LA GUERRA DE ESPAÑA EN NUESTRAS RAICES. ANCESTROS, SUBJETIVIDAD Y EL OFICIO DEL HISTORIADOR.

3 mayo, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Con los largos título y subtítulo anteriores ha publicado un colega, afortunadamente para él mucho más joven que servidor, un libro muy interesante. Contiene reflexiones autobiográficas de diecisiete historiadores españoles de, al menos, tres generaciones. Versan sobre las experiencias que los llevaron a hacerse tales. El todo está precedido por una larguísima introducción del responsable de la obra, Jorge Marco, sobre el significado de la historia y cómo se la escribe.

‘La guerra de España en nuestras raíces’, Jorde Marco (ed.), Postmetropolis Editorial, 2022

El libro es poliédrico en su alcance. Por un lado, puede considerarse como una obra de historiadores y para historiadores. Por otro, tiene vocación de ser más generalista y apelar a un público más general. Lo que los historiadores han escrito, pensado y están pensando sobre un agónico período que ha determinado, más que ningún otro, la historia contemporánea española, no es solo algo que ataña a la profesión. No seré tan iluso como para pensar que lo que los historiadores digamos tiene necesariamente consecuencias en el plano de la acción política, pero si ejercemos algún tipo de magisterio moral cuando logramos reunir un consenso claro. Ocurrió con seudohistoriadores en el pasado con el PP. No debería extrañar que fuera de ellos, tesis contrapuestas tengan también alguna tracción. Al fin y al cabo, los problemas a los que nos dedicamos están, para bien o para mal, en la conciencia de muchos ciudadanos y ciudadanas y de los medios, tradicionales o digitales, De lo contrario no se explicarían muchas de las controversias sobre el sentido de la historia (remontándose hasta tiempos anteriores a la misma) que desde hace algunos años están presentes en el debate cultural. Por cierto, no solo en España. Solo hay que mirar hacia la cuna de varios de los historiadores actuales a los que remite la introducción: Estados Unidos.

Igualmente quisiera indicar que utilizo el término de generaciones en el sentido convencional como delimitador del trecho temporal en el que conviven personas de varias generaciones en un momento dado. Es, pues, una concepción que determina límites que se modifican con el paso del tiempo. Dentro de, digamos, diez años no quedará nadie que haya vivido o tenga recuerdos de lo que les contaran sus padres, familiares o amigos próximos sobre la guerra civil. Tal concepto elástico de contemporaneídad habrá dejado la contienda tras de sí, aunque no necesariamente sus consecuencias.

El libro es poliédrico también en su enfoque. Puede leerse por donde los interesados quieran. Los autores que desgranan sus concepciones sobre la guerra civil (ninguno la hemos vivido) son predominantemente hombres. Hay cuatro mujeres, de las cuales solo conozco personalmente a una. La variedad de edades es considerable. Confieso ser el más talludito, pero después de mi hay media docena que ya están jubilados. Las edades del resto los (las) hacen pertenecer a por lo menos dos o incluso tres generaciones. Alguno(a)s nacieron en el franquismo tardío e incluso después.

Jorge no dice cuando llegó a este valle de lágrimas, pero sí que empezó a estudiar Historia en 1997. Vino al mundo, pues, después de 1975. Fue alumno aplicado, ayudante del añorado Julio Aróstegui, me ayudó a buscar papeles cuando yo necesitaba a alguien que fuera a los archivos por mí. Los tres formamos una mini-piña, ya que personalmente debo a Julio (y a otro colega) haberme reincorporado a la UCM en 2007 (y, encima, a la Facultad de Geografía e Historia) donde compartí micro-mini-despacho con Julio durante varios años.

Los nombres de los participantes son los siguientes en el orden en que aparecen en la obra: Ángel Viñas, Juan José del Águila, Glicerio Sánchez Recio, Francisco Moreno Gómez, Alberto Reig Tapia, Francisco Espinosa Maestre, Lucía Prieto Borrego, Matilde Eiroa San Francisco, Pablo Sánchez León, Gutmaro Gómez Bravo, Ana Cabana Iglesia, Jorge Marco, Javier Rodrigo, David Alegre Lorenz, Alejandro Pérez-Olivares, Miguel Alonso Ibarra y Gloria Román. Jorge indica (pp. 100s) que se dirigió 34 pero que, por variadas razones, entre ellas el exceso de trabajo para la mayoría, varios declinaron participar. Esta negativa la entiendo muy bien. Servidor recurrió a algo que ya tenía escrito y que orientaba hacia otro ejercicio porque no quería desviarme de una investigación que acabo, en estos momentos, de concluir.

