Sobre los años del hambre: una presentación
Ángel Viñas
Varios amables lectores de este blog me han pedido que diga algo sobre el extendido fenómeno del hambre en los años cuarenta. No es un tema desconocido, aunque tampoco muy tratado. La evidencia empírica de que se dispone es la obtenida por medio de estadísticas demográficas, médicas, sanitarias y de otros tipos. O por reconstrucciones hechas en obras de ficción. O por recuerdos transmitidos a lo largo de las cadenas familiares. Es un ámbito con respecto al cual no cabe fiarse de la prensa de la época. No había libertad alguna de publicación. La censura era omnicomprensiva y de guerra. En tales condiciones, suponer que los periódicos dijeran algo remotamente parecido a la realidad es mero wishful thinking.
Se trata, pues, de un tema en el que, con todo el respeto debido a los autores de ficción, no vale fiarse demasiado de sus reconstrucciones. Tampoco de las memorias individuales transmitidas de generación en generación. Menos aún de “representaciones” colectivas. Muchos de los pertenecientes a mi generación, nacidos después de la guerra civil, tendrán recuerdos de lo que les contaran sus padres o familiares, pero aun en el supuesto de que se aglomeraran sería difícil hacer un análisis fiable. De una cosa podemos estar seguros: mucha gente pasó hambre. Otros, no. Es impensable que en El Pardo o en la mesa de los prohombres y paniaguados de la dictadura se sufriera por falta de alimentos.
A partir de esta premisa en los próximos posts voy a tratar de decir algo menos elemental, aunque sin pretender acercarme demasiado a la Verdad, esa que es solo patrimonio del Señor.
Me apresuro a señalar que el tema puede ser de alguna actualidad. En estos años de crisis la prensa, las estadísticas, los informes, los comentaristas, la evidencia visual, etc. nos dicen que la desigualdad ha aumentado en España, que el paro de larga duración subsiste, que las ayudas sociales se recortan, que vuelve a recurrirse a los apoyos familiares, que las ONGs están desempeñando un papel insustituible para que mucha gente no sufra demasiado y que el Gobierno, en general, no sabe, no contesta. Ciertamente España no es el único caso. Desde que se inició la crisis hace ya casi diez años en las calles de Bruselas, por ejemplo, vuelven a verse mendigos. Incluso en los barrios de altos ingresos per cápita.
Pero, aparte de que este blog suele concentrarse en temas españoles, hay una consideración de tipo histórico que me hace volver la mirada a los años del hambre en la primera mitad de la década de los cuarenta. Es esa idea, tan cara por ejemplo al profesor Stanley G. Payne, de que Franco fue el artífice del “milagro económico español” en los años sesenta. O de que sentó las bases de la España moderna. O de que, con su legado, contribuyó a que se tejiera la tela social sobre la cual se construyó la Transición. No es del todo cierto, aunque si lo fuera también podría argumentarse que Franco se resistió como gato panza arriba a modificar de modelo económico y mantener el que empobreció a España durante la primera mitad de su dictadura. Pero es que, además, lo que sí es posible demostrar es que a Franco no puede eximírsele de responsabilidad por las hambrunas de los años cuarenta. Ciertamente no las produjo él (hubiera debido ser un supermán, pero nunca dio con los mecanismos que hubiese debido evitarlas).
Así, pues, en los posts de esta serie aparecerá un Franco diferente. No es de extrañar que sus más excelsos corifeos (Ricardo de la Cierva, Luis Suárez Fernández y el propio Payne) hayan rehuído profundizar en la economía de la primera mitad de los años cuarenta. Unas cuantas pinceladas en el plano que convencionalmente se denomina de high politics (política exterior, desarrollo de las instituciones, pugnas entre los distintos segmentos de la dictadura, etc.) no son un sustituto de la necesidad de buscar evidencias más primarias, más próximas a los movimientos del cuerpo social (lo que también se advierte en el, digamos, recato de tal tipo de autores por abordar otras facetas sombrías como las que concurrieron en la represión, amedrentación y liquidación de toda disidencia “subversiva”). La economía, el comercio, el racionamiento, etc, son por el contrario ámbitos que tipifican lo que suele denominarse low politics, en lo que los historiadores de su altura no se dignan ensuciarse las manos.
No quiero pensar, naturalmente, que los posts venideros sirvan para algo. Ahora bien, si al menos constituyeran un modesto recuerdo de que cuántos de nuestros antepasados se vieron en condiciones similares a las que hoy sufren numerosos inmigrantes me daría con un canto en los dientes. Tan depauperados como están hoy estos, lo estuvieron muchos de nuestros padres y abuelos.
No hay que remontarse a la Edad Media o a los albores de la moderna para encontrar ejemplos de hambrunas. Tampoco hay que volver la mirada a los tan denostados siglos XVIII y XIX e iluminar las denominadas crisis de subsistencias. Pueden verse más próximas en los años de la postguerra civil.
Finalmente, los posts que seguirán ofrecerán un contrapunto a las tesis expuestas por algunos historiadores (no deseo citar nombres) de que Franco ganó la guerra porque supo manejar la economía infinitamente mejor que sus adversarios (por tantos motivos dignos de ser condenados al fuego eterno que alimenta -nunca mejor dicho- las calderas de Pedro Botero).
Veremos que en cuanto Franco ganó la guerra se encontró con los problemas que habían ocasionado tantos quebraderos de cabeza al Gobierno republicano. Y veremos también que la respuesta que dio el “invicto Generalísimo” estuvo en consonancia con sus ideas sobre la economía cuartelera que tan bien dominaba, esas en la que la “tríada” de apologetas del Generalísimo antes mencionada no suele detener sus avizores ojos analíticos.
