30 abril, 2014 at 5:50 pm

75 años despues

Reseña de un libro sobre la guerra civil

30 abril, 2014 at 5:23 pm

75 años despues

Archivos abiertos, archivos cerrados

29 abril, 2014 at 8:49 am

Como he indicado en posts anteriores, el actual ministro de Asuntos Exteriores tomó hace algún tiempo una decisión drástica: trasladar los fondos documentales de su Departamento ministerial al Archivo Histórico Nacional (AHN) y al General de la Administración (AGA). Al primero fueron a parar los fondos hasta 1931, una fecha señera en la historia española. Al segundo los posteriores hasta 1981 o 1982. Supongo, pero no lo sé, que el Ministerio se habrá quedado con algunos de este segundo período porque, verosímilmente, no le vendría mal acudir a ellos para eventuales negociaciones en ciertos ámbitos sensibles.

Este traslado levantó la protesta de innumerables investigadores españoles y extranjeros. De un golpe, el Señor García-Margallo pareció remedar la conducta archivística de los antiguos líderes soviéticos. Hoy esta afirmación debo matizarla.

Entre los historiadores ya ha corrido la información de que el AHN, con una diligencia que le honra, ha reabierto los fondos recepcionados. Al menos los investigadores interesados podrán seguir escudriñando las relaciones exteriores de España desde el año de Maricastaña hasta 1931. Es muy de agradecer que el Señor García-Margallo no se haya opuesto a tal medida, aunque evidentemente también en los fondos del XVIII o del XIX pueden encontrarse algunas que otras culebras.

Ahora bien, los fondos desde 1931 siguen cerrados a piel y canto en el AGA. Estos, evidentemente, son más sensibles. Empezando por los de la siempre maldecida República (una catástrofe para España según algunos de los esclarecidos líderes del PP), pasando por los de la guerra civil (que desmontan muchos de los mitos caros al franquismo y a la derecha española y, por supuesto, a los historiadores que han hecho y hacen su agosto con ellos) y, sobre todo, los del franquismo.

Las razones del cierre no son fáciles de discernir en cuanto a su importancia relativa pero apostaría a que entre ellas se encuentran algunas como las siguientes: i) la enorme masa de documentación, no fácil de examinar y de recatalogar, caso de que se considerara necesario; ii)  la no dotación de personal y medios adicionales al AGA para que pueda llevar a cabo esa tarea con la premura necesaria y no machaque durante mucho tiempo las investigaciones, las tesis doctorales, los libros o los artículos de centenares de historiadores españoles y extranjeros (un buen ejemplo de la MARCA ESPAÑA de la que el Sr. García-Margallo se ha hecho adalid); iii) la falta de apoyo intelectual y logístico de los funcionarios del MAEC a los sufridos archiveros del AGA, sin duda porque la diplomacia española tiene temas más urgentes de que ocuparse; iv)  el poco interés en que el AGA avance rápidamente en la tarea y v) la noción, cara a muchos diplomáticos, sobre todo de entre los escorados hacia la derecha o la extrema derecha, de que no conviene despertar a las serpientes venenosas que duerman entre los legajos desde 1936.

Por si este fuese el caso (que, desgraciada o afortunadamente conozco por experiencia propia desde hace muchos años) me apresuro a señalar una contradicción y dos notas esenciales.

La contradicción: si la política exterior española, bajo la luminosa guía del anterior Jefe del Estado, fue una sucesión ininterrumpida de éxitos (esta, al fin y al cabo, es la tonadilla que ha inspirado los gruesos mamotretos del simpar académico profesor Luis Suárez Fernández), ¿por qué no poner al descubierto la presciencia, la “hábil prudencia”, la capacidad de trabajo sobrehumana de Francisco Franco? O, al contrario, ¿es que el Señor García-Margallo tiene dudas al respecto y prefiere que no se mire muy de cerca?

La primera nota: los archivos de Exteriores han sido bastante trabajados para la guerra civil y el franquismo. Son incontables los historiadores españoles y extranjeros que los han destripado. No se trata, pues, de fondos ignotos. Quedan, eso sí, aspectos poco conocidos.

La segunda nota: las más importantes serpientes, aquéllas que se enlazan en los dos grandes éxitos de Franco, la no-beligerancia en la segunda guerra mundial y su sagacidad galaica a la hora de negociar con Estados Unidos, tienen dos características. Una, que no colean del todo en los archivos de Exteriores sino en los de otros Ministerios o en archivos privados. Otra, que por lo que ya se sabe, o se pondrá de manifiesto en el futuro, la prudencia, la sagacidad, la superinteligente estrategia de Franco pueden arrumbarse tranquilamente y consignarlas allí donde deben ir a parar: a la basura.

No pido al Señor Ministro que sepa mucho de la historia de la política exterior española de lo que él, en alguna ocasión, en las Cortes caracterizó como “dictadura” (tal vez un mero lapsus linguae). Pero sí puede pedírsele que invite, por ejemplo, a su Subsecretario o a su Secretaria General Técnica a que coopere urgentemente con el AGA para ver si no hay que esperar diez o doce años más hasta que se reabran los fondos a los que trata con una displicencia similar a la que mostraron los soviéticos.

