La guerra lenta de Franco (IX)
Ángel Viñas
En el post anterior he pasado por la criba de la crítica documental el argumento “económico” (la búsqueda ansiosa de las riquezas de la huerta valenciana) y el internacional (el temor a la intervención francesa) para explicar presuntamente el parón de Franco a las operaciones tras la toma de Lérida el 4 de abril de 1938. Ahora hay que pasar a la ofensiva contra la curiosa argumentación que a este respecto parece revivir en la imaginación de algún autor. Tampoco hay que buscar largo y tendido. Basta con tener tres cosas: un ordenador, un ratón y conexión a internet. Algo que no es pedir demasiado.
Si el lector curioso busca en los Documenti Diplomatici Italiani (o en el CD que acompaña a mi libro El honor de la República (nº 17) verá que el 6 de abril de 1938 el embajador Viola di Campalto telegrafió al Ministerio de Relaciones Exteriores que acababa de hablar con Franco acerca de la postura francesa. SEJE le había informado que se había quedado bastante tranquilizado, no solo por lo que atañía a la frontera pirenaica sino también acerca de una eventual acción armada francesa contra el Protectorado. Las noticias provenían del propio EM francés en contacto con el de Franco. A Viola se le informó acerca de la división en el Gobierno francés y que Gamelin no se había opuesto de manera decisiva. Esto, evidentemente, se refería a lo ocurrido en la reunión tan conocida del CPDN a que he aludido en un post anterior. Gamelin, sin embargo, había sido obligado a retirar su apoyo. Como sabemos esto no es cierto, pero es lo que se dijo a los italianos. Que sepamos Franco no dijo quién habría logrado convencer o anular a Gamelin. Tampoco le reveló la fuente que le había informado, y que no era otro que el mariscal Pétain.
¿Qué transmitió, además, Franco al embajador? En primer lugar que, sin contar el peligro de complicaciones más amplias, el EM francés habría demostrado claramente que unas pocas divisiones hubieran sido insuficientes para obtener un resultado rápido y decisivo a favor de los republicanos españoles. Y, al parecer, dijo la perogrullada más perogrullesca de toda la guerra civil: dado que Francia no había intervenido cuando tal medida hubiera podido ser decisiva, no tenía sentido que interviniera entonces, en el peor momento. ¿Quién dijo que Franco era idiota?
Rematado, pues, el temor a la intervención de la propia boca de SEJE (habría que demostrar que tergiversó frente a Viola di Campalto), hemos de explicar el comportamiento de Franco acudiendo a otras explicaciones que los lectores encontrarán en la literatura.
La más popular se debe a un amigo mío, Robert Whealey, catedrático ya jubilado de la Universidad del Estado de Ohio. Es muy frecuente encontrarla en libros en lengua inglesa. Hitler habría intervenido sugiriendo a Franco que se tornara hacia Valencia. El argumento reza como sigue: el Führer habría explicado sus motivos al coronel Erwin Jaenecke, jefe de la plana mayor que organizaba y supervisaba la intervención militar nazi en España. Quería que Cataluña siguiera siendo “roja”, porque así las primeras materias que se extraían en la zona franquista no irían a reabastecer las fábricas catalanas y tendrían que seguir exportándose a Alemania. Además, una Cataluña “roja” dependería de la política francesa, lo cual impediría un acercamiento entre el Caudillo y el gobierno de París.
Tales elucubraciones nos parecen traídas por los pelos. En sus memorias no publicadas Jaenecke puso, por ejemplo, como chupa de dómine a los militares franquistas y ya mucho antes que servidor Manfred Merkes calificó en 1969 tales argumentos de ensoñaciones (Wunschträume) que desconocían las realidades del terreno. Por lo demás, Jaenecke se guardó cuidadosamente de afirmar que se hubieran comunicado a Franco. Pero, ¡oh cielos!, no hay que dejar que un buen argumento estropee una bonita fantasía.
Este es el punto al que terminó agarrándose el enaltecido profesor Payne quien no cayó en cuenta de ello hasta 2008. Claro que se pasó por las columnas de Hércules que ya el 30 de marzo el mando militar en Berlín había ordenado al jefe de la Legión Cóndor, el general Helmut Volkmann, que comunicase a Franco el deseo alemán de que continuasen las operaciones militares hasta la completa conquista de Cataluña y que no se detuvieran para realizar ofensivas en otros frentes. Como esto está escrito con toda claridad en el documento nº 554 de los relativos a la guerra civil española publicados a principios de los años cincuenta nos sorprende un pelín la credulidad del distinguido historiador norteamericano.
No es que fuese imposible que Hitler tuviera ideas diferentes a la de sus militares, pero Payne no se molestó en averiguar si esto ocurrió en el caso que nos ocupa o no. En términos generales no hubiera sido la primera vez que las elucubraciones de Hitler respecto a España quedaron sin consecuencias operativas. Hitler (“el mayor estratega de todos los tiempos”, según la propaganda nazi) no seguía la guerra en la lejana España con el mismo grado de atención al detalle que Stalin o, al menos, que Mussolini.
Nosotros sospechamos que Payne fue víctima de alguna de las típicas baladronadas de Burnett Bolloten. Este afirmó, sin la menor evidencia que manejara, que en el punto que nos ocupa Hitler quiso prolongar la guerra.
Ciertamente hubo posibilidad de comunicar tales deseos del Führer a Franco, pues el 4 de abril Canaris se entrevistó con él, algo en lo que Payne tampoco repara. Fue, además, el día de la toma de Lérida, así que supongo que los teletipos del Cuartel General echarían humo.
Hay dos preguntas que todo historiador debe hacerse. La primera es la que plantearía la total incoherencia intra-germana en cómo convencer a Franco de los supuestos deseos de Hitler, frente a las recomendaciones del EM. La segunda cómo este pudo dejarse convencer, con la velocidad de un relámpago. Porque, como muy tarde al día siguiente decidió no avanzar hacia Barcelona por una carretera estupenda y cuando, a mayor abundamiento, el gobierno republicano estaba sumido en una crisis profunda. Quizá la más importante de toda la guerra y para saldar la cual Negrín asumió personalmente la cartera de Defensa Nacional dejando la de Economía y Hacienda y a Prieto fuera del Gobierno (aparte de otros reajustes bien conocidos).
Siendo más papistas que el Papa el resultado habría sido que Franco, puesto como un recluta en el primer tiempo del saludo ante Canaris, se dejó convencer por este en la decisión político-militar más importante de toda la guerra. A cambio, ¿de qué? De nada. En muchas otras ocasiones no él, sino a través de sus generales y de sus ministros, opuso resistencia a deseos alemanes mucho mejor articulados y mejor reflejados documentalmente. Pero, ¿qué le ofrecieron los alemanes el 4 de abril de 1938? Porque Canaris no era de los que ponían pistolas al pecho. Hubiera argumentado para convencer a Franco. ¿Ha encontrado el profesor Payne, o en su día Bolloten, alguna documentación que soporte sus teorías? ¿O es que creen que Franco, a la altura de 1938 y bastante seguro ya de su victoria, se hubiera dejado manejar como si fuera un muñeco?
Habitualmente se afirma que cuando se descartan todas las explicaciones normales para entender un fenómeno, porque no dan resultados, conviene echar mano de otras que no lo son. No hemos explorado, sin embargo, todas las explicaciones normales y el resultado de todas nuestras elucubraciones lo expondremos en el próximo post, que será el broche final de esta serie.