Negrín y Cataluña (II)
Ángel Viñas
A Negrín la sublevación de los militares le sorprendió tanto como a la inmensa mayoría de los políticos republicanos. No se ha encontrado constancia alguna de que tuviese ninguna premonición especial. Es cierto que en las alturas del Gobierno algunos ministros no las tenían todas consigo y que, por ejemplo, en el PSOE Indalecio Prieto, entre otros, había dado un toque de alarma de vez en cuando. Incluso, con presciencia, había llamado la atención sobre la esfinge en que parecía haberse convertido el general Francisco Franco. En cualquier caso, la sublevación estalló. En mes y medio había ganado tanto terreno y atraído, de grado o por fuerza, a tantos españoles de a pie que el débil Gobierno Giral que había hecho frente a la misma no era sostenible.
En septiembre el presidente de la República, Manuel Azaña, se rindió a la evidencia de que era imprescindible incorporar al Gobierno el más amplio haz de fuerzas políticas. El nuevo presidente del Consejo, Francisco Largo Caballero, líder del PSOE, formó un gabinete en el que estaban representados casi todos los sectores leales a la República, incluyendo los comunistas. Los anarcosindicalistas declinaron participar. Los catalanes, por la vía de ERC, participaron a través de José Tomás Piera al que se le atribuyó la cartera de Trabajo, Sanidad y Previsión Social. En esta dinámica, Largo Caballero -que mantuvo a Giral como ministro sin cartera- no pudo prescindir de su principal contrincante en el seno del PSOE, Indalecio Prieto, quien asumió las responsabilidades de Marina que se ampliaron también a Aire.
Con Prieto entró Negrín. Su competencia en temas económicos y hacendísticos y sus contactos exteriores fueron, sin duda, factores adicionales que indujeron su nombramiento como ministro de Hacienda. No fueron los únicos. Negrín había mostrado su lealtad al PSOE y a sus dirigentes tras la malhadada “revolución de octubre”. Es cierto que también había destacado como integrante de la corriente prietista, pero no había cortado lazos con los caballeristas.
La cartera de Hacienda no era, todo hay que decirlo, ninguna sinecura. Las hostilidades habían descoyuntado en mes y medio el aparato productivo y la dotación de recursos económicos españoles. Ambos quedaron divididos por nuevas fronteras impuestas por las armas. En estas condiciones de inmensa dislocación, pasar de una economía de paz a otra de guerra era un desafío sin precedentes en la historia española y para el cual los maltrechos cuadros administrativos estaban muy mal pertrechados.
Negrín contaba, eso sí, con armas poderosas. También las había tenido su predecesor, el profesor Enrique Ramos, de Izquierda Republicana. Las había utilizado tímidamente. En la panoplia figuraba en primer lugar el control del Banco de España, entonces una sociedad anónima privada, pero con una especial relación con el Estado que le había otorgado el derecho de emisión de billetes en exclusiva. No era una figura jurídica exclusiva. La misma se daba en otros países. En segundo término, el Gobierno a través del Ministerio de Hacienda tenía acceso a las reservas metálicas de la entidad. Por último, por mediación del Centro Oficial de Contratación de Moneda dicho Ministerio ejercía la supervisión y el control de las relaciones financieras con el exterior. Los mecanismos habían funcionado con corrección en los años anteriores y su manejo se hacía, afortunadamente, en Madrid. Tampoco en ello España difería en lo sustancial de otros países que practicaban igualmente tal tipo de políticas en las condiciones de depresión internacional de los años treinta.
El nuevo ministro se empleó a fondo en la utilización de las tres armas e imprimió en su manejo una dinámica acorde con la marcha de la guerra. No tenía, en cambio, competencias en materia de comercio exterior. La cartera de Industria y Comercio fue a parar a otro socialista, Anastasio de Gracia. Cuando Largo Caballero remodeló el gobierno, el 4 de noviembre, para dar entrada a los anarquistas, los temas comerciales pasaron a Juan López Sánchez. Dos catalanes, Joan García Oliver y Federica Montseny, también cenetistas, asumieron Justicia y Sanidad. De Gracia se hizo cargo de Trabajo y Previsión Social y ERC quedó representada por Jaume Ayguadé i Miró, sin cartera.
La estrategia que Negrín rápidamente puso en práctica puede resumirse con brevedad como sigue:
- Fortalecimiento del aparato funcionarial que de él dependía.
