Nuevo curso, nuevos libros (IV)

6 octubre, 2020 at 8:30 am

Con un mensaje para el Excmo Ayto de Madrid

Ángel Viñas

Vuelvo a la serie con la que inicié este curso. Intercalaré en ella algunos sobre otros aspectos para no aburrir a los amables lectores. Desde que escribí, hace tiempo, los tres posts sobre la temática a la que ahora vuelvo han pasado varias cosas: en primer lugar, el alboroto generado en los medios, sobre todo de derechas, a causa de la  aprobación por el Gobierno del anteproyecto de ley de Memoria Democrática; en segundo lugar, los disparatados anuncios de VOX sobre el asalto al Banco de España y, por inferencia, el robo del “oro de Moscú” así como sobre el propio anteproyecto; la tercera, las decisiones del Ayuntamiento madrileño a propuesta de VOX y con la aprobación del PP y de C´s.  Las tres  se relacionan de forma directa o indirecta con el recuerdo (mejor dicho, la imagen) grabado a fuego en un sector de la sociedad española sobre los años de la Segunda República. ¡Fallo garrafal de información y de lecturas! Quienes han abrevado en las fuentes franquistas o para-franquistas tienen respecto a tales años una imagen fija: tiempos de desórdenes, violencia, asesinatos y amenazas comunistas o (ahora, para los más “entendidos”, socialisas). En todo caso, la antesala de la guerra civil. Siempre han ignorado a quienes la quisieron y por qué la iniciaron.

Para un historiador emperrado en construir un relato fundamentado empíricamente la continuada existencia de la anterior imagen es de lo más anormal, por no decir anómala. Sobre los cinco primeros años de la República se han escrito, según estimaciones de González Calleja, más de cinco mil libros, sin contar innumerables artículos. No parece que, en la historia de España, pueda fácilmente encontrarse un período tan corto que haya generado tantísima literatura. Leerla implica una inversión en tiempo y en paciencia que muy pocos tienen y, me atrevo a señalar, casi nadie que no sea historiador profesional. En el plano macrohistórico, que es más o menos en el que servidor se mueve, el número desciendo algo pero la literatura es, insisto, inabarcable.

Pues, bien, en el libro que hasta ahora he comentado en estos posts se han dedicado cuatro capítulos a los años republicanos y dos introductorios a visiones generales de la historia de la Rública, la guerra civil y ciertos ámbitos del franquismo, en la medida en que abordan visiones deformantes y deformadas de los períodos en cuestión.

De la mano de las reflexiones al cumplirse los cincuenta años de la aparición del libro de Edward Malefakis sobre los orígenes agrarios de la guerra civil se ha incorporado la interpretación que sobre las polémicas a que dio origen despierta hoy a uno de los grandes conocedores de la historia agraria española, el profesor Ricardo Robledo. Lo recomiendo de manera muy encarecida a los lectores. En primer lugar, porque fui amigo de Malefakis, un personaje fuera de lo común. Lo conocí en Madrid y me vi frecuentemente con él y con su esposa en mis años de Nueva York. El era asesor del Spanish Council, una institución norteamericana y financiada esencialmente por norteamericanos. Coincidimos con el rector o exrector de la New York University que había escrito sobre el anarquismo en España. Edward, por su parte, había montado un restaurante griego en el Upper West Side  y gracias a él mi mujer y servidor nos aficionamos a la gastronomía del país de origen de sus padres. Robledo ha pasado revista a las tesis de Malefakis teniendo en cuenta los avances en el conocimiento que sobre la reforma agraria republicana se han ido adquiriendo tras su aparición. El mejor elogio que puede hacerse, creo, a un historiador es diseccionar sus argumentos y ver cómo subsisten, o han de modificarse, con el paso del tiempo y la mejor disponibilidad de fuentes que él no pudo tener en cuenta. Muchas de las tesis de Malefakis han resistido. Otras, no. Pero el tema sigue siendo importante porque en los últimos años me da la impresión de que se ha desdibujado una de las características de la guerra civil. Desde el punto de vista de la lucha por la propiedad y cultivo de la tierra personalmente sigo creyendo que se trató de una guerra de clases. Este concepto hoy, para algunos, suena mal. Ha sido desdibujado en favor de interpretaciones «culturales”. Robledo argumenta que, en todo caso, sería paradójico responsabilizar del estallido de la guerra civil a una reforma que defraudó las expectativas del campesinado y se inclina por no sobreponderar la importancia de la desigualdad en la propiedad de la tierra si ello implica olvidar las variables ligadas a la conspiración, la provocación y el caos inducido por quienes deseaban derribar a la República.

