UNA ASTRACANADA DE FRANCO

25 noviembre, 2014 at 8:30 am

En este tiempo de aniversarios no cabe olvidar que el “oro de Moscú” fue uno de los grandes mitos del franquismo. Fue, también, EL secreto de Estado por antonomasia de su dictadura. La humillante cláusula de activación de las bases norteamericanas la conocieron al fin y al cabo ciertos círculos de la Administración, tanto en la civil como en la militar, que pronto mostraron interés por paliar en lo posible sus efectos. Sin embargo, la estrategia diseñada por Franco para “recuperar” el oro solo se comunicó a los más leales de entre los leales. Una “pequeña” diferencia.
La movilización del oro del Banco de España durante la guerra civil ha desvelado casi todos sus misterios. Quedan por conocer detalles operativos, a veces significativos. No será posible avanzar en este campo sin utilizar documentación rusa. El Estado español jamás ha conseguido intercambiar opiniones sobre el tema. Ni siquiera hoy.

BancoEspaña
Ha costado mucho trabajo identificar y analizar la sublime “estrategia” con la que Franco trató de “recuperar” el oro. Esto es algo para lo que la documentación de procedencia soviética no es necesaria. Su diseño y puesta en práctica permiten, sin embargo, alumbrar dimensiones esenciales del funcionamiento interno de la dictadura. No como se mostraba en los manuales de lo que se afirmaba era “Derecho Político” sino como fue en realidad.
Tal estrategia la diseñaron Franco y su ministro de Asuntos Exteriores, el tan alabado nacionalcatólico Alberto Martín Artajo, tras recibir a finales de 1956 la documentación sobre las ventas de oro en Moscú que Juan Negrín había conservado en el exilio. Oficialmente se afirmó que el Gobierno, merced a diversas gestiones discretas, había conseguido obtener el acta original de depósito que las autoridades republicanas habían efectuado en la capital soviética. De aquí que estuviera en condiciones de reclamar su devolución. Los medios internacionales sin excepción se hicieron eco (con muchas cábalas excepto Pravda que impugnó duramente las pretensiones franquistas y mostró la habilidad soviética para nadar y guardar la ropa).
Es obvio que los rusos no devolvieron el oro. Ningún historiador se ha atrevido a analizar las razones. No es petulante afirmar que el fracaso estaba determinado de antemano. Es difícil conseguir que otros Estados soberanos acepten astracanadas.
Por si las moscas, el tan renombrado Caudillo, o sus servidores más próximos, no tuvieron inconveniente en incluso mentir a los leales no autorizados a conocer la documentación recibida. Quienes hubieran debido saber mejor, se callaron o se plegaron a la voluntad omnímoda del  Jefe del Estado. Entre ellos figuran personajes de toda prosapia en la dictadura, por ejemplo el soldado de la “Cruzada”  que fue el ministro de Hacienda Mariano Navarro Rubio. O el entonces vicepresidente del Gobierno almirante Luis Carrero Blanco. Secundados por figuras de segunda fila pero miembros prominentes de la élite de la élite: embajadores (José Rojas Moreno, José María de Areilza), abogados y letrados del Consejo de Estado, catedráticos de Derecho Internacional, todos más o menos enzarzados en una lucha entre bastidores que nadie abordó.
Puesto a engañar, el Gobierno también engañó al propio Consejo de Estado, remanso de luminarias militares y político-administrativas;  sustrajo toda la información relevante al Banco de España, sin que su ilustre gobernador, conde de Benjumea, chistara lo más mínimo, y lanzó a sus funcionarios a una escaramuza diplomática sin darles información. Todo muy fino y eficiente.
El sucesor de Martín Artajo, Fernando María Castiella, no parece que apoyase con entusiasmo los esfuerzos “recuperacionistas” y las absurdas instrucciones que recibió del Consejo de Ministros pero su sucesor Gregorio López Bravo, que lo intentó, tampoco estuvo a su altura. Sus “titánicos” gestos (sobre todo de cara a la galería) contrastan con su lacrimosa argumentación ante su colega soviético Andrei Gromyko en los años del franquismo tardío.
