Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (III)

29 noviembre, 2022 at 8:30 am

       ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Confío en que los amables lectores no se hayan desanimado porque me haya permitido recordar en los dos posts anteriores aspectos que a muchos historiadores les sonarán como trivialidades. Pero me parecieron necesarios a fin de preparar el terreno en el que se mueve esta pequeña serie de posts. En el presente centro la cuestión.

A lo largo de la guerra civil y la posterior dictadura franquista (casi cuarenta años) hubo una reacción única a los, en mi modesta opinión, cuatro grandes interrogantes de la evolución histórica española en la primera mitad del siglo XX:

  • ¿Por qué hubo una guerra civil?
  • ¿Quién la quiso y preparó?
  • ¿Por qué?
  • ¿Quién empezó antes a matar?

Las respuestas fueron inequívocas y excluyentes. Se expresaron, eso sí, con mayor o menor contundencia a lo largo del período. Espero no ser demasiado conciso si señalo que los camelos, históricos y políticos, difundidos fueron del siguiente tenor:

  • La guerra civil fue inevitable
  • La quisieron y provocaron las izquierdas.
  • Una gran parte de ellas deseaba establecer en España un régimen soviético o para-soviético.

(Tras el colapso de la URSS pasó a afirmarse que lo que en realidad querían era un régimen revolucionario de características que no se han precisado demasiado).

  • También fueron las izquierdas las que empezaron a matar porque en la primavera de 1936 crearon una situación intolerable e invivible, con destrucciones, saqueos, asesinatos, incendios, asaltos, etc. Un contexto, pues, absolutamente apocalíptico.

Los amables lectores observarán que no menciono el caso de la insurrección obrera de Asturias, aunque un sobresaliente general de división, descendiente de uno de los generales rebeldes, continúa impertérrito afirmándolo hasta en fecha reciente acudiendo a “autoridades” de risa. Sí cabe afirmar que tuvo dos efectos fundamentales. A los militares que más tarde se sublevaron les enseñó que contra un amplio sector del Ejército, debidamente preparado y condicionado, el Gobierno tendría poca fuerza que oponer. Los Gobiernos de la primavera de 1936, en cambio, ni interiorizaron ni, sobre todo, operacionalizaron las lecciones que cabría extraer de aquellos acontecimientos.

Todo esto he tratado de explicarlo en mi libro El gran error de la República y no lo repetiré aquí. Junto con el precedente (¿Quién quiso la guerra civil?) he documentado, en lo posible, cómo se combinó el haz de factores que determinaron las condiciones suficientes para el posterior estallido. Ni que decir tiene que la explicación de la dictadura fue, desde el comienzo del golpe, muy diferente.

En esta explicación, y supuestas las circunstancias de desbarajuste total, no pudo extrañar que la parte más sana de las fuerzas armadas y de un amplio sector de la propia sociedad española se vieran obligadas a recurrir a la legítima defensa. Únicamente gracias a tal reacción se evitó que España se convirtiera en un bastión del comunismo y, por ende, en una amenaza para Europa e incluso para toda la civilización occidental. En realidad, se les debía todo el reconocimiento que recibieron en la dictadura y que todavía reivindica un amplio sector de la derecha española más o menos manipulado.

Aun en nuestros días se publican libros o artículos que, de una u otra manera, defienden y argumentan lo bien fundado de las anteriores afirmaciones y, por ende, sus resultados.  Puedo citar como ejemplo el de un distinguido general ya mencionado en este blog en un libro aparecido a bombo y platillo en el año 2021. Otros retroceden incluso a los tiempos del glorioso Imperio en el que no se ponía el sol y a la envidia torera que su existencia y sus éxitos despertaron en otros países, cualidades negativas que suponen siguen teniendo efectos hasta nuestros días.

La situación me parece un tanto sorprendente. A principios de los años cincuenta aparecieron en la República Federal de Alemania algunas memorias o biografías que trataron de explicar, de manera no demasiado condenatoria, el proceso que llevó al Tercer Reich y a la segunda guerra europea y mundial. Con prudencia, eso sí, porque la derrota y la ocupación estaban todavía muy presentes en el recuerdo de todos.  Constituyó un golpe de efecto el que, en 1985, a los cuarenta años del final de la guerra en Europa, el presidente Richard von Weizsäcker se pronunciara oficialmente, desde su alta magistratura, en el sentido de que tal desastre, colapso o hecatombe (Zusammenbruch en alemán) había sido, en realidad, el momento de la liberación (Befreiung) de la tiranía nacionalsocialista.    

Cada país lucha con sus demonios pasados como quiere y como puede. En España hubo que esperar a 2007 para que las Cortes aprobaran la Ley de Memoria Histórica y hasta el reciente mes de octubre para que lo hicieran con la Ley de Memoria Democrática. Eso sí, tras un duro forcejeo mantenido por las derechas sin excepción y con subterfugios que no afectaban a lo esencial. No recuerdo a ningún prohombre o minifigura de las derechas que no haya disimulado una parte de la propia historia. Ricardo de la Cierva modernizó, como pudo, el canon acuñado durante el franquismo y sus resultados le han sobrevivido, aunque sean hoy los menos quienes lo citen. 

Pero como la historia siempre se escribe desde el futuro analizando los hechos, datos, decisiones y circunstancias de los que para quienes la hicieron eran su presente, hoy, cuando ya se han abierto bastante los archivos (no todos) podemos afirmar sin temor a equivocarnos demasiado que algunos (y no en las izquierdas) desencadenaron la guerra civil y mantuvieron en pie la dictadura.

Sin embargo, no es la evolución de la derecha española lo que aquí me interesa. Me interesa más lo que se afirma en algunos libros de historia, con sus combates de frente y de retaguardia. En el próximo post me referiré a uno de sus más denodados defensores en un libro que se autodenomina de historia. Dejo de lado las estupideces que circulan por internet y las que distribuyen aficionados, periodistas y militares connotados, siempre como si fueran verdades inapelables y eternas.

Para servidor la desvirtuación frontal de la historia de los orígenes de la guerra civil (es decir, la cuestión clave de la que se derivan todas las demás) se encuentra en dos libros inequívocamente de la derecha más acrisolada, es decir la de cuño franquista. Casi todo está en ellos. Hay otros, por ejemplo, la Historia de la Cruzada española de Joaquín Arrarás, pero el autor era un periodista de medio pelo, cuyos grandes méritos consistieron en ser miembro de Acción Española, es decir del núcleo más inequívocamente monárquico alfonsino de la conspiración, y haber escrito la primerísima biografía del omnisciente, del elegido por la gracia de Dios y de su santa Iglesia, vencedor del comunismo y salvador de España, el general Francisco Franco.

Los dos libros en cuestión son

Servicio Histórico Militar: Historia de la Guerra de Liberación, tomo 1 (no tuvo seguimiento), Madrid, 1945, y

Ricardo de la Cierva: Historia de la guerra civil española.  Antecedentes. Monarquía y República, 1898-1936, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1969.

(Aprovecho la ocasión para sugerir al Ministerio de Defensa la publicación del primero, con o sin edición comentada: sería un gran servicio a la historia y a la democracia)

(continuará)

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