significa que no adolezca de puntos oscuros.
Como se dice que afirmó el primer canciller federal Konrad Adenauer a un periodista norteamericano, el nuevo Estado podía hacer justicia a los horrores del pasado o construir la democracia. Para él, que había sufrido persecución bajo la dictadura nazi, el camino a seguir era obvio: el segundo. Y, en tal sendero, se cerraron ojos y oídos a muchas de las injusticias y barrabasadas de la época precedente.
En condiciones muy diferentes, la naciente democracia española optó también por esta vía. Muchos funcionarios del aparato represivo (policial, jurídico, político y militar) se vieron exonerados tácitamente. Muchos han fallecido. Otros, ya pocos, siguen tan panchos. La justicia española los protege. Que el Derecho haya progresado y haya ido adaptándose a nuevas y también horribles experiencias, al parecer es irrelevante. La historia se ha detenido, para ella, en el bienio 1975-1977.
Hay, naturalmente, diferencias fundamentales entre ambos casos en cuanto al enfoque para lidiar con un pasado poco edificante. A trancas y a barrancas, al socaire de funcionarios, movimientos populares y cambios políticos los alemanes fueron encarándose seriamente con su pasado. No había otra alternativa a medida que los crímenes del nacionalsocialismo fueron saliendo a la luz gracias al afán de muchos investigadores, las críticas del extranjero y, no en último término, acontecimientos que despertaron las conciencias de nuevas generaciones. Por ejemplo, los procesos de Auschwitz sobre la Shoah y el juicio de Eichmann a principios de los años sesenta, los movimientos estudiantiles del final del decenio o la exhibición en las pantallas de televisión de una conocida serie norteamericana (“Holocausto”). [Si no recuerdo mal también se proyectó en España, pero no despertó convulsión alguna].
Con todo, es obvio que en Alemania se hicieron cosas que hubieran podido abordarse en nuestro país pero que no se abordaron.
En primer lugar, crear un mecanismo de enseñanza de la historia y de la cultura política de la democracia que conllevara el rechazo explícito de la dictadura nacionalsocialista. Se hizo en fecha relativamente temprana. Se la dotó de medios financieros, materiales y personales y se la incorporó al capítulo correspondiente del presupuesto federal. Se trata de la Bundeszentrale für politische Bildung, establecida en 1961 a partir de otra institución preexistente y sostenida desde entonces por todos los partidos del arco parlamentario en las dos cámaras. Eso sí, al margen de la influencia de los partidos de extrema derecha que han florecido en los últimos años en el panorama político alemán. (Ni que decir tiene que, paralelamente, todos ellos tienen sus propias instituciones paralelas que también reciben financiación pública).
En la “feliz” España de nuestros días hay, sin embargo, que oír el griterío que despiertan algunos modestos intentos de construir un currículum en el que se valorice la experiencia democrática española en la historia. Que la hubo.
En segundo lugar, en Alemania se abordó la tarea de lidiar con algunos retazos que las primeras oleadas de la desnazificación habían dejado de lado. Ante todo, y por las connotaciones que también tiene para España, la execración de los equivalentes (hasta cierto punto) de los sumarísimos de urgencia que introdujo el franquismo.
Ya el 1º de septiembre de 1939 la “justicia” castrense nazi con sus habituales consejos de guerra se amplió a una nueva institución mucho más rápida y menos garantista. A lo largo del conflicto desembocó en una estructura en la que se fusilaba (o ahorcaba) primero y se preguntaba después. Se trató de lo que en la jerga de la época se denominaron fliegende Standgerichte, siempre acompañados -para no perder tiempo- de pelotones de ejecución que no tardaban demasiado en liquidar a los juzgados culpables de los delitos que se les imputaban, se les achacaban o se les inventaban, que de todo hubo en la Viña del Señor. Se añadieron, además, órganos similares en la Gestapo y las SS. Se estima que por sus manos -o sus fusiles- pasaron en torno a 700.000 alemanes, soldados, civiles y “despistados” tras haber sido “tratados” por cerca de 3.000 juristas. Todos o casi todos empeñados en cumplir con su “deber”.
Tras la catástrofe (Zusammenbruch para unos, liberación –Befreiung– para otros) hubo resistencias a lidiar con aquellas “amables” jurisdicciones. Cuando yo estaba en Bonn, era posible leer los ataques que en la prensa se dirigían rutinariamente al presidente del Ejecutivo del estado federado de Baden-Wurtemberg, Hans Filbinger. Tan prominente político, del partido de Adenauer, había ocupado -tan feliz- el rango más bajito (equivalente a capitán) de los jueces de una de aquellas jurisdicciones. Una perla.
Pues bien, a pesar de haberse documentado pormenorizadamente los desmanes de la jurisdicción militar en la época nazi, hubo que esperar nada menos que hasta 1995. Fue entonces cuando la sala competente del Tribunal Supremo Federal consideró como “Blutjustiz” (justicia de sangre, es decir desprovista de todo amparo jurídico) la actividad de tales fieles servidores del Estado nacionalsocialista. Ninguno de ellos fue perseguido en los tribunales.
Los amables lectores que entiendan alemán pueden recurrir a una fuente libre de toda sospecha: https://www.deutschlandfunkkultur.de/deserteure-wehrkraftzersetzer-und-kriegsverraeter-100.html. En ella podrán observar no solo lo que antecede sino también que no fue hasta 2002 (sí, a principios del corriente siglo) cuando el Parlamento alemán deshizo las sentencias de la justicia militar nazi en materia de desertores, de quienes se negaron a servir en filas y de todos los que contribuyeron a “reducir la resistencia armada” a los aliados. Sin embargo, incluso entonces no se atrevió a abordar el caso de los denominados “traidores” a la causa nacionalsocialista.
No estaría de más que alguien tradujera al castellano un resumen de los retortijones alemanes a la hora de lidiar con la justicia nazi tal y como se observa, por ejemplo, en https://zeitgeschichte-online.de/themen/der-dolch-unter-der-richterrobe.
En el caso español, que yo sepa, no hay nada equivalente. El Cuerpo Jurídico Militar no ha manifestado la menor muestra de repugnancia por la actuación de sus antiguos componentes, entre ellos el teniente coronel (luego general de División) Felipe Acedo Colunga y otros más conocidos como el “carnicerito de Málaga”, un señor llamado Carlos Arias Navarro.
(continuará)