Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (III)

30 junio, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Tras la interrupción de esta serie la semana pasasa, por la que me excuso de nuevo, creo conveniente explicar por qué las opiniones de Azaña y del teniente coronel Morel, que expuse en los dos primeros posts de la misma, estuvieron fundadas en percepciones representativas. Se trata, no hay que subrayarlo, de un ejercicio teórico (la guerra continuó) pero no  irrelevante. Los hechos mismos se produjeron y fueron conocidos de sus contemporáneos. Para el historiador lo que cuenta es explicar la génesis y  lógica de los mismos. En la medida de lo posible, esto se hace indagando por debajo del relato o narrativa que los acompañaron cuando tuvieron lugar en el pasado. Su mera descripción es asunto de periodistas, de alevines de historiador o de aficionados. Su análisis y contextualización requieren un esfuerzo intelectual y técnico un poco más elaborado.

 

Existen diversas formas de abordar la cuestión. Una, muy extendida, estriba en recurrir a la prensa de la época. Es simple. Lo que publicó en su momento se encuentra en hemerotecas. Incluso, en la actualidad, con frecuencia en línea. La Biblioteca Nacional de Francia tiene por ejemplo una sección en la que es factible hacerlo sin moverse de casa. Lo mismo ocurre con la BNE. Son las que, últimamente, más he consultado. Hay decenas de websites especializadas. Los periódicos mismos, por ejemplo en castellano, ABC, La Vanguardia, El Socialista, son  consultables en internet. Pero, como ya demostró Herbert R. Southworth al abordar el reflejo de la destrucción de Gernika en la prensa de la época, es preciso saber algo que no es directamente captable acerca del tratamiento interno de la información, del proceso de selección y valoración de la misma y de los intereses operativos tras los medios que la publicaban. La prensa NUNCA es una fuente inocente y menos aún en tiempos de guerra.

Se me dirá, con razón, que tampoco están exentas de sesgos las fuentes archivísticas, relacionadas con las actividades de los órganos encargados de recoger informaciones para los respectivos Gobiernos. Pero esto es una cuestión para abordar la cual los historiadores disponen de una formación adecuada que les permite discernir y juzgar su grado y contenido de veracidad como guías para la aceptación crítica o el rechazo.

Objetivamente, la República estaba en mala situación en septiembre de 1936. Los sublevados no habían sido contenidos. Su avance territorial progresaba. Cuando hubo cambio de Gobierno el 4 de dicho mes, la guerra se acercaba a Madrid y el terreno no estaba bien defendido. La frontera con Francia había sido cortada, lo cual representó una catástrofe mayúscula. En España existía una guerra y el Gobierno llevaba la peor parte. ¿Cómo se vio la situación desde fuera? De nuevo, no cabe limitarse a la prensa que, naturalmente, acumuló noticias tras noticias. También difundió una serie de “explicaciones”, basadas con frecuencia en información incompleta y sesgada para generar un efecto determinado. Muchos de sus cuentos y falacias, por ejemplo, siguen siendo difundidos hoy como “verdadera historia” en ciertos círculos y por a veces conocidos autores.

En mi modesta opinión, es más productivo concentrarse en la información filtrada hacia los Gobiernos de la época por sus aparatos diplomáticos y de inteligencia.  Los que cuentan en este sentido fueron, aparte de Francia, los pertenecientes a los dos países que más podían influir en la balanza de fuerzas con todo su peso: Reino Unido y la URSS.  Algo que, desde tiempo inmemorial, han sabido y analizado los historiadores. Tradicionalmente se han concentrado sobre todo en los de carácter diplomático. Menos en los segundos.  El tema no es trivial porque, como ya he señalado en el post anterior, el acceso a ciertos servicios (MI 6 o NKVD-KGB, respectivamente) sigue estando muy restringido.

Existen, sin embargo, otros cuyos productos son consultables en mayor o menor medida. En el caso británico figuran, por ejemplo, los interceptos de comunicaciones extranjeras que realizó  la Government Code and Cypher School (GC&CS) así como los informes del Air Intelligence Service (AIS). En el segundo, los del GRU (Servicio de Inteligencia Militar, el 4ª Departamento del Ejército Rojo), al menos para el período considerado. Se trata de documentación que fue saliendo a la superficie a lo largo del proceso de desclasificación archivística operado en ambos países, ante todo en Reino Unido y más tarde en Rusia tras la implosión de la URSS.

