EN EL CUARTEL GENERAL DEL CAUDILLO

11 noviembre, 2014 at 9:00 am

En este blog no soy muy dado, hasta ahora, a las celebraciones o conmemoraciones. Quizá porque se repiten de año en año. Desde que lo empecé a comienzos de 2014 he pasado por alto fechas tan señeras como el aniversario del golpe de Casado o del final de la guerra, por no hablar sino de temas españoles. Tampoco he aludido a efemérides internacionales, como por ejemplo el pacto Molotov-Ribbentrop, el comienzo de la segunda guerra mundial o el inicio del Blitz sobre Londres. No puedo, sin embargo, resistirme a pasar por alto el 20-N. En tal fecha falleció Franco y, a trancas y barrancas, se puso en marcha un proceso que desembocó en el arrumbamiento del sistema político que había creado. He tomado prestado el título de este post al de las memorias del general Warlimont, de dudosa fama, cuando se refirió en sus memorias al de la Wehrmacht.
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El año pasado presenté el 20-N en el Ateneo de Madrid mi último libro, Las armas y el oro. Haré en un próximo post alguna referencia al mismo. En este año presento las memorias de Francisco Serrat y Bonastre, primer «proto-ministro» de Asuntos Exteriores de Franco. No lo conoce nadie. La entrada que de él existe en Wikipedia no es informativa y no responde, en general, a la realidad. En la biografía de Franco que han escrito Payne y Palacios se le ignora radicalmente. En un libro reciente sobre los catalanes que sirvieron a la causa franquista también. Dado que el 20-N la sala del Ateneo en la que suelen hacerse las presentaciones está comprometida desde hace meses, la de las memorias de Serrat ha debido trasladarse a la víspera. En puridad, estaremos más cerca del momento preciso en el que tuvo lugar el fallecimiento hace ahora treinta y nueve años. Para los interesados el libro se titula Salamanca, 1936. A lo mejor incluso sirve para que el Ayuntamiento de dicha ciudad, controlado por el PP, se decida a eliminar el fatuo medallón del SEJE (Su Excelencia el Jefe del Estado) que «adorna» la Plaza Mayor.
Las memorias de Serrat son importantes por tres razones. La primera es que su autor no las escribió con fines de publicación. Lo hizo para que sus hijos, nietos y bisnietos supieran lo que había visto en la guerra civil. Más concretamente en el período comprendido entre el mes de octubre de 1936 y el de abril de 1937. Es, por supuesto, un período clave. Los pocos libros de memorias que lo tratan han de cogerse con varias toneladas de sal. Sus autores quisieron dar a conocer sus versiones al gran público y, con ello, pasar a la historia bajo una luz determinada. No siempre bien. Ninguno, que yo sepa, ha abordado la tarea de describir el ambiente que existía en el seno del Cuartel General. Ya por ello la descripción de Serrat sirve para rellenar un hueco sensible en la literatura.
Pero hay más. La segunda razón es que Serrat constituye, en lo que se me alcanza a saber, un caso único en la historia de la diplomacia española (a lo mejor hubo algún otro en el Ancien Régime, pero no lo sé). En julio de 1936 era embajador en Varsovia. Estaba a la cabeza del escalafón. Se pasó a los sublevados en agosto. En octubre se le ordenó que se presentara en España para asumir la dirección de las exiguas relaciones exteriores de la incipiente dictadura. Serrat, hombre de derechas, diplomático de vieja cepa, disciplinado y autoexigente, obedeció sin tardanza. A mitad de 1937 se autoexilió en Suiza de donde no regresó hasta poco antes de su muerte en 1950. Franco le persiguió con saña y encono. Su hoja de servicios no le ayudó para nada. El tomo de sus memorias dedicado a la guerra civil no precisa el porqué. Hay que recurrir al primer volumen de sus recuerdos de exilio y contrastar sus afirmaciones con el voluminoso expediente personal que se conserva en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación. El análisis simultáneo permite comprobar que Serrat no incidió en camelos. A la diferencia del inmarcesible Caudillo no se auto-mintió en  lo que escribió.
No es de extrañar que entre los viejos del lugar siempre hubiera interrogantes sobre lo que pasó a Serrat. Es un misterio hasta ahora no desvelado. Quienes se han acercado al caso se han cuidado muy bien de cubrirse las espaldas. Había que hacer todo lo necesario para no embadurnar la refulgente imagen del Führer español.
La tercera razón es que la información que transmite Serrat en torno al mismo permite llegar a dos conclusiones. Ante todo que Franco era, en aquel momento, un ceporro en los temas internacionales. Aprendió como pudo, rodeado de sicofantes. No sorprenderá que cometiera pifias a diestro y siniestro, que pocos historiadores se han tomado la molestia de identificar. Desperdició ocasiones de mejorar la posición internacional de los sublevados porque, ya entonces, se dejó llevar del discreto encanto de dos protectores hoy escasamente ensalzables:  Hitler sobre todo pero también Mussolini. La segunda conclusión se refiere al clima de intriga, corrupción y desidia que reinaba (¿quién lo dijera?) en el Cuartel General en donde el hermanito, Nicolás, hacía poco menos lo que le venía en gana en medio de un desastre burocrático y procedimental de primer orden.
Para los interesados en los avatares de la carrera diplomática de los vencedores será de la máxima importancia comprobar cómo Franco trituró la propuesta de depuración de funcionarios que le transmitió Serrat. Tras su autoexilio se realizó otra que, para colmo de parabienes, dejó pasar a más de algún indeseable.
Ni que decir tiene que hoy ya no sería posible hacer el estudio que acompaña a las memorias. Gracias a nuestro nunca demasiado bien alabado ministro de Asuntos Exteriores solo quienes tienen bula podrán acceder a los archivos de su Ministerio. Tampoco sería posible profundizar en los orígenes de las fantasías pro-franquistas que esparce una literatura de combate por las grandes superficies españolas. Pero no hay que desesperar. Salvo que se pegue fuego o se meta en el shredder la documentación que conservan los archivos españoles, tarde o temprano (y esperemos que sea lo más pronto posible) los historiadores  podrán proseguir documentando su veredicto sobre tiempos oscuros. Un trabajo que sigue siendo esencial y que espero poder continuar. Por ejemplo, de cara al XL aniversario del fallecimiento del providencial Caudillo.