Una sugerencia para trabajos de fin de grado o de máster en Historia
Ángel Viñas
En las últimas tres semanas he hecho cuatro viajes al extranjero (visto desde Bruselas), he pronunciado tres conferencias previamente preparadas, he hablado con decenas de colegas y he presentado a la prensa mi último libro. Para una persona acostumbrada al trabajo en casa, demasiado. Claro que, como es notorio, los viajes ilustran. He aprendido muchas cosas y se me han ocurrido algunas ideas. No para ponerlas en práctica, pero sí al menos para hacer una sugerencia. Tal libro, al que habré de dedicar algún que otro post desde puntos de vista que no he tratado en él, creo que puede sugerir la posibilidad de rellenar lagunas. Aquí planteo la que me parece más importante.
Durante años, es decir, desde los comienzos mismo del golpe militar que se convirtió en guerra civil, la forma estándar de explicar su “necesidad” ha combinado algunas características fundamentales, de los que en ocasiones me he hecho eco en este blog. La primera y más extendida es que la República iba de cabeza a una revolución (incluso se señaló la fecha del 1º de agosto de 1936). No una revolución cualquiera, sino una consentida por el Gobierno radicalizado de la época. Una revolución que, para colmo, era de naturaleza comunista. Esta segunda característica, voceada para conocimiento general o utilizada para allegar auxilios exteriores, es la que explicaría que las potencias fascistas (no denominadas así) acudieran presurosas a salvar a España de caer en las garras moscovitas.
A partir de los últimos años del siglo XX, con los comunistas fuera del combate ideológico propio de la guerra fría y las mieles con que se rodeaban las relaciones entre “Occidente” y “los países del Este”, los historiadores “presentistas” cambiaron la formulación: en realidad, quienes empujaban la supuesta revolución eran los socialistas hiperradicalizados, es decir, los caballeristas. Así nos hemos quedado según algunos autores que gozan del beneplácito de la derecha española, europea y norteamericana.
En este cuadro general mi primer libro, La Alemania nazi y el 18 de Julio, publicado por Alianza en 1974 y con una cubierta impactante debida al genio de Daniel Gil (qepd), tuvo una acogida para mi imprevista. Lo había escrito en Bonn con escasas conexiones con la realidad española de la época y menos aún con los planteamientos historiográficos entonces vigentes en España. En los sectores universitarios impresionó, por lo que me han dicho, el dominio de fuentes de archivo extranjeras. Ningún español había entrado a saco en la documentación alemana hasta entonces para aclarar este punto. En los sectores más inteligentes y “al loro” de la dictadura (Ricardo de la Cierva et al) me convertí en el autor que había desautorizado la leyenda comunista que afirmaba la participación nazi en la preparación del “18 de julio”. Mi libro confirmó lo contrario. Miel sobre hojuelas.
Poco más tarde un autor norteamericano, John C. Coverdale, se decía que miembro del Opus Dei, abundó en otra tesis. Tampoco habría habido complicidad italiana en la preparación de aquella fatídica fecha. No extrañará que los historiadores pro-franquistas exultaran. Lo que quedaba por hacer era, pues, acercar lo más posible la fecha de creación de las Brigadas Internacionales al 18 de julio y poder argumentar que Hitler y Mussolini lo único que habían hecho era responder a la amenaza armada del comunismo contra la amada PATRIA. Se silenció cuidadosamente que tal afirmación se tomó de alguno de los disparates que la prensa derechista francesa propaló en las primeras semanas de agosto para influir en la sugerencia del Gobierno de Léon Blum de no intervenir en los asuntos de España. No hay historiador pro-franquista que se precie que se haya desviado mucho de lo que, de pronto, los sublevados convirtieron en verdad revelada. Es más, revelada incluso a los reverendísimos señores obispos que en 1937 dieron a la luz un documento, su carta colectiva, a tenor de la cual parecía que tenían, poco menos, espías en el Kremlin y que tan egregios varones estaban más que al tanto de los evidentes deseos diabólicos del dictador soviético.
En los primeros años tras la muerte de Franco un libro de memorias escrito por un notable aristócrata español, el marqués de las Marismas de Guadalquivir en 1936 y que posteriormente asumiría el título de marqués de Valdeiglesias, impactó a muchos lectores. Entre ellos a servidor, alevín de historiador en aquellos momentos. Tan eminente autor, uno de los conspiradores y miembro destacado de lo que se solía llamar “trama civil” del golpe -denominación que también he utilizado pero que ya he abandonado- afirmó rotundamente algo así como que nadie había pensado en que el golpe fuera a producir las importantísimas reacciones que despertó en el exterior. En lenguaje un tanto coloquial: que lo que pasara en España sería un asuntillo de los españoles.
En consecuencia, la reacción de las futuras potencias del Eje se explicaba casi exclusivamente por la intromisión del comunismo revolucionario en la lejana España. Esta fue la tesis a la que, tras los XXV años de paz, el entonces ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella dio su visto bueno al prologar la obra del periodista José A. Bolín, España: los años vitales (Espasa Calpe). En ella dicho memorialista -uno de los más desvergonzados del franquismo- detalló con pelos y señales cómo barcos cargados de armas soviéticas las distribuían entre los comunistas andaluces para ayudarles a preparar la revolución de que, afortunadamente, Franco salvó a España. El juego de las tesis enunciadas tiene todavía hoy curso en una población ignorante de lo que los historiadores hemos ido descubriendo.
Mi último libro ha atacado de raiz la supuesta ausencia de vínculos entre el 18 de Julio y la ayuda fascista. No fueron los comunistas ni la URSS los que pusieron sus pecadores ojos sobre el destino de la PATRIA inmortal que salvarían, a duras penas, los esforzados mílites que se sublevaron en aquella fecha. Tampoco fueron los nazis, por cierto. Los que estuvieron conchabados con una trama única de conspiradores civiles y militares fueron los italianos. Y lo estuvieron casi desde el comienzo mismo de la República.
En los dos congresos a los que he asistido en las últimas semanas alguien ha lanzado el término de “pre-internacionalización” de la guerra civil. Es decir, la internacionalización estaba prevista mucho antes de que el golpe se produjera. Y no por el lado republicano (del Gobierno, de los partidos comunista o socialista) sino por el lado de los conspiradores monárquicos soldados en una sola trama.
De aquí una sugerencia para mis colegas profesores universitarios: que examinen la posibilidad de encargar trabajos (de fin de grado o de fin de máster, no quiero pensar en tesis doctorales) en los que puedan perseguirse en la prensa y en la literatura de los sublevados de antes de la guerra, de la guerra y de la postguerra, las informaciones acerca de los supuestos preparativos comunistas y socialistas para la revolución del 1º de agosto de 1936; que las descuarticen con arreglo a las categorías analíticas que de ellas se desprendan (como hizo, por ejemplo, María Cruz Mina con el ABC anterior al 18 de julio) y que pongan al descubierto la naturaleza de los mecanismos de endoctrinamiento que siguió el bando vencedor tanto en la guerra como en la paz de las bayonetas. En una segunda etapa, también podría abordarse la forma y manera en que las mentirosas tesis acuñadas en el franquismo siguen apareciendo, y cómo, en la publicística española o traducida al castellano del presente periodo democrático.
Estoy seguro de que los resultados serán muy interesantes. Quizá incluso, con un poco de buena voluntad, se logre que los mismos lleguen un día a desterrar las leyendas que todavía pululan en los libros escolares y en los medios.
(Este post debe leerse en conexión con el escrito por Fernando Hernández Sánchez que también subo al blog). Los amables lectores podrán reirse o, con mayor razón, llorar.