¿Cuál era el objetivo no proclamado del genio galaico? Amenazar a la URSS con acudir al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya basándose en los “derechos” que daba la posesión del acta de depósito. Fueron pocos quienes supieron que los republicanos habían vendido el oro. Un eminente director general de lo Contencioso argumentó que no tenía la menor importancia: era preciso imponer la primacía del derecho emanado del “régimen del 18 de Julio” sobre el derecho internacional. Naturalmente, no dijo cómo. De haberse conocido esta tesis en La Haya, Washington, París, Londres o Moscú  las carcajadas hubieran sido homéricas. No se rieron, sin embargo, los señores ministros quienes le dieron la razón frente a la opinión unánime de los consejeros de Estado, quizá porque dicho director general había argüido algo que ningún historiador, tontos como somos, ha oteado hasta el momento: el “expolio” del oro justificaba por sí la guerra civil.
Ahora bien, ¿reparó alguien en otra razón menos narcisista?: la España de Franco, miembro de Naciones Unidas desde 1955, había renunciado ante la Sociedad de Naciones, en el sublime éxtasis de la VICTORIA el 1º de abril de 1939, al derecho a acudir a La Haya. Como, por cierto, también la Unión Soviética había excluido la posibilidad de demandar ante el Tribunal  o ser demandada ante él. La estrategia estaba abocada al fracaso.
Ya que no podemos creer que los internacionalistas del régimen fuesen ignaros nos sorprende que a nadie se le ocurriera poner en conocimiento de Franco y de sus ambiciosos fajadores tales circunstancias, perfectamente conocidas de los profesionales.
Franco perseguía otros objetivos: i) le interesaba ante todo ennegrecer la figura de Negrín y, por ende, de los vencidos en la guerra civil; ii) sembrar la disensión entre las filas del exilio (con la inestimable aportación de Indalecio Prieto, siempre propenso a hincar el cuchillo en Negrín y cuyos artículos en El Socialista el propio Castiella llevaba solícito a Franco); iii) potenciar la idea de que los republicanos, malísima ralea («escoria», dijo una vez ante las sumisas Cortes), habían robado el tesoro de la nación. Por ello España, bajo la ilustrada guía de su conductor, no había podido avanzar más rápidamente por el sendero del crecimiento económico. La culpa la habían tenido los “malos españoles”. No él ni su régimen.
La “estrategia”  murió de muerte natural con Franco. No sin que en el entretanto atravesara por algún que otro episodio típico de la duradera astracanada digna de Carlos Arniches. ¿Creerán los lectores que los eminentes biógrafos de Franco, el profesor Stanley G. Payne y Jesús Palacios, han hecho la menor referencia a todo este complejo de temas? La respuesta es negativa. Sí han tenido tiempo, naturalmente, para aprovechando que el Pisuerga pasa por Valencia introducir una amplia referencia (pp. 733s) al estallido, en julio del año en curso, del «caso Pujol».  Bien es verdad que no mencionan tal nombre (noblesse oblige) en el índice onomástico.
Dado que la política exterior franquista siempre tuvo más de Schein (imagen) que de Wirklichkeit (sustancia) el propio Franco terminó metabolizando su fracaso. A él, plim.

EL ESCURRIDIZO MR. MIDDLETON

18 noviembre, 2014 at 8:30 am

El pasado es una zona oscura. Desvelar sus dimensiones es una tarea progresiva. Ningún historiador dispone de un foco de luz que alumbre todas las dimensiones a la vez. Sobre los antecedentes inmediatos de la preparación del 18 de julio hemos descubierto en los últimos años muchas cosas nuevas. Otras están por determinar. Hubo gentes curiosas y de todos los pelajes. Entre ellas un norteamericano poco conocido pero escurridizo como una anguila: William Taylor Middleton.

