UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (I)
Ángel Viñas
Cuando era joven licenciado estaba muy de moda una obra de Thomas Kuhn titulada La estructura de las revoluciones científicas. Se convirtió en una referencia obligada y era imposible no mencionarla. Recuerdo que años después me la “trabajé” para ver si podía extraer algunas ideas a la hora de elaborar el preceptivo trabajo sobre concepto, método, fuentes y programa de las oposiciones a cátedra de Universidad, siempre con la vista puesta en las “trincas” que pudieran hacer los rivales en el equivalente académico de las sangrientas corridas de toros. De vez en cuando me he preguntado si aquella noción de Kuhn era aplicable a la Historia, en el supuesto de que esta sea no solo una narrativa sino también un intento de explicar con pretensiones científicas por qué suceden los fenómenos que marcan la evolución de las sociedades en el tiempo. En su momento, la aplicación de la metodología marxista indudablemente conmovió los cimientos de la disciplina. Dudo de si su contrapartida, el estructuralismo de Lévi-Strauss, llegó a lograrlo aunque intentos no faltaron.
En los últimos años me he dedicado a abordar el origen de la guerra civil sin “chupar rueda” de lo que ya habían escrito muchos otros. Al contrario, he querido abrir brecha y destruir mitos, porque con mitos no se construye la historia (lema de este blog). He dedicado a tal tarea tres libros desde perspectivas ligadas a la acción y actuación de quienes la buscaron. La sociedad española en su conjunto no la quería ni se la encontró por azar. Para ello me he servido de la documentación, española y extranjera, que alumbra la actuación de los hombres (no hay apenas mujeres en el relato) que plantearon un conflicto armado como respuesta a los problemas, más o menos desgarradores, que atenazaban a la sociedad española y/o amenazaban el estatu quo económico, social y cultural de las élites tal y como había cristalizado en el largo período de la Restauración.
La dinámica que condujo a la guerra civil forma parte integrante, en mayor o menor medida, de todo relato historiográfico a esta dedicado. El último que conozco, en inglés, del año pasado, la despacha en cuatro o cinco páginas. ¿Dice algo nuevo? No. ¿Es correcto? Limitadamente. Se basa en literatura que no ha abierto brecha.
Sin negar, en modo alguno, el peso de los factores estructurales, de modificación difícil y que en general lleva tiempo, siempre pensé que incluso en circunstancias de crisis son los seres humanos quienes hacen, bien o mal, su propia historia. No la hacen como la quieren y sí en condiciones dadas, con resultados que pueden variar de sus intenciones. Ocurre con suma frecuencia. La interacción de los factores estructurales, las coyunturas y el haz de comportamientos colectivos e individuales ha dado origen a grandes debates y controversias apasionadas. Algo consustancial con el ser humano, ser histórico por excelencia. Los mejillones, es un decir, no tienen historia ni tampoco la hacen.
Quizá por formación y experiencia he tendido a priorizar comportamientos, sin por ello caer en -espero- excesos conductistas. Al fin y al cabo me inicié como historiador con un estudio empírico sobre los antecedentes de la intervención nazi en la guerra civil. Lo hice en Alemania cuando estaba muy influído por la cultura y la historiografía de dicho país, dividido en dos Estados opuestos entre sí. Como de estudiante había estado en Berlín y me había paseado por la Alemania oriental y los países de su entorno, huelga decir que conocía lo que en aquella parte del mundo se había publicado en idiomas que dominaba (es decir, no tuve acceso a la literatura escrita en los idiomas locales). Con francés, inglés, alemán e italiano procuré apañarme.
No fue fácil lidiar con el peso de una literatura ya abundante. Según ciertos autores funcionó el azar, la casualidad. Para otros fue el resultado casi inexorable del funcionamiento del capitalismo monopolista de Estado alemán. Unos acentuaron lo coyuntural. Otros se refugieron en argumentos económicos (que ha hecho revivir algún autor hace pocos años). Yo me apañé acudiendo a las fuentes primarias. Desde entonces no he sentido ninguna necesidad de cambiar de enfoque, aunque sí he ido adaptándolo a las circunstancias y temas concretos.