Una avalancha de literatura académica sobre la guerra civil

25 abril, 2014 at 12:38 pm

Por encargo de la dirección de una revista académica española en los últimos meses hemos estado colaborando en la preparación de un número monográfico más de una treintena de historiadores españoles y extranjeros. De, al menos, tres generaciones; de un numerosas universidades españolas y no españolas; hombres y mujeres; con especializaciones muy diversas. La idea ha estribado en que analizáramos, desde el punto de vista de su particular relevancia como expertos, la literatura española aparecida desde 2006, cuando tuvo lugar el primer congreso internacional sobre la guerra civil en Madrid, hasta el año 2013. Para los autores extranjeros el período a considerar es mucho más amplio. No son frecuentes, en efecto, análisis bibliográficos sobre literatura extranjera, excepto quizás las más próximas a nosotros, es decir, la francesa o la inglesa. En esta ocasión la red se ha extendido de forma mucho más amplia: abarca, por ejemplo, la literatura nórdica y la de los antiguos países del Este. En estos casos, nunca, que yo sepa, se había hecho algo similar en España.

Una treintena de artículos, en grados diferentes de revisión en la actualidad, han explorado no menos de quinientos o seiscientos títulos. Cuando la revista aparezca el próximo otoño habrá ocasión que comentar sus resultados. En mi impresión personal los historiadores españoles podemos estar tranquilos.

  1. A pesar de todas las dificultades creadas por la evolución política en algunas Comunidades Autónomas y al nivel del Gobierno central, la revisión de los mitos de la historiografía franquista avanza de manera implacable. La combinación de la nueva evidencia primaria relevante de época que ha ido emergiendo de penosas investigaciones en archivos generales, provinciales y locales y de nuevos métodos y perspectivas analíticos aplicados a su interpretación ha alcanzado grados de sofisticación notables.
  2. Como ocurre en el resto de los países miembros de la Unión Europea, y en muchos fuera de ella, las historias nacionales han solido cultivarse, en primera línea, por historiadores de los correspondientes países. Ello nunca ha impedido, obviamente, que historiadores de otra nacionalidad se ocupen también de las mismas. Los británicos han hecho grandes aportaciones a las historias de, por ejemplo, Alemania, Francia, Italia, Rusia y, por supuesto, España. Lo mismo ocurre con respecto a otros países por parte de historiadores franceses, alemanes, norteamericanos, italianos. Esta hibridación es normal y debe saludarse con entusiasmo. ¿Qué sería de nosotros sin la mirada profunda, y no española, de Paul Preston, Helen Graham, Gabriel Jackson y tantos otros? ¿Cómo no saludar la escuela de historiadores británicos sobre España que ha creado el primero?
  3. Lo que no era nada normal era que la historia contemporánea de España se hiciera básicamente desde el exterior. El franquismo, hipernacionalista o hiperespañolista, nunca estuvo en condiciones de admitir que historiadores españoles escribieran la historia de su propio país en relación con las épocas conflictivas: República, guerra civil, dictadura. Sin exagerar en lo más mínimo puede decirse que la historia de la contemporaneidad española se hace hoy, esencialmente, en España.
  4. A pesar de ello, muchas editoriales españolas sienten un gran respeto hacia lo que producen historiadores extranjeros, con independencia de que su calidad sea buena, regular, mediocre o deleznable. Casi todo se traduce. Sin embargo, y como la experiencia demuestra hay países como Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos en los que todavía no ha penetrado en ciertos círculos de historiadores la debelación sistemática del canon franquista que se ha producido en España.
  5. Esto es muy notable en los antiguos países del Este. El colapso del comunismo y de su ideologizada historiografía ha dejado un vacío que han empezado a rellenar, con respecto a España, historiadores improvisados cuyo única baza es que son  suficientemente anticomunistas. Todo lo que huela a izquierdismo en la literatura española es, por definición, sospechoso y rechazable. España se ve a la luz de sus experiencias propias.

¿Debe esto preocuparnos? Sin duda es molesto pero la culpa, si la hay, no radica en los historiadores españoles. En cualquier caso,  la batalla por la historia no se da en el extranjero. Se da, y se dará, en nuestro país. De aquí que la constatación de que en los últimos siete u ocho años se hayan identificado varios centenares de títulos sobre las más diversas temáticas en relación con la guerra civil es una noticia nada desdeñable.

Es una muestra, en efecto, de que los historiadores españoles estamos cumpliendo con nuestro deber.  Hemos sometido el canon franquista a la dura prueba de la contrastación empírica y epistemológica. Aunque sobreviven autores pro o neofranquistas, como demuestran desgraciadamente muchas de las entradas del Diccionario Biográfico Español, podemos estar razonablemente seguros de que el futuro no les pertenece. De hecho, en mi opinión, ni siquiera tienen futuro.

El académico de la historia Luis Suárez Fernández: algunos errores fácticos de principiante (II)

22 abril, 2014 at 3:37 pm

Desde siempre, la reunión entre Franco y Hitler en Hendaya, con presencia de Serrano Suñer, se ha prestado a la mitologización y a la desfiguración. El profesor Suárez es uno de quienes más se ha distinguido en esta interesante y, suponemos, lucrativa labor. No es, ciertamente, el único ya que ambas características forman parte integrante del ADN de la dictadura franquista y reflejan el deseo de presentar una imagen sobrehumana de aquel salvador de la PATRIA que dijo virilmente NO, casi cara a cara, al entonces “amo de Europa”.

