La guerra lenta de Franco (VI)

29 mayo, 2018 at 10:57 am

Ángel Viñas

En el anterior post me quedé en el, hoy por hoy, último autor que conozco que se ha pronunciado sobre el “genio militar de Franco” acogiéndose a una categoría intermedia entre la segunda y la tercera que he distinguido en esta serie. Es decir, la de aquéllos que mezclan, pero no diseccionan analíticamente ni mucho menos someten a contrastación empírica, las posibles razones que impulsaron al excelso Caudillo, en el surco del coronel José Manuel Martínez Bande, a tomar la decisión suprema de no proseguir la avanzada desde Lérida hacia Cataluña.  En este abordo lo que escribió tan reputado historiador militar de recias credenciales franquistas.

 

Lo que, en sustancia, vino a afirmar (La ofensiva sobre Valencia, Monografías de la guerra de España, vol. XII, Editorial San Martin, Madrid, 1977, pp. 18-24) Martínez Bande en un párrafo titulado “La posible razón de la aparente sinrazón”,  que como comprenderán los amables lectores es extremadamente literario y sugestivo, fue entremezclar sin orden ni concierto unos cuantos documentos extranjeros bien conocidos para concluir que Franco se echó atrás por el peligro “de que la guerra de España se internacionalizara. Y ello tenía que ser evitado a toda costa, aun a riesgo de prolongar la guerra civil”. ¡BRAVO! ¡BRAVÍSIMO!

Dejemos por el momento de lado la afirmación de que, en abril de 1938, hubiese un grave riesgo de guerra internacional. No creo que la red de diplomáticos profesionales que casi en su totalidad se había pasado a los sublevados fueran, por definición, idiotas. También hay que suponer que los representantes de Franco en, por ejemplo, París y Londres eran de lo mejorcito de que podía disponer en la red exterior. El primero había sido embajador en Francia de la Monarquía durante muchos años y conocía la política francesa como la palma de su mano. El segundo era un noble escocés por su casa y se paseaba por los clubs, cenáculos y medios políticos conservadores sin el menor problema. Pero aún olvidándose de todo esto, ya que Martínez Bande no tuvo nunca, que sepamos, el menor interés por la escena internacional, su afirmación significa desconocer lo que ya en 1975-1977 se sabía sobre la evolución de las relaciones internacionales del período. No hay, sin embargo, que pedir peras al olmo. El recio y empírico historiador militar español se basó casi siempre, si no siempre, en fuentes españolas o extranjeras nada sospechosas y traducidas.

Sin embargo, desde que el general Alfredo Kindelán, jefe de la Aviación franquista, publicó en 1945 sus censurados Cuadernos de guerra habían salido a la luz las discrepancias que existieron entre Franco y algunos mandos (entre los que se incluía él mismo) con respecto “al teatro y objetivo de la próxima batalla”. Con extrema prudencia, alusiones al derecho de opinar y al deber de subordinarse al MANDO (¡faltaría más!) ya esta inmarcesible instancia “disponía de mayores elementos de juicio” y tenía “la responsabilidad única e indivisible”, cuyo correlato era “el pleno derecho y el deber de decidir”, Kindelán criticó la decisión de Franco. Tenía informaciones de que los republicanos apenas si contaban con aviación (era absolutamente cierto) y argumentó que “el cerebro y la voluntad del enemigo están en Barcelona”). Su toma “podía significar el fin virtual de la guerra”. El lector puede acudir a las páginas 128 a 130 de los cuadernos.

Kindelán escribió con suma prudencia. El documento del que hemos entresacado las sugerencias anteriores tiene como fecha el 22 de 1938. Es decir, lo redactó cuando la ofensiva hacia Valencia estaba en pleno apogeo. No se lo ocurrió dar a conocer los que dirigió a Franco un mes y poco antes. Tampoco figuran en la versión, no censurada, aparecida en 1981. Misterios.

De lo que antecede se deduce que, para explicar lo inexplicable, tengan mayor interés y hay que traer a colación aquí, los autores que militan en la que he denominado la segunda categoría. Empecemos con el general Rafael Casas de la Vega (recordaré que su biografía como Franco militar tiene bastantes dislates). Tan eximio historiador divisó una razón esencial para que Franco no diera la orden de avanzar tras la toma de Lérida en la resistencia que las tropas “nacionales” encontraron en la misma. Esto, afirmó, “nos autoriza a pensar que la ocupación de Cataluña hubiera podido ser difícil”. Ahora lanzaremos tres bravos. Probablemente el general Casas de la Vega creía que las mejores guerras son las que no causan daños o cuantos menos, mejor.  La explicación no solo es tosca, sino también falsa. Un colega suyo, bastante más leído y experimentado, el entonces coronel Ramón Salas Larrazábal recalcó en su Historia del Ejército Popular de la República, recientemente reeditada, que la resistencia se produjo antes de la captura de Lérida no después.