220px-Piétri-1929Se trata de una figura borrosa ligada a los intentos de los conspiradores por adquirir armamento del Tercer Reich de cara a la sublevación. En otro contexto, ya apareció en este blog el 21 de enero pasado. La misión que le asegura una nota a pie de página en los prolegómenos de la “revolución nacional” se la explicitó el agregado militar en París, el entonces comandante Antonio Barroso, el 24 de julio de 1936. Barroso acababa de pasarse a los sublevados. Middleton debía ir a Berlín a hablar con el a la sazón consejero aúlico de Hitler en materia de relaciones exteriores (años más tarde, tras pasar por Londres como embajador, fue nombrado titular de la cartera) Joachim von Ribbentrop y rogarle que “enviase rápidamente la ayuda prometida”.

Las circunstancias en que quedó reflejo escrito de tan extraordinaria petición se detallan en una carta de Middleton a Esteban Bilbao del 28 de enero de 1940. La reproduje y la comenté en mi libro LAS ARMAS Y EL ORO. Argumenté que había buenas razones para que Barroso se dirigiese al acaudalado norteamericano pero no pude ir muy adelante. El trasfondo que condujo a una posible “promesa” de envío de armas nazis a España se desconoce. Quizá, especulé, fuera una consecuencia del viaje de Sanjurjo y Beigbeder a Berlín en marzo de 1936 y sobre el cual reina la oscuridad más absoluta.

Ahora un excelente amigo, el catedrático ya emérito de la Sorbona III y gran hispanista Jean-Marc Delaunay, me ha llamado la atención sobre algo que se me había pasado. Entono un mea culpa. No se me ocurrió acudir a un libro muy famoso que se publicó en París en 1954 (ya ha llovido desde entonces). Se trata de las memorias de François Piétri, embajador que fue de la Francia de Vichy en la España franquista de 1940 a 1944. El autor es más que conocido. Era corso y empezó su carrera política como diputado por Córcega. Un vistazo a la Wikipedia francesa basta para saber que había sido ministro seis o siete veces en los gobiernos de la III República. Naturalmente había apoyado a Franco durante la guerra civil. En plena tragedia de Francia fue uno de los partidarios del armisticio con los alemanes.

Pétain hizo a Piétri ministro de Comunicaciones que se convirtió en un lavalista empedernido. Un pequeño análisis biográfico y personal se encuentra en la conocida obra de Michel Catala Les relations franco-espagnoles pendant la deuxième guerre mondiale, aparecida en 1997. Luego Piétri pasó a Madrid. En 1948 se le condenó a una pena de cinco años por “indignidad nacional”. Falleció en 1966 en Córcega. Fue autor de docena y media de libros e incluso recibió un premio de la Academia Francesa.

De las memorias de Piétri se trasluce que Middleton pasó en Madrid la mayor parte de los años de la segunda guerra mundial, algo que era presumible pero que no se había documentado. Al parecer no se llevaba demasiado bien con la embajada norteamericana. Criticaba la política de Roosevelt y hacía mucho hincapié en sus convicciones republicanas, presumimos que extremadamente conservadoras. Los yanquis le pusieron la proa cuando se enteraron que él y Piétri se habían hecho amigos y pasaban mucho tiempo juntos. Piétri señaló que Middleton era un hombre muy culto y que estaba bien informado de muchas cosas, entendemos que de política. Sus opiniones las consideraba de la mayor importancia.

Esto es algo sorprendente. Piétri no tenía, antes de llegar a España, experiencia diplomática alguna. El primer secretario, Armand du Chayla, que conocía bien el entorno español, se había opuesto a Vichy y marchado en 1941. A medida que la guerra mundial fue desarrollándose en contra de los alemanes las defecciones en la embajada se hicieron muy frecuentes, empezando por los agregados aéreo y naval y varios diplomáticos. A partir de marzo de 1943, se intensificaron: el primer consejero, el segundo secretario, los agregados militar, financiero y eclesiástico amén del personal consular. Confrontado con esta ola, Piétri reafirmó su fidelidad a Pétain y no es exagerado pensar que en el hueco creado las confidencias o informaciones que le transmitiese Middleton podrían haber sido algunos rayitos de luz.