Sin detenernos en esa labor que nuestro ilustre académico tanto repudia como es la de interpretar, nos limitamos a destacar nuevos errores fácticos. A saber: “El 23 de octubre (…) [Serrano] discutió con von Ribbentrop (…) y se negó a firmar el protocolo que comprometería a España a iniciar las hostilidades. A las dos de la madrugada del día 24, Serrano y Franco redactaron, en el palacio de Ayete, un nuevo protocolo que los alemanes no podían aceptar”. Difícilmente.

Por supuesto a muchos lectores esto les sonará quizá a chino.  Según la mitología franquista, Hitler habría empezado la entrevista afirmando que “soy el dueño de Europa y como tengo doscientas divisiones a mi disposición no hay más que obedecer”. Esta fabulación se debe al intérprete Luis Álvarez de Estrada, barón de las Torres. Puede tirarse tranquilamente a la basura. El autor no fue buen sicólogo sino también un mal note taker. Basta con comparar la “minuta” española y la alemana que se conserva en su primera parte. En cuanto al nuevo protocolo se trató, simplemente, de una alteración solo muy relativa del proyecto enviado previamente por los alemanes. Como es lógico. El abogado del Estado que era Serrano Suñer sugirió algunas modificaciones en el texto de los artículos 2 y 3. Se referían a la adhesión a los Pactos Tripartito y de Acero. Inmediatamente las aceptaron los alemanes. El profesor Suárez cree en las poco fiables memorias de Serrano según las cuales él y el CAUDILLO estudiaron el proyecto “en el que en términos claros, se establecía el compromiso, para España, de entrar en la guerra en el momento en que Alemania así lo considerase necesario”. Llenos de santa furia (¡estos tíos nos toman como el pito del sereno!) le dieron la vuelta como a un calcetín. Muy patriótico pero, desgraciadamente, no es verdad. Lo que cambiaron fue el artículo 5º, que aludía a la compatibilidad entre los deseos africanos de las dos potencias del Eje y los españoles que, con la adhesión al Pacto de Acero, se incorporaban al proyecto nazi-fascista. En contra de lo que presumió Serrano, era el artículo 4º el que se refería a la fecha de entrada en guerra y en él no se produjo absolutamente ninguna modificación. ¿Por qué? Pues porque italianos y alemanes estaban de acuerdo en dejar a Franco que estableciera dicha fecha de común acuerdo entre los tres países.

Puesto ya a engañar a sus lectores, Suárez oculta cuidadosamente que lo que sí se firmó fue la adhesión española al Pacto de Acero por lo que, en términos estrictos de derecho internacional, España rompió su neutralidad. ¿Acaso ignora las explicaciones, ya muy antiguas, que al respecto ofreció Antonio Marquina? ¿Es que dicha ruptura no se merece ni una línea?  Algo similar no había ocurrido durante la Monarquía, la República o la guerra civil y no volvió a repetirse hasta 1953.

Tras estos pelillos a la mar hay que ver también con lupa otro errorcillo fáctico. Suárez afirma que, en su visita a Berchtesgaden en noviembre de 1940, a Serrano le exigió von Ribbentrop “establecer una base en Canarias”. A lo cual, el ministro español, probablemente impulsado por la defensa de la sagrada independencia nacional, se negó. ¡Tres hurras a tan esforzado prócer! Se trata sin embargo de una afirmación que no corresponde a la realidad.  La petición de una base en Canarias se le había hecho en su viaje a Berlín en septiembre. Serrano no estaba autorizado para aceptarla. Franco obviamente le apoyó y…. los alemanes no tardaron en renunciar a ella. ¿Acaso no ha leído Suárez los documentos publicados de política exterior alemana?. Pues son bastante corrientitos.

Existen más errores fácticos e insinuaciones benevolentes sobre la actuación de Serrano, presentado desde el lado más amable posible. Entrar en matices requeriría disponer de un espacio superior al de un post o dos. Pero no se preocupe el amable lector. Ya detallaré –desgraciadamente con interpretación- algunos otras equivocaciones todavía más burdas y contrastaré la metodología de nuestro ensalzado académico para abordar lo que presenta como “hechos”.

La historia política, militar o de relaciones exteriores es algo que hoy parece “vetusta” a ciertos autores. Sin embargo, las decisiones que en esos campos se toman tienen implicaciones sobre la sociedad y sobre un pasado que no termina de pasar. Soy de quienes creen que no conviene dejarlas de lado. Suárez está en su buen derecho de entonar innumerables loas a Serrano y a Franco. También, por supuesto, al “régimen autoritario” pero no me parece correcto hacerlo manipulando o ignorando la evidencia. “Alguien” en la Real Academia de la Historia hubiera debido percatarse de ello.

