La guerra lenta de Franco (VIII)

12 junio, 2018 at 1:23 pm

Ángel Viñas

Como alguna vez dijo Herbert R. Southworth, bestia negra para Ricardo de la Cierva, el Ejército de Franco no era el de una tribu africana (en la época en que escribió el historiador norteamericano no existía lo “políticamente correcto” en la acepción que hoy se le da). Las informaciones se recogían por escrito y las órdenes se cursaban según el mismo procedimiento. Lo mismo podría afirmarse de la Administración civil del naciente Estado. No todo quedó reflejado en papel, pero sí muchas cosas. Afortunadamente este el caso en lo que se refiere a los supuestos planes franceses de invadir España por Cataluña y la reacción del Gobierno de SEJE, nombrado poco antes. Para explicar el tema conviene retroceder un mes. Agradecería a los amables lectores que no se impacientaran. Todo quedará explicado a lo largo de esta serie.

 

El 13 de marzo de 1938 se formó el segundo gobierno Blum en Francia. Édouard Daladier fue su vicepresidente y ministro de la Defensa Nacional y de la Guerra. Joseph Paul-Boncour se hizo cargo del Quai d´Orsay.  La víspera las tropas nazis habían entrado en Austria y ocupado el país, en medio de la alegría desbordante de las multitudes y la desesperación de la minoría judía. De un golpe cambió la situación político-estratégica en Europa Central. Era de prever que la compresora nazi se dirigiera hacia Checoslovaquia, cabeza de puente francés hacia el Este y pilar de la estrategia defensiva francesa. En paralelo, Juan Negrín se desplazó a París para ver qué tipo de ayuda podrían prestarle los franceses. Sus gestiones no nos interesan aquí.

Lo que sí nos interesa, y mucho, es que el 15 de marzo tuvo lugar una reunión urgente del Comité permanente de la defensa nacional (CPDN). Es muy famosa. Duró menos de dos horas. No hay libro alguno que aborde con cierta extensión el contexto internacional de la guerra civil que no la mencione. También los de los historiadores franquistas y no franquistas, aunque de ello no terminan de extraer las conclusiones que aquí desarrollaré. El acta de la reunión se conoce desde 1946. La publicó el general Maurice Gamelin en el segundo tomo de sus memorias, Servir. Hay igualmente recuerdos, a veces muy sesgados, de algunos de los participantes.  Se discutieron dos temas: ¿cómo prevenir una acción alemana contra Checoslovaquia y cómo intervenir en España? En lo primero las grandes cabezas militares pensantes de Francia constataron que, sin apoyo exterior, no era mucho lo que podría hacerse. El único que podían concebir era el británico. Mala cosa.

Con respecto a la segunda cuestión, la pregunta de Blum fue cómo apoyar un ultimátum a Franco. Si en un lapso de 24 horas no renunciaba al apoyo de las fuerzas extranjeras, Francia se reservaría el derecho de adoptar por sí misma todas las medidas de intervención que considerase necesarias. La discusión subsiguiente es algo que mencionan casi todos los historiadores franquistas, ateniéndose al acta, como si en el acta estuviera recogida toda la verdad. Los militares, encabezados por el superprestigioso mariscal Pétain, vicepresidente del comité, rechazaron la idea. Daladier afirmó que una intervención conduciría a un conflicto europeo.

En consecuencia, Blum planteó el tema que le interesaba y que interesaba a los republicanos: la posibilidad de intensificar el apoyo material. ¡Vade retro! Los militares se opusieron. Equivalía a desguarnecer la defensa nacional. Pétain calcó literalmente el discurso británico: al final de la guerra Franco necesitaría de apoyos exteriores. La conclusión fue, naturalmente, no intervenir. Solo Paul-Boncour mostró buena disposición a ir adelante.  Si, realmente, Blum había contemplado seriamente la posibilidad de intervención tuvo que echar marcha atrás. Pero fue solo una finta,

Dos días más tarde el embajador británico sir Eric Phipps fue a ver a Blum a su domicilio particular. Blum fue muy explícito. No rompería abiertamente con la no-intervención, pero no podía asegurar que no enviase alguna ayuda. Así disfrazó una pequeña mentirijilla.