Debemos recordar que antes de la guerra civil Middleton y su mujer, francesa, circulaban entre los medios de la extrema derecha del país vecino. Existen indicios que permiten pensar que el norteamericano no gozaba de demasiada buena fama en los medios policiales franceses y, quizá por ello o por circunstancias todavía no conocidas, Vichy le miraba con desconfianza. Piétri había recibido instrucciones muy precisas. No debía darle visado para entrar en Francia porque, se le dijo, Middleton hacía campaña contra el régimen petainista. En estas condiciones la amistad que le profesó Piétri no deja de llamar la atención.

El salto, indirecto, a la historia de la embajada francesa en Madrid lo hizo Middleton a finales de 1943. Fue entonces cuando sugirió a Piétri, según cuenta este en sus memorias, que convendría que el primer ministro de Vichy, Pierre Laval, cambiase de orientación. El consejo se lo dio Middleton en conexión con la visita a la embajada de un periodista norteamericano amigo suyo y que suministró al embajador algunas informaciones que Piétri creyó eran similares a las noticias que le habían llegado procedentes de ciertas gestiones norteamericanas en Tánger.

De ser esto cierto (y habría que explorar más detenidamente los papeles de la embajada francesa en Madrid) Middleton y el desconocido periodista influyeron para que Piétri recomendase el 5 de enero de 1944 a Laval que modificase el sentido de su actuación política. El Gobierno de Vichy, afirmó el embajador, no podría resistir a la posibilidad de un desembarco aliado en Francia (lo cual era la evidencia misma). A Roosevelt no le hacía gracia el que el general De Gaulle se hiciera con el poder apoyado por los comunistas (lo que también era cierto). Lo nuevo fue la noción de que en Washington habría gente dispuesta a entrevistarse con algún emisario del Gobierno francés. No sorprenderá que Piétri sugiriese que lo hiciera a través de Madrid. Nada de esto tiene demasiada importancia. Hoy se conocen perfectamente los vaivenes de la política norteamericana respecto a Vichy. Más significativo nos parece que Piétri recomendase a la vez que se convocara al Parlamento y que se permitiera que saliesen a la luz algunos personajes de la III República que se habían apartado de la evolución política de Vichy. Laval no le hizo el menor caso de entrada. Cambió un pelín en agosto de 1944, como ha destacado Jean-Paul Cointet en su historia de Vichy. Era, evidentemente, demasiado tarde una vez producido los desembarcos aliados en Normandía y en Provenza. Las horas de Vichy estaban contadas. Las de Piétri también. Middleton se quedó en Madrid hasta que el panorama se despejó. Entonces volvió a Francia. Un aficionado más. Una figura que se movió por la trastienda. Sería interesante conocer algo más de sus relaciones con los carlistas.

Presentación de Salamanca, 1936 en Madrid.

14 noviembre, 2014 at 9:00 am

ATT00000 El próximo miércoles estaré en el Ateneo de Madrid para presentar mi último libro: ‘Salamanca, 1936’, las memorias del primer «ministro» de Asuntos Exteriores de Franco. Aquí tienen la invitación con todos los detalles, por si quieren asistir.