- Recuperación del control sobre la regulación de las actividades económicas y financieras.
- Atención a las necesidades que en ambos planos imponía la contienda.
Como científico metódico y sistemático, el lema de Negrín estribó siempre, desde el primer momento, en asignar a la guerra como prioridad absoluta los recursos escasos. Si la guerra se perdía, adiós a la República y a sus sueños. Esta fue una constante en el pensamiento de Negrín, desde el principio hasta el amargo final.
De este postulado (evidente para la nueva fuerza política de masas en que se convirtieron los comunistas, como ha analizado Fernando Hernández Sánchez) se derivaba automáticamente la imprescindibilidad del fortalecimiento de la autoridad del Estado. Esto era algo a lo que numerosos representantes de partidos y sindicatos rendían pleitesía retóricamente. La vida diaria de Negrín, sin embargo, estuvo confrontada con la necesidad de hacer frente a un inmenso caos, al taifismo y a la disgregación en la toma de decisiones.
Era intolerable, por ejemplo, que la gestión de la frontera franco-catalana permaneciese en manos anarquistas. Los vitales contactos por tierra con el exterior se veían sometidos a las veleidades de jefes e incluso jefecillos locales de la CNT/FAI. De aquí el fortalecimiento de los Carabineros como cuerpo de élite, que terminaron provistos de las mejores armas ligeras que Negrín pudo adquirir en Francia gracias a los buenos oficios de su colega francés de Hacienda Vincent Auriol.
También era injustificable que el Gobierno, ya fuese en Madrid o luego en Valencia, no pudiese reforzar los controles de exportación de divisas o que no centralizara los activos en moneda extranjera. Si en los años de paz la República había dispuesto de un aparato normativo sumamente restrictivo, ¿cómo permitir que se fuese al garete en una situación de guerra abierta? El raudal de decretos y órdenes ministeriales que vertió sobre la Gaceta ha de verse en esta perspectiva. Algunos consiguieron ser efectivos. Otros no.
¿Qué hacer con los recursos fungibles propiedad de quienes se habían levantado en armas? ¿Iban a mantenerse muertos, ocultos en los bancos, sin prestar su contribución a la defensa del régimen? De aquí la creación de la Caja de Reparaciones que estudió en su momento Glicerio Sánchez Recio.
En alguno de mis libros he abordado las nuevas medidas que adoptó el ministro de Hacienda. También he cuantificado varios de sus resultados. Las más importantes y discutidas estribaron en poner a salvo las reservas metálicas trasladándolas a los polvorines de La Algameca, radicados en Cartagena, intensificar los envíos a Francia que ya había iniciado Ramos y, sobre todo, enviar casi las tres cuartas partes del total a Moscú, previa discusión y autorización del Gobierno. Algo que la historiografía antinegrinista nunca reconoció. Y, si se me apura, sigue sin reconocer.
Lo que Negrín hizo fueron ejemplos de un tipo de racionalidad económica como la que demostraron los británicos al encarar la guerra europea cuatro años más tarde y que llevaron al límite en un ejercicio sin precedentes en el Reino Unido de subordinación de la economía a las necesidades de la contienda. En qué medida el nuevo ministro estuvo influido por sus experiencias en Alemania al comienzo del primer conflicto mundial no está documentado, pero hubo de tener algún impacto. Negrín y su familia no abandonaron dicho país hasta octubre de 1915, cuando el bloqueo aliado ya mordía duramente entre la población.
Ciertamente Negrín se vio apoyado en su tarea inicial por varios altos funcionarios con experiencia en lo que se refería a la regulación de las relaciones económicas y financieras con el exterior. Pero también había sido el caso de su antecesor y que se había mostrado mucho menos enérgico y orientado en su corta etapa de gestión.
Mientras tanto, y no se subrayará lo suficiente, el desplome del aparato estatal y los rápidos avances territoriales de los sublevados habían creado una dificilísima situación para la conducción de la guerra. Toda la franja norte, de Vizcaya hasta las fronteras con Galicia, había quedado aislada en el momento en que Largo Caballero asumió la presidencia del Consejo. Un mes más tarde, los rebeldes, alcanzada rápidamente la unidad de mando, estaban casi a las puertas de Madrid. Llegaba el momento de decisiones fundamentales, muy estudiadas en el plano militar. Hubo otros.
(Continuará).