¿Influir en tiernas conciencias a la mayor gloria de…?

13 octubre, 2015 at 8:30 am

En el último post me hice eco de una noticia acerca de la aparición de un manualito para los alumnos de 6º curso de primaria en la Comunidad de Madrid. Ha despertado la indignación de varias asociaciones de padres. Mi librero me lo ha enviado. Tiene 103 páginas. La inversión es de 26 euros. Supera en la relación dimensión/precio a buen número de libros para la Universidad. Como los escolares a que va destinado suelen tener en torno a los 11 años preveo que a los padres les aguardan todavía desembolsos nada desdeñables. Una vez que los alumnos lo hayan digerido pasarán al 1º de ESO con la base adquirida. Aquí me propongo decir algunas palabras sobre esa base «histórica». También mis dos hijos pasaron por un nivel similar, aunque no en la Comunidad de Madrid.

EspeEl manualito se descompone en cuatro partes: España moderna y actual, su geografía, la Unión Europea y geografía de Europa. La autora parece ser de lengua inglesa y lo ha redactado, también en inglés, sobre una idea de colegas de su misma expresión lingüística. [Como vivo en Bélgica soy muy susceptible en esta materia]. Han sido ayudadas por un equipo español. Lo han publicado dos editoriales, Macmillan y Edelvives.

Las objeciones de las asociaciones de padres se han dirigido contra el contenido relacionado con la historia de España. La descripción del manual se remonta preceptivamente hasta los tiempos de Carlos IV y llega hasta nuestros días.

Concentrar el siglo XIX y casi el primer tercio del XX en media docena de páginas, ampliamente ilustradas, es toda una proeza. No lo es en modo alguno lo que se afirma de la guerra civil y de la dictadura. De la primera casi nada. Empezó y terminó. Se omite toda referencia a sus causas (quizá una discusión en torno a una mesa de café). Hay dos apostillas ulteriores. De la segunda se afirma que, eso sí, lo fue y que metió en la cárcel a unas 26.000 personas por sus ideas políticas. No identificadas. Esto es todo lo que hay sobre la represión. También se pasó mucha hambre (la autora utiliza el fuerte término de «starvation«) paliada, supongo que quiere insinuar, por el racionamiento. La transición se despacha en cuatro líneas. Se lee, eso sí, que se abrieron las cárceles y que se disolvió la policía secreta. Menos mal. ¿Qué haría ese tipo de policía? Rien de rien.

De los grandes literatos españoles solo se mencionan dos nombres: Pérez Galdós y Baroja. Son preceptivos. Poner a García Lorca o a Antonio Machado no es obligatorio. Tampoco a alguna mujer. Como genios de la pintura aparecen Salvador Dalí y Picasso, que «se consideraba a sí mismo como comunista«. Menos mal. Una docena de líneas se refieren al País Vasco y la guerra. Los vascos recibieron ayuda extranjera ¿cual, please? Y a otra cosa mariposa.

Cinco páginas describen la arquitectura política española. Una se dedica al Reino Unido con un párrafo a Francia. Solo se mencionan a los dos monarcas y a Adolfo Suárez. A este se le otorga un recuadro con una docena de líneas. Para que los infantes salgan con ideas bien puestas se les exponen fotografías de cuatro ministros de Educación: Pilar del Castillo, Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy e Ignacio Wert. Todos ellos, como es de todos bien sabido, han dejado una huella profunda, ¿y perenne?, en la historia de la educación española.

La más bonita del libro es, con gran diferencia, la página 94. Tiene tres recuadros. El primero se dedica a la guerra de la independencia. El segundo a la civil. Traduzco este:

«Madrid fue atacada continuamente por los nacionales durante los tres años de guerra civil entre 1936 y 1939. Tuvo ayuda de tropas rusas (sic) así como de comunistas, anarquistas y socialistas alemanes y británicos (sic). También de anarquistas aragoneses. Los nacionales contaron con la ayuda de tropas italianas y alemanas enviadas por Mussolini y Hitler. No fueron suficientes para capturar Madrid. Los nacionales también atacaron Guadalajara pero los republicanos los derrotaron de nuevo. Finalmente el desacuerdo (sic) entre el Ejército republicano y los anarquistas (sic) permitió a las tropas nacionales entrar en la ciudad el 27 de marzo de 1939«.

¿Qué revisores españoles son responsables de tamañas burradas?

El tercer recuadro me ha inspirado la elipsis del título de este post:

«Esperanza Aguirre, presidenta del Partido Popular en Madrid desde 2004, es una figura política clave. Fue la primera mujer presidente del Senado y titular de Educación, Cultura y Deportes. En realidad, ha tenido muchos cargos durante su carrera política. Antes de ser presidenta de Madrid fue senadora también por Madrid tras obtener 1,55 millones de votos. Es decir, un 50 por ciento del total. Estableció un record ininterrumpido en términos de los votos recibidos por una persona. Durante su mandato como presidenta de Madrid construyó ocho hospitales y más de 88 escuelas públicas, muchas de las cuales son bilingües».