El académico de la historia Luis Suárez Fernández: algunos errores fácticos de principiante (1)

15 abril, 2014 at 10:25 am

Desde siempre, la reunión entre Franco y Hitler en Hendaya, con presencia de Serrano Suñer, se ha prestado a la mitologización y a la desfiguración. El profesor Suárez es uno de quienes más se ha distinguido en esta interesante y, suponemos, lucrativa labor. No es, ciertamente, el único ya que ambas características forman parte integrante del ADN de la dictadura franquista y reflejan el deseo de presentar una imagen sobrehumana de aquel salvador de la PATRIA que dijo virilmente NO, casi cara a cara, al entonces “amo de Europa”.

Sin detenernos en esa labor que nuestro ilustre académico tanto repudia como es la de interpretar, nos limitamos a destacar nuevos errores fácticos. A saber: “El 23 de octubre (…) [Serrano] discutió con von Ribbentrop (…) y se negó a firmar el protocolo que comprometería a España a iniciar las hostilidades. A las dos de la madrugada del día 24, Serrano y Franco redactaron, en el palacio de Ayete, un nuevo protocolo que los alemanes no podían aceptar”. Difícilmente.

Por supuesto a muchos lectores esto les sonará quizá a chino.  Según la mitología franquista, Hitler habría empezado la entrevista afirmando que “soy el dueño de Europa y como tengo doscientas divisiones a mi disposición no hay más que obedecer”. Esta fabulación se debe al intérprete Luis Álvarez de Estrada, barón de las Torres. Puede tirarse tranquilamente a la basura. El autor no fue buen sicólogo sino también un mal note taker. Basta con comparar la “minuta” española y la alemana que se conserva en su primera parte. En cuanto al nuevo protocolo se trató, simplemente, de una alteración solo muy relativa del proyecto enviado previamente por los alemanes. Como es lógico. El abogado del Estado que era Serrano Suñer sugirió algunas modificaciones en el texto de los artículos 2 y 3. Se referían a la adhesión a los Pactos Tripartito y de Acero. Inmediatamente las aceptaron los alemanes. El profesor Suárez cree en las poco fiables memorias de Serrano según las cuales él y el CAUDILLO estudiaron el proyecto “en el que en términos claros, se establecía el compromiso, para España, de entrar en la guerra en el momento en que Alemania así lo considerase necesario”. Llenos de santa furia (¡estos tíos nos toman como el pito del sereno!) le dieron la vuelta como a un calcetín. Muy patriótico pero, desgraciadamente, no es verdad. Lo que cambiaron fue el artículo 5º, que aludía a la compatibilidad entre los deseos africanos de las dos potencias del Eje y los españoles que, con la adhesión al Pacto de Acero, se incorporaban al proyecto nazi-fascista. En contra de lo que presumió Serrano, era el artículo 4º el que se refería a la fecha de entrada en guerra y en él no se produjo absolutamente ninguna modificación. ¿Por qué? Pues porque italianos y alemanes estaban de acuerdo en dejar a Franco que estableciera dicha fecha de común acuerdo entre los tres países.

Puesto ya a engañar a sus lectores, Suárez oculta cuidadosamente que lo que sí se firmó fue la adhesión española al Pacto de Acero por lo que, en términos estrictos de derecho internacional, España rompió su neutralidad. ¿Acaso ignora las explicaciones, ya muy antiguas, que al respecto ofreció Antonio Marquina? ¿Es que dicha ruptura no se merece ni una línea?  Algo similar no había ocurrido durante la Monarquía, la República o la guerra civil y no volvió a repetirse hasta 1953.

Tras estos pelillos a la mar hay que ver también con lupa otro errorcillo fáctico. Suárez afirma que, en su visita a Berchtesgaden en noviembre de 1940, a Serrano le exigió von Ribbentrop “establecer una base en Canarias”. A lo cual, el ministro español, probablemente impulsado por la defensa de la sagrada independencia nacional, se negó. ¡Tres hurras a tan esforzado prócer! Se trata sin embargo de una afirmación que no corresponde a la realidad.  La petición de una base en Canarias se le había hecho en su viaje a Berlín en septiembre. Serrano no estaba autorizado para aceptarla. Franco obviamente le apoyó y…. los alemanes no tardaron en renunciar a ella. ¿Acaso no ha leído Suárez los documentos publicados de política exterior alemana?. Pues son bastante corrientitos.

Existen más errores fácticos e insinuaciones benevolentes sobre la actuación de Serrano, presentado desde el lado más amable posible. Entrar en matices requeriría disponer de un espacio superior al de un post o dos. Pero no se preocupe el amable lector. Ya detallaré –desgraciadamente con interpretación- algunos otras equivocaciones todavía más burdas y contrastaré la metodología de nuestro ensalzado académico para abordar lo que presenta como “hechos”.

La historia política, militar o de relaciones exteriores es algo que hoy parece “vetusta” a ciertos autores. Sin embargo, las decisiones que en esos campos se toman tienen implicaciones sobre la sociedad y sobre un pasado que no termina de pasar. Soy de quienes creen que no conviene dejarlas de lado. Suárez está en su buen derecho de entonar innumerables loas a Serrano y a Franco. También, por supuesto, al “régimen autoritario” pero no me parece correcto hacerlo manipulando o ignorando la evidencia. “Alguien” en la Real Academia de la Historia hubiera debido percatarse de ello.