Blum había tendido, en efecto, una trampa a los generales al plantearles dos cuestiones a las que sabía que dirían que no. El día anterior a la visita de Phipps y siguiente de la reunión del CPDN el Ministerio de Finanzas emitió secretamente una disposición que llevaba tras de sí el apoyo político y operativo de los ministros del Interior, Defensa, Aire, Marina, Asuntos Exteriores, Comercio y Colonias.  Entre ellos, como se ve, Daladier. La disposición no se hizo pública, pero en realidad era el comienzo de desmontaje de la no intervención. La ayuda a la República, propia y dejada pasar por la frontera franco-catalana, se intensificó.

Reduciendo a los límites más estrictos una historia que daría para varios posts afirmaremos lo siguiente:

1.Los franquistas estaban “al loro”. Malos tenían que ser, profesionalmente hablando, si no lo hubieran estado. Al día siguiente de la reunión del comité el ministro de Asuntos Exteriores, general Gómez-Jordana telegrafió al duque de Alba para que se enterara de las intenciones de los Gobiernos de Londres y París. El ministro, que no era idiota, afirmó que lo que se reflejaba en la prensa no era suficiente. [Aviso para los autores que todo lo fían a ella]. También cursó instrucciones urgentísimas a Quiñones de León en la capital francesa. Era el representante oficioso de Franco desde el estallido de la guerra. Las resumo: debía ponerse a toda velocidad en contacto con Pétain. Se esperaba de su “alto patriotismo y profundo sentido político” el que ejerciese su influencia “respecto a la gravedad del momento actual”. Uno se pregunta qué lazos habría trabajo el ministro con el anciano mariscal. Quizá se conociesen de la época de Alhucemas.

2.El 16 de marzo, es decir, al día siguiente de la reunión del CPDN, Franco supo que su petición había sido atendida. Gómez-Jordana lo telegrafió a Alba en Londres. Sin embargo se refería a la ayuda material al Gobierno republicano (la decisión se tomó el 17), pero obsérvese que en modo alguno hay la menor alusión a la eventualidad de una intervención francesa.

3.La noticia de que Francia se atendría a los compromisos de la no intervención la confirmó Pétain. No era cierto ya, probablemente porque Pétain ignoraba la orden del Ministerio de Finanzas, pero de lo que no cabe duda alguna es de que la idea de una “intervención francesa” en Cataluña no estaba sobre la mesa.

  1. El 18 de marzo Gómez-Jordana, que tenía la costumbre de dictar sus intervenciones en el Consejo de Ministros, informó a este y, por consiguiente, a Franco. Si no lo había hecho ya anteriormente, cosa muy probable.

En consecuencia, ¿en qué se basa, pues, el presunto temor de Franco a una intervención francesa o a complicaciones internacionales UN MES MAS TARDE?

Pero, como Franco no se fiaba ni de su padre (en sentido literal y figurado) imaginemos que el 18 todavía no hubiera estado convencido. Para tal eventualidad puede servir de contraste un despacho del marqués de Magaz, embajador en Berlín, del 24 de marzo y que Gómez-Jordana recibió el 31. Si hubo alguna conversación telefónica o algún telegrama previo (lo cual es muy probable), no lo hemos localizado. Magaz había hablado con unos y con otros, también con el consejero italiano en la capital alemana, y las informaciones que había podido recoger las pasó también (hombre precavido vale por dos) al Cuartel General. Le respondió el jefe de la sección de Operaciones, Antonio Barroso: en los despachos pegados al de Franco se disponía ya de informes genuinos que descartaban la tan cacareada intervención francesa.

Fue una semana después del informe de Berlín cuando Yagüe capturó Lérida. Como suponemos que Franco no seguiría tomando lecciones de golf, hemos de suponer que en varios momentos entre el 15 (fecha de reunión del CPDN) y el 31 de marzo debió de haber leído los informes y telegramas que procedían de Berlín y París. Es más después de esta última fecha tuvo también tiempo de recopilar, o de que le recopilasen, otras informaciones de interés relacionadas con el inexistente ánimo de intervención en Cataluña por parte francesa.

Insisto, finalmente, que para llegar a esta conclusión no había que ir a los archivos de París, Londres o Berlín, viajes siempre costosos, aunque sea en plan estudiante o de turista de medio pelo. Cuando me ocupé de buscar EPRE sobre el tema solo había que andar unos cinco minutos desde el metro de la Puerta del Sol al archivo del MAEC. Al alcance de cualquier hijo de vecino. Hoy está disponible en el AGA. Pero, además, para ahorrar las molestias los documentos correspondientes están reproducidos en el CD anejo a uno de mis libros: El honor de la República que, por desgracia para mis finanzas, todavía no está agotado.