EN EL CUARTEL GENERAL DEL CAUDILLO

11 noviembre, 2014 at 9:00 am

En este blog no soy muy dado, hasta ahora, a las celebraciones o conmemoraciones. Quizá porque se repiten de año en año. Desde que lo empecé a comienzos de 2014 he pasado por alto fechas tan señeras como el aniversario del golpe de Casado o del final de la guerra, por no hablar sino de temas españoles. Tampoco he aludido a efemérides internacionales, como por ejemplo el pacto Molotov-Ribbentrop, el comienzo de la segunda guerra mundial o el inicio del Blitz sobre Londres. No puedo, sin embargo, resistirme a pasar por alto el 20-N. En tal fecha falleció Franco y, a trancas y barrancas, se puso en marcha un proceso que desembocó en el arrumbamiento del sistema político que había creado. He tomado prestado el título de este post al de las memorias del general Warlimont, de dudosa fama, cuando se refirió en sus memorias al de la Wehrmacht.
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El año pasado presenté el 20-N en el Ateneo de Madrid mi último libro, Las armas y el oro. Haré en un próximo post alguna referencia al mismo. En este año presento las memorias de Francisco Serrat y Bonastre, primer «proto-ministro» de Asuntos Exteriores de Franco. No lo conoce nadie. La entrada que de él existe en Wikipedia no es informativa y no responde, en general, a la realidad. En la biografía de Franco que han escrito Payne y Palacios se le ignora radicalmente. En un libro reciente sobre los catalanes que sirvieron a la causa franquista también. Dado que el 20-N la sala del Ateneo en la que suelen hacerse las presentaciones está comprometida desde hace meses, la de las memorias de Serrat ha debido trasladarse a la víspera. En puridad, estaremos más cerca del momento preciso en el que tuvo lugar el fallecimiento hace ahora treinta y nueve años. Para los interesados el libro se titula Salamanca, 1936. A lo mejor incluso sirve para que el Ayuntamiento de dicha ciudad, controlado por el PP, se decida a eliminar el fatuo medallón del SEJE (Su Excelencia el Jefe del Estado) que «adorna» la Plaza Mayor.
Las memorias de Serrat son importantes por tres razones. La primera es que su autor no las escribió con fines de publicación. Lo hizo para que sus hijos, nietos y bisnietos supieran lo que había visto en la guerra civil. Más concretamente en el período comprendido entre el mes de octubre de 1936 y el de abril de 1937. Es, por supuesto, un período clave. Los pocos libros de memorias que lo tratan han de cogerse con varias toneladas de sal. Sus autores quisieron dar a conocer sus versiones al gran público y, con ello, pasar a la historia bajo una luz determinada. No siempre bien. Ninguno, que yo sepa, ha abordado la tarea de describir el ambiente que existía en el seno del Cuartel General. Ya por ello la descripción de Serrat sirve para rellenar un hueco sensible en la literatura.
Pero hay más. La segunda razón es que Serrat constituye, en lo que se me alcanza a saber, un caso único en la historia de la diplomacia española (a lo mejor hubo algún otro en el Ancien Régime, pero no lo sé). En julio de 1936 era embajador en Varsovia. Estaba a la cabeza del escalafón. Se pasó a los sublevados en agosto. En octubre se le ordenó que se presentara en España para asumir la dirección de las exiguas relaciones exteriores de la incipiente dictadura. Serrat, hombre de derechas, diplomático de vieja cepa, disciplinado y autoexigente, obedeció sin tardanza. A mitad de 1937 se autoexilió en Suiza de donde no regresó hasta poco antes de su muerte en 1950. Franco le persiguió con saña y encono. Su hoja de servicios no le ayudó para nada. El tomo de sus memorias dedicado a la guerra civil no precisa el porqué. Hay que recurrir al primer volumen de sus recuerdos de exilio y contrastar sus afirmaciones con el voluminoso expediente personal que se conserva en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación. El análisis simultáneo permite comprobar que Serrat no incidió en camelos. A la diferencia del inmarcesible Caudillo no se auto-mintió en  lo que escribió.
No es de extrañar que entre los viejos del lugar siempre hubiera interrogantes sobre lo que pasó a Serrat. Es un misterio hasta ahora no desvelado. Quienes se han acercado al caso se han cuidado muy bien de cubrirse las espaldas. Había que hacer todo lo necesario para no embadurnar la refulgente imagen del Führer español.
La tercera razón es que la información que transmite Serrat en torno al mismo permite llegar a dos conclusiones. Ante todo que Franco era, en aquel momento, un ceporro en los temas internacionales. Aprendió como pudo, rodeado de sicofantes. No sorprenderá que cometiera pifias a diestro y siniestro, que pocos historiadores se han tomado la molestia de identificar. Desperdició ocasiones de mejorar la posición internacional de los sublevados porque, ya entonces, se dejó llevar del discreto encanto de dos protectores hoy escasamente ensalzables:  Hitler sobre todo pero también Mussolini. La segunda conclusión se refiere al clima de intriga, corrupción y desidia que reinaba (¿quién lo dijera?) en el Cuartel General en donde el hermanito, Nicolás, hacía poco menos lo que le venía en gana en medio de un desastre burocrático y procedimental de primer orden.
Para los interesados en los avatares de la carrera diplomática de los vencedores será de la máxima importancia comprobar cómo Franco trituró la propuesta de depuración de funcionarios que le transmitió Serrat. Tras su autoexilio se realizó otra que, para colmo de parabienes, dejó pasar a más de algún indeseable.
Ni que decir tiene que hoy ya no sería posible hacer el estudio que acompaña a las memorias. Gracias a nuestro nunca demasiado bien alabado ministro de Asuntos Exteriores solo quienes tienen bula podrán acceder a los archivos de su Ministerio. Tampoco sería posible profundizar en los orígenes de las fantasías pro-franquistas que esparce una literatura de combate por las grandes superficies españolas. Pero no hay que desesperar. Salvo que se pegue fuego o se meta en el shredder la documentación que conservan los archivos españoles, tarde o temprano (y esperemos que sea lo más pronto posible) los historiadores  podrán proseguir documentando su veredicto sobre tiempos oscuros. Un trabajo que sigue siendo esencial y que espero poder continuar. Por ejemplo, de cara al XL aniversario del fallecimiento del providencial Caudillo.