El académico de la historia Luis Suárez Fernández: algunos errores fácticos de principiante (I)

11 abril, 2014 at 10:24 am

Mi crítica no entra en ninguna dimensión ideológica. Me limitaré a pedir prestado, de forma temporal, al profesor Suárez uno de sus principios metodológicos. A saber, hay que atenerse, exclusivamente, a los hechos.

Parto, eso sí, de un supuesto que suele enseñarse en primer curso en las Facultades de Historia. Los hechos son “sagrados”. No entraré a discutir lo que son. Franco ganó la guerra civil. Proclamó la no beligerancia en la segunda guerra mundial. Veamos qué escribe nuestro académico sobre alguno de ese tipo de hechos.

  1. Quizá copiando a su colega Seco Serrano, se empeña en afirmar que “hasta el final del verano de 1940 la orientación de la política exterior correspondió al conde de Jordana”. Difícilmente. Había sido relevado de su cargo en agosto de 1939. Es un hecho.
  2. Recoge que Serrano advirtió al Duce “que España necesitaría de unos veinte años para llevar a cabo su reconstrucción y desempeñar el papel político que en el Mediterráneo se le asignaba”. La primera afirmación es, además de absurda. Ya lo demostró Tusell con documentos italianos al alcance de todos. Serrano habló de dos o tres años solamente. La segunda afirmación plantea un interrogante: ¿quién asignaba a España es papel político? ¿Las potencias fascistas? La respuesta es que Franco, desde antes de que finalizara la guerra civil, se planteaba la posibilidad de participar en una guerra contra las decadentes democracias occidentales. De aquí los planes para una inmensa expansión de la flota y de la aviación aceptados por la nueva Junta de Defensa Nacional. O los preparativos para atacar Gibraltar. ¿No lo sabe nuestro académico? Hubiera convenido que leyese la documentación exhumada por Manuel Ros Agudo. Tiempo ha tenido.
  3. Juega con fechas elementales: “cuando comenzó la segunda guerra mundial, Franco reorganizó el gabinete el 10 de agosto, disminuyendo el peso de los partidarios del Eje”. Difícilmente, puesto que el conflicto europeo se inició el 3 de septiembre con la declaración de guerra contra el Tercer Reich por parte del Reino Unido y Francia. El peso de los partidarios del Eje en el Gobierno franquista no disminuyó. Se incrementó merced a la sustitución del ministro de Defensa Nacional por tres ministros. Uno de los cuales, Varela, no tuvo inconveniente en supervisar los planes para invadir el Marruecos francés; otro, Yagüe, era profundamente proalemán contando con una aviación que dejara chiquita a la RAF y un tercero, Salvador Moreno, se apresuró a echar una mano a los submarinos de la Kriegsmarine a los pocos días de asumir su puesto. Sin incluir a Beigbeder, en su etapa de fervor pro-germánico que sustituyó al más cauto Gómez-Jordana. O a Muñoz Grandes como ministro secretario general del Movimiento.
  4. Presenta a Serrano a favor del Tercer Reich de manera inmediata y a Franco en contra, declarando la neutralidad. Esta declaración fue rápida porque no cabía ninguna otra opción en septiembre de 1939. No existía pugna entre el infalible Caudillo y su no menos endiosado cuñadísimo en el período septiembre 1939-junio de 1940. ¿O ha encontrado evidencia de ello el profesor Suárez? Ambos perseguían sueños imperiales, perfectamente documentados, contra Francia y el Reino Unido.
  5. Tras estas pequeñas puntualizaciones acudo en auxilio al DRAE y encuentro en él la tercera acepción del término “burrada” como “dicho o hecho necio o brutal”. Nuestro eminente historiador afirma que en junio “los alemanes comenzaron a montar la operación Fénix (sic), destinada a conquistar Gibraltar, empleando para ello el territorio español”. Pasemos por alto la curiosa denominación (que repite como renace tan mitológica ave). Precisemos también que los alemanes enviaron a finales de julio a España una pequeña misión militar. Discutió con altos mandos españoles. Se produjeron retrasos por ambas partes. Se entrecruzaron otros temas, más urgentes para los nuevos dioses de la guerra germanos. Ahora bien, con el asesoramiento y colaboración de oficiales y jefes españoles los prolegómenos de la operación FÉLIX se abordaron seriamente en octubre. No se formalizó hasta el 12 de noviembre. Su punto fundamental fue que no se haría nada sin el consentimiento de Franco. ¿No lo sabe el profesor Suárez? Forma parte de lo aceptado desde 1968 cuando se publicó la monografía de Charles Burdick. Incluso ya lo afirmó antes Donald Detwiler. Ha llovido.

[Incidentalmente, para que el lector se solace con el control de calidad de una RAH que aspiraba a conseguir que su Diccionario estuviese a la altura del de Oxford, o incluso lo superase, añadiré que el interlocutor de Serrano en Roma en el verano de 1939 fue, según la entrada, nada menos que el Papa Pio VII].

(Continuará)

La ignorancia y distorsión del pasado, ¿son perdonables?