Personalmente me cabe el honor de haber sido, quizá, el primer historiador español en consultar ambos para el período en cuestión en combinación con los más conocidos documentos diplomáticos. No pretendo haber escrito la última palabra al respecto (en historia, nunca me cansaré de repetirlo, no existe jamás versión definitiva) pero sí de haber abierto un camino por el cual se han adentrado posteriormente otros historiadores.

Pues bien, cuando se ponen en comparación los documentos emanados de esas cuatro fuentes (diplomáticas y de inteligencia) de ambos países la conclusión es la misma. La República llevaba las de perder. ¿Por qué?

Por dos juegos de razones: internas y externas. Entre las primeras destacan: el mejor desempeño de las fuerzas sublevadas (adicionadas de las transvasadas a la Península con los Regulares y nuevos reclutas marroquíes del Protectorado más el Tercio allí instalado) y  la desorganización de las fuerzas republicanas, con una explosión miliciana de por medio sin la menor formación militar y una profunda desconfianza hacia los mandos. Entre las segundas la intervención a favor de los sublevados de las potencias nazi-fascistas, sobre todo con material aéreo y el personal que lo manejaba.

En los documentos de los servicios de inteligencia de la época no hay obviamente crítica alguna hacia los Gobiernos respectivos por seguir una línea de conducta que discurrió hasta entonces en paralelo: su retracción a prestar ayuda a una República reconocida internacionalmente. Sin embargo, en los informes de la Komintern y en las manifestaciones en Francia impulsadas por la SFIO (socialistas) y el PCF se sugería ya de forma clara la necesidad de acudir en apoyo urgente de los antifascistas españoles, bajo la invocación -reproducida mil veces con una conocida imagen de Miró´- de “¡Armas para España!” (el título por cierto de un libro fundamental de Gerald Howson).

La importancia y significación de la evolución subyacente han sido siempre desvirtuadas por los historiadores franquistas o pro-franquistas. No en vano se predicó (incluso desde los púlpitos, aunque hace tiempo que la Iglesia católica española empezó a dejarlo de lado) que el golpe militar del 18 de Julio fue una necesidad absoluta y apremiante. ¿Por qué? Para evitar que la PATRIA cayera en manos comunistas y que, con ello, se asestara un golpe demoledor a la civilización cristiana y occidental (los lectores podrán fácilmente recuperar ecos de la primera parte de tal invocación de la boca, en los momentos actuales, de una serie de voceros políticos y mediáticos de gran prestigio).

En paralelo se argumentó, y se argumenta, que tanto el Tercer Reich como la Italia fascista se comportaron de forma “defensiva”, una vez que en Berlín y en Roma se constató el suministro de AVIONES de guerra franceses al Gobierno republicano.  Por consiguiente, se deduce incorrectamente, corresponde a este la responsabilidad por haber introducido el factor foráneo en lo que debería haber sido un “ajuste de cuentas” puramente español.

A ello se añade un segundo elemento que ha caído un poco en desuso en estos tiempos: la argumentación paralela de que el golpe de Estado se adelantó a una inminente sublevación comunista  (manifestación infernal de las aviesas intenciones de la URSS sobre la pobre España), como ya he explicado hace años en este blog.  Así que, tal para cual.

¿Resultado? Al Gobierno republicano se le condena por partida doble: por haber tolerado la expansión de la amenaza comunista y por haber solicitado ayuda a Francia, “obligando” a nazis y fascistas (perdón, alemanes e italianos) a reaccionar.

Esto en cuanto al relato.

En cuanto a los hechos:

Los servicios de inteligencia por un lado y los informes diplomáticos por otro constataron a lo largo de agosto que las operaciones iban de mal en peor para los republicanos. En tales circunstancias, ¿qué hicieron los aparatos gubernamentales franceses y británicos? Pues desde fecha temprana preconizar la necesidad de “hacerse los locos”, es decir, practicar una política de no intervención. Empezó a hacerse operativa a principios de septiembre bajo los auspicios de la potencia diplomática e imperial de la época, es decir, el Reino Unido. ¿La idea? Dejar que los españoles, unos y otros, se masacraran entre sí y tuvieran la amabilidad de evitar que la pacífica Europa -que ya tenía bastante con digerir la crisis económica y la amenaza soviética, no tanto la nazi- se viera involucrada en asuntos que atañían a unos señores morenos y bajitos a los que tradicionalmente les gustaba verter sangre en contiendas civiles y en corridas de toros.

(continuará)