Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (II)

22 noviembre, 2022 at 8:33 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Angel Viñas

En comparación con la situación en Europa en los años de nuestra guerra civil es trivial afirmar que los españoles padecimos otro tipo específico. En ella también se concentró el choque de las grandes ideologías del siglo XX: liberalismo, comunismo, fascismo en algunas de sus variedades. Fue igualmente una guerra internacional por interposición. Es innegable que no se hubiese producido sin un caldo de cultivo previo y propio, por muchos que sean los paralelismos que se le quieran encontrar con otros países europeos. Al igual que en otras situaciones históricas la determinó la conjunción de condiciones necesarias (exhaustivamente estudiadas) y otras suficientes, manipuladas desde los primeros momentos, e incluso antes, del estallido de la conspiración.   Duró casi la mitad de la contienda mundial en Europa. Los ejemplos más próximos podrían ser, hasta cierto punto, Italia, Francia, Yugoslavia y, con características especiales, más tarde
Grecia.  

Ahora bien, a diferencia de lo que ocurrió en Europa occidental, la evolución subsiguiente no llevó a la restauración de un sistema democrático. Abocó, al contrario, en la consolidación de una dictadura militar de ribetes ferozmente antiliberales, fascistas y trentistas (es decir, propios de los Concilios de Trento y sucesivos). No existen paralelos en los países de nuestro entorno (salvo, con características muy peculiares y diferentes, en Portugal). Espero que no se me eche a los perros tras estas manifestaciones. Son bastante elementales.

En el caso que nos ocupa tampoco tuvimos los españoles la oportunidad de gestionar el duelo de las víctimas, salvo el que los vencedores impusieron a la gloria de sus propios caídos (siempre por Dios y por ESPAÑA, constante y obsesivamente presentes en el espacio público). Al resto, muchísimo más numeroso, se le condenó a un ignominioso silencio, aunque no pudo ser al olvido de sus deudos. A estos, en cambio, sí se les imposibilitó exteriorizarlo debida y públicamente. A todos ellos se les espetó, en términos hirientes, un adjetivo omnipresente: rojos.  Algo similar no ocurrió ni siquiera en la Alemania post-nazi o en la Italia post-fascista, países con una historia bastante más sangrienta que la nuestra.

En consecuencia, se quiera o no se quiera, la España actual es un subproducto directo de la dictadura franquista (que jamás fue un tiempo de extraordinaria placidez). Al igual que las sociedades de la Europa central y oriental lo son también de sus pasadas dictaduras comunistas y, a veces, de sus propias guerras, como en los casos que siguieron a la desmembración de la antigua Yugoslavia. Subrayo esto último, porque sus consecuencias me tocó vivirlas desde la atalaya de Naciones Unidas y siempre tuve presente el caso español. Cada país y cada Estado han lidiado con su pasado como han querido o como han podido (algunos incluso dirán que como se les han permitido).

La característica más peculiar española en tal proceso es que en la evolución posterior a la dictadura los poderes públicos no fueron tan beligerantes como en otros casos. La democracia anclada en nuestra Constitución sentó las bases de un cierto laissez-faire en lo que se refiere a la confrontación con el pasado. Influida, en mi modesta opinión, por el dictum tan corriente en los años setenta del pasado siglo: “todos fuimos culpables”.  Personalmente yo suelo afirmar, no en broma, que “bueno, algunos lo fueron más que otros”. Así que discrepo de protagonistas y testimonios que mezclaron a todos y a los que, a veces, se acude sin apoyarse en evidencias primarias de época para obtener “resultados” hoy que no tienen propósitos demasiado científicos.

Aquel dictum no se evoca ya con tanta contundencia como antaño, pero no por ello ha dejado de ser operativo. Es algo, en mi modesta opinión, sorprendente. En la moderna historiografía española, y también en una parte de la extranjera que se ha ocupado seriamente del caso español, se ha mostrado de forma suficiente, con trazos bastante inequívocos, lo que hubo detrás del juego de responsabilidades en la evolución que llevó a la guerra civil y lo que ocurrió después.

En estos posts combinaré historia (mucha) y memoria (menos). Para esta última debo remitirme a un sinnúmero de especialistas entre los que, desglosados algo generacionalmente, figuran nombres como Francisco Espinosa Maestre, Francisco Cobo Romero, Francisco Moreno Gómez, Santos Juliá, sir Paul Preston, Javier Tusell, Julio Aróstegui, Alberto Reig, Josefina Cuesta (cuyo nombre se ha dado a la  nueva Cátedra salmantina de Memoria), Eduardo González Calleja, Rafael Cruz, Manuel Álvaro Dueñas, Julián Casanova, José Luis Ledesma,  Fernando Mikelarena, Fernando del Rey, José María Márquez, Matilde Eiroa, Santiago Vega, Javier Rodrigo, Gutmaro Gómez Bravo, Mirta Núñez Díaz-Balart, Encarnación Barranquero, Sergio Riesco, Jorge Marco y muchos otros y otras que han investigado y publicado abundantemente.

En el libro que hemos escrito Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor, CASTIGAR A LOS ROJOS, puede encontrarse un listado de las más importantes investigaciones por provincias y comunidades sobre la represión que tuvo lugar en la zona franquista y después en la España entera, sin solución de continuidad, y la que acaeció en la zona leal a la República. Todavía queda bastante por hacer, aunque es difícil que en términos cuantitativos los resultados varíen fundamentalmente. Los cualitativos, sin embargo, han ido ganando en relevancia porque las diferencias son esenciales, vitales, totales.

Los amables lectores observarán que, en tan abreviada, y sin duda poco exacta nómina, no figura quién esto escribe. Servidor se dedicó a otros temas que, eso sí, tienen mucho que ver con la historia y los camelos que sobre ella se han escrito y se escriben. Es, pues, en esta rápida retrospectiva en lo que ante todo me concentraré. Luego pasaré a la cuestión de la memoria.

Lo que intento señalar es que no todo lo que pasa por historia en el período relacionado a la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, se ajusta a los cánones generalmente aceptados, tanto en el extranjero como entre una buena (o gran) parte de los contemporaneistas españoles.

(continuará)