8 abril, 2014 at 11:59 am
©Peng

©Peng

En el año académico 2007-2008 empecé a dar un curso monográfico en la Facultad de Geografía e Historia de la UCM a alumnos y graduados de todas las Facultades. Lo continué, mejorándolo y modernizándolo, durante cuatro años más. Tras mi jubilación inserté el resumen en un curso sobre historia política española en el siglo XX. Este año, resumido, lo he continuado, gratis, en el Instituto Cervantes de Bruselas.

Una de mis primeras preocupaciones fue determinar qué sabían los alumnos de la guerra civil. Me respondieron a un cuestionario pero no conservé sus respuestas. Me limité a tabularlas. De ello se desprendía que el conocimiento era muy rudimentario. Las fuentes de información eran las familias o amigos (como ocurría a principios de los años sesenta), la TV, alguna prensa (poca) y, dato novedoso, el internet y las redes sociales.

Hace unos meses un colega y amigo mío, Fernando Hernández Sánchez, profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la UAM y autor de dos libros excelentes sobre los comunistas en la guerra y en la posguerra, realizó un experimento similar con sus alumnos. Los resultados fueron estremecedores y, con su amable autorización, me permito divulgar algunos a manera de ejemplo. El 30% no sabía cuantos años estuvo Franco en el poder; el 45% desconocía que fue el maquis; el 72% ignoraba en qué consistió el proceso 1001; el 58% no tenía ni idea de lo que fue el TOP. Más dramático fue el desconocimiento de personajes señeros de la reciente historia de España: 8 de cada 10 no sabían nada de Pasionaria, José Antonio Primo de Rivera, Juan Negrín o el general Mola. Menos mal que el 65% sabía quién es Felipe González y el 54% identificó a Adolfo Suárez.

¿Una generación ignorante? No. Una generación llevada voluntariamente a la ignorancia. El 76% reconoció saber poco o muy poco de los episodios claves de nuestra historia contemporánes pero, a la vez, un 80% quería saber más. El sistema educativo español ha fallado y, peor aún, les ha fallado. Ha fallado a toda una generación, para vergüenza de los responsables nacionales o autonómicos.

Supongo que otros colegas habrán tenido experiencias parecidas a juzgar por la literatura ya disponible sobre el grado de conocimiento e ignorancia de los alumnos que llegan a la Universidad, que se quedan en la ESO o que no pasan del Bachillerato.

Añádanse a ello los “camelos”, las medias verdades o los errores de que están plagados muchos libros de texto de la ESO e incluso de este último. Hernández Sánchez, como especialista en la materia, en algunos cursos de verano de la UCM ha arrojado vitriolo sobre las esperanzas de los profesores universitarios de que en un futuro previsible pueda revertirse aquella tendencia. Los “despistes”, las falsas interpretaciones (en el sentido de que chocan con la evidencia documental y la historiografía disponibles) y las omisiones son de antología. No es de extrañar que muchos jóvenes sean presa fácil de los mitos amamantados por la dictadura y vehiculados hoy por numerosos órganos de opinión, clásicos o novedosos.

Una situación similar no sería perdonable y no se toleraría en países como Alemania, Francia o Bélgica, que son los que conozco mejor, aunque probablemente sí en el Reino Unido, en el que la enseñanza de la historia a nivel secundario está, con honrosas excepciones, por los suelos.

¿Qué hacer? ¿Tirar la toalla? ¿Dejar el campo abierto a los mitógrafos? ¿Seguir escribiendo libros documentados, basados en evidencia incontrovertible y con un análisis lo más próximo a ella? Pero libros que, al fin y al cabo, solo lee una minoría.

Yo aprendí de historiadores extranjeros y españoles que ya no están entre nosotros (Herbert R. Southworth, Manuel Tuñón de Lara, Julio Aróstegui, por no mencionar sino a algunos de los que me han sido más próximos) que quienes escribimos de historia no podemos eludir un deber cívico. Algo que en los siglos XVIII y XIX se daba por sentado. Hoy la historia se ha tecnificado, se ha hecho más impenetrable, también quizá más exacta, pero ha perdido ese vínculo con lo cívico. No es de extrañar que, al contraponerse a tal tendencia, Tony Judt haya adquirido, con razón, un carácter casi icónico.

El Diccionario Biográfico Español pudo remediar a esa situación para las entradas más relevantes en historia contemporánea, es decir, las relativas a la República, la guerra civil y el franquismo. La historia no es, ciertamente, como afirmaba Carlyle la biografía de los grandes hombres. Ni siquiera es el producto intencionado de ellos. Los hombres, grandes y pequeños, la hacen aunque en condiciones dadas, no queridas y, con gran frecuencia, ni siquiera deseadas. Admitiendo, no obstante, que las biografías sirven para algo he sido muy crítico del Diccionario en anteriores posts. Reservo para los dos próximos ejemplos contrastables por cualquier estudiante de grado (no hablaré ya de los colegas) de lo que ha llegado a escribir, tan pancho, una de las egregias figuras de la Real Academia de la Historia.

Continuará.

SER el Cardenal Rouco Varela y una homilía desafortunada

4 abril, 2014 at 11:01 am

© BarcexLa referencia a la guerra civil en la homilía de Su Eminencia Reverendísima (SER) el cardenal y expresidente de la Conferencia Episcopal Rouco Varela  en el funeral de Adolfo Suárez ha despertado una fuerte controversia. Curioso, he acudido a una impecable fuente para comprobar lo que dijo. Tomo por buena la cita que introduce este post. Basta para mi argumentación. He puesto en negritas las palabras que me parecen encerrar el meollo de la cuestión.