Preguntas:

1. ¿Es aceptable que un librito como este sea el texto recomendado para el último curso de enseñanza primaria en la Comunidad de Madrid?

2. ¿Dónde leerán sus criaturitas alguna línea de lo que ha sido la historia de España desde la dimisión de Adolfo Suárez? Han transcurrido unos añitos.

3. ¿No tienen derecho los pequeños madrileños a saber algo más de la España de nuestros días? ¿O se deja para la ESO donde se empieza con Atapuerca?

4. ¿Qué responsabilidad tienen los revisores y, sobre todo, las editoriales a la hora de producir este bodrio nada inmune a los errores, insinuaciones y omisiones?

5. ¿Por qué no se ha encargado a un autor español que redacte un texto menos basura y se traduzca después al inglés?

6. ¿Quién ha tomado la decisión de hacer la pelota de manera tan descarada a la Excma. Sra. Doña Esperanza Aguirre?

7. ¿Se conoce alguna declaración de la «expresidenta de Madrid» distanciándose de tan burdas alabanzas? O, colateralmente, ¿tiene alguna brizna de vergüenza torera, ella que ama tanto las corridas?

A mí me ha dado cierto apuro leer el manualito y recuerdo que el marco general del currículum lo establece el MECD, pero que lo desarrollan las comunidades autónomas que tienen competencias en Educación (se da la paradoja de que el territorio en el que el MECD las tiene plenas se reduce a Ceuta y Melilla). No comment adicional, por favor. Para la Comunidad de Madrid, lo único que pide dicho currículum en lo que se refiere a la España contemporánea es lo siguiente:

«17. Sitúa cronológicamente los períodos de la República, la Guerra Civil y el franquismo.

18. Conoce algunas fechas importantes de la actual democracia: la Constitución Española (1978), la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea (1986) y la sustitución de la peseta por el euro como moneda corriente (2002)«.

No veo ninguna referencia a la necesidad de meter el nombre de la Excma. Sra. Doña Esperanza Aguirre ni de sus predecesores, todos eminentes políticos del PP o próximos al mismo (el inolvidable caso de Wert no puede eludirse), en las tiernas conciencias de los niñitos madrileños.

¿Creerán los autores, editores y responsables educativos que con tan endebles palitos será posible armar, en la época del internet del futuro, una concepción primaria eficaz de la historia de España en la mente de los jóvenes madrileños? Ja, ja, ja.

OBJETIVIDAD, IMPARCIALIDAD Y EL «LIBRILLO»

6 octubre, 2015 at 8:30 am

En este post argumento sobre el fundamento heurístico de mi «librillo» y la conexión con las premisas axiológicas en que se basa. Todo ser humano contempla el mundo en que vive o la representación que se hace del pasado reciente a través de una retícula de valores. Es imposible no hacerlo. No somos chimpancés, calamares o piedras. Tal retícula está influída por numerosos factores que han ido desvelando, entre otras, la sicología, la antropología y la sociología. Unos son de naturaleza personal, otros proceden del medio. Unos se absorben en la familia. Otros fuera de ella, generalmente en un proceso de socialización dominado por la enseñanza escolar. No hay historiador que escape a ello.

Libro texto Comunidad de MadridNingún sistema político moderno deja a sus futuros ciudadanos al albedrío de una enseñanza no reglada. El tiempo de esta periclitó hace varias generaciones. Ahora bien, ese pasado comúnmente admitido, transmitido en base a un currículo generalmente explícito, no es estático. De lo contrario, el historiador desaparecería en un mundo orwelliano en el que las necesidades del presente y las conveniencias del futuro definen una interpetración impuesta respecto a lo que se deba creer y no creer. Tal mundo orwelliano florece en las dictaduras. Es incompatible con una sociedad que valore la libertad y la democracia y en la que se acepten plenamente el disentimiento y la heterodoxia.

El pasado, escribió L. P. Hartley en una novela famosa, The Go-Between, es «un país extraño» en el que las cosas «se hacían de manera diferente». Como está pasado no es fácil reconstruirlo, aunque se intenta desde la más remota antigüedad. Hoy nos apoyamos en una metodología adecuada, con base científica y criterios específicos de calidad, contrastabilidad y «falsabilidad». No llegamos a pretender la sedicente exactitud de otras ciencias sociales (a la cabeza de las cuales la economía siempre ha defendido sus pretensiones) pero tampoco nos limitamos a la recreación literaria. Una novela histórica ni es historia ni la sustituye.

Todo esto, sucintamente expuesto, viene a cuento porque existe una tendencia entre ciertos historiadores que destacan orgullosamente que la historia es la exposición de «datos», de «hechos». Una entelequia como otra cualquiera porque ni unos ni otros existen por sí solos. Sus consecuencias y su contextualización son los que les dotan de significación. Un «dato» puede no existir para un historiador hasta que otro le atribuye un significado determinado. La recuperación de ciertas dimensiones de la historia medieval (antes un amasijo informe de gestas, reyes y trobadores) lo ha puesto de relieve. Esta atribución es, esencialmente, valorativa y el historiador la lleva a cabo desde su peculiar retícula axiológica, desde su cosmovisión o, si se me apura, desde su ideología.