De aquí se pasa al profesor Eduardo González Calleja, uno de los autores que más han contribuido a despejar lo que hay detrás de las interpretaciones catastrofistas que siguen teniendo curso (léanse las recientes declaraciones, por ejemplo, en EL PAÍS, del eminente especialista de la historia española de nuestro siglo que es el presidente de la Fundación Nacional Francisco Franco y exgeneral de brigada de Infantería de Marina). González Calleja, con una serie de obras a sus espaldas que hacen autoridad sobre el orden público en la Monarquía alfonsina declinante, en los años republicanos y en la guerra civil, ha indagado como pocos en lo que hoy sigue presentándose como el “mal” ínsito republicano: su incapacidad de prevenir, cuando no de controlar, una situación de desorden, vulgo de anarquía, que hizo millares de víctimas y cuya responsabilidad esencialmente se hace recaer sobre las izquierdas. Y, claro, para cortar a rajatabla tal situación solo hubo una solución: que la parte más patriótica, más “española”, de las fuerzas armadas se levantara como un solo hombre para cortar de raiz los desmanes que llevaban a la destrucción de la PATRIA. (Añadamos que también para cortar las derivas moscovitas, como se decía en los “tranquilos tiempos” del franquismo. Hoy los culpables esenciales eran, ¡cómo no!, los socialistas. Ahí están los genios de la investigación histórica agrupados en torno a VOX). Su texto cobra relevancia inusitada en estos tiempos en que los ediles madrileños se han convertido en historiadores de la mano del partido de la más rancia ultraderecha franquista.

El profesor Francisco Alía Miranda hace un resumen sobre lo que los historiadores hemos aprendido y escrito  a lo largo de los últimos años sobre los éxitos y fracasos de la conspiración que llevó al 18 de julio, sobre la que ha escrito un libro notable. No hay que olvidar que el golpe de Estado fue, esencialmente, obra de los militares, como no podía ser de otra manera, aunque nadie discute que tuvo una componente civil, que se acentúa más o menos según los autores. Alía pasa revista a lo que han escrito en tiempos recientes – entre 2006 y 2019- catorce nombres, incluido servidor, y aporta dos cuadros (págs. 148 y 149) en los que los autores que comenta se clasifican por las referencias efectuadas a otros. Es un enfoque necesario. La historiografía de la preparación del golpe ha sufrido en los últimos años una cierta crispación. A medida que las patrañas explicativas de los sublevados han ido deshaciéndose, tengo la impresión de que autores consagrados (Stanley G. Payne) o advenedizos (Miguel Platón) han ido tirado por los aires su pretensión “de contar las cosas como fueron” y  recurrido a dos trucos habituales. En ocasiones sin el menor esfuerzo de buscar nueva documentación sino simplemente haciendo libros de libros que es siempre, más o menos, el mismo libro (caso del primero). En otras (caso del segundo) forzando hasta límites inverosímiles, una documentación magra y trucada, sin el menor análisis crítico pero con el intento de subrayar las perspectivas que más convienen al supuesto protagonismo de Franco. En cualquier caso, orillando o desconociendo el significado de las investigaciones que no concuerdan con sus preconcepciones.

En ese apartado servidor ha resumido la tesis que he venido defendiendo y demostrando documentalmente hasta lo posible en el momento en que escribí: es un error mayúsculo despreciar o minusvalorar el papel de la conspiración monárquico/carlista, pero en especial la de los monárquicos alfonsinos (de los carlistas ya se ha ocupado una extensa bibliografía de carácter hagiográfico). Ha sido otro error fundamental no seguir el curso de la conspiración dirigida por José Calvo Sotelo, Antonio Goicoechea y Pedro Sáinz Rodríguez. Si no se da credibilidad a mis argumentos (Payne, Salas Larrazábal, Muñoz Bolaños) la respuesta consistiría en demostrar que me he basado en falsos documentos o que los he distorsionado. Ninguno lo ha hecho. Lo han tenido difícil y me atrevo a asegurar que lo tendrán aún más el año que viene.

He dejado para el final las dos contribuciones que abren el libro que comento.  Hemos elegido como primer capítulo la contribución de la profesora Matilde Eiroa que viene dedicándose desde hace años al estudio de las distorsiones historiográficas en el espacio cibernético. Evidentemente, la capacidad de propagar los resultados de investigaciones que antaño debía hacerse por medio de libros y artículos científicos o divulgatorios ha pasado a un segundo, si no décimo octavo, lugar ante los avances en materia de comunicación vía las redes sociales. Los historiadores ya no somos los protagonistas del estudio del pasado con arreglo a una metodología exigente. Hoy cualquier hijo de vecino puede verter sus estupideces en Twitter, Facebook, Instagram o similares y hacerlas pasar como “historia”. Esto plantea problemas a los historiadores y demuestra que el “combate por la Historia” no ha perdido nada de su importancia. Por último la contribución del profesor Alberto Reig Tapia se centra en la “guerra de palabras” que subsiste en algunos temas que siguen siendo repulsivos para los sectores de la sociedad española, y sus soportes mediáticos, que continúan desgañitándose sobre los horrores de la represión republicana (no querida, sino sobrevenida tras el medio fracaso y medio triunfo del golpe de Estado y la desarticulación de la autoridad gubernamental sustituída por una proliferación de autoridades locales). En contrapartida, no dejan de aguar en lo posible  las características de la represión calculada y premeditada de los conspiradores y que, como tantos autores han puesto de manifiesto, inauguró un tiempo de genocidios.

Si este libro contribuye a echar luz sobre un pasado que muchos no cesan en presentar de mala manera todos los que en él hemos colaborado nos daremos con un canto en los dientes y, sobre todo, ahora. Si hago propaganda de él puedo asegurar a los lectores que no es por interés crematístico. No creo que ninguno de los más de veinte coautores cobremos un euro. Lo hacemos por amor a la HISTORIA, que la semana pasada ha pisoteado el Ayuntamiento de la capital de España.