Tengo en cuenta que una homilía no un texto académico, riguroso y preciso. Aun así,  SER se apoyó en  importantísimas figuras religiosas, eclesiales y doctrinales. Supongo que se molestó en prepararla o, al menos, en leer con cuidado lo que le preparasen.

Me limito a enjuiciar aquí el conocimiento histórico del autor. En el supuesto de que se la escribieran estaríamos ante un caso de indigencia conceptual y de desinformación. En el segundo, debidamente impresionado por los numerosos títulos académicos de SER, pongo en duda que si bien es posible que haya dedicado mucho tiempo a “empaparse” de la vida de los mártires de la fe, asesinados en la contienda, no es verosímil que haya profundizado en las causas de la guerra misma.

La imprecisión terminólogica es relevante. ¿Cuáles fueron los “hechos”? ¿Cuáles las “actitudes”? ¿De quiénes?.

La reacción más elegante que se me ocurre es la de mostrar perplejidad. En cuanto a los “hechos”, es difícil establecer paralelismos entre 1936 y 2014. ¿Hay alguna conspiración en marcha, bien sea a la derecha o a la izquierda, de que SER tenga conocimiento?. ¿Existe, por ventura, una situación de desenfreno, de anarquía, de violencia generalizada como la que siempre denunciaron los escribidores derechistas para justificar el golpe? ¿Ha llevado a cabo alguna formación política actual alianzas con potencias extranjeras para subvertir la legalidad vigente? ¿Son el fascismo y el bolchevismo hoy elementos cohesionadores de la conspiración? Misterio.

Si nos referimos a las “actitudes” deberíamos distinguir entre las de los sublevados y las de quienes no se sublevaron. Los primeros dejaron constancia oral y escrita de lo que querían: esencialmente salvar a la PATRIA (con mayúsculas) de una inminente revolución. No puede ignorarlo SER. Se trató de uno de los pilares conceptuales de la famosa Carta Colectiva del Episcopado español y de su fundamental redactor, el cardenal Isidro Gomá, quien ya había reflejado su “análisis”  en su opúsculo El caso de España del que tomó las ideas. Entrecomillo lo de análisis porque no tenía mucho que ver con la realidad. Fue una visión meramente ideológica y un instrumento de guerra política con un ataque en toda regla contra los “chamarileros rusos”, desembarcados en Barcelona.

Supongo que SER no pensará en este tipo de “actitudes”. Así que debemos establecer la hipótesis que las  que ha denunciado en su homilía se refieren a las que predominaban en 1936 en los medios gubernamentales, pero en ellas no figuró en lugar descollante la de cortar la eventual sublevación en el Ejército. Mas bien la de poner en práctica el programa electoral del Frente Popular, aprobado en las elecciones de febrero de 1936.

¿Y hoy?.  ¿Cuantos de los países que encuadran a España en la UE y en la OTAN apoyarían a los futuros sublevados? ¿Piensa, quizá, en la Rusia de Putin como si la península ibérica fuese otra Crimea? ¿Contra quién se rebelaría una parte de la población, si es que de guerra “civil” se trata? ¿Contra el Gobierno del PP? ¿Contra la oposición que representan los demás partidos políticos, in totto o separadamente? ¿Un nuevo 23-F, coronado por el éxito?

Ha habido malpensados que han divisado extrañas alusiones detrás de las palabras de SER. Seamos generosos y consideremos  que las “soltó” en passant. Ahora bien, si las dijo a propósito ¿fue para prevenir?, ¿para poner de relieve su preocupación por la PATRIA?  Este tipo de cosas pueden hacerse más discretamente. Quizá en una entrevista con el presidente del Gobierno. Claro que, según noticias de prensa, este último no ha recibido todavía formalmente a SER.

También es concebible (n´est-ce pas?) que el cardenal tuviera en mente algunos de los problemas políticos y sociales que gravitan sobre el presente: las consecuencias de la crisis, el mal reparto del peso del ajuste, la desafección de la población con respecto a la casta política, el desapego nacionalista…  Todo junto es difícil que dé para una guerra civil.

SER mezcló los evangelios y numerosas referencias eclesiales con un análisis histórico francamente débil.  Quiza quería  dar una lección à lo Gomá. A este, por lo menos, Franco le escuchó. Convengamos con EL PAÍS que el cardenal Rouco Varela se confundió , cuando menos, de tiempo y de lugar. Y pongamos en duda que esté al día en historia, salvo en la de los mártires de la proverbial “vesania roja”.

 

La referencia al párrafo relevante de la homilía la he tomado de http://infocatolica.com/?t=ic&cod=20408

Un académico de la historia «se traga» a un ministro

1 abril, 2014 at 8:54 am

La entrada relativa al teniente general Francisco Gómez-Jordana, conde de Jordana, está escrita por el profesor Carlos Seco Serrano. Es breve. Dos páginas y media. Más de media la ocupa la bibliografía. Con el criterio seguido podría haberse extendido a una entera. El autor no nos abruma, afortunadamente, con un extracto del expediente militar. Prefiere reducir al mínimo la parte dedicada a la guerra civil y al franquismo. Nos concentraremos en este último como ejemplo del método que tanto agrada a la RAH: proliferación de errores de principiante, “olvido” de aspectos históricamente relevantes, ignorancia de la literatura especializada y escasa precisión en el lenguaje.