La argumentación de Casas de la Vega prolonga la “explicación” dada por los autores de la inefable Historia de la Cruzada española, dirigida por aquel prodigio de la distorsión que respondía al nombre de Joaquín Arrarás. Para ellos los efectivos disponibles “no permitían continuar el avance hacia el interior de Cataluña”. Todos, desde la gloriosa época de la paz en la posguerra hasta los años posteriores a la muerte de Franco, pasaron por alto el clima de caos, huida, deserciones, cansancio, baja mora y agotamiento que reinaba en la región (Vid. Salas, pp. 1965s). Por ello, añadió, “resulta doblemente inexplicable cómo y por qué se detuvo la guerra en abril en tan favorable teatro de operaciones”.

Salas, que estuvo en la toma de Lérida, recordó que Yagüe piafaba porque no recibía la autorización de proseguir la ofensiva (pp. 1817s). También reconoció lo evidente: Rojo recompuso, mal que bien, el frente catalán, “pero esta maniobra pudieron realizarla con relativa facilidad al encontrarse detenidas las fuerzas” opuestas. Su conclusión fue demoledora:

“Muy distinto pudo y debió haber sido todo si a la presión del CTV y Aranda se hubiera sumado la de las tropas situadas al norte del río que pudieron haber sido reforzadas con la agrupación Valiño y con parte de las tropas del ejército de Varela. De haberse hecho así, las cosas hubieran sido completamente diferentes”.

¿Por qué, pues, ocurrió lo que ocurrió?  Salas no dio una explicación en términos militares. Señaló, simplemente, que Franco habría decidido no destruir el ejército republicano “por temor a una extensión del conflicto”. Añadió crípticamente que obraba “bajo la presión de sus aliados alemanes e italianos”. Veremos en próximos posts lo que fue tal presión.

Sí indicó una cosa que, en la época, pasaba como razonable.

“En la guerra el objetivo primordial del ejército es el ejército contrario; secundariamente (….) pueden proponerse como fines inmediatos su industria, sus centros económicos y políticos (…) En la ocasión ambos objetivos se encontraban en Cataluña (…) Paradójicamente se decidió volver la espalda a esa región y luchar con la facción más importante del ejército contrario (…) todo ello para lograr un objetivo geográfico secundario (…) Para un historiador, que además es militar, resulta difícil encontrar una justificación razonable” (p. 1898).

Lo subrayado es mío. En efecto, machacar rápidamente la capacidad militar y política de la República estaba al alcance de la mano. ¿Dónde, pues, encontrar la explicación?

Martínez Bande (XII, pp. 16s) admitió que la opinión común estaba de acuerdo con la idea de avanzar sobre Barcelona y alude (XI, p. 15) a una instrucción del 12 de abril en la que se indicaba como objetivo llegar a Seo de Urgel e incluso a Puigcerdá. Sin más precisiones se limitó a declarar que se trataba de un “proyecto más bien”, de un “sondeo de posibilidades”. Hubiera sido interesante, creo, que hubiese profundizado en tal tal percepción porque tras ella se advierte la idea de “alguien” en el Cuartel General de que cabía avanzar por tierras catalanas. Aunque tampoco resuelve el problema, porque el avance por ambas habría representado un gran desvío respecto a la línea recta que era, y es, la carretera de Lérida a Barcelona. Con todo, de un testimonio del entonces coronel Carlos Martínez de Campo se desprende que había un proyecto ambicioso y era el de entrar paulatinamente en toda Cataluña.

Así que continuamos perplejos a la vista de tanta sapiencia y sabiduría militares concentradas pero que no siguen las mismas pautas de razonamientos lógicos.

Sin duda, el Alejandro Magno de la historia militar de España tuvo que perseguir otros designios. Para averiguarlos acudimos, como tantas veces hacemos cuando nos sentimos perplejos, al historiador de la corte de Franco, el ínclito profesor Ricardo de la Cierva. Con el corazón latiendo de emoción porque tan distinguido académico, político, periodista, ensayista, un hombre del Renacimiento, en suma, escuchó la verdad desnuda -afirma- de los labios del propio Generalísimo.

Lo dejamos para el próximo post. ¡Atentos a la voz descendida de las cumbres del MANDO, inaccesibles para los simples mortales!