Ninguno de los 17 intervinientes se deleita en las trampas de lo que los franceses denominan ego-historia. Todos contamos, más o menos brevemente, nuestro desarrollo vital y sobre todo profesional. Muchos de entre nosotros gravitaron hacia la historia en la Universidad. Unos pocos, no. Hay dos bichos raros (servidor incluido) con carreras profesionales diferentes, pero ciertamente no de historiadores.

Las posturas ante la Historia son muy diversas. Las experiencias formativas lo son más aún. Juzgando por ellas somos una minoría los que nos hemos visto expuestos a influencias foráneas y ciertamente nadie me gana en este aspecto ya que, entre pitos y flautas, he pasado algo más de cuarenta años en el extranjero. Encima, no estudié Historia.

No extrañará, pues, que los resultados de nuestra labor escudriñando el pasado hayan discurrido sobre temáticas muy diferentes. Entre los más talluditos abundan quienes han pensado y escrito sobre la violencia y represión en la guerra civil y en la postguerra. A todos ellos los conozco y, es más, los considero muy amigos. Con varios de los intervinientes he colaborado en obras colectivas. Con otros menos y con varios de los más jóvenes casi nada. Lo lamento.

Partiendo del supuesto de que ninguno ha descubierto la luz imperecedera del conocimiento decisivo, para mí ha sido muy interesante leer la variedad de caminos que han llevado al colectivo a trabajar en Historia y, en general, desde la enseñanza.

Noto una disonancia entre la mayor parte de las experiencias efectuadas por los diecisiete y muchas de las variopintas perspectivas que Jorge Marco presenta en su introducción. No abundan quienes tengan una postura escéptica ante la importancia de la disciplina. En general creemos que la Historia sirve para algo, ya sea para formar a las nuevas generaciones, ya sea para conocer un pasado que sigue siendo oscuro y que necesita más desbrozamiento. No figuran entre nosotros eximios representantes de las modernísimas tendencias en la escritura sobre el pasado. Al menos tal y como se desprende de la larga síntesis introductoria y que está muy marcada por un sector de la práctica anglosajona, con alguna que otra referencia a autores franceses que oscilan entre la sociología, la ciencia política y la antropología. Personalmente he de confesar que para mí esa evolución intelectual es un tanto extraña. En términos ingleses, por ejemplo, yo me detuve en Carr, Evans y Hobsbawm y reconozco no estar demasiado familiarizado con muchos de los nombres que Jorge cita abundantemente. Quizá, pues, no sea tan buen historiador como desearía ser. Por lo demás, no me suenan tampoco demasiado muchos nombres que hayan revelado algo de interés para mí en los temas que me son más caros.

Probablemente soy víctima de una deformación positivista. Creo en los archivos, en los documentos, en la necesidad de analizarlos por dentro y desde fuera y prefiero el método inductivo al deductivo. Soy muy consciente de que no hay historia definitiva por la simple y sencilla razón de que cada generación escribe desde su cota temporal y desde el conocimiento acumulado en ella. Como el pasado, por definición, no existe me parece aventurado considerar que las ideas que de él nos hacemos en un momento determinado pueden ser estáticas o impermeables a ulteriores reflexiones sobre la base de otros instrumentos heurísticos. No hay historia definitiva.

Creo, sin embargo, que existen algunas líneas maestras comunes a los diecisiete historiadores que Jorge ha reunido para esta tan singular aventura. Cualesquiera que sean las epistemologías a las que suscribamos, el tipo de historia y de conocimiento del pasado que hemos heredado de quienes nos han precedido y trabajaron sujetos a las condiciones de la dictadura franquista está destinado a la papelera. O, para ser más explícito, al basurero de la historia. El régimen que ganó la guerra civil y marcó una larga postguerra de casi cuarenta años no aportó un ápice al conocimiento del hoy pasado español. Si, y mucho, a su distorsión con fines de autoengrandecimiento. Ya pueden gritar los políticos de VOX y los socios de la FNFF (meros ejemplos) lo que quieran.   Por mucho que los futuros historiadores devalúen el conocimiento documental, arqueológico -que hemos ido acumulando desde 1975- no tengo la impresión de que el futuro les pertenezca.

En tal sentido, y aunque solo sea por ello, leer los testimonios de los 17 historiadores (y, para los audaces, la introducción de Jorge Marco) dará una impresión de la riqueza de planteamientos de las generaciones que, todavía, hemos seguido escribiendo historia en  tiempos de pandemia.

(Libro publicado por Postmetropolis Editorial, Madrid, 2022, 439 páginas).