Veamos los errores. Jordana fue a partir de febrero de 1938 ministro de Asuntos Exteriores de Franco (no de Estado, denominación republicana en aquella época y antes de 1931 de la Monarquía) y vicepresidente del Gobierno. Hubiera sido pedir peras al olmo que el profesor Seco identificara a sus predecesores, aunque no hubieran sido ministros sino “proto-ministros” pero eso es para nota (figuran en Wikipedia). Un limpio y claro suspenso recibe nuestro distinguido académico al olvidarse de su anterior puesto (presidente de la Junta Técnica del Estado, JTE, desde, también según Wikipedia, el 3 de junio de 1937).  Le damos igualmente un cero mondo y lirondo por afirmar que “al estallar la guerra mundial consagró todos sus esfuerzos a evitar la entrada de España en el conflicto”. En septiembre de 1939 Jordana no era ministro. Subimos la nota a un 1 porque al profesor Seco le suena que Jordana “fue desplazado del poder por Serrano Suñer, ardiente partidario de la alianza con el Eje”.  Le suenan algo las campanas. El desplazador fue Franco.

El sucesor fue el coronel Beigbeder. Franco lo eligió posiblemente en función de sus valoraciones del norte de África como zona del máximo valor estratégico para España y clave del ensoñado Imperio por el que se pirriaba el dictador.  Añadamos que hay constancia documental pública de que Beigbeder tenía otras aspiraciones.

Estos errores no son explicables fácilmente. Seco prologó una síntesis de los diarios del propio Gómez-Jordana. Como en estos no se menciona la presidencia  de la JTE “se le olvidó”. A lo mejor la entrada la ha subcontratado.

¿Cuáles son las omisiones históricamente relevantes? Seco no dice  absolutamente nada de la actuación de Jordana en el período comprendido entre el final de la guerra civil y su salida del Gobierno. Es otro “olvido” difícilmente comprensible porque se trata de un período que abordó en el plano de la política exterior Javier Tusell y que ha desarrollado con gran acopio documental en el plano militar Manuel Ros Agudo. Pensar que Jordana no estaba al tanto de la deriva pro-alemana de Franco en aquellos meses es poner una pica en Flandes (estoy escribiendo sobre ello).

La gestión como nuevo ministro de Asuntos Exteriores (no de Estado) entre septiembre de 1942 y su fallecimiento en agosto de 1944 la despacha Seco exactamente en 10 (diez) medias líneas. Parte del supuesto, controvertible, de que ya “era evidente el resultado de la gran conflagración”. Esto le evita la molestia de explicar el porqué de las continuadas muestras de solidaridad española con el Tercer Reich y las duras gestiones que realizaron británicos y norteamericanos para recortarlas en la mayor medida posible. Por no molestarse, ni se molestar en mencionar la monografía de Emilio Sáenz-Francés.

Nuestro distinguido académico, de expresión no demasiada precisa, presenta a Jordana (o a España) “haciendo causa común con Estados Unidos en la guerra contra Japón, que había ocupado las islas Filipinas” (solo esto último es verdad). El resto nos deja estupefactos.  Washington contaba con un aliado sin saberlo. ¡Con lo que tuvo que batirse De Gaulle para que los norteamericanos reconocieran a la Francia combatiente!

Nuestro eminente académico, a pesar de una larga lista de trabajos (¡ncluso en inglés y en francés, ¡bravo!) pasa por alto la, sin duda para él despreciable, literatura especializada en las relaciones entre España y la segunda guerra mundial (también la que se refiere a la política exterior de la España franquista durante la civil, que es mucho más abundante). Eso le impide citar algunas de las ideas de su biografiado (no pedimos ya ni que glose ni mucho menos que interprete). Citaremos nosotros:

“España estima que, independientemente de lo que la suerte de las armas decida en la contienda, muy anteriormente a la guerra y con mucha más profundidad que ésta, existe en el mundo un problema espiritual de la más extraordinaria trascendencia, constituído por el ambiente revolucionario de unas masas alejadas de la creencia en Dios y que, por lo tanto, aspiran a mejorar su situación económica por la violencia, empleada sin escrúpulo ni limitación alguna, apoderándose de abundantes riquezas para disfrutarlas ampliamente mientras dure esta vida, cueste lo que cueste y empleando los medios a propósito, cualesquiera que éstos sean…”

Así, pues, que sufran en este mundo que ya distribuirá Dios las recompensas en el próximo. Con ciertas alteraciones esta típica profesión de fe, cuya etiología no hay porqué analizar aquí, la dio a conocer el diplomático franquista José María Doussinague hace más de sesenta años en sus cuasi-memorias. Seco todavía no se ha enterado. En octubre de 1943 Jordana se la comunicó al embajador norteamericano, católico y después un tanto simpatizante de Franco. Que el lector extraiga sus propias conclusiones.