En resumen, echaremos un pequeño vistazo a uno de los lados más negros de la España de la VICTORIA. No es correcto que los historiadores pro-franquistas tiendan a fijarse en las “luces” de la dictadura (Franco, anticomunista de pro; Franco, vencedor en cien combates; Franco, genio de la estrategia patria; Franco, presunto “reconciliador”) y eviten en lo posible sus aspectos más sombríos. Lo que no haré es introducirme en el mundo carcelario. Historiadores como Francisco Moreno Gómez, Gutmaro Gómez Bravo, Jorge Marco y Javier Rodrigo, entre otros, lo han hecho ya y mucho mejor de lo que podría hacer. Baste con recordar el análisis del primero sobre las condiciones auschwitzianas que reinaron en la cárcel de Córdoba tras la VICTORIA y del que ya me hice eco en su tiempo en este mismo blog.
Los posts ulteriores no se marcarán numéricamente. Cada uno tendrá un título distinto con el fin de diferenciarlos con facilidad.
Mis padres nacieron en la República, y lo que siempre me han contado es que hubo mucha hambre en los años de posguerra, el pan negro, las cartillas de racionamiento, el estraperlo ( con gentes del pueblo encarceladas por esto), aunque dicen que en el pueblo se pasaba menos hambre que en la ciudad. Por ejemplo, mi abuelo, cuando subía a la ciudad, solía llevar embutidos y huevos a petición de unos familares que eran militares de alta graduación( porque no tenían nada de eso para comer). En otro viaje mi abuelo subió a la ciudad para comprar penicilina( que era una novedad) para un vecino del pueblo que estaba muy grave, y después de recorrerse media ciudad con un taxista para encontrar una farmacia que la vendiera, le pagó al taxista con embutidos y lomos adobados que llevaba!!! y no dijo que no, el taxista. En fin, lo que está claro, es que hubo dos décadas perdidas en la Economía,( más de lo que han durado algunos gobiernos tan criticados todos los días en los medios) hasta que volvió a recuperar el PIB per cápita de la República. Y ya sólo con eso bastaría para condenar rotundamente los resultados económicos y sociales del franquismo. Todavía en los años 80 en mi pueblo se veían gentes en extrema pobreza, abuelos hechos unos zarrapastrosos y abuelas llenas de arrugas, con pañuelos negros rodeando su cara y veintemil sayos llenos de mugre. Luego llegaron las ayudas, no pequeñas, estadounidenses, la tardía industrialización, el turismo, las remesas, la apertura del mercado europeo, y eso hizo que se disparasen las tasas de crecimiento, en una sociedad que era todavía en gran parte agrícola y subdesarrollada. Pero este crecimiento vino también con gran asimetría, con mucha desigualdad y con un Estado social que seguía siendo de beneficiencia.
Por cierto,Sr.Viñas ¿Ha visto los artículos que se han publicado sobre un nuevo libro titulado » El pucherazo del 36″? ¿ Otro intento revisionista ( no me extrañaría viendo de donde viene y quien lo avala) de desprestigiar a la República? ¿ Qué le parece, en principio?
Otra cuestión, si me permite, que pienso que no se ha abordado suficientemente, durante la Guerra Civil, se habla siempre de la iconoclastia del bando republicano ( fundamentalmente el sector anarquista) y la destrucción de patrimonio artístico e histórico que dejó a su paso ( fundamentalmente de la Iglesia católica) pero se habla poco o nada, de la iconoclastia del bando franquista, que destruyó numerosas alegorías de la República, murales de Vela Zanetti,de Renó, obras de Ramón Acín, también patrimonio de otras confesiones religiosas fieles a la República, libros, casas del pueblo, patrimonio arquitectónico, monumentos y esculturas a personajes republicanos, etc Además del patrimonio, a veces también de la propia iglesia católica, que destruyó vía bombardeos. Hubo un auténtico exterminio del patrimonio artístico y cultural republicano que iba a la par del exterminio humano. Es cierto, que la cultura republicana no había tenido tiempo de elaborar un patrimonio artístico muy grande, pero proporcionalmente su destrucción fue mucho mayor que el del bando franquista, o de la iglesia católica concretamente, que además la República también trató de proteger en alguna medida. De hecho muchas iglesias y templos son declarados Monumento Nacional durante el periodo republicano.Pero es que además, una vez concluída la guerra, hay un auténtico holocausto patrimonial en numerosas ciudades españolas, donde se derriba gran parte de su Casco Histórico, sus iglesias y conventos ya desacralizados, sus palacetes, sus casas modernistas, sus colegios decimonónicos, producto del desarrollismo corrupto de los años 60 en adelante fundamentalmente, pero también de cierta reordenación urbana que sospecho( ya que Franco se inmiscuía en estas cuestiones como el diseño de la Plaza del Pilar de Zaragoza) que buscaba además de ensanches y escaparates para grandes baños de masas, destruir ese tejido medieval de callejuelas, al modo de Haussmann, tan propicio para los levantamientos populares y las emboscadas. La destrucción patrimonial en España durante la dictadura es tan brutal, aunque los medios hayan sido otros, que sólo es comparable con la Guerra de Independencia en algunas ciudades o con el periodo posterior a las desamortizaciones en el siglo XIX al que se suma un expolio por parte de magnates extranjeros, que solo se ve cortado por la ley de Protección del Patrimonio durante la II República. Una ley tan apreciada que será adoptada por el franquismo, pero que vulnerará en la práctica.