¿Indica esto que todas las atribuciones son igualmente aceptables? La respuesta es no. Para que una atribución pueda mantenerse en pie tiene que estar conectada con un hecho cuya existencia se haya demostrado por los procedimientos de criba propios de la hermeneútica histórica. De aquí que, en último término, toda afirmación debe estar íntimamente relacionada con el sustrato que la inspira. Debe estar documentada, probada, evidenciada.

Es entonces cuando surge un segundo problema. Si el historiador se acerca a los hechos provisto de una cosmovisión particular, de una ideología, ¿cómo demostrar que una es mejor que otra? Aquí es imprescindible diferenciar entre objetividad e imparcialidad, que no son términos sinónimos.

En mi opinión es historiador objetivo aquel que basa su argumentación en «hechos», «datos», «evidencias» susceptibles de contrastación. Dicha argumentación puede ser objeto de análisis intersubjetivos y resulta, por ende, refutable en mayor o menor medida. En una palabra, sus argumentos pueden evaluarlos otros historiadores con referencia a dichas evidencias, nuevas o menos nuevas, quizá abiertas a interpretaciones varias pero tanto o más constreñidas cuanto más abundantes y amplios sean el análisis y contextualización a que abocan. La imparcialidad es otra cosa: está relacionada con valores comúnmente aceptados, que son a su vez producto de la historia y, por definición, contingentes. No hay historiador imparcial, aunque lo parezca. Incluso las guerras medas siguen suscitando discusiones. El debate científico abarca todas las áreas del conocimiento y la historia no solo no es una excepción, sino que es un terreno muy abonado para el mismo.

¿Ejemplos de valores como enraizados en la historia? Durante casi todo el pasado para el cual disponemos de evidencias físicas, culturales o documentales la esclavitud no se puso en discusión con carácter general. Desde principios del siglo XIX fue atacada. Hoy existe en ciertas regiones pero tiende a esconderse o a camuflarse. La sociedad actual no la acepta. Lo mismo cabría afirmar de valores tales como la democracia o los derechos humanos (que a su vez han experimentado un proceso de densificación desde los de naturaleza política a otros de índole social, económica, de género y, como ha reconocido valientemente el Papa, también medioambiental). Sus contenidos eran desconocidos o limitados en el pasado. Hoy no.

De aquí se desprende que el historiador, aunque familiarizado con los valores de ese país extraño que es el pasado, no pueda por menos de abordarlos desde su manifestación presente. ¿Quién se atrevería hoy a defender la esclavitud? ¿O la mera reducción de los derechos humanos a los de naturaleza estrictamente política? ¿Cómo justificar el fascismo, el nazismo, el comunismo?

No extrañará, pues, que mi «librillo», tal y como he expuesto en posts precedentes, necesite ser complementado. Ningún historiador decente puede permanecer impasible ante la violación de la libertad o de los derechos humanos por las dictaduras del siglo XX. ¿Cómo exculpar a Hitler, a Stalin, a Mao Tse Tung? O, más próximo a nosotros, ¿cómo exculpar a Franco?.

Todos ellos tuvieron a su servicio historiadores y corifeos que presentaron una visión del pasado deformada pero coherente con los objetivos ideológicos de sus respectivas dictaduras: imponer un futuro racialmente homogéneo tras una pugna en pos de la supremacía o la conquista del paraíso con un Estado periclitado y en el cual la felicidad individual se armonizaría con la felicidad social.

De Franco puede decirse que no aspiró a sentar las bases para llegar a una situación finalista. Se contentó con mantenerse en el poder todo el tiempo que permaneciera con vida. Si acaso esperaba algo fue que su peculiar concepto de «democracia orgánica» le sobreviviese. No duró dos años.

Sin embargo, todavía existen -y existirán quizá durante un par más de generaciones- quienes se reclamen de las pretendidas bondades del franquismo. Un caso curioso y que tiene mucho que ver con un proceso de socialización por la vía de la enseñanza reglada que adolece de fallos inmensos. Ni ha roto con el pasado ni ha suministrado a los ciudadanos, presentes o futuros, el conocimiento y el instrumentario analítico para pensar críticamente sobre el pasado común de una sociedad en rápido proceso de mutación como es la española. Una sociedad que sigue necesitando de buenas dosis de concienciación histórica.

¿Ejemplo último? Según la prensa, el manualito para los alumnos de sexto de primaria en la Comunidad de Madrid que ha aflorado hace unos días y que contiene, al parecer, (no lo he leído), una impresionante serie de sesgos en los que destaca el nulo sentido del pudor de su alabadísima expresidenta. Encargo un ejemplar de manera inmediata. A lo mejor da materia para futuros posts.