La guerra civil tuvo, es la evidencia misma, un componente exterior y se generó y desarrolló en circunstancias internacionales muy tensas. Hacia 1975 la literatura estaba muy consolidada y no creo que mis colegas me echen a los perros si afirmo que las aportaciones españolas a la misma eran absolutamente insignificantes, por no decir inexistentes.
Bajo la dictadura franquista la presencia española en la historia que se escribía en el exterior solo la defendieron los exiliados. En España, cuando echo un vistazo hacia atrás, solo encuentro a un nombre que aportara resultados procedentes de la investigación en archivos foráneos. Un diplomático: Fernando Schwartz. Espero que los amables lectores no crean que me adorno con plumas que no me corresponden si afirmo que fui el segundo.
Tampoco extrañará que me haya mantenido al corriente de los avances que en la historiografía española y extranjera han tenido lugar en los últimos, digamos, cuarenta años en lo que se refiere a los orígenes de la intervención alemana. En general, he ido haciéndome eco de los mismos. Sin embargo, la tesis que presenté en 1974 en mi primer libro, La Alemania nazi y el 18 de julio, no ha variado sustancialmente. He mejorado el conocimiento de las tentativas de los conspiradores civiles y militares antirrepublicanos por alcanzar algún tipo de compromiso previo con el Tercer Reich para allegar armas o promesas previas de ayuda. No he conseguido encontrar nada definitivo. Ni la misión Sanjurjo/Beigbeder generó resultados tangibles, ni las conexiones establecidas probablemente con algunos elementos del partido nazi los suscitaron. Sé que mis afirmaciones las rechazan algunos. Sin EPRE y con tergiversaciones de la que no lo es.
Por el contrario, en este blog me he hecho eco en repetidas ocasiones de los conductos, todavía no conocidos, a los que se refirió el teniente coronel Barroso, agregado militar a la embajada en París, cuando fue a ver a un borroso y acaudalado norteamericano que vivía en la Île de la Cité, casado con una dama de proclividades ultraderechistas y carlistas, para que se desplazara a Berlín a revivirlos. El interesado prefirió ir a ver las operaciones en la sierra madrileña. No explicó por qué de forma convincente.
El historiador es tributario de sus fuentes. Muchos se basan en la literatura ya conocida (aunque quizá poco circulada) y construyen sus aportaciones bien en forma de “estados de la cuestión”, siempre oportunos y necesarios, o acentúan sus propias valoraciones que pueden diferir de las tendencias consagradas. Son actividades respetables. Es frecuente que las generaciones que se suceden olviden parte, o mucho, de lo que las anteriores han aportado.
En general, no he seguido en esa línea. Trabajar sobre lo ya conocido no me interesa. El enfoque al que me atenido es el de acentuar la importancia fundamental de las fuentes primarias. He pasado meses y meses buscándolas en más de media docena de países. El énfasis en las mismas permite identificar nuevas vetas, aflorar nuevas percepciones. La actividad científica es, por definición, revisionista. Cada generación escribe una historia.
¿Por qué cuento esto? Por dos razones. La primera es que a lo largo de mi actividad investigadora pasé de los orígenes a la guerra civil y al franquismo. Abordé el “oro de Moscú” en varias etapas (me absorbieron mucho tiempo) y también hice alguna que otra incursión en la formación de la política económica exterior y la política de seguridad, interna y externa, de la dictadura. En 1974-75 ya empecé a brujulear por algunos archivos militares y civiles españoles y continué haciéndolo, más intensamente, en el período 1976-79. Todo ello me descubrió un mundo poco trabajado: el funcionamiento de ciertos rodajes esenciales en la inserción española en la economía y en la escena internacional. Después, avatares profesionales de diversa índole me mantuvieron alejado de los archivos. Hasta que volví a ellos hace unos veinte años con la sana intención de seguir abriendo brecha, fuera de los senderos trillados.
(continuará)