TRASLADAR AL CIBERESPACIO EL ESFUERZO ACADÉMICO POR ILUMINAR EL PASADO

4 noviembre, 2014 at 8:30 am

En los meses transcurridos desde la aparición de este blog, hace ahora casi un año, me he visto obligado a abandonar algunas certidumbres. La crisis ha recortado drásticamente las ventas de libros. También los de historia. Incluso me atrevo a decir que en particular los de historia. Las tiradas se hacen diminutas. Los costes de distribución se han disparado. Las devoluciones aumentan. El Gobierno se caracteriza por su inacción ante un sector que no solo representa la cultura del país sino que también hace una contribución nada desdeñable al sacrosanto PIB. Por el contrario, noticias, informaciones, análisis, bulos y tergiversaciones han encontrado en el ciberespacio campo abonado para darse a conocer. Las nuevas realidades se imponen. ¿Qué hacer?

homepageImage_es_ESEn primer lugar salir de la torre de marfil. Cuando empecé a estudiar historia en Alemania escribir significaba, esencialmente, escribir para los colegas. Lo que contaba era conseguir el reconocimiento dentro de la profesión. En España las cosas eran algo diferentes. La oferta de los contemporaneistas encontraba una demanda ávida. En los años de la transición nuevas revistas especializadas y nuevas firmas en editoriales consagradas lograron grandes éxitos de ventas.

Esto último suele aplicarse hoy, con escasas excepciones, a autores que escriben para reforzar las convicciones de ciertos sectores sociales. O para “hacer caja”. Uno de los libros más deleznables jamás escritos sobre Franco, ya publicado hace algunos años, ha conseguido ventas al parecer notables. A mí me da vergüenza citarlo. Al lado, la monografía paciente y cuidada subsiste; la apertura de brechas en términos de nuevo conocimiento subsiste, pero siempre en tiradas cortas. La reconstrucción del pasado continúa pero ¿cuál es su impacto en términos de lectores?

Y, sin embargo, la necesidad de potenciar este impacto es hoy más intensa que nunca. Un colega y amigo me envía la siguiente cita de Tony Judt:

Amañar el pasado es la forma más antigua de control del conocimiento: si tienes en tus manos el poder de la interpretación de lo que pasó antes (o simplemente puedes mentir acerca de ello), el presente y el futuro están a tu disposición. De modo que, por simple prudencia democrática, conviene garantizar que la ciudadanía esté informada históricamente.      

La tarea del historiador, si se quiere verlo de este modo, es proporcionar la dimensión del conocimiento y la narrativa histórica, sin lo cual no podemos ser un todo cívico. Si  tenemos una responsabilidad cívica como historiadores, es esta.  Los  historiadores tienen la responsabilidad de explicar. Aquellos de nosotros  que  hemos elegido estudiar Historia Contemporánea tenemos una responsabilidad más: una obligación respecto a los debates contemporáneos.»

 

Judt desarrolla una idea que ya anticipó Orwell pero, en lenguaje actual, no cabría expresar mejor los desafíos y responsabilidades del contemporaneista. Sin medro alguno de la pulcritud y exactitud científicas, sin la menor concesión a la necesidad absoluta de fundamentar las aportaciones, se hace de todo punto preciso desarrollar una labor educativa más amplia y extenderla al ciberespacio. Un portal que atiende a ello es, desde hace unos años, www.academia.edu al que académicos de todo el mundo suben algunos de sus trabajos.

 

Para el caso de la guerra civil la profesora Matilde Eiroa y su equipo en la Universidad Carlos III han empezado a estudiar las modalidades de propagación via internet del conocimiento sobre tal capítulo esencial de nuestra contemporaneidad. En diciembre aparecerá en papel, por última vez, la revista STUDIA HISTORICA, de la Universidad de Salamanca. El número, monográfico, está dedicado a la bibliografía más reciente sobre la guerra. Ha sido un trabajo pionero en cuanto a extensión y profundidad. Colaboramos treinta y seis historiadores de las más variadas diversas nacionalidades.

 

Ya estoy poniendo en marcha un proyecto que amplíe el contenido de STUDIA HISTORICA a otras tradiciones historiográficas (holandesa, griega, latinoamericanas, quizá japonesa). Su puesta al día se hará en forma de e-book exclusivamente. Ello le asegura la posibilidad de una difusión prácticamente universal. La fecha de salida está prevista para, aproximadamente, dentro de un año.

 

HISPANIANOVA se ha renovado. Es la primera revista electrónica de carácter académico que se creó en España a iniciativa de los desgraciadamente ya desaparecidos Angel Martínez de Velasco y Julio Aróstegui. Ha mantenido un alto nivel de calidad. Los lectores pueden comprobarlo en http://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV . Los artículos que en ella aparecen computan a efectos de la ANECA.

 

Pues bien, no por casualidad sino coincidiendo con el XL aniversario del fallecimiento del general Franco HISPANIA NOVA publicará en octubre o noviembre de 2015 un número extraordinario. Uno de sus platos fuertes será la disección, a cargo de un pequeño grupo de expertos, de la biografía que de tan señera figura han publicado recientemente Stanley G. Payne y Jesús Palacios.

 

Sin esperar tanto tiempo los interesados podrán dentro de poco leer en e-book las ponencias presentadas en el reciente congreso de la Asociación de Historia Contemporánea que tuvo lugar el pasado mes de septiembre en la sede del CSIC. Será gracias a la entusiasta cooperación de las Universidades Autónoma y Complutense y a la dedicación de los profesores Pilar Folguera y Juan-Carlos Pereira, entre otros, y sus correspondientes equipos.

 

Nada de esto sustituye, de forma radical, a la letra impresa. Es preciso pulsar todos los teclados a la vez, con el fin de difundir en y fuera de España los avances y progresos que en los últimos años, y a pesar de todas las dificultades, hemos realizado los historiadores españoles.

 

Por mi parte, y cuando este post aparezca en el blog, habré dejado mis libros y mis documentos en Bruselas y realizado una gira de quince días, en México y Portugal, para familiarizar a aquellos colegas con las luces que, poco a poco, han ido encendiéndose en el actual panorama de la historiografía española sobre la guerra civil y el franquismo. No revelo ningún secreto si afirmo que, por lo general, no coinciden con las interpretaciones que han difundido sus ilustres biógrafos. De alguna me haré